Alberto Hutschenreuter*
Aunque existe alguna esperanza relativa con un cambio favorable en las relaciones internacionales a partir del tremendo seísmo que provocó la pandemia, no hay ninguna razón como para pensar que el fenómeno implicará cambios de escala en dichas relaciones. Posiblemente se realizarán “ajustes” relacionados con la mejora de la información y coordinación preventiva sobre aquello que en la jerga del segmento de la sanidad mundial se denomina Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional (PHEIC); pero nada por ahora cambiará la sustancia de las relaciones entre los estados.
Dicha sustancia es protohistórica y ha sobrevivido a otras situaciones de pandemia a lo largo del pasado, como también a casos de disrupción mayor entre estados, por ejemplo, las guerras mundiales. Por ello, bien podríamos decir que, si contamos con alguna certidumbre constante en las relaciones internacionales, ésta es la de saber que la anarquía entre los estados, la desconfianza (Hobbes decía que los estados asemejaban a “gladiadores apuntándose con sus armas y mirándose fijamente”) y la búsqueda de seguridad por parte de los mismos, son componentes inalterables.
Claro que esos componentes pueden ser moderados o equilibrados, pero para ello es necesario que los estados preeminentes, es decir, “aquellos que cuentan”, alcancen entre ellos lo que se denomina un régimen internacional afianzado, es decir, un conjunto de reglas centrales pautadas y acatadas que permitan una convivencia estable en un entorno internacional relativamente “fiscalizado”.
Pero aun dentro de semejante contexto, aunque con más cautela y desde una mayor deferencia internacional, los estados continuarán desplegando políticas con el propósito de mantener “en condiciones” sus capacidades o autoayuda, pues, como reza uno de los pocos pero infalibles asertos del realismo en la política internacional, aun en el mejor de las condiciones internacionales nunca un estado sabrá cuáles son las verdaderas intenciones de sus rivales.
Pero en el mundo de hoy, y desde hace ya tiempo, no existe régimen internacional ni existen indicios sobre la posibilidad de configuración internacional alguna. Como dato, solo consideremos que los estados sobre los que recae la responsabilidad de pensar un orden no solo están abocados al “interés nacional primero”, que incluye una creciente exaltación y promoción del patriotismo, sino que se encuentran en un estado de paulatina rivalidad y tensión entre ellos. Incluso hay tensiones en ascenso entre potencias medianas, situación que aleja posibilidades de construcción de “ordenes internacionales regionales”, una modalidad que parece considerar Henry Kissinger en su obra “Orden mundial”.
A partir de esta realidad se despliegan otras situaciones que nos anticipan un mundo en creciente estado de discordia: bajo multilateralismo, alta geopolítica, acumulación militar superior, nacionalismos variados, comercio disruptivo, querellas militares mayores, crimen organizado descontrolado, imperialismo de nuevo cuño, soberanías condicionadas, tratados interrumpidos, regionalismo fragmentado, etc.
No se trata, claro, del mejor de los mundos ni, por ahora, tampoco del peor; pero sin duda alguna un mundo muy peligroso para los estados, en particular, para los “países de geopolítica cero” (“Pdg-c”), es decir, aquel reducido y raro lote de países que mantienen una condición político-territorial inconcebible, un diagnóstico del mundo generalmente desacertado, una tendencia a anteponer los deseos a los intereses y una débil conciencia nacional frente a las cuestiones de cuño político-territorial[1].
Dicha condición implica que no hay una relación entre la extensión terrestre, aérea y marítima del país, y las capacidades que desarrollan para protegerla. El enfoque del mundo por parte de este tipo de países se funda, la mayoría de las veces, en la falta de un pensamiento estratégico propio, falta que es ocupada por concepciones que se gestan en centros de poder de geopolítica vital; por ello, cuando se consideran situaciones, por caso, la globalización (en sus diferentes manifestaciones), las mismas carecen del necesario análisis relativo con el “factor poder” que se halla en forma latente en esas situaciones. En tercer lugar, dichos actores manifiestan anhelos, es decir, tienden a desplegar actos o políticas sin considerar las intenciones que anidan en otros actores, ni son suficientemente conscientes de que “no existe ningún sitio” donde acudir en caso de necesitar amparo. Finalmente, la atención social sobre aquellas cuestiones que implican política, intereses y territorios suele manifestarse en términos de indiferencia, cuando no abierto desconocimiento; pero lo verdaderamente notable es que a menudo ello sucede entre los propios profesionales.
En relación con esto último, y refiriéndose a la Argentina, el profesor Adolfo Koutoudjian ha advertido recientemente que en 2018 el gobierno reunió consideraciones de intelectuales y pensadores argentinos sobre el futuro del país. Hubo diferentes opiniones de personas ligadas al oficialismo, es decir, “de derecha, de centro y de progresistas”. “Llamativamente, ninguno mencionó al territorio, basamento esencial de la nación en cualquier circunstancia. Tampoco se mencionó el mar, la Antártida, las Malvinas, las regiones, las cuencas hídricas ni nada vinculado a la infraestructura […]. Increíblemente, en enero de este año se recabaron opiniones de intelectuales de hoy, esta vez ligados al actual oficialismo y los grandes medios de comunicación, donde, nuevamente estos pensadores más progresistas y de izquierda se olvidaron del territorio argentino, sus problemas, potencialidades, crisis recurrentes que lo aquejan”[2].
Lo más relativamente cercano a esta extraña técnica de amparo y “poder invertido” es el aislacionismo, un lugar internacional que prácticamente ya ningún país lo ejerce; incluso aquellos que lo puedan hacer desarrollan un importante grado de autoayuda, aun a riesgo de reducir el bienestar de su población, y cuentan con “valedores internacionales” preeminentes.
Hay actores que podrían llegar a desplegar algunas de las condiciones de “Pdg-c”, pero no son estados territorialmente grandes, mucho menos, por supuesto, aquellos que Friedrich Ratzel denominaba “países-continentes”; los mismos suelen tener una ubicación preferente y, generalmente, cuentan con amparos exteriores. Pero aun estos países no llegan a desplegar todas aquellas extravagantes condiciones de carácter “anti-geopolítico”.
La incapacidad de los “Pdg-c” para construir poder nacional o “poder agregado”, es decir, alcance de relevancia en las diferentes dimensiones (económica, social, tecnológica, militar, aeroespacial, energética, diplomática, etc.), coloca a estos actores en un lugar muy inquietante en el mundo de siempre, sobre todo en el mundo que viene, pues en ese mundo de horizonte incierto podrían estar aguardando lógicas de poder que terminen por convertir a la soberanía de dichos actores en una expresión formal.
Pasando a situaciones de riesgo latente, no debemos olvidar que existen “nuevos temas” en relación con el alcance de la soberanía de un estado; cuestiones que implican la posibilidad de activar la “responsabilidad de resguardar” más allá de la salvaguardia de los derechos de los pueblos, es decir, hacia segmentos que por una deficiente gestión podrían disparar alarmantes “llamados de atención” por parte de organizaciones o estados, porque se trata de actividades que tienen secuelas (no consecuencias) internacionales. Es decir, en nombre de una “soberanía mancomunada” se podría relativizar sensiblemente la soberanía nacional.
Asimismo, y en buena medida relacionado con lo anterior, la declinante situación socioeconómica de un país podría dar lugar a una situación de “soberanía corrompida” en diferentes segmentos, por caso, energía, cibernética, alimentos, etc. Para expresarlo en términos más precisos, un actor “en apuros financio-económicos” podría ceder a propuestas de un actor preeminente, en principio atractivas y que no entrañan riesgos, para, a cambio de una ayuda económica de escala, convertirse en parte de su afluente economía como “activo suministrador de determinados bienes”[3].
Aumentando el nivel de riesgos, qué otra respuesta que no sea la inacción y el recurso estéril a las organizaciones intergubernamentales podría ofrecer un “Pdg-c”, si una alianza político-militar, para negar un futuro acceso a una potencia rival u otra alianza, decide proyectar capacidades a zonas no soberanas, pero sí adyacentes al territorio de aquel.
Subiendo más todavía el listón de riesgos, no se debería descartar (por su carácter alarmista) la hipótesis relativa con que una potencia mayor directamente ocupe parte del mismo territorio de un “Pdg-c” por cuestiones derivadas de una nueva era de lo que podríamos denominar “globalismo por recursos”, una conjetura que países como Brasil ya se han planteado hace más de tres décadas desde los términos de escenarios posibles de enfrentamientos asimétricos.
No se trata de temas nuevos; sí podría ser novedosa y deletérea la “accionización” sin mayores rodeos que implican los mismos.
En breve, no hay lugar para estatus geopolíticos inconcebibles o “lábiles” en el mundo actual. La opción es construir poder y calificar para ser parte de “países de geopolítica de deferencia”, es decir, países que imponen (cierta) consideración por parte de los actores de geopolítica intensa, que no es lo mismo a que éstos no reparen en nada si tienen que adoptar una decisión inaplazable relativa con sus intereses primero.
La otra opción, la de un enfoque de “geopolítica cero”, deja a los países que la sostienen ante dos opciones: terminar siendo sometidos por otros globales, o tener que convertirse en “protegidos” de un actor geopolítico vital regional[4].
* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Profesor de la asignatura Rusia en el ISEN. Profesor en la Diplomatura en Relaciones Internacionales en la UAI. Ex profesor en la UBA y en la Escuela Superior de Guerra Aérea. Autor de varios libros sobre geopolítica. Sus dos últimos trabajos, publicados por Editorial Almaluz en 2019, son “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, y “Versalles, 1919. Esperanza y frustración”, este último escrito con el Dr. Carlos Fernández Pardo.
Imagen: contratapa del libro (1)
Referencias
[1] Alberto Hutschenreuter, Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo. Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019, p. 161.
[2] Adolfo Koutoudjian, “Argentina: no hay Nación sin territorio”. El País Digital, 17 de junio de 2020, https://elpaisdigital.com.ar/contenido/argentina-no-hay-nacin-sin-territorio/27323 (disponible en red).
[3] Se sugiere consultar el trabajo de Juan José Borrell, Geopolítica y alimentos. El desafío de la seguridad alimentaria frente a la competencia por los recursos naturales. Buenos Aires: Editorial Biblos, 2019.
[4] Ver el pertinente artículo de Carlos Escudé, “Somos un protectorado de Chile y Brasil”. La Nación, Argentina, 24 de enero de 2013, https://www.lanacion.com.ar/opinion/somos-un-protectorado-de-chile-y-brasil-nid1548409/ (disponible).
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