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UCRANIA, RUSIA Y LA INCIERTA «PAX TURCA»

Roberto Mansilla Blanco*

Muchas expectativas y especulaciones han dominado el clima existente en torno a la infructuosa negociación sobre la paz en Ucrania prevista para este 15 de mayo en Estambul. Lo que podía constituir un escenario clave para acordar, cuando menos, un cese al fuego en la cada vez más estéril guerra ruso-ucraniana y que, al mismo tiempo, podría suponer para Turquía un papel protagónico como mediador diplomático e interlocutor válido, se ha súbitamente degradado en medio de las sinuosas arenas de los intereses geopolíticos.

Los precedentes al eventualmente fallido encuentro en Estambul entre los mandatarios Vladimir Putin y Volodimyr Zelenski anunciaban la posibilidad de apertura de una negociación. En una inédita conferencia de prensa en Moscú durante la madrugada del 11 de mayo, dos días después del histórico «Desfile de la Victoria» que conmemoraba el 80º aniversario de la «Gran Guerra Patriótica», Putin lanzó una propuesta de negociación directa con su homólogo Zelenski poniendo fecha el 15 de mayo en Estambul. El escenario estaba servido: Turquía, miembro de la OTAN, ha ejercido una relevante capacidad de interlocución entre Rusia y Ucrania.

La respuesta inmediata del mandatario ucraniano aceptando la propuesta de Putin también daba pie a la posibilidad de este histórico encuentro, con la única condición de que Moscú decretara un alto al fuego a partir del 12 de mayo, una propuesta que el Kremlin ha rechazado de plano.

El juego de intereses precedente a la cumbre

Desde entonces hemos asistido a un rifirrafe de declaraciones y presiones en torno a la posibilidad de este encuentro Putin-Zelenski en Estambul.

Tras la oferta del mandatario ruso, el presidente ucraniano se reunió en Kiev con su homólogo francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Friedrich Merz y el primer ministro británico Kein Starmer. Este encuentro significó la puesta en escena de la «troika» europea de apoyo a Ucrania para intentar frenar las aspiraciones rusas de sacar la mejor tajada de una eventual negociación en Estambul sobre el final del conflicto.

Ante la persistencia de Putin de que la negociación sólo debía darse directamente con Zelenski, la cumbre de Kiev reveló que Europa y la OTAN no quieren quedar fuera del protagonismo, exigiendo también sus cartas. Mientras la atención estaba enfocada en la posibilidad de esa cumbre Putin-Zelenski en Estambul, los ministros de Exteriores de la OTAN se reunían los días 14 y 15 de mayo en la localidad turca de Antalya. En esta reunión, la Alianza Atlántica sentó las bases para aumentar a un 5% del PIB el gasto militar hasta el 2032, con la mira puesta en la presunta «amenaza rusa».

Desde Washington, Trump presionó a Zelenski con la finalidad de que aceptara la negociación pero también advirtiendo a Putin de no buscar atajos. El mandatario estadounidense es consciente de que la clave de la negociación es convencer al presidente ruso. «Si fracasa la negociación entre Trump y Zelenski, EEUU y Europa ya saben en qué condiciones está la situación y actuaremos en consecuencia», dijo Trump poco antes de iniciar una estratégica gira por Oriente Próximo que le llevó a Arabia Saudita y Qatar.

Visto el panorama, el Kremlin decidió dar un golpe de timón en torno a su presencia en Estambul, probablemente con la finalidad de no arrojar pistas sobre cuál sería la dinámica de la negociación. Horas previas al encuentro confirmó que ni Putin ni su ministro de Exteriores Serguéi Lavrov asistirían a Turquía al «cara a cara» con un Zelenski que ya viajaba a Estambul. Tras reunirse con el anfitrión, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, Zelenski decidió no reunirse con una delegación rusa de carácter técnico, probablemente persuadido por las presiones de sus aliados europeos. La cumbre, por tanto, ya no sería de alto nivel entre Putin y Zelenski sino que quedaría relegada a sendos equipos técnicos de negociadores.

Desde Riad, la capital saudita, Trump declaró su intención de asistir a Estambul probablemente con la expectativa de influir en el finalmente infructuoso «cara a cara» entre Putin y Zelenski. Previamente, la Casa Blanca anunció que a Estambul viajará el 16 de mayo el secretario de Estado Marco Rubio junto con el enviado especial para Oriente Próximo, Steve Witkoff, quien ya se había reunido con Putin semanas atrás en Moscú.

