Agustín Saavedra Weise*
Imagen de ElisaRiva en Pixabay
Todos recordamos las novelas de Herbert George Wells, en particular las llevadas al cine: “La máquina del tiempo” y “Guerra de los mundos”. En esta última, extraterrestres invaden el planeta en tren de conquista. Dando casi por seguro el triunfo alienígena, he aquí que sus máquinas se desploman y los invasores mueren sin violencia. Los microbios terrestres —esos organismos que viven alrededor nuestro sin ser percibidos por la simple vista— resultaron letales para los invasores. Los humanos se salvaron gracias a esos diminutos acompañantes que tenemos desde los albores de la humanidad. Hasta ahí el final feliz de la novela, veamos ahora la realidad en este 2020.
El mundo humano ha vivido por milenios con bacterias que no siempre han sido ni son amistosas. Algunas nos protegen y otras han ocasionado desastres. En otras palabras: nuestros acompañantes nos protegen, pero también han generado enfermedades de diverso tipo. Como el organismo humano tiene sus propias defensas, en esa batalla al final todo depende de la fortaleza en cada ser de su sistema defensivo. Aun así, se han gestado plagas que pudieron ser evitadas, pero por descuido, lenidad, falta de higiene u otras anomalías propias del ser humano, se desencadenaron calamidades.
La gente se fue acostumbrando a cierto tipo de enfermedades benignas o estacionales, producto de sus virales acompañantes y así fue la cosa por muchos años, aunque con epidemias diversas esparcidas en algunos lugares del globo. El advenimiento de la revolución tecnológica —con sus adelantos e invenciones— pareció anunciar una nueva era con la posibilidad de liberarse de plagas y pestes. No fue así, la propia tecnología sirvió para manipular bacterias diversas, a veces con buena intención, otras con maligna voluntad. Hasta hoy se sospecha que las principales potencias tienen en su arsenal diversos tipos de virus, listos para ser desencadenados si se produce un conflicto en ese campo. Felizmente, hasta ahora prevaleció la contención.
Los gérmenes tradicionales (buenos y malos) viven con nosotros desde el principio de la evolución. Pero he aquí que algunos de esos invisibles seres —que en la ficción de Wells salvaron al mundo— son ahora nuestra Némesis debido a la perversa manipulación ejercida sobre ellos por muchos laboratorios públicos y privados. No en vano el magnate Bill Gates pronosticó en 2015 que la próxima guerra mundial sería contra las bacterias y no entre humanos. Hoy en día vemos a esa lucha desencadenada con toda su crudeza y aunque no soy partidario de las teorías conspirativas, debe admitirse que el tal Coronavirus o Covid-19 ha sido en su momento anunciado, observado y objeto de prevención, sin que se haga nada. Algunos inclusive afirman que pudo haber sido manipulado. Esto no lo sé ni puedo afirmarlo, pero la sospecha queda. El caso es que estamos inermes ante esta guerra entre dos mundos: el mundo en el que vivimos y ese mundo invisible que solo puede observarse con un microscopio.
El futuro es incierto: todo puede cambiar, desde la forma de saludarnos hasta cómo conviviremos y nos comportaremos en los días que vendrán. En esta guerra entre dos mundos el costo en vidas es ya grande y a nivel económico será colosal. Sí sabemos —con certeza— que nuestras vidas jamás serán las mismas, salvo que la sagrada estela de la Providencia ilumine pronto la mente de algún científico y surja la vacuna redentora. Por eso quiero cerrar esta nota con una sentencia del escritor Mario Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas“.
*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com
Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia,
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