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HACIA EL ORDEN POST-LIBERAL

Roberto Mansilla Blanco*

Cada vez se hace más perceptible que un nuevo orden mundial está cobrando forma. No sabemos con exactitud cuál será su carácter sistémico pero muy probablemente se podrá interpretar que sus equilibrios de poder y sus conflictos condicionarán la realidad internacional a corto y mediano plazo.

Lo que sí se observa con mayor nitidez es que, sin menoscabar la incertidumbre en torno a qué nuevo sistema está alumbrando, la estructura de balanzas y equilibrios de poder vía consensos heredera del legado liberal plasmada después de 1945 está llegando a su fin.

Este sistema procreó organizaciones globales, normativas y reglas que, a pesar de las tensiones de la «guerra fría» y las incógnitas de la «posguerra fría», logró mantener un equilibrio de poderes vía consensos institucionales. Desplazada por la realpolitik y la visión personalista que imprimen los principales líderes mundiales, la naturaleza de la actual realidad del poder a menudo gira hacia la verticalidad, la deriva autoritaria, el desprecio por los consensos institucionales, su cooptación y neutralización, la noción de «libertad sin democracia» y el predominio de los intereses de elites «oligocráticas» cada vez más globalizadas.

La pretensión de la administración de Donald Trump por desmantelar el sistema económico internacional imperante desde hace ocho décadas implica repensar en qué quedó ese legado del liberalismo clásico que, compatibilizado con la socialdemocracia, ha estado vigente desde entonces. Sin ánimo de realizar analogías históricas que suelen interpretarse como recurso de atracción mediática, el momento que vive actualmente la democracia «social-liberal» es ligeramente similar al que experimentó el comunismo y buena parte de la izquierda mundial en su particular “travesía por el desierto” tras la desaparición de la URSS y del bloque socialista en Europa del Este entre 1989 y 1991.

En ese momento se exhortaba la tesis del «fin de la historia» proclamada por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama y que exclamaba el triunfo definitivo del liberalismo sobre los totalitarismos. Hoy la realidad es, a grandes rasgos, distinta. Los liberales de hoy se ven aturdidos ante el afán proteccionista y «patriotero» de un empresario ícono del capitalismo global como Trump, quien en dos ocasiones ha logrado convertirse en presidente de EEUU, precisamente el centro de ese «imperio liberal».

El vuelco es significativo. El personalismo y la tendencia «trumpista» parece dar curso a una democracia de carácter delegativo que gana terreno por encima del sistema de reglas y de instituciones internacionales hasta ahora vigente. No es un modelo nuevo: ya lo instauró Hugo Chávez en Venezuela en 1999, aunque obviamente con otras perspectivas ideológicas muy diferentes a las que pregona Trump. No obstante, lo que estamos observando en este sistema internacional de 2025 aprecia otras expectativas: opciones de carácter más efectistas y cortoplacistas, que no requieran de las complicadas negociaciones propias del sistema de contrapesos de poder.

Esto no significa necesariamente que los liberales observen hoy una especie de «caída de Roma», el final de su predominio ideológico y de su imaginario colectivo. El fenómeno sigue encarnado (Javier Milei en Argentina) pero reconstruido en torno a una plataforma neoconservadora, reaccionaria y fuertemente nacionalista y proteccionista que gana terreno en EEUU, Europa y América Latina. Sea vía preservación de la seguridad (Nayib Bukele en El Salvador) o para contrarrestar la «agenda progresista e izquierdista», se está conformando lo que podríamos denominar mediáticamente como una «Internacional trumpiana», una plataforma que cobra cuerpo bajo un «cadáver» liberal cuyo «ethos» es invocado a conveniencia, aunque muchas veces con escasa convicción, sea para preservar una realpolitik que beneficia a unas determinadas elites.

Conviene igualmente reflexionar sobre la naturaleza de ese liberalismo que pregonan algunos de sus propulsores: ¿es realmente tan liberal un Milei que ha llegado a impulsar el gasto en seguridad del Estado, probablemente persuadido por mantener el apoyo de un estamento militar fuertemente asentado en diversos círculos de poder? Las opciones electorales derechistas de Kast y Káiser en Chile y la reciente victoria electoral de Noboa en Ecuador ¿implica catalogarlos de liberales clásicos o serán más bien la continuidad de este fenómeno trumpista?

La crisis del liberalismo en los tiempos «post-normales»

En el mundo de la prospectiva estratégica es común utilizar la teoría de los «tiempos post-normales» como mecanismo para explicar la realidad que actualmente domina la geopolítica. Acuñado por el investigador Ziauddin Sardar, director del Centro para Política Post-Normal y Estudios del Futuro, esta teoría ofrece un marco de reflexión a través de una serie de características que definen los nuevos tiempos que corren: imprevisibilidad, necesidad de entender mejor la complejidad y la teoría del caos, escenarios no lineales alejados del equilibrio, dificultad para la anticipación y prevalencia de contradicciones.

Se exponen así cuatro claves para entender en qué se basan los «tiempos post-normales»:

    1. Hechos inciertos;
    2. Valores en disputa y en crisis. Lo nuevo no acaba de surgir («ya no más»; «lo viejo se agota pero no termina de irse»; «no sabemos qué viene»; «lo nuevo no termina por venir»);
    3. Apuestas altas;
    4. Decisiones urgentes. El tiempo apremia, lo que establece un clima de presión sobre los analistas. Cambios muy rápidos y de alcance global; efectos multimodales y no lineales; réplicas simultáneas.

Mirando con lupa estas claves, la realidad actual aborda varias interrogantes sobre la crisis del «socio-liberalismo»: ¿estamos asistiendo al final del liberalismo clásico como ideología y modelo imperante?; ¿tiene cabida la socialdemocracia?; ¿por qué avanza en el mundo este modelo populista trumpiano?; ¿tiene pretensiones sistémicas o más bien corresponde a una simple política reaccionaria ante los inevitables (e imprevisibles) cambios que la hegemonía occidental está observando ante el ascenso de competidores como China?; la democracia liberal, los contrapesos de poder, ¿están cediendo definitivamente ante una nueva ola autoritaria y «oligocrática» que busca imponer su agenda? En tiempos «post-normales», ¿estamos observando la asunción de una era «post-liberal»?

Más allá del creciente éxito de liderazgos de talante autoritario que crecen precisamente en el seno de sistemas democráticos liberales cobra especial significado el papel de la nueva «oligocracia» tecnócrata global, cuyos máximos exponentes en la actualidad son Elon Musk, Bill Gates, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg. Todos ellos también se han visto beneficiados por la expansión del capitalismo liberal a nivel global a tal punto de conforman un oligopolio donde el conocimiento científico vía nuevas tecnologías (informática, redes sociales, Inteligencia Artificial, robótica) adquiere un valor primordial. Más allá de los cortocircuitos que puedan existir entre ellos mismos así como con la administración Trump, queda claro que su protagonismo anuncia una nueva era de poder «oligocrática» que desafía claramente los cimientos de la democracia «social-liberal».

La reveladora investigación del sociólogo Peter Phillips (2019) sobre las elites que dominan el mundo adopta un concepto clave: la «Clase Capitalista Transnacional» (CCT) que, como si se tratase de un émulo de la «clase trabajadora», actúa «con conciencia de clase» en la que están integrados «ejecutivos corporativos, burócratas, líderes políticos, profesionales y élites consumistas globalizadoras» bajo la creencia compartida de que «el crecimiento continuado a través del consumismo impulsado por los beneficios acabará solucionando por sí mismo la pobreza mundial, las desigualdades y el derrumbe medioambiental».

