Julio Ferrari Freyre*
En los últimos años hemos escuchado la frase «¡Miente, miente que algo queda!» en innumerables ocasiones para describir los pronunciamientos de los políticos de turno y es moneda corriente descubrir que la vasta mayoría de ellos miente por hábito y costumbre. Los periodistas, que se supone son memoriosos, siempre repiten que la frase fue pronunciada por Joseph Goebbles en algún momento de su carrera. Todos conocemos que Goebbles fue Ministro de Instrucción y Propaganda del Tercer Reich.
Paul Joseph Goebbles nació el 29 de octubre de 1897 en Rheydt, municipio de la ciudad de Mönchengladbach, en Renania, hijo de Friedrich y Katharina Maria Odenhausen, ambos católicos, y tuvo cinco hermanos. Estudió en el Gymnasium recibiéndose como el estudiante más sobresaliente de su clase y en 1917 rindió el Abitur (examen de ingreso a la Universidad). Inició sus estudios en la Universidad de Bonn en filología clásica y alemana e historia. Fue becado por Albertus-Magnus-Verein (Asociación Alberto Magno) e integró el Verband der Wissenschaftlichen Katholischen Studentenvereine Unitas (W.K.St.V.), una federación de estudiantes católicos con sede en esa ciudad.
Continuó sus estudios en varias otras casas de altos estudios y en 1921 presentó su tesis doctoral en la Universidad de Heidelberg, sobre el dramaturgo romántico Christian Wilhelm von Schütz (1776-1847): Wilhelm von Schütz als Dramatiker. Ein Beitrag zur Geschichte des Dramas der Romantischen Schule («Wilhelm von Schütz como dramaturgo. Una contribución a la historia del teatro romántico»). Goebbles esperaba que el célebre historiador literario Friedrich Gundolf dirigiera su trabajo, pero al haberse retirado de la actividad académica, éste sugirió que el Profesor Max Freiherr von Waldberg fuese su director de tesis. Se destaca que tanto Gundolf como von Waldberg eran judíos.
A pesar de haber gozado de becas y apoyo de organizaciones católicas como la prestigiosa Albertus-Magnus-Verein, y de haber buscado a profesores judíos para su tesis doctoral, más tarde abrazaría el ateísmo, como su jefe espiritual Adolf Hitler, atacando a la Iglesia Católica con el mismo entusiasmo con que embestía contra a la fe judía, a los marxistas, a los liberales y a cualquier otro grupo o personas que no siguieran las enseñanzas perversas del nacionalsocialismo.
En febrero de 1924 ingresó al Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei – NSDAP), llegando a ser jefe regional (Gauleiter) de Berlín y tras la asunción de Hitler en marzo de 1933, fue Ministro de Instrucción y Propaganda. Habría que destacar que en septiembre de 1934 Goebbles dijo en Nurenburgo ante un grupo nutrido del NDSAP[1]:
La buena propaganda no necesita mentir, de hecho no tiene por qué mentir. No tiene ninguna razón para temer a la verdad. Es un error creer que la gente no puede soportar la verdad… si pueden, es sólo cuestión de presentarles la verdad de una manera en que sean capaces de entenderla. Una propaganda que miente prueba que tiene una mala causa, y no podrá tener éxito en el largo plazo.
La propaganda de los nazis estaba muy bien armada y buscaba penetrar por medio de argumentos lógicos y profundos en total contraposición a la diseñada por el gobierno británico y especialmente la que producía Estados Unidos surgida de Madison Avenue en Nueva York, donde tenían sus oficinas los principales estudios de publicidad comercial estadounidense.
Pero volvamos a la «Mentira que debe quedar».
En su profundo estudio Santos Castro nos explica la diferencia entre engaño y mentira[2]:
Hay dos características de la mentira que la distinguen del engaño. Primero, mientras que el término «engaño» se refiere a cualquier método (lingüístico o no), para hacer que otro crea algo que el que engaña no cree, la mentira es aquella forma de engaño que se produce mediante el lenguaje articulado, ya fuere este oral, escrito o simbólico. Segundo, para mentir, basta con que el hablante dirija el enunciado falso a otra persona o personas, mientras que, para engañar, es necesario que, además del despliegue de la maniobra engañosa, la víctima resulte efectivamente engañada.
Según el Dr. Iván Almeida de la Universidad de Aarhus (Dinamarca)[3], las primeras referencias sobre la expresión son del siglo I d. C:
Los primeros rastros de la frase remontan de hecho al siglo I d.C. En el capítulo 4º del libro I de sus Obras Morales, Plutarco la atribuye a Medion de Larisa, un ambiguo personaje que cinco siglos antes había sido consejero de Alejandro Magno: «Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz”». La frase reaparece en el siglo XVII, ya decantada como un conocido proverbio. Así lo atestigua Roger Bacon en su obra latina De la dignidad y el desarrollo de la ciencia. Hablando de la «jactancia», dice que se le puede aplicar «lo que se suele decir» de la calumnia: «Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda» (VIII: 2). Un siglo más tarde, Rousseau pone en boca de un «famoso delator» la consigna siguiente: «Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz» (Epístolas I:1). Finalmente, en el siglo XIX, Casimir Delavigne, en Les enfants d’Edouard, reformula como una simple constatación la frase que había atravesado toda nuestra era: «Mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla» (acto I, v. 299-300).
