Juan José Santander*
En el siglo XVI Orlando di Lasso o Roland de Lassus, según dónde se lo mencionara de la diagonal musical que atravesaba por entonces la Europa Occidental desde los Países Bajos a Italia pasando por Borgoña compuso su magnífica obra coral «Prophetiae Sybillarum», las Profecías de las Sibilas; éstas eran doce, ubicadas en distintos sitios del mundo antiguo, como las de Delfos o Cumas.
Estos poemas atribuyen a cada una de ellas un oráculo anunciatorio de la venida de Jesús, Cristo y Mesías, respaldando así a partir de fuentes de la antigüedad el mensaje evangélico, a la manera de cómo para el ámbito Mediooriental son Gaspar, Melchor y Baltasar los testigos de las culturas en torno a Belén donde nace, reconociendo su Santidad.
También responde a esa búsqueda de ancestros romanos tan difundida entre las notabilidades del Renacimiento Italiano, en cierto modo como el fascismo tratará de revivir glorias de Roma reivindicándolas como motivación nacional, o el nazismo se remontará a raíces germánicas más o menos míticas, o los indios a la presunta invasión aria, o los más o menos mestizos iberoamericanos a ancestros indígenas, todo ello bajo el espeso rancio manto de lo que agudamente llama Hobsbawm ‘la invención de la tradición’.
Todo muy respetable y digno de consideración si se tratara de un adolescente que persigue afianzarse en su identidad, fatal y trágico cuando son sociedades enteras las impulsadas y/o arrastradas —ambas causas valen igual— a un frenesí de convicción que desgraciada e ineluctablemente desemboca en acciones terribles.
Algo así le está pasando a la dirigencia actual de Rusia al atacar la que —más allá de denominaciones que el tiempo modifica— es su madre patria, la Ucrania de la Rus de Kyev, origen central del mundo eslavo —y no tan remoto, ya que data de poco antes de las fechas con las que solemos dar por terminada la Edad Media: la toma de Constantinopla por los turcos otomanos o el descubrimiento de América—que si alguno llegó antes que Colón, en la historia que conocemos no pintó nada en realidad.
El caso es curioso porque, aunque respondiendo a esa misma búsqueda de afianzar la propia identidad, procurando afianzar su poder efectivo, lo hace no por la veneración de lo ancestral sino contrario sensu, destruyéndolo, semejante en esto al parricidio de Mordred en Le Morte d’Arthur —que sir Thomas Mallory recopiló y elaboró en una fecha que se ubica entre las antes mencionadas— y acarrea el final de su mundo.
Sin pretender ni aspirar a una especie de psicoanálisis histórico, estas reflexiones apuntan a dar contexto y amplitud de entendimiento a acciones que aunque tengan consecuencias concretas y específicas —las manifiestas y las por venir— y actores cuya responsabilidad inmediata resulta evidente, estimo de consideración esta visión prismática que, al revés que la música compuesta por de Lasso y la poesía que las inspira procurando fundamentar un mensaje de salvación y gozo —créase o no en él—, intentan afianzar un propósito de dominio geopolítico y militar buscando con ello el prestigio y la identidad de una idea de sí que el hombre, individuo o sociedad o pueblo sólo es capaz de hallar, precisamente, en sí mismo.
Pues donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. Mateo 6:21
* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID y de la SAEEG.
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