En medio de este clima de incertidumbre, la Unión Europea aprobó un nuevo paquete de sanciones contra Rusia, una decisión que lejos de acercar posiciones incrementó aún más la desconfianza y la tensión con Moscú.

La clave geoeconómica

Sin menoscabar las interpretaciones que puedan existir en torno a porqué lo que parecía una cumbre de alto nivel comenzó a desvanecerse hacia un resultado incierto, algunos eventos pueden ayudar a explicar qué podría estar detrás de lo que está por negociarse en Estambul.

El clima internacional ya venía condicionado por el impasse entre India y Pakistán que llevó al borde de la guerra entre estas dos potencias nucleares, finalmente abortado in extremis por la diplomacia de EEUU. Con un Israel preparándose para la anexión de Gaza, la atención estaba concentrada en la posibilidad de una reducción de tensiones entre Rusia y Ucrania que, al menos, implicara una tregua temporal de las operaciones militares.

El desfile del pasado 9 de mayo en Moscú con motivo del 80º aniversario de la «Gran Guerra Patriótica» en la II Guerra Mundial reunió en la capital rusa a más de 30 jefes de Estado y de gobierno, la mayor parte asiáticos, africanos y latinoamericanos. Ese mismo día en Kiev, los ministros de Exteriores de la UE renovaron públicamente su apoyo a Zelenski con la intención de contrarrestar el ambiente festivo en la capital rusa.

Con todo, la presencia de mandatarios internacionales en la Plaza Roja de Moscú le permitió a Putin obtener un importante as geopolítico orientado a retomar la iniciativa, esta vez en el terreno diplomático, para dar paso una negociación en Ucrania bajo sus condiciones. Un día después de este desfile, Putin sorprendió anunciando su propuesta de negociación con Ucrania en una conferencia de prensa ante corresponsales extranjeros. Ese mismo día, EEUU anunciaba un acuerdo con China para suspender por 90 días la guerra arancelaria iniciada por Trump meses atrás. El clima se veía, por tanto, distendido.

Aquí entran en juego algunas interpretaciones que podrían arrojar claves sobre cuál era el sentido real de la propuesta de Putin y que, más allá del terreno militar, tienen un olor a intereses geoeconómicos. Es posible que durante las reuniones bilaterales en Moscú entre Putin, el presidente chino Xi Jinping y mandatarios africanos (como fue el caso de Ibrahim Traoré de Burkina Faso, país estratégico para los intereses rusos en el Sahel) entre otros, se abordara esta posibilidad de propiciar una negociación de paz en Ucrania para intentar amortiguar la posible recesión económica que se avecina por la guerra comercial de Trump, en especial en lo relativo al alza del precio de los alimentos.

Siendo Rusia y Ucrania los principales productores de trigo y cereales, la eventual paralización del conflicto ruso-ucraniano podría suponer la normalización de la actividad comercial de los puertos rusos y ucranianos del mar Negro (Novorosísk y Odessa principalmente) para exportar estas materias primas, esenciales para varios países africanos y de Oriente Próximo ante la inminencia de un verano que anuncia sequías y posible desabastecimiento.

Y aquí entraría en juego Turquía y la razón de la cumbre en Estambul, más allá del hecho de su capacidad de interlocución entre Rusia y Ucrania, la OTAN y la UE. Erdogan observó en este contexto la posibilidad de fortalecer el peso geoeconómico turco como facilitador de unas negociaciones que podrían normalizar el transporte de alimentos y mercancías desde estos puertos rusos y ucranianos y su salida vía estrecho de los Dardanelos hacia el Mediterráneo, el Magreb, Oriente Próximo y el Atlántico para asegurar el abastecimiento alimenticio. Visto en perspectiva geoeconómica, Putin y Erdogan se aseguraban una jugada maestra que obligaba a Europa y la OTAN a reaccionar, bien aceptando el plan de paz de Putin o profundizando en el rearme a Ucrania.