Nadie dudaría de que, emulando a lo que recomendaba Goebbels, sería positivo que los políticos dejaran de engañar con sus mentiras para captar votos y apoyos. La mentira se utiliza como estratagema y herramienta política, reflejando que aparentar algo que no es o que no se tiene es más importante que la verdad; de manera habitual encontramos esta práctica especialmente en funcionarios públicos y legisladores poco seguros de si mismos, que renuncian fácilmente a sus convicciones para conseguir un buen puesto o proteger su carrera e intereses políticos.
En palabras de San Agustín la mentira es «decir falsedad con intención de engañar», resultando así ser el antivalor de la verdad; siendo ésta la que favorece las relaciones entre las personas, países u otros interlocutores es lo que se espera que debe apreciar y poner en acto tanto el político cuanto el funcionario público. Lamentablemente, muchos de ellos obran como si la verdad no mereciera un espacio en nuestra sociedad[4].
Otra forma frecuente de mentir es no dar toda la información que correspondería para convencer a otros de la propia posición. Así vemos las semiverdades que han surgido en distintas épocas tanto en la prensa como en los congresos y parlamentos, en las escuelas y en las universidades, en toda institución dónde la ideología, el partidismo o la posibilidad de sostener ventajas corrompen la verdad mencionando sólo la porción conveniente de lo que se debe transmitir.
Un buen ejemplo de lo dicho es la propaganda que cada parte involucrada nos cuenta del actual conflicto entre Rusia y Ucrania o del desacuerdo entre China y los Estados Unidos, y así, una larga lista de situaciones donde de un lado u otro se recorta la información ya que se busca engañar para direccionar la opinión de la gente.
También podemos decir que mentir en términos de la propaganda incluye como técnica magnificar una situación dada, presentándola o favorable a los amigos o desfavorable a los enemigos, dependiendo de nuestra posición. Así vemos, a modo de ejemplo, el escándalo que algunos medios arman por las ofensas de religiosos católicos, pero silencian las diversas ofensas (abusos, pedofilia, narcotráfico y similares), de sus similares protestantes y judíos.
Otro ejemplo resulta la mentira generalmente aceptada acerca de que son 30.000 desaparecidos durante la guerra contra la subversión marxista en la Argentina, cuando el total sería cercano a los 9.000 según cifras de distintos organismos dadas a conocer en diversos momentos desde el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín en 1983. Incluso el Lic. Luis Labraña dijo haber inventado esta cifra para obtener financiación de entidades neerlandesas en la década de 1970 y 80.
En una época en que la verdad ha perdido relevancia de manera generalizada suenan imperativas las palabras del Dr. Castillo de la Universidad de Navarra: «Es muy importante fomentar el amor a la verdad desde edades tempranas, porque sin ella ni seremos libres, ni sabremos distinguir lo verdadero de lo falso, ni nuestra vida tendrá coherencia y sentido. El amor a la verdad conlleva el deseo de saber y aprender»[5]. Podemos estar convencidos que muchísimos conflictos entre personas, instituciones y Estados se hubieran resulto haciendo honor a la verdad.
*Estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Sophia (Tokio, Japón), Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador y Economía en la Universidad de Deusto (Bilbao, España). Egresó del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (1984). Como Diplomático ha cumplido funciones como Cónsul en Bilbao (1989-94), en la Embajada Argentina en la República Popular China (1997-2003) y como Cónsul General en Canton (2011-2016). En Cancillería fue Director de Documentación de Viaje dentro de la Dirección General de Asuntos Consulares y estuvo a cargo de la Representa Especial para Asuntos de Terrorismo. Se retiró del Servicio Exterior de la Nación como Ministro Plenipotenciario de Primera Clase en 2018.
Referencias
[1] Castagnino, Leonardo. «Algunas Falacias, La Gaceta Federal». La Gazeta Federal, https://www.lagazeta.com.ar/algunas_falacias.htm#02.
[2] Santos Castro, Juan S. «Políticos y tramposos democráticos: ¿Es la mentira política diferente de otras clases de mentiras?». Universitas Philosophica, n° 72, año 36, enero-junio 2019, Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia. https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/vniphilosophica/article/view/23021/21979
[3] Almeida, Iván. «La frasecita de Goebbels y la fábrica de mentiras». Página 12, 03/08/2011, https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-173636-2011-08-03.html.
[4] Castillo, Gerardo. «La mentira como recurso político». Diario de Navarra (Pamplona), 04/08/2021, https://www.unav.edu/opinion/-/contents/04/08/2021/la-mentira-como-recurso-politico/content/CnBM7sduyZOb/34068227.
[5] Castillo, Gerardo. Op. cit.
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