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GUAYANA ESEQUIBA: FUNDAMENTEMOS (DESDE YA) EL MEMORIAL DE CONTESTACIÓN

Abraham Gómez R.*

En todo el país, a los Esequibistas nos preguntan: qué nos corresponde hacer y cuál debe ser nuestra conducta ante un hito histórico-jurídico de tanta significación y trascendencia como Nación; como el que estamos confrontando, en este instante, en la Corte Internacional de Justicia. Hay extraordinarias expectativas, que nos satisfacen.

En honor a la verdad, celebramos toda la encomiable labor de divulgación generada desde las Universidades (a pesar de las conocidas limitaciones pandémicas).

Refiero también (permítanme decirlo) que he hecho un modesto peregrinaje por varias ciudades (otras veces, intercambio de opiniones vía zoom o por las distintas plataformas) conforme nuestras posibilidades —físicas y logísticas— para sensibilizar a todos los sectores.

Nos propusimos crear conciencia ciudadana de nuestra justa pertenencia sobre ese inmenso espacio territorial; desgajado, de la totalidad de la geografía venezolana, hace más de un siglo, con vileza y mala fe.

En toda Venezuela, hoy como nunca, hemos podido diseñar y ejercitar —con las instituciones imbuidas en este caso— un discurso coincidente, que se expresa siempre en todas partes, en los mismos siguientes términos: el caso de la Guayana Esequiba nos obliga (por encima de particularismos) a conferirle un tratamiento de Política de Estado, solidaridad en los propósitos y unidad de estrategias.

Asumimos y lo estamos cumpliendo que —ante la densidad de lo que ya está discerniendo la Corte— la contención por la Guayana Esequiba rebasa las parcelas ideológicas, partidistas, sociales, confesionales, raciales o de cualquier otra índole.

Por la importancia y trascendencia de lo que reclamamos, y en estricto apego al Derecho Internacional Público, nos obligamos a “hablar el mismo idioma”. Las incoherencias en el ámbito mundial se pagan caro. No podemos diversificar intenciones o criterios en nuestra reivindicación venezolanista.

Conocido suficientemente que el asunto litigioso que mantenemos con la República Cooperativa de Guyana es una herencia que el imperio inglés le dejó a la excolonia británica.

También estamos conscientes que Guyana alcanza su independencia el 26 de mayo de 1966, y en consecuencia adquiere su condición de Estado; con lo cual asume a plenitud entidad de sujeto jurídico internacional para encarar una contención de tal naturaleza, como la que hemos sostenido por el vil atropello que se nos perpetró. Pero, Guyana nos jugó una especie de emboscada jurídica al llevar el pleito para arreglo judicial ante la Sala sentenciadora de la ONU; y lo que es peor, sin el más mínimo título traslaticio que respalde su causa petendi y/o pretensión procesal.

Hemos escuchado, en varias ocasiones quizás como alegato, que fueron los ingleses y no los guyaneses quienes nos arrebataron esa séptima parte de nuestro espacio territorial.

Por supuesto, estamos apercibidos de tal maniobra socio histórica; sin embargo, no por ello vamos a desistir de nuestro legal y legítimo reclamo; porque no es poca cosa el daño a la soberanía que nos causaron.

A solicitud de algunas personas, permítanme señalar, una vez más (por lo que explicaré más adelante) que Jurisdicción y Competencia son instituciones distintas en sus respectivas conformaciones conceptuales, estructurales y a los fines perseguidos que comporta cada una, en su especificidad.

La Competencia es una forma (una manifestación- autorización) restringida a partir de la jurisdicción, que se supone ya posee el juez, en cuanto juez.

La Competencia —dependiente de la determinación jurisdiccional— establece las reglas concretas atribuidas que deben ser observadas —stricto sensu— operativamente, por el juez, para conocer de las controversias.

Lo importante es no confundir lo específico (Competencia) por lo genérico (Jurisdicción); ni el contenido (Competencia) por el continente (Jurisdicción).

