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PROYECTO NACIONAL

Santiago González*

Desde mediados del siglo pasado la Argentina navega a la buena de Dios, incapaz de definir su lugar en un mundo cambiante.

 

Muchas veces se escucha hablar de proyecto nacional, más precisamente de la ausencia de un proyecto nacional. Pero, ¿qué cosa es un proyecto nacional? ¿Por qué deberíamos, o no, contar con uno? Y en todo caso, ¿quiénes lo diseñan? Si lo tuviéramos, ¿es algo que nos facilitaría la vida, o más bien nos obligaría a encarrilarla en rumbos decididos por otros? Quienes aspiran a conducir los destinos del país, ¿deberían venir con un proyecto nacional bajo el brazo? ¿Sería razonable interrogar a los candidatos sobre su proyecto nacional? ¿En qué se diferencia un proyecto nacional de un plan de gobierno?

Una manera de encontrar respuestas a estas preguntas es trasladar el asunto del plano social al plano individual. Cada vez que leemos en los diarios las historias de las personas exitosas en sus respectivos campos —en las artes o en el deporte, en los negocios o en la ciencia— encontramos que casi todas ellas han desarrollado a lo largo de sus vidas un proyecto personal, conscientemente perseguido. Algunos lo anticiparon desde pequeños, otros lo fueron descubriendo con el correr del tiempo, pero todos en algún momento entregaron sus esfuerzos a un propósito dominante que organizó sus esfuerzos y les confirió una dirección.

Eso que ocurre con las personas, ocurre también con las naciones. En ambos casos, siguiendo un proceso que se pone en marcha siguiendo una secuencia que yo llamo “de las tres V”: Vocación, Visión y Voluntad. La vocación le da respuesta a un llamado: ¿qué quiero ser?; la visión le da forma a esa respuesta: ¿cómo quiero serlo?; la voluntad conduce los esfuerzos orientados a convertir esas imágenes en realidades, más allá de los contratiempos y las dificultades. Quizás en este punto corresponda agregar una cuarta V, la de la Versatilidad, para ajustar en cada momento el proyecto según sean las circunstancias en que deba desarrollarse.

Ninguna de esas cuatro, conviene tenerlo en claro, garantiza la quinta V, la de la Victoria, pero protege contra la aparición de su hermana indeseable: la de darse por Vencido. Naturalmente, tanto las personas como las naciones tienen la opción de desarrollar sus vidas sin un proyecto, a la buena de Dios. En general es la opción en la que caen los escasamente dotados en términos de capacidades y energías, los indiferentes a quienes todo les da igual, y los sometidos a alguna especie de esclavitud o coloniaje. Sus vidas, nacionales o personales, son gaseosas o líquidas y se acomodan en los espacios o intersticios que dejan los que sí tienen un propósito.

Un proyecto nacional, o un proyecto personal, supone una manera de relacionarse con las demás naciones o las demás personas, con las que la convivencia es inevitable. Una persona puede tener vocación de ermitaño, que logrará cumplir siempre y cuando los demás lo dejen en paz; una nación rara vez disfruta de ese privilegio, y está continuamente bajo el escrutinio y la interpelación de las otras naciones. Los argentinos somos responsables de una nación cuyo territorio es el octavo en el mundo, y no podemos darnos el lujo de dejar a la buena de Dios nuestras relaciones con las demás naciones. Contar con un proyecto nacional no es para nosotros una opción, es una necesidad. Y una obligación.

Retomando la retórica de los libros de autoayuda, por la que pido disculpas a los lectores, digamos que la vocación nacional es previa a cualquier actividad política: la vocación de constituir la nación argentina determinó las conductas de los dirigentes y el pueblo de esta parte de América del sur, y esa vocación quedó plasmada tanto en las guerras de la independencia como en una serie de tratados, pactos y constituciones anteriores a la de 1853. Diferentes visiones compitieron políticamente hasta conducir a la organización nacional de 1880. La voluntad sostenida de todos los actores permitió colocar a la Argentina entre las primeras diez naciones del mundo. Victoria.

