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VISIONES GEOPOLÍTICAS CONTRAPUESTAS. UN SIGLO DE PÉRDIDA DE INICIATIVA EUROPEA. (SEGUNDA PARTE)

Marcelo Javier de los Reyes*

El 1º de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia dando inicio a la Segunda Guerra Mundial. 1944, escombros del Castillo Real de Varsovia. Foto: El Castillo Real de Varsovia, Arx Regia Casa Editorial del Castillo Real en Varsovia, 1997.

El Castillo Real de Varsovia fue reconstruido entre los años 1971 y 1984 conforme a la voluntad de la nación polaca. Foto: El Castillo Real de Varsovia, Arx Regia Casa Editorial del Castillo Real en Varsovia, 1997.
De la Segunda Guerra Mundial a la Guerra Fría

Durante el período de entreguerras, se combinaron una serie de factores políticos, ideológicos, económicos y sociales que fueron creando un clima de tensión que, finalmente, desembocó en una nueva guerra de alcance global.

La puja entre el fascismo, el comunismo y el liberalismo estuvo marcada por los espacios de poder. La humillación de Alemania por parte de Francia mediante la firma del Tratado de Versalles en 1919 —en venganza por la derrota en la guerra franco-prusiana de 1870-1871— y el incumplimiento de lo pactado por las potencias occidentales con Italia, fueron algunos de los tantos motivos que llevaron a la guerra que comenzó el 1º de septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de las tropas de la Alemania nazi.

El desarrollo de los acontecimientos fue llevando a que cada vez más naciones se involucraran en la guerra, a partir del respaldo retórico que los gobiernos de Francia y el Reino Unido le brindaron a Polonia. Las “democracias occidentales” parecían no haber querido tomar conocimiento de que unos pocos días antes Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania nazi, fue recibido en el aeropuerto de Moscú “engalanado de esvásticas y una banda de música que lo recibió al son de Deutschland, Deutschland über Alles[1]. Esas esvásticas que adornaban de extremo a extremo el aeropuerto eran utilizados en los filmes soviéticos antinazis y luego fueron llevados a la antigua Legación austríaca, donde se alojaría la comitiva alemana[2].

El 23 de agosto de 1939, Ribbentrop y su par soviético, Viacheslav Mólotov, firmaron el Pacto Germano-Soviético en presencia de Stalin, que consistía en un acuerdo para estrechar los vínculos de amistad y de cooperación política y comercial pero que contenía un protocolo secreto por el cual se repartían “el noroeste de Europa en dos esferas de influencia y concedía a ambos signatarios vía libre para devorar a sus vecinos más inconvenientes (de acuerdo a sus intereses defensivos)”[3].

23 de agosto de 1939. De derecha a izquierda: Joachim von Ribbentrop, Viacheslav Mólotov y Iósif Stalin.

Antes de esto, Stalin ya había procedido a una gran purga a través del “Gran Terror”, que ocasionó la muerte de millones de ciudadanos soviéticos, incluyendo a la mitad de los altos oficiales del Ejército Rojo, los que fueron asesinados o enviados a los gulags entre 1938 y 1939.

El 17 de septiembre de 1939, pocos días después de la invasión alemana, la Unión Soviética inició la propia en la zona polaca que se había repartido previamente con los nazis. El 22 de septiembre alemanes y soviéticos se encontraban en la localidad polaca Brześć Litewski (hoy Brest-Litovsk, en la actual Belarús), donde ese día las tropas de ambos bandos hicieron un desfile conjunto para celebrar su victoria.

El 30 de noviembre la Unión Soviética, sin previa declaración de guerra, invadió Finlandia. Luego de tres meses y medio de combate y de una fuerte resistencia por parte de unas fuerzas finesas en inferioridad de condiciones, el 12 de marzo de 1940 fue firmado el Tratado de paz de Moscú por el que Finlandia traspasó partes de su territorio a la Unión Soviética pero logró conservar su independencia.

Con su Lebensraum Hitler nuevamente se dirigió hacia el este. El 22 de junio de 1941 Alemania dio inicio a la “Operación Barbarroja”, nombre en clave dado por Adolf Hitler al plan de invasión a la Unión Soviética, que habría dado lugar al mayor exceso de violencia de la historia bélica moderna. Lo que pareció una exitosa operación relámpago terminó en una larga y cruenta confrontación para ambos países. Los alemanes no pudieron llegar a Moscú y los soviéticos comenzaron su camino hacia Berlín.

Las democracias occidentales se mantuvieron en silencio cuando la Unión Soviética invadió Polonia, pues no deseaban confrontar con Stalin, el asesino de masas que luego sería uno de los aliados.

Con respecto al escenario del Asia-Pacífico, cabe recordar que en mayo de 1941, debido a la apropiación de combustible estadounidense en Hai Phong, actual Vietnam, el gobierno estadounidense frenó las exportaciones de materias primas de Filipinas a Japón para que obstaculizar su avance en China. Como respuesta a la ocupación japonesa de la Indochina francesa, el presidente Franklin D. Roosevelt “en forma creciente presionó diplomática y económicamente al Japón, hasta llegar a una prolongada crisis que culminó a partir del 25 de julio de 1941, cuando Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda suspendieron su comercio con Japón y sometieron a este país a un cerco económico casi completo”[4]. Los tres países también procedieron a congelar los bienes japoneses y suspendieron todo intercambio comercial con el Imperio japonés. Del mismo modo, en Terranova, en agosto de 1941, se comprometió mutuamente con el primer ministro del Reino Unido “a prestarse ayuda recíproca en el caso de que Estados Unidos, Gran Bretaña o un tercer país que aún no estuviese en guerra, fuese atacado por Japón en el Pacífico”[5].

El presidente Roosevelt asimismo había establecido un embargo de las exportaciones de petróleo.

Se puede afirmar que el ataque a Pearl Harbor, a todas luces no fue una “sorpresa estratégica”. El capitán de navío Mitsuo Fuchida, quien condujo el ataque a Pearl Harbor, afirmó que luego de analizar la propuesta de Estados Unidos del 26 de noviembre de 1941 —entregada por el Secretario de Estado Cordell Hull a los representantes del Imperio japonés en Washington y redactada en duros términos—, el gobierno y el Alto Mando de Japón llegaron a la conclusión “de que la propuesta era un ultimátum tendiente a subyugar al Japón y hacer inevitable la guerra”[6]. La fuerza de tareas japonesa ya estaba rumbo hacia Pearl Harbor y el ataque quedaba supeditado a la mencionada propuesta estadounidense pero el gobierno japonés había decidido continuar con los esfuerzos de paz “hasta el último momento”[7]. Otro dato de interés que proporciona el capitán Fushida es que la decisión de atacar un domingo obedecía a que tenían información de que “la Flota de los Estados Unidos volvía a Pearl Harbor los fines de semana después de los períodos de instrucción en el mar”[8]. Luego agrega que informes de inteligencia sobre las actividades de la Flota del Pacífico retransmitidas desde Tokio, informaban que el día 5 de diciembre el USS Lexington había dejado el puerto y que se estimaba que el USS Enterprise también estaba operando en el mar[9]. Ambas naves eran los portaviones estadounidenses, las dos naves más importantes en Pearl Harbor, las cuales habrían sido sacadas a alta mar debido al conocimiento del ataque japonés.

PEARL HARBOR. POSICIÓN APROXIMADA DE BUQUES DE ESTADOS UNIDOS.
ACORAZADOS 8
CRUCEROS 9
DESTRUCTORES 20
SUBMARINOS 5
BUQUE HOSPITAL 1
más buques de abastecimiento y taller, cañoneros, petroleros, remolcadores, etc. En total 86 buques de combate y de servicio, sin contar embarcaciones menores y buques auxiliares.
Los acorazados llevan nombres de Estados: Arizona, Nevada, Tennesse, Maryland, Oklahoma, West-Virginia, California y Pensylvania (en dique seco).
Los cruceros llevan nombres de ciudades: Raleigh, Honolulu, Helena, St. Louis.
Vestal –buque taller–, Oglala –minador–, Neosho (petrolero), Shaw (destructor, estaba en dique seco flotante nº 2), Downes y Cassin (destructores, estaban en un dique seco junto al acorazado Pensylvania), Curtiss (buque madre para hidroaviones), Utah (acorazado radiado, servía como blanco).
Fuente: Robert A. Theobald. El secreto final de Pearl Harbor

El mayor testimonio de que el ataque japonés no fue una “sorpresa estratégica” es el libro del contraalmirante estadounidense Robert A. Theobald, titulado The final secret of Pearl Harbor. The Washington contribution to the Japanese attack, publicado en abril de 1954[10]. En su libro el contraalmirante Theobald acusó a la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt de no alertar a los comandantes de Pearl Harbor —ocultando la información de inteligencia— sobre el ataque con la intención de llevar a los Estados Unidos a la guerra. En el prólogo de su libro, el contraalmirante Husband E. Kimmel —comandante de la Flota del Pacífico y comandante en Jefe de la Base Naval de Pearl Harbor, quien fue destituido de su cargo y degradado—, expresa:

Los estudios realizados por el Contraalmirante Theobald lo han llevado a la conclusión que estuvimos desprevenidos en Pearl Harbor debido a que los planes del Presidente Roosevelt requerían que no se enviara aviso alguno que alertara la Flota del Pacífico.[11]

De ese modo, los Estados Unidos, país que tuvo varios empresarios y empresas que apoyaron al gobierno de Hitler durante el período de entreguerras, como Henry Ford —condecorado en 1938 con la Gran Cruz del Águila por parte de Alemania—, Prescott Bush (padre y abuelo de los presidentes estadounidenses), IBM, General Motors —que había adquirido la empresa Opel—, entre otros, presionaron a Japón procurando el pretexto para ingresar a la guerra. El 8 de diciembre de 1941, el Congreso de los Estados Unidos declaró la guerra al Imperio de Japón y el día 11 a Alemania, inmediatamente después que lo hubiera hecho el gobierno de Berlín.