Debe recordarse que Estambul ya acogió a mediados de 2022 una serie de negociaciones directas entre representantes rusos y ucranianos con la finalidad de alcanzar un alto al fuego y un acuerdo humanitario, que finalmente fueron abruptamente suspendidas. Algunas fuentes han argumentado presuntas presiones indirectas por parte de Europa y EEUU (entonces bajo la presidencia de Joseph Biden) para boicotear la posibilidad de un acuerdo entre Kiev y Moscú.

Tres años después el contexto militar y geopolítico ha cambiado drásticamente, con un conflicto estancado, una Ucrania si bien resiliente pero exhausta y cada vez más dependiente de unos aliados occidentales igualmente desgastados y defraudados con la guerra en Ucrania. Y en todo ello un Putin con cartas geopolíticas más a su favor, a pesar de las tensiones que sigue manteniendo con Occidente, manejando un sórdido juego de paciencia táctica con elementos disuasivos y de «tira y afloja», tendente precisamente a socavar el apoyo occidental a Ucrania. Por otro lado, mientras se discutía la posibilidad de la cumbre en Estambul, Washington y Moscú avanzaban en las negociaciones para restablecer el suministro de gas natural ruso hacia Europa.

Así mismo, Erdogan ha jugado a varias bandas en el conflicto ucraniano con la velada intención de mantener difíciles equilibrios y evitar posicionamientos incómodos. Mientras mantiene una táctica alianza geopolítica con Rusia, Ankara le ha vendido drones a Ucrania para ser utilizados en el frente. En 2023, Erdogan medió entre Moscú y Kiev en cuanto a la apertura de los puertos ucranianos y rusos en el Mar Negro para la exportación de cereales vía puertos turcos, un precedente que probablemente entró en juego en el actual contexto. Con ello, Erdogan mostraba su disposición para utilizar la diplomacia económica como factor disuasivo entre Rusia y Ucrania.

Trump vuelve a la escena: la alianza con Arabia Saudita

Con la atención enfocada en la infructuosa reunión Putin-Zelenski en Estambul, desde la capital saudita Riad, Trump y el príncipe Mohammed bin Salmán firmaron un estratégico acuerdo de defensa entre EEUU y Arabia Saudita con importantes implicaciones para el contexto geopolítico regional. Trump también anunció la suspensión de todas las sanciones contra Siria, con cuyo presidente Ahmed Hussein al-Shar’a se reunió en Riad en el que aprovechó para persuadirle a «reconocer a Israel».

La gira de Trump en Oriente Medio evidencia el imperativo de Washington por fortalecer la influencia saudita en la geopolítica regional y global y, al mismo tiempo, condicionar el emergente peso geopolítico turco en la Siria post-Asad. No se debe descartar que Trump espere resucitar los Acuerdos de Abraham de 2020 con la vista puesta en un histórico reconocimiento diplomático entre Arabia Saudita e Israel, con implicaciones geoestratégicas de elevado nivel para Oriente Próximo y, especialmente, para los intereses turcos y de Irán, ambos aliados de Rusia y China.

Ante los retrasos de Putin y Zelenski por materializar su plan de paz para Ucrania, Trump ha apostado por romper el equilibrio en Oriente Próximo estrechando lazos con Arabia Saudita para contrarrestar esa influencia turca vía cumbre en Estambul. Consciente del revisionismo de Erdogan en cuanto a sus relaciones con Israel y sus tácticos acercamientos con Rusia, Irán y China, Trump apuesta por ejercer contrapesos vía Arabia Saudita que le permitan mantener el escudo de apoyos a favor de Israel y de los intereses estadounidenses en la región.

Previo a la cumbre en Estambul, Erdogan se había anotado un histórico avance al certificarse oficialmente la disolución del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), lo cual pone punto final a casi cinco décadas de lucha armada contra el Estado turco. La disolución del PKK era un fait accompli desde que se iniciaron las negociaciones para su desarme en 2013 y que se confirmó el febrero pasado cuando su líder histórico Abdulah Oçalan (en cadena perpetua en una prisión turca) pidió abandonar las armas.