De acuerdo con Phillips y otros investigadores como David Rothkopff, esta CCT «representa los intereses del 1% del top de la elite más rica a nivel mundial». Sus características son igualmente notorias: «un 94% son hombres, de raza blanca, predominantemente estadounidenses y europeos» cuya capacidad de influencia les permite manejar las agendas de organismos de poder como el G7, el G20, la OTAN, la OMC, el FMI y el Club Bildenberg, entre otros.

Vista esta concentración de poder claramente occidental y «atlantista», y ante la nueva realidad de cambio de poder que se anuncia, ¿aceptarían estas elites el ascenso inevitable de nuevos ricos y hombres de poder no occidentales, principalmente asiáticos como China, India e incluso Rusia?; ¿cómo lograrán equilibrar los contrapesos de poder en este reparto geopolítico y geoeconómico cada vez más «post-liberal»?; sus ideas ¿pueden convertirse en referencias en otras latitudes? Aquí partimos de un dato a tomar en cuenta. El modelo del ministerio de la Eficiencia Gubernamental de Musk ya gana adeptos en el exterior: en Portugal, que irá próximamente a elecciones generales, este modelo es defendido por la candidatura de Chega!, tildado de ser el «VOX luso» y, por tanto, un entusiasta simpatizante de esa «internacional trumpista». 

China, la «nueva URSS» del «trumpismo»

Todas estas interrogantes abordan un debate estructural sobre el futuro de una democracia liberal aprisionada por los embates de la geopolítica y de la realpolitik. Huyendo de los simplismos y de la necesidad existente en diversos círculos de poder por aprovisionarse de un «enemigo conveniente», resulta perceptible que, para las elites occidentales que están concentrando el poder, ese papel de «enemigo conveniente» lo ocupa China.

Así, China se erige como el rival emergente que contrarresta esa hegemonía de la «oligocracia» occidental que, sin necesariamente diluirse en las expectativas de un declive histórico, sí que observa una fuerte contestación de otro polo de poder, en este caso asiático, con importantes alianzas estratégicas a nivel mundial.

La obsesión china persigue a Trump y a la elite «oligocrática». En las primarias republicanas de 2016, Trump ganó en 89 de 100 condados precisamente afectados por la competitividad económica china. Este cambio de ciclo hegemónico y de la hasta ahora supremacía tecnológica occidental se ha visto superada por la desindustrialización en EEUU y en Europa como consecuencia de la vertiginosa industrialización de China y de su capacidad competitiva en materia tecnológica y laboral.

Como indica un estudio de los economistas David Autor y Gordon Hanson, la competitividad de las exportaciones chinas fueron responsables entre 1999 y 2014 de la pérdida de 2,4 millones de puestos de trabajo industriales en EEUU. Por tanto, la actual «guerra comercial de aranceles» lanzada por Trump supone un imperativo de carácter disuasivo con la finalidad de asestar un agresivo viraje geoeconómico estratégico, aunque sus consecuencias son bastante imprevisibles y puede que terminen siendo contraproducentes para los intereses de Trump y sus elites.

En este envite, tal y como hemos visto recientemente, China ya ha dado muestras de tener capacidad suficiente de respuesta para contrarrestar los aranceles de Trump precisamente aplicando mayores medidas proteccionistas mientras avanza en negociaciones con otros actores (Europa, África, América Latina) con la finalidad de mantener la cooperación económica y la interconexión del comercio global. China esperaba crecer un 5% este 2025 pero con la guerra arancelaria de Trump, estas expectativas se reducen a un 3,5%, un índice aún óptimo pero que no esconde las dificultades que estas medidas proteccionistas desde Washington afectan no sólo a la economía china sino también a la economía global.

Afianzado en su naturaleza de economía netamente exportadora, con importantes recursos laborales, alianzas geoeconómicas (BRICS, OCS, África, América Latina, sureste asiático, Europa) y la certificación de su capacidad tecnológica para afrontar los nuevos retos (Inteligencia artificial DeepSeek), Beijing, donde no olvidemos el poder está en manos del Partido Comunista en calidad de Partido-Estado, parece apostar más por la globalización que precisamente Washington. El efecto contraproducente de las tarifas arancelarias de Trump muy probablemente acelerará la cooperación económica entre China y el sureste asiático, reforzando así las expectativas de Beijing de conservar sus esferas de influencia regionales.

El impacto tecnológico de China ya comienza a generar irritación en las elites occidentales. En las últimas semanas, las empresas chinas han lanzado más de una decena de nuevos modelos o actualizaciones de Inteligencia Artificial. Baidu presentó Ernie X1, un sistema de conversación ideado para competir con ChatGPT. Este nuevo modelo desarrolla las respuestas más personalizadas e incorpora tratamiento de imágenes, una innovación clave para incorporarla a su buscador, el más importante de China y competidor global de Google.

El gigante tecnológico Tencent también ha anunciado que está desarrollando varios modelos de Inteligencia Artificial para incorporar a diferentes negocios como videojuegos. Alibaba tiene su modelo Tongyi Qianwen, una IA generativa que también procesa imágenes o vídeos. La empresa ha incorporado este sistema para mejorar el proceso de compra en sus plataformas, ofreciendo recomendaciones personalizadas para cada usuario. Por ejemplo, el sistema permite mantener una conversación con la IA para afinar la búsqueda que permiten al comprador conocer productos nuevos. 

«Tambores de guerra» y el declive liberal

Las «expectativas de conflicto» y la recuperación de la noción del «enemigo conveniente» propia de los tiempos de la «guerra fría» contra la URSS y el bloque socialista son otros factores que anuncian el advenimiento de estos tiempos «post-liberales», donde los derechos sociales que tanto esfuerzo han costado en las últimas décadas corren un riesgo importante de verse degradados y suplantados en aras de la «seguridad nacional» o «colectiva».

Si observamos los titulares, declaraciones e imágenes diarias en diversos medios de comunicación en Europa parecieran persuadir de que es inevitable una especie de apocalipsis bélico, en este caso colocando de nuevo a Rusia como enemigo. A tal magnitud ha llegado este nivel de inquietud que Bruselas ha anunciado un «kit de supervivencia» de 72 horas que le permita a la ciudadanía sobrevivir ante un «desastre natural, una guerra nuclear o una pandemia».

En el Kremlin observan expectantes las secuelas del «terremoto» geoestratégico impulsado por Trump tanto a la hora de degradar su apoyo a Ucrania como en la guerra comercial de aranceles contra casi todo el mundo. EEUU y la UE están en el peor momento de su relación transatlántica toda vez Europa va preparando el camino para una «expectativa de guerra» contra Rusia, cuyo desenlace es tan imprevisible como las medidas (y contramedidas) que viene aplicando Trump con sus sanciones.

Mientras intenta recuperar el consenso comunitario ante la agresiva política arancelaria de Trump, la reacción europea ante este divorcio trumpiano parece más bien apostar por el rearme ante la presunta «amenaza rusa» como motor de desarrollo para el complejo militar-industrial que encarne una «nueva Unión Europea» absolutamente diferente a la instaurada a partir de 1951 con la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), germen institucional que ha propiciado la creación de la actual UE. En Europa ya se habla abiertamente de retomar el servicio militar obligatorio.

Observando a Rusia como su «eterno rival-enemigo conveniente», en la UE comienzan a tantear a China como un socio económico alternativo ante la guerra comercial arancelaria de Trump. Si bien este viraje europeo hacia China es igualmente impredecible, su expresión trastoca la naturaleza de la tradicional relación transatlántica con EEUU vigente desde 1941 en plena II Guerra Mundial.