Un hecho más, entre los tantos que se podrían destacar, es que en plena guerra, en 1943, el presidente “Roosevelt declaró que Arabia Saudí era ‘vital para la defensa de los Estados Unidos’, y el reino saudí se pudo beneficiar de generosos préstamos, a la vez que declaraba la guerra al Eje”[12]. En 1944 se formó ARAMCO, la Arabian American Oil Company, como subsidiaria de la Standard Oil de California, SOCAL, que ya en 1933 había firmado un acuerdo con el monarca saudí para realizar prospecciones petrolíferas en su territorio[13]. Los intereses en función de la geopolítica del petróleo implementada por el Reino Unido y los Estados Unidos se fueron afianzando. Arabia Saudí ingresaría en 1945 como miembro pleno cuando, al año siguiente, se creara la Organización de las Naciones Unidas.

Hacia el final del conflicto, cuando las fuerzas del Eje (Alemania, Italia y Japón) fueron derrotadas, la Polonia que las “democracias occidentales” pretendieron salvar de la Alemania nazi —y la excusa por la cual ingresaron a la guerra tras sostener durante años la “política de apaciguamiento”— fue entregada sin más a la Unión Soviética… al igual que Europa Central y Oriental. La guerra terminó pero las ilusiones de “democracia” y de “libertad” no se concretaron para las poblaciones de esos países. Las democracias occidentales redujeron la extensión de la “Europa libre” con su alianza con el asesino de masas Stalin, lo que no exime a Hitler de sus pecados pero hay que tener en cuenta que los de las potencias occidentales no fueron menores.

Nuevos organismos internacionales, como las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la FAO, organización dedicada a la alimentación y la agricultura, fueron creados a partir de esta guerra, los cuales se convirtieron en actores protagonistas en el decurso mundial desde 1945.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa perdió aún mayor poder de iniciativa en el contexto internacional. Para levantarse de sus ruinas debió contar con el apoyo económico de los Estados Unidos mediante el Plan Marshall. De este modo, la gran potencia del norte aparecía como la que —junto al maltrecho Imperio británico— había derrotado “al mal”. Sin embargo, era natural que media Europa quedara en manos de la que llevó el mayor esfuerzo de guerra, la Unión Soviética, que con su poder terrestre y con 27 millones de muertos llegó a Berlín antes que las fuerzas británicas y estadounidenses. A decir verdad, el peso de la guerra en víctimas humanas recayó sobre Alemania y la Unión Soviética.

De este modo, Europa Occidental quedó sujeta al “nuevo orden europeo” impuesto desde Washington pero creado durante la guerra a través de los acuerdos celebrados por los “Tres Grandes” (Roosevelt, Churchill y Stalin) en las conferencias en las que, finalmente, se dividieron las zonas de influencia. Como resultado de ello, Alemania fue dividida en dos, dando luego lugar a la República Federal Alemana (RFA) y a la República Democrática Alemana (RDA), y la ciudad de Berlín también fue sujeta a una partición.

La alianza se quebró, como era natural y como lo había previsto Churchill, y prontamente se inició el conflicto que pasó a la historia como Guerra Fría. El mundo quedó a merced de dos bloques: el capitalista, liderado por Washington, y el comunista, liderado por Moscú. Ambas fuerzas intentaron imponer sus voluntades sobre el resto del mundo y con motivo de ese forcejeo las viejas potencias coloniales europeas debieron aceptar el proceso de descolonización para dar nacimiento a nuevos países.

En el marco de este nuevo conflicto y siguiendo la promesa hecha a través de la Declaración de Balfour, en 1947 se aprobó el Plan de la ONU para la partición de Palestina, mediante una resolución que contemplaba la formación de dos Estados —Israel y Palestina— sobre el mandato británico. Esta partición fue rechazada por los países árabes y por la dirigencia palestina que le declararon la guerra al nuevo Estado judío, dando origen a la guerra árabe-israelí de 1948, que finalizó con la victoria de Israel, que logró ampliar militarmente su territorio más allá del plan original de la ONU.

En el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos impulsó la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), fundada por doce países, signatarios del Tratado de Washington: Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Dinamarca, Francia, Países Bajos, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, el Reino Unido y Portugal. Posteriormente se incorporaron Grecia y Turquía, en 1952; la República Federal de Alemania, en 1955 y en la actualidad está integrada por 29 países[14].


Washington, 4 de abril de 1949. Firma del Tratado del Atlántico Norte.

Como contrapartida, en 1955, los países del bloque socialista crearon el Pacto de Varsovia, su propia organización militar para enfrentar los desafíos del bloque occidental.

A pesar de ser el aliado más confiable de Washington, el Reino Unido también encontró sus limitaciones. Ejemplo de ello fue la crisis del Canal de Suez, cuando el presidente de Egipto Gamal Abdel Nasser —quien derrocó al rey Faruq I mediante un golpe de Estado, proclamó la república y estableció el “nacionalismo socialista árabe”— procedió a nacionalizar el canal en detrimento de los intereses británicos y franceses. Nasser había fortalecido sus fuerzas armadas con material proveniente de los países socialistas, en particular, Checoslovaquia, y su gobierno reconoció a la República Popular China.

El Reino Unido, Francia e Israel formaron una alianza en contra de Egipto, país que contó con el respaldo de los países árabes. El triunfo militar de estos aliados fue acompañado de una gran decepción cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética, diplomáticamente, le impusieron a Francia, el Reino Unido e Israel retirar sus ejércitos. Por su parte, Egipto debía detener el envío de armamento a las guerrillas que luchaban contra Israel. Las Naciones Unidas desplegaron un cuerpo especial (UNEF) en la península del Sinaí, para mantener aisladas las fuerzas israelíes y egipcias.

Un segundo caso fue el visto bueno que los Estados Unidos le dieron al Reino Unido para llevar adelante su campaña al Conflicto del Atlántico Sur, para lo cual le cedieron la base aeronaval de la isla Ascensión y se arbitraron las medidas para reemplazar en Europa las operaciones británicas en el marco de la OTAN.

Nuevos organismos fueron abroquelando a los países europeos. En París, en abril de 1951 fue creada la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), por parte de los países del BENELUX (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo), Alemania, Francia e Italia, cuyo tratado entró en vigor en 1952 y es la base sobre el que se firmó el Tratado de Roma, en 1957, que fue el origen de la Comunidad Económica Europea, a la que progresivamente se fueron incorporando otros países y que en noviembre de 1993 pasó a ser la actual Unión Europea. Desde la CECA las instituciones sucesoras fueron incrementando el poder supranacional en detrimento de las decisiones de los gobiernos de los países miembro. En este punto cabe citar a Hans-Peter Martin y Harald Schumann:

El que este proceso haya avanzado tanto, a pesar de todos los retrocesos, se lo debe Europa en gran medida al canciller federal alemán en el cargo desde 1982. El mayor logro de Helmut Kohl no es la realización de la unidad alemana, sino su inconmovible insistencia en la europeización de la política nacional. Kohl solo demostró lo en serio que se tomaba esto en diciembre de 1991, cuando redactó en la neerlandesa Masstricht los párrafos del Tratado que debía convertir en una Unión la vieja Comunidad Europea. Contra la masiva resistencia del Bundesbank, de su propio partido y de gran parte de la élite conservadora, puso entonces, en alianza con Francia, el viejo sueño de la moneda común en el orden del día europeo. Con seguro instinto de poder, Kohl y su entonces interlocutor François Mitterand advirtieron la importancia de este paso mucho antes que sus electores e incluso que la mayoría de sus asesores: El dinero común podía ser la clave de la unificación política del continente y abrir paso a la liberación del dominio americano. Porque la unión monetaria, aunque no entre en vigor hasta el año 2001, dará a Europa la posibilidad de recuperar una parte importante de soberanía estatal en el ámbito de la política monetaria, financiera y tributaria. Entonces los tipos de interés y de cambio europeo dependerán mucho menos que hoy del mercado norteamericano.[15]

Sin embargo, la comunidad europea ya desde 1973 tenía el “Caballo de Troya” dentro de sí: el Reino Unido. En noviembre de 1962, el presidente francés, Charles de Gaulle recibió al primer ministro británico, Harold Macmillan —con la intención de obtener la aprobación de De Gaulle para que su país pudiera ingresar a la CEE—, durante su retiro de verano en el castillo de Rambouillet, a las afueras de París. De Gaulle le expresó que si quería unirse a Europa debía abandonar su “relación especial” con los Estados Unidos. En 1963, el general francés declaró “que Francia abriga dudas sobre la voluntad política del Reino Unido de ingresar en la Comunidad”, con lo cual se suspendieron las negociaciones de adhesión de todos los países candidatos[16]. De Gaulle se manifestó en contra del ingreso británico en una conferencia de prensa celebrada el 14 de enero de 1963. El 27 de noviembre de 1967 volvió a negarse en otra conferencia de prensa.

El presidente francés, general Charles de Gaulle, diciembre de 1962. Fotografía: AFP / Getty Images

Como había previsto sagazmente el general De Gaulle, el Reino Unido jugaría para sí y para los Estados Unidos. Tras lograr ingresar a la CEE y continuar dentro de su sucesora la Unión Europea, gozó de beneficios especiales, como no adherir al Tratado de Schengen (1985) ni adoptar el euro, cuya entrada en vigor fue en 2002.

La implosión soviética y la supuesta “postguerra fría”

Antes de abordar la implosión soviética es justo recordar algunos antecedentes que llevan a la comprensión del radicalismo islámico para lo cual es necesario referirse escuetamente a la guerra en Afganistán, en donde se había producido el “Gran Juego” entre británicos y rusos en el siglo XIX. Este “nuevo juego” se produce durante el gobierno iraní de Mehdi Bazargan, quien lo encabezó de forma interina tras la Revolución Islámica, gobierno con el que Estados Unidos mantenía contactos.

Además del triunfo de la mencionada revolución en 1979, el 4 de noviembre se llevó a cabo el asalto de la embajada de los Estados Unidos y el secuestro de los diplomáticos. A finales del mes de diciembre el Ejército Rojo ingresó a Afganistán.