La Competencia, para los magistrados de la Corte Internacional de Justicia en el caso que nos ocupa Venezuela-Guyana, debió haberle dimanado y adquirirla mediante un tratado, convención, acuerdo, carta de entendimiento, pacto; así entonces, no siendo Venezuela suscribiente, adherente y menos ratificante del Pacto de Bogotá de 1948 “Tratado Americano de Soluciones Pacíficas”, nunca ha conferido competencia automática a la CIJ; por lo tanto, no incurre en desacato al Principio Pacta Sunt Servanda.

La Competencia puede derivar y provenir, además, como ha ocurrido en bastantes casos, de la voluntad de las Partes litigantes, que han manifestado el consentimiento de obligarse y someterse a la decisión sentenciadora del Alto Tribunal de La Haya. Venezuela no ha suscrito cláusulas compromisorias de obligarse.

Venezuela, al no reconocerle competencia a la CIJ hasta el día de hoy, no se ha hecho Parte en este juicio; pero tenemos que decidir.

Incurrimos en un error si entendemos que Venezuela al no legitimar competencialmente a la Corte Internacional de Justicia, basta tal hecho para desarticular todo su piso —funcional y objetivo— para dirimir de fondo y forma la cuestión litigiosa que ha incoado Guyana. Puede haber algo de certeza, en lo anteriormente reseñado; pero, el juicio no se paralizará por nuestra ausencia o inatribución de competencia; por cuanto, la Corte ya se arrogó —sin más— competencia y jurisdicción.

Advertencia: un juez puede tener Jurisdicción y no Competencia, pero no al contrario.

Si no posee la Jurisdicción, menos tiene la Competencia.

La Competencia de la Corte Internacional de Justicia, para el caso Venezuela-Guyana, sería deducible a partir de la potestad que legalmente nuestro país le atribuiría a ese órgano judicial por el reclamo que hemos hecho por más de cien años. Tengamos presente, asimismo, que si nos hacemos parte del Juicio abierto en La Haya, inmediatamente concedemos —de nuestra parte— competencia a la Sala Juzgadora.

¿Cuál viene a ser el trascendental dilema que encaramos?

¿Qué ha pasado, en concreto, en cuanto a la jurisdicción y competencia, y a qué atenernos?

Ya se sabe que el 18 de diciembre del año 2020 la Corte Internacional de Justicia se autoconfirió jurisdicción y competencia, en una primera etapa de sentencia preliminar que, aunque nos haya parecido “rara y sospechosa”, la hemos analizado en todas sus consideraciones y las implicaciones que de la misma se derivarán en el futuro próximo, para las Partes en la controversia.

El Alto Jurado desestimó tres peticiones  que hizo la delegación de Guyana, a través de la Acción interpuesta contra nosotros, por considerarlas de “poca monta”; pero sin embargo, admitió procesalmente el elemento más denso e importante en la pretensión: “ el carácter válido y vinculante del Laudo; el cual resuelve plena, perfecta y definitivo todos los asuntos relativos a la frontera con Venezuela” (según los términos que utiliza la contraparte en su escrito), para referirse a la sentencia tramposa y perversa, conocida en el mundo como Laudo Arbitral de París, del 03 de octubre de 1899. Una vergüenza para la doctrina y la jurisprudencia en el Derecho Internacional Público.

Preguntémonos, entonces, ¿qué hacer, de ahora en adelante, si ya conocemos que la delegación guyanesa hizo acto de personación el pasado 08 de marzo y procedió a ratificar la demanda en nuestra contra?

A riesgo de parecer tedioso, considero que —sin perder tiempo— debemos declararnos a trabajar tiempo completo, mediante la estructuración de una comisión multidisciplinaria, para la discusión, análisis, investigaciones documentales, formular la narrativa de los hechos fundamentales y verdaderos, compendiar las alegaciones de derecho, hacer las precisas consultas públicas y privadas; en fin, todo cuanto haya que diligenciar para elaborar el Memorial de Contestación de la demanda, que hay que consignar —si así lo autoriza el Jefe de Estado— en la Corte, el día 08 de marzo del 2023 ( diríamos en buen venezolano, eso es mañana mismo..! ).

Considero que es sustantiva y procedimentalmente desmontable el enjambre de mala fe sido urdido en el contenido de la acción interpuesta y ratificada — unilateralmente— por la excolonia británica.

