Categories: Análisis

EL ESTADO Y LA PANDEMIA

Héctor Martínez*

 

Imagen de Ich bin dann mal raus hier. en Pixabay

El mundo está enfrentando hoy una situación muy difícil que no ha terminado y que si bien en algunas regiones se ha podido contener, relativamente, vivimos una incertidumbre que solo podrá ser cerrada cuando surja una vacuna que corte esta pandemia. Mientras tanto la única vacuna existente es el distanciamiento social para evitar el voraz contagio de los posibles portadores del virus, ya sea enfermo o asintomático.

Este “distanciamiento social” trae aparejada serias consecuencias, tanto en lo económico, político, sociológico y psicológico. Nos ha hecho reaccionar y replantear varias cuestiones que no estaban previstas y que solo teníamos lejanas experiencias en un mundo no tan globalizado e interactivo como el que vivimos ahora, me refiero a otras pandemias que a lo largo de la historia asolaron el mundo cuando la tecnología no nos hacía tan globalizados e interdependientes.

El futuro de esta experiencia es incierto y son muchos los escenarios que podemos imaginar, tanto en la coyuntura, en corto plazo o aquello que quedara como permanente en lo mundial, continental, nacional y hasta distrital, y en las distintas esferas, lo político, lo social, lo económico etc. pero lo seguro es que sí existirán cambios.

Haré referencia al que percibo como más posible que se produzca, que como ya dije no será el único. Trataré de formularlo con bases teóricas que le dé un sentido a lo que manifiesto.

Estas teorías a las que hago referencia ya están en funcionamiento en estos momentos desde hace más de 40 años, pero esta situación de emergencia crea una “excepcionalidad” que permite implantar cosas que en una situación normal sería más difícil.

Estas teorías las tomo de Antonio Gramsci, Michel Foucault y Gilles Deleuze. Filósofos, politólogos, sociólogos de gran influencia en el pensamiento académico en los últimos decenios del siglo XX y de lo que llevamos del XXI.

De Gramsci tomaré su teoría de la guerra cultural, como nueva estrategia de la toma del poder por la izquierda, con sus dos etapas, la deconstrucción de la cultura anterior y una segunda etapa la ocupación de los puestos llaves para cambiar la hegemonía del poder y el pensamiento de la gente.

De Foucault tomaré su visión de una sociedad disciplinaria y castigadora y de Deleuze su teoría de una nueva sociedad de control. Teorías estas que esta excepcionalidad, producto de la coyuntura, favorece en su implementación.

Lo que Gramsci hizo es una crítica a la revolución Rusa y predice, en los años 30, que es posible su fracaso ya que la misma se hizo con una elite o vanguardia comunista, pero no se preparó culturalmente al pueblo para ese cambio. Por lo tanto, la toma del poder en occidente, se deberá hacer por medio de una guerra cultural que corroa los cimientos de una cultura para implantar una nueva, habla de dos etapas, la “deconstrucción” que es el cuestionamiento y destrucción de lo ya existente, luego, un momento intermedio donde lo viejo no se va y lo nuevo no termina de florecer, para finalmente llegar al momento de la hegemonía. Este método, que lo diagramaba para implantar la hegemonía socialista revolucionaria en occidente, ahora se lo aplica para implantar un populismo de izquierda que sería lo más agiornado en posturas progresistas en esta época del siglo XXI.

La pregunta es: ¿cómo favorece o perjudica esta excepcionalidad que se vive por la pandemia para la aplicación de esta estrategia gramsciana?

Yo creo que en principio se aprovecha el factor “miedo” como factor contribuyente a limitar la racionalidad de la población, permitiendo implementar una división de buenos y malos, incrementando inclusive las contradicciones sociales entre éstos y aquellos, los que pueden y los que no pueden, etc., y todo esto adjudicándoselo a una desigualdad producto de un neoliberalismo capitalista e insensible. El miedo es un factor importante para implementar acciones de deconstrucción ya que lo malo es culpa de lo viejo y lo bueno vendrá con un nuevo paradigma cultural, social y político.

La inactivación de los poderes legislativos y judicial da un creciente poder a los ejecutivos que, por acción de la excepcionalidad, muestra las bondades del poder centralizado ante una emergencia, desgastando el sistema republicano, que es uno de los objetivos para implementar un sistema populista, en donde se tiende a un gobierno centralizado con una nula participación de otras minorías que no sea la oficialista, partido único o discurso único, un solo salvador que representa la Patria. Por último la desarticulación económica, por un lado permite ante la creciente pobreza, que se incremente en grandes sectores la dependencia de un Estado “Papá”, “el nuevo Dios” y, por otro, desactiva el tejido productivo y comercial en manos privadas debilitando el principio de propiedad privada y tiende a una centralización estatal.

Como estos aspectos que señalé, hay muchos más, que evidentemente el estado de excepcionalidad favorece el desarrollo e implementación de los mismos.

Respecto a la teoría de la sociedad disciplinaria que mencionaba Foucault, dice que alcanzaron su apogeo a principio del siglo XX y se materializa en grandes espacios de encierro, el individuo  pasa de un espacio a otro, cada uno con sus leyes y donde el mismo va formando su identidad absorbiendo las pautas culturales que lo estructuran y lo conforman en sujeto. Estos espacios, que son en definitiva los agentes culturales, lo constituyen: primero la familia, después la escuela, después el cuartel, después la fábrica, de tanto en tanto el hospital y eventualmente la cárcel, pero también colaboraba la iglesia, el club, etc.

