DIVIDE Y VENCERÁS

F. Javier Blasco*

“Divide et impera, frase de dudoso origen atribuida al dictador y emperador romano Julio Cesar, que resume la estrategia con la que los gobernantes de nuestra nación y quienes aspiran a serlo nos dirigen o alientan”[1]. Así es como inicia Juan Perea un trabajo, titulado “Divide y Vencerás, una estrategia política generalizada”, publicado en El Confidencial el 30 de septiembre de 2011.

El trabajo citado, es un breve artículo en el que el autor aprovecha dicha cita histórica y otras más pronunciadas durante la época del imperio romano para poner al descubierto las vergüenzas y desvergüenzas de la clase política de aquel tiempo y, al mismo tiempo, trasladarnos con ellas a la rabiosa y cruda actualidad, mostrando así que, en eso cómo en otras muchas cosas ―para nuestra desgracia―, la humanidad no sólo no ha evolucionado positivamente, sino que ha empeorado.

Una estrategia de muy posible origen militar, como muchas otras cosas en la vida, que real y desgraciadamente se transforma en una táctica bastante rastrera al trasladarse a la arena política y social ya que, como es fácilmente entendible, sólo suelen recurrir a ella aquellos que son muy pobres estrategas y por quienes se encuentran en inferioridad numérica o en desventaja de capacidades dada la escasez y poca valía de sus medios o argumentos empleados o en juego, según los casos.

Cuando uno no tiene una plena convicción en sus capacidades y posibilidades para derrotar al contrario o la diferencia en medios es notoria, patética y muy palpable, se ve forzado a recurrir a todo tipo de artimañas, estratagemas y maniobras sucias basadas en el engaño o la simulación a fin de aparentar ante su contrincante que está en disposición de hacerle frente e incluso alzarse con la victoria gracias a su “superioridad aparente”.

Si todo lo anterior no es suficiente para ello, es muy grave la inherente cobardía y falta de confianza en los suyos o pobre su capacidad para el mando, entonces es cuando el “villano acosado” se ve forzado a variar o a aumentar un grado más las tácticas, técnicas y procedimientos antes mencionadas a base de introducir ciertos elementos perturbadores que imposibiliten la coordinación y conjunción de esfuerzos en su contra, sobre todo, cuando el contrario no sea un único interlocutor, sino el resultado de la combinación y concurrencia de varias fuerzas de distinta procedencia.

No es un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad en ninguno de los aspectos militares, políticos, económicos y sociales. Es una estratagema muy empleada por aquellos nada convencidos de sus capacidades o posibilidades y fundamentalmente, por los más ruines, falaces y cobardes. Porque con ella tratan lograr sus objetivos sin enfrentarse a sus contrincantes ni a pecho descubierto ni en campo abierto; se escabullen, emplean la escaramuza, la mentira y lo que ahora se conoce como la posverdad y las noticias falsas.

Todo vale para ese tipo de marrulleros y gente de poca honestidad; no les importa nada cambiar sus principios, negarlo todo aunque un día fuera verdad, difundir mentiras, romper los tratos, huir corriendo cuando sea preciso para, posteriormente, buscar la forma de atraer ―mediante el engaño― al contrario allí donde el terreno y el ambiente no les sea extraño, sino más propicio para él y peor para su adversario.

Bien. es verdad que la culpa de caer en las estratagemas y malas praxis del contrario no sólo reside en quién las lanza y práctica, sino y ―en mucho más de lo que pensamos― en aquel que alocada y acaloradamente o por las ansias de lograr una fácil victoria, se las cree sin pensar en la posible malicia de quien las proclama. Muchos desnortados ven en ellas la posibilidad de mostrar su capacidad y alardear ante propios y extraños para abatir a sus contrincantes de mayor fama y peor calaña.

