Juan José Borrell*
Fuente: Imperial College London, <https://www.imperial.ac.uk/>.
Hay “un fantasma” que recorre el mundo, y no pareciera ser el espectro del capitalismo. Mientras que los enfermos por el virus COVID-19 continúan aumentando en todo el planeta, avanza también algo, una “cosa” que ha adquirido entidad, configurándose en una fantasía real. Han denominado ese algo —de manera superficial— a partir del soporte microbiológico y por su nebulosa espacialidad: “pandemia de coronavirus”. Pero la dimensión microfísica, no visible de la cosa, apenas cuantificable por el número de infectados y muertos —de nuevo superficialmente—, opaca la sustancia de eso real.
La sustancia de ese algo, que como arriba menciono no es sinónimo del virus observable con microscopio, viene vorazmente alimentándose no sólo de vidas humanas sino que también de toda suerte de especulación, imaginario y construcción discursiva. Ha logrado captar la atención mundial y está hoy en el epicentro de los asuntos internacionales. Algunos formulan analogías con la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV, mientras que otros refieren a un arma biológica plantada intencionalmente por potencias de la OTAN en China (incluso diplomáticos del gigante asiático así lo infirieron). Varios señalan laboratorios secretos y la agenda de una élite eugenésica para reducir la población mundial más vulnerable. Para unos pocos no es más que pura paranoia y los índices son apenas los de una gripe común.
Lo cierto es que por la naturaleza no perceptible de la cosa —sino que a través de los efectos letales en el cuerpo humano— su ubicuidad mundial y sorpresivo ataque, ha llevado a que algunos refieran a un “enemigo invisible”. Una suerte de caballo de Troya nanométrico que subrepticiamente vulnera el factor de poder más importante de una nación: su población. Aunque esto en sí mismo no es evidencia de que estemos frente a un arma biológica, en cierto modo se ajusta a lo que anunciaban estrategas de décadas atrás sobre la evolución de las generaciones de la guerra hacia formas asimétricas e irrestrictas. De ser la situación, ¿qué tipo de conflicto se estaría librando y quién sería el enemigo? Ese algo que nos ataca: ¿es el autor de la agresión o apenas el instrumento? Existen antecedentes de elevar al rango de amenaza y atribuirle carácter ontológico a un proceso o fenómeno singular, es decir confundir el medio y tomarlo como la entidad agresora. Desde el anuncio del fin de la Historia e inicio de la era globalista pos-nacional, lo amenazante se presenta en tanto universal.
El mismo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU), Donald Trump, refirió días atrás que esto «es una guerra»[1]. Canceló todos los vuelos desde y hacia China, y cerró parcialmente sus fronteras con México y Canadá. También el presidente Emmanuel Macron, haciéndose eco del análisis del Director General de Salud durante la crisis del SARS, William Dab[2], anunció el lunes 15 de marzo que la situación es tal «como un estado de guerra». Por lo que Francia, uno de los pilares de la Unión Europea, cerró unilateralmente sus fronteras nacionales. Otros países del espacio Schengen como Italia y España con elevados niveles de contagio habían cerrado ya sus fronteras y prohibido la circulación interna de personas con una estricta cuarentena. Bruselas como furgón de cola anunció la restricción de ingresos innecesarios al espacio de la Unión, y Rusia cerró también sus fronteras.
A principios de marzo, Foreign Affairs afirmaba ya que «la pandemia es una amenaza para la seguridad nacional»[3]. Por su parte el Centre for Global Infectious Disease Analysis del Imperial College London, ponderaba unas semanas después en un reporte que la «actual amenaza para la salud pública» a causa del Covid-19 representa la más seria desde la pandemia de gripe del año 1918 (H1N1) mal llamada “gripe española”, la cual llevó a la muerte en sólo un año entre 20 y 40 millones de personas[4]. La prognosis proyectada del ritmo de contagios para el próximo trimestre (en el hipotético caso de ausencia total de medidas gubernamentales de mitigación), alcanzaría a más del 80% de la población del Reino Unido y EEUU con un escenario de víctimas fatales de más de medio millón y de 2 millones de personas respectivamente. De aquí la recomendación de los especialistas de que es vital toda acción para ralentizar la curva de contagio, lo cual implica medidas de aislamiento durante casi un año y eventualmente la inoculación masiva de alguna vacuna que llegue a aparecer.