Sin embargo, para alcanzar con satisfacción y que arroje resultados concretos, nos obligamos a trabajar duro e incansable, para hacer compacto e inatacable el mencionado Memorial de Contestación; y quedar preparados como equipo para “disparar” con la dúplica (respuesta más contundente a la posible réplica de ellos), en la debida ocasión, si se presentara el caso.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.  Miembro de la ONG “Mi mapa de Venezuela”. Miembro del Instituto de Estudios Fronterizos de Venezuela (IDEFV).  Asesor de la Fundación Venezuela Esequiba.

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PENSAMIENTO FLEXIBLE: INDISPENSABLE PARA UNA BUENA LABOR DE INTELIGENCIA (Parte 2)

Marcelo Javier de los Reyes*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 

La labor del analista de Inteligencia consiste en moldear toda la información sin evaluar, es decir los datos “crudos” pero que considera de interés en función del tema que está investigando, descubrir la información significativa y producir —o si se prefiere “crear”— inteligencia para poner sobre la mesa del decisor.

El analista debe facilitar los conocimientos que permitan reducir las incertidumbres que se presentan en los diferentes niveles en donde deberán tomarse las decisiones para enfrentar amenazas, solucionar situaciones conflictivas o anticiparse a crisis, entre un amplio abanico de contextos que pudieran presentarse. El analista considerará los escenarios que podrían derivarse de determinadas situaciones, de acciones que ejecutarían determinados actores (estatales, individuos, organismos, organizaciones del crimen organizado, etc.) o, incluso, de no tomarse decisiones ante determinadas circunstancias. En síntesis, deberá responder a preguntas como “qué ocurriría si…”, “cómo evolucionará o involucionará determinada situación”, “cuál sería el o los escenarios ante…”. De ahí que el analista debe, siempre o en la medida de sus posibilidades, adelantarse a los hechos y formular algún análisis prospectivo. En este punto es necesario aclarar que la Prospectiva es una disciplina que permite anticipar y pronosticar el futuro mediante el análisis correspondiente, con el objetivo de tomar las decisiones que permitan construir un futuro en base a nuestros intereses.

En la actualidad existe un particular interés por los analistas de Inteligencia, tanto en el ámbito del Estado como en el privado, dada la incertidumbre que caracteriza al mundo del siglo XXI. Se trata de un profesional que debe anticiparse a los riesgos y amenazas a los que se exponen los diversos actores, estatales y privados (empresas, bancos, grandes corporaciones).

Cuando se habla de análisis de inteligencia se hace referencia al proceso que permite evaluar y transformar los datos e información (“información cruda”, “información sin procesar”) en un conocimiento útil para la toma de decisión.

Cabe aquí recordar la definición de inteligencia proporcionada por Sherman Kent (1903-1986):

Es el conocimiento que nuestros hombres, civiles y militares, que ocupan cargos elevados, deben poseer para salvaguardar el bienestar nacional.[1]

De forma sintética podríamos definir inteligencia como “información procesada”. Para ello se recurre a un proceso conformado por diversas fases para el tratamiento de la información, proceso que se denomina ciclo de inteligencia, mediante el cual se obtiene información, se transforma en inteligencia y se pone a disposición del decisor o de los usuarios.

A partir de ello podemos definir análisis de inteligencia como el

Proceso mediante el cual se analiza de manera objetiva la información o una determinada situación, para luego confeccionar un informe que permita una mayor comprensión a los fines de tomar una decisión.

Este proceso de tratamiento de datos requiere de técnicas y herramientas de análisis para abordar el asunto de interés. La metodología empleada en el análisis de inteligencia es similar al método científico pero se diferencia en algunas cuestiones como el tiempo de la investigación (habitualmente acotado o que requiere un seguimiento a lo largo del tiempo), no conlleva un logro personal como podría ser en el ámbito científico y también por las temáticas a analizar, que podrían sintetizarse en general riesgos, amenazas, eventualidades u oportunidades como así también tendencias. A estos aspectos tradicionales del análisis de inteligencia, en este siglo XXI se suman otros desafíos como el de la Inteligencia Artificial y el análisis de Big Data.

