Alberto Hutschenreuter*
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay
Uno de los hechos más interesantes que ha producido la Covid-19 causada por el coronavirus es la notable cantidad de trabajos sobre el impacto de la misma en las relaciones entre los estados, sobre todo en clave de perspectivas.
Casi como si se tratara del final de una guerra de escala o de algún otro suceso internacional de proporciones, el fenómeno reactivó como pocas veces los debates y la reflexión en todas las dimensiones, desde la geopolítica hasta la tecnológica, pasando por la económica, la cultural, la militar, etc. Es auspicioso que así sea, pues, más allá de la enfermedad, que para algunos ha sido un hecho que obliga a pensar sobre el verdadero punto de partida del siglo XXI, siempre el mundo, su curso y su horizonte necesitan ser deliberados, particularmente cuando desde hace tiempo el “sistema de posicionamiento” del “medio internacional” ha dejado de suministrar datos relativamente propicios y fiables. Claro que a partir del coronavirus el reto es de escala.
Por otra parte, el virus ha vuelto a exponer uno de los déficits que existe en materia de previsión estratégica global. Hubo algunas pocas alertas sobre el riesgo que implicarían los patógenos en el siglo actual, e incluso muy pocos ámbitos de inteligencia nacional elaboraron calibrados informes sobre brotes epidémicos, pero nadie llegó a imaginar que en tan pocos meses la población mundial quedaría sitiada por el virus, se desplomarían simultáneamente las economías (con las secuelas sociales que ello implica) y se abriría un angustiante interrogante sobre cómo continuará la historia a partir de la Covid-19.
Hacía más de setenta años que el mundo no sufría semejante perturbación. Más aún, en algunos segmentos, por caso, disminución del ingreso per cápita y extensión simultánea de la pobreza, hay que ir bastante más atrás de la Segunda Guerra Mundial para hallar precedentes.
En este cuadro, y siempre con el propósito de provocar dudas que empujen a cavilaciones más precisas, resulta útil fragmentar las reflexiones en relación con el curso de las relaciones entre Estados, destacando aquellas situaciones para las que contamos con las experiencias y realidades, lo único que nos proporciona cierto grado de certidumbre, es decir, el escenario de las posibilidades, como así aquellos contextos frente a los que disponemos de alguna experiencia, y aquellos que implican acercarnos a contextos desconocidos.
Pero antes de referirnos a lo posible y lo desconocido, es pertinente decir algo breve sobre aquello deseable o “aspiracional” en las relaciones entre Estados, puesto que se trata de “imágenes” que a veces impulsan expectativas e incluso acciones loables, que duran hasta encontrarse, o más apropiadamente toparse, con la realidad.
Es habitual que lo deseable surja con fuerza tras el final de una confrontación militar de escala, el inicio de un nuevo siglo o tras la desaparición de una era o régimen entre Estados, sobre todo si se trata de un ciclo que termina casi súbitamente, como sucedió con el final del régimen de Guerra Fría.
Pero también lo deseable podría ocurrir si un país o un lote de países ha transcurrido un tiempo en un entorno donde la cobertura y el concepto estratégico militar lo aportaba un ajeno a dicho grupo de países. Concretamente, nos referimos a la Unión Europea, cuyos liderazgos nacionales casi en su totalidad no han vivido la Guerra Fría ni mucho menos la guerra total de 1939-1945, y por ello han desarrollado una cultura jurídica-institucional sobre la que pretenden erigir la Unión Europea no solo en una potencia mayor, sino en paradigma para otros actores y. de esta manera, prácticamente eliminar las posibilidades de confrontaciones militares interestatales.
Pero se trata de un objetivo más formal que real, pues la historia de las relaciones entre Estados no registra casos de “potencias institucionales”, de manera que el deseo europeo, que podría significarle reveses, como de hecho le sucedió cuando hace unos años Europa descartó posibles tensiones mayores entre Estados en su territorio, enfoque que pronto debió revisar ante los sucesos de Ucrania que terminaron con la mutilación territorial de este actor clave de Europa del este, es nada más que un deseo. Es decir, Europa estaba impulsando un esquema de seguridad desechando la geopolítica y finalmente fue la geopolítica la que la recentró en la realidad dejándola en un conflicto nada más y nada menos que con Rusia.
Las aspiraciones de la UE nos remiten a cuando, reflexionando sobre las formas de gobierno, Nicolás Maquiavelo prefería dejar de lado los principados eclesiásticos, pues, para expresarlo en sus propias palabras, “como están regidos por una razón superior a la que la mente humana no alcanza, dejaré de hablar de ellos; porque, siendo exaltados y mantenidos por Dios, discurrir sobre ellos sería un acto de hombre presuntuoso y temerario”[1].