Más allá de las circunstancias propiciadas por la arbitraria guerra arancelaria de Trump, Europa se ve atrapada en el pulso hegemónico de poder entre EEUU, China y Rusia, buscando recuperar margen de maniobra ante los vertiginosos cambios que se anuncian en el equilibrio geopolítico global. No obstante, acercarse a China a consecuencia de la guerra arancelaria de Trump mientras acelera el rearma contra Rusia, socio estratégico de Beijing, puede anunciar contextos aún más complejos y dilemáticos para Europa. Y aquí, el lobby “atlantista” siempre activo en la UE y la OTAN intenta cobrar protagonismo con la intención de abortar cualquier acercamiento europeo hacia un eje euroasiático sino-ruso que derrumbe los imperativos «atlantistas» vigentes desde la II Guerra Mundial.

El clima de «neo-guerra fría» entre la UE y Rusia es cada vez más latente: la vicepresidenta y Alta Representante europea para Asuntos Exteriores, la ex primera ministra estonia Kaja Kallas, advirtió a varios países de no asistir a la invitación de Putin a participar en Moscú el próximo 9 de mayo en la celebración del 80º aniversario del Día de la Victoria contra el fascismo en lo que en Rusia se conmemora como la Gran Guerra Patriótica.

Pero las fisuras en el seno de la UE también son notorias en este aspecto. El presidente eslovaco Robert Fico ya anunció que asistirá a esta invitación. Un candidato a la admisión en la UE como Serbia, el presidente Aleksandr Vučic, también confirmó su asistencia. Al desfile en Moscú también asistirán los mandatarios de China, Cuba, Brasil y Venezuela.

Por mucho que Trump intente alterarlos, los nudos transatlánticos son difíciles de desenredar. EEUU es un mercado clave para la UE, con una relación comercial que alcanza intercambios diarios de bienes y servicios por más de 4.200 millones de euros. Europa también se enfrenta a una situación delicada en términos políticos y estratégicos: tras romper su dependencia del gas ruso por la invasión de Ucrania, la UE depende ahora en gran medida del gas natural licuado estadounidense, lo que limita su capacidad para aplicar represalias en ese sector.

Los aranceles de Trump para Europa tienen más variables, como la posibilidad de que los mismos redirijan las exportaciones de China hacia el mercado europeo, inundándolo con productos baratos y generando nuevas presiones económicas. Esto podría obligar a Bruselas a tomar medidas proteccionistas adicionales, elevando aún más las tensiones comerciales internacionales. En perspectiva, proteccionismo sobre el libre comercio.

Como elemento irónico, las sanciones occidentales impuestas a Rusia desde 2022 con la invasión de Ucrania le permiten a Moscú, por el momento, ser uno de los pocos países inmune a la ofensiva arancelaria de Trump. Mientras la inquietud y la incertidumbre domina la relación transatlántica, el equipo negociador de EEUU y Rusia sigue reuniéndose en Arabia Saudita y Turquía con la finalidad de normalizar la relación diplomática y avanzar en la resolución ad hoc de conflictos como el de Ucrania.

Por cierto, en lo que en Moscú califican como la «nueva realidad» determinada por el regreso de Trump, poco se habla del eventual alto al fuego en Ucrania. Putin anunció que no negociará si no se toman en cuenta las demandas rusas, cuyos intereses en Ucrania permanecen intactos mientras la población asume como improbable el final del conflicto a corto plazo.

Por otro lado, desde 2023 crecen las denuncias sobre el autoritarismo del presidente ucraniano Volodymir Zelensky quien, con la excusa de la guerra, ya suspendió en mayo de 2024 las elecciones presidenciales en su país. En este contexto, poco atendido por los mass media internacionales entre los que destacan la matriz de opinión de la «oligocracia», y más allá de los compromisos militares y geopolíticos con Kiev, el irrestricto apoyo europeo y de la OTAN a Zelensky también pone en entredicho la calidad democrática de los líderes de la UE.

Pero no es sólo Ucrania, si cabe, el único centro de atención geopolítico y militar. El conflicto en Yemen llama también la atención por su ubicación geoestratégica en el Mar Rojo, lo cual confirma la deriva belicista que se está observando en Occidente. Por allí transita el 12% del comercio marítimo mundial y el 30% del petróleo crudo.

Yemen vuelve a escenificar un conflicto regional con repercusiones globales. Los hutíes, un grupo insurgente, son respaldados por Irán y luchan contra un gobierno central apoyado por Arabia Saudita. En solidaridad con los palestinos de Gaza, los hutíes han lanzado ataques de misiles contra Israel. En represalia, Trump ha prometido «exterminar a los hutíes» como un émulo de la limpieza étnica que Netanyahu, su aliado irrestricto, realiza contra los palestinos en Gaza y Cisjordania.

Así mismo, Trump ha amenazado a Irán con represalias militares si la milicia hutí Ansar Allah no deja de atacar territorio israelí y a los buques que surcan el Mar Rojo y el estrecho de Bab el Mandeb, próximo a los estratégicos Cuerno de África y el Golfo de Adén. Como respuesta inmediata, el jefe de los pasdarán, Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, Hosein Salami, ha advertido que si EEUU se atreve a dar ese paso la respuesta será «dura, decisiva y devastadora». Si bien Washington ha asestado golpes tácticos contra Ansar Allah, ha evitado realizarlos directamente contra Irán, a pesar de la insistencia de su aliado israelí, el primer ministro Benjamin Netanyahu.

En este contexto dominado por la realpolitik, el pragmatismo táctico parece imponer también su ritmo: bajo el argumento de la amenazada del programa nuclear iraní y la tensión regional, emisarios estadounidenses e iraníes negocian directamente en Omán muy probablemente sin dejar de mirar a Yemen como un foco de convulsión geoeconómica. Los negociadores iraníes también se han dirigido a Moscú para coordinar acciones conjuntas (Rusia e Irán firmaron en diciembre pasado un acuerdo de cooperación estratégica por 20 años) antes de afrontar la nueva ronda de negociaciones con EEUU a celebrarse en Roma este 19 de abril. Dejando Oriente Medio, y para mantener en pie sus intereses en esferas de influencia como Asia Central, Rusia acelera los preparativos para reconocer la legitimidad del régimen Talibán en Afganistán.

Más allá de estas tensiones geopolíticas y el nuevo reacomodo mundial, el desprecio por la legalidad internacional incentiva la impunidad, otra variable que degrada esa herencia «social-liberal» hoy cuestionada por líderes políticos cada vez más autoritarios.

Tras recibir en Budapest a Netanyahu, el presidente húngaro Viktor Orbán ha anunciado el retiro de Hungría de la Corte Penal Internacional (CPI). Netanyahu tiene una orden de arresto internacional por crímenes de guerra en Gaza. La Hungría de Orbán, como otros países europeos, ha sido prolífica en denuncias de violaciones de derechos humanos contra refugiados sirios y de otros países durante la crisis migratoria de 2015.

Fuera de estas fronteras, el gobierno nacionalista hindú de Narendra Modi en India también ha iniciado políticas coactivas hacia las minorías religiosas, especialmente musulmanas, otro aspecto que socava los principios liberales de respeto a la diversidad religiosa y comunitaria.

Trump, Orbán, Xi, Netanyahu, Putin, Musk, Modi. Nombres propios que parecen anunciar la pretensión por enterrar el orden «social-liberal» que hasta ahora ha definido la realidad internacional. El mundo entra en una nueva era donde los populismos «iliberales» buscan reorganizar el mundo y los equilibrios de poder en este nuevo siglo.

Volviendo a las analogías históricas tan controvertidas, el historiador inglés Timothy Snyder comparó los tiempos actuales «con la Europa de la década de 1930», una época condicionada por la depresión económica de 1929 y el auge de los totalitarismos que presagió la II Guerra Mundial. Mucho ha cambiado el mundo desde entonces pero el orden «post-liberal» aún en ciernes anuncia una colisión y repartición de poder entre la troika de grandes potencias (EEUU, China, Rusia) y elites «oligocráticas» por mantener y ampliar sus esferas de influencia geopolíticas y geoeconómicas, donde el pulso por el control de los avances tecnológicos (IA, robótica) adquirirán un peso cada vez más preponderante incluso por encima de las tensiones políticas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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PERÓN, PERONISMO, POLÍTICA Y ESTADO. A 50 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL GENERAL PERÓN.

