Iris Speroni*
Egresan de las instituciones con amplios conocimientos no sólo con los cuales ganarse el pan el resto de sus vidas sino para alimentar a sus semejantes.
Actualmente existe una gran distancia cultural y emocional entre la población de la ciudad y la del campo.
La misma no es inocente. El poder político promueve el menosprecio y la calumnia popular hacia el sector productivo agropecuario.
¿Cuál sería el fin? Darle un manto de nobleza y reivindicación al saqueo y exterminio. Saqueo: Diferentes sectores económicos y políticos del país se quedan con el fruto del trabajo del productor agropecuario (desde un humilde yerbatero misionero a un propietario de varias hectáreas en zona núcleo). Exterminio: desaparecieron 100.000 familias agropecuarias en los últimos 15 años (de 350 a 250 mil).
El expolio cuenta con un manto legal (impuestos) y regulatorio (diferencial de cambio por circulares del BCRA) para su instrumentación y un paraguas cultural y emocional para su justificación.
Existe toda una maquinaria integrada por universidades (academia), medios de comunicación y expresiones culturales (películas) cuyo fin es pintar a los productores agropecuarios como abusivos y oponerlos al trabajador urbano el cual debe comprar comida con su magro salario.
Es una bajada de línea vigente en el CBC y en facultades como Económicas, Sociales, Ciencias Políticas, etc. Luego permea por toda la sociedad a través de periodistas/propagandistas, docentes de escuelas secundarias y primarias y el resto del aparato cultural.
Su fin es justificar el despojo por parte de los beneficiarios del mismo: algunos pseudoindustriales, contratistas del Estado, el sector financiero, las actividades que no pagan impuestos o tienen groseras exenciones (minería, hidrocarburos y automotriz, nuestras vacas sagradas), la burocracia estatal jerárquica.
La martingala es: el estado se apropia de la producción agropecuaria y luego la reparte entre quienes son ―en los hechos― los dueños del Estado. Se trata de los sectores patronales ya listados más los funcionarios responsables operativos. En mucha menor medida y sólo para calmar las aguas, se reparte una mínima porción de dinero entre los desposeídos, al sólo efecto de que no cuelguen a esta nueva oligarquía y la maquinaria pueda seguir funcionando.
Luego de obtener este botín, las patronales desean reducir el salario al mínimo posible. En efecto, como sus ingresos no provienen de venderle bienes y servicios a la población, no necesitan que la población tenga poder adquisitivo para comprar los bienes y servicios que producen; así que cuanto más bajos sean los salarios, menores sus costos, mayor rédito patronal.
Por eso las patronales urbanas requieren una maniobra complementaria: bajar artificialmente el precio de los alimentos, aún a riesgo de no cubrir los costos de producción (como ahora con los tambos).
Bajar artificialmente los alimentos, se logra con aprietes, regulaciones arbitrarias y presión cultural en los medios de comunicación. Ahí tenemos a infinidad de “economistas” Nac&Pop que pasean por TV y sostienen que hay que “desacoplar los precios de los alimentos del precio internacional”, gansada que escuché en la facultad cuando estudiaba (1983-1988). No se les ocurre algo brillante como “acoplemos los salarios argentinos a los salarios internacionales”.
Escuela Agrícola Salesiana.
El sector agropecuario ha tratado varias veces de cerrar esa brecha cultural y contrarrestar la evidente hostilidad.
A un productor agropecuario le resulta incomprensible el espontáneo destrato que recibe por parte de una enfermera que trabaja en una clínica en la Capital Federal o por un recolector de residuos de Chascomús. Le resulta imposible de digerir (él sólo produce y paga impuestos). Se siente ofendido y agraviado por las agresiones recibidas por parte de funcionarios públicos jerárquicos y por periodistas por igual (*); sentimiento que lo paraliza, al punto de no saber cómo reaccionar excepto para mendigar que le dejen de agredir y que le escuchen.
Eso no sucede ni sucederá.
Ha habido intentos de propaganda para unir campo y ciudad, los cuales han sido pocos y malogrados.
Estoy convencida de que el único programa serio para contrarrestar los abusos es el poder duro y puro: tener representantes en los cuerpos colegiados (concejos deliberantes, legislaturas provinciales y el Congreso Nacional). Armar bloques cada vez más morrudos hasta llegar a ser imprescindibles para aprobar ordenanzas o leyes provinciales y nacionales, en particular los presupuestos; elegir jueces, etc.
Así funcionan en Argentina distintos sectores como la minería, el petróleo, las farmacéuticas o en el caso del sindicalismo, los docentes. Es lo que les garantiza contar con fichas para negociar.
Actualmente existen cientos de escuelas agropecuarias en todo el país, algunas privadas y otras públicas. Es una educación integral donde se combinan conocimientos generales (lengua, matemática, geografía e historia) más las materias específicas. A los niños y adolescentes se los educa no sólo en el cuidado de animales y en el arte de la agricultura sino también en la elaboración de alimentos. Egresan de las instituciones con amplios conocimientos no sólo con los cuales ganarse el pan el resto de sus vidas sino para alimentar a sus semejantes.
Respecto a la educación agropecuaria, sólo queda ampliar la oferta, hasta que encuentre un techo de demanda. En este rubro hay gente que trabaja y lo hace muy bien. Esto ya está y está bien.
Mi propuesta es para otro sector de la sociedad: acercar a los argentinos que viven en las urbes con los que viven de la ruralidad; incorporar la educación agropecuaria a la educación primaria y secundaria general. Es para los niños que hoy van a colegios convencionales, no los que van a escuelas agropecuarias.
Proveer educación agropecuaria a todos los niños, con una frecuencia, al principio, de una vez por mes. Ir desde la ciudad a un campo y tener contacto con huertas y animales.
Imaginen niños urbanos ―de cualquier clase social― lo que puede significar para ellos tener un corderito en brazos. Para los adolescentes, subirse a la maquinaria agrícola les hará sentir el Capitán Kirk.
La actividad implica darle de comer a gallinas y conejos, a vacas, cerdos y ovejas, acariciar un caballo. Cuidar la huerta. Desde lo teórico, que aprendan los ciclos de vida, las cantidades de alimento que hay que darle a cada uno y la composición del mismo. Más grandecitos, que ayuden a parir a una oveja, a esquilar, a vacunar. A nivel secundario, a hacer queso, dulce de leche, chacinados. Que aprendan de bromatología. Y que estudien biología (fotosíntesis, ciclo del agua, células, tejidos, etc., el Villé completo) con un marco práctico también.
Para quienes van a colegios industriales, que tengan un apartado en maquinaria agrícola, riego, generadores eléctricos autónomos y todas las instalaciones que necesita una explotación rural y la industria de alimentos para funcionar (pasteurización, cámaras de frío, molinos, secado) etc. Sería una parte más de la formación.
Para que esto se lleve a cabo son necesarias instalaciones ad-hoc. No se los puede llevar a los colegios agropecuarios ya existentes: sería muy disruptivo para los mismos. Pero sí preparar instalaciones rurales para que reciban niños en forma rotativa.
Piensen en niños que viven en un barrio carenciado de Moreno o Lanús o Lomas de Zamora o San Martín (provincia de Buenos Aires) o de Rosario o de la Capital Federal. O en niños de departamento del centro de Buenos Aires o de Córdoba capital. Sería abrirles una ventana a un mundo que desconocen.
La primera parte del programa debería seducir con la comida. Recibirlos a todos con un gran desayuno. Tostadas con pan, manteca y dulce de leche casero. Mate cocido con leche. Todas cosas que en algún momento obtendrán por sí mismos, cuando aprendan a ordeñar y preparar. Luego las actividades del día. Que sepan que a los animales hay que darles de comer los días de sol y también los de lluvia. El almuerzo debe ser empanadas, asados y frutas. Piensen que hay muchos niños que nunca o rara vez comieron asado. Luego actividades y antes de irse una muy buena merienda, pastelitos incluidos.
Importante: todos ―niños y docentes― deben irse con una cajita feliz: dulce de leche, alfajores, chacinados, queso. Los niños no lo olvidarán jamás, porque lo que uno conecta emocionalmente, no se olvida nunca. Y lo que entra por la comida, queda grabado en el cerebro. Que la madre sepa que si el niño tiene “día de campo” vuelve con medio kilo de dulce de leche, el cual se compartirá en familia. Ídem docentes.
Implica una gran inversión. En instalaciones para animales y huerta, más baños, comedor, cocina para la comodidad de niños y docentes. Y gastos: alquiler del predio, luz, sueldos, compra de animales, forraje, etc. Además del transporte, ya que a los chicos hay que trasladarlos.
Con el tiempo, habrá que incluirlos en actividades culturales, como fiestas tradicionales y jineteadas. Para que sea no sólo una enseñanza práctica sino también de la tradición.
Supongamos que ningún departamento educativo provincial accede por las razones que todos conocemos.
Propongo que se empiece, primero con pruebas piloto y luego con mayor volumen, con las escuelas parroquiales que se avengan. Financiado por el sector agroindustrial (transporte, docentes específicos, contratar seguros para los niños y para el personal, luz, alquiler del predio, compra de animales y forraje y herramientas). Se puede usar predios de sociedades rurales o cooperativas que los tengan ociosos o subutilizados y adaptar las instalaciones.
Es una idea. ¿Habrá mejores? Probablemente. Pero de alguna manera hay que empezar a contrarrestar la gigantesca propaganda anti-campo, la cual se produce no sólo en Argentina sino en Occidente, si bien en exterior es por diferentes razones.
En algún momento habrá que empezar a defender nuestras tradiciones y la integridad de nuestra nación.
Notas
(*) O por parte de militantes del autopercibido sector nacional y popular.
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