Marcelo Javier de los Reyes*
En 2017 expuse sobre los antecedentes que llevaron a la consolidación de la soberanía argentina en la Patagonia para lo cual me referí a la obra de Estanislao Zeballos y los pasos que se fueron dando para concretar la Campaña del Desierto[1].
Como escribí en esa oportunidad, en el artículo titulado «Los hombres que nos dieron la Patagonia. Estanislao Zeballos y los derechos soberanos de la Argentina» me propuse «realizar un reconocimiento no sólo a la obra de Estanislao S. Zeballos sino a los hombres que se propusieron seriamente forjar un país que ocupara un espacio de consideración en la comunidad de naciones». Por supuesto que eso incluyó una mención especial al general Julio Argentino Roca, gran protagonista de esa etapa histórica nacional. Sin embargo, la situación actual nos demuestra que las diferentes campañas al desierto han dejado espacios para la discusión y que en la actualidad constituyen otro elemento más que divide a la sociedad argentina. Esto es fuertemente impulsado por periodistas y medios que desconocen la historia y los actores y queda en evidencia cuando se utiliza el término «mapuche», el cual no identifica a ninguna etnia de la Patagonia y ni siquiera del sur de Chile.
Como escribí en esa oportunidad, Estanislao Zeballos, en Viaje al país de los araucanos, cuyo título es ya de por si sugestivo, Zeballos nos habla de un país denominado Raullco por los nativos, «de co ‘agua’ y Raull ‘detenida’ ‘estancada’ lo que significa ‘región empapada’ o ‘pantanosa’». Este es el nombre con que se designa a la región sur de Chile, nombre que fue desfigurado y que dio lugar a otro más conocido por nosotros: Arauco[2]. De ahí que a los habitantes de esa región se los denominaba «araucanos».
En el presente trabajo se toman algunas fuentes que también son apropiadas para acercarnos al verdadero nombre de esa población. Una de ellas es la novela El Sargento Claro o La guerra de Chile cuyo autor utiliza el seudónimo “Mapuche”. Ahí encontramos por escrito uno de los primeros usos de ese término, utilizado por el militar argentino Manuel José Olascoaga (1835-1911), quien llegó al grado de coronel, fue explorador, topógrafo, montañista, periodista, pintor y político. Del mismo modo, fue un gran promotor del conocimiento geológico y la explotación de los recursos mineros. Olascoaga participó de la Campaña al Desierto, fundador de Chos Malal y primer gobernador del Territorio Nacional del Neuquén, lo que le permitió realizar realizó importantes relevamientos geográficos en el norte de la Patagonia. También sobresalió como autor de veinticuatro libros científicos y de interés general, uno de los cuales recibió un premio internacional.
Una segunda fuente es el libro de la folklorista argentina de origen alemán Bertha Koessler-Ilg (1881-1965), titulado Cuentan los araucanos. De profesión enfermera, en 1913 se trasladó con su esposo, el médico Rudolf Kössler, a Buenos Aires para trabajar en el Hospital Alemán. En 1920 se establecieron en San Martín de los Andes.
La tercera fuente es el «Primer Congreso del Área Araucana Argentina», que será el origen de la tergiversación de la historia y de la «propuesta» de utilizar el término «mapuche» para denominar no solo a la etnia araucana sino también de manera que abarque a otros pueblos de la región, incluso de aquellos que fueron víctimas de los araucanos.