Arabia Saudí y las monarquías del golfo, wahabitas y sunitas, no estaban dispuestos a perder el control religioso en favor de los chiítas iraníes por lo que se aliaron a los muyahidín afganos, que solo contaban con algunas facciones de filiación wahabita y con los partidarios de la yihad armada[17]. En el noroeste de Pakistán, en torno a Peshawar, en donde existían bases y campos de entrenamiento, había tres millones de refugiados, “el caldo de cultivo para el islámico internacional”[18]. Con financiamiento saudí, armamento estadounidense, tráfico de heroína y colaboración de los servicios de inteligencia paquistaní y estadounidense, el ISI (Inter-Services Intelligence) y la CIA, además del componente religioso de las grandes organizaciones paquistaníes, principalmente Jami’at-e islami fundada por Abul Ala Mawdadi (Aurangabad, India, 1903 – Búfalo, Estados Unidos, 1979), periodista y teólogo musulmán fundamentalista que desempeñó un papel importante en la política paquistaní y la red de madrasas deobandis[19].

Este movimiento, apadrinado por los Estados Unidos, Arabia Saudí, los Estados del Golfo y Pakistán, desempeñó un papel clave en la derrota que sufrieron las tropas soviéticas en 1989 y que llevó a la evacuación del país. Pero allí también está el semillero que dio origen al terrorismo de sesgo islámico.

En abril de 1992 Kabul y Afganistán cayeron en manos de los muyahidín. En 1994 aparecieron los talibán, quienes durante ese año se apoderaron de Kandahar y de las provincias meridionales de Lashkargah y Helmand. Los talibán gobernaron la casi totalidad de Afganistán entre 1996 y 2001 y la empresa petrolera argentina Bridas de Carlos Bulgheroni obtuvo un contrato para la construcción de un gasoducto de 1.492 kilómetros desde Turkmenistán hasta Pakistán con el visto bueno de los talibán. Bien pronto, con el avance de los Estados Unidos en el espacio postsoviético, la empresa argentina fue perdiendo todos sus negocios en favor de las estadounidenses, principalmente con Unocal[20].

Estos datos son relevantes para comprender los motivos que fueron llevando a la implosión soviética y a la expansión de los Estados Unidos en el espacio postsoviético. La globalización propuesta por Washington estaba en marcha en un esquema que los propios estadounidenses y algunos analistas internacionales consideraron como “unipolar”.

Hans-Peter Martin y Harald Schumann proporcionan una definición de lo que se debe entender por globalización:

La globalización, entendida como la liberación de las fuerzas del mercado mundial y la pérdida de poder económico de los Estados, es para la mayoría de las naciones un proceso impuesto, al que no pueden sustraerse. Para América, era y es un proceso que su élite política y económica ha puesto en marcha y mantiene voluntariamente. Sólo Estados Unidos pudo mover al Gobierno de Japón a abrir el mercado interior japonés a las importaciones. Sólo el Gobierno de Washington puede obligar al régimen chino a cerrar 30 fábricas de video y CD, que ganaban miles de millones con el robo de derechos de propiedad intelectual y la piratería de productos. Por último, sólo el Gobierno Clinton pudo arrancar a los rusos el consentimiento a la intervención militar en Bosnia, que puso fin a la carnicería en los Balcanes. El crédito de diez mil millones de dólares del FMI, concedido justo a tiempo para la campaña electoral de Boris Yeltsin, fue la recompensa, en el verano de 1996.[21]

Rusia se había debilitado. La crisis económica produjo la escasez de productos básicos y la oxidación del material de guerra.

El profesor Daniel Añorve Añorve, en un artículo de su autoría, cita un trabajo de Ana Teresa Gutiérrez del Cid, titulado Fénix de Oriente, en el que “ilustra el período de confrontación entre algunos magnates, que o bien actuaban al margen de la ley o actuaban dentro de ésta, pero sirviendo a intereses extranjeros por un lado, y a un grupo de hombres de Estado, nacionalista y relativamente conservador, los siloviki, aliados centrales de Vladimir Putin”[22]. Efectivamente, con la asunción de Vladimir Putin al gobierno de la Federación de Rusia en 1999 comenzó a revertirse el estado de anarquía que imperaba en el país y a recuperar no solo la economía sino también sus fuerzas armadas.

Sólo poco tiempo después de la llegada de Putin al poder, se produjeron los atentados del 11-S de los que se responsabilizó a varios ciudadanos saudíes. Respecto de este ataque ya se ha hablado y se ha escrito mucho pero le otorgó un rol protagónico al terrorismo de sesgo islámico, cuya principal organización era Al-Qaeda, la que tuvo sus orígenes a fines de la década de 1980, como ya se explicó ut supra, en los muyahidín que enfrentaban la ocupación soviética en Afganistán. Su líder, Osama Bin Laden habría abandonado Afganistán en 1989, para retornar en 1996 con el objetivo de dirigir los campos de entrenamiento y proceder al ataque los militares y civiles estadounidenses. Se le atribuyeron los atentados del 7 de agosto de 1998 de las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia en África.

Lo que resultó más insólito es que los atacantes eran saudíes pero el gobierno estadounidense decidió llevar la guerra a Afganistán.

La política exterior y de defensa estadounidense dio un giro geopolítico y puso la mira en Medio Oriente y Asia Central, procurando arrastrar a los países europeos en su guerra. Alemania y Francia fijaron su posición respecto a estos cambios y tomaron una actitud más dura en oportunidad de la invasión a Iraq en 2003 bajo el pretexto de las armas de destrucción masiva… que finalmente no se encontraron. Algunos países europeos acompañaron la campaña estadounidense, Reino Unido y España, además de algunos que antes integraban el espacio soviético.

En un artículo escrito por el coronel de artillería español José Luis Pontijas Calderón, pone en evidencia ese cambio de la política estadounidense y su alejamiento con respecto a sus aliados europeos. Del mismo modo, también menciona como el Reino Unido frenó numerosas iniciativas europeas, en favor de los Estados Unidos y en función de los cambios geopolíticos que implementaron los diferentes gobiernos estadounidenses en las últimas décadas. Para ello analiza la política exterior de Washington, los cambios mencionados y la actitud de los gobierno británicos[23] [24]. Pontijas Calderón, respecto del Reino Unido, expresa:

Sus objetivos principales del período post-Guerra Fría fueron:

      • Mantener el vínculo transatlántico con EE. UU., garante de sus dos ejes geoestratégicos tradicionales.
      • Impulsar y contribuir a la expansión geopolítica global occidental.

Para ello, Londres estuvo a la vanguardia de la expansión de la OTAN y de la UE hacia el Este, así como cooperó militar y diplomáticamente con los esfuerzos estadounidenses en Irak, Afganistán y otros teatros. También promovió numerosas iniciativas de cooperación en el seno de la Alianza (Partenariado por la Paz, Diálogo Euro-Mediterráneo, etc.) y abogó por la expansión de esta como gestor de crisis en el ámbito global durante la cumbre de Washington de 1999.

Por otro lado, para neutralizar cualquier intento de desarrollar una capacidad europea de defensa autónoma, Londres promovió el desarrollo de la Identidad de Defensa y Seguridad Europea (EDI, por sus siglas en inglés). La idea era fortalecer la vos de los europeos en el seno de la Alianza, a la vez que ofrecía una forma de planear y conducir operaciones de la Unión Europea Occidental (UEO) a través de los acuerdos “Berlín +” OTAN-UEO.[25]

El Reino Unido cumplió su misión tal como lo había previsto Charles De Gaulle y dado el distanciamiento de los Estados Unidos de Europa —en el marco de un nuevo período global en el que el gobierno estadounidense ya no puede pedirle a China que cierre sus fábricas de video y CD, ni torcer la política de la Federación de Rusia a cambio de un crédito del FMI— en 2016, el gobierno de Londres llamó a un referéndum para que su población decidiera si deseaba continuar dentro de la Unión Europea o no. Como se sabe, esa votación fue manipulada a través de la consultora Cambridge Analytica. Asimismo, debe recordarse que el presidente Donald Trump contribuyó al distanciamiento con su guerra de aranceles a las importaciones.

La decisión de los gobiernos de Francia y Alemania de impulsar un ejército fue percibida por Trump como un insulto. Por su parte, el presidente francés, Emmanuel Macron, justificó esa iniciativa porque “Europa necesita reducir su dependencia de los demás”. Aún fue más allá al expresar: “Tenemos que protegernos de China, de Rusia e incluso de Estados Unidos”[26].

Pareciera que la partida del Reino Unido, le brindó el espacio a Emmanuel Macron y Angela Merkel para avanzar en la creación de un Ejército europeo[27] e, incluso, una suerte de “consejo de seguridad” de la Unión Europea, similar al de la ONU, el cual “podría emitir una posición europea sobre los conflictos internacionales”[28].

Por su parte, Donald Trump había calificado a la OTAN de “obsoleta” en oportunidad de su visita al nuevo cuartel general de la Alianza en Bruselas y les pidió a sus miembros que pusieran más dinero: “Veintitrés de los 28 países miembros siguen sin pagar lo que deberían y lo que supone que deben pagar por su defensa”[29].

Cuando se cumplía el 70º aniversario de la creación de la OTAN, Donald Trump manifestaba su intención de retirar a su país de la Alianza. Macron, por su parte, llegó a expresar que “lo que estamos experimentando actualmente es la muerte cerebral de la OTAN”[30], haciendo referencia a la imprevisibilidad estadounidense bajo la presidencia de Donald Trump, declaración que no fue compartida por Angela Merkel.

2019. El Palacio de Buckingham fue el escenario donde la OTAN celebró el 70º aniversario de su fundación.

Ya antes de esas expresiones sobre la OTAN, en marzo de 2019, Macron convocó a una cumbre a los responsables de una treintena de servicios europeos con el objetivo de construir una cultura estratégica común y “poner en marcha un colegio o foro común que sirva para intercambiar experiencias y alentar la reflexión sobre los retos a los que se enfrentan los servicios de inteligencia europeos, desde el yihadismo a la creciente agresividad del Kremlin o el ascenso imparable de China”[31].

