Archivo de la categoría: Opinión

LOS POLLITOS DICEN

Juan José Santander*

Tras un nuevo día de la madre, los recuerdos acuden en tropel, tibio y tierno tal vez, pero sin duda imparable e insoslayable.

Esa canción de la primera infancia que así empieza sigue con la evocación de ‘la mamá que busca, … les da la comida y les presta abrigo’. Con esa idea de protección benévola y cariñosa nos criamos, nos criaron.

Como niños pollitos, éramos ‘los únicos privilegiados’.

Ese canto refiere a la maternal gallina, pero resulta que con ese fondo musical se coló sigilosamente al gallinero el zorro —o la zorra, que igual daño hace—, y nos hallamos donde estamos, ya implumes pero con barba y desilusionados.

Así como no hay a mi entender peor perversión que la de suponer que alguien no merece por incapacidad acceder a los bienes que una buena educación implica y brinda, condenándolo así a una carencia que no sólo le impide progresar en sí mismo sino que embreta su vida en una aparente deriva por la que merced a su ignorancia y pobreza personal lo guían con esa proverbial insidia y astucia del zorro, o de la zorra, envolviéndolo en cantos susurrados con impostadas calidez y afecto en que los pollitos, así obnubilados, confían ingenuamente; la otra perversión consiste en estimular expectativas de antemano frustradas y limitadas por un horizonte vulgar y pobretón al que lo han criado para pertenecer y convencerlo de que naturalmente pertenece.

Y así estamos ahora, festejando días más evocadores de ilusiones que de realidad, ésa que nos despierta implacable cada mañana. Como la ausencia de mi madre.

A principios de los ochenta del siglo pasado inicié un soneto «Argentina» con esta invocación:

«Mansa entraña, esperanza, cáliz, senda».

Como le habría gustado a Borges, «ojalá sea profética».

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG. 

©2021-saeeg®

 

 

¿UN MUNDO MUTABLE E INMUTABLE?

Agustín Saavedra Weise*

Al surgir la humanidad en la era cuaternaria, la fisonomía terrestre y marítima del orbe era prácticamente la misma de hoy, salvo por las modificaciones surgidas debido al avance de la tecnología, es decir, la ciencia aplicada y el conocimiento acumulado transformado en diversas herramientas dedicadas al beneficio del hombre. Al mundo lo representamos con mapas, los que son bastante imperfectos y muchas veces se los edita en función de específicos intereses. La tradicional proyección Mercator (todavía muy popular) distorsionaba superficies alejadas, magnificando el continente europeo.

Hasta ahora el mapa Mercator sigue siendo útil para la navegación, pero su eurocentrismo es innegable: Bolivia se ve más chica que España y Francia, aunque es más grande que esas dos naciones juntas; Argentina semeja tener el tamaño de la península escandinava, pese a ser muy mayor su extensión territorial y así sucesivamente. El mapa Mercator fue fiel reflejo del dominio europeo del siglo pasado, cuando allí estaba el centro del mundo. Los términos “Hemisferio Occidental”, “Cercano Oriente”, “Medio Oriente” y “Extremo Oriente”, son absolutamente válidos desde la perspectiva de Londres, París o Berlín. Ciertamente, no sucede lo propio al encontrarnos en otras latitudes…

Siendo Europa el “centro” del globo, entonces sí se justificaba la citada terminología, que por lo demás —corroborando el pretérito control europeo— la seguimos usando en nuestros días. Ha habido varios intentos para representar en dos dimensiones y en forma plana —como planisferio— al mundo. 

En la década de los 70 y principios de los 80 se popularizó la proyección de Peters, que retomaba el lógico concepto de las proporciones adecuadas de superficies. Se lo llamó el “mapa tercermundista”, ya que disminuía la tradicional e incorrecta sublimación eurocentrista del Mercator. Sin embargo, la influencia del Norte, por estar localizados allí casi todos los países poderosos y además disponer de una mayor masa terrestre que nuestro Sur, hizo que se mantenga nomás el sistema de proyecciones tendiente a minimizar la parte del planeta que está por debajo de la línea ecuatorial: la proyección azimutal equidistante con base en el Polo Norte y que “representa” al mundo en el logotipo y bandera de las Naciones Unidas, es otra demostración palpable del “nortismo” que campea en la confección de mapamundis de cualquier naturaleza. La proyección usada por la ONU magnifica al norte y deja al sur convertido en una pequeña superficie cubierta de aguas oceánicas…

Su ubicación geográfica les ofrece a los Estados nacionales alternativas de ser —sentirse— prisioneros o gananciosos y con ventajas o desventajas, según el lugar donde se encuentre cada uno, según el peculiar tipo geográfico de cada país.