El coronel Olascoaga publicó su interesante novela El Sargento Claro o La guerra con Chile con el seudónimo de «Mapuche»[3]. Sin embargo, a lo largo de su obra en varias ocasiones da a los indios oriundos de Chile, a quienes indica como ejecutores de los malones, el nombre de «araucanos». Del mismo modo, los relaciona con los «pincheyras», lo que da pie a interesantes conclusiones. Véase estos tres párrafos:
Si se abre á nuestras tropas los caminos de la cordillera, podrán llegar á ser más molestas en Chile que las hordas de pincheyras y araucanos que nosotros contribuimos á quitárselas de encima.[4]
[…] A la salida del bosque están sus pueblos, sus ferrocarriles, sus telégrafos, sus puentes. A esta circunstancia topográfica es debido que los pincheyras y araucanos pudieron hacerles inmensos daños…[5]
Si la guerra se enardeciese, por desgracia es muy posible que masas incontables de todas armas, cuando no fuesen nuestras tropas regulares, adoptarían el sistema de los araucanos y pincheyras...[6]
En el libro el autor menciona, además, otras dos etnias: los «pehuenches» (indios del Neuquén) y los «tzonecas», a los que también denomina «tehuelches», indios del sur de la Argentina. Su verdadero nombre es «aonikenk» aunque el gentilicio «tzoneca», menos conocido, es aceptable. Otra denominación es «tehuelches meridionales». Vale aquí citar los siguientes párrafos:
Cierta noche le sentí discutir un negocio de arreo de vacas con un personaje conocido, especulador en los malones. Dos caciques pehuenches andaban en las conferencias y no era dudoso el asunto de·que se trataba. Esperé una semana vigilando con mi caballo ensillado, y una madrugada ví que Navarrete se ponía en marcha por el camino de Lonquimay, acompañado de los dos caciques pehuenches...[7]
Más adelante, efectivamente, se refiere a los tzonekas:
Los indios tzonecas, concentrados en la cacería, en cuenta de guanacos, dieron la nota cómica del día. Eran dos varones y dos mujeres: un casal viejo y otro joven. Los cuatro de elevada estatura; dueños de caras cuadradas, enormes matas de pelo negro crinudo, vientres abultados, piernas flacas y torcidas; los hombres imberbes: todos del color de la goma elástica: tehuelches legítimos.[8]
En toda la novela no aparece nunca el término «mapuche» en forma aislada y menos para designar una etnia. Sin embargo, en dos párrafos usa el término «camapuches» o «ca-mapuches»:
– Buen viaje! dijo riendo el sargento. Sólo me aflige la mala cuenta que allá daré de la majada …
– Y qué fin tuvo la majada?
– Me la robaron los camapuches de allá… contestó el matchí, alargando la jeta para el lado de la cordillera. Con qué cara me presentaré á mi padre! [9]
Más adelante introduce nuevamente ese término:
Otra nueva había llegado, no menos sensacional. Venían voceándola desde el sur algunos indios de la parte occidental de la cordillera. Referían éstos que una columna de ca-mapuches (extranjeros) había desembarcado en las playas del golfo de Reloncavi y avanzaba hacia al norte siguiendo las faldas de la Cordillera Central, […] el llamado ejército de ca-mapuches hacía notar su presencia en todos lados […] [10]
De esto sigue que el término «ca-mapuche» o «camapuche» se refiere a todo extranjero (indio o blanco). A partir de ello puede deducirse que el término «mapuche» adoptado como seudónimo por Olascoaga, significa algo así como «paisano», «oriundo del lugar», coincidente con su etimología «gente de la tierra»; por lo tanto no designa a un grupo étnico específico.
Por otro lado, es interesante aclarar que Olascoaga, sin nombrarla, refiere una cuarta etnia, a la que pertenece el individuo que emplea el término «ca-mapuche». Este indio, del que Olascoaga deja entrever que pertenecía a las tribus originales de la pampa, anteriores al «araucano», sería de raza «guenena kenk» o «tehuelches septentrionales»:
[…] llegó á la gruta que éste habitaba en el valle de Yayma un indio viejo y harapiento á quien acompañaban tres mujeres, sus esposas, las tres de mayor á menor en edad y en estatura. El socorrido esposo se nombró Antuñurri, antiguo capitanejo y Mátchi. En la barrida general de la pampa y cordillera terminada por el ejército hacía diez años, se había hecho caso omiso del expresado capitanejo, á causa de su edad muy avanzada y de que su residencia era detrás (de la línea) de fortines en la sierra de Cura Malal.[11]
Esta etnia es la que sufrió primero un aculturamiento gradual y luego violento por parte de los araucanos, al punto que usaban la lengua araucana en su vida diaria, como hace el personaje de Olascoaga. Esto no alcanza a ser entendido por Olascoaga, pues aún no se había estudiado el tema. En ese momento no quedaba claro que ese indio, que él diferencia claramente de los «araucanos», emplea, sin embargo, la lengua «araucana». Esta es una confusión habitual en los primeros investigadores. Vale recordar aquí, v. g., el «Vocabulario Pampa» de Juan Manuel de Rosas.