En este proceso se abordan temas que se caracterizan por su incertidumbre y de los que pueden tenerse escasa información, información heterogénea, de diversas fuentes, con diferentes niveles de credibilidad, proveniente de o sobre diversos actores, etc.

Otra peculiaridad que diferencia a este análisis del científico es que será realizado en forma confidencial, por lo que no se difundirán públicamente los resultados de su investigación.

¿Quién lleva a cabo el análisis de inteligencia?

Una persona, un ser humano con todas sus subjetividades, con emociones y sentimientos que pueden influir en su objetividad, muchas veces influido por la intuición. Sin embargo, es precisamente por esto que se trata de un análisis de inteligencia, porque todo los que se realice a través de diversos medios tecnológicos (SIGINT, ELINT, RADINT, etc.) no es más que recolección de información.

El analista de inteligencia debe, en general, confrontar a un gran cúmulo de información que hace difícil su análisis. Además debe proceder a una constante actualización y contar con una gran agilidad para responder a los requerimientos de información.

Desde la organización —Estado o empresa— es fundamental que se le garantice al analista apoyo constante, una capacitación permanente, es decir, un constante crecimiento y desarrollo de sus capacidades.

Dado el crecimiento de la información digital y del empleo de profesionales expertos en tecnología de la información (TI) —ingenieros, informáticos, etc.— no resulta conveniente para la organización poner en un mismo espacio a estos profesionales con analistas de inteligencia, porque sus áreas de trabajo y sus métodos son diferentes y tenderán a desalentar a los segundos. Si bien el trabajo en equipo es esencial, debe cuidarse de no mezclar a estos profesionales.

Con respecto a la información necesaria para nutrir al analista, éste la puede recibir del área de reunión del organismo de Inteligencia y/o puede reunirla él mismo.

Con la información delante, el analista de inteligencia la evaluará, desechará la que no considere apropiada y luego la procesa con el objetivo de formular hipótesis que le permitan explicar los sucesos, las conexiones ocultas, las redes de contacto, las diversas interrelaciones entre los actores involucrados en el asunto en cuestión o entre diferentes hechos que a veces, a primera vista, no parecerían tener ligazón.

Cabe aquí agregar que algunos analistas también obran como “perfiladores”, es decir, confeccionan los perfiles de determinados individuos: datos personales, gustos, gastos, redes de contactos, vulnerabilidades, etc.

Los perfiladores estudian detalles de los individuos a través de los cuales se pueda definir primordialmente su comportamiento. Para ello recurren a la evaluación de los discursos, a la comunicación no verbal, y todo aquello que pueda brindar información acerca de la persona.

Este analista procura ir más allá “de la máscara”, leer lo que no se ve, y requiere eliminar los preconceptos, evitar la intervención de las emociones o de los egos al momento de su evaluación y agudizar sus sentidos.

Según la Dra. Judith Orloff —psiquiatra estadounidense, autora de varios libros y que estudia los vínculos entre la salud física, emocional y espiritual—, una de las técnicas requiere observar las señales del lenguaje corporal:

La investigación ha demostrado que las palabras representan solo el 7 por ciento de la forma en como nos comunicamos, mientras que nuestro lenguaje corporal (el 55 por ciento) y el tono de voz (el 30 por ciento) representan el resto. Aquí, la rendición para centrarse en dejar ir es, esforzarse demasiado por leer las señales del lenguaje corporal. No te vuelvas demasiado intenso o analítico. Mantente relajado y fluido. Siéntate cómodamente y simplemente observa.[2]

Esta observación requiere que se preste atención a la apariencia (vestimenta, formal o informal, ropa seductora; un dije como una cruz o Buda que indica valores espirituales de quien lo porta[3]), a la postura (si tiene la cabeza en alto mostrando seguridad; su forma de caminar, por ejemplo encorvado mostrando una baja autoestima; si saca pecho mostrando un gran ego); los movimientos físicos (hacia quienes se inclina o de quienes se aleja; si tiene las piernas cruzadas, posición en la que se tiende “a apuntar los dedos de los pies de la pierna superior hacia la persona con la que están más a gusto”[4]; si muestra o no sus manos, porque cuando las ocultan indicarían que están ocultando algo; si se muerde o lame los labios o recoge las cutículas, lo que sería indicativo de que está “tratando de calmarse bajo presión o en una situación incómoda”[5].