Del mismo modo, por iniciativa del gobierno francés, a finales de febrero de 2020, veintitrés países europeos crearon una nueva cooperación de inteligencia: el Intelligence College in Europe, Colegio de Inteligencia en Europa (ICE, por sus siglas en inglés). El ICE se fundó oficialmente en París en mayo de 2019 pero respondió a una iniciativa del presidente Macron, cuando, en septiembre de 2017, en un discurso en la Universidad de la Sorbona en París propuso una nueva cooperación entre los servicios de inteligencia europeos con el objetivo de lograr una Inteligencia europea más independientes de la información y del conocimiento de las grandes potencias, como Estados Unidos, China o Rusia[32].

A modo de conclusión

La llegada de los turcos en el siglo XIV, la caída del Imperio Bizantino y la instalación del Imperio Otomano significó la ruptura de las comunicaciones terrestres entre Europa y Asia. Eso obligó a las potencias de la época, más precisamente España y Portugal, a buscar nuevas rutas para llegar al Lejano Oriente.

El Imperio ruso, a lo largo de varios siglos, con su extensión hacia el este, se encontraba conectando ambos continentes nuevamente, lo que significó una amenaza para el Imperio británico, con el cual tuvo que lidiar en Afganistán en lo que se denominó el “Gran Juego”. La construcción del Transiberiano y su inauguración en 1904 representaron otra alarma para Londres ya que amenazaba sus mercados asiáticos.

La carrera armamentística estaba en marcha entre las potencias europeas y nuevos actores se involucraban en el escenario internacional.

Cabe recordar que durante el siglo XIX el Imperio británico se expandió por el mundo y colonizó islas y pasos vitales para el control de los mares y pasos estratégicos del mundo.

Previo a la Primera Guerra Mundial, los británicos percibieron que la expansión hacia el este del Imperio alemán ponía en riesgo sus posesiones, su dominio comercial y el control de los pozos petrolíferos de Medio Oriente a través del espacio terrestre. Durante el transcurso de la misma, recurrió a tratados y acuerdos secretos para repartirse el Imperio otomano y establecer una cuña en Medio Oriente para evitar el avance alemán y la construcción de su ferrocarril que podía alcanzar los puertos del golfo Pérsico.

La Revolución Bolchevique contó con el apoyo de dos países de dos bandos enfrentados en la guerra, Estados Unidos y Alemania, pero había algo en común: fue respaldada por capitalistas que deseaban vengarse del zar por sus políticas consideradas racistas. La revolución rusa sirvió para tabicar a las potencias centrales en su camino hacia el este y puso los caminos y los ferrocarriles —como el Transiberiano— bajo control del gobierno comunista. Eso forzaba a que las telurocracias se vieran obligadas a utilizar los mares para alcanzar el Lejano Oriente o cualquier punto de Asia y, como ya se ha mencionado, el control marítimo estaba en manos del Reino Unido y de la, entonces, nueva talasocracia: los Estados Unidos. El comercio europeo quedaba íntimamente ligado a estas dos potencias capitalistas.

La Gran Guerra fue el hito fundamental para poner a Europa en una posición subordinada respecto de los Estados Unidos y del Imperio británico.

Los resentimientos de la Primera Guerra Mundial se incrementaron durante el período de entreguerras y las ideologías se enfrentaron tanto al interior de algunos países como en buena parte de Europa. El estallido de la Segunda Guerra era inminente y, una vez más, los que serían los dos polos ideológicos se unieron para enfrentar a los países centrales: Alemania y sus aliados europeos.

La nueva derrota de Alemania y el avance de la Unión Soviética hasta Berlín llevaron el límite del bloque comunista hasta esa ciudad. La postguerra giró en torno al “enemigo comunista” y los Estados Unidos forjaron el “nuevo orden europeo”, restringiendo aún más cualquier iniciativa europea. Para consolidar su poder propuso la creación de la OTAN y unos años después de la creación de la CEE, el Reino Unido ingresó al bloque para paralizar desde adentro a la “Europa libre”. Luego del Brexit (2016), varios artículos recordaron la advertencia de Charles De Gaulle.

Cuando los soviéticos se expandían por Afganistán, la región del “Gran Juego”, los estadounidenses se valieron de sus aliados saudíes y paquistaníes para apoyar militar y económicamente a los muyahidín, los que serían el germen del futuro terrorismo de sesgo islámico que los gobiernos de Estados Unidos utilizaron para reemplazar al “enemigo comunista” luego de la implosión de la Unión Soviética y con más razón tras la llegada de Vladimir Putin al gobierno de la Federación de Rusia.

Con respecto a los intereses hidrocarburíferos, los Estados Unidos se abocaron a boicotear los ductos que favorecieran a Rusia así como llevaron adelante la “guerra contra el terrorismo global” ocupando Afganistán, provocando la caída de Saddam Hussein en Iraq y luego, junto a otros socios europeos, procedió no sólo a establecer centros clandestinos de detención sino que también respaldó a los rebeldes sirios que dieron lugar a la creación del autodenominado Estado Islámico en su enfrentamiento con el gobierno de Siria.

En todas estas campañas, el Reino Unido fue su gran aliado, alineándose automáticamente a la política expansionista diseñada por Washington.

El fortalecimiento de Rusia y el desafiante crecimiento de China alejaron aún más a Estados Unidos de Europa, la que durante décadas acompañó la política estadounidense aun en contra de sus propios intereses al enfrentarse con Rusia, su proveedor energético natural.

La OTAN fue convertida más claramente en el brazo militar de las ambiciones estadounidenses, lo que encontró un freno ante la posición asumida por Francia y Alemania en vísperas del ataque a Iraq.

Este distanciamiento se incrementó y el “Caballo de Troya” debía dejar la Unión Europea para, con mayor libertad, poder acompañar a los Estados Unidos. Asimismo, se liberó de los controles financieros del bloque europeo, lo que no es un hecho poco importante para Londres, la “city” que controla la mayoría de los paraísos fiscales a lo largo y a lo ancho del mundo.

El Brexit parecería haber devuelto la conciencia y la identidad a Europa, la que ahora propone crear su propio sistema de defensa independiente de los lineamientos dictados desde Washington. Con respecto a la Inteligencia, la convocatoria del presidente francés para crear el colegio europeo, contó con la participación de dos miembros no comunitarios: Noruega y el Reino Unido.

A pesar de estas decisiones, la pregunta aún queda sin responder: ¿Serán capaces los europeos de crear su propia alianza militar al margen de la OTAN? Solo el tiempo podrá responderla.

Para finalizar, es pertinente recordar que en 1982, en oportunidad de su visita a Santiago de Compostela, el papa Juan Pablo II se refirió a la consolidación de la Europa unida expresando una frase que repetiría en otra visita a España en 2006: “Europa, vuelve a encontrarte, sé tú misma, aviva tus raíces”.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Citas bibliográficas y notas

[1] Norman Davies. Europa en guerra. 1939-1945. ¿Quién ganó realmente la segunda guerra mundial? Buenos Aires: Planeta, 2008, p. 209.

[2] Michael Bloc. Ribbentrop. Buenos Aires: Javier Vergara Editores, 1994, p. 255.

[3] Ibíd., p. 210.

[4] Robert A. Theobald. El secreto final de Pearl Harbor (La contribución de Washington al ataque japonés). Buenos Aires: Círculo Militar (Biblioteca del Oficial), julio de 1954, p. 59.

[5] Ídem.

[6] Mitsuo Fushida. “Yo conduje el ataque sobre Pearl Harbor”. En: Robert A. Theobald. Op. cit., p. 306.

[7] Ídem.

[8] Ibíd., p. 307.

[9] Ídem.

[10] Robert A. Theobald. Op. cit., 202 p.

[11] Ibíd., p. 15.

[12] Alejandro Salamanca Rodríguez. “Arabia Saudí V: petróleo con sabor americano (1938-1953)”. Desvelando Oriente, 07/12/2016, <https://desvelandooriente.com/2016/12/07/arabia-saudi-5/>, [consulta: 20/10/2020].

[13] Ídem.

[14] Los demás países miembros son: España (1982); Hungría, Polonia y la República Checa (1999), que fueron los primeros países ex comunistas en entrar en la OTAN. Poco después, en la Cumbre de Praga, en 2002, denominada “cumbre de la transformación”, la OTAN invitó a siete países (Rumania, Bulgaria, Eslovenia, Eslovaquia, Estonia, Letonia y Lituania) a adherirse, y en marzo de 2004, los siete ingresaron en la Alianza. En 2009 fue el turno de Albania y Croacia y, finalmente, el último Estado en convertirse en Aliado hasta la fecha ha sido Montenegro, en 2017. La OTAN mantiene una política de puertas abiertas “a cualquier otro Estado europeo que esté en condiciones de favorecer el desarrollo de los principios del presente Tratado y de contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte” (artículo 10 del Tratado de Washington)”. Fuente: Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación (España).

[15] Hans-Peter Martin y Harald Schumann. La trampa de la globalización. El ataque contra la democracia y el bienestar. Madrid: Taurus, 1998, p. 270-271.

[16] “La Historia de la Unión Europea – 1963”. Sitio web de la Unión Europea, <https://europa.eu/european-union/about-eu/history/1960-1969/1963_es>.

[17] Gilles Kepel. La yihad. Expansión y declive del islamismo. Barcelona: Península, 2001, p. 207.

[18] Ídem.

[19] Los deobandis son uno de los grupos de los musulmanes. Está íntimamente relacionado con la Universidad de Deoband, en India (Dar al-‘Ulum, “Casa del Conocimiento”. En sus orígenes en la India ya expresaba un fuerte rechazo contra el avance de Occidente y su civilización materialista laica en el subcontinente indio. Sus objetivos eran preservar las enseñanzas del Islam, su fuerza y sus rituales, resistir a las destructivas actividades misioneras del invasor británico y su cultura y difundir el Islam y su cultura.