Neutralizado el PKK, Erdogan refuerza sus posiciones regionales con respecto a frenar el irredentismo kurdo y establecer un mecanismo de seguridad desde Siria hasta Irak, un escenario que podría contrariar los intereses de EEUU, Israel y Arabia Saudita. Falta ver si la cumbre de Estambul, ya sin Putin ni Zelenski, le permita a Turquía recuperar posiciones ante los vertiginosos cambios que observa en sus esferas de influencia.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE.UU. y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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CITA COMPLICADA EN ESTAMBUL

Alberto Hutschenreuter*

Este jueves 15 de mayo se reunirían en Estambul los presidentes de Ucrania y Rusia, países en estado de guerra desde febrero de 2022, cuando el segundo, considerando la «guerra silenciosa» en el este de Ucrania y apreciando que existía una amenaza a su seguridad nacional como consecuencia del posible curso de Ucrania hacia la OTAN, puso en marcha lo que denominó «Operación Militar Especial», una medida basada en la concepción rusa de «defensa contraofensiva». Para el derecho internacional y los principios «onusianos», sin ambages fue un acto de fuerza contra otro país, una invasión.

Tras más de tres años de guerra, la fatiga ha hecho mella en los contendientes, principalmente en Ucrania, que se mantiene por la gran ayuda financio-militar que le aporta Occidente. En cuanto a Rusia, la guerra ha hecho funcionar casi a pleno la industria militar, pero los efectos de la misma y de las sanciones en la economía civil (salarios, inflación, etc.) se hacen sentir, al tiempo que, una vez más, se posterga la necesaria modernización de su estructura económica «fósil», como peyorativamente la denominan en Occidente en relación con los productos que Rusia obtiene de la tierra.

Pero Rusia es Rusia, es decir, un poder mayor y eminentemente terrestre (condición que, en buena medida, explica su alta sensibilidad y su reacción ante la aproximación de poderes extranjeros hacia sus fronteras) que intentará cobrarse en «moneda dura» el desafío que le planteó Ucrania apoyada por la OTAN, esto es, la pretensión de marchar hacia la Alianza Atlántica sacudiéndose su sitio geográfico y geopolítico selectivo, es decir, el de ser un actor «pivote», status que implica o exige por parte del mismo sostener una diplomacia de deferencia, no de sumisión, en razón de encontrarse al lado del hegemón geopolítico.

Por su parte, con su incesante marcha, Occidente también omitió o transgredió los códigos geopolíticos y estratégicos que rigen las relaciones entre los poderes «que cuentan» en las relaciones internacionales.

En pocas palabras, se trata de alta geopolítica, y sabemos, por tanto, que los intereses nacionales son los que acaban precipitando las acciones para preservarlos.

Algo de ello parece deducirse de lo que ha dicho el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia en relación con que es necesario «hablar sobre las causas profundas del conflicto».

Es muy posible que en Estambul Rusia no se salga en un ápice de su posición, es decir, el control de los territorios del este y sur de Ucrania, los que han sido unilateralmente incorporados a la Federación Rusa.

Además, sostendrá que Ucrania deberá adoptar un estatus de neutralidad internacional (cuestión abordada en el «Comunicado de Estambul» de mayo de 2022), condición que eliminará la posibilidad de limitar Rusia con la OTAN en Ucrania, una situación que, de haberse dado, no sólo habría reafirmado la victoria de Occidente en la Guerra Fría, sino la victoria occidental frente a Rusia, la continuadora de la URSS y fuertemente sospechada de reparo y revisionismo geopolítico.

Esto suma complicación en la cita, pues si se diera lugar a sus demandas Rusia obtendría una victoria no ya frente a Ucrania, sino ante la OTAN, algo prácticamente inaceptable para Occidente, sobre todo para Europa, la otra principal derrotada o no ganadora junto a Ucrania. Para Estados Unidos, se trata de un escenario preocupante, pero es posible que parte del Partido Republicano considere que es necesario volver a mantener un equilibrio en las relaciones con Rusia y, además, evitar que este país acabe por forjar una verdadera alianza estratégica con China.

Ucrania corre con desventaja en Estambul, pues tiene parte de su territorio férreamente ocupado por Rusia y depende militarmente de Estados Unidos y (después) de Europa. Esta última ha dicho que continuará ayudando a Kiev si fracasan las conversaciones, pero ¿hará lo propio Estados Unidos? El presidente Trump advirtió que retiraría sus esfuerzos por un arreglo si hay fracaso. Ahora, ¿qué significa exactamente retirar? Porque si abandonara Washington la búsqueda de la paz y también el apoyo a Kiev, es posible que Ucrania colapse, pero si retirarse implica continuar asistiendo a Kiev e incrementar la ayuda militar (recientemente envió 130 misiles de mediano alcance y 100 misiles defensivos Patriot), la guerra proseguiría y se volverían a plantear escenarios de escalada (también recientemente, el presidente Putin recordó que hasta el momento no fue necesario el uso de armas nucleares).

