Luis Alberto Briatore*
La batalla aeronaval por nuestras Islas Malvinas fue la más grande que se haya visto desde la Segunda Guerra Mundial.
En la confrontación estuvieron frente a frente, el Reino Unido miembro de la OTAN, tercera flota del planeta y de gran tradición en la guerra naval, ayudada por EEUU, primera potencia mundial, proveyendo armamento, como así también, equipamiento de última generación, además, de suministrar información de inteligencia, datos vitales y sensibles, relacionados a las Fuerzas Armadas de nuestro país.
Como oponente, defendiendo lo que nos pertenece, la República Argentina, la que disponía de aviones con una aviónica antigua y armamento inadecuado para el ataque a objetivos navales, excepto la Armada, que contaba con el efectivo y letal binomio Súper Etendard y el misil aire mar AIM 39 Exocet. El punto a favor de los pilotos argentinos previo a la contienda, era el alto nivel de adiestramiento de las tripulaciones en vuelo.
El coraje y valentía de los guerreros alados, equilibraron y hasta estuvieron a punto de inclinar la balanza hacia el bando celeste y blanco. Prueba de ello, fueron los 7 buques hundidos, 5 fuera de servicio, 12 con daños de diversa consideración. De un total de 39 buques, el 63 % recibió el castigo feroz de los certeros ataques propinados por la aviación argentina.
Aun con un alto porcentaje de derribos propios, uno de los más altos en la historia de las guerras aéreas, con pérdidas de muchas y valiosas vidas, la intensidad de los ataques nunca declinó a lo largo del cruento conflicto, comprometiendo la Fuerza Aérea Sur – FAS en cada oleada todo el material y personal disponible. El precio gaucho fue muy alto, un raudal de sangre derramada sobre la turba malvinense, de almas que desde esos gloriosos días custodian desde el cielo, las Islas Malvinas, con la firme convicción y esperanza de una futura recuperación.
Un detalle que evidencia la magnitud de lo logrado, se encuentra tatuado en misma piel de los aviones de combate argentinos, los que se atrevieron atacar a la poderosa flota inglesa. Son los únicos del planeta que ostentan distinguidas cucardas, las que ilustran con la silueta del buque hundido y la fecha del ataque, el haber enviado al fondo del mar a navíos de guerra de gran porte, y por aquellos días, de última generación, los que yacen como testimonio y para siempre, en las profundidades del rocoso lecho marino malvinense.
Durante la capitulación, el 14 junio de 1982, el Reino Unido despacha las actas para que sean firmadas por los comandantes argentinos.
Aquel día el Comandante de la Fuerza Aérea Sur, el Brigadier Ernesto Crespo, se encontraba en su puesto comando en la Base de Comodoro Rivadavia cuando recibió una llamada desde las islas Malvinas. Los británicos le exigían la rendición incondicional, comunicándole que estaba incorporado al acta de capitulación, documento que debía firmar sin objeción alguna y a la brevedad.
Luego de escuchar lacerante mensaje, corta intempestivamente la llamada, actitud que evidenció la inadmisibilidad al pedido inglés.
A los pocos minutos, el teléfono volvió a sonar. En este segundo enlace, los mandos ingleses proponían un radical cambio de postura. Intentando evitar nuevos letales ataques, le piden a cambio de firmar la rendición, su “palabra de honor” de que no va a atacar más a las tropas colonialistas.
El Brigadier Crespo luego de analizar el complejo escenario junto a su Estado Mayor, mientras el componente militar argentino en Malvinas se había rendido, entregando su armamento y todo elemento de interés para el enemigo, determinan, que ante el alto costo de vidas y la compleja situación imperante, el persistir con los ataques aéreos ya era inútil.
Con dolor, accedió y dio “su palabra de honor” de que no atacaría más la aviación de combate argentina.
Aquella promesa verbal y no escrita, desoyendo el deseo inicial del enemigo, puso de manifiesto el uso de un valor muy sagrado para un guerrero argentino, “la palabra de honor”. Escueta frase de compromiso que bastó para cesar por completo las hostilidades por parte de los aviones combate de la FAS.
Hecho que pone de manifiesto la actitud de los hombres pertenecientes al componente aéreo durante el conflicto, desde el soldado más moderno hasta su comandante.
La determinación y valentía de los pilotos argentinos, el trabajo en equipo de todo el personal involucrado en las acciones bélicas tanto en continente como en las islas, junto a las decisiones como la que acabamos de mencionar, fue la que forjó el enorme prestigio de la Fuerza Aérea Argentina ante el mundo entero.
Concluida una sucesión de inimaginables y osadas acciones heroicas, contra un enemigo que se creía invencible, además de despertar la admiración de la aviación toda, también forzó por parte de las grandes potencias bélicas, a efectuar un pormenorizado análisis de las acciones, y a posteriori, a consecuencia de ello, implementar profundos cambios, reescribiendo manuales de doctrina, estrategia y táctica militar, en base a lo actuado sobre las gélidas aguas del Atlántico Sur.
La Biblia pone en boca de Jesús las siguientes palabras: “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra” (Lucas 4:24). Aludía a sí mismo, pues muchos pobladores de la zona en la que predicaba no creían que él fuese el enviado de Dios, tal cual como lo había anunciado el profeta Isaías.
Luego de veinte siglos, lamentablemente algo similar sucede en nuestro suelo con los héroes malvineros y últimos próceres argentinos pertenecientes a las tres Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad, Aviación Civil y Marina Mercante.
La reputación de nuestros guerreros fue percibida y valorada de inmediato en su justa medida fronteras afuera, y no, inadmisiblemente, por el Estado Nacional, al que pertenecen con orgullo, y por el que entregaron la vida.
Seres humanos excepcionales que cumplieron como nadie el juramento de defender a la Patria, no han sido considerados y valorados aun como se debe, ni tampoco, ha sido escuchado su mensaje luego de morir por nosotros, por Dios y por la Patria.
Instituciones defensoras de la soberanía, con una formación de excelencia, las que dieron testimonio de obrar en valores en defensa del suelo soberano, han sufrido un debilitamiento paulatino e ininterrumpido desde aquellos días, como parte de un objetico de estado tácito, cayendo por una pendiente que aún no se detiene. Imposibilitadas de cumplir con su función específica, por no disponer de las herramientas necesarias para hacerlo, pasando a ser parte de uno de los pilares más débiles de nuestra sociedad.
“La esperanza nunca se pierde, porque siempre se tiene la esperanza de encontrarla” (Carlos Arturo Arregoces Alvarez-Literario).
Para cerrar, gritare bien fuerte una y otra vez, una potente frase buscando invocarla.
“¡VIVA LA PATRIA!”
* Egresó como Alférez y Aviador militar de la Escuela de Aviación de la Fuerza Aérea Argentina en 1981 (Promoción XLVII) y como Piloto de Combate de la Escuela de Caza en 1982. Fue Instructor de vuelo en la Escuela de Caza y en aviones Mirage y T-33 Silver Star (Bolivia). En el extranjero voló Mirage IIIEE como Jefe de Escuadrilla e Instructor en el Ala 111 del Ejército del Aire (Valencia, España) y T-33 Silver Star como Instructor de Vuelo en el Grupo Aéreo de Caza 32 y Asesor Académico en el Colegio Militar de Aviación en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Su experiencia de vuelo incluye 3.300 horas de vuelo en reactores y 200 horas en aviones convencionales.
Licenciado en Sistemas Aéreos y Aeroespaciales del Instituto Universitario Aeronáutico (Córdoba, Argentina) y Master en Dirección de Empresas de la Universidad del Salvador.
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