Marcelo Javier de los Reyes*

19 de noviembre de 1972. El histórico abrazo Perón – Balbín.

Introducción

Se cumplen cincuenta años del fallecimiento de quien fuera tres veces presidente de la Nación, el general Juan Domingo Perón, por lo que estimo que es una oportunidad para abordar ciertos temas y romper algunos mitos que circulan a través de las redes sociales, los que no tienen otra intención que seguir dividiendo a la sociedad argentina, fomentando el individualismo y la desconfianza entre sus miembros.

Como he sostenido varias veces en reuniones privadas y públicas, la Argentina está siendo sometida a una guerra cognitiva que tiene por objetivo la fragmentación y la disolución de nuestro país. Buena parte de la población no puede percibir que es objeto de una manipulación pero es hora de empezar a hablar de ello para contrarrestar las «usinas de odio» constantemente encendidas.

Es necesario revertir este rumbo lo antes posible y comenzar a trabajar para reconstruir nuestra Argentina.

Un momento «bisagra»

Desde el 29 de junio de 1974 María Estela Martínez de Perón se encontraba en ejercicio de la presidencia debido a la enfermedad de su esposo. A las 14:10 del 1° de julio anunció al pueblo argentino el fallecimiento del presidente.

El 12 de octubre de 1973 Juan Domingo Perón había asumido su tercer mandato presidencial luego de dieciocho años de exilio y «operar» para desplazar del gobierno a quien había fungido como su delegado personal pero que al asumir la presidencia tomó un rumbo ideológico que no era el que el general predicaba.

Perón llegó a esa tercera presidencia luego de un llamado a elecciones tras la renuncia del presidente Héctor J. Cámpora y de su vicepresidente, Vicente Solano Lima. El 62% del electorado lo respaldó para tomar las riendas de un país convulsionado, con una sociedad dividida y con varias organizaciones terroristas sembrando el miedo en la población en diferentes puntos del país. Algunos de esos grupos actuaron para favorecer el regreso del general al gobierno pero cuando él les pidió que depusieran las armas, los miembros de esa «juventud maravillosa» decidieron no hacerlo. La violencia política se acrecentó y Perón decidió enfrentarlos.

El general trabajó en su exilio para lograr un regreso triunfal tras una salida forzada en 1955 y los militares argentinos, incluso aquellos que lo habían combatido y que verían el fracaso de su gestión al frente del gobierno tras el derrocamiento del presidente radical Arturo Umberto Illia, consideraron que era el hombre apropiado para devolver la gobernabilidad a la Nación.

Fue así como su regreso aspiraba a lograr la unidad de buena parte de los argentinos. En ese sentido debemos tener presente que quienes otrora habían sido tenaces enemigos iniciaron un camino de convivencia y de amistad e incluso se consideró que podían integrar la fórmula presidencial que llevaría como vicepresidente al radical Ricardo Balbín. Pero «las bases peronistas» prefirieron que a Perón lo acompañara su esposa.

A pesar de esa compleja situación política, la Argentina era otra, muy diferente a la del presente, a la que conoció buena parte de la juventud actual. Era un país con movilidad social, cuya sociedad giraba en torno de la familia y de una amplia clase media real. Era un país con un sector agropecuario fuerte pero también era industrialista y tanto en la zona sur de la Capital Federal, como en amplias zonas del Gran Buenos Aires había amplios sectores de producción industrial. El trabajo formal y el número de asalariados constituían un porcentaje mayor al actual. La población por esos años rondaba los 25 millones de habitantes, la pobreza era del 3,8% y la desocupación del 4,2%. La deuda externa argentina era de unos US$ 4.000 millones.

Antes de asumir su tercer mandato, el 25 de septiembre de 1973, Perón sufrió un fuerte golpe con el asesinato de José Ignacio Rucci ―a la sazón secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT) de la República Argentina― cuando salía de su casa en el barrio de Flores. La responsabilidad del crimen cayó sobre el grupo terrorista Montoneros.

La violencia política se acrecentó. Un nuevo grupo violento apareció en escena: la «Triple A», «Alianza Anticomunista Argentina», era una organización parapolicial que actuaba a la sombra de importantes funcionarios del gobierno.

La sociedad se fue acostumbrando a vivir en ese contexto violento y nuestros padres nos instruían sobre cómo andar por la calle, de no levantar cosas de la calle ni de patear paquetes que podían ser artefactos explosivos. Así se vivía en esa época. Civiles, agentes del orden y militares morían como consecuencia de los atentados.

El 19 de enero de 1974 un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) llevó a cabo un ataque a la Guarnición Militar de Azul, degollaron al soldado Daniel González, asesinaron al coronel Camilo Arturo Gay y a su esposa, Nilda Cazaux. Los terroristas secuestraron al teniente coronel Jorge Ibarzábal, jefe del Grupo de Artillería Blindado 1, a quien asesinaron tras 300 días de cautiverio.

Perón no titubeó y tomó la decisión de eliminar a los guerrilleros y escribió una carta dirigida a los militares que defendieron la guarnición en calidad de «comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y soldado experimentado». En la misiva los felicitó «por el heroico y leal comportamiento con que han afrontado el traicionero ataque» y agregó:

«Quiero asimismo hacerles presente que esta lucha en que estamos empeñados es larga y requiere en consecuencia, una estrategia sin tiempo».

El objetivo perseguido por estos grupos minoritarios, es el pueblo argentino, y para ello llevan a cabo una agresión integral».

Les escribió que todo el pueblo «está empeñado en exterminar este mal y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones y secuestros» y que la lucha contra la subversión quedaba «a cargo de toda la población, las fuerzas Policiales y de Seguridad, y si es necesario de las Fuerzas Armadas». Finalmente expresó que «el repudio unánime de la ciudadanía hará que el reducido número de psicópatas que van quedando, sea exterminado uno a uno para bien de la Republica».

Se trató de una firme decisión ante la violencia terrorista que lejos de calmarse se incrementó. El 25 de junio de 1974, el director del diario El Día de la ciudad de La Plata, David Kraiselburd, fue secuestrado en esa ciudad por un comando guerrillero.

Los hechos ocurrieron en un país que desde hacía años se había habituado a la violencia, una violencia que para esa fecha se estaba acelerando peligrosamente. Una semana después del secuestro, el presidente Juan Domingo Perón se iba de este mundo dejando en el poder a su viuda María Estela (Isabel).

Pensar cómo hubiera seguido su enfrentamiento contra la subversión sería hacer ficción. Lo cierto es que durante el gobierno de su esposa la convulsión social y la violencia terrorista se incrementaron.

Su gobierno firmó los decretos destinados «neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actuaban en la provincia de Tucumán» (Decreto 261/75) y el que luego ampliaría esa misión a todo el territorio nacional (Decreto 2772/75).

El 24 de marzo de 1976 el golpe de Estado llevado a cabo por las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional y comenzó no sólo una profundización de la guerra contra las organizaciones terroristas sino también el establecimiento de una política económica a cargo de Alfredo Martínez de Hoz que llevaría a un fuerte endeudamiento del país, a iniciar el proceso de desindustrialización y el inicio de la incomunicación regional debido al cierre de algunos ramales ferroviarios.

No puede ni debe soslayarse en esta etapa de nuestra historia el conflicto con Chile y la guerra que nos fue impuesta en el Atlántico Sur, la Guerra de Malvinas, pero abordar estos temas nos alejaría del propósito de este artículo.

