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DESTRUCCIÓN CREATIVA Y DESTRUCCIÓN PROVOCADA

Agustín Saavedra Weise*

Joseph Alois Schumpeter (1883-1950)

El austriaco Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) ha sido uno de los grandes economistas que tuvo el pasado siglo XX en su primera mitad. Fue un estudioso del desarrollo y agudo observador, además de ser autor de varias obras de innegable vigencia. Uno de los conceptos que lo hizo famoso es el de la innovación. Schumpeter afirmaba que la permanente introducción de nuevas técnicas contribuía decisivamente al desarrollo económico, brindándole un decisivo impulso.

La teoría de la innovación de Don Joseph tenía su centro alrededor del empresario dinámico, un ser con poder creativo y capacidad de riesgo que era (es) la fuerza básica del proceso de innovación como factor del cambio cualitativo. La concepción schumpeteriana de la innovación es muy amplia y sigue siendo absolutamente válida hasta hoy. Es más, vivimos en el presente en medio de una era de innovaciones permanentes, hasta diarias y a veces, inclusive en cuestión de horas se dan procesos de innovación, ya sea alrededor de un solo producto o con el ingreso de nuevos bienes al mercado. Por ejemplo, el televisor tiene décadas desde su invención pero ha sido permanente foco de innovaciones hasta llegar a los ultramodernos televisores de alta definición del presente. El mismo concepto básico (la TV) ha ido siendo reformulado progresivamente. Algo parecido se da con otros productos y al unísono, están los que desaparecen como consecuencia de nuevas invenciones. El ejemplo clásico que siempre doy es el del automóvil, innovación que rápidamente desplazó para siempre al tradicional carruaje de caballos.

La innovación también puede comprender la apertura de nuevos mercados con posibilidades comerciales e industriales, más otros potenciales rubros que se van creando y generan progresivamente diversas nuevas situaciones u oportunidades. Vale reiterar que cada innovación ingresada al mercado arrastra consigo un proceso paralelo de destrucción creativa, fenómeno que elimina viejos componentes al crearse algo nuevo que reemplaza a lo antiguo. Estos procesos innovativos generan costos sociales y perjuicios para algunos sectores; es una parte triste, pero inevitable, del proceso de innovación como factor básico del desarrollo.

Frente a este claro panorama ha surgido algo que viene de tiempo atrás y se ha ido acelerando en los últimos tiempos: es la obsolescencia creada o la destrucción seudocreativa de diversos productos con el afán de vender lo “nuevo” y desplazar lo más pronto posible a lo “antiguo”. Lo vemos palpablemente en el caso de los teléfonos celulares, donde los propios fabricantes provocan desvergonzadamente un proceso de obsolescencia creada e impulsan la ambición del comprador de adquirir “lo más nuevo”, aunque el celular reemplazado no sea tan distinto del anterior. Lo mismo sucede en otras industrias y es algo que en su momento deberá controlarse, ya que desvirtúa el sano concepto de la innovación y de su eterna compañera: la auténtica destrucción creativa, no la “destrucción” acelerada que los fabricantes —en su empeño por meternos nuevos productos— nos quieren encajar hoy en día con sus gigantescos programas de marketing y sus presuntas innovaciones, que muchas veces no son tales.

El sociólogo Vance Packard no se equivocó al pronosticar en los años 60 del pasado siglo XX el inusitado auge de la obsolescencia creada, factor hábilmente preparado para confundir al consumidor y desplazar un producto aún útil por uno presuntamente nuevo. Una pena todo esto, pues termina desvirtuando el auténtico proceso de innovación como factor clave del desarrollo, algo que el gran Schumpeter con tanto cuidado elaboró y reiteró.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

Nota original publicada en El Debe, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/destruccion-creativa-y-destruccion-provocada_205983

 

¡OJO CON LA NÉMESIS!