Esa sociedad disciplinaria se conformaba por estos agentes, que eran los formadores de la cultura e identidad de un pueblo. Es evidente que esto, para los que comparten la estrategia gramsciana, les daba una trazabilidad de lo que había que cambiar para que dejaran de ser agentes de formación de una cultura y transformar o crear nuevos agentes para producir ese cambio cultural deseado. Fue ésta teoría, considerada como modernista, un factor muy funcional para el cambio que se buscaba y se trató sutilmente, en algunos casos y en otros no tanto. Para cambiar la orientación de estos y anular o atemperar su función de ser reproductores de una cultura acusada de obsoleta, paternalista, ultramontana, etc. (fase deconstructiva) y crear nuevos, que apoyen nuevos paradigmas a internalizar en la población (fase hegemónica) por medio de la disolución o degradación de los fundamentos de la familia tradicional, nos referimos a la familia como núcleo central de la sociedad; concentrar los medios de difusión captando los centros de capacitación profesionales, con teorías de la “posmodernidad” y teorías afines al populismo estatista. Intentar el dominio de los medios los cuales dejan de defender principios, y se transforman en órganos propagandísticos del Estado y también factores crematísticos etc.

Otro sector de los denominados “llaves” es la educación, tanto primaria, secundaria y universitaria, donde es más importante la propaganda ideológica y el absolutismo doctrinal, que el conocimiento y el espíritu crítico que nos haría más libres.

Por último la teoría de Gille Deleuze; la sociedad de control es una etapa superadora de la sociedad disciplinaria, que el avance tecnológico mundial lo permite y lo incrementa. Mientras que Foucault planteaba espacios cerrados que imprimían una cultura con ribetes disciplinarios, la nueva tecnología permite un control por parte de quien ejerce la hegemonía de los sistemas de control, sin necesidad de esos agentes o instituciones coercitivos y cerrados.

Las sociedades disciplinarias tienen dos polos, la firma que indica el individuo y el número de matrícula que indica su posición en una masa. El poder que se ejerce es al mismo tiempo masificador e individualizador. En las sociedades de control, solo basta un código o matrícula para efectuar el control sobre los individuos y grupos, en un espectro electrónico abierto que es más abarcativo y detallado y con el cual se trata de dominar hegemónicamente.

Como podemos ver en los sistemas de pulseras que reemplazan la cárcel, los GPS que ubican al individuo por medio de su celular, el llamado ciberespionaje, las escuchas telefónicas inalámbricas, las cámaras de video con reconocimiento de rostros, temperaturas corporales, tarjetas de crédito y débito que reemplazan al dinero y permiten la trazabilidad de lugares, tipo y consumos que se puedan hacer, tarjetas de transporte que permiten controlar desplazamientos, etc., etc.

Teniendo en cuenta estas teorías, la de cambio, la disciplinaria y la de control, vemos que estos tiempos de excepcionalidad contribuyen a acelerar ciertas medidas que antes serían más lentas y pausadas en su implementación por el rechazo que generarían. Decía el destacado sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Comunidad, en busca de seguridad en un mundo hostil (Editorial Siglo XXI), que la libertad y la seguridad, ambas igualmente acuciantes e indispensables, son difícilmente reconciliables sin fricciones. Ambas cualidades son, simultáneamente complementarias e incompatibles, la probabilidad de que entren en conflicto siempre ha sido y siempre será tan alta como la necesidad de que se reconcilien. Promover la seguridad siempre exige el sacrificio de la libertad y la libertad sin seguridad equivale a estar abandonado y perdido.

En este caso además de todos los tipos de seguridad, incluimos especialmente el de la pandemia, que exige medidas de aislamiento y largas cuarentenas que deterioran no solo la libertad sino también la economía y el equilibrio psíquico de la población.

La excepcionalidad del momento, si bien nos sorprendió en primer lugar, ya ha generado situaciones que contribuyen a cambios sociales. A esto tenemos que sumarle el factor miedo, elemento que masificado es importante para aquellos que buscan el cambio cultural. Decía Maquiavelo “quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas”.

Por último, con este escrito intento poner en el escenario que vivimos un marco teórico, que contribuya a visibilizar los cambios que se han producido y los que podrán venir en el futuro, cuando además de la pandemia tengamos que enfrentar la crisis económica que se ha profundizado con ésta.

Esta situación, es tierra fértil para impulsar la falta de libertad, justificada por la seguridad epidemiológica, la centralización política, la disolución de principios consagrados como el de propiedad privada, la degradación de la república, la confrontación probos y traidores o deshonestos en una construcción maniquea que afecta las fuerzas centrípetas que unifican una nación.

Está en nosotros comprender la estrategia a la que nos enfrentamosy como este flagelo que nos impuso la naturaleza no se constituya en una vulnerabilidad a nuestros principios culturales, teniendo en cuenta que la debilidad está, pero esta pasa a ser vulnerabilidad cuando el oponente la utiliza.

* Licenciado en Ciencia Política, egresado de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Profesor de Grado en Ciencia Política, UNR. Coronel (R) del Ejército Argentino.

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