Al ritmo de los medios masivos de comunicación preanunciando la inminencia de la amenaza global y recomendando distancia social, en las grandes urbes las personas se amontonaban en supermercados para compras compulsivas de alimentos e insumos de higiene. La singular reacción de miles de estadounidenses pareciera indicar que la guerra que se avecina sería de tipo civil: la venta de armas y municiones fue récord en cuestión de días[5]. Curiosa forma de prepararse para el día después del desembarco del monstruo, seguramente influenciada por años de bombardeo de películas apocalípticas con ciudades saqueadas, falta de suministros, estado colapsado, zombis correteando y el regreso a un estado de naturaleza pre-hobbesiano. En aquel caso, el conciudadano es el posible enemigo que se teme, más que al propio virus.
Al momento, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el número confirmado de personas contagiadas supera ya las 230.000 en más de 170 países y territorios, y los decesos ronda la cifra de 10.000 (y contando)[6]. Varios epidemiólogos de centros universitarios consideran que el número de infectados y muertos es significativamente mayor[7], ya que en algunos países no existen centros especializados para analizar las muestras de todo su territorio o bien hay numerosos casos de contagio que no se han tomado muestras.
Así y todo, no es posible predecir el número final de infectados y muertos que tendrá el virus, menos las pérdidas económicas a escala mundial. Pero lo que resulta evidente a primera vista es que a medida que avanza globalmente ese “algo” amenazante, paradójicamente las fuerzas que impulsan el globalismo parecieran retraerse. El sistema financiero mundial se derrumba como un castillo de naipes poniendo en evidencia que su soberbia riqueza posee escasa sustancia material. Precios inflados de commodities, cotizaciones en bolsas, acciones, ventas a futuro, bonos, swaps, intereses de intereses… toda una espuma evanescente a medida que avanza “eso”. Tras su paso, ¿modificará los circuitos financieros de forma definitiva o la sacudida sería insuficiente para lograrlo? Mientras tanto, la tendencia de adquirir grandes empresas y bienes estratégicos a precio de ganga, ¿llevará a un mundo más multipolar o a la definitiva hegemonía de una única superpotencia mundial?
Otros pilares también del globalismo como los organismos internacionales demuestran nuevamente su inutilidad para hacer frente a crisis extraordinarias: las mismas OMS y FAO tipifican de pandemia (no infecciosa) a la obesidad, cuando la cantidad de niños menores de 5 años con retraso del crecimiento y emaciación por hambre supera los 200 millones en el mundo. Verdaderos muertos en vida que no movilizan ninguna alarma planetaria.
Por lo pronto la tendencia mundial es hacia una reafirmación del Estado en la toma de decisión. Declarar el estado de excepción o emergencia ha suspendido hasta el discurso de la libertad y fraternidad universal. De aquí que varios gobiernos portaestandartes del aperturismo cierran temporariamente sus fronteras, suspenden el transporte por buques, trenes y aviones (nacionalizan empresas como Alitalia), ordenan sacar fuerzas armadas y policiales a la calle para vigilar el cumplimiento de la contención, y en definitiva se ven obligados a planificar, controlar y decidir en pos del bienestar del soberano. Los bandos políticos aparentemente opuestos se presentan juntos frente a la crisis y emiten postales de unidad republicana de cara al electorado. Ministerios y secretarías de Salud Pública cobran imponderable valor y la situación de los sistemas domésticos de sanidad pasa a ser el termómetro de ultima ratio de la efectiva gestión del presupuesto estatal. Ninguna facción nacionalista o cataclismo político —ni siquiera el colapso de la Unión Soviética— logró tanto en tan poco tiempo como ese algo amenazante.
En el hormiguero urbano se suspende lo superfluo (y mucho más también). El consumo narcisista, el spleen del shopping, feriados, melifluos panfletos, marchas reivindicativas, y paritarias sindicales. Hasta suena reconfortante atrincherarse en el propio domicilio a esperar que el ángel exterminador pase, y que todo fragor se limite a disputarse rollos de papel higiénico en el supermercado con un anónimo vecino que mira con cara de: “¿y tú cuántos virus letales vienes fermentando?”. No hay estruendos, no hay fuego, los enfermos caen silenciosamente y los muertos son una cifra en pantalla. Este singular “estado de guerra” no parece ser lo que comúnmente se representa como tal. Incluso da lugar a la negación: ¿está esto realmente pasando? O peor aún, como algunos defensores light de los buenos valores religiosos plantean: ¿por qué tanto bullicio si afecta “nomás” a los grupos de riesgo? (ancianos, personas de tercera edad y con afecciones cardíacas previas, hipertensión, inmunodeprimidos, etc.). Para los neo-utilitaristas (disfrazados de creyentes o no) ese algo monstruoso es una inevitable oportunidad para sacarse de encima los indeseables y “menos aptos”. Una eutanasia accidental y limpieza natural que la cancelación de la “ética indolora del nuevo tiempo democrático” —en palabras de Gilles Lipovetsky— permite dejar aflorar en tiempo de guerra. Ese algo puede implicar incluso el riesgo de comprobar amargamente que hasta el civismo, las buenas maneras y valores tradicionales del tiempo de paz también se cancelan como algo superfluo.