La conclusión es que la igualación de los términos «araucano» y «mapuche» es incorrecta, ya que obedecen a distintos conceptos. El término «araucano» designa a una etnia indígena, la proveniente del Arauco (voz, de hecho, nativa). En cambio, el término «mapuche», seudónimo de Olascoaga, indicaría una forma de dirigirse hacia el natural del lugar, al estilo de la palabra castellana «paisano». De allí que es una maniobra maliciosa la de pasar de un término que identificaba a una etnia extranjera e invasora, porque marcaba claramente su origen («araucano»), a una palabra genérica que tiene un significado literalmente positivo («mapuche»).
En la novela de Olascoaga, para el historiador, hay varios otros aspectos de interés que señalan que en el momento de la Campaña al Desierto era vox pópuli la relación de los araucanos con las autoridades y comerciantes chilenos. Menciona, por ejemplo, dos combates sostenidos por las tropas argentinas, en territorio propio, contra tropas regulares chilenas que venían a proteger a los araucanos, la constante relación de los araucanos con los estancieros del sur de Chile a quienes vendían el ganado robado (y quienes muchas veces pergeñaban los malones), la anuencia de las escribanías públicas de Chile para dotar de títulos de propiedad escritos de terrenos en la Argentina a los caciques araucanos y otras situaciones como esas. De todos estos puntos Olascoaga da ejemplos históricos.
Para reforzar la idea expuesta ut supra[12], la de la novela de Olascoaga, es apropiado tener en cuenta el libro Cuentan los araucanos de Bertha Koessler Ilg, investigadora que está fuera de toda discusión en cuanto a su intencionalidad política, ya que siempre fue muy proclive a las etnias indígenas que estudió.
En principio, emplea en el título mismo de su libro el gentilicio «araucano», lo que muestra, sin ninguna duda, que ese era el nombre que recibía la etnia en el momento en que lo redactó. También en el prólogo, escrito por ella misma, utiliza siempre el término «araucano» tanto como gentilicio de la etnia como para adjetivar sus manifestaciones, con una excepción a la que me referiré más abajo. En este proemio, agrega unos datos aún más relevantes para aclarar el tema, porque en el mismo recurre a la transcripción literal de dos testimonios de primera mano. Dice en el prólogo:
Hace muchos años le pregunté a un viejo aborigen que viniera de las cercanías del volcán Lanín a hacerse curar por el médico de los «Huinkas» —como decía— el origen de la maravillosa leyenda que acababa de narrarme, accediendo a mis ruegos.
Después de reflexionar un rato, me contestó, con la calma y dignidad propia de su raza.
– Habrá brotado de la alfombra de nosotros, los araucanos.[13]
Más adelante, en el mismo prólogo, expresa:
La apatía es otra de las características de este pueblo en proceso de desaparición como tal, sea por extinción como por mestizaje, y ese estado de ánimo lo reflejan muy bien las palabras que escuché una vez de labios del cacique Alfredo Namuncurá, nieto del gran Kalfucurá, poco antes que se uniera a sus antepasados.
– Antes, fuimos un río que corría sobre la tierra. Ahora, somos un río que corre escondido bajo la tierra. ¡El río de hoy, que sabía reír, cantar y hablar el araucano, no tiene voz! [14]
A confesión de parte relevo de pruebas. Puede tenerse por seguro que, si los informantes indígenas hubieran dicho «mapuches», la compiladora hubiera escrito «mapuches» y no «araucanos». Evidentemente, los informantes indígenas dijeron «araucanos».
Ahora bien, es cierto que en un párrafo del prólogo al hablar de la renuencia del nativo a contar al extranjero sus leyendas y tradiciones, dice:
Y entre ellos hay mapuches que enmudecen apenas ven que anotan sus cuentos y dichos, o piden que los escuchen nomás, que no escriban.
Afortunadamente para aclarar este punto, la autora coloca un «Vocabulario» al final del libro donde se encuentran las siguientes definiciones:
Mapu: tierra, país.
Mapuche: gente del país. El indígena.
Ello refuerza la idea de que cuanto la autora menciona en el prólogo el término «mapuche», no hace referencia a una etnia sino que lo emplea con el sentido del vocablo castellano «paisano», que es el mismo sentido que le da Olascoaga al adoptarlo como seudónimo para su novela. De paso, y como corolario de este trabajo, en ese vocabulario no figura la palabra «Mapudungum», uno de los términos inventado hace poco tiempo y que pretenden hoy en día ser introducidos como «ancestrales».
