F. Javier Blasco*

Siempre se ha dicho que el que algo quiere, algo le cuesta, que viene a ser más o menos, que nada es gratis, todo tiene un precio, o al menos un peaje o canon que pagar por muy pequeño que este sea. Razonamiento simple y basado en la observación de los hechos que suceden con determinada frecuencia aunque, en los últimos tiempos, dichos peajes vienen siendo más graves, más personales, nos afectan a todos y a la mayor parte nuestras relaciones individuales y colectivas.

Peajes, que muchas veces se traducen en reales restricciones; que pueden venir impuestos por las autoridades, la aplicación de la Ley, la sociedad, el ambiente en el que nos movemos y hasta a veces, las imponemos nosotros mismos como corrección de lo ocurrido o en previsión de que lo acontecido no vuelva a ocurrir, o al menos que de suceder lo haga, con menor intensidad y gravedad que recientemente.

Solemos pensar que a medida que la sociedad crece en conocimiento, desarrollo y tecnología nos volvemos más libres, tenemos más tiempo para dedicarnos a nosotros, a la familia y amigos, a nuestras preferencias y hobbies, pero siento decepcionarle porque, si se analiza críticamente, eso no es verdad.

Muchas veces esas “libertades” personales, sociales y políticas que pretenden vendernos se pueden llegar a convertir en yugos que no solo arrastramos para siempre o durante un largo periodo; incluso en la mayor parte de los casos, hasta pueden cambiar los modos y formas para el desarrollo y el desenlace de nuestra vida cotidiana o habitual.

El legislador, que es quien realmente sostiene la sartén por el mango, tiene por misión fundamental buscar nuestro bienestar, o al menos tratar de conseguirlo. Esa es la teoría, que como principio no está nada mal; pero resulta que en el ejercicio de dicho liderazgo y de tal autoridad, a veces se confunde o se transforma en otra cosa que puede fácilmente definirse como el abuso de autoridad.

Ocultándose o amparándose tras ese aparente papel de protector de la sociedad y, hasta algunas veces, envuelto o con el apoyo de una aureola más grande con el sello de asociación de estados de carácter internacional, los que mandan y rigen los designios de las localidades, las regiones, los estados o de la vida universal legislan o acuerdan hacer algo que, por aquello de estar pensado y presentado, como algo de interés general, por nuestro bien y el de todos los demás, no podemos resistirnos o negarnos a acatar. Acatamiento que puede ser de forma voluntaria o por el temor de ser merecedor de una multa o punición de carácter personal o general.

Ejemplos hay muchos en la vida; lejanos, intermedios o más cercanos y de procedencia muy variada, como aquellos debidos a los cambios o imposiciones en las costumbres sociales; los derivados de la interpretación, desarrollo o aplicación de la religión; las apariciones y puesta en práctica de nuevas tendencias o ideas políticas; las invasiones y las guerras entre los pueblos; las revoluciones; las propagaciones de las enfermedades; el descubrimiento de nuevas partes del mundo, las mejoras en las tecnologías, los modos y medios de viaje; las comunicaciones y en definitiva, todo tipo de desarrollos que aunque nacieron y fueron presentados y hasta aceptados como consistentes mejoras para nuestras vidas; en cierto modo, han venido cambiando o imponiendo nuevas normas de comportamiento u obligaciones, que llegan para quedarse para siempre entre nosotros e imprimen su sello bien diferenciado y peculiar.

De todos los casos posibles, solo quisiera resaltar tres de ellos y no porque sean los más importantes, sino porque crearon cierto tipo de consecuencias o imprimieron un sello muy significativo aunque cada uno con diversa aplicación e intensidad. Para empezar, conviene hablar de la famosa “Ley Seca” en los Estados Unidos de América del año 1920 traída por Andrew J. Volstead, senador republicano por Minnesota, quien promovió la conocida como Acta de Prohibición, una ley que implementó la 18ª enmienda a la Constitución norteamericana. La prohibición, supuso la imposibilidad de vender, producir, importar o incluso transportar alcohol en el país; en definitiva, la abolición radical de todo tipo de alcohol (cerveza, vino, destilados de alta graduación), con ciertas excepciones, como el vino empleado para fines litúrgicos.