Pero faltó versatilidad. Un proyecto es una manera de relacionarse con los demás, y cuando los demás se mueven uno tiene que acomodarse, a riesgo de no salir en la foto o caerse del mapa. Cuando el proyecto de la generación del 80 mostró su agotamiento pasaron quince años antes de la aparición de un nuevo proyecto nacional, éste gestado por los militares del GOU y llevado a la arena política por el general Juan Perón. Alentados y organizados desde el exterior, los herederos del proyecto caduco le opusieron una resistencia feroz, basada en el rechazo ideológico y la obstrucción práctica. Pero nunca ofrecieron un programa alternativo para la inserción soberana y productiva de la Argentina en el mundo de posguerra.

Hace ya 75 años que el país, a partir de cualquiera de sus visiones políticas, no logra diseñar un proyecto nacional con la amplitud y la determinación que tuvieron los de la generación del 80 y la generación del 43. Lo más parecido fue el programa conducido por Juan Carlos Onganía en 1966, una especie de peronismo aggiornado, con amplio apoyo corporativo, eclesiástico y sindical. La llamada Revolución Argentina, tropezó sin embargo con el mismo rechazo y obstrucción que había recibido el proyecto original de Perón. Con clara vocación suicida, desde 1983 el país asistió al desmantelamiento minucioso y planificado, también con asesoramiento externo, de la herencia sobreviviente de sus dos proyectos históricos, un proceso conducido por los dos grandes liquidadores de la nación argentina: Raúl Alfonsín y Carlos Menem.

Paradójicamente, el largo debate político entre las dos facciones que se alternan en la representación política del país, compitiendo por la capacidad coercitiva del Estado para apoderarse de la renta nacional en beneficio propio y de sus amigos, gira en torno de la reivindicación retórica de los dos grandes proyectos nacionales del pasado: unos engalanan sus estrados proselitistas con la imagen de Julio Argentino Roca, los otros con la de Juan Domingo Perón. Retórica carente de contenido: el mundo ha cambiado radicalmente respecto de 1880 y de 1943, y la nación demanda con urgencia un nuevo proyecto capaz de insertarla con provecho en el contexto internacional del siglo XXI.

Vocación nacional se supone que tenemos, nos faltan visión, voluntad y versatilidad si es que queremos reencontrarnos con la victoria. Para no descargar toda la responsabilidad en la clase política, reparemos en que ninguno de los grandes proyectos nacionales del pasado, ni siquiera el ensayo más modesto de Onganía, surgieron estrictamente en el seno de los partidos políticos, sino que fueron amasados en el contexto más amplio de una élite generacional, civiles y militares preocupados y capaces, dispuestos a intercambiar ideas y resignar vanidades en la voluntad de articular propuestas y ordenarlas en un programa amplio y coherente. Sólo en una instancia posterior ese aparato conceptual fue sometido al debate político.

Tratando de captar la atención de una ciudadanía abrumada por la pobreza e inflación, los aspirantes del presente turno electoral alardean de contar con equipos abocados al diseño de un programa económico. Pero un programa económico desligado de un proyecto nacional es apenas un parche como los que ya se han aplicado en el pasado para enfrentar crisis que reaparecen porque el país navega desde hace décadas a la buena de Dios. Ni siquiera un plan de gobierno es un proyecto nacional, sino más bien el conjunto de políticas que permiten llevar a la práctica un proyecto nacional. Junto con la economía, un proyecto nacional debe ocuparse de la defensa, la educación, la justicia, la salud, la demografía y sobre todo de la política exterior, que es por definición la gran ordenadora de todo lo anterior.

 

* Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se inició en la actividad periodística en el diario La Prensa de la capital argentina. Fue redactor de la agencia noticiosa italiana ANSA y de la agencia internacional Reuters, para la que sirvió como corresponsal-editor en México y América central, y posteriormente como director de todos sus servicios en castellano. También dirigió la agencia de noticias argentina DyN, y la sección de información internacional del diario Perfil en su primera época. Contribuyó a la creación y fue secretario de redacción en Atlanta del sitio de noticias CNNenEspañol.com, editorialmente independiente de la señal de televisión del mismo nombre.

 

Artículo publicado el 14/05/2023 en Gaucho Malo, El sitio de Santiago González, https://gauchomalo.com.ar/proyecto-nacional/

¿QUÉ HA PASADO CON EL NACIONALISMO ARGENTINO? Parte II


Ir a ¿Qué ha pasado con el Nacionalismo argentino? Parte I


Hay un refrán: «El Comunismo es el más sangriento, más difícil y la forma más terrible de pasar de Capitalismo a Capitalismo. La verdad es que esto parece ser demostrado por la realidad ahora».