Fue así como la muerte del general Perón se convirtió en un momento bisagra de nuestra historia que abrió un camino que hubiera sido deseable no transitar.

El peronismo es el responsable de «todos los males»

Avancemos en la historia a tiempos más recientes y para luego volver hacia atrás siguiendo el estilo cinematográfico.

En los últimos años ciertos sectores de la dirigencia llenan discursos en los que proclaman que hemos llegado a este punto tras 70, 75 u 80 años de peronismo. ¿Será verdaderamente así?

Quienes esgrimen esos argumentos dicen que el peronismo no deja gobernar y que el de Mauricio Macri es el único gobierno «no peronista» que terminó su mandato durante estas últimas décadas.

Es cierto que Perón ha formado parte de los golpes de Estado de 1930 y de 1943 y que desde el exilio, durante ese período en que el peronismo estuvo proscrito, ha intentado esmerilar los gobiernos de Arturo Frondizi y de Arturo Umberto Illia. La realidad es que ambos gobiernos fueron derrocados por golpes militares, ajenos a la ideología peronista.

El historiador Robert A. Potash ha sido muy claro con respecto al papel de los medios en el golpe que derrocó al presidente Illia. Expresa que desde mediados de 1965 ciertos periódicos operaban para desacreditar al gobierno del presidente Illia y para alentar a los militares a llevar a cabo el golpe de Estado. Entre esos medios se encontraban los semanarios Confirmado y Primera Plana, el cual hasta realizó «una encuesta de opinión pública sobre hasta dónde era deseable un golpe, publicando los resultados el mismo día de la toma del poder militar»[1].

La revista Primera Plana fue creada en noviembre de 1962 por Jacobo Timerman ―a propuesta de algunos coroneles del bando «azul» para difundir la acción de ese grupo― y el reconocido abogado y periodista Mariano Grondona fue columnita del medio. Timerman fue su director hasta 1964, pero en mayo de 1965 inició un nuevo proyecto a partir de Confirmado, que desde su origen se destacó por sus ataques al gobierno de Illia. Su principal editorialista era Álvaro Alsogaray, hermano del general que con Onganía decidieron derrocar al gobierno. Unos meses después tomó la dirección el comodoro Juan José Güiraldes y el secretario de redacción era Horacio Verbitsky[2].

Caricatura del presidente Illia en la tapa de la revista Primera Plana.

En 1971 Timerman fundó La Opinión ―durante el gobierno del general Lanusse―, proyecto del que participó en un comienzo Miguel Bonasso, el cual dejaría de salir en mayo de 1977. Según Graciela Mochkofsky, «Timerman siempre intentó moverse con la seguridad de su acceso al poder de turno» y agrega que «basó su ascenso social y profesional en asociaciones pragmáticas con el poder político y militar dominante en la Argentina de los años ’50, ’60 y ’70»[3].

Ni en el caso del golpe de Estado que derrocó al presidente Frondizi ni en el que provocó el derrocamiento del presidente Illia podría verse una mano directa del peronismo.

Panorama era otra revista crítica del gobierno del presidente Illia, a quien llamaban injustamente «la tortuga» porque decían que gobernaba lentamente.

El papel de la prensa y de encumbrados periodistas como Timerman, Mariano Grondona, Horacio Verbitsky, Bernardo Neustadt ―quien escribía sus columnas críticas en Todo― no sólo fue crucial en el derrocamiento del presidente Illia sino también durante el retorno de la «democracia». Neustadt fue un operador del presidente Carlos Menem y desde su poder en los medios denostó al Estado y favoreció la destrucción del mismo a partir de su prédica pro privatización. Verbitsky hizo lo propio desde otro ángulo ideológico y se alió al gobierno de Néstor Kirchner, lo cual ha quedado en evidencia en el libro El Pacto: Kirchner– Verbitsky, publicado por la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia. Ese pacto ha llevado a la infiltración en el Poder Judicial y al desarrollo de una «ingeniería social y cultural» que transformó a la sociedad argentina o, al menos, a buena parte de ella[4].

No están exentos de esta manipulación social otros periodistas como por ejemplo Jorge Lanata, fundador de Pagina 12, quien reconoció recibir fondos del Movimiento Todos por la Patria (MTP) de Gorriarán Merlo. En una entrevista Lanata explicaba:

Los tipos eran un partido político, legal, tenían una revista, jefe de prensa, no estaban clandestinos. Y tampoco me llamaban de todos lados para ofrecerme guita para poner el diario. Fue lo que conseguimos y después tuvimos que sobrevivir pidiendo plata en cualquier lado, sea una cueva o un distribuidor. Pero si a mí no me condicionaban lo que tenía que poner… yo quería hacer un diario. Y no estaba haciendo nada que estuviese mal o fuese ilegal.[5]

Luis Majul, biógrafo de Lanata, ya había escrito sobre esto en un artículo de La Nación publicado en 2012:

También mantuvo reuniones clandestinas con el primer gran sponsor del diario, Enrique Gorriarán Merlo, cuando el guerrillero estaba prófugo de la justicia.[6]

Lanata también fue el inventor del concepto de «la grieta», la cual se ha venido agigantando a lo largo de esta partidocracia.

Estos mercenarios del periodismo han tenido un gran protagonismo en la manipulación de la realidad y en la formación de opinión en la sociedad y esto no ha cambiado, al punto que otros operadores conocidos tuvieron un papel crucial en el proceso electoral de 2023 impulsando las campañas de ciertos candidatos.

¿Y el peronismo?

Tras la muerte de Perón ese vacío fue disputado por algunos dirigentes que estuvieron más cerca del general pero la realidad es que el Partido Justicialista fue usado como un sello partidario para llegar al poder. ¿Podría considerarse al gobierno de Carlos Menem un gobierno peronista? Llegó al gobierno con la ayuda de Álvaro Alsogaray, aquel que escribía en contra de Illia y hermano del general golpista, el que como ministro de Economía del presidente Frondizi, el 29 de junio de 1959, le dijo al pueblo argentino: «hay que pasar el invierno».

Menem, hombre pragmático, incorporó las medidas liberales para su gobierno. Llevó a cabo un profundo proceso de privatización de las empresas del Estado que lejos está de poder considerarse un beneficio para la Nación y para la población. El territorio nacional quedó desarticulado por el cierre de los ramales ferroviarios dejando desconectadas a varias provincias, poniendo en vigencia el «Plan Larkin» o Plan de Transporte de Largo Alcance para Argentina diseñado en Estados Unidos a instancias del Banco Mundial y desarrollado bajo la dirección del ingeniero y militar estadounidense teniente general Thomas Bernard Larkin. El plan le fue presentado a Frondizi pero no lo pudo llevar adelante debido a la fuerte oposición de los gremios ferroviarios.

Menem, de la mano de su ministro de Economía, Domingo Cavallo, con el apoyo de ciertos periodistas y medios, además de sindicalistas que traicionaron su fuente de trabajo, logró destruir el sistema ferroviario. Lo propio hizo con la empresa Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), crucial para la exportación de los productos argentinos, la Flota Fluvial del Estado Argentino (FFEA), YPF, Aerolíneas Argentinas, etc. Del mismo modo, destruyó las industrias de la Defensa y dio por terminado el Proyecto Misilístico Cóndor desarrollado por la Fuerza Aérea Argentina.

En política exterior, Menem se acercó a la OTAN y a los Estados Unidos, los que fueron aliados de nuestro enemigo en 1982. Quizás se olvidó del famoso lema «Braden o Perón». También recurrió a la fórmula de la «seducción» para atraer a los isleños, los que ni siquiera quisieron integrarse a la Argentina cuando nuestro país les daba todo ―salud, educación, viaje al continente, correo, combustible, etc.―, por el Acuerdo de Comunicaciones de 1971[7] , mientras el Reino Unido no les daba un penique y los consideraba habitantes de segunda.