[20] Ahmed Rashid. Los talibán. El Islam, el petróleo y el nuevo “Gran Juego” en Asia Central. Barcelona: Península, 2001, 375 p.

[21] Hans-Peter Martin y Harald Schumann. Op. cit., p. 270-271.

[22] Daniel Añorve Añorve. “El juego geopolítico de la Rusia postsoviética: su comprensión a través de cinco círculos”. Revista Mexicana de Política Exterior, nº 115, enero-abril de 2019, p. 45-67.

[23] José Luis Pontijas Calderón, “Entender el juego geopolítico europeo (I)”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 16/10/2019, <http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA29_2019JOSPON_EEUU.pdf>.

[24] José Luis Pontijas Calderón, “Entender el juego geopolítico europeo (II)”. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), 30/10/2019, <http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2019/DIEEEA30_2019JOSPON_Europa.pdf>.

[25] Ídem.

[26] Ídem.

[27] La creación del Eurocuerpo se originó a partir del Tratado del Elíseo firmado entre el Presidente francés Charles de Gaulle y el Canciller alemán Konrad Adenauer el 22 de enero de 1963. Su objetivo era intensificar la cooperación franco-alemana en materia de defensa. En 1987 el presidente François Mitterand y el canciller Helmut Kohl anunciaron la puesta en marcha del Consejo de Seguridad y Defensa franco-alemán que iba a permitir la creación de la Brigada franco-alemana en 1989, la que entró en operatividad en 1991. El 14 de octubre del mismo año, ambos Jefes de Estado enviaron una carta conjunta al Presidente del Consejo Europeo en la que le informaban su decisión de intensificar aún más su cooperación militar, sentando así las bases de un Cuerpo de Ejército en el cual podrán participar también otros Estados miembros de la Unión Europea Occidental (UEO). El 22 de mayo de 1992, durante la Cumbre de La Rochelle, Mitterand y Kohl crearon oficialmente el Eurocuerpo con la adopción del informe común de los ministros de Defensa francés y alemán. El 1º de julio de 1992, un Estado Mayor provisional se estableció en Estrasburgo para crear las bases del Cuartel General del Eurocuerpo.

[28] Bernardo de Miguel. “Merkel secunda la propuesta francesa de crear un Ejército europeo”. El País, 13/11/2018, <https://elpais.com/internacional/2018/11/13/actualidad/1542120243_022296.html>, [consulta: 14/11/2018].

[29] “Trump, la OTAN y la UE: amor y desamor en 2018”. Euronews, 26/12/2018, <https://es.euronews.com/2018/12/26/trump-la-otan-y-la-ue-amor-y-desamor-en-2018>, [consulta: 27/12/2018].

[30] “Emmanuel Macron warns Europe: NATO is becoming brain-dead”. The Economist, 07/11/2019, <https://www.economist.com/europe/2019/11/07/emmanuel-macron-warns-europe-nato-is-becoming-brain-dead>, [consulta: 27/12/2018].

[31] Miguel González, Marc Bassets. “Macron reúne en París a los jefes de los servicios de espionaje europeos”. El País, 04/03/2019, <https://elpais.com/internacional/2019/03/04/actualidad/1551726724_825535.html>, [consulta: 06/03/2019].

[32] Christopher Nehring. “Colegio de Inteligencia en Europa: nueva plataforma conecta al servicio europeo de inteligencia”. Deutsche Welle, 08/04/2020, <https://www.dw.com/es/colegio-de-inteligencia-en-europa-nueva-plataforma-conecta-al-servicio-europeo-de-inteligencia/a-53068415>, [consulta: 08/04/2020].

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VISIONES GEOPOLÍTICAS CONTRAPUESTAS. UN SIGLO DE PÉRDIDA DE INICIATIVA EUROPEA. (PRIMERA PARTE)

Marcelo Javier de los Reyes*

«Britons wants you». Afiche con la imagen de Horacio Kitchener: “¡Únete al ejército de tu país! Dios salve al rey”, 1914.
Introducción

Los países de Europa dominaron buena parte del mundo hasta comienzos del siglo XX. Se utiliza el concepto de “la paz armada” para denominar la carrera armamentística y el desarrollo de la industria militar —por parte de las potencias europeas— que se llevó a cabo entre el fin de la guerra franco-prusiana (1871) hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). A comienzos del siglo, la competencia entre las potencias por los espacios desencadenó cuatro crisis internacionales que obraron como precedentes de la guerra que se iniciaría en 1914: la primera crisis marroquí, 1905-1906, que involucró a Francia, España y Alemania; la anexión austríaca de Bosnia-Herzegovina, 1908; el incidente de Agadir en Marruecos, 1911, que también tuvo como escenarios Marruecos y como protagonistas a Alemania y a Francia; y las guerras balcánicas, 1912-1913.

Estas guerras provocaron los siguientes cambios en la región:

    • el imperio turco quedó reducido en los Balcanes a la región en torno a Estambul,
    • Serbia, aliada de Rusia y protectora de los derechos de los ciudadanos eslavos en el seno de Austria-Hungría, se consolidó como el principal Estado de la región;
    • el imperio austrohúngaro, alarmado por el poder que adquiría Serbia, contempló la necesidad de emprender una guerra preventiva como forma de impedir que Serbia provocara un levantamiento general de los eslavos en sus dominios. Para los Habsburgo estaba claro que si ello ocurría, Serbia contaba con el apoyo de Rusia.
    • Alemania estaba dispuesta a acudir en respaldo de Austria-Hungría.
    • lo propio haría Rusia a favor de Serbia y, a su vez, Francia respaldaría a Rusia.

De este modo, estas cuatro crisis permitían comprender como se alinearían las fuerzas de cara a un conflicto y cómo se tensaban las relaciones entre las potencias haciendo casi imposible que la guerra pudiera evitarse.

La emergencia de nuevos actores, como Estados Unidos y Japón, comenzó a revelar que el poderío europeo tenía sus limitaciones. En el caso del Japón, el hecho palpable se aprecia en la guerra con Rusia (1904-1905), a la cual derrotó. Su poder se mantuvo durante la década del 30 y hasta la mitad del 40, y ello se constata en la invasión a las colonias europeas en Asia cuando se produjo la expansión japonesa.

Con respecto a Estados Unidos, su peso y presión sobre la política exterior y sobre la defensa europea se aprecian ya desde el curso de la Primera Guerra Mundial y se mantiene hasta el presente, asfixiando la geopolítica de los países de la Unión Europea y de la de cada uno de los países europeos, aun los que no integran ese bloque.

En los últimos años la dirigencia europea está percibiendo las limitaciones que ello le ha ocasionado y ha tomado conciencia que, de continuar por ese camino, sus decisiones permanecerán bajo la subordinación de los Estados Unidos, o en el futuro de Rusia o de China. Angela Merkel y Emmanuel Macron procuran torcer ese destino.

Mar y Tierra. La mirada puesta en el este.

Carl Schmitt en su libro Mar y Tierra[1], obra editada en 1942, se refiere a las dos bestias de la Biblia, a Leviatán y a Behemot —la del mar y la de la tierra—, para ejemplificar la puja entre el poder naval y el poder terrestre. El dominio de los mares se encontraba hacia fines del siglo XIX en poder del Reino Unido pero la guerra que los Estados Unidos le impusieron a España en 1898, mediante la cual no sólo perdió sus colonias de Filipinas, Guam, Cuba y Puerto Rico sino también su flota de guerra, posicionó a la potencia americana como un nuevo poder naval. Esta conquista coincidía con la geopolítica diseñada por el almirante Alfred Thayer Mahan (1840-1914) en la última década del siglo XIX, quien ponderó el poder naval. Cabe destacar que por esa época el poder naval requería del apoyo de bases estratégicas en tierra como puntos de apoyo para que los buques pudieran abastecerse así como realizar sus actividades específicas, fueran estas militares o comerciales. Estos puntos de apoyo eran cruciales más aun teniendo en cuenta que el combustible utilizado era el carbón. De este modo, se ponía fin al mayor imperio que existió en la historia y los Estados Unidos pasaban a ser una potencia global. Sin embargo, a pesar de que algunos se refieren al “aislacionismo estadounidense” —tema quizás para otro trabajo— debe recordarse la batalla de Derma (1805), en Trípoli, actual Libia, de la que participaron sus marines.

Por esos años el poder naval británico comenzaba a tener un competidor emergente, Alemania, cuya política exterior había cambiado a partir del káiser Guillermo II, imponiendo la Weltpolitik en reemplazo de la Realpolitik desarrollada hasta ese momento por el Canciller Otto von Bismarck con su antecesor, Guillermo I.

Un dato no menor es que tanto el Reino Unido como Alemania tenían grandes reservas de carbón, aunque la segunda no contaba con las mismas bases de apoyo que los británicos supieron conquistar expandiendo su imperio a escala global.

En cuanto a Rusia, su política de expansión hacia el este se inició con la asunción al trono de Pedro el Grande (1672-1725) en 1689[2]. El zar le arrebató a los turcos la zona del mar de Azov, en la desembocadura del río Don, y estableció alianzas con los estados europeos para, precisamente, contrarrestar el poder de los turcos. Del mismo modo, esclareció los límites con Suecia y Polonia en el oeste, lo propio hizo en el sur de sus dominios sobre el río Dnieper y hacia el sudeste, en el Cáucaso, sobre el río Ural, la desembocadura del Volga en Astrakhan y el río Terek[3]. Hacia el este expandió sus dominios sobre Siberia hasta llegar a la península de Kamchatka en 1697. En el plano militar Pedro es considerado el responsable de la modernización del ejército y de la marina de Rusia. Para su organización siguió el modelo europeo y mandó construir una pequeña armada que luego enfrentó a los suecos en el Báltico y a los turcos en el mar Negro en 1696.

