F. Javier Blasco*
Los seres vivos, por naturaleza y siempre en función de sus capacidades y posibilidades, tienden a querer controlar el espacio que les rodea y a todo aquel o aquello que mora, pulula o habita en, sobre y debajo del mismo.
Tendencia natural que obedece a instintos o necesidades de supervivencia, de defensa o para la creación de lo que se conoce como la esfera de confort. Para dicha defensa o dominio se puede utilizar todo tipo de medios pacíficos, normalizados o no.
Un buen ejemplo lo ha sido la pandemia del COVID-19 y los medios empleados para su lucha y erradicación. Básicamente, han consistido en medidas de profilaxis individual y colectiva, el confinamiento casi total de la población no estrictamente necesaria, determinados tratamientos sanitarios y sobre todo, un rígido CONTROL. Un control, sobre la población, sus movimientos, grado de relación y sobre la posibilidad de convertirse en elementos de propagación.
En la actual sociedad nacional e internacional, el grado de control sobre las personas y las cosas ha ido ampliando su radio de acción y ya no se limita a temas concretos y específicos; cada vez se extiende a campos más diversos y distintos relacionados o no que abarcan un amplio abanico de posibilidades y formas de actuación.
En esto, cómo en la mayor parte de las medidas adoptadas y aceptadas internacionalmente casi por unanimidad en los últimos tiempos y en base de una mayor comodidad o de una mejora de nuestra seguridad para “disminuir oficialmente” los riesgos de sufrir atentados terroristas, cibernéticos y otros aspectos que puedan afectarnos individual o colectivamente, hemos ido cediendo y abrazando alegremente un montón de concesiones sobre nuestra libertad y además, lo hemos hecho, sin apenas rechistar.
Hoy nadie se sorprende que su imagen sea captada por cientos de cámaras en el desempeño de su vida cotidiana o simplemente durante un paseo con amigos o en familia. Ni de que debamos dar todos nuestros datos de identidad, fiscales y laborales al banco y a Hacienda por aquello de la lucha contra el fraude fiscal; que las circunstancias especiales nos obliguen a pagar con tarjeta hasta el importe de un simple café, con lo que nuestra huella personal y diaria queda reflejada totalmente en los extractos bancarios que se pueden utilizar con muchos y diversos fines sin que nosotros lo sepamos ni tengamos que dar el consentimiento personal.
Tampoco de que se nos anime a llevarlo todo en el móvil y cuando digo todo, es todo, hasta nuestros datos de salud, el número de pasos dados, la apertura automática de los elementos normales o de seguridad de nuestro hogar, los billetes de los lugares a donde nos desplazamos, los lugares de ocio que regularmente o esporádicamente visitamos, nuestra huella por geolocalización que indica por donde nos movemos y otras tantas cosas más que hasta, de ser conscientes de ello, nos puede llegar a asustar.
La pandemia que sufrimos ha venido a traernos, imponernos o impulsar algunos fenómenos que estaban ahí, pero que no eran del todo muy bien acogidos en el sentido de la tradición y del consenso popular; me refiero, al tan cacareado teletrabajo, del que tanto se ha hablado y alabado en estos meses, como si constituyera la panacea y el único futuro laboral para muchos y del que pronto, los muy interesados en un mayor grado de control poblacional, se han apresurado a ensalzar, sin dejar tiempo a la reflexión de los pros y contras que trae consigo esta modalidad laboral.
Aunque aparentemente, todo sean ventajas, algunas no lo son tanto y de entre las negativas destaco que con ella se ha incrementado y mucho el grado de control del absentismo laboral. Un absentismo que en el lugar de trabajo habitual se puede más o menos disimular y que al tener que responder desde tu casa, obliga a un mayor grado de atención y disponibilidad porque es bien sencillo comprobar tu velocidad de respuesta y la carga de trabajo realizada en un día normal.
En fin, una vez más, hemos vuelto a caer en abrazarnos alegremente con nuevas medidas de control que aparecen ante nuestros ojos disfrazadas de un adelanto o de una mejora de la seguridad en beneficio de nuestra capacidad laboral.
En este caso, y en muy corto espacio de tiempo, ya empiezan a aparecer otro tipo de inconvenientes como la asunción de nuevos costes, la seguridad y sanidad en las condiciones de trabajo, la compatibilidad y conciliación laboral y familiar o la influencia en los sueldos de esta modalidad. Tanto, que el gobierno ya empieza a regular las cosas y los empresarios a no verlo tan claro, ni mucho menos fácil de encajar.