¿Hubiera realizado eso el general Perón?

Sin duda que no. Su visión del desarrollo del país desde el Estado era clara y se correspondía con su época y con su concepción ideológica. A diferencia de otros países, la Argentina se desarrolló a partir del Estado y de una dirigencia que, en todo caso, supo coordinar el esfuerzo privado con el estatal pero debemos mencionar que relevantes sectores productivos y estratégicos nacieron a partir de militares con visión estratégica como la del general Enrique Mosconi ―ingeniero y general de división del Ejército que potenció la organización de la exploración y explotación de petróleo en Argentina― y como la de Manuel Savio ―ingeniero argentino y general del Ejército que desarrolló la industria siderúrgica desde la dirección de Fabricaciones Militares y SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina)―. También podemos sumar en esta lista a otros militares con visión geopolítica y estratégica como el comandante Luis Piedrabuena, el almirante Segundo Storni, el almirante Manuel Domecq García o el general Juan Enrique Guglialmelli.

Más allá de sus defectos y virtudes, Perón pertenecía a esa generación de militares y abogaba por la integración regional. Se le atribuye al barón de Río Branco la iniciativa de un pacto pacifista, pergeñada en 1908, para favorecer una distensión en la región entre la Argentina, Brasil y Chile. Un nuevo paso en ese sentido se dio el 25 de mayo de 1915 cuando los cancilleres de Argentina, Brasil y Chile firmaron en Buenos Aires el «Tratado de No Agresión, Consulta y Arbitraje», el cual fue percibido con desconfianza tanto por Estados Unidos, como por otros países americanos, por considerarlo como una eventual alianza militar. Sin embargo, durante el gobierno de Perón el contexto mundial y el marco regional parecían favorecer una propuesta más abarcativa.

En la década de 1950 se inició el proceso de integración en Europa pero por esos años Perón también aspiraba a lo mismo en nuestra región. El 11 de noviembre de 1953, en la entonces Escuela Nacional de Guerra —dependiente del Ministerio de Defensa—, el presidente Perón pronunció un discurso que permaneció como «Documento Reservado» (secreto) hasta 1967, año en que fue dado a conocer públicamente, conocido como «Unidos o Dominados», tema que ya he abordado en otro artículo en 2021[8].

Por esa época Perón lanzó su propuesta del «ABC», la «necesidad de la unión» de Argentina, Brasil y Chile. A ella luego se sumarían los demás países de la región. Esto lo llevó a conversar —tiempo antes— con los presidentes de Brasil (1951-1954, su última presidencia) y de Chile, Getulio Vargas y el general Carlos Ibáñez del Campo (1952–1958, segunda presidencia), respectivamente. Infelizmente, diversos sectores e intereses externos conspiraron ―y continúan conspirando― en contra de una integración regional con capacidad de crear un modelo de desarrollo propio.

Una nueva pregunta sería apropiada para quienes consideran que el peronismo está en la raíz de todos los males: ¿Puede considerarse peronismo al kirchnerismo?

La respuesta también sería negativa. Nuevamente se usó el sello partidario y las imágenes de Perón y Evita para un proyecto personal, de apariencia «nacional». De ahí que se considera que el peronismo va y viene entre la privatización y la estatización, en este caso implementada a un alto costo para la Nación por parte de los gobiernos kirchneristas. Como se ha expresado ut supra, Néstor Kirchner hizo una alianza con un personaje que juega para intereses extranjeros, como Verbitsky, para construir su base de poder. De ese modo también atrajo a sectores de la izquierda, algo que seguramente Perón no hubiera hecho. Aún más, está la anécdota de la respuesta de Cristina Fernández de Kirchner a Antonio Cafiero, el impulsor del monumento a Perón: «Yo, para ese viejo de mierda, no pongo mi firma». Cristina ¿peronista? Ni en sueños. Otra pragmática.

En este listado entran también otros neoperonistas como Sergio Massa y Amado Boudou, originalmente afiliados a la UCeDe de Alsogaray.

Esa propaganda que los medios han llevado a cabo manipulando la opinión pública nos lleva también a situaciones insólitas en las que ciertos sectores de la población se expresan contra el peronismo y se manifiestan en favor de Macri y del PRO. ¿No saben que buena parte de la dirigencia del PRO es peronista? Horacio Rodríguez Larreta, Cristian Ritondo, Emilio Monzó, Patricia Bullrich ―asidua al travestismo político al igual que Massa, Martín Lousteau y tantos otros―… y la lista sigue.

Pero hay más… Ningún peronista se esforzó por erigir un monumento en memoria de Perón en la Ciudad de Buenos Aries. Para muchos, la siguiente foto será una novedad:

Ese monolito se encontraba en la playa de estacionamiento de la Presidencia de la Nación, casi en la esquina de la Avenida Madero con la calle Presidente Perón y decía: «Piedra fundamental. En este sitio se emplazará el monumento al Tte. Gral. Juan Domingo Perón. Tres veces presidente de los argentinos». Sin embargo el monumento nunca se levantó y el progresista Larreta arrasó con el monolito cuando hizo construir el Paseo del Bajo.

Pero, hay un enorme monumento a Perón en la plaza frente a la Aduana. ¿Quién lo hizo erigir? Mauricio Macri, otro pragmático.

El 8 de octubre de 2015, aniversario del nacimiento del general Perón ―y del autor del presente artículo― Macri y Ritondo inauguraron el primer monumento a Perón en la Ciudad de Buenos Aires con la asistencia de Hugo Moyano, Gerónimo Venegas, Eduardo Duhalde, y la plana mayor del PRO: la vicejefa de Gobierno la Ciudad de Buenos Aires y entonces candidata a gobernadora bonaerense por Cambiemos, María Eugenia Vidal, el entonces jefe de Gabinete y jefe de Gobierno electo, Horacio Rodríguez Larreta y su compañero de fórmula Diego Santilli.

En su discurso Macri expresó:

Perón decía que a la Argentina la arreglamos entre todos, o no la arregla nadie. Por eso tenemos que volver a unir al país, porque ese es el camino del progreso. Perón y Evita devolvieron los derechos a los trabajadores. Yo creo en el diálogo con las organizaciones sindicales, porque un gobierno no está para reprimir trabajadores. Debemos trabajar para lograr tener pobreza cero en el país, con eso defenderemos las banderas del justicialismo, eso es justicia social.[9]

Macri agregó que:

algunos dicen que son peronistas pero sólo se dedican a manipular desigualdades. Por eso quiero invitar a los verdaderos peronistas a cambiar el país, porque mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. Porque un gobernante que no genera trabajo, no es un gobernante.[10]

Al final de su gobierno Macri hizo un balance en el que afirmó: «El mío, fue un Gobierno de corte socialista»[11].

¿Cómo los seguidores de Macri o del PRO pueden considerarse antiperonistas o de derecha cuando su «líder» se ha asumido como peronista y/o socialista? De hecho parecería, al menos, una contradicción.

Del circo romano al futuro apocalíptico

El actual presidente, Javier Milei, ha manifestado hace un tiempo que él y Conan se encontraron por primera vez hace 2000 años en el Coliseo romano. En una entrevista que le realizaron en Estados Unidos al medio Free Press expresó: «Yo vengo de un futuro postapocalíptico para impedir el avance del socialismo. Algo así como Terminator; de hecho, Schwarzenegger es libertario».

Lo más grave de esa entrevista son dos afirmaciones que jamás debiera hacer el presidente de un país: «Amo ser el topo dentro del Estado». «Soy el que destruye el Estado desde adentro».