Asimismo, es importante interpretar la expresión facial, porque las emociones se reflejan en nuestras caras. Por ejemplo, “las líneas profundas del ceño sugieren preocupación o pensamiento excesivo. Las patas de gallo son las líneas de la sonrisa de la alegría. Los labios apretados indican ira, desprecio o amargura. Una mandíbula apretada y rechinar los dientes son signos de tensión”[6].

Otra técnica requiere de escuchar nuestra intuición. Esto demanda ir más allá de la lectura del lenguaje corporal y del análisis de las palabras. Como indica la Doctora Judith Orloff, “la intuición es lo que siente tu intestino, no lo que dice tu cabeza”[7]. Se trata de información no verbal que se percibe mediante imágenes y revelación, en lugar de lógica. La intuición permite ver más allá de su apariencia, de lo obvio.

¿Por qué hace referencia al intestino? Deberíamos aquí pensar por qué usamos expresiones como “siento mariposas en el estómago”, “siento un nudo en el estómago”, “se me revuelve el estómago”, y otras similares. La ciencia hoy da respuestas a esas y otras expresiones populares. Hoy se sabe que en el intestino se hallan localizados entre 100 y 200 millones de neuronas (mucho menos que en el cerebro que contiene unos 85.000 millones) y que este sistema nervioso entérico se comunica de manera estrecha con el sistema nervioso central. Por tal motivo, algunos lo denominan —quizás incorrectamente— como el “segundo cerebro”. También en nuestro intestino se encuentra el 90% de la serotonina que tenemos en nuestro cuerpo, molécula bastante neuroactiva cuyos bajos niveles en el cerebro se han asociado a estados anímicos bajos, depresión, o la adicción[8].

Según la Doctora Judith Orloff debemos escuchar lo que dice nuestro intestino, “especialmente durante las primeras reuniones, una reacción visceral que ocurre antes de tener la oportunidad de pensar”. Nos transmitirá si estamos a gusto o no, si podemos confiar en la gente[9].

Imagen: “7 trucos para leer el lenguaje corporal de las personas”. Aprende.mas, https://www.aprendemas.com/es/blog/idiomas-y-comunicacion/7-trucos-para-leer-el-lenguaje-corporal-de-las-personas-76872

Del mismo modo nos sugiere “sentir la piel de gallina”, que “son maravillosos hormigueos intuitivos que se transmiten cuando resonamos con las personas que nos mueven o inspiran o están diciendo algo que llama la atención” o cuando experimentamos un deja-vu, un reconocimiento de que hemos conocido a alguien antes, aunque nunca lo hayamos visto[10].

Asimismo nos sugiere prestar atención a los destellos de perspicacia y a la empatía intuitiva, “sentir los síntomas físicos y las emociones de las personas” en nuestro cuerpo, “lo cual es una forma intensa de empatía”.

Una tercera técnica es sentir la energía emocional. Destaca que “las emociones son una expresión impresionante de nuestra energía”, la cual emitimos generando un “ambiente” que es registrado con la intuición. Esta energía —invisible— nos hace estar cerca o lejos de determinadas personas; hay ciertas personas que nos consumen nuestra propia energía.

Esto es claramente comprendido en la medicina tradicional china que habla de un tipo de energía, llamado qi (pronunciase “chi”) que fluye por el cuerpo a través de unas vías llamadas meridianos.

Existen ciertas estrategias para leer la energía emocional, como sentir la presencia de la gente (sentir la energía que emiten las personas, no necesariamente congruente con las palabras o el comportamiento; si la persona nos atrae o tiene mala vibración); mirar los ojos de las personas porque transmiten una energía poderosa (al igual que el cerebro, transmiten una señal electromagnética que se extiende más allá del cuerpo); observar la sensación de un apretón de manos, un abrazo y un tacto; escuchar el tono de la voz y la risa, pues indican mucho sobre nuestras emociones. Cabe destacar que las frecuencias de sonido crean vibraciones, por lo que debemos observar cómo nos afecta, por ejemplo, un tono de voz[11].