Demostrado queda que el incremento, refinamiento y extensión de las medidas de control han sido generalizadas en todo el mundo y no hace falta que los gobiernos de turno tengan un corte o tendencia especial en este sentido. Por ejemplo, vemos en países forjadores y defensores de la democracia como EEUU a un presidente que está llevando a cabo medidas impensables hasta la fecha para ejercer el control sobre elementos considerados intocables durante la historia de un país que tanto ha luchado por esa su ansiada libertad.
Pero, esto no es óbice para que la cabra que siempre tira al monte, lo siga haciendo y que los gobiernos social-comunistas, totalitarios o dictatoriales pretendan ejercer el control total de todos los pilares en los que se sustentan los Poderes del Estado y, mucho más, en aquellos que perviven de cara al exterior, disfrazados de regímenes democráticos y hasta se ufanan de ello.
En Venezuela y Cuba, por destacar solo dos de aquellos, el control mostrado es bien patente y vemos que cuando un poder democráticamente constituido no le gusta al gobierno de turno, lo apartan, ningunean y hasta crean otro paralelo totalmente adepto al régimen establecido. En España no hemos llegado, todavía, a tales situaciones, aunque ya se sabe que todo aquello que es susceptible de empeorar, indudablemente, lo hará.
Aquí en casa y siguiendo los preceptos marcados por las dos cabezas más visibles de nuestro gobierno, el control progresivo sobre los poderes del Estado por su parte es patente y bien claro. No es que hayamos sido una democracia ejemplar nunca; nuestra historia, errores, querencias, vicios y costumbres arrastradas durante siglos, a pesar o por ser una de las naciones más antiguas del mundo, nos han llevado a tender a controlar dichos poderes, con mayor o menor intensidad, disimulo y hasta cierto cuidado.
La situación actual no tiene parangón por los pasos dados hacia el control total de la Fiscalía General del Estado —Sánchez dixit—; la Abogacía del Estado (con ejemplos palmarios y vergonzosos); el atasco por que querer ejercer un mayor control sobre los principales Órganos de gobierno o de control del Poder Judicial y el propio Tribunal Constitucional. Tener copado y domado el Poder Legislativo en base a apoyos en y desde los partidos que quieren destruir a España con dádivas, cesiones y prebendas y el progresivo control sobre las cúpulas de la Guardia Civil y de las Fuerzas Armadas, empezando, como siempre, por las más temibles de todas ellas por su “tradición golpista”, el Ejército de Tierra.
A esto, hay que unir los grandes pasos dados para el control y adoctrinamiento en la educación, la enseñanza de todos los grados, en especial el universitario y del llamado “cuarto poder”, la mayoría de los medios de información y del personal profesional que trabaja en los mismos, labores paralelas ambas y de mucho esfuerzo y tesón, que no se consiguen de un día para otro, sino que son el resultado de una estrategia a largo plazo y de un trabajo ímprobo y cómplice de muchos factores y actores; inclusive de la propia Iglesia a la que también conviene ir acercando poco a poco a la causa con engaños, nuevos caminos, progresismo y algunas dádivas de todo tipo y color.
La apropiación, defensa y lucha en apoyo de ciertos colectivos cómo el feminismo, los veganos, los animalistas, los anti taurinos o el LGTBI u otro tipo de religiones diferentes a la “perversa católica” —que es la que da de comer en España a cientos de miles de necesitados— en algunos casos, hasta bastante contrarios a los principios de los viejos estados comunistas o dictatoriales para aparentar que estos nuevos no lo son, es otra grave lacra para la sociedad en general.
Su objetivo real no es defender a dichos grupos, de por sí bastante fuertes, expandidos, arraigados e implicados en todos los ambientes de la sociedad. Sus apoyos y la abusiva propaganda en su favor tienen por objeto minar la moral de aquellos, que aunque no se les ataca directamente y hasta parece que se les respeta, sienten tedio y pereza de ver tanto ensalce y grandeza, frente a otros colectivos más expendidos y aceptados por y entre la sociedad y que sin embargo, solo reciben coces, ataques, determinado grado de tacañeces en las subvenciones y hasta escupitajos por parte del gobierno y de muchos otros colectivos más.
