«Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad»
¡Gloria a Dios por la liberación del linaje humano de la esclavitud impuesta por el demonio, de las cadenas que son el pecado, el mal y la muerte! ¡Gloria por la futura victoria final bajo la dirección de nuestro caudillo Cristo!
Y sea la paz en la tierra, el reposo para los que lloran, para los perseguidos y los oprimidos. La paz de Cristo es necesaria hoy para nuestra Iglesia Católica, para nuestro pueblo, así como también para toda la humanidad. A Dios le agradan los hombres de buena voluntad. Su placer descansa allá donde hay amor a Dios y al prójimo.
En el diario del Coronel Argentino del Valle Larrabure leemos: «Este vivir sin querer vivir me hace volcar a diario profundas meditaciones. Ellas me reencuentran con Dios, en quien deposito mi esperanza y me someto sumiso al destino que me dé».
«Calladamente rezo pidiendo a Dios que no me abandone en una locura humillante. Quiero morir como el quebracho, que al caer hace un ruido que es un alarido que estremece la tranquilidad del monte. Quiero morir de pie, invocando a Dios, a mi familia, a la Patria, a mi ejército, a mi pueblo no contaminado con ideas empapadas en la disociación y en la sangre (…)«.
Pero no todo es gloria a Dios y paz en la tierra. El espíritu del Anticristo no está muerto en la humanidad y por eso estallan las violencias, las injusticias, los ludibrios. Sabemos bien, por la enseñanza y por el espíritu de Cristo, que todas estas cosas son inicuas y merecen condenación.
Todos los años recordamos en la liturgia el episodio de la resurrección de Lázaro por parte de nuestro Señor Jesucristo. Las palabras del Señor referentes a Lázaro serán siempre inolvidables para toda la historia de la humanidad: «él no murió, él duerme, él se levantará». Estas palabras llegan también a todos aquellos a los cuales nosotros recordamos con cariño y cuya existencia agradecemos a Dios en nuestras oraciones al recordar lo que sufrieron y lo que hicieron. Tenemos la profunda certeza de que ellos resucitarán de entre los muertos.
Así como antaño Jesucristo hizo a Lázaro tan cercano al corazón de los cristianos, así nuestros mártires están próximos a nosotros especialmente en los momentos en que recordamos sus hazañas y solemnizamos su memoria. Esta unión no puede romperse jamás. Porque no es una unión solamente natural en el sentido de que están unidos a nosotros por la ley de la sangre y del común espíritu nacional, sino que es por sobre todo una unión sobrenatural, que proviene de la gracia divina, un lazo misterioso que no puede desatar, ni romper, ni destrozar ninguna fuerza por poderosa que sea, ya que la base de esta unión mística es el mismo Dios. Tal unión aumenta nuestras fuerzas porque nosotros debemos ser los prolongadores de su obra. Cada cristiano debe preguntarse a sí mismo: «¿Y tú…? ¿Obras como ellos? ¿Cuál es tu conducta, tu vida, qué haces tú cada día?» La única respuesta legítima que podemos darles es: «Nosotros queremos ir siguiendo vuestras huellas».
Cuenta Arturo Cirilo Larrabure, hijo del Coronel Argentino del Valle Larrabure que su padre le dejó dos consejos: perdonó a sus asesinos y nos dijo «no odien a nadie: respondan la bofetada poniendo la otra mejilla».
Y en verdad querría ser como él; odiar… no odio a nadie, pero poner la otra mejilla es más de lo que puedo dar. El Coronel quiso para ellos el perdón, pero yo quiero para los aún vivos el cadalso, y para los que ya partieron, el azufre eterno y el escarnio público de sus nombres.
Pero por agobiante que sea nuestro dolor, nunca podrá quitar de nosotros el consuelo y la alegría que encuentran una expresión tan acabada en el espíritu de la Noche Buena de Navidad: «Gloria a Dios en el cielo y la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». Por eso en la misa de Navidad, la liturgia de la Santa Iglesia encabeza la serie de nuestros cánticos con aquel que dice: «¡Con nosotros está Dios, compréndanlo las naciones, porque Dios está con nosotros!». Nadie podrá sumergirnos en el abismo de la tristeza y allí vencernos; ningún enemigo podrá amenazarnos de verdad pues tenemos por grande e invencible aliado al mismo Dios. Son, pues, inútiles los esfuerzos de los ateos porque con nosotros está Dios. De ahí que aún en las convulsiones de la muerte o en medio de sufrimientos inenarrables el mártir levanta sus ojos hacia Cristo implorando el consuelo y una chispa de alegría. Nadie puede dar eso como Él.