En el mes de febrero del año 1961, el gobierno de la provincia de Neuquén convocó al «Primer Congreso del Área Araucana Argentina» que se llevó a cabo en San Martín de los Andes. Se reunieron diversos congresistas, incluyendo participantes provenientes de Chile y los representantes «más calificados» de las etnias indígenas. Esta actividad fue descripta por el doctor neuquino Gregorio Álvarez en su libro El tronco de oro[15], entre las páginas 188 y 192. De allí pueden rescatarse las principales conclusiones asentadas en las Actas finales. Con el número 7, se expresa la siguiente conclusión:
Se estableció como más apropiado el gentilicio «mapuche», grato a los aborígenes, porque significa «gente de la tierra», en cambio de «araucano» que fue puesto por el español de la colonia.[16]
Esta es la primera mención del término «mapuche», en forma oficial, para reemplazar el tradicional y más certero gentilicio de «araucano». El enunciado en sí constituye una falacia porque aunque hubiera sido puesto en épocas de la colonia, cosa que no es tan cierta, se había mantenido vigente durante más de 150 años al momento de su reemplazo.
Por otro lado, este congreso es el huevo de la serpiente de los actuales movimientos indigenistas separatistas de la Patagonia. Se realizó en pleno marco de la tercera fase del indigenismo. Según algunos textos, en América el indigenismo habría pasado por tres fases. La primera, de enfrentamiento, en la que los nacientes países americanos buscaban obtener un estado de derecho en todo su territorio, situación que algunas etnias no estaban dispuestas a aceptar, porque, por ejemplo, cambiaba su sistema económico cazador – recolector.
En la segunda fase, los estados buscaban convertir a todos sus habitantes en ciudadanos; mediante la asimilación y la educación. Se borraba la distinción entre indígena y ciudadano; todos eran ciudadanos. Fue un período de pacificación. Pero a mediados del siglo XX, en consonancia con las «guerras de liberación» que se comenzaron a desatar en diversas colonias europeas a lo largo del mundo y seguramente impulsada por los mismos intereses, se inició una tercera fase: la de reivindicación de las etnias y status pre – Estado. En esta etapa vuelve a instalarse el conflicto. Es la fase que se mantiene actualmente, aggiornada y con nuevo impulso.
Al respecto, se copian debajo las conclusiones del congreso que anota Álvarez en su libro, donde se ve el origen de diversas líneas políticas secesionistas aplicadas en la actualidad:
Son varios los puntos donde se advierte el origen de muchas líneas de la política separatista actual pero también muestra puntos que desarman ciertas falacias. Uno de ellos es que el mismo congreso, al ser convocado, llama «araucana» a la etnia, cosa que no hubiera hecho si estuviese circulando con anterioridad el término introducido en sus actas, es decir, el vocablo «mapuche». Si en 1961 el término hubiera sido de uso generalizado, nunca hubiera denominado «araucana» a la etnia. Pero también echa por tierra la mentira de la existencia de un territorio llamado «Mapu». No existía en absoluto esa noción. El congreso sólo se refiere a un área «cultural» denominada «araucana».
* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.
Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.
Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).
Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.
Referencias
[1] Marcelo Javier de los Reyes. «Los hombres que nos dieron la Patagonia. Estanislao Zeballos y los derechos soberanos de la Argentina». Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG), 20/10/2017, https://saeeg.org/index.php/2017/10/20/los-hombres-nos-dieron-la-patagonia-estanislao-zeballos-los-derechos-soberanos-de-la-argentina/.
[2] Estanislao S. Zeballos. Viaje al país de los araucanos. Buenos Aires: El Elefante Blanco, 2005, p. 487-488.
[3] Manuel José Olascoaga. El Sargento Claro o la guerra de Chile. Buenos Aires: Establecimiento tipográfico de la Agricultura, 1898, 249 p.
[4] Ibíd., p. 18.
[5] Ídem.
[6] Ibíd., p. 19.
[7] Ibíd., p. 144.
[8] Ibíd., p. 226.
[9] Ibíd., p. 169.
[10] Ibíd., p. 174.
[11] Ibíd., p. 158.
[12] Bertha Koessler. Cuentan los araucanos. Buenos Aires: Espasa Calpe Argentina, 1954, 153 p.
[13] Ibíd., p. 9.
[14] Ibíd., p. 10-11.
[15] Gregorio Álvarez. El tronco de oro. Neuquén: Editorial Siringa Libros, 1981.
[16] Ibíd., p. 191 y 192.
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