El movimiento vino arrastrado por una serie de iniciativas de carácter religioso y social tanto en Canadá como en EEUU durante el último cuarto del siglo XIX entre los protestantes y ciertos movimientos feministas (las propias mujeres), que reclamaban sus derechos para lograr la mejora del comportamiento personal o conyugal de los hombres, usualmente grandes bebedores en aquella época.

Tras años de tensiones, a favor y en contra; finalmente se alcanzó dicha iniciativa que, como ya se ha mencionado, se presentó como algo muy saludable y un paso adelante para la mejora de los comportamientos sociales y los derechos de la mujer. Tanto es así que se llegó a afirmar que “todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno». Frase con la se dirigió el 16 de enero de 1920 el reverendo Billy Sunday a una multitud de unas 10.000 personas que celebraban con él el funeral de John Barleycorn (nombre que se le daba al whisky en el argot norteamericano).

La realidad fue bien diferente y tal prohibición dio origen y pábulo a que rápidamente se produjeran efectos totalmente adversos como enriquecerse ilegal y rápidamente determinados sectores de la sociedad y la economía, al contrabando de whisky con todas sus connotaciones, la expansión y desarrollo del crimen, las mafias y el inicio del negocio de la droga. Miles de familias rotas, negocios por los suelos y toda una serie de grandes conflictos legales.

18 de junio de 1931. En las afueras de Nueva York,  agentes del gobierno destruyen barriles de cerveza clandestina durante la época de la ley seca.

Las reales consecuencias de aquella “noble y sana” iniciativa que afectó a una nación fueron bastante nefastas; las bandas criminales, casi de inmediato, surgieron o se multiplicaron para tomar el control de la industria del alcohol y de otros muchos legales o ilegales negocios más. Brotaron bares clandestinos en todo el país para vender licor ilegal, aumentó la prostitución, el crimen organizado y la extorsión; decenas de millones de personas desobedecieron la legislación y nunca se lograron los objetivos pretendidos con tamaña iniciativa. En 1933, tras el fracaso de la ley, fue derogada, siendo la única vez que una enmienda constitucional ha sido anulada en dicho país.

Otro ejemplo de carácter mucho más general y global, impulsado por las consecuencias de un terrible atentado terrorista, son las restricciones a los vuelos tras el tristemente famoso “11- S del año 2001” sobre EEUU. Atentado, perfectamente calculado y preparado por Al Qaeda que provocó unas cifras de unos 3.000 muertos y más 6.000 heridos.

En concreto, los terroristas secuestraron cuatro aviones de pasajeros en los que previamente, introdujeron personal yihadista, medio entrenado civilmente en el propio EEUU para que finamente, dos de ellos embistieran en los rascacielos conocidos como las Torres Gemelas. A consecuencia del impacto, algo más tarde y sin dar tiempo a su evacuación, cayeron envueltos en sendas nubes de humo y escombros. Otro de los aviones impactó en el Pentágono y el cuarto, que no llegó a alcanzar su objetivo, se estrelló en un campo a las afueras de Shanksville, en Pensilvania.

11-S. Atentado al World Trade Center

Como consecuencia de este terrible atentado, retransmitido en directo por todas las televisiones del mundo, cambió los modos y las formas de viajar, la seguridad y el control en los aeropuertos; el manejo, tipo y capacidad de los equipajes de mano; los pocos elementos líquidos y sólidos a transportar; los utensilios a manejar para las comidas a bordo y toda una serie de medidas de control directas e indirectas sobre el personal y el material a embarcar o durante el vuelo, han cambiado totalmente y con ello nuestra forma de viajar. Lo peor de todo aquello, es que todos estos inconvenientes y quizás alguno más, se han quedado con nosotros para la eternidad y todos los aceptamos sin rechistar como un canon en favor o beneficio de nuestra seguridad personal.