Su «traslación» a través de la historia, que le permite ir al pasado y al futuro, no sería preocupante si tuviera la posibilidad de aprender de esa experiencia. Parece por lo menos risueño que diga que viene desde el futuro para impedir el avance del socialismo. Por empezar, para ver lo que ha hecho el socialismo bien se podría ir hacia atrás más que hacia el futuro pero, por otro lado, sigue anclado en categorías de la Guerra Fría y carece de conocimientos históricos y de política internacional … y en la práctica tampoco de economía si uno observa como ha empeorado la situación económica del país desde que asumió el gobierno.

No tenía que ir tan lejos en el pasado para darse cuenta de que sus propuestas ya fueron llevadas a cabo por sus tan ponderados Menem y Cavallo con resultados desastrosos para la Argentina. Nuevamente el tema de las privatizaciones, o de reprivatizaciones de empresas que fueron reestatizadas, es poco serio, más allá de que esto resulte un «negocio» para los políticos y los economistas que se sientan en Ministerio de Economía.

La propuesta de Milei es otro paso, quizás el último, que tiene como antecedentes el gobierno militar con Martínez de Hoz, el de Menem y el de De la Rúa con Domingo Cavallo, el de Macri con sus equipos económicos que endeudaron al país de una manera irracional cuando debió haber reducido el gasto público. Si Menem desarticuló las comunicaciones de la Argentina a partir de la destrucción de uno de los sistemas ferroviarios más extensos del mundo, de la privatización de Aerolíneas Argentinas y de la paralización de las Líneas Aéreas del Estado (LADE), empresa estatal con un compromiso social al conectar localidades a las que no llegaban las aerolíneas comerciales, el proyecto de Milei profundiza la desarticulación territorial al considerar el cierre de más ramales ferroviarios y la reprivatización de Aerolíneas Argentinas. Aún peor, ha procedido a cerrar oficinas de correos en pequeños pueblos y en los que había un solo empleado y considera la privatización y/o cierre de sucursales del Banco Nación. Léase, se intenta borrar toda presencia del Estado en amplias regiones del país, se intenta borrar así todo lo que represente la identidad nacional. Se trata de un gobierno que procede a terminar de entregar el país a los que financiaron su campaña tanto dentro como fuera de la Argentina.

El caso de los gobiernos kirchneristas son de otra naturaleza pero no menos perjudiciales para la Argentina. Sin embargo sus desaciertos y sus negociados parecen haber estado más expuestos por los medios. El gobierno de Milei ha deslumbrado a sus seguidores con sus informes acerca de sus antecesores pero no ha llevado a ningún funcionario a la justicia. Como suele decirse, «todo para la gilada».

La corporación política constantemente introduce divisiones en la sociedad de modo tal de que dos personas no puedan encontrar puntos en común. Por otro lado, el discurso de atacar al Estado ha dado sus frutos pero se trata de un discurso mentiroso y más si lo llevan a cabo funcionarios o presidentes que son empleados de las corporaciones prebendarías, corporaciones económicas que han crecido a la sombra del Estado.

Se confunde, seguramente intencionalmente, «Estado» con «gobierno». El Estado es uno de los requisitos fundamentales para la existencia de una nación. No se puede concebir una nación sin Estado y que la máxima autoridad del mismo afirme que es un «topo» que se propone destruir lo que representa; suena, por lo menos, demencial.

Veamos este ejemplo. El Estado sería como un consorcio de copropietarios y el gobierno sería el administrador del consorcio. Si el administrador cumple mal su función no hay que destruir al consorcio sino echar al administrador. Pensar en destruir el consorcio de copropietarios sería destruir el edificio. En el Estado todos somos «copropietarios» y el administrador es el gobierno, el que nos impone impuestos pero a cambio debe darnos ciertos servicios básicos y de buena calidad: salud, educación y seguridad. Si no lo hace es porque hemos elegido un mal administrador y entonces deberá ser reemplazado. Considerar al Estado como el enemigo es considerar enemigo a cada ciudadano del país.

Ya que tanto se habla de «liberalismo» y recurren a figuras de nuestra historia como Juan Bautista Alberdi, Julio A. Roca o Carlos Pellegrini, deberían leer más o mejor lo que predicaron y sus obras. No cabe duda de que el general Roca pensó y trabajó para lograr un Estado fuerte con presencia en todo el territorio nacional. Quienes ven a Pellegrini como un liberal desconocen su labor en favor de la industria nacional. Vale aquí recordar una frase en ese sentido: «Es necesario que en la República Argentina se trabaje y se produzca algo más que pasto, sin industria no hay Nación».

 

«Es necesario que en la República Argentina se trabaje y se produzca algo más que pasto, sin industria no hay Nación».

 

A modo de conclusión

En una entrevista que le hiciera un periodista español a Perón durante su exilio en España, le pidió que diseccionara el espectro político argentino. Perón le respondió: «Mire, en Argentina hay un 30% de radicales, lo que ustedes entienden por liberales; un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas». «Y entonces, ¿dónde están los peronistas?», inquirió el informador. «¡Ah, no, peronistas somos todos!».

Como podrá apreciarse, la respuesta de Perón caló hondo en quienes continuaron en la arena política tras su muerte. La mayoría de ellos ha recurrido al amparo del Partido Justicialista o del Movimiento Peronista para llegar al gobierno, como si fuera la autopista más segura para llegar a destino.

Sin embargo, a pesar de que muchos políticos aducen que el mal de la Argentina en los últimos ochenta años es el peronismo podrá apreciarse, tras leer este extenso artículo, que la responsabilidad no es del peronismo sino de los argentinos. Desde 1943 han pasado gobiernos peronistas, militares, radicales y del PRO, todos con los mismos desafortunados resultados para el país. Los golpes de Estado han sido propiciados por militares, por civiles que fueron a golpear las puertas de los cuarteles, por periodistas mercenarios como los que hoy ocupan espacio en los medios de comunicación.

La decadencia cultural se ha extendido a toda la sociedad pero principalmente a la dirigencia política, ignorante de la historia nacional pero que en el mejor de los casos recurre a frases que las saca del contexto histórico. Es suficiente con leer los debates del Congreso de principios y mediados del siglo XX y compararlos con los que sostienen los legisladores en la actualidad: ni riqueza en su vocabulario tienen la mayoría de ellos.

Coincido plenamente con Julio Bárbaro cuando afirma que «el peronismo murió con Perón». Los que vinieron después sólo se aprovecharon del movimiento para sus fines personales, independientemente de las consideraciones que cada uno pueda tener respecto del general Perón.

No obstante, como de toda ideología debe tomarse lo mejor para lograr los Objetivos Nacionales y, al conmemorarse cincuenta años de su muerte, deberíamos valorar su abrazo con quien fuera su acérrimo enemigo, Ricardo Balbín, como un ejemplo para emprender la unidad nacional. En el plano internacional, recrear su propuesta de la integración regional sin importar si se trata del Tratado ABC o del Tratado APU ―por tomar las iniciales de otros países de la región― y volver a la Tercera Posición, retomando el camino de la neutralidad de la que nos han sacado en su momento Menem y en la actualidad Milei.

Es urgente que los argentinos empecemos a trabajar sobre las coincidencias y dejar a un costado lo que nos separa porque la Patria precisa que echemos a los administradores que no sirven o que ya están viciados y que demos espacio para que nuevas generaciones se hagan cargo de la conducción de la Nación.

Lamentablemente hemos pasado el año 2000 y la realidad es que no estamos unidos sino dominados.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024).

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] Robert A. Potash. El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973. Buenos Aires: Sudamericana, 1994, p 228.

[2] Alain Rouquié. Poder militar y sociedad política en la Argentina II. 1943-1973. Buenos Aires, EMECÉ, 1982. p. 244.

[3] Mochkofsky, Graciela: Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999). Buenos Aires. Sudamericana. 2003. Citado por Edgardo Vannucchi, «La Opinión, Timerman y la dictadura». Haroldo. La revista del Conti, https://revistaharoldo.com.ar/nota.php?id=644.