En Estambul tal vez se alcance un acuerdo sobre una tregua, lo cual es por demás necesario. Pero es difícil considerar que se darán pasos de escala, pues las posiciones de todos están muy encontradas, hay fuertes sospechas en materia de intenciones y nadie quiere quedar asociado a una capitulación.

 

* Miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula La Geopolítica nunca se fue, Editorial Almaluz, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2025.

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EL 9 DE MAYO Y EL RELATO DE LA «VICTORIA SOBRE EL FASCISMO»

Roberto Mansilla Blanco*

Este 9 de mayo de 2025 se conmemora el 80º aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa, con la rendición de la Alemania nazi. En Rusia esta celebración tiene un significado emotivo y prácticamente sagrado: es el «Día de la Gran Guerra Patriótica», la victoria del pueblo soviético sobre el fascismo. Un hecho histórico que evidencia porqué la URSS y el sacrificio del pueblo soviético en una guerra de liberación nacional contra el agresor extranjero fueron los verdaderos artífices que permitieron la victoria aliada y la derrota nazi-fascista.

Por otro lado, ese mismo día, la Unión Europea (UE) conmemora el «Día de Europa» por ser la fecha de la igualmente célebre «Declaración Schuman» realizada en 1950 por el entonces ministro francés de Exteriores Robert Schuman y que abogaba por la integración europea a través de la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), organismo germinal de la actual UE.

No obstante, las celebraciones previstas, tanto en Rusia como en Europa, para este 9 de mayo de 2025 se observan condicionadas por las tensas relaciones ruso-europeas derivadas por la guerra de Ucrania. Más allá de las operaciones militares en el frente ucraniano y de las negociaciones que impulsa el presidente estadounidense Donald Trump para alcanzar una tregua duradera en este conflicto, el trasfondo de las tensiones entre Bruselas y Moscú se enfoca en contextualizar el control del relato histórico sobre quién fue el verdadero ganador en la victoria contra el nazi-fascismo.

Como elemento disuasivo por parte de Trump para garantizar el incierto éxito de esta negociación de un alto al fuego, Washington y Kiev firmaron 1° de mayo un acuerdo de cooperación económica para la explotación de las denominadas «tierras raras». Simultáneamente, Moscú aseguró completar la recuperación absoluta del control en la localidad de Kursk tras la efímera y surrealista invasión militar ucraniana de agosto pasado.

Bajo un ambiente de conmemoración histórica, ambos acontecimientos, el acuerdo entre EEUU y Ucrania y la liberación de Kursk, reflejan elementos que implican observar con atención el pulso ruso-europeo por difundir sus respectivos relatos históricos en torno a la celebración de este 9 de mayo.

Celebrar cada quien por su lado

El protocolo de invitaciones para la celebración de este 9 de mayo tanto en Rusia como en Europa refleja el respectivo nivel de equilibrios y alianzas geopolíticas.

El Kremlin ha confirmado la asistencia de los líderes de China, India (cuyo presidente Narendra Modi se encuentra en medio de una crisis con Pakistán tras un atentado terrorista que amenaza con explotar el conflicto entre ambas potencias nucleares), Brasil, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Venezuela, otros países asiáticos, africanos, de América Latina y del espacio post-soviético como Kazajstán y Kirguizistán, que aportaron miles de combatientes hace ocho décadas. China, Vietnam y Corea del Norte han enviado delegaciones militares para desfilar ese día en la Plaza Roja.

Por su parte, el presidente ucraniano Volodymir Zelenski anunció una celebración en Kiev en la que ha invitado a los ministros de Exteriores de la UE. La comisaria europea de Asuntos Exteriores, la estonia Kaja Kallas, llamó a boicotear la celebración del 9 de mayo en Moscú instando a presidentes de países miembros de la UE (Hungría y Eslovaquia) y aspirantes de admisión (Serbia) a no aceptar la invitación rusa.

En tono amenazante, Zelensky fue incluso más allá: llegó a declarar que «Ucrania no puede garantizar la seguridad» de los líderes mundiales que estarán presentes en la Plaza Roja el próximo 9 de mayo.