La expansión del Imperio ruso también tuvo como protagonista a Catalina la Grande, cuyo gobierno se extendió de 1762 a 1796. La zarina llevó a cabo campañas militares que se dirigieron contra el Imperio otomano, con el objetivo de apropiarse de los puertos cálidos del mar Negro, indispensables para la actividad comercial rusa. En la Guerra Turco-rusa de 1768 a 1774, Rusia conquistó Crimea, anexionada al imperio en 1783. Entre 1787 y 1792 se hizo con todos los territorios ubicados al oeste del río Dniéster, incluido el puerto Ochakov, sobre el mar Negro.

La política imperial de expansión continuó con los sucesores de Catalina la Grande. Hacia Occidente, gracias a las tres particiones de Polonia de 1772, 1793 y 1795, el Imperio ruso obtuvo 468.000 km2 de tierra e incorporó 6 millones de habitantes. Rusia le arrebató a Suecia las islas Åland y toda Finlandia (guerra de 1808 y 1809), a Turquía le ocupó Besarabia (guerra de 1806 a 1812) y en Asia se anexionó Georgia en 1801 y en 1813 ocupó Daguestán y otras áreas. La alianza que las potencias conservadoras realizaron en Europa le permitió a Rusia su expansión hacia en tres direcciones: al suroeste, hacia el Mediterráneo, interfiriendo en las provincias balcánicas de Turquía; al sur, hacia el Cáucaso y Asia central, y al este hacia el Pacífico. La expansión no iría por entonces más allá de las costas del Pacífico y de Alaska, la cual fue vendida a los Estados Unidos en 1867, principalmente debido a las dificultades que implicaban la administración y el aprovisionamiento.

El zar Nicolás I instaló sus tropas en Dardanelos, lo que llevó a las otras potencias europeas a percibir la amenaza de Rusia en Oriente Próximo y en los Balcanes. En 1853, tras la invasión rusa de los principados del Danubio —Moldavia y Valaquia—, Turquía le declaró la guerra a Rusia. En la guerra de Crimea (1853-1856), Rusia se enfrentó a una coalición formada por Turquía, el Reino Unido, Piamonte y Francia, sufriendo un duro revés.

A pesar de que el zar Alejandro II debió firmar la paz de París en 1856 —por lo que Rusia fue obligada a abandonar Kars y parte de Besarabia y su posición en el mar Negro quedó neutralizada y el protectorado ruso sobre los principados del Danubio fue suprimido—, Rusia mantuvo el avance en el Pacífico y en el golfo Pérsico. En 1850 se estableció un asentamiento ruso en el estuario del río Amur y la mitad norte de la isla de Sajalín fue ocupada en 1855. Tres años más tarde, toda la región del Amur y el área meridional (donde se fundó en 1860 la ciudad de Vladivostok) quedaron totalmente anexionadas. En la región de Asia central, Rusia extendió sus dominios hasta alcanzar prácticamente la frontera con la India británica, con la anexión de Tashkent (1865), Bujara (1866), Samarcanda (1868), Jiva (1873) y Jojand (1876); Merv fue anexionada en 1884, tres años después de la muerte de Alejandro.

Su política paneslavista la llevó a involucrarse en los problemas internos del Imperio otomano pero las potencias europeas, principalmente el Reino Unido, siempre temerosas de la dominación rusa de los Dardanelos, convocaron al Congreso de Berlín (1878) para revisar el tratado de San Stefano que había resultado de la guerra ruso-turca de 1877–1878. El equilibrio de poder entre las potencias estaba vigente pero la puja por el poder en Medio Oriente, el Cáucaso y Asia Central estaba tomando fuerza.

Años más tarde, en julio de 1890, el gobierno ruso recibió una alarmante noticia: China había comenzado a construir un ferrocarril hasta la periferia del Extremo Oriente ruso con la ayuda de ingenieros británicos[4]. Hasta ese momento el ferrocarril ruso acababa en los Urales, desde donde se podía continuar a través de un camino de postas que se extendía a lo largo de Siberia[5]. Desde el lago Baikal se podía llegar a Vladivostok en barco a través de los ríos Shilka y Amur, pero dependiendo de las estaciones del año, la comunicación regular podía interrumpirse. Este viaje podía demandar al menos 11 meses[6]. La alternativa era por mar, rodeando India, China, Corea y Japón —unos seis meses de travesía— pero cualquier posible conflicto entre Rusia y el Reino Unido, China o Japón dejaría incomunicado el Extremo Oriente con la Rusia Europea[7].

En agosto de 1890, Nikolái Girs, ministro de Asuntos Exteriores del Imperio ruso, declaró que la construcción del ferrocarril Transiberiano era algo “de vital importancia”[8]. La geopolítica se imponía. La construcción de la “Gran Ruta Siberiana”, como fuera denominado oportunamente el Transiberiano, comenzó el 31 de mayo de 1891 y se inauguró en 1904, lo que permitió conectar Moscú con Vladivostok (9.288 kilómetros) e impulsó un gran desarrollo económico y militar durante el imperio y durante el régimen soviético.

La inauguración del Transiberiano causó alarma en otra potencia: el Reino Unido. Cabe aquí recordar el denominado “Gran Juego”, que durante el siglo XIX enfrentó al Reino Unido y al Imperio ruso por el control de Asia Central, el cual estuvo a punto de derivar en un conflicto armado.

Tras el Congreso de Berlín, Chipre pasó a ser colonia del Imperio británico, el cual controlaba las entradas al Mediterráneo, Gibraltar, y el canal de Suez, inaugurado en 1869, además de la isla Malta.

En 1870 el gobierno persa firmó un acuerdo con el barón Julius de Reuter (1816-1899) —nacido en Kassel, Alemania con el nombre de Israel Beer Josaphat, cambiándolo cuando se estableció en Londres en 1845—, fundador de la agencia de noticias Reuter—, por el que le concedía la explotación de las minas petroleras del país durante setenta años. En 1902, otro acuerdo fue suscrito por el entonces gobierno persa con el británico William Knox D’Arcy, al que le otorgó por sesenta años la concesión, explotación y comercialización del petróleo iraní en todo el país, excepto en cinco partes del norte[9].

El descubrimiento de petróleo en Persia en 1908, de la mano de los intereses y del gobierno británico, dio origen a la inmediata fundación de la Anglo-Persian Oil, que en 1954 pasaría a llamarse British Petroleum, y de la cual un gran porcentaje era de la corona británica.

El mencionado incidente de Agadir de 1911 llevó a que Winston Churchill comprendiera que el Imperio alemán estaba dispuesto a disputar la hegemonía en los mares. Poco después fue nombrado primer lord del Almirantazgo, cargo desde el que llevó adelante una audaz transformación de la armada británica: decidió reemplazar el carbón por el petróleo para propulsar los buques, lo cual les proporcionaba una mayor energía y se liberaban de la función de los fogoneros[10].

Pocos días antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico había otorgado a la Anglo-Persian Oil Company el contrato de suministro de petróleo para la Royal Navy.

Otra decisión del Imperio alemán hubo de encender las alarmas en el gobierno británico y, sin duda, fue otro de los verdaderos detonantes de la declaración de guerra del Reino Unido: el proyecto del ferrocarril Berlín – Bagdad. Nuevamente la expansión hacia el este y la competencia entre una talasocracia y una telurocracia, Leviatán y Behemot.

Algunas fuentes consideran que la construcción del ferrocarril habría sido el principal motivo del inicio de la guerra. Bagdad, por entonces, era parte del Imperio otomano. El ferrocarril conectaría Alemania con Medio Oriente, evitando el Mediterráneo y el canal de Suez, ambos bajo control británico. La línea férrea debía extenderse a Basora —hoy la segunda ciudad en importancia de Iraq— lo cual permitiría el acceso de Alemania al golfo Pérsico pero su trazado significaría una amenaza comercial para el Cáucaso, controlado por Rusia, y una amenaza militar para la India, la joya del Imperio británico. Del mismo modo, el ferrocarril permitiría el transporte del crudo hacia Alemania, con lo cual podía obtener combustible para su esfuerzo bélico.

Demoras por cuestiones técnicas y diplomáticas llevaron a que en 1915 el ferrocarril se encontrara a 480 km de su finalización.

Durante la guerra los británicos ocuparon Bagdad y las guerrillas del militar británico Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, atacaron la línea ferroviaria del Hiyaz que entre 1908 y 1916 unió las ciudades de Damasco y Medina, a través de la región del Hiyaz, en Arabia Saudí, con un ramal hacia Haifa, en las costas del mar Mediterráneo. El proyecto original contemplaba conectar Kadıköy con La Meca pero la revuelta árabe, impulsada por los británicos no logró que fuera más allá de Medina.

Dos hechos que contribuyeron con la Revolución Bolchevique

Durante el año de 1917 dos hechos promovidos desde dos diferentes actores estatales contribuyeron al desenlace del conflicto social que afectaba a Rusia desde fines del siglo XIX y que había derivado en acciones terroristas, como la que ocasionó la muerte del zar Alejandro II, el 13 de marzo de 1881, por parte del grupo terrorista Naródnaya Volia (Наро́дная во́ля “Voluntad del Pueblo”).

La ideología marxista acechaba tanto al Imperio alemán como al ruso desde antes del inicio de la guerra. Cabe recordar que el primer intento revolucionario en Rusia tuvo lugar en 1905.

En 1917, dos de los líderes marxistas rusos se encontraban fuera del país. Lev Davídovich Bronstein (1879-1940), más conocido como Trotsky, distanciado ideológica y personalmente de Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), Lenin, se estableció en Nueva York entre enero y marzo de ese año. El propio Trotsky comentaba acerca de su estadía en esa ciudad:

Mi única profesión en Nueva York fue la de socialista revolucionario. Fue antes de la guerra por la “libertad” y la “democracia”, y en aquellos días, la mía era una profesión tan deplorable como la de un contrabandista. Escribí artículos, edité un periódico e hice discursos en reuniones de trabajadores. Estuve hasta el cuello en el trabajo, y por lo tanto en ningún momento me sentí extranjero”.[11]

Deportado de Francia y de España por sus escritos y actividades contra la guerra, llegó a Estados Unidos como exilado político. Trotsky era conocido como un líder carismático y popular durante la revolución de 1905 y por su oposición a la “guerra imperialista”. Fue recibido por una multitud conformada mayoritariamente por exiliados revolucionarios rusos, inmigrantes judíos, rusos, alemanes y polacos, y la información acerca de su arribo fue publicada en los principales periódicos en inglés, ruso, yiddish y alemán[12].

