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CUANDO EL VIRUS NOS HAYA CORONADO

Juan José Santander*

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

El panorama de fondo es la globalización.

Por panorama de fondo entiendo varios aspectos:

El fondo es como las radiaciones que llegan desde los confines del universo y se atribuyen a las estrellas o astros más viejos o más jóvenes según se vea, recordándonos los rasgos propios del pasado: remoto, inmutable y vigente, constituyendo una continuidad hasta el hoy del presente. Lo que a la vez evoca Die Eule der Minerva de Hegel con su eco en Machado:

Nunca es triste la verdad,

lo que no tiene es remedio

O las perspectivas que aparecen hacia el horizonte tras el sitio de los personajes centrales en la pintura del renacimiento europeo, lo que también cabe a la idea de panorama.

O el bajo continuo en los tratados tradicionales de la música occidental, que determina la configuración de la armonía y guía las voces superiores; más o menos lo que hace la perspectiva desplegándose pero con superposición simultánea de los elementos. Es interesante recordar el nombre que recibe (siglos XVI y XVII) en España: ‘pedal’ —probablemente por el teclado de pedales del órgano— y en Inglaterra: ‘ground’, o sea suelo, ya que manifiesta la sensación de base y apoyo, tal que aunque no se oyera seguía tácitamente determinando el conjunto del acorde, y en cuanto a apoyo, recordemos que la cuerda más grave de la guitarra (también desarrollada en esos siglos) es la bordona, femenino de ‘bordón’ que es el cayado o bastón en que se apoyan los peregrinos en su marcha.

Estas aparentes digresiones apuntan a afianzar la idea de lo que significa fondo en este contexto.

La globalización no es nueva; las de mayor alcance planetario considero que son dos: la época llamada de los Descubrimientos que coincide aproximadamente con el Renacimiento europeo y el siglo XIX, incrementándose sobre todo en su último tercio, también aproximadamente.

Ha habido globalizaciones anteriores: la expansión e influencia del Imperio Romano, la del Islam, y a ambas se las circunscribe al decir que lo son ‘del mundo conocido’. Precisamente ahí está la singularidad de la globalización actual: nunca antes la globalización abarcó e implicó el conocimiento de sucesos lejanos inmediatamente y a efectos prácticos, en tiempo real.

Este saber qué pasa y dónde ahora mismo determina contraposiciones y contrastes a los que el ver simultáneamente confiere una fuerza de impacto intelectual y emocional de una vigencia y fuerza desconocidas por el hombre hasta el presente, teniendo al mismo tiempo en cuenta que ese ver y ese saber dependen para su elaboración por las personas de los rasgos de su cultura, formación, posición social y la propia sociedad tanto en la que vive como en la que fue criado y pueden no ser las mismas, por una parte y, por otra, a que el desarrollo de los medios de comunicación permiten no ser sólo espectador de lo que sucede y vemos que sucede sino también compartir nuestra opinión con otros salvando barreras de distancia, de cultura y hasta de idiomas.

En este marco panorámico con la globalización de fondo surge el corona virus.

Recordemos que ya Eric Hobsbawm, en su Historia del siglo XX y en sus últimas reflexiones y análisis deja planear, a partir de la excepcional e históricamente novedosa —nunca antes registrada— bonanza de los ’70 del siglo pasado —más acentuada en los países llamados occidentales— la amenaza de una reiteración de la crisis de 1929. Y es precisamente con ese episodio que se compara la situación actual. Para Hobsbawm, el crash se origina en la caída sucesiva y provocada en cadena de los intercambios comerciales, al modo del derrumbe de un castillo de naipes, que es precisamente también lo que empieza a columbrarse desde el inicio de la pandemia.

Pasaré revista a ciertos aspectos conflictivos que ya estaban presentes al momento de la aparición del virus y sobre los que éste ha actuado a mi entender como catalizador.