Sin embargo, otros atentados como el que sufrimos en Madrid el 11-M de 2004, terrible aunque de menor entidad que el 11-S, no han sido objeto de grandes cambios en la medidas especiales de seguridad en los transportes púbicos de las grandes ciudades tanto en España, como en el resto del mundo. Hecho extraño este, que pocos se paran a analizar; quizás sea, porque no quedó muy clara su autoría, porque a consecuencia de aquello hubo un gran cambio electoral y puede que al partido beneficiado, el hecho y su razón de ser real no le interesaba mucho airear o porque tras el juicio a los presuntos autores, por mucho que el propio juez quiso alardear y hasta obtuvo ciertos réditos personales, la verdad, es que no se pudo sacar casi nada y quedó mucho por aclarar. La cuestión es que se pasó pronto página y no se apreció entonces, ni se aprecia hoy, algún tipo de cambio en el comportamiento, seguridad ni en la forma de viajar en aquellos medios que se usaron para matar.

11 de marzo de 2004. Atentados en Madrid.

Dicho esto, llegamos al último y más reciente evento que ha servido de alarma, presión y cambio de rumbo en el aspecto social, económico, sanitario y de relación en todo el mundo y del que aún estamos en fases lejanas de poder afirmar que se ha superado ya con lo que las consecuencias y acciones se pueden agrandar; me  refiero claro está a la pandemia provocada por un virus bautizado como COVID-19.

Una pandemia, que por presiones políticas, económicas o espurios intereses políticos o personales se ha tardado en identificar públicamente, a pesar de contar con los medios y organismos bien capaces para su detección y alarma precoz. Fatalmente, cuando ya no había más remedio, se intentó ocultar a varios niveles, pero sobre todo, por países gobernados o en manos de estrafalarios, incompetentes y falsarios gobernantes como en España, Reino Unido, EEUU, Irán y Brasil principalmente.

Imagen de Tumisu en Pixabay

Gobiernos que han tratado de menospreciar y ridiculizar la profundidad de la pandemia; mirar para otro lado; no seguir las recomendaciones internacionales sobre el aislamiento; retrasaron evitar las ocasiones de transmisión o de contagio masivo; aplicaron tarde el necesario control de las fronteras, la preparación y el adiestramiento del personal sanitario, la acumulación de material y la habilitación de suficientes lugares seguros y bien equipados para la lucha contra la más que previsible y grave infección mortal de los últimos tiempos.

Finalmente, a pesar de tanto descubrimiento, adelanto y nuevas tecnologías, hemos tenido que combatir la infección con similares armas que hace siglos, el aislamiento en los hogares y el abandono de nuestros allegados, mayores y enfermos en manos de personal sanitario —más o menos cualificado— o a su libre albedrío, suerte y buena voluntad.

Se nos ha prohibido durante semanas visitar a los seres queridos, sacarles de los focos de muerte, acompañarlos mínimamente en lechos de dolor, velarlos cuando ya han fallecido y enterrarlos con la más mínima dignidad e intimidad familiar.

Con la excusa de evitar mayores calamidades y otro tipo de contagios, todo se ha justificado y hasta permitido sin casi rechistar. Ahora, al llegar el momento de empezar a pedir responsabilidades, nadie quiere hacerse cargo de la suya aunque sea parcial o en su totalidad.

No hay sinceridad, todos sabemos que en mucho países, las cosas no se han podido hacer peor, y encima de llegar siempre tarde y mal, los dirigentes políticos aunque sigan desorientando y toreando a la población con bombardeos de datos falsos y ocultándoles situaciones inverosímiles de alcanzar, aparecen ante los medios con proclamas mesiánicas, empalagosas y falsas palabras auto evaluando de notable la gestión de este mal.

