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CUBA: VIEJOS Y NUEVOS CONTEXTOS

Alberto Hutschenreuter*

El domingo 11 de julio de 2021 quedará en los registros como una jornada histórica en Cuba. Como ocurriera en 1994, cuando hubo manifestaciones en La Habana, la ola actual de protestas, mucho más extendida que entonces, colocó a la isla del Caribe en el centro de las noticias internacionales.

Si tenemos que plantear un análisis sobre las razones que explican la agitación popular en Cuba, necesariamente hay que considerar la dimensión externa y, obviamente, la interna. Comenzando desde afuera hacia dentro, hay un actor primario en relación con los sucesos: Estados Unidos.

La geopolítica nunca se ha ido, y menos si se trata del actor más grande, rico y estratégico del globo. Para Washington, las plazas de interés territorial o selectivo en el continente suponen tres escalones: primero, Centroamérica y el Caribe; segundo, Venezuela y Colombia; y tercero, el resto del subcontinente, donde se mantiene la apreciación sobre la condición de Brasil como “pivote” regional.

Desde estos términos, más allá del contexto internacional imperante, todo lo que ocurre en ese primer anillo geopolítico forma parte de los intereses vitales estadounidenses; del mismo modo que lo son todas las zonas alógenas para otros actores preeminentes: Europa del este para Rusia, Mar de la China Meridional para China, el Indico cercano para India el Cáucaso del sur para Turquía, etc.

Estados Unidos ha ganado la Guerra Fría; sin embargo, ello no implicó ganancias en relación con Cuba, que continuó bajo un férreo régimen comunista antiestadounidense. Por tanto, la administración demócrata considera que es tiempo de completar aquella victoria, decisión que implica “reactivar” los viejos propósitos estratégicos de los “Documentos de Santa Fe” (de principios de los años ochenta), en los que la potencia mayor se proponía debilitar a la Unión Soviética en todos los puntos del mundo donde este actor mantenía “extensiones” de poder, influencia, recursos, etc.

El presidente Joseph Biden, que combina “genes” ideológicos y geopolíticos de Wilson y Reagan en su proyección exterior, estima que hay que cerrar el ciclo victorioso. De ese modo, no solo acabaría con el ascendente de La Habana sobre los denominados “piratas del Caribe” (Venezuela, Nicaragua y más allá también), sino que restringirá las políticas de “reparación estratégica” que lleva adelante Rusia en la región (se habla de reabrir una base de espionaje en la isla), podrá asimismo “regresar” a Latinoamérica y, finalmente, se encontrará en “igualdad” frente a socios que no se han sumado al bloqueo a la isla y que se encuentran presentes en la economía cubana (Canadá es el principal socio comercial de Cuba).

Sin duda, la eventual profundización de las protestas incrementará las advertencias de Moscú en relación con el principio de no injerencia; y seguramente se tensionará más todavía la relación Estados Unidos-Rusia, pero resulta difícil que este último se comprometa militarmente más allá, sobre todo cuando Siria, Crimea, armamentos, etc. han sobrecargado sus compromisos externos para una economía que se halla en dificultades.

Es importante tener presente que si bien las relaciones La Habana-Moscú se reactivaron durante el período 2014-2020, según el detallado estudio del analista cubano Victor M. Rodríguez Etcheverry, han crecido las reservas de las autoridades rusas sobre la excesiva ideologización del régimen cubano (en diciembre de 2020 se llegaron incluso a cancelar acuerdos entre los dos países, aunque se mantiene el concepto de “alianza estratégica”, la que supone múltiples compromisos rusos en Cuba, desde energéticos hasta turísticos, pasando por transporte, defensa, posicionamiento global, etc.).

Asimismo, un eventual “cambio” en Cuba también permitirá a Estados Unidos contender con China, el nuevo actor preeminente en la región (es el segundo socio comercial de la isla). Sin duda que América Latina ha perdido relevancia estratégica, sobre todo con el vendaval de la pandemia. Pero, como se sostuvo antes, se trata de un área de interés estadounidense con diferentes gradaciones geopolíticas; por tanto, no se puede aceptar que sufra una “colonización” geoeconómica por parte del principal rival del Estado-continental americano.

Más allá del viejo contexto, al que hay que sumar cuestiones como el mal desempeño de la economía cubana (el país atraviesa la peor situación desde la gran crisis de los años noventa), la suba de deudas externas, las sanciones estadounidenses, el deterioro sensible de la “calidad de vida” en la isla (en buena medida debido a la escasez de bienes), las secuelas que viene ocasionando la pandemia, el empuje de las nuevas generaciones y la emergencia de agrupaciones y el mismo fin del liderazgo (el actual presidente ni otro jamás podrán ostentar el ascendente que tuvo Fidel Castro), se agregan hoy el seísmo que implica la conectividad, cuyo principal daño en los regímenes totalitarios es la ruptura de la atomización social, la principal herramienta de control bio-político por parte de tales regímenes.

Más allá de lo que pueda suceder en Cuba, este último dato es clave: han pasado más de 50 años desde la brutal represión de la denominada “Primavera de Praga”; pero el presidente Diaz-Canel cree, como sucedió en la entonces Checoslovaquia, que puede ahogar a sangre y fuego cualquier levantamiento o reclamos de reformas en Cuba. En aquel tiempo el mundo era de bloques o esferas de influencias, existía la “Doctrina Brézhnev” (o de soberanía limitada) y no existían las redes. Todos sucedía “muros adentro” y sin posibilidades de ayudas externas. Pero fue la última vez que se recurrió a la fuerza dentro del bloque para aplastar intentos de reformas.

Pero aun suponiendo que se puede atrasar el tiempo, Cuba no tiene un “pacificador externo” contiguo, como lo era la URSS en relación con los países del Pacto de Varsovia, ni tampoco es China. Aquí, donde podrían ocurrir disturbios de escala si se llegaran a plasmar “escenarios de fracaso” por parte del régimen de Pekín (un tema que no siempre se considera), el notable crecimiento económico durante cuatro décadas le ha permitido al régimen disponer de un elemento de “legitimación”, y la pandemia fungió como un acontecimiento que le permitió al régimen “ajustar” el control de la comunicación en un país donde la “modernización”, es decir, el mantenimiento de la igualdad social, ha fracasado.

En breve, en Cuba se darán viejas y nuevas realidades. Será muy difícil para el régimen afrontar la situación con métodos que (salvo en China –que combina leninismo, es decir, represión, y mercado- y en la singular Corea del Norte –que combina aislacionismo, armas nucleares y vecino valedor) no dan resultados. La desaparición de la vieja dirigencia cubana ha sido reemplazada por una nueva capa que continúa aferrada a patrones de disciplina social del siglo XX y que considera que la confrontación granítica sigue siendo entre comunismo y capitalismo.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG.

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