No hay determinismo absoluto: el hombre puede vencer a la geografía y de hecho la venció en infinitas oportunidades, con el auxilio del propio talento humano y de su expresión práctica que es la tecnología. Pero esta última, a la par que modificaba situaciones negativas transformándolas en buenas, podía generar fenómenos inversos. Si las montañas eran una barrera natural en el pasado, hoy no lo son por el desarrollo aeronáutico, pero al mismo tiempo, ahora la técnica permite perforar esas montañas para construir progresistas túneles camineros y ferroviarios. He aquí positivo y negativo en un solo tipo de situación… El general alemán Karl Haushofer solía decir: “El espacio rige a la humanidad”. Exageraba el determinismo geográfico, típico por lo demás de la escuela geopolítica fundada por él en Baviera (1920 y adelante), que proveía argumentos teóricos de naturaleza bélica y expansionista para los extremistas de Munich.

Fue así como la geopolítica adquirió justificadamente mala fama, ya que la forzada interconexión presuntamente “científica” entre política y geografía disimulaba la verdadera meta de conquistas e invasiones que el planificado Tercer Reich de Hitler ya venía programando para cuando acceda al poder… Otro dicho famoso de Haushofer era el siguiente: “Hay naciones que nacen para ser yunque y otras que nacen para ser martillo”. Claro, su patria natal, Alemania, fue uno de los más fuertes martillos europeos, y siempre estaba la desdichada Polonia cerca para servir de sufrido e involuntario yunque…

Los tiempos han cambiado. Desde hace más de 30 años —con el auxilio invalorable de Henry Kissinger— la geopolítica, entendida ésta en forma simple como la relación entre el poder político y el asentamiento geográfico, ha sido reivindicada; sus conceptos integran hoy aspectos globales de tipo internacional y también de tipo interno. En nuestros días, la vieja palabra es reiterativamente usada, pero no para disimular o justificar agresiones sino pensando en programas cooperativos y en el análisis de conflictos. Además, la geopolítica es útil como ingrediente esencial en el estudio de la política mundial y en aspectos domésticos, tales como el diseñar geopolíticamente que un país logre dominio efectivo de sus territorios vacíos, pueda poblarlos y desarrollarlos. Guste o no, Bolivia tiene que convivir con Brasil, Argentina, Paraguay, Perú y Chile; no tiene escapatoria posible; debemos minimizar factores adversos y potenciar los positivos. Igualmente, cualquier otro país del planeta, jurídicamente constituido y por tanto con territorio propio, población autóctona y gobierno legal, es fijo e inmóvil. La tecnología le brindará medios para obviar dificultades, o quizá se las creará, como señalamos antes. En todo caso, la convivencia vecinal y regional —sea fácil o ardua— se impone; es necesario armonizarla con la búsqueda de intereses comunes, a través de la diplomacia y negociaciones efectivas, comercio e integración, etc. Así sucede mayoritariamente en la sociedad internacional, pero el hecho contundente y real es que un país no puede evadirse de su localización, es imposible “relocalizarlo”. Esto, tan simple y elemental, muchas veces es olvidado por aquellos que conducen los destinos de “x” nación y sin quererlo, por sus propias acciones terminan siendo fogoneros de problemas fronterizos o de litigios internacionales en contextos más amplios.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Nota original publicada en El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/opinion/un-mundo-mutable-e-inmutable_251331

DEMOCRACIA FORMAL O SUSTANCIAL, CIUDADANÍA Y DIGNIDAD

Héctor Melitón Martínez*

Imagen de Felipe Blasco en Pixabay 

“Democracia” es un término polisémico que puede ser abordado desde diferentes ángulos. Sin embargo, su uso más frecuente es el que alude solamente a un régimen político, es decir, a la forma en que se cristaliza el poder del Estado. Podemos señalar, desde el análisis de lo que se ve en esta coyuntura que vivimos, que lo que se promociona y se internaliza en la ciudadanía, desde la política y desde los medios de comunicación, es un sistema político que lo podríamos encuadrar como una democracia incompleta, o de baja intensidad, sistema éste, que se inclina  con mayor énfasis en lo formal, en lo instrumental, pero excluye valores con carga sustantiva, he de aquí que podemos separar, entre  una democracia formal, que parece limitarse a la participación popular solo en el acto eleccionario y una democracia sustancial, la cual se apoya en valores , derechos y obligaciones.