Y un chiste soviético decía: «El Cristianismo sólo predicó las ventajas de la pobreza, los comunistas la impusieron».

Los Comunistas son tristemente famosos de causar el hambre masiva confiscando el grano de todos los campesinos. Nacionalizaron la tierra de los campesinos para hacerlos dependientes del Estado. Confiscaron las tierras y posesiones de sus «enemigos» más peligrosos.

El emperador romano Gaius Julius Caesar (100-44 a. C.) hizo lo contrario comprando tierra él mismo y regalándola a sus soldados para hacerlos independientes del Estado.

Cuando las ideas e ideales de un individuo o sociedad se encuentran en las antípodas del comunismo, reciben de parte de éste el mote de «fascismo», sobre todo cuando se apela a los valores más firmes, la angustia nacional, la necesidad de un orden y una disciplina, la preocupación por el destino histórico y económico de «todo» el pueblo.

Lo que la Internacional marxista ―las dos, la II y la III― comenzó a percibir fue nada menos que esto: el fascismo parece no ser sólo un episodio nacional de Italia. Parece no ser sólo un incidente desgraciado para la revolución socialista mundial, producido en uno de los frentes, en Italia, y restringido a él. Parece más bien un signo de otro orden, una estrategia nueva contra nosotros, provista y alimentada por valores de calidad superior a la de los hasta ahora conocidos. Parece que esa estrategia puede muy bien adquirir rango mundial, es decir, ser desplegada contra el marxismo en el mundo entero. Parece asimismo que su propósito es transformar la vieja sociedad demoburguesa, el viejo Estado parlamentario, y forjar una sociedad nueva y un Estado nuevo, con suficiente vigor para vencer incluso las contradicciones últimas del régimen capitalista. Parece también que su poder de captación consigue hasta el enrolamiento de los proletarios, de los trabajadores, uniéndolos a la pequeña burguesía, a las clases medias, a las juventudes nacionalistas y a todos los patriotas.

La conclusión marxista a esas consideraciones fue, naturalmente, ésta: ¡Lucha mundial contra el fascismo! Una consigna así dio la vuelta al mundo antes de que el propio fascismo tuviese en él análogo cinturón de admiradores. En casi todas partes se organizó y propagó el antifascismo antes que el fascismo apareciese. Y obsérvese que la consigna antifascista no era exclusivamente protesta internacional revolucionaria contra el régimen de Italia, sino que se hacía de ella consigna nacional, contra las supuestas fuerzas fascistas del propio país.

El marxismo, la mística de la revolución proletaria mundial, tiene hoy núcleos fieles hasta en los rincones más apartados del Globo. Las mismas consignas aparecen en un cartelón comunista de los bolcheviques chinos que en uno de los austríacos o búlgaros. Puede hablarse de una internacional marxista, no sólo porque hay marxistas en casi todos los países, sino porque, además, son tipos humanos de calidad rigurosamente idéntica, que han retorcido el cuello a todo signo nacional y de raza, aún a costa de adquirir una configuración espiritual monstruosa. El militante rojo es el mismo en todas partes. Dispone de las mismas armas y lucha por los mismos objetivos. Es, por tanto, también vulnerable a las mismas flechas.

Claro que ese tambor batiente y guerrero contra el fascismo coincidió con otro, de sonido antagonista y contrario: el de las gentes angustiadas por la cercanía bolchevique; el de las gentes ligadas a un espíritu nacional profundo; el de las juventudes bélicas y generosas; el de todo ese gran sector de muchedumbre a la intemperie, ligadas, sin embargo, a una lealtad y a una continuidad de la cultura de su propia sangre.

No hay ni puede haber una Internacional fascista. El fascismo, como fenómeno mundial, no es hijo de una fe ecuménica, irradiada proféticamente por nadie. Es más bien un concepto que recoge una actitud mundial, que señala una coincidencia amplísima en la manera de acercarse el hombre de nuestra época a las cuestiones políticas, sociales y económicas más altas. Pero hay en esa actitud mundial zonas irreductibles, que son las primeras en denunciar la no universalidad originaria del fascismo. Pues su dimensión más profunda es lo «nacional». De ahí que el fascismo no tenga otra universalidad que la que le preste el soporte «nacional» en que nace.