– Finanzas

La crisis financiera de 2008/9 puso en evidencia, a través del escándalo de las hipotecas ‘sub-prime’ lo artificioso y enteléquico de los manejos financieros. El despegue de las realidades económicas que comienza con la introducción del papel moneda que inventó, precisamente para financiarse, la Revolución Francesa y que a través de innovadores métodos cibernéticos de contabilidad en los que los montos son registros que se truecan y transfieren cada vez con menos apego a un fundamento real de valor ha llegado a alcanzar un nuevo culmen —que no será probablemente el último que experimentemos— excepto que una circunstancia imprevisible, como el sacudón que las consecuencias prácticas, efectivas, que en la economía real ha tenido la aparición y difusión hasta ahora imparable —salvo el poco halagüeño horizonte de todos contagiados por ende inmunizados y, diría Bécquer, ‘qué solos se quedan los muertos’— del virus provoque una transformación profunda cuyos rasgos y alcances estimo serán tan imprevisibles como su origen.

Otro aspecto importante de las finanzas es su incidencia en el ámbito bursátil, es decir, donde se manejan y establecen las cotizaciones de los productos y servicios —i.e., su precio— y el valor de las empresas que los producen y ofrecen al mercado. Esta incidencia suele asumir los mismos rasgos ya señalados de divorcio de la realidad entre lo financiero y lo económico, con el agravante crucial de que en este caso afecta directa y a veces perversamente la valoración de la riqueza real, concreta, del trabajo y su producto. Lo que inevitablemente afecta el comercio de esos bienes, cuestión decisiva en las actuales circunstancias.

– Petróleo

Desde 1973/4 el precio del petróleo cobró una resonancia que no tenía en el ámbito internacional. Luego, dos novedades surgieron a partir del alza de ese precio: una, que muchos yacimientos tradicionales se volvieron rentables, como los del Mar del Norte, seguida de otra que fue el desarrollo técnico que permitió explotar los esquistos a través del ‘fracking’, aún más costoso que el anterior pero vuelto rentable por la mencionada alza. La otra es el desarrollo de fuentes alternativas, como los biocombustibles, por un lado y, por otro, las energías renovables: solar, eólica entre otras. De momento, los productores de petróleo a la antigua siguen teniendo primacía porque sus yacimientos les permiten aumentar su producción arrastrando los precios abajo y también porque las industrias que necesitan de esa energía no se han convertido masivamente al uso de esas ‘nuevas energías’ Por otra parte la agotabilidad del viejo recurso ha llevado al resurgimiento de viejos combustibles ya casi abandonados si no olvidados y mucho más contaminantes, como el carbón, y también a que los productores tradicionales —v.gr. Arabia Saudita— se planteen seriamente la necesidad imperiosa de obtener la mayor ganancia en el menor plazo posible, habida cuenta, además, que el horizonte temporal de agotamiento del recurso y/o de su rentabilidad no se cuenta en siglos sino en décadas. La disrupción de las economías y de los intercambios que ocasiona el virus agrega un matiz dramático a estos dilemas, de suyo preocupantes.

Cabe distinguir, por otra parte, el caso de los biocombustibles que, o dedican a la circulación de vehículos muchas veces de placer, productos que podrían ir a la alimentación o, con un efecto igualmente perverso, dedican tierras laborables a cultivos que cumplen ese propósito de ersatz energético restándolas a las dedicadas a producir alimentos. Todo esto para mantener una industria sobre la que el horizonte del agotamiento de las fuentes de combustible hasta ahora utilizadas cuelga su espada de Damocles. Y no tiene remedio, nos recuerda Machado.

Párrafo aparte merece la explotación del hidrógeno, el elemento más abundante en el universo conocido, pero cuya tecnología por costo y sofisticación no ha logrado arraigar —o no se ha permitido que arraigara— en el consumo energético y de combustible con alcance mundial, siendo que constituiría la fuente más barata y menos contaminante de las disponibles a la fecha. Es válido a mi entender preguntarse si el tumulto actual le brindará una oportunidad en el futuro subsiguiente.

– Energía nuclear

Más allá de los desaguisados técnicos del siglo pasado en EEUU y la URSS, un acontecimiento tan imprevisible como el virus sucedió en Fukushima en Japón, manifestando una cierta fragilidad aleatoria en la seguridad de las instalaciones nucleares. No obstante ello, debe considerarse que no es una fuente de energía insegura, si se toman los debidos recaudos, y también que es capaz de un desarrollo del que la explotación de petróleo y gas es incapaz o ha alcanzado su límite, a más del plazo de agotamiento del recurso impostergable por medios técnicos. Pero esta percepción de inseguridad ha determinