Omar Tejada*
Imagen de Chris Aram en Pixabay
Parecería que fue ayer cuando solíamos pasar tiempo con nuestros hijos yendo a jugar a la pelota, o ir a la playa en pareja y disfrutar del sol y un buen ceviche, o planear ir a visitar a un familiar lejano. Parecería que fue ayer cuando cada semana yo solía tomar el bus que me llevaría al trabajo desde Lima hacia las montañas para después de unos días regresar a casa listo para disfrutar de mi descanso.
Parecería también que fue ayer cuando un domingo recibí una llamada telefónica, luego de ver al Presidente del país decretar la emergencia sanitaria, y decirme que debería de viajar esa misma noche para instalarme en mi lugar de trabajo lo antes posible y enfrentar la incertidumbre de lo que se venía.
Han pasado dos meses desde ese último viaje en bus en el cual yo ya podía sentir el miedo de que algún pasajero este infectado por ese bicho raro y desconocido llamado coronavirus y por ende muchos en ese viaje nos podríamos contagiar. Nunca olvidaré la sensación de sentirme acechado por un enemigo invisible que podía atacar desde el saludo de la terramoza, o desde el sorbo del vaso con agua que suelo pedir, o quizás desde el estornudo del pasajero que iba a mi lado, o peor aún, del aire emanado por el aire acondicionado que era lo único que nos ventilaba en esa caja hermética con ruedas llamada autobús.
Y es así que escribo estas líneas, desde las alturas de los andes peruanos, donde no se extraña el cielo gris ni el tráfico ensordecedor de Lima, aunque dicen que eso ha cambiado en la capital y esperemos que sea por mucho tiempo. Y es que este virus nos ha traído cosas que parecen de película o, mejor dicho, de esos sueños raros donde se entremezclan pesadillas con deseos en una dinámica desordenada y sin sentido.
Pesadillas por un lado, llenas de números que crecen todos los días y que representan a los infectados, a los muertos, a las pruebas, a las camas UCI, así como también a los caminantes que desesperadamente dejan la capital y otras grandes ciudades en busca de cobijo y refugio en su tierra natal, buscando alejarse no solo del virus sino, sobre todo, del hambre y la pobreza, y hasta en algunos casos de la indiferencia y la discriminación. Todo esto mezclado con la incertidumbre de ver que la bendita curva no baja.
Deseos por otro lado, donde podemos ver la fauna marina abarrotar las playas del bello litoral peruano; donde el hasta hace poco colchón gris lleno de contaminación y humedad mezclados entre sí que cubría a los limeños durante casi todo el año ha dado paso al sol que no deja de brillar y al azul del cielo que se han convertido en el marco perfecto para hacernos recordar todos los días que la tierra necesita un respiro; o donde la tecnología que solía desconectarnos y hacernos seres cada vez más impersonales hoy no deja de unirnos con nuestras familias y hasta con esos amigos de colegio que ya casi habíamos olvidado, y donde no es raro ver que incluso nuestros queridos ancianos empiezan a dominarla y hasta hacen sus reuniones de té o sus clases de baile por video llamada, algo que hasta hace casi dos meses muchos de ellos no tenían ni idea de cómo funcionaba.
Mientras tanto, cuando nos damos cuenta de que no estamos soñando, vemos que el virus es muy real, y que las diversas teorías conspirativas sobre el mismo no cambian el hecho de que sea cual fuese su origen la única forma de ganar la batalla es manteniendo la distancia física, no la social, y algo tan básico como un adecuado aseo personal. Y es que ahora es cuando debemos de mantenernos más unidos socialmente que nunca en medio del distanciamiento físico ya que esta contradicción es la clave para salir airosos de esta prueba que la naturaleza nos está dando. Ahora es cuando más debemos de pensar en comunidad, en cuidarnos mutuamente porque si uno cae no cae solo. Ahora es cuando debemos de voltear y ver que a nuestro lado hay una persona, y al otro lado hay otra y otra y otra y que si no somos empáticos y solidarios no solo les afectará a ellos, sino también a nosotros, ya que el virus no entiende de política, ni de raza, ni de género, ni de idiomas, simplemente es un organismo que lucha por sobrevivir, igual que nosotros, y no importa su tamaño diminuto porque puede hacernos literalmente la vida imposible de manera directa e indirecta. Es por esto que debemos de tomar conciencia, de que las medidas de gobierno (que no son perfectas y jamás lo serán y el porqué es motivo de otra discusión) podrían ser más eficientes si cada uno de nosotros toma la responsabilidad de cuidarse y cuidar a los que están a su alrededor y si no lo hacemos, simplemente no importará lo que el gobierno y las autoridades hagan, al final del día habremos perdido la batalla y no podremos tener ninguna autoridad moral para culpar al resto.
Mientras todo esto sucede, yo sigo aquí desde las alturas viendo hacia abajo como la peste avanza y amenaza con tocar a mi puerta como una apocalíptica nube negra que al principio pensé vendría del litoral, pero hoy ya no se desde dónde va a dar ese zarpazo mortal como si se tratara de un oso gris al cual le han invadido su territorio. Ante eso, trato de revertir la situación mirando lo más que pueda frente a mi encontrando picos llenos de nieve que dan color y brillo a los valles que sus aguas riegan. Otras veces, simplemente decido solo mirar hacia arriba y quedar hipnotizado por las estrellas que no dejan de engancharme con el universo haciéndome sentir tan diminuto, pero a la vez tan importante en este incomprensible juego cósmico llamado vida, que no hay espacio en mi cabeza para ningún virus.
Y es cuando empiezo a soñar de nuevo.
*Oficial de la Marina de Guerra del Perú en situación de retiro. Es graduado con mérito de la Maestria de Seguridad Internacional en la Universidad de Leicester en el Reino Unido. Ha trabajado en la Organización de las Naciones Unidas como observador militar en Sudán, Comandante del Contingente peruano en Haiti y como Oficial de Asuntos de Operaciones de Paz en la sede principal de la ONU en Nueva York. Escritor de artículos profesionales y conferencista en temas de seguridad y defensa a nivel nacional e internacional.
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