La democracia desde su consolidación, especialmente a partir de la independencia de EEUU, se basó en dos principios que son: la libertad y la igualdad, dos cuestiones que permanentemente se mantuvieron en tensión, ya que la igualdad, siempre entendida como igualdad de oportunidades, igualdad ante la ley, etc., siempre debe estar acompañada por la libertad porque la igualdad sola, simplemente produce un despotismo, un paternalismo, más propios de las autocracias o demagogias. A partir de los años 90, aparece un concepto que acapara lo que entendemos como democracia sustancial, es el concepto de ciudadanía, marcando a partir de esto, una clara diferencia con la democracia formal o incompleta.

Este concepto abarcativo de la democracia sustancial, la ciudadanía, consiste en que se es ciudadano cuando puedo ejercer mis derechos y obligaciones, es decir mis derechos y obligaciones, políticos, civiles y sociales. Hablo de “mis” porque no son otorgados graciosamente por el gobierno, son míos propios por ser un ser humano, y el Estado solo debe limitarse a promocionarlos y mantenerlos, dentro de las posibilidades sustentables.

En resumen, en lo político, poder elegir y ser elegido, en lo que respecta a lo civil, poder ejercer libertades básicas como la de expresión, la de asociación o la ideológica y religiosa, la garantía de la protección de la propiedad privada y otros como el derecho de huelga o sindicalización, etc., todos ellos amparados en la Constitución Nacional y otras normativas que permiten hablar de un Estado de Derecho. Por último y a partir de los períodos de entreguerras en el siglo XX aparecen los derechos sociales como valores dignos de protección, siendo éstos una serie de aspiraciones al bienestar económico y cultural de las naciones. Son estos derechos los más difíciles de ejercer  en nuestro continente y en especial en nuestro país a partir del comienzo del siglo XXI. Es por eso que la mayoría de los ciudadanos argentinos son titulares de derechos subjetivos, pero no todos tienen la posibilidad de ejercerlos, más cuando los índices de pobreza y desocupación alcanzan los guarismos que estamos viviendo en estas épocas.

De aquí viene mi anterior descripción de lo que entiendo por democracia formal y democracia sustantiva relacionada con la condición de ciudadano pleno.

Me he guiado para este análisis de un interesante trabajo realizado por el doctor. en Ciencia Política, Hugo Quiroga[1], en lo que dio a llamar “El difícil ejercicio de la ciudadanía plena” donde desarrolla la necesidad de postular un orden social más justo y equitativo, donde se pueda conectar poder y justicia social. En una realidad como la nuestra donde no todos los ciudadanos pueden ser “ciudadanos de hecho”. La mayoría de los argentinos son titulares de derechos subjetivos, pero no todos tienen la misma posibilidad de su ejercicio, en la situación social y cultural actual tan deficiente, limitan ese ejercicio pleno de ciudadanía.

Esto implica que si los gobiernos solo se ajustan a una democracia formal, entendiendo la democracia como un mero acto eleccionario que legitimen poderes que son casi permanentes para ciertas personas que constituyen élites dirigenciales, tanto políticas como económicas asociadas, los ciudadanos expresarán su rechazo en el acto eleccionario, para proveerse de funcionarios que aseguren un futuro promisorio que modifique la realidad de la decadencia en la cual estamos transitando. Esto sería lo lógico cuando existe educación, valores y cultura cívica.