Una edición de Forward con Trotsky. Cortesía del autor. Fuente: “Trotsky’s New York”. An Interview With Kenneth D. Ackerman, Jacobin, https://www.jacobinmag.com/2016/10/trotsky-new-york-socialist-party-debs-revolution/

Trotsky estaba preocupado por “la actitud del movimiento socialista hacia la guerra y la participación en ésta de Estados Unidos”. El presidente Woodrow Wilson había ganado la elección presidencial de 1916 por haber mantenido a su país fuera de la guerra pero esa habría sido una táctica para la reelección y una conveniencia económica ya que los Estados Unidos estaban involucrados en la guerra abasteciendo a los aliados y obteniendo enormes ganancias. Trotsky escribe en Mi Vida:

[…] las cifras del crecimiento de las exportaciones estadounidenses durante la guerra me asombraron; eran, de hecho, una completa revelación. Y fueron esas mismas cifras las que no sólo predeterminaban la intervención de Estados Unidos en la guerra, sino también el rol decisivo que Estados Unidos jugaría en el mundo después de la guerra.[13]

El 3 de febrero de 1917 el presidente Wilson rompía relaciones diplomáticas con Alemania y Trotsky mantenía su posición contraria a que los Estados Unidos ingresaran a la guerra.

La estadía de Trotsky fue exitosa a pesar de las discrepancias que mantuvo con algunos sectores socialistas. Al tomar conocimiento de la revolución de febrero decidió retornar a Rusia. A finales de marzo partió rumbo a Rusia vía Halifax y la noche anterior fue despedido por unos 800 simpatizantes. Sin embargo, en su regreso fue detenido por los británicos e internado durante un mes en un campo de concentración en Canadá.

Sin embargo, Trotsky no sólo vivió de las conferencias que brindaba en Nueva York sino que fue el recaudador del oro capitalista —aportado por Jacob Schiff (titular de la firma Kuhn, Loeb and Company, quien financió al Japón en su guerra contra Rusia de 1904-1905 porque estaba “enfurecido con los pogromos y políticas antisemitas del zar”[14]) y Felix Warburg (figura clave en la élite judía alemana y de la comunidad judía estadounidense de principios del siglo XX, quien participó en organizaciones como la Agencia Judía, el Comité de Distribución Conjunta Judía Estadounidense y el Comité Judío Estadounidense[15]), entre otros— que permitiría llevar a cabo la revolución.

Trotsky obtuvo en un país capitalista los recursos necesarios para la creación del Ejército Rojo que enfrentaría y derrotaría a los restos de las fuerzas zaristas que aún se mantenían resistiendo.

Poco después de su partida, el 6 de abril, el Congreso de Estados Unidos dio su aprobación para entrar en la guerra.

La mencionada revolución de febrero dejó al imperio en manos de un gobierno provisional integrado por liberales y socialistas con el consentimiento de los bolcheviques. El 15 de marzo el zar Nicolás II debió abdicar. No obstante y a pesar que las tropas alemanas habían tomado buena parte de la Rusia europea, el nuevo gobierno continuaba la guerra. Era imprescindible que Lenin volviera a Rusia.

Desde su exilio en Suiza seguía los acontecimientos de su país y su retorno fue una operación alemana en su búsqueda de forzar la salida de la guerra de Rusia. Sin embargo, el plan fue ideado por el socialista revolucionario ruso Alexander Israel Lazarevich Gelfand (o Helphand; en ruso, Израиль Лазаревич Гельфанд, nacido en Bielorrusia en 1867 fallecido en 1924), más conocido por su seudónimo Alexander Parvus, o simplemente Parvus[16].

La operación se llevó a cabo en lo que se denominó el “tren blindado” o “tren sellado”.

Itinerario del viaje de Lenin en el “tren sellado”. Foto: Michael Pearson, Lenin’s mistress.

El 9 de abril de 1917 Lenin y otros 31 revolucionarios partieron en tren desde la estación de Zúrich en dirección a la frontera alemana. El destino era San Petersburgo, adonde llegó el 16 de abril tras atravesar Alemania, Suecia y Finlandia. No bien llegó a destino, Lenin llamó a la revolución mundial: “Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa”[17].

Como puede apreciarse, los “piratas imperialistas” —o capitalistas— desde Estados Unidos y desde otros países como Alemania financiaron la revolución en Rusia.

La cuña en Medio Oriente

Durante el transcurso de la guerra, hubo un acuerdo secreto y una declaración que no solo fijaban las condiciones que habrían de imperar durante la postguerra: sellaron la situación de Medio Oriente desde ese momento. Uno fue el Tratado secreto de Londres, en 1915, mediante el cual Italia ingresó al conflicto del lado de los aliados luego de que le fueran prometidos por Francia y el Reino Unido los siguientes territorios: Trentino, Alto Adigio, Istria, gran parte de Dalmacia, Libia, Eritrea, Somalia y concesiones en Asia Menor (Anatolia turca). Otro fue el Acuerdo Sykes-Picot, en 1916, por el cual y en base al Tratado de Londres, las potencias hicieron sus proyecciones con respecto al reparto de territorios al finalizar el conflicto. Francia y el Reino Unido acordaron el reparto de los territorios del denominado “enfermo de Europa”, el Imperio Otomano, el cual quedaría reducido prácticamente a la región de Anatolia. Finalmente se produjo la Declaración Balfour, en 1917, por la cual el Reino Unido le prometió a las organizaciones sionistas la cesión de parte de Palestina. Este acuerdo no solo fue una traición al esfuerzo de guerra y a la promesa que el gobierno británico les hizo a los árabes que luchaban codo a codo con Thomas Edward Lawrence (1888-1935), “Lawrence de Arabia” sino que también constituye el eje de los actuales conflictos que enfrentan a árabes y palestinos con israelíes.

El plan para el reparto de Medio Oriente entre británicos y franceses tras la derrota del Imperio otomano, según el Acuerdo Sykes-Picot. Fuente: https://recortesdeorientemedio.com/the-sykes-picot-agreement-1916-2/
La postguerra y el período de entreguerras

Francia se impuso con su posición más dura en la mesa de negociaciones, lo que tuvo serias consecuencias en la postguerra y produjo un fuerte resentimiento en los vencidos, fundamentalmente en Alemania. Una vez finalizadas las negociaciones en la conferencia se le presentaron los acuerdos como un hecho consumado a los vencidos. Los alemanes, quienes representaron a la recién fundada República de Weimar, firmaron el 28 de junio de 1919 luego de ser amenazados con una invasión total de su país.

La reconfiguración territorial en Europa, Medio Oriente y Asia Central fue el punto de partida para futuros conflictos. Con el fin de la guerra desaparecieron los imperios austro-húngaro, otomano y alemán, los que se sumaron al ya desaparecido Imperio ruso.

El marxismo no solo avanzaba por Rusia sino también por Europa, particularmente en Alemania. El 9 de noviembre de 1918, tras difundirse que el emperador Guillermo II de Prusia había dimitido —sin que el propio káiser fuera consultado— los comunistas proclamarían la república. Ante este rumor, ese mismo día, el diputado socialdemócrata Philipp Scheidemann se adelantó al Partido Comunista alemán (KPD) y desde el balcón del Reichstag, en Berlín, proclamó la república. Aun sin contar con el apoyo pleno del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), pues varios miembros no estaban de su lado. En la tarde, una gran multitud se reunió ante el Palacio Imperial de Berlín y el líder de la Liga Espartaquista, Karl Liebknecht también proclamó la república y llamó a la creación de una “República libre y socialista de Alemania” y a partir de entonces ondearía “la bandera roja de la República libre de Alemania”[18].

La sociedad alemana se polarizó de manera irreconciliable e izquierda y derecha formaron grupos armados que se enfrentaban en las calles. La extrema derecha sumó a muchos soldados que retornaban del frente de batalla.

El levantamiento espartaquista estuvo al borde de provocar la guerra civil y entre el 8 y el 10 de enero de 1919 se produjo en Berlín una tentativa de insurrección. El levantamiento fue sofocado y “los grupos paramilitares ‘limpiaron’ la ciudad, asesinando a cientos de revolucionarios, entre ellos a los dos íconos del Partido Comunista Alemán, Rosa Luxemburgo (1871-1919) y Karl Liebknecht, arrojando sus cuerpos al canal de Landwehr”[19].

La humillación que sufrió Alemania con su derrota llevó a Karl Haushofer (1869-1946) a desarrollar su teoría del Lebensraum o del “espacio vital” para albergar y alimentar a la —entonces— creciente población alemana. Se trataba de una concepción imperialista que ponía fin a la idea de las fronteras como líneas rígidas para concebirlas como “organismos vivos que se extienden y se contraen, del mismo modo que la piel y otros órganos protectores del cuerpo humano”[20].

Cabe mencionar que Rudolf Hess y Adolf Hitler fueron encarcelados en la Fortaleza de Landsberg durante un año y medio por su participación en el putsch de la cervecería del 8 de noviembre de 1923, a donde Haushofer los visitó en varias oportunidades. Durante el período de entreguerras se fue gestando una amistad entre Rudolf Hess, Adolf Hitler y Karl Haushofer —quien fue oficial del Estado Mayor—, un “extraño triunvirato” como lo denomina el escritor británico Martin Allen, quien se refiere a esta relación en una de sus obras[21]. A principios de la década de 1930, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei (NSDAP) creó el Arbeitsgemeinschaft für Geopolitik con sede en Heidelberg, “con la finalidad de desarrollar las ideas geopolíticas haushoferianas y asesorar al partido nazi en la toma de decisiones políticas”[22]. Antes de ascender al poder, Adolf Hitler recurrió varias veces al concepto de Lebensraum y ya en el gobierno se constituyó en uno de los pilares de la política del III Reich pero le dio un sesgo ideológico y racial a la definición de la Geopolítica[23].

