Abraham Gómez R.*
Pareciera que el espacio geográfico fronterizo no fuera nuestro. Hay una dejadez, un manifiesto desinterés para asumir enormes decisiones y responsabilidad en pro de tantos compatriotas que viven en la mencionada poligonal, no obstante, llegar a equivaler casi que un sesenta por ciento del territorio nacional y estar habitado por una quinta parte de la población.
Nos avergüenza tener que reconocer que mientras que los demás países con quienes hacemos costado fronterizo adelantan audaces programas de desarrollo, de incentivación agroproductivo, de sensibilización y reafirmación patriótica “en sus bordes”; nosotros seguimos exhibiendo una muy débil pared demográfica, en lamentables condiciones de aislamiento y pobreza, cuya inmediata consecuencia es un marcado desequilibrio geopolítico.
Hemos estudiado de los textos del destacado académico de nuestra UCV, Dr. Pedro Cunill Grau; y hemos aprendido a partir de sus interesantes investigaciones que: “Poblar las fronteras y garantizar su desarrollo en los procesos de integración interna es básico para preservar la soberanía nacional. La geohistoria moderna nos ha proporcionado patéticas enseñanzas acerca de las consecuencias de ausencias de ocupaciones efectivas de lindes fronterizos”.
Nos ha quedado claro que los fenómenos fronterizos son realidades jurídicas por la delimitación misma. Cierto. Los Estados están obligados a encuadrar sus contextos geográficos frente a otros, para saber hasta dónde llegan. Sí, pero se hace obligante considerar y añadir la indetenible interactividad que mantienen los habitantes de esos espacios.
Nos ha despertado siempre la atención —las veces que hemos visitado cualquier comunidad de nuestras fronteras— que la gente que allí convive poca o ninguna importancia le da a la línea, digamos que a la raya imaginaria que, como figura geodésica del Estado, intenta separarlos. Hacen su vida de un lado y del otro, indistintamente de esa “raya impuesta”.
En los espacios fronterizos —a cualquiera que haya ido le consta— hay otro modo de valorar y vivir. Las fronteras dimanan sus propias dinámicas vivenciales, a las que hay que adaptarse. Sin embargo, no por eso dejan de estar conectados “umbilicalmente” con el resto de la nación.
No basta que se diga “si un centímetro de territorio venezolano es la soberanía, una gota de sangre nuestra también lo es”. A pesar de esa cita reflexiva, históricamente las sensibilidades y padecimientos en nuestras regiones colindantes, sus asuntos álgidos no constituyen agenda prioritaria ni para la acción administrativa del Estado venezolano, poco menos para la opinión pública nacional. Deuda que hemos arrastrado por bastantes años. Evidencia que se hace protuberante y crítica con el asunto litigioso de la Guayana Esequiba.
La reiteración en tal actitud de menosprecio deriva en desatención a las comunidades y el agravamiento de conflictos sociales (de todo tipo, proporción y calaña). Insistimos en reconocer que los nexos vecinales de carácter humano no son ni serán nunca territoriales para que impliquen diferenciaciones. Nos atrevemos a señalar que la compenetración que ebulle de los constantes intercambios de los habitantes de las zonas fronterizas conforma extraordinarios sistemas abiertos de aproximación y complementación de las necesidades humanas, por lo que les resulta indiferentes la ubicación geográfica que ocupen o las imposiciones jurídicas desde el centralismo, desconocedor la mayoría de las veces de las realidades fronterizas.
El Estado venezolano y todo cuanto representa ha mantenido un comportamiento errático y desacertado en el tratamiento que debe dársele a los asuntos fronterizos.
El uso indiferenciado de los términos límite y frontera por parte de quienes suponemos conducen la “política fronteriza” ya nos dice el talante de improvisación e ignorancia para arreglos mayores en esta materia. No es lo mismo Límite que Frontera.
También estamos conscientes que no será tarea fácil que el lenguaje cotidiano se ciña a darle a cada categoría el significado y uso adecuado y preciso. Nunca es demasiado tarde para comenzar, para saber de qué hablamos cuando nos referimos al Límite: ente jurídico, abstracto de origen político, convenido y visualizado en forma lineal. Mientras que la Frontera comporta el espacio de anchura variable donde convergen seres humanos con potencial de integración, que crea un modo de vida común, con sentido dinámico y vital. El Estado venezolano debe asumir la presencia poblacional en las zonas fronterizas como un sistema de consolidación de pueblos y ciudades a lo largo del cordón fronterizo, con suficiente fuerza y patriotismo.
Aunque luzca contradictorio, es precisamente en su con-vivir cómo los seres humanos vamos aprendiendo que hay espacios para com-partir y que hay áreas específicas y delimitadas que pertenecen a otros. También debemos reconocer, que a pesar de que surjan límites, no son limitaciones, por el contrario, constituyen oportunidades de crecimientos y motivaciones para el encuentro con el vecino (colindante). En una aritmética fronteriza uno más uno no es una suma sino una multiplicación.
* Miembro del Instituto de Estudios de la Frontera Venezolana (IDEFV)
Artículo publicado originalmente en Disenso Fértil, https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/
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