Oscar Colorado
“la cuestión política por excelencia, a saber, cómo conciliar un orden que no sea opresión con una libertad que no sea libertinaje”.
Leo Strauss
El jubilado Jorge Ríos, herrero de profesión, fue asaltado en su hogar. Los ladrones decidieron torturarlo. Las heridas infectadas exigieron su internación. Su honradez logró quebrarlo emocionalmente. Hoy se encuentra acusado por haberle quitado la vida a uno de los delincuentes, mientras su familia transita esta situación entre el miedo y la consternación.
El heroísmo discurre entre zonas ambiguas, cuyos intersticios más opacos revelan lo inextricable y sinuoso de la condición humana. De esa opacidad surge, naturalmente, una evidente falta de franqueza pública. Reflexionar sobre lo opaco no resulta confortable. El desafío exige, cuando menos, un ápice de hermetismo interpretativo, un resquicio capcioso que pocos se atreverán a frecuentar. Así, la impostura se convierte necesariamente en hábito, mas la realidad no deja por ello de ser difusa, intrincada, opaca. El enjambre cotidiano oculta la visibilidad del bien; escamotea la sencillez del mal. El ser y el deber ser no se muestran diferenciados, enfrentados, sino mixturados y entrelazados, cuando no inaccesibles, esotéricos, encriptados.
Por ello, la decisión más difícil, el momento mismo de la disrupción, no puede sino aparecer allí donde el ambigüedad y la opacidad iluminan una falla en el sistema que las contiene. ¿Acaso existe acción más heroica que aquella que mediante un equívoco, por lo demás honesto debido a su condición existencial, denuncia un estado de cosas? Aquella heroicidad que inadvertida como necesidad existencial señala a todo un sistema y le indica que la falla reside en él.
De esa manera, y en este caso, un jubilado habla a través de una suerte de error; significa y revela a través de una acción no la desmesura, no el hubris o el exceso, sino el derecho tal vez último y minimalista a resguardar la propiedad sobre su cuerpo, a ejercer su defensa de aquellos que, avalados por narrativas y sensiblerías propias de una discusión pública extraviada, son la causa y razón de su equívoco, inadvertido y sentido, reñido y existencial.
Todo héroe real, entonces, es secreta, humana y valientemente, un antihéroe.
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