Roberto Mansilla Blanco*
No hay que ser un experto para analizar que, observando lo que sucedió en la cumbre de Alaska entre Vladimir Putin y Donald Trump este 15 de agosto, el verdadero ganador de este encuentro es el Kremlin.
Más allá de las expectativas sobre lo que se había hablado de Ucrania, incluso sin declaración oficial en lo relativo a la posibilidad de alcanzar un acuerdo para su resolución, queda claro que Putin rompió en esta cumbre con más de tres años de aislamiento internacional por parte de Occidente. Hasta el propio mandatario ucraniano Volodymir Zelenski acepta ahora una cumbre trilateral con Putin y Trump.
La puesta en escena estaba servida para el triunfo diplomático, geopolítico y propagandístico de Putin. Como procede en el caso del anfitrión, Trump lo recibió con «alfombra roja» e incluso aplausos al único actor con cartas de poder clave para definir el equilibrio en el conflicto ucraniano; un tema que por cierto pasó prácticamente desapercibido, degradado en su atención cuando menos oficialmente, lo cual evidencia las expectativas a priori de Trump y Putin por propiciar un clima de distensión.
En otro alarde de simbolismo propagandístico en clave de poder, el ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov llegó a Alaska portando una sudadera con las siglas «CCCP», en referencia a la URSS. La presentación ante los medios tras casi tres horas de cumbre entre Trump y Putin reforzó aún más esta sintonía entre dos líderes que solo entienden el lenguaje del poder: «espero poder verlo pronto», le dijo Trump a Putin. «La próxima vez en Moscú», replicó un Putin que sale de Alaska con póquer ganador en su mano.
Ese lenguaje de poder que Trump y Putin tanto saben manejar evidencia porqué Ucrania no tiene la capacidad de decidir su destino ni siquiera con el apoyo de la UE y de la OTAN. Obviamente, Trump buscará manejar equilibrios geopolíticos entre Rusia, Ucrania, la UE y la OTAN para intentar asegurar lo que espera sea un triunfo diplomático de su gestión, quien sabe si pensando en que le den el Premio Nobel de la Paz.
Por su parte, Putin consigue de facto que EEUU, hasta ahora el principal apoyo de Zelenski, reconozca los dominios territoriales rusos obtenidos en el frente ucraniano. Está por verse si la apertura exterior de Trump vía cumbre de Alaska verificará también la posibilidad de la reducción de las sanciones estadounidenses contra Rusia en aras de beneficiar una economía rusa que, fuera del colapso como vaticinaban en Occidente con el comienzo de la guerra en 2022, sigue en pie aunque obviamente sin no menores problemas. No es por tanto casualidad que el Kremlin, previo a la cumbre de Alaska, adelantara que las conversaciones tratarían principalmente las oportunidades económicas que se abren para Rusia y EEUU dentro del nuevo contexto.
La cumbre Trump-Putin también tendrá incidencia en otras latitudes geopolíticas, especialmente China. Es por todos conocido que el estridente mandatario estadounidense busca crear un quiebre en la relación estratégica entre Moscú y Beijing, un eje euroasiático con capacidad suficiente para contrarrestar la hegemonía estadounidense y «atlantista». El objetivo de Trump es intentar romper esa alianza sino-rusa atrayendo a Putin a su redil para distanciarlo del gigante chino. Ya lo intentó en 2017 cuando llegó a la presidencia. Pero en 2025 con una guerra prácticamente directa entre Rusia y OTAN en Ucrania, el contexto es visiblemente distinto. Putin, hábil negociador, muy seguramente intentará manejar los equilibrios con su irrestricto aliado chino, principal apoyo ruso durante estos años de guerra en Ucrania, evitando que el actual clima de distensión con EEUU implique un alejamiento innecesario en la relación sino-rusa.
Para el Kremlin, el espacio euroasiático es su «extranjero contiguo», su «patio trasero» que mantiene bajo influencia con su aliado chino para intentar repeler la presencia occidental. Mientras Trump y Putin se daban a mano en Alaska se celebraba en Kirguistán un estratégico Consejo Intergubernamental Euroasiático en la que Rusia tiene un papel protagónico.
Por cierto, el pasado 8 de agosto en la Casa Blanca, Armenia y Azerbaiyán sellaron su compromiso de firmar un tratado de paz, un éxito diplomático de Trump que Putin, el líder chino Xi Jinping e incluso Irán, el otro actor de este eje euroasiático, observan con lupa intentando interpretar si EEUU quiere volver a ocupar un rol protagónico en Eurasia, complicando así los intereses del eje euroasiático.
En 1867, el zar Alejandro II vendió Alaska a EEUU. Entonces el Imperio ruso argumentó dificultades económicas y expectativas de que ese inmenso territorio rico en petróleo y minerales no terminara cayendo en manos del Imperio británico, para entonces el principal enemigo ruso. En 2025, Putin, el nuevo «zar», se convierte en el primer líder ruso en pisar ese territorio para precisamente asegurar los imperativos geopolíticos de la nueva Rusia que quiere volver a pisar con fuerza en el escenario internacional.
* Analista de Geopolítica y Relaciones Internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) y colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU e América Latina. Analista Senior de la SAEEG.
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