Mientras las potencias centrales y Europa en general quedaban geopolíticamente encerradas por la Rusia bolchevique y las potencias atlantistas, las corrientes ideológicas se radicalizaron. El comunismo se expandía por Europa a la vez que surgía el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en la República de Weimar —en una Alemania que no había perdido la guerra— y en España emergió el falangismo. Estas ideologías llevaron a la guerra civil española entre 1936 y 1939, en la que se enfrentaron y de la que participaron varios países europeos.

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

 

Citas bibliográficas y notas

[1] Carl Schmitt. Tierra y mar. Una reflexión sobre la historia universal. Madrid: Trotta, 2007, 112 p.

[2] En realidad Pedro el Grande, quien nació en 1672, había asumido el trono a la edad de diez años compartiéndolo con su hermanastro Iván V y bajo la regencia de su hermana Sofía (de 1682 a 1689). Iván padecía de una discapacidad mental y Pedro, a los diecisiete años, junto a un grupo de conspiradores, se hicieron con el gobierno y encerraron a Sofía en un convento, la única que podía disputarle el reinado. Por tal motivo, se toma formalmente el año 1689 como la asunción al trono por parte de Pedro. Iván murió en 1696 y hasta ese año fue co-zar de Pedro.

[3] Eduardo A. Zalduendo. Las seis Rusias. Sociedad, política y economía. Buenos Aires: Editorial de la Universidad Católica Argentina, 2000, p. 159-160.

[4] Alexéi Volynets. “Por qué Rusia construyó el ferrocarril Transiberiano”. Russia Beyond, 21/01/2017, <https://es.rbth.com/cultura/historia/2017/01/21/por-que-rusia-construyo-el-ferrocarril-transiberiano_685766>, [consulta: 28/10/2020].

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Ídem.

[9] “Especial ‘29 de Estand’, día de la nacionalización de la industria petrolera”. Pars Today (Irán), 19/03/2020, <https://parstoday.com/es/radio/iran-i63167-especial_29_de_estand_día_de_la_nacionalización_de_la_industria_petrolera>, [consulta: 28/10/2020].

[10] Diego Durán y Joaquín Armada. “La Gran Guerra y el petróleo”. En: Historia y Vida, 02/12/2013.

[11] Linda Tenenbaum. “Trotsky en Nueva York, 1917: Un radical en la víspera de la Revolución, por Kenneth D. Ackerman”. World Socialist Web Site, 17/10/2016, [consulta: 20/10/2016].

[12] Ídem.

[13] Ídem.

[14] “Jacob Henry Schiff”. Jewish Virtual Library, <https://www.jewishvirtuallibrary.org/jacob-henry-schiff>, [consulta: 12/10/2020].

[15] “Felix M. Warburg Papers”. Jacob Rader Marcus Center of the American Jewish Archives, <http://collections.americanjewisharchives.org/ms/ms0457/ms0457.html>, [consulta: 12/10/2020].

[16] “Alexander Parvus (1867 – 1924)”. Marxists Internet Archive, <https://www.marxists.org/espanol/parvus/index.htm>, [consulta: 15/10/2020]

[17] Joaquín Armada. “El tren de la revolución”. En: Historia y Vida, nº 588, 2017.

[18] Matthias von Hellfeld. “¡Que viva la República!”. Deutsche Welle, 02/06/2009, <http://www.dw-3d.de/dw/article/0,,4280165,00.html>, [consulta 10/06/2009].

[19] Ídem.

[20] Ratzel, Kjellen, Mackinder, Haushofer, Hillon, Weigert, Spykman. Antología geopolítica. Buenos Aires: Pleamar, 1975, p. 92.

[21] Martín Allen El enigma Hess. El último secreto de la segunda guerra mundial al descubierto. Barcelona: Planeta, 2005, 397 p.

[22] Rubén Cuéllar Laureano. “Geopolítica. Origen del concepto y su evolución”. Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, nº 113, mayo-agosto de 2012, p. 65-66.

[23] Ídem.

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“COVID 19” Y PROBLEMAS DEL CONCEPTO DE VIOLENCIA POLÍTICA

Salam Al Rabadi*

La violencia es uno de los medios utilizados en la política, independientemente de su legitimidad y su ética filosófica, y también lejos de la dialéctica de la teoría social de los contratos o de la naturaleza humana que giran en torno al instinto humano y a la lucha por la supervivencia. Sobre la base de esto, se puede decir que la lógica de la relación entre violencia y política plantea muchos problemas, ya que desde un punto de vista analítico hay una dificultad en la posibilidad de una separación precisa y clara entre la violencia y la política, y sucede debido a los antecedentes culturales e ideológicos por los que una acción o comportamiento puede ser juzgado como caído en la categoría de violencia política o viceversa. Por ejemplo, la violencia política relacionada con la resistencia a la ocupación de acuerdo con cierta cultura puede ser un acto legítimo y legal y, a cambio el mismo acto, puede ser de acuerdo con otra cultura un acto ilegal, que entra dentro de la categoría de prácticas terroristas.

Vale la pena mencionar en este contexto la dificultad de definir y enumerar cuestiones y acciones políticas, económicas, culturales e incluso legales que pueden describirse como violencia política. Por ejemplo, hasta la actualidad no existe un acuerdo mundial sobre una definición amplia y clara de la violencia política relacionada con el terrorismo, y lo mismo se aplica a la definición del delito de agresión emitido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que todavía lleva consigo muchas interpretaciones y diligencias.

En este contexto relacionado con el problema del concepto de violencia política, se pueden plantear muchos interrogantes, que giran en torno a:

  • ¿Cómo clasificar las sanciones económicas impuestas por algunos países o emitidas por el Consejo de Seguridad de la ONU?: ¿Son actos y medios políticos violentos e inhumanos? ¿O son una acción política soberana legítima?
  • ¿Cómo clasificar las políticas mediáticas que fomentan e incitan a la violencia?. ¿Estas políticas entran en la categoría de incitación a la violencia política y apoyo al terrorismo? ¿O estas políticas entran en la categoría de libertad de expresión?
  • ¿Qué tan difícil es clasificar la violencia política en términos de su fuente, ya sea que esté emanando de estados, individuos u organizaciones no gubernamentales, por no hablar de la dificultad de separar cada uno de ellos?
  • ¿Cómo clasificar la corrupción como una de las formas más peligrosas de violencia política basada en conceptos modernos utilizados para abordar la corrupción problemática?
  • ¿Cómo clasificar la violencia relacionada con la seguridad humana integral, como la violencia ambiental, sanitaria, tecnológica y biológica, etcétera?

Según este grupo de interrogantes, parece que es urgente aclarar la idea de que la violencia política no sólo está condicionada a la asociación con la violencia física o la violencia concreta, puede haber violencia económica y cultural más grave e influyente en todos los niveles políticos. Además, lo que complica las cosas a nivel filosófico y realista es que la mayoría de las teorías políticas que basan su análisis en la suposición de que el Estado como institución política (que posee la legitimidad de la violencia dentro y fuera de sus fronteras) es el actor principal en la escena mundial, ha sido categóricamente anulado con la creciente influencia de individuos, ONG, corporaciones transnacionales, etcétera. Además, los criterios de poder en sí han cambiado y ya no se miden sólo por el alcance de la capacidad de utilizar la violencia legítima representada por el poder político, y ya no se limitan a la forma tradicional asociada a la clásica potencia económica o el poder militar convencional.

En consecuencia, y sobre la base del desarrollo en la naturaleza de las cuestiones humanas contemporáneas, se debe trabajar para crear una nueva visión política crítica para todo lo relacionado con los criterios para entender la violencia política en todas sus formas. En este sentido, estamos obligados como resultado de los dilemas éticos asociados con muchas cuestiones (como las cuestiones del cambio climático y el medio ambiente y todo lo relacionado con la revolución biotecnológica y la manipulación de genes, así como las implicaciones de la inteligencia artificial, etc.) a reconsiderar muchos conceptos, especialmente con la presencia de nuevos términos relacionados con la violencia política contemporánea, como la violencia ambiental, violencia tecnológica, violencia biológica, sesgo algorítmico y violencia de salud, etc.

Tal vez una de las pruebas más brillantes de la importancia de encontrar una nueva visión crítica del concepto de violencia política son los acontecimientos acelerados a nivel de la seguridad sanitaria mundial, resultantes de las repercusiones de la propagación de la pandemia de Covid-19, que fueron acompañados por muchas manifestaciones violentas e inusuales en la política global que están relacionadas con cuestiones de salud, como el intercambio de acusaciones sobre las causas de la pandemia o las guerras de máscaras, … etc., que confirman el alcance de los nuevos cambios en el concepto y las normas de violencia política.

A la luz de lo anterior, podemos decir que, a pesar de la existencia de muchas iniciativas que tratan de desarrollar una visión crítica lógica sobre cómo abordar el concepto de violencia política, lamentablemente continúa siendo el tradicional, y se caracteriza por su incapacidad para crear un nuevo marco intelectual capaz de entender los fenómenos y prácticas emergentes, que están relacionados con la filosofía de la violencia política. Además ignora la mayor parte de la problemática y dialéctica antes mencionadas, ya que parece estar todavía centrada en una visión clásica de la era de la modernidad, que ya ha sido superada. Actualmente estamos en la era del Posmodernismo, la Postverdad y el Posthumanismo que ha dejado caer todos los axiomas y postulados, la era de la metodología del escepticismo y la atomización de lo que necesitamos, a pesar de todas las problemáticas controvertidas en esa metodología.



* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España. 

Artículo traducido al español por el Equipo de la SAEEG. 

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