En el sitio de lo deseable, las diferentes “imágenes” internacionales no tienen ni tendrán finalmente lugar, por caso, la “aldea global”; la convergencia entre Oriente y Occidente”; los “Estados virtuales”; la prodigalidad del comercio como orden internacional; el “pacifismo”; el desarme internacional; los voluntarismos multidimensionales; los “bienes de la humanidad”; el “orden onusiano”, etc.
Claro que se trata de pretensiones loables, elevadas y atractivas, y nadie duda de ello; pero en las relaciones entre los Estados estos enfoques son incongruentes con lo real y lo necesario. En un mundo basado en esas categorías prácticamente no habría, entre otras, cuestiones de costo-beneficio ni de pugna de intereses, algo que jamás ha ocurrido. Para dejar de ser deseos y transformarse en situaciones posibles, necesariamente requerirían que se modifique la misma naturaleza del hombre, que no se funda en el desinterés, el altruismo, la audacia o la confianza, sino en sus opuestos. De allí que para considerar el mundo que sigue, indefectiblemente debemos tener presente esta realidad.
Hacia dentro de los estados esos opuestos sufren las limitaciones jurídico-institucionales, incluso el estado es una entidad de dominación que reclama para sí con éxito el monopolio de la violencia legítima, para expresarlo casi en los mismos términos de Max Weber. Ninguna otra lo podría reclamar y si sucediera que otra organización o entidad política lo hiciera estaría desafiando el orden, y si el mismo Estado lo permitiera, estaríamos ante lo que se denomina un “Estado disfuncional”.
Hacia fuera sucede lo contrario, pues son las entidades intergubernamentales las que padecen la interacción de esos opuestos de los hombres al frente de los Estados; porque por más que exista una densidad de instituciones internacionales, nunca se alcanzará un grado de centralización como el que existe hacia dentro de los Estados. En gran medida, es lo que John Mearsheimer ha denominado “la tragedia de los grandes poderes políticos”, cuando concluye que los grandes poderes se temen, se desconfían y siempre compiten entre sí por el poder.
¿Por qué los grandes poderes se comportan de ese modo? Mi respuesta es que la estructura del sistema internacional obliga a los Estados que solo buscan estar seguros a actual agresivamente unos con otros. Tres características del sistema internacional se combinan para hacer que los Estados se teman unos con otros: 1) la ausencia de una autoridad central que se establezca por encima de ellos y pueda protegerlos, 2) el hecho de que los Estados siempre tienen alguna capacidad militar ofensiva, y 3) el hecho de que los Estados nunca pueden estar seguros sobre las intenciones de otros Estados. Ante este temor, que nunca puede ser eliminado, los Estados reconocen que cuando más poderosos sean en relación con sus rivales, mejores serán sus posibilidades de supervivencia. De hecho, la mejor garantía de supervivencia es ser un hegemón, porque ningún otro Estado puede amenazar seriamente a un actor tan poderoso”.[2]
Hay otros autores, por caso, Kenneth Waltz, que sin salir del realismo “rebajan” las condiciones de poder a una determinada suficiencia de capacidades. Pero todos coinciden en que la situación de anarquía entre Estados es la causa central de la competencia y la concentración de poder por parte de los Estados.
De manera que considerar un mundo “por fuera” de esta realidad supone no solo un desacierto, sino un riesgo si de elaborar escenarios se trata. No hay nada más peligroso para un Estado que realizar reflexiones “subestratégicas”, es decir, no ya diagnósticos imprecisos sobre el curso de las relaciones internacionales, sino meditaciones a partir de bases irreales, algo semejante (o acaso peor) que aquellas reflexiones y acciones subestratégicas basadas en situaciones que poco se relacionan con la realidad propia.
En este contexto, lo posible en el mundo que seguirá a la pandemia será una continuidad de cuestiones atravesadas por crisis crecientes, como así algunas relativas novedades. Enunciemos y consideremos brevemente diez situaciones-tendencias:
En cuanto a lo que podemos denominar “lo terrible” en el mundo que seguirá a la pandemia, básicamente hay dos situaciones que suponen inquietudes mayores, particularmente la segunda.
Por un lado, el comercio entre Estados ha sido y podría ser un sucedáneo de un orden o configuración internacional que no hoy existe. No es lo mismo, pero en el estado de perturbación en que se encuentra el mundo el comercio es prácticamente el único segmento que sirve como inhibidor o amortiguador de conflictos. Si bien el comercio implica conflictos, basta considerar la relación entre China y Estados Unidos, una densa red comercial entre Estados tiende a que sus involucrados la preserven porque una ruptura terminaría siendo muy desventajosa.