Ahora bien, esa actitud, que denominamos fascista, tiene una realidad innegable en el mundo entero. Se trata de un hecho que se dispone, con fortuna o no, a engendrar otros hechos, quizá más vigorosos. Poco importa, realmente, insistir en el modo cómo esa actitud ha llegado a adquirir vigencia. La historia se nutre y es fecunda en hechos, sean cuales sean sus causas. Las fuerzas madres que la impulsan pueden tener los orígenes más sorprendentes y contradictorios.

El fascismo, la bandera del fascismo, la consigna del fascismo, la lucha en pro o en contra del fascismo, todo eso es hoy evidentemente alguna cosa, que no cabe ignorar.

Pero, ¿Fascismo fuera de Italia?… sería imposible. Constituiría, desde luego, un absurdo. Nacionalismo sí es el término correcto.

Desde el año 1983 a la fecha, la mayor parte del tiempo han estado haciéndonos creer que debíamos migrar y alinearnos con gobiernos filo comunistas, pertenecer a la Internacional socialista ya que, según dichos gobernantes, «era lo más parecido a vivir en el paraíso pero, el Imperio les hacía la vida imposible».

Revisemos unas pocas cifras:

Los representantes criminales del poder han admitido ahora que detuvieron el desarrollo de Rusia y lanzaron el país al caos, que la vida era mejor en la Rusia zarista que en la Unión Soviética. Como ejemplo de esto, un empleado tipo en la Rusia soviética en 1968 vivía con un estándar que era sólo un 18 por ciento de lo que un empleado ruso normal disfrutaba en 1914. También ha sido calculado que un jornalero ruso en 1968 vivía con un estándar que era sólo la mitad de su colega en 1914, incluso contando una proporción de inflación del 8 por ciento por año. Aun así, la vida en la Rusia no era tan dura en 1968 como en 1991, el último año del Poder Soviético. Los obreros durante el régimen zarista ganaron 30 rublos por mes, y los profesores y doctores 200.

Una barra de pan (410 g) cuesta 3 kopecks; 410 g de carne 15 kopecks; 410 g de mantequilla 45 kopecks; 410 g de caviar 3 rublos y 45 kopecks.

Si nosotros comparamos las condiciones en la URSS con aquellas en Occidente, encontramos contrastes aún más agudos. En 1968, el estándar de vida media en el Reino Unido era 4.6 veces superior que en la Unión Soviética. (1)

Estas cifras corresponden a la madre patria de los gobiernos filo comunistas, la que solventaba gran parte de los gastos de sus gobiernos satélites. ¿Qué quedaba entonces para Cuba, El Salvador, Nicaragua? Basta ver el paraíso en que se ha convertido Venezuela…

El proceso destructivo del gobierno de Raúl Alfonsín fue enorme:

  • Modificó el Código de Justicia Militar y permitió los castigos a los militares. Por decreto, el gobierno creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), presidida por el escritor Ernesto Sábato. (Por supuesto, con los crímenes de la subversión fueron más indulgentes, la mayoría está libre e incluso, posteriormente, formaron parte de gobiernos).
  • Inició el largo proceso de desmalvinización que sigue profundizándose hasta la actualidad.
  • En los levantamientos carapintadas enfrentó a los uniformados creando la discordia y haciendo oídos sordos al justo reclamo de volver al ideal del Ejército sanmartiniano y al cese de la persecución de los efectivos que cumplieron la orden que emanó de un gobierno constitucional.
  • El gobierno devaluó la moneda y restringió la circulación de dinero, en un frustrado intento por frenar el proceso inflacionario.
  • Le dio la espalda al campo, verdadero motor de nuestra economía dejando fuera de las negociaciones a Confederaciones Rurales Argentinas: la Federación Agraria, la Sociedad Rural y Coninagro.
  • Entre abril y mayo, el ministro de Obras Públicas, Rodolfo Terragno, propuso la privatización parcial de las empresas estatales, como la telefónica ENTel o la petrolera YPF.
  • Entró en funcionamiento el Plan Primavera, por el que se congelaron salarios y precios, y se intentaó reducir el gasto público. La situación económica se agravó meses más tarde, con la eliminación de los créditos internacionales.
  • El gobierno devaluó el austral. Fue el punto de partida de una profunda crisis hiperinflacionaria. (2)
  • El 30 de mayo de 1989 se decretó el estado de sitio y se adoptaron medidas económicas de emergencia, la deuda externa había crecido y los salarios decrecido enormemente.
  • Según datos del Centro de Población, Empleo y Desarrollo de la Universidad de Buenos Aires (CEPED-UBA), en octubre de 1982 (14 meses antes de la asunción de Alfonsín) la pobreza en el Gran Buenos Aires llegaba al 21,6% de los hogares, mientras que el mismo mes de 1985 (ya con casi dos años de mandato) bajó al 14,2 por ciento. En este sentido, en mayo de 1989 (dos meses antes de dejar anticipadamente su puesto) subió al 19,6% de los hogares y en octubre de 1989, apenas dos meses después de la asunción de Carlos Menem (PJ), el 38,3% de las viviendas estaba por debajo de la línea de la pobreza. (3)