Hay que luchar valientemente, sin el menor miedo, por la causa de Dios. Y aunque muchos, según el juicio de los mundanos, han sucumbido en esta lucha, abrumados por las penas que les impusieron los ateos militantes, en realidad acabaron con gloria la carrera de su vida, finalizaron su lucha con una total victoria, y cumplieron honorablemente su deber. Son los mártires. Ellos pudieron repetir con el Apóstol San Pablo aquellas palabras llenas de esperanza y de alegría: «He peleado el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia que me dará el Señor en aquel día como justo Juez; y no sólo a mí, sino también a los que aman su venida» (2 Tim. 4,7-8).
Por eso, cuando nos acordamos de la muerte de nuestros héroes, no nos sentimos agobiados sino llenos de ánimo y fortaleza. Sentimos ánimo, nos invade incluso la alegría ya que ellos murieron no como vencidos sino como vencedores. ¿Por qué vencieron? Porque estaban armados con las armas de la Verdad. «Pues las armas con que combatimos —dice San Pablo— no son carnales sino que son poderosas en Dios para derrocar fortalezas. Con ellas destruimos los proyectos y toda altanería que se engríe contra la ciencia de Dios y cautivamos todo entendimiento a la obediencia de Cristo» (2 Cor. 10.4-5). Y en otro lugar el Apóstol nos explica cómo debemos usar estas poderosas armas sobrenaturales: «Revestíos de la armadura de Dios, para poder contrarrestar las asechanzas del demonio. Porque debemos luchar no contra carne y sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos en los aires. Por tanto, tomad las armas todas de Dios, para poder resistir en el día aciago y sosteneros apercibidos en todo. Estad, pues, a pie firme, ceñidos vuestros lomos con el vínculo de la verdad, y armados de la coraza de la justicia, y calzados los pies prontos para el Evangelio de la paz”. (Ef. 6,11-17) (1)
En Villa María Córdoba el 11 de agosto de 1974, unos 70 hombres, acompañados por varias mujeres, coparon la fábrica militar y se apoderaron de más de 100 fusiles FAL, municiones, uniformes militares y pertrechos de guerra.
El operativo se inició a las 21.30 hs. con la toma del Motel Pasatiempo ubicado a menos de diez cuadras de la fábrica militar de pólvora y explosivos, en el deslinde entre Villa María y el pueblo de Villa Nueva. Redujeron a las parejas que se encontraban en las habitaciones y al conserje.
El Motel Pasatiempo se convirtió en la central de operaciones del grupo guerrillero. Allí se instalaron radiotransmisores portátiles que sirvieron para la comunicación entre los distintos grupos actuantes en el copamiento de la fábrica militar.
Simultáneamente a la ocupación del motel, unos 50 o 60 guerrilleros divididos en grupos iniciaron el copamiento de la fábrica militar de pólvora y explosivos. El grueso habría arribado en un ómnibus militar, muchos de ellos vistiendo uniformes del Ejército.
En la huida se llevaron al Mayor Larrabure. Un individuo de apellido Fernández, detenido luego del operativo en un control policial, declaró ser parte de una organización declarada fuera de la ley, ser de la provincia de Tucumán y haber recibido 250.000 pesos moneda nacional por su participación en el hecho. (2)
Si después de las palabras vertidas en publicaciones de los mismos subversivos las nuevas generaciones siguen pensando que se trataba de “jóvenes románticos e idealistas”, simples civiles que tuvieron la “mala suerte” de ser detenidos por un malentendido, sinceramente no tienen comprensión de texto. Queda más que claro que eran organizaciones armadas, con uniformes, armas y grados militares. También queda claro que, por un cuarto de millón de dólares como “resarcimiento” vendieron a los medios una dignidad que nunca tuvieron.
Y tan cobardes fueron, son y serán que, lejos de hacerse cargo del asesinato del Coronel, quisieron hacerlo pasar por suicidio, por algo definió a sus captores como «medrosos, pusilánimes, valientes en las sombras, impulsivos, cortantes y autoritarios»… La primera autopsia dictaminó «muerte por estrangulación». El profesor Paul H. Lewis, experto de la Tulane University, New Orleans, escribió: «Larrabure estaba en medio de un canto cuando sus captores lo estrangularon con un cable y, moribundo, recibió un golpe mortal en el cráneo». Otras opiniones: «Con su salud quebrantada y en el límite de sus fuerzas, es casi imposible que se suicidara».
Hagamos saber a las nuevas generaciones la verdadera historia de la primera guerra que libramos en el siglo XX, la Guerra contra la subversión. No eran scouts, eran jóvenes militarizados que asesinaron tanto a militares como a civiles.
¡Honor y Gloria y Saludo Uno al Coronel Argentino del Valle Larrabure!
DyPoM
Por der Landsmann para Saeeg
Referencias:
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