Agustín Saavedra Weise*
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Las 13 colonias británicas de Norteamérica decidieron ser independientes el 4 de julio de 1776 y formaron los Estados Unidos de América. Tras varios años de lucha contra la potencia colonial finalmente consolidaron su libertad y en 1787 promulgaron una notable constitución, la que permanece válida hasta hoy, con varias enmiendas agregadas en forma paulatina.
Desde su inicio la joven nación pasó a ser ejemplo ante el mundo de prácticas democráticas y división de poderes; inclusive se adelantó en varios años a la célebre revolución francesa. Con el tiempo las colonias originales se expandieron y se transformaron en 50 estados de costa a costa Atlántico-Pacífico e inclusive abarcando territorios de ultramar: Hawai, Puerto Rico y Alaska, entre otros. Hasta nuestros días Estados Unidos sigue siendo paradigma y aún la potencia económico-militar más poderosa del orbe, hoy jaqueada con fuerza en ambos terrenos por el ímpetu de la República Popular China. Rusia quedó atrás, al disolverse en 1991 la Unión Soviética.
Si bien Estados Unidos pasó a ser ejemplo de democracia representativa, tuvo de partida un grave pecado original, que desde hace tiempo viene cobrando su penitencia y lo hace con fuerza. Me refiero a la esclavitud de los negros provenientes del África, triste proceso que se inició desde antes de la república (1619) y recién se eliminó (solo formalmente) a fines de 1865, una vez concluida la guerra civil entre el derrotado sur esclavista y secesionista frente al norte unionista y abolicionista. Empero, diversas formas de horrible discriminación de los afroamericanos han persistido a lo largo del tiempo; algunas persisten hasta nuestros días.
La declaración de la independencia de EEUU rezaba así en una de sus partes principales: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Pero nunca hubo tal igualdad, incluso los redactores del documento eran dueños de numerosos esclavos en un cruel e inexplicable contrasentido frente a lo proclamado formalmente. Ese fue el tremendo pecado original del país del norte: expresar una libertad condicionada o restringida por el color de la piel y dónde el esclavo era una simple propiedad privada, no fungía como ser humano; mucho menos era considerado “igual”. Se lo trataba en algunos casos peor que a un animal.
Como consecuencia de las protestas ante la reciente muerte —causada por exceso de fuerza policial— del afroamericano George Floyd, se ha reiniciado una campaña en pro de los derechos civiles y la igualdad de oportunidades para los estadounidenses de raza negra que siguen siendo discriminados de múltiples formas. El tema es recurrente, pero esta vez ha tomado mucha más fuerza que en anteriores ocasiones. Veremos qué pasará en los días que vendrán.
No se equivocó el célebre explorador Alexander von Humboldt al vaticinar que surgirían problemas graves en Estados Unidos debido a no haber cancelado de partida el abominable esclavismo, algo que sí hicieron poco después las flamantes naciones de Hispanoamérica y ello fue —en su momento— muy elogiado por el científico alemán. En este 2020 Estados Unidos sigue expiando su pecado original de 1776 y así será aún por varios años más, hasta que todos en ese país sean de verdad iguales, tanto en derechos como en oportunidades.
*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com
Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/185733_esclavitud-el-pecado-original-de-los-estados-unidos
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