Y ya que nombramos a Carlos Menem, en esta segunda entrega, vamos a analizar brevemente su gestión de gobierno.

Apenas comenzado su mandato, Menem firmó los decretos que dan inicio al proceso de privatizaciones de empresas estatales. La primera compañía fue ENTel. Le siguieron los ferrocarriles y Aerolíneas Argentinas, entre otros activos que pasaron a manos privadas. ¿Hace falta aclarar que entregar las comunicaciones, los ferrocarriles y la aerolínea de bandera es una aberración ante una posible hipótesis de conflicto ante la cual quedaríamos incomunicados y sin logística?.

Luego de tanta injusticia para con la familia militar y el proceso de desmantelamiento perpetrado por la gestión alfonsinista, Menem nombró a Jorge Domínguez como ministro de Defensa, quien llegó con espejitos de colores y prometió construir un «Pentágono», un edificio inteligente que agruparía al Ministerio y a la conducción de las tres fuerzas, pero que nunca se concretó.

Paralelamente y entre las políticas tendientes a la profundización de la indefensión de la Nación, Menem anuló el servicio militar obligatorio, (ligado a casos de corrupción vinculados a la venta de armas a Ecuador ―lo que alejó a Argentina de Perú, uno de sus aliados tradicionales en la región― y a los turbios negocios de la Fuerza Aérea en los aeropuertos); desinstitucionalizó el procedimiento de toma de decisión en las cuestiones de Defensa, no estableció metas institucionales y actuó sin precisar lineamientos integrales para el funcionamiento del sistema.

También promovió modificaciones para subordinar la Junta Interamericana de Defensa, integrada por militares de todos los países, a la OEA, limitando su autonomía y convirtiéndola en un órgano de asesoramiento técnico-militar sin funciones operativas.

Durante su gobierno, el jefe del Ejército, el traidor Martín Balza, formuló por primera vez una disculpa institucional por las acciones ilegales de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura, dando herramientas al enemigo al omitir que fue una orden generada por el ejecutivo y acatada, como corresponde, por las Fuerzas Armadas y de Seguridad.

Menem no hizo más que poner en marcha aquello que académicos, economistas y funcionarios estadounidenses y del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional establecieron a comienzos de 1989 en el denominado Consenso de Washington: en el documento aparecían diez puntos que expresaban las necesidades y las opciones del mundo hacia el siglo XXI: disciplina fiscal, prioridad del gasto público en educación y salud, reforma tributaria, tasas de interés positivas determinadas por el mercado, tipos de cambio competitivos, políticas comerciales liberales, mayor apertura e la inversión extranjera, privatización de empresas públicas, desregulación y protección de la propiedad privada. En pocas palabras, nos entregó maniatados.

Aprobó la Ley de Reforma del Estado y La Ley de emergencia Económica, que esbozaban un amplio plan de privatizaciones y dotaban al Ejecutivo de amplias facultades. Propició el canje compulsivo de depósitos a plazo fijo por bonos externos. Esto ocasionó pérdidas irreparables al sector de pequeños y medianos ahorristas.

Privatizó absolutamente todo; hacia el final de la presidencia de Menen no quedó ninguna empresa en manos del Estado. Se privatizaron la petrolera YPF, Aerolíneas Argentinas, ENTel, Gas del Estado, la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, Obras Sanitarias, los aeropuertos,  el Correo, la energía eléctrica, la seguridad social, dos plantas siderúrgicas, el Mercado de Hacienda de Liniers, las radios, los canales de televisión, las carreteras, los ferrocarriles.