Rusia: la simbiosis de la «Gran Guerra Patriótica» con la «Operación Militar Especial» en Ucrania

Moscú siempre ha criticado la escasa voluntad occidental, rayando incluso hasta en la negación histórica, a la hora de reconocer el enorme esfuerzo realizado por la URSS y su papel decisivo en la derrota del eje nazi-fascista.

De los 80 millones de muertos que se calcula dejó la II Guerra Mundial, 27 millones fueron de ciudadanos soviéticos provenientes de diversas nacionalidades en ese momento bajo la soberanía de la URSS. Son estos ciudadanos rusos, ucranianos, bielorrusos, moldavos, kazajos, georgianos, armenios, tártaros, bálticos, kirguizos, tayikos y uzbecos, entre otros. De allí la presencia en las celebraciones del 9 de mayo en Moscú de varios de los mandatarios de esos países independientes tras la disolución de la URSS en 1991, lo cual supone un reconocimiento oficial por parte de esas nacionalidades al esfuerzo bélico de sus ancestros en la victoria sobre el fascismo.

El contexto de la guerra en Ucrania le ha otorgado al 9 de mayo en Rusia una dinámica especial, tendiente a fortalecer el audaz viraje patriótico y nacionalista impulsado por Putin. Compatibilizar la guerra ucraniana desde 2022 con la «Gran Guerra Patriótica» de 1941-45, argumentando que Rusia lucha actualmente contra el «régimen nazi de Kiev» que, apoyado por Occidente, ha provocado decenas de miles de muertos en el conflicto en el Donbás desde 2014 contra compatriotas rusoparlantes que hoy han regresado al seno de la «Madre Rusia», le ha permitido al Kremlin recrear un relato histórico asertivo y eficaz con la finalidad de legitimar sus objetivos ante la opinión pública y la sociedad rusa.

Así mismo, y en términos de soft power, la excelente tradición filmográfica rusa (por cierto escasamente apreciada en Occidente), ha constituido igualmente un factor determinante a la hora de fortalecer esta perspectiva «patriótica y nacionalista», dentro y fuera de Rusia, en lo concerniente a la victoria sobre el fascismo. En Rusia, obviamente, tienen muy claro quién fue el ganador en la II Guerra Mundial.

Paralelamente, el Kremlin ha logrado reforzar la perspectiva del «Russky Mir», el «mundo ruso» como un espacio civilizatorio que lucha contra la «contaminación de los perniciosos valores» de un Occidente cada vez más agresivo, donde se ha instalado un sentimiento de «rusofobia» y ante un clima político europeo donde vuelve a asomar el rostro del fascismo a través del avance electoral de algunos de esos partidos políticos. De este modo, y ante la indiferencia occidental, Rusia reclama su papel protagonista ante la historia como el principal actor en la victoria contra el fascismo.

Este argumento, muy cuestionado e incluso rechazado por Occidente principalmente entre sus altas esferas de poder, le ha permitido al Kremlin cohesionar a la sociedad rusa en este esfuerzo bélico interpretando que la guerra que actualmente se lleva a cabo en Ucrania es prácticamente de facto contra la OTAN y una UE que ahora da un vuelco de 360 grados en su naturaleza pacifista encaminándose hacia un incierto rearme y militarización precisamente contra lo que considera como la presunta «amenaza rusa».

Sea por convicción o por mero instrumento propagandístico, la indolencia occidental a la hora de reconocer el enorme esfuerzo soviético en la victoria contra el fascismo le ha servido al Kremlin de argumento válido para atacar a sus rivales occidentales acusándoles de «hacerle el juego» a los fascistas, atizando así fantasmas del pasado.

No obstante, si debemos atender al espectro político de la ultraderecha europea, éste dista de ser homogéneo en sus posiciones con respecto a las relaciones con Rusia. Algunos partidos como Alternativa por Alemania (AfD) y el francés Reagrupamiento Nacional (RN), curiosamente muestran una posición más prorrusa y negativa a apoyar militarmente a Ucrania.

En el caso de AfD incluso rompen «líneas rojas» del «atlantismo» y el «europeísmo»: abogan por que Europa debe alejarse del eje «atlantista» con EEUU (incluso saliendo de la OTAN) mientras defiende la concreción de estrategias comunes hacia el eje «euroasiático» conformado por China y Rusia.