El analista de inteligencia en este avanzado siglo XXI debe hacer el trabajo que ya hacía un analista pero debe ampliar su horizonte, debe ser capaz de identificar las emociones, las que también juegan un rol importante en las relaciones interpersonales y en la toma de decisiones.

Las neurociencias nos dicen hoy que el ser humano no es un ser racional sino que es un ser emocional que razona. La inteligencia es un área en la que convergen diversas disciplinas y la complejidad del mundo actual lleva a que el analista de inteligencia incorpore nuevos conocimientos y, en este sentido, el incorporar conocimientos provenientes de la inteligencia emocional y de las neurociencias potenciará su labor, tanto en el ámbito privado como en el del Estado.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia en la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional, Universidad Nacional de La Plata. Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Referencias

[1] Sherman Kent. Inteligencia estratégica. Buenos Aires: Pleamar, 1967, p. 9.

[2] Judith Orloff M.D. “Tres técnicas para leer a las personas El arte de leer a las personas para destapar tus supersentidos”. Psichology Today, 29/06/2020, https://www.psychologytoday.com/es/blog/tres-tecnicas-para-leer-a-las-personas, [consulta: 12/11/2021].

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] “El intestino no es nuestro segundo cerebro”. Cuaderno de Cultura Científica, 09/12/2016, https://culturacientifica.com/2016/12/09/intestino-no-segundo-cerebro/, [consulta: 12/11/2021].

[9] Judith Orloff M.D. Op. cit.

[10] Ídem.

[11] Ídem.

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PENSAMIENTO FLEXIBLE: INDISPENSABLE PARA UNA BUENA LABOR DE INTELIGENCIA

Marcelo Javier de los Reyes*

Imagen de John Hain en Pixabay 

Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer o escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender.

Alvin Toffler

Estadounidense, 1928- 2016.

 

Un analista de Inteligencia puede realizar su labor empleando las denominadas Técnicas Estructuradas de Análisis o mediante un proceso que podríamos designar como Pensamiento Flexible.

No sería correcto, por lo que podrá observarse más adelante, “forzar” al analista a emplear un determinado método, sea estructurado o flexible, ya que cada analista debe elegir el procedimiento que le parezca más apropiado. Lo cierto es que hay tantos procederes para hacer análisis de Inteligencia como analistas hay.

En buena medida, el método escogido por el analista está en relación con su formación académica, su entorno socio-cultural —incluso religioso—, sus emociones y muchos otros factores que influyen en su personalidad.

En una ocasión, un alto oficial militar apasionado por las técnicas estructuradas me pregunto por el método que yo empleaba en Análisis de Inteligencia, a lo que mordazmente le respondí que era “anarcometodológico”. Inmediatamente pude observar una sonrisa nerviosa en su rostro.

El filósofo francés René Descartes dijo:

Mejor que buscar la verdad sin método es no pensar nunca en ella, porque los estudios desordenados y las meditaciones oscuras turban las luces naturales de la razón y ciegan la inteligencia.

Claro está que Descartes era un racionalista y por eso menciona a las “luces naturales de la razón”, pero no sólo la razón actúa al momento de buscar la verdad o el conocimiento, y quizás menos si buscamos la Verdad.

Quizás valga aquí citar aquella reflexión del filósofo alemán Martín Heidegger acerca de las limitaciones y potencialidades del pensamiento racional:

No se puede probar nada en el reino del pensamiento; pero el pensamiento puede explicar muchas cosas.

En realidad, al tener una formación académica humanística mi metodología de análisis finca en el de las Ciencias Sociales o, más precisamente, en el método histórico sui generis aplicado a la Inteligencia.