La vanidad, definida como el “orgullo de la persona que tiene en un alto concepto sus propios méritos y un afán excesivo de ser admirado y considerado por ellos” es una de las más graves enfermedades del ser humano. Muchas veces nos lleva a cometer errores tremendos, al asumir el gran deseo de venganza de modo muy ufano y sin pensar contra qué o quién nos enfrentamos, cuál es su forma de ser y la mucha o poca pulcritud de su forma de actuar.

El malvado y perverso ruin, dado que suele ser muy cobarde y bastante malhadado, estudia y conoce de antemano la vanidad de su contrincante para poder engañarle en función de que aquella sea del mayor grado. Sabe que la prudencia y la verborrea del contrario son sus peores enemigos y, a la vez, los flancos más débiles por donde debe ser atacado. Y no digamos, si son varios los objetivos a batir a la vez y todos o casi todos ellos con más o menos el mismo perfil.

En dicho caso, la cosa es bien fácil, basta con echarles un poco de trigo para que, cómo a las palomas en un parque, todas ellas al unísono tomen confianza y se lancen sin desenfreno a la vez por el mismo botín, sin darse cuenta de que lo que están haciendo, es quitarse unas a otras su bocado, del que si hubieran bien pensado, lo podrían haber compartido mejor atacando cada una por su lado.

Otros animales mucho más carroñeros, pero totalmente expertos y eficaces, imponen una jerarquía a la hora de dar cuanta de una pieza a abatir; atacan cada uno por su lado, según su experiencia y tino y a la hora de comer, lo hacen por orden y sin empujones, siendo pacientes para esperar tranquilos su turno y, al final, todos ellos quedan saciados, sin interrumpirse ni meterse en problemas o en harinas de otro costal.

La prudencia es muy importante en esta vida, como también lo es ―antes de una vital o decisiva afrenta― saber identificar y apuntar hacia quién es el verdadero enemigo a batir. Enzarzarse con los posibles colegas por aquello del prurito o lo que se conoce como calentar el banquillo, que espera ver en sus líderes todo tipo de coraje y mucha maldad sin mirar contra quien se emplea, es la peor de las tácticas para atacar con certeza y tino a dicho enemigo.

Más les vale, reunirse antes, estudiarle, ver cómo puede influir el terreno y el ambiente presentado para la batalla, trazar estrategias derivadas de las posibles líneas de acción y asignarse claros cometidos de los que, salvo extrema necesidad, no desviarse ni salir manteniéndolos ―de ser posible― hasta el fin.

Pedro Sánchez, el mayor calculador, controvertido, cuestionado, poco claro, cambiante y posiblemente, el más nefasto presidente de los que hemos tenido en España en los últimos 40 años, tras muchas y variopintas dudas, rogativas, negativas y amagos, ha decidido “tener a bien” ―como si fuera una dadiva concedida por el presidente del gobierno al resto de partidos (primera argucia)― tener “un debate a cinco” en Antena 3 el próximo día 23.

Aquel que exigió por activa y por pasiva, cuando era el mayor representante de la oposición, un careo entre él y Rajoy, ahora reniega de aquello, se olvida y aparenta ceder ―en aras de la “pluralidad política”― a que dicho debate sea fuera de “su TV pública” porque, claro está, el impacto será mucho mayor, ya que esta otra cadena es más popular y vista (segunda argucia) que la que él, en pocos semanas, arruinó con su política del cerrojazo y expulsiones para coartar la libre comunicación.

Ha amoldado a su idea el escenario y ha elegido el terreno y el ambiente que considera más propicio para llevar a cabo un gran estropicio entre la oposición por el que espera que los tres representas de centro-derecha se hagan el harakiri cual bravos samuráis por no haber sabido ganar una batalla que jamás debió ser perdida. Dadas las características de Sánchez y de sus tres mejores escuderos (Calvo, Ábalos y Redondo), todo apunta a que el escenario mencionado está claramente ideado a Dividir para Vencer.