La amenaza de una sociedad cada vez más inequitativa y desigual, llegando a los extremos que hoy estamos viviendo, no pueden ser contrarrestados desde la óptica de una democracia formal e incompleta como la que la clase política nos presenta, con solo legitimidad procedimental traducida únicamente en el acto eleccionario, mientras asistimos a una creciente falta de un orden justo y en un contexto caracterizado por políticas decadentes y alejadas de la realidad del siglo que vivimos. No es lo mismo respetar reglas procedimentales que gobernar democráticamente, desde un gobierno en el que cada uno de los funcionarios predique con el ejemplo y al que llegaron gracias a sus méritos y no meramente gracias a una relación de amistad o familiar. Por otro lado, la sociedad vería con agrado que en ese marco de igualdad se implementen premios y castigos en función del accionar individual de los ciudadanos.

Los derechos sociales fundamentales, como el trabajo, la educación y la salud vienen y parten indefectiblemente del empleo. Observando las altas tasas de desempleo podemos asegurar que es casi inexistente el disfrute de estos derechos en la gran mayoría de los compatriotas. El trabajo en blanco es la llave que permite disfrutar de la ciudadanía social.

El desempleo estructural existente, inducido por políticas de gobierno cortoplacistas y apuntadas solo a conservar el poder, afectan no solo la ciudadanía social, sino también el ejercicio de otros derechos ciudadanos, como por ejemplo los derechos políticos, logrados en nuestro país con la Ley Sáenz Peña, a principios del siglo XX y la universalización de los mismos lograda posteriormente.

Los excluidos sociales, actualmente, exceden a la figura del hombre sin trabajo y se refleja en una marginalidad profunda que los aleja social y culturalmente de la ciudadanía para ser solo votantes. Creen tener derechos políticos y civiles, pero por sus condiciones de vida quedan afuera de una trama de existencia colectiva.

La discordancia entre una supuesta igualdad política y una real desigualdad social son evidentes y hasta aprovechadas por la clase política, en este dañado sistema que soportamos, procedimental, incompleto, injusto y por sobretodo mezquino.

La autonomía y libre voluntad de los individuos se diluye, en muchos casos, en los excluidos sociales. Lo percibimos en la coyuntura que vivimos, no podemos negarlo; se presiona para obtener un voto, afectando la dignidad de aquellos que por malas políticas, falta de oportunidades o ignorancia (fomentada) los han llevado a una fatalidad inducida por el desempleo, la inflación, la presión impositiva, así como por la falta de educación y la falta de esperanza en un futuro con movilidad social ascendente, la cual supo conocer muy bien la sociedad argentina de otrora.

Todo esto es caldo de cultivo para fundamentar las miserables políticas clientelares tan bien instaladas en la política argentina, actualmente bien a la vista de cualquiera que quiera ver.

La pregunta es: ¿En la soledad del cuarto oscuro, donde se efectiviza el voto, se aprovecha para reflexionar y ser libre o solo dejamos de ser ciudadanos para ser meros votantes guionados y condicionados por promesas que además afectan nuestra dignidad como seres humanos? Este gran interrogante será dilucidado en el corto plazo, pero corremos el riesgo de continuar con esta falacia de esperar que el Estado sea el padre protector; por tanto dejemos de ser menores de edad y pasemos a ser adultos. No con esto pretendo que se desechen planes sociales que son verdaderas redes de contención ante eventualidades sino que no permanezcan eternamente siendo fuente de clientelismo y corrupción, atentando contra la dignidad quienes deben depender de ello, además de destruir la cultura del trabajo, en definitiva una falta de la ¡¡¡Libertad!!!

El gran determinante para que esto cambie, y que no tengamos que ser un país que de ser ejemplo y esperanza para el mundo a fines del siglo XIX y principios del XX, pasamos a estar dentro de los últimos puestos en los indicadores de desarrollo y confiabilidad en estas épocas, son la educación y el ejemplo de las clases dirigentes; son estos uno de los factores principales para este cambio. Se debe erradicar el uso de la política para beneficios individuales o corporativos —uso que ha puesto en práctica esta casta política que excluye a los más capaces— para implementar una política que tenga como finalidad el bien común y la felicidad de cada uno de los ciudadanos de la República.

* Profesor de Grado Universitario y Licenciado en Ciencia Política graduado en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Coronel (R) del Ejército Argentino.

 

Referencia

[1] QUIROGA, Hugo. “El ciudadano y la pregunta por el Estado democrático”, Punto 7, Revista Universitaria Semestral, Año 1998, p. 34 – 36.

©2021-saeeg®