[4] Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia. El Pacto: Kirchner – Verbitsky. ISBN: 9789874774010,  152 p.

[5]Diego Sehinkman. «Jorge Lanata: “La generación del 70 nos arruinó la vida”». La Nación, 18/06/2017, https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/jorge-lanata-la-generacion-del-70-nos-arruino-la-vida-nid2032884/.

[6] Luis Majul. «Jorge Lanata: secretos y pecados de un periodista». La Nación, 02/12/2012, https://www.lanacion.com.ar/sociedad/jorge-lanata-secretos-y-pecados-de-un-periodista-nid1532483/.

[7] «El acuerdo de 1971 – Declaración Conjunta entre Argentina y el Reino Unido comprendía un conjunto de medidas prácticas, que a partir de ese momento ambos gobiernos comenzaron a implementar para facilitar el movimiento de personas y bienes entre el territorio continental argentino y las Islas Malvinas, en ambas direcciones, con el fin de promover el establecimiento de vínculos culturales, sociales y económicos». Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, https://cancilleria.gob.ar/es/politica-exterior/cuestion-malvinas/antecedentes/periodo-1966-1982#:~:text=El%20acuerdo%20de%201971%20%2D%20Declaraci%C3%B3n,las%20Islas%20Malvinas%2C%20en%20ambas.

[8] Perón, J. D. «Unidos o Dominados» (Discurso pronunciado el 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra). Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 11(1), 2020, p. 173-183.

[9] «Macri y Ritondo inauguraron el primer monumento a Perón en la Ciudad». Parlamentario, 08/10/2015,https://www.parlamentario.com/2015/10/08/macri-y-ritondo-inauguraron-el-primer-monumento-a-peron-en-la-ciudad/

[10] Ídem.

[11] «Macri: ‘El mío, fue un Gobierno de corte socialista’». Agencia Nova, https://www.agencianova.com/nota.asp?n=2019_12_29&id=81728&id_tiponota=4.

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MÉXICO CONFIRMA EN LAS URNAS UNA NUEVA HEGEMONÍA POLÍTICA

Roberto Mansilla Blanco*

Con Sheinbaum, México entra en una nueva etapa histórica iniciada en 2000 con la derrota del PRI tras 69 años en el poder

La contundente victoria de la candidata oficialista Claudia Sheinbaum con el 59,36% de los votos en las elecciones presidenciales mexicanas celebradas este 2 de junio consolida una nueva hegemonía política en el país azteca iniciada en 2018 con la llegada al poder del actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA)

La hoy recién elegida como nueva presidenta mexicana, considerada la «delfín» de López Obrador, lideró una coalición conformada por el propio MORENA, el PT y el Partido Verde. El triunfo de Sheinbaum, una reconocida académica y hasta ahora jefa de Gobierno de Ciudad de México, es igualmente histórico: se convierte así en la primera mujer en presidir México.

Una condición, la del género, que igualmente se vislumbraba en el caso de su contrincante electoral, Xóchitl Gálvez, quien obtuvo un 27,91% de los votos. Gálvez lideró una inédita coalición que incluyó a partidos ideológcamente distintos como el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido de Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Democrático (PRD), todos ellos dominantes en la esfera política y electoral mexicana hasta la aparición de MORENA y que, tras este resultado electoral, inician una especie de «travesía en el desierto», una crisis estructural que incluso amenaza con marginarlos del espectro político.

El sello de Sheinbaum

Tras oficializarse su triunfo, en su discurso como nueva presidenta, Sheinbaum lanzó un mensaje tan reivindicativo como revelador: «seré la primera mujer presidenta en 200 años de historia republicana de México»; «No llegué sola, llegamos todas»; y «gobernaremos en paz». Sin alejarse de los postulados ideológicos de su mentor AMLO, Sheinbaum ofrece una perspectiva propia orientada igualmente a imponer su sello en el debate político en México.

Se observan aquí con mayor nitidez algunas de las señales de identidad del gobierno de Sheinbaum: una mayor implicación ecologista, de políticas de género y de justicia social en un país de 136 millones de habitantes que si bien logró reducir la pobreza en estos años de gestión de AMLO, esta tasa aún se mantiene en el 36%. Toda vez, México tiene un alto índice de feminicidios y de violencia ciudadana lastrada por el poder de los carteles de crimen organizado: la violencia provoca anualmente unas 30.000 víctimas mortales. En los últimos meses fueron asesinados una treintena de candidatos.

Esta hegemonía de MORENA se observa igualmente a nivel regional, vital para analizar los equilibrios de la política mexicana: el partido gobierna actualmente en 21 de los 32 estados a nivel nacional. Sheinbaum obtuvo más de 35 millones de votos, cinco millones más que los alcanzados por AMLO en 2018.

Esta hegemonía tiene también repercusión en el poder legislativo ya que la coalición oficialista posee ahora una mayoría aplastante: 243 de los 365 representantes en la Cámara de Diputados. En el Senado es igualmente contundente esta mayoría de la coalición: 82 de 128 escaños. Estos resultados le permitirán a Sheinbaum y la coalición gobernante sacar adelante un ambicioso programa de reformas constitucionales denominada «La Cuarta Transformación», iniciado seis años atrás con AMLO en la presidencia.

Revitalización progresista; freno a la ultraderecha

Pero el triunfo de Sheinbaum debe igualmente medirse en clave hemisférica; aquí destacan aspectos como el género y la seguridad ciudadana, con una implicación cada vez más importante en las agendas políticas regionales.

Con Sheinbaum podemos observar también una revitalización de las izquierdas progresistas latinoamericanas tanto como su triunfo implica igualmente un ‘freno de mano’ ante el ascenso de tendencias más derechistas, ultraliberales, e incluso de ultraderecha, radicalmente opuestos a esas agendas progresistas e imbuidos en una perspectiva de «batalla cultural» contra la izquierda.

Esa tendencia derechista la vemos claramente en el caso del presidente argentino Javier Milei pero también ampliada en el campo de la seguridad ciudadana con el mandatario salvadoreño Nayib Bukele. Curiosamente, previo a las elecciones mexicanas, Bukele inauguraba un nuevo período presidencial en una toma de posesión en la que fue significativa la visita de Milei, marcando una sintonía política que comienza a cosechar adeptos a nivel continental.

Con Sheinbaum se intuye también una continuidad con el legado de AMLO en lo relativo a la política exterior multilateral pero que puede observar importantes implicaciones de cara a la resolución de problemas globales, en particular el cambio climático y las actuales guerras (Ucrania, Gaza)

Siguiendo con el legado de AMLO, Sheinbaum (que no olvidemos tiene origen judío sefardita) podría mostrar una mayor predilección al reconocimiento del Estado palestino, siguiendo la tendencia que recientemente observamos en Europa con países como España, Noruega e Irlanda.

Con Sheinbaum, México entra en una nueva etapa histórica iniciada en 2000 con la derrota del PRI tras 69 años en el poder; y en 2018 con la llegada a la presidencia de un partido de izquierdas, MORENA. Trazando una nueva hegemonía de carácter progresista amparada por el apoyo popular en las urnas, Sheinbaum tendrá ahora la tarea de ampliar los esquemas de la «Cuarta Transformación» iniciada hace seis años por su mentor López Obrador, particularmente en materia de derechos políticos y sociales.

Retos y desafíos indiscutibles para uno nuevo liderazgo en un país constantemente ‘bendecido’ por los centros de poder económico y financiero como un «mercado emergente» y llamado a adquirir un protagonismo en el mundo en transformación de este siglo XXI.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/mexico-confirma-unha-nova-hexemonia-politica-roberto-mansilla-blanco/