Agustín Saavedra Weise*

Imagen de vierD en Pixabay

La mitología griega menciona el miedo popular al castigo ejercido por la temible Némesis, deidad de la venganza y la justicia distributiva. Se pensaba que la Némesis dirigía los destinos humanos al encargarse de mantener el equilibrio entre extremos.

Hace muchos años ya comenté este siempre actual tema. A la Némesis se la consideró irreconciliable sancionadora de todo exceso.

En la antigua Grecia se creía que cuando una persona llegaba demasiado alto, tarde o temprano la diosa Némesis provocaría su caída estrepitosa. Si alguien era muy feliz tenía que ser luego muy desdichado, mejor no arriesgarse al castigo de la poderosa Némesis.

Hoy en día némesis es sinónimo de castigo y representa además a un archi enemigo, un rival de larga data. De ahí el dicho “Fulano se enfrentó con Mengano, su permanente némesis”.

La Némesis fungía como elemento inhibitorio; era preferible no destacarse para soportar así una Némesis menos terrible que la de los que sobresalían. Las sanciones de la Némesis tienen la intención de dejar claro ante los humanos que no pueden ser excesivamente exitosos ni deben trastocar con sus actos —buenos o malos— el equilibrio universal.

Némesis medía la dicha y la desdicha de los mortales y solía ocasionarles crueles pérdidas cuando habían sido favorecidos en demasía por otra diosa, la Fortuna. La Némesis era el agente ineludible de la caída de alguien cuando había llegado demasiado alto; su mismo éxito provocaba que la desgracia sea tan estrepitosa como el ascenso previo.

La némesis mantenía así un control psicológico que funcionaba como elemento regulador sobre la sociedad helénica de la época. Según el criterio retributivo lo mejor era mantenerse en el justo medio, esperando con resignación una penalidad menos terrible que la de los más destacados. La posibilidad del castigo imponía pautas de mediocridad en la población.

El temor a las desgracias como contrapartida de actuaciones prominentes, mantuvo a la generalidad del pueblo griego en una chata armonía. Otra forma de Némesis contemporánea es la envidia, a veces disfrazada de tendencias igualitarias que pretenden nivelar hacia abajo para evitar odios y más bien los crean en mayor cantidad.

Dónde penetra la mente envidiosa también penetra el resentimiento y si se extiende el virus, la raíz misma de la sociedad termina podrida, la comunidad pierde su vigor, su ansia natural de triunfar y de superarse.

Puede darse también el caso del “ocultamiento”. Así como los cazadores de varias tribus primitivas escondían sus mejores presas para comérselas en la noche al abrigo del “ojo malo” de cualquier envidioso, hoy en día personas talentosas o adineradas tienen temor de mostrar sus dones intelectuales o materiales en el lugar en que viven, pues ello podría acarrearles potenciales calamidades.

He aquí la Némesis por envidia de quienes no poseen lo que ellos tienen. Diversos estudios han enfocado el tema de la envidia como verdadero escollo para el progreso social. Contemporáneamente, vemos con pena que muchas veces la emulación creadora es cegada cruelmente por la envidia de quienes, al no poder llegar a la altura de su prójimo, buscan todos los medios posibles para perjudicarlo.

Ejemplos abundan y Bolivia no escapa de tamaña anomalía. El cristianismo desterró la envidia desde el punto de vista doctrinario. La expresión del Salvador “Ama a tu prójimo como a ti mismo” es suficientemente ilustrativa.

Desgraciadamente, los seres humanos no siempre se comportan en conformidad con los preceptos evangélicos y se dejan arrastrar por la versión mundana de la vieja Némesis griega: la ponzoñosa envidia.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, <https://eldeber.com.bo/opinion/ojo-con-la-nemesis_204098>.