Pero la más álgida de las negaciones frente a ese algo aterrador, que saca a flote la estulticia y la ciega creencia en la responsabilidad de aquellos que llamamos gobierno en la periferia, es cuando mella la capacidad de toma de decisión que le fue atribuida mediante el ritual del sufragio. El filósofo Slavoj Zizek en su libro Irak. La tetera prestada (2006), interpreta la lógica del poder a partir de un viejo chiste en una secuencia argumentativa: «1) Jamás me prestaste una tetera; 2) te la devolví intacta; 3) la tetera ya estaba rota cuando me la prestaste». La inoperancia e hipocresía en los discursos recientes de algunos ministros nacionales se pueden leer bajo la misma figura: 1) “No tenemos ninguna posibilidad de que exista el coronavirus en el país”; 2) “Todos los casos detectados han sido casos leves”; y 3) “Yo creí que iba a llegar más tarde”…
Como mencioné públicamente en ocasiones anteriores[8], si los que tienen a su cargo la toma de decisión de la alta política estatal no comprenden o ignoran la profundidad de los asuntos estratégicos y la dimensión geopolítica donde interactúan diversos poderes, el costo para la defensa nacional será muy alto. Como los momentos de crisis nos vienen a recordar, está puesta a examen la calidad y solidez institucional, donde el costo no es perder una votación sino la vida de miles de personas. Vale reiterar que la población es el principal factor de poder a defender de una nación; y que en teoría, el tiempo de la paz es el tiempo político de preparación para el tiempo excepcional de la guerra.
Frente a la amenaza de ese algo invisible y monstruoso que se ha configurado, que realmente puede transformar el cuerpo en un campo de batalla microfísico, se presenta una ventana histórica de oportunidad para retomar la senda de un proyecto nacional. Prescindir de lo superfluo, contar con lo básico: territorio, población y… ¿gobierno?
El momento es ahora.
* El autor es Profesor Titular de Geopolítica en la Universidad de la Defensa Nacional (ESG, UNDEF), Buenos Aires.
Referencias:
[1] “Coronavirus: Trump puts US on war footing to combat outbreak”. En: BBC News, 19/03/2020, <https://www.bbc.com/news/world-us-canada-51955450>.
[2] Vey, Tristan. “Coronavirus: “Il faut prendre conscience que nous sommes en état de guerre”. En: Le Figaro, 15/03/2020, <https://www.lefigaro.fr/sciences/coronavirus-il-faut-prendre-conscience-que-nous-sommes-en-etat-de-guerre-20200315>.
[3] Monaco, Lisa, “Pandemic disease is a threat to national security”, en Foreign Affairs, 03/03/2020,
<https://www.foreignaffairs.com/articles/2020-03-03/pandemic-disease-threat-national-security?utm_medium=promo_email&utm_source=promo_2&utm_campaign=st020-camp2-registr-panel-b&utm_content=20200319&utm_term=st020-camp2-registr-panel-b>.
[4] Ferguson, Neil et. al., “Impact of non-pharmaceutical interventions (NPIs) to reduce COVID19 mortality and healthcare demand”. En: Imperial College COVID-19 Response Team, 16/03/2020, <https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf>.
[5] Oberg, Ted, “Guns and ammunition sales soar amid coronavirus panic buying”. En: ABC13 News, 16/03/2020, <https://abc13.com/society/guns-and-ammunition-sales-soar-amid-coronavirus-panic-buying-/6026047/>.
[6] World Health Organization. Novel Coronavirus (COVID-19) situation (actualización 19/03/2020),
<https://experience.arcgis.com/experience/685d0ace521648f8a5beeeee1b9125cd>.
[7] Johns Hopkins University COVID-19 Resource Center (actualizado 21-03-2020),<https://www.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6>.
[8] Borrell, Juan José, “Formar en estrategia y geopolítica para la defensa nacional”. En: Infobae, 05/02/2019, <https://www.infobae.com/opinion/2019/02/05/formar-en-estrategia-y-geopolitica-para-la-defensa-nacional/>.
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