Los graves y duraderos rescoldos de esta larga agonía, no se centran solo en las muchas decenas de miles de muertos que quedan atrás; hay que tener presente las ocasiones laborales truncadas por una mala previsión política, por reaccionar tarde y/o exageradamente para evitar volver a caer en situaciones extremas. En los miles de empresas cerradas o quebradas para siempre, los millones de parados, los obligados cambios en las forma de trabajo. Las limitaciones durante meses o años para disfrutar del solaz o el ocio, de las vacaciones en el mar, los viajes tranquilos o en grupo allende fronteras y sin limitar, las celebraciones multitudinarias, los besos y abrazos y el no podernos quitar esa sensación de pánico que para siempre nos acompañará con un temor desorbitado hacia aquel vecino o amigo al que ya no nos gusta saludar y con el que mantenemos una distancia prudencial o hasta mucho más.

Las medidas de control de la población a base de geolocalización y otros medios más sofisticados, los seguimientos y test varios en busca del menor síntoma o cuando una recaída vuelva aunque sea mínimamente a amenazar, las dificultades de paso para el embarque y desembarque en los aeropuertos y puertos, las nuevas incomodidades de los viajes placenteros en pequeñas embarcaciones, en tren o autobús, los cierres temporales de fronteras, las forzadas cuarentenas y la obligación de tener que pagar con el móvil o la tarjeta, aunque sea una mínima cantidad o que por la edad, no lo sepamos o no la queramos usar.

Esa distancia social y el uso del teletrabajo para muchos actos de la vida que de siempre han sido presenciales, cálidos y amables, nos llevarán a ser atendidos por Internet o atados obligatoriamente a maquinas con cintas grabadas que te contestan lo que quieren, te ofrecen de todo menos de lo que necesitas y acabas abjurando de ellas tras media hora de intentar e intentar.

Los miedos a los hospitales o a ser intervenidos por aquello de lo que te pueden contagiar, el uso obligado de la mascarilla para muchos actos de la vida, el implementado distanciamiento social, el cada vez menos uso del dinero y de nada que se pueda tocar, nos llevará sin lugar a dudas a una situación de histeria, de separación entre amigos, vecinos y hasta familiar y, sin duda, a una sospecha y denuncia de todo y todos que ya veremos cómo podrá acabar.

Para colmo de males, y como quien no quiere la cosa, muchos gobiernos y hasta organizaciones internacionales, aprovechan y aprovecharán esta situación de caos y pánico generalizado para legislar a su imagen y semejanza, bajo o por la excusa de nuestra protección colectiva y personal y acabaremos mucho más controlados en todos los actos y hasta en lo que antaño fue nuestra intimidad. Ya hay gobiernos como el británico, que aconseja o prohíbe las relaciones sexuales de parejas que no convivan en el mismo hogar.

Veremos, si finalmente los gobiernos y la sociedad en general, se deciden a aplicar el necesario remedio a la mayor lección aprendida de todo este desastre y maldad; cambiar las normas de juego y de atención a nuestros ancianos, que lo han dado todo y, sin embargo en la mayor parte del mundo, por vivir en residencias o en su casa en soledad, han sido clasificados como material desechable y los primeros a no cuidar.

Esperemos y deseemos que esto no vuelva a ocurrir, porque la vida es muy corta, dura y tenaz; por lo que todo aquello que ahora nos parece necesario, conveniente y hasta lejano, en unos pocos años se le podrá también aplicar a los que hoy defienden —aunque sea de hurtadillas— su necesidad; y entonces, será el momento para aquellos de pensar, que si lo hubieran hecho como debió ser, jamás le tendría que pasar.

* Coronel de Ejército de Tierra (Reserva) de España.  Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas.

Miembro de la SAEEG.

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