 

 

REGLAS DE SUPERVIVENCIA EN LA JUNGLA URBANA

Agustín Saavedra Weise*

 

Michael Korda publicó tiempo atrás un libro de exitosa repercusión: “El poder, cómo conseguirlo y cómo usarlo” (Random House, NY). En la parte final de su obra nos brinda reglas para la sobrevivencia —si no exitosa por lo menos sin mayores problemas— en la jungla urbana, nuestra morada habitual. Aquí van, vale el glosarlas y recordarlas en este pandémico 2020.

Primera regla: “Actúa prolijamente. Realiza cada acción como si fuera lo único en el mundo que importa”. No se trata de ganar sino de hacer que nuestros actos cotidianos valgan. No importa cuán pequeña sea la tarea, para nosotros tiene que ser importante.

Si vamos a intervenir en una reunión, debemos hacerlo en el momento oportuno, prepararnos para lo que queremos decir y hablar en el momento crucial en el que nuestra intervención será escuchada con atención. De lo contrario, más vale permanecer callado. Siempre será mejor no hacer ni decir nada que hacer o decir algo que no corresponde.

La segunda regla: “No reveles todo tu ser, guarda algo en reserva para que la gente nunca esté segura de si realmente te conoce”. Implica más una cuestión estratégica de permanecer un poco misterioso ante los demás, como si uno siempre fuera capaz de hacer algo sorprendente e inesperado.

Tercera regla: “Aprende a usar el tiempo, piensa en él como un amigo, no como un enemigo. No lo desperdicies buscando lo que no quieres ni necesitas”.

Michael Korda

Pocas veces usamos bien el tiempo, más bien pasamos a ser sirvientes del mítico Kronos por nuestra falta de orden. Lo que distingue a las personas poderosas es que dedican exactamente todo el tiempo que necesitan (o quieren) a lo que están haciendo; no tratan de contestar dos teléfonos a la vez, ni de comenzar una reunión y luego terminarla antes de que se haya llegado a una conclusión porque “se ha agotado el tiempo”, ni de interrumpir una conversación para comenzar otra.

Están dispuestos a llegar tarde, perder llamadas telefónicas y posponer el trabajo de hoy para mañana, si es necesario. Los eventos no los controlan, ellos controlan a los eventos. Hay que aprender de esa gente y no dejarse esclavizar por el tiempo.

Cuarta regla: “Aprende a aceptar tus errores, no seas perfeccionista en todo”. Muchas personas se ven impotentes por su necesidad de ser perfectos, como si cometer un error pudiera destruirlas. En cambio, los poderosos de verdad aceptan la necesidad de correr riesgos y de equivocarse; tampoco pierden el tiempo justificando sus errores ni tratando de transformar lo equivocado en decisiones correctas. Nada hace que uno parezca más tonto o impotente que la incapacidad de admitir un error.

Quinta y última regla: “no hagas olas, muévete suavemente, sin molestar a nadie”. Eso también tiene sentido en nuestro mundo citadino. La mitad del arte del poder radica en hacer que las cosas sucedan de la manera que queremos, así como un buen cazador permanece quieto en un lugar y atrae a la presa hacia él, en lugar de agotarse persiguiéndola. Las habilidades de un cazador no están fuera de lugar en la jungla urbana, simplemente deben aplicarse de manera diferente.

Algunos afirman que, al vivir en una sociedad de masas, lo “normal” sería el pensar que la seguridad está en seguir al rebaño y ser parte de él. Pero Korda afirma lo contrario: el ser humano —viva en una metrópoli o en una aldea— si se lo propone de verdad y vuelve a sus orígenes, no es animal de pastoreo ni bestia de rebaño; su seguridad genética e intrínseca radica en su racionalidad, en su habilidad para cazar, en su habilidad para vivir y hasta para sobrevivir en solitario, aunque se encuentre en medio de una multitud. Por tanto, será cuestión de férrea voluntad y de dominio sobre sí mismo, el poder estar siempre por encima y más allá del rebaño.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

 

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, <https://eldeber.com.bo/opinion/reglas-de-supervivencia-en-la-jungla-urbana_203101>.