Creo que, por su parte, él ya habrá aprendido la lección de su colega y amigo Pablo Iglesias que, en una situación similar hace unos años (junio de 2016) y con muy diferentes puestos asignados, le gritaba a plena voz en mitad de la refriega “Pedro, no te confundas de enemigo: es Rajoy y no nosotros” [2] y en esta ocasión no lo vuelva a hacer. Pero, lo que más deseo de todo corazón, es que los “tres tenores o temores” (según sea el punto de vista) no caigan en el mismo error que Sánchez hizo en aquella ocasión.

* Coronel (retirado), España.

Referencias

[1] Juan Perea. “Divide y vencerás, una estrategia política generalizada”. El Confidencial, 30/09/2011, <https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2011-09-30/divide-y-venceras-una-estrategia-politica-generalizada_522447/>.

2] Josep Ramoneda. “Cabe en un tuit”. Ara en Castellano, 14/06/2014, <https://www.ara.cat/es/josep-ramoneda-cabe-en-un-tuit_0_1595840599.html>.

  • Publicado originalmente en Artículos F. Javier Blasco https://sites.google.com/site/articulosfjavierblasco/divide-y-venceras

La Haya: el tercer candado del enclaustramiento

Agustín Saavedra Weise

El pasado 23 de marzo tuvo lugar el primer Día del Mar post veredicto de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) con sede en La Haya del pasado 1º de octubre 2018. A todo esto, prosigue la incansable retórica oficialista, siempre procurando sacar algún rédito, sin jamás reconocer fallas propias. Lamentable.

El fracaso en La Haya cerró el tercer candado para Bolivia con respecto a una salida soberana al Océano Pacífico. El retorno al mar es casi imposible ahora, por lo menos en el mediano plazo y mientras Evo Morales permanezca en el poder, ya que Chile ha manifestado en reiteradas oportunidades no querer negociar nada con su persona. Además, Santiago reforzará su rígida posición por haber “ganado” el pleito iniciado por Bolivia en abril 2013.

El primer candado de la mediterraneidad boliviana fue el Tratado de 1904; el segundo candado se cerró cuando peruanos y chilenos firmaron el Tratado de Lima y su Protocolo complementario el 3 de junio de 1929. El tercer candado se hizo realidad con el frustrante resultado de la demanda presentada en La Haya. Si se ganaba, Chile estaba obligado a negociar y si se perdía (como sucedió) el país transandino no tenía ninguna obligación. Nunca hubo zona intermedia, salvo el sí o el no. Fue una arriesgada apuesta de suma cero a ‘sí’ o ‘no’. Y el no de la CIJ fue rotundo.

Frente a esta verdadera debacle, se ha retrasado décadas cualquier posible negociación con Chile. Y peor, también se devaluó la valiosa acumulación —reunida a lo largo del tiempo— de los sucesivos ofrecimientos concretos que presentó Chile con miras a solucionar el enclaustramiento. Luego del fallo de la CIJ ya no hay ninguna “obligación”. Y el llamado a conversaciones bilaterales expresado por ese alto tribunal es una simple invocación que no obliga; nada habrá mientras ambas partes no se pongan de acuerdo. Fiasco total. Por tanto, no cabe seguir con esa retórica del “diálogo” que no conduce a ninguna parte, por la sencilla razón de que el mentado diálogo no se producirá.

El equipo boliviano en La Haya hizo un buen trabajo, pero reitero que el objetivo de “ganar todo” tenía la contrapartida de “perder todo”. Pese al riesgo, así se decidió políticamente y el proceso siguió su curso durante más de cinco años.

De todas maneras —más allá de gustos o disgustos, éxitos o fracasos— hay que ser pragmáticos. Urge el uso de puertos chilenos y de la misma manera, lograr que el máximo de lo permitido por el Tratado de 1904 se nos proporcione. Ello, al margen de procurar al mismo tiempo otras alternativas válidas de salida al mar vía la Hidrovía Paraguay-Paraná, la Hidrovía amazónica e Ilo en el Perú. Tomando en cuenta que Bolivia reiteró en varias oportunidades durante el proceso en La Haya que el Tratado de 1904 no estaba en discusión (Chile por su lado lo tenía como escudo protector), habrá que maximizar todo aquello que pueda favorecer a Bolivia tanto en ese documento como en la Convención sobre Tránsito de 1937 y demandar el estricto cumplimiento de ambos acuerdos por parte de La Moneda.