A los efectos de poner blanco sobre negro, cabe señalar que la indagación histórica se inicia cuando se procura comprender algún hecho, proceso o circunstancias del pasado, y en este punto es fundamental señalar que la materia de estudio de la Historia es sumamente complicada y demanda elaboraciones muy complejas. De ahí que en los más importantes servicios de Inteligencia se considere la incorporación de graduados en Historia como analistas. Es que el profesional de la Historia debe reunir numerosos documentos, testimonios y demás fuentes que le proporcionen información acerca del hecho o proceso histórico que está investigando y, luego, procede a seleccionar los que le sean más pertinentes para llegar a cerrar su indagación histórica. Es decir que evaluará sus fuentes, las examinará minuciosamente, verificará su autenticidad y solo se quedará con aquellas que le permitan avanzar en su investigación. Precisamente, el analista de Inteligencia procede del mismo modo pero teniendo en cuenta que está abordando una problemática que le es contemporánea y que, en la medida de lo posible, cerrará su investigación con unas líneas prospectivas o con la confección de algunos escenarios.

En unos viejos apuntes sobre Análisis de Inteligencia recuerdo haber leído la idea de que la realidad es como una madeja enmarañada de hilos y que, con infinita paciencia, el analista selecciona un hilo de esa madeja. De esa manera comienza a observar un nexo causal entre sus partes, que le permite llegar alcanzar la verdad pero nunca la verdad con mayúscula.

Cabe señalar, y esto es importante para la esta faena, que los primeros historiadores, a partir de Heródoto de Halicarnaso (c. 480 – 430 a.C.) —a quien se considera el padre de la Historia—, resolvieron sus inquietudes apelando al criterio personal y a sus propios recursos personales. En este sentido, debe destacarse que esos procedimientos eran prácticamente intuitivos. Por tanto, acá tenemos un adjetivo que proviene de la intuición, una habilidad que el analista de inteligencia no debe desdeñar. El tiempo y el perfeccionamiento de la ciencia histórica han llevado a la sistematización en la investigación.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, entre las acepciones de método —del latín methŏdus, y este del griego. μθοδος métodos, “camino”, “procedimiento”, “método”encontramos dos que son pertinentes para nuestro propósito: modo de decir o hacer con orden; modo de obrar o proceder, hábito o costumbre que cada uno tiene y observa; procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla. Entre estas acepciones hay algunas pautas que debemos destacar; una es el “orden”, pues toda investigación debe tener un orden o, al menos, ser presentada siguiendo un orden lógico; otra es la que se refiere a la “observación”, ya que el analista de Inteligencia está frente a un hecho, situación o fenómeno que debe investigar y sobre el cual se le presentan una serie de inquietudes o preguntas a las que debe dar respuesta. Una tercera pauta sería la del hábito o costumbre que cada uno tiene y observa, es decir, la manera personal de observar. Con esto se vuelve a lo indicado ut supra, acerca de que hay tantos métodos como analistas hay. Finalmente, el cuarto patrón que nos dan las acepciones es el que se refiere como procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla. Este punto es relevante porque la Inteligencia pertenece al campo de las Ciencias Sociales y el analista de Inteligencia procura hallar la verdad y no enseñarla pero si difundirla a quien debe tomar la decisión. Aquí es relevante destacar uno de los puntos del Decálogo del Personal de Inteligencia: Proporcionar la información obtenida y la inteligencia efectuada solo a quien la necesita.

La reunión de información (datos “crudos” o “información en bruto”), su evaluación, procesamiento y análisis permiten la producción de inteligencia, la cual es necesaria para la elaboración y ejecución de planes, políticas, operaciones y estrategias, conforme al nivel que ha hecho el requerimiento, ya sea táctico, operacional o estratégico.

Es importante destacar que las operaciones de Inteligencia deben ser flexibles, pues se basan en la razón y el buen juicio y los agentes de Inteligencia deben ser capaces de dar respuesta a requerimientos variables. Tanto la planificación de las operaciones de Inteligencia como el análisis requieren de imaginación y de creatividad para planear y ejecutar las operaciones como para dar respuesta a las demandas de los usuarios.

Mi cognición está íntimamente vinculada a mi dotación genética, a mi herencia cultural, a mi entorno sociocultural y económico, a mis emociones y a otros factores como mi teléfono inteligente, mi acceso a internet, etc., etc.

En lo que a mí respecta, quizás me haya motivado a escribir este texto por aquello que ha expresado el Dr. Daniel Goleman: “La gente tiende a tener más inteligencia emocional a medida que envejece y madura”.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia en la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional, Universidad Nacional de La Plata. Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019. 

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