En todo caso, este 9 de mayo en Moscú servirá como un escaparate en clave geopolítica por parte de Putin para mostrar la arquitectura de alianzas que Rusia, a pesar de la guerra y el aislamiento occidental, ha logrado confeccionar en este momento, capacitada para desafiar la unipolaridad hegemónica «atlantista» y demostrando su resiliencia ante las sanciones occidentales. Con el trasfondo de esta celebración histórica de victoria sobre el fascismo, el Kremlin ha demostrado la conjunción de intereses y la sintonía geopolítica de un eje euroasiático cada vez más fortalecido.

La óptica occidental: minimizar el esfuerzo soviético para atacar a la Rusia de Putin

Si bien no es una posición unánime a nivel oficial, sí se percibe en la opinión pública occidental una tendencia a minimizar e incluso degradar ese esfuerzo soviético en la lucha contra el fascismo, un aspecto que obviamente irrita a Rusia.

En los últimos años, y de forma más acentuada tras el comienzo de la guerra en Ucrania, cada 9 de mayo, varios medios europeos insisten en publicar reportajes históricos que enfatizan en los supuestos desmanes, violaciones y crímenes cometidos por el Ejército Rojo en su camino hacia Berlín en vez de respaldar la tesis histórica de la liberación de Europa del Este del yugo nazi-fascista. El frecuente argumento en los medios es procrear la idea de que, en vez de una liberación, lo que ocurrió fue la sustitución del totalitarismo nazi por el estalinista.

En Europa, y en especial tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, suele estigmatizarse al 9 de mayo en Moscú como una especie de desafío de Putin contra Occidente a través del fastuoso desfile militar en la Plaza Roja y de plasmación de una ideología nacionalista y patriótica que, desde algunas fuentes occidentales, llegan incluso a comparar con expresiones fascistas con la obvia intención de desprestigiar y fomentar la «rusofobia», estigmatizando a Putin como una especie de “nuevo Hitler”.

Por tanto, este 80º aniversario de la victoria contra el nazi-fascismo, que debería servir como un colofón diplomático importante para iniciar, al menos tácticamente, un acercamiento entre la UE y Rusia que fortaleciera esas posibilidades de negociación en Ucrania con el «plan Trump», más bien está exacerbando las tensiones y el distanciamiento de Bruselas con Moscú.

El nuevo gobierno de coalición en Berlín llegó incluso a amenazar al embajador ruso con detenerlo si asistía a las celebraciones del 9 de mayo en la capital alemana. Toda vez clama contra el avance de partidos y movimientos fascistas que, irónicamente, son socios de gobierno en algunos países europeos, la UE liderada por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el mandatario francés Emmanuel Macron, se ha enmarcado en una aguda campaña propagandística que ensalza el frenesí por el rearme como herramienta de «autonomía defensiva estratégica» ante la que considera sin ambigüedades como una supuesta «amenaza rusa», lanzando constantemente en los medios mensajes de tinte apocalíptico ante una presunta guerra inminente.

El control del relato ante la opinión pública resulta esencial para las elites «europeístas»: es cada vez más frecuente observar en medios de comunicación, principalmente redes sociales, la proliferación de cursos avanzados de formación en geopolítica y defensa toda vez se inicia una campaña orientada a legitimar el alistamiento militar entre los jóvenes, una herramienta útil de captación de recursos ante la precariedad laboral en diversos sectores, visiblemente definida por el cambio tecnológico que estamos asistiendo. Con este discurso, la UE dista mucho de conservar el legado de Schuman apostando cada vez más por el «poder duro» como estrategia de disuasión.

El célebre semiólogo italiano Umberto Eco acuñó el término del «fascismo eterno», que hoy vuelve a la actualidad ante este revival de los «neo» y «post-fascismos» que pululan dentro de una heterogénea ultraderecha en Europa que mira con ambigüedad a Trump y Putin pero con homogénea firmeza contra las «elites europeístas». Pero este 9 de mayo, en Moscú, Bruselas y Kiev, lo que debería ser una celebración conjunta sobre el sentido histórico que supuso la victoria sobre el nazi-fascismo parece más bien sumergirse en la acritud y las turbulentas aguas de las tensiones geopolíticas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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