No hace falta que me explaye mucho para poner de manifiesto los escándalos, tejemanejes, ceses y defenestraciones sufridos en la cúpula de la Guardia Civil a manos de un otrora Juez, que se distinguió por su buen trabajo —aunque algunos dicen que con ciertas luces y sombras— en la lucha contra ETA y que ahora, con el cada vez más claro cambio de chaqueta, se muestra muy solicito y más que complaciente con los sucesores “políticos” de aquellos a los que, en su día, enjuició.
Parece que la “remodelación” llevada a cabo, bajo su batuta, en la cabeza del Cuerpo, ha propiciado un gran paso hacia su control y llenado a esta con algunos estómagos agradecidos que ya dan muestras de ello, sin cortase un pelo y con todo tipo de propaganda abierta al público en general, cómo el cambio de su logo hoy para honrar al colectivo LGTBI con su bandera “no oficial” en lugar de la España que siempre figura —cuando por los estatutos del Cuerpo lo tienen prohibido— para vergüenza de un Instituto y de sus integrantes que llevan muchos años de servicio, honradez y neutralidad hacia España y sus gobiernos con equidad.
Con respecto al Ejército de Tierra, tengo que decir que también está empezando a ser movido por agentes externos con determinados cortes políticos, lo que nos lleva a momentos de difícil explicación. He pasado muchos años de servicio en el Ejército y pude ver y sufrir de todo; purgas, sacrificios, promesas incumplidas y cierto tipo de mangoneos políticos en situaciones difíciles en los que sus Mandos fácilmente aceptaron o no los cambios de situación nacional.
Hemos salido más o menos victoriosos de todo aquello con mucho esfuerzo, trabajo personal, ejemplo y tesón. Fuimos capaces de, con muy pocos medios, sin experiencia ni equipo de dotación, salir al extranjero, participar con arrojo y valor en Operaciones de Paz, integrarnos en la OTAN y prodigar nuestra presencia en apoyo de la ONU, la UE y cualquier otro tipo de asociación militar.
Sufrimos reformas, reducciones, cambios de orientación, problemas con el equipo, el armamento y los medios de protección; pero siempre, seguimos a nuestros jefes, pensando que, aunque no fuera totalmente cierto, eran elegidos por los superiores entre los mejores para seguir con su ejemplo y dirección.
Ahora salta a la prensa y también de manos de una ex juez, que alguien fuera de la institución y su sentido de la honorabilidad, el ejemplo y del tradicional sistema de selección, mete sus manos en el sistema para valorar los méritos de aquellos que deberán ser los generales del mañana porque, al parecer, tras tantos años de hacerlo así, los criterios de méritos, hoja de servicios, cursos, destinos y mejora en su rendimiento y preparación, deben ser entendidos y valorados por una empresa civil, dirigida por un socialista, que ponga en solfa todo lo anterior.
Desconozco el momento final y si a pesar de esta “valoración”, es definitivamente y como siempre, el momento en el que el Consejo Superior del ET, en base a su criterio subjetivo y experiencia propia decidan quienes deben ser galardonados y quiénes no.
Nunca estuve totalmente de acuerdo con aquel llamado “intercambio de cromos” en el que se convirtió el mencionado Consejo al llegar al acto de selección con la idea de defender, a toda costa, su propuesta personal por amistad, cercanía, haber compartido destinos o por mera recomendación. Pero al menos, eran ellos y solo ellos los que metían sus manos en un sistema que sólo podía ser viciado por alguien desde el interior aún a costa de su conciencia y honor, y no era una empresa “cazatalentos” con tendencias e ideologías políticas de la cuerda del gobierno, la que decida colocar en el orden final la Promoción para su ascenso.
Al parecer, no es el primer año que ocurre esto y por eso, entiendo que algunos comportamientos vistos y oídos últimamente, podrían tener algún tipo de explicación. Le seguirán la Armada y el Ejército del Aire y como ya hace muchos años que los altos cargos militares en el Estado Mayor de la Defensa y en el Ministerio son puestos de confianza del ministro del momento, el pastel estará completo y preparado para ser cocinado al gusto del gobierno sin problemas, sobresaltos ni disgustos de última hora. Con este punto, y a la vista de lo anterior, creo firmemente que ya poco queda para que quede todo bajo su máximo y estricto control.
* Coronel de Ejército de Tierra (Reserva) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.
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