Si bien la prédica privatista aconsejaba romper con el monopolio estatal, las empresas adjudicatarias gozaron de un virtual monopolio, ya que se distribuyeron territorialmente la provisión de servicios. Esta transformó a los usuarios en rehenes de las empresas, que fijaron altas tarifas y con total libertad redujeron los servicios a los territorios que mayores ganancias les brindaban. El servicio ferroviario, por ejemplo, quedó reducido al Gran Buenos Aires y dejó aisladas a importantes zonas del país. Las privatizaciones proporcionaron unos 25.006 millones de dólares.

Durante su gobierno (1990), Argentina renunció a desarrollar armas nucleares. En realidad, entre los años 80 y 90, Argentina desarrolló el misil Cóndor, un proyecto secreto que hubiera cambiado radicalmente la historia del país haciéndola dominar la región. EEUU, temeroso de perder su control de Latinoamérica, detuvo el desarrollo del vector. El misil tenía un alcance de 750 a 1000 kilómetros y un sistema de guiado mediante una computadora inercial y tobera móvil.

La cabeza balística tenía una carga útil de unos 500 kilogramos y las posibilidades que albergaba el Cóndor eran asombrosas desde el punto de vista militar.

Una de la características más sobresalientes que poseía era que funcionaba a través de combustible sólido. Esto, proporcionaba muchas ventajas, como el hecho de que podía ser lanzado inmediatamente desde cualquier plataforma habilitada al efecto, lo que, desde el campo de la estrategia, permite grandes posibilidades.

El desarrollo del misil se hizo a través de la cooperación con CONSEN, una empresa europea de transferencia misilística, que proporcionó mucha ayuda en los sistemas de guiado y en los TVC, que en su época, era lo más innovador en materia de combustible sólidos.

Por desgracia para Argentina, las increíbles capacidades de este misil hicieron que fuera codiciado por muchos países, especialmente por Irak y Egipto, alcanzando un nivel de cooperación tecnológica con los mismos y empezando la gestación de la tragedia que acabaría con el Cóndor. EEUU no quería que este misil llegara a manos de Irak, ya que era mucho más poderoso que los Scud y podía alcanzar Irán e Israel sin dificultad, cosa que rompería el equilibrio en Oriente Medio, que había  diseñado EEUU. Por otra parte, Gran Bretaña, aliado de EEUU, mostraba gran preocupación por el misil Cóndor porque podía destruir sus defensas en las Malvinas y hacerle perder el control de las islas por lo que, indirectamente, presionó a Estados Unidos para que bloqueara la creación del misil.

Aunque el gobierno de Menem tumbó el proyecto puede que en un futuro el misil Cóndor vuelva a la vida y surque los cielos como es su legítimo derecho, honrando a  la Argentina.

Y así se suceden uno a uno los actos de gobierno tendientes a la destrucción del ser nacional sin que haya habido en las últimas tres décadas una sola voz que se alce contra ello, lo que nos trae a la memoria las palabras de José Antonio Primo de Rivera, tan actuales y verídicas:

…Para algunos esto será indicio de que vivimos en un pueblo civilizado, tolerante y respetuoso con la justicia. Para nosotros es indicio de que vivimos en un pueblo sometido a una larga educación de conformismo enfermizo y cobarde…

Con estas palabras culminamos la segunda entrega. En la próxima abordaremos la gestión de gobierno de Fernando De la Rua.


Ir a ¿Qué ha pasado con el Nacionalismo argentino? Parte III


Por Der Landsmann para SAEEG. 


Notas
  1. Anatoli Fedoseyev – «Sobre la Nueva Rusia«.
  2. https://www.cronista.com/economia/La-presidencia-de-Alfonsin-ano-por-ano-20090331-0143.html
  3. https://chequeado.com/el-explicador/como-evoluciono-la-pobreza-con-cada-presidente/
  4. Fascismo en España – Roberto Lanzas
  5. Bajo el Signo del Escorpión – Jüri Lina
  6. https://mundo.sputniknews.com/
  7. Obras completas – José Antonio Primo de Rivera

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