Hay fuertes señales relativas con una posible contracción del comercio internacional tras la pandemia. Desde razones fundadas en nuevos dimensionamientos de la economía hasta un gran movimiento de relocalización de compañías de escala, pasando por crecientes enfrentamientos por aranceles, etc., un desplome del comercio internacional sería casi el último impacto a lo que queda del orden liberal de posguerra y, por tanto, a la misma estabilidad internacional. De allí que algunos expertos han priorizado el esfuerzo en pos de salvaguardar los principios de dicho orden[8].
En un contexto de crisis entre los poderes preeminentes, el hundimiento del comercio nos volvería hacia un panorama comercio-económico internacional con algunos inquietantes parecidos a los años siguientes a 1929.
Finalmente, la otra cuestión en clave inquietante tiene lugar en el segmento de las armas nucleares, donde el retiro de los poderes preeminentes de tratados centrales para la mantención del equilibrio nuclear puede dejar al mundo ante un horizonte desconocido.
En alguna medida (y bajo un poder nuclear muy superior), acaso se está dando una situación parecida a la que ocurrió en los años ochenta, cuando se hablaba de posibles escenarios de victoria en el terreno de la competencia nuclear, es decir, ir más allá del equilibrio nuclear con el fin no ya de disuadir al otro de no atacar, sino de persuadirlo en función de su supremacía nuclear, situación que solo ha ocurrido entre 1945 y 1949, cuando Estados Unidos tuvo el monopolio del artefacto atómico.
Por tanto, la contracara del alejamiento de Estados Unidos de tratados como el ABM, el INF y el de Cielos Abiertos, sería (más allá de lo que finalmente suceda con el único acuerdo sobre armas estratégicas, el START III) una modernización de sus capacidades nucleares con el fin de ir más allá de la “mutua destrucción asegurada”, esto es, lograr un primer (o, de ser necesario, un segundo) golpe incontestable.
Pero esta situación implicaría una nueva carrera armamentista con Rusia, a la que también habría que sumar a China, un país que pronto dispondrá de la triada nuclear, es decir, capacidad para lanzar sus cabezas nucleares desde tierra, mar y aire.
En este cuadro no podemos soslayar a los poderes nucleares que se encuentran fuera del Tratado de No Proliferación, como así aquellas intenciones de actores como Irán y otros que saben que el arma nuclear supone alcanzar la “seguridad absoluta”.
Lo terrible del mundo que sigue se completa con la posibilidad de que actores no estatales logren tal segmento de poderío u otro que implique posible exterminio masivo.
En suma, el mundo que sigue se compone de un contexto de continuidades que podrían acelerarse y de escenarios de inquietud mayor que, mientras los poderes preeminentes no moderen sus conflictos y sus enfoques estado-soberano-nacionalistas para intentar una configuración u orden, lo mantendrán entre una estabilidad endeble y un desequilibro imprevisible.
* Doctor en Relaciones Internacionales. Su último libro se titula “Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo”, Editorial Almaluz, 2019.
Referencias
[1] Nicolás Maquiavelo. El príncipe. Barcelona: Altaya, 1993, p. 44.
[2] John Mearsheimer. The Tragedy of the Great Politics Power. New York, London: W. W. Norton & Company, 2001, p. 3.
[3] Sara Davies. “The Coronavirus and Trust in the Process of International Cooperation: A System Under Preassure”. Ethics & International Affairs, Carnegie Council, February 2020, <https://www.ethicsandinternationalaffairs.org/2020/the-coronavirus-and-trust-in-the-process-of-international-cooperation-a-system-under-pressure/>.
[4] Agnia Grigas. “Covid-19 Spells out new era for energy markets”, Atlantic Council, April 20, 2020. <https://www.atlanticcouncil.org/blogs/new-atlanticist/covid-19-spells-out-new-era-for-energy-markets/>.
[5] D.S. Hooda. “The Trayectory of future wars”. India Today, January 3, 2020, <https://www.indiatoday.in/magazine/cover-story/story/20200113-the-trajectory-for-future-wars-1633246-2020-01-03>.
[6] Andrew Korybko, Guerras híbridas. La aproximación adaptativa indirecta al cambio de régimen. España: Editorial Fides, 2017.
[7] Arsenio Cuenca. “El problema de Europa: la dependencia tecnológica de Estados Unidos y China”. El Orden Mundial, 28 de junio, 2020, <https://elordenmundial.com/dependencia-tecnologica-union-europea/>.
[8] Henry Kissinger, “The Coronavirus Pandemic Will Forever Alter World Order”, Wall Street Journal Opinion, April 3, 2020, <https://www.wsj.com/articles/the-coronavirus-pandemic-will-forever-alter-the-world-order>.
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