No quedan otros caminos. Se perdió el fallo, pero no es el fin del mundo. Debemos seguir adelante mirando otras perspectivas y alternativas, que sí las hay. Estoy seguro que en el futuro será posible lograr un entendimiento constructivo final entre Chile y Bolivia. Ahora corresponde calmar emociones del momento y saber esperar el tiempo que sea necesario, pero sin perjudicar nuestro comercio exterior ni seguir llorando; nada se gana con lágrimas, se gana con esfuerzo y constancia.

La CIJ hizo una interpretación rígida en su sentencia de octubre 2018, creo que no quiso crear un precedente para que otros países pidan algo similar a lo de Bolivia o sea, “obligación de negociar” sobre la base de compromisos o promesas previas y que, de esa manera, potencialmente se pudiera alterar el orden jurídico mundial. La CIJ ha preferido mantener ese orden tal como está y no innovar, es mi modesta opinión. En definitiva, la esgrimida doctrina de los “derechos expectantes” o “promesas incumplidas que crean obligaciones” no fue aceptada por la CIJ y su sentencia negativa generará jurisprudencia adicional al respecto. Es un camino que ya no se debe recorrer. Punto final.

Bolivia seguirá su vida normal como Estado soberano y tenemos que ir pensando en “desmaritizarnos”, como ya han expresado con sensatez varios especialistas. El continuar auto victimizándose colectivamente cada 23 de marzo no conduce a ningún lugar; crea desde la niñez una patología negativa inserta en el carácter nacional y que urge progresivamente revertir. En paralelo, sí corresponde que procuremos mejores salidas a los mares aprovechando el libre tránsito y las facilidades portuarias concedidas e impulsar en el oriente la plena funcionalidad de Puerto Busch; cabe hacer lo mismo en Ilo, como también darle pleno uso a las zonas francas de Rosario, Villeta y Palmira, actualmente en estado de vergonzoso abandono. Hay mucho por hacer para mejorar la conectividad externa e interna de Bolivia; las tareas tienen que comenzar pronto, por imperativo patrio y por interés nacional. El planeta sigue girando alrededor del sol, para Bolivia solo cabe continuar su vida como país y que los gobernantes de turno se empeñen en mejorar el bienestar general del pueblo. Con mar o sin mar, el rumbo tiene que ser positivo.

Los tres candados son prácticamente imposibles de superar, sobre todo el tercero. La sentencia inapelable de la CIJ eliminó de cuajo el legado histórico de los compromisos chilenos, ahora de poco o ningún valor jurídico internacional. Este último tercer candado realmente resultó ser fatal. Reitero una vez más que el Derecho Internacional Público nunca fue nuestro aliado y así lo manifesté varias veces, décadas atrás, pero sin eco alguno. Las instancias posibles únicamente fueron políticas, no legalistas, el derecho más bien nos aprisiona.

Como la violencia está absolutamente descartada, únicamente le quedan a Bolivia los métodos políticos de solución pacífica de controversias. Y allí cabe el retorno a la vieja diplomacia, tal como lo escribí en el ya lejano 1980. Su tiempo llegará. Mientras, hay que saber esperar, a sabiendas de que nada es eterno en este mundo. Pero mientras esperamos, hagamos, no podemos quedarnos de brazos cruzados lamentando la situación; urge maximizar los puntos posibles de exportación e importación aptos para Bolivia, según región, lugar y productos. El desarrollo y el futuro del país están en juego. Con mar o sin mar hay que marchar con visión positiva.

*Economista y politólogo. Fue Canciller de la República de Bolivia. Miembro del CEID y de la SAEEG, www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia), https://www.eldeber.com.bo/opinion/La-Haya-el-tercer-candado-del-enclaustramiento-20190407-0003.html

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