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(Texto escrito en los días de cuarentena en Lima, abril de 2020)
En estos días la prensa mundial centra su atención a corona virus o covid-19 que comenzó en Wuhan, capital de la provincia de Hubei (China), y que ahora es pandemia. Es recordado un médico chino honesto y valiente quien informó y alertó sobre la gravedad del mal; la respuesta de las autoridades fue silenciarlo en vez de tomar en cuenta el informe médico. Cuando el mal se hizo notar con muchas muertes, recién se tomó la medida: aislar al pueblo. Sin embargo, la enfermedad llegó a otros países porque ahora es fácil viajar gracias a los modernos medios de transporte. Entonces, algunos gobiernos del mundo tomaron en serio el problema; mientras otros negaron y se burlaron, hasta que vieron aumentar el número de infectados y muertos.
Con la nueva enfermedad mortal surgió, inmediatamente, el virus del egoísmo que existía desde siempre, en unas sociedades más, en otras menos.
Al principio, en muchos países del mundo hubo insultos y maltratos a los ciudadanos del este de Asia como si todos fueran pestíferos. La prensa de Europa y América, sin saber el origen y la naturaleza exacta del virus, aprovechó la oportunidad para criticar la cultura gastronómica de China.
Ahora, que el mal es pandemia siguen las conductas intolerantes con los ciudadanos de los países donde hay más infectados y fallecidos. El turismo, antes una industria muy lucrativa, ahora es víctima porque ya no hay viajes por los aeropuertos cerrados y el pánico de los contagios.
Ante las medidas de control como la cuarentena y el distanciamiento social, la respuesta de algunos es brutal: acaparar todo lo que se pueda para revenderlo cuando escasee el producto. Esos están infectados por el virus del egoísmo. Gente de ojos brillosos por la ansiedad compra grandes cantidades de papel higiénico, mascarillas, guantes descartables, desinfectantes, agua embotellada, cereales, etc. Los que no pueden adquirir esos productos son las víctimas del egoísmo y del Covid-19.
La humanidad, durante toda su historia ha sobrevivido sacando lecciones de las catástrofes (terremotos, maremotos, sequías, incendios, aluviones, friajes, pestes, guerras, etc.). Ante la actual pandemia también tiene que reflexionar y buscar soluciones en los cambios del modus vivendi y no estar sólo esperanzado en la elaboración de la vacuna. Por mi experiencia de haber vivido varias décadas en Corea del Sur y en el área rural de los Andes, cito lo que se puede aprender:
– Quitarse los zapatos en la entrada de la casa. Cuando caminamos la base del calzado está en contacto con el polvo, basura, escupitajo, orina de mascotas, estiércol de aves, etc. Así el zapato es portador de gérmenes infecciosos que pueden llegar hasta el interior de la casa. Algunos hasta ponen sus pies con calzado sobre la mesa para descansar. En Asia es muy común quitarse los zapatos para entrar a la casa. Esto implica que hay que tener los pies limpios y las medias en buenas condiciones.
En mi casa en Lima y en las casas de mis hijas (en Toronto y Baltimore) se cumple esta costumbre que aprendimos en Seúl. Algunos visitantes se incomodan y hasta murmuran por esta exigencia. Las chancletas para el interior de la casa mantienen bien el piso y la alfombra.
– No compartir el mismo vaso al beber. Esto sí debemos cambiar todos, porque los asiáticos y los americanos bebemos, muchas veces, compartiendo el mismo vaso como muestra de la amistad. Cuando no hay vaso y se comparte el contenido de la botella, que puede ser gaseosa o agua, hay que abrir la boca y verter con cuidado el contenido. Así hacen los coreanos. Evitar tomar el contenido de la botella poniendo en contacto los labios.
– Lavarse las manos con mayor frecuencia. Barrer la casa, patio y escaleras con mayor frecuencia. Recuerdo a mi abuelo materno, quien nos narró varias veces: “Retornaba de la chacra cuando escuché ruido atrás, volteé y vi a un varón greñudo, barbudo y casi desnudo que corría bufando y chillando delante del torbellino. Apoyando mi espalda en una roca lo esperé con el bastón listo para defenderme si me atacaba el loco desconocido; pero éste, al verme, salió del camino desviando el curso del viento loco”. Al oírlo muchos dijeron que los perros habían ladrado mientras pasaba el torbellino. “Ahora: limpiemos la casa, el patio y el camino; y quememos la basura para borrar la huella del puriqishyay” —aconsejó—. Después de unos días muchos niños de las casas no aseadas se enfermaron y murieron con chiraqya (tos convulsiva). La palabra quechua puriqishyay se refiere a la enfermedad contagiosa (puriq qishyay: enfermedad viajera). La figura del extraño hombre barbudo es la memoria histórica de que muchas enfermedades (sarampión, viruela, gripe…) llegaron con los barbudos conquistadores.
La incineración sirve para no depositar las enfermedades en las tumbas bajo tierra o en los nichos. Las cenizas ya no contaminan y pueden guardarse o verterse al río o debajo de un árbol. En Perú, desgraciadamente, hay pocas ciudades con crematorios. Es el momento de fomentar los hornos de incineración.
La peste reta a la humanidad, ésta debe responder bien para sobrevivir.
* Licenciado en Lengua y Literatura, Universidad Nacional de Trujillo, Trujillo, Perú. Doctor en Filología Hispánica, Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Madrid, España. Investigador del Instituto de Estudios de Asia y América, Universidad Dankook, Corea. Ha publicado numerosos libros, entre ellos Diccionario quechua ancashino – castellano.
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