Agustín Saavedra Weise*
El Congreso es la legislatura bicameral del gobierno federal de EEUU. Se compone de la Cámara de Representantes y el Senado; se reúne en el edificio del Capitolio, ubicado en la capital, Washington-Distrito de Columbia. El Congreso está compuesto por 100 senadores (dos por cada estado) que representan a la nación y por 435 representantes que reflejan la voluntad popular en diversos distritos del país.
Tanto los senadores como los “representantes” (diputados en nuestra jerga) gozan de una serie de prebendas realmente notables. El número uno en ese contexto es la posibilidad de reelección indefinida. Diversas encuestas confiables han reiterado hasta nuestros días que más del 80% de los congresales estadounidenses van a la reelección y de esa manera permanecen décadas en el puesto…
Una de las condiciones esenciales de la institucionalidad democrática es la alternabilidad. Desde que el legendario Franklin Delano Roosevelt fue elegido consecutivamente tres veces, contrariando lo dispuesto por el padre de la patria y libertador George Washington, quien sugirió al concluir su segunda presidencia que jamás se deberían exceder más de dos períodos. Para evitar repetir la excepcionalidad de Roosevelt se dispuso un marco legal explícito —mediante enmienda constitucional— y se reglamentó la sabia sugerencia del primer presidente de permitir solo dos reelecciones consecutivas para los candidatos a la Presidencia. Nunca se puede pasar de dos períodos, sean juntos o por separado.
Mientras la mencionada rigidez se observa escrupulosamente en la rama ejecutiva, he aquí que los congresales se dan la gran vida haciéndose reelegir por décadas. Hay algunos casos de congresales que llegaron por primera vez al parlamento en su juventud y siguen ahí durante 50 años o más. Como una casi natural consecuencia de esta abusiva extensión perpetua del poder legislativo se han producido graves escándalos y negociados, estos últimos a veces salen a la luz y la mayoría no, pero que los hay, los hay.
No puede haber una democracia auténtica con un Congreso plagado de parlamentarios reelegidos perpetuamente. No es correcto, debería para los congresistas aplicarse también la regla presidencial y que no puedan ser reelectos por más de dos periodos o hasta un máximo de tres. Ser reelegido de por vida no es bueno; bajo esas condiciones no cabe expresar que el Capitolio washingtoniano es el “templo de la democracia”, como muchos se han referido al edificio que alberga al Congreso, luego del escándalo provocado por la reciente toma del Capitolio mediante huestes afines al expresidente Donald Trump.
El Congreso norteamericano —con sus luces y sombras— es un sistema cerrado donde se dividen y reparten privilegios entre parlamentarios que prácticamente consideran eterno su nombramiento. Y la verdad es que ni los estados de la unión ni la gente se preocupan mucho por ese prorroguismo, salvo cuando surge algún escándalo, el que usualmente termina con la vida política del congresal de turno. Así pues, el pueblo de EEUU parece estar satisfecho con las reelecciones indefinidas de parlamentarios, algo nada democrático por cierto y que ha generado un conjunto enorme de intereses, tales como el complejo industrial-militar, portación de armas y otros “lobbies” de diversa naturaleza.
La gran democracia estadounidense tiene un punto flojo en su mecanismo de controles y equilibrios; éste yace en su propio Congreso, formado por personajes acostumbrados a quedarse “mamando” de por vida. La verdad es la única realidad
*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com
Publicado por El Deber, Santa Cruz de la Sierra, https://eldeber.com.bo/opinion/estados-unidos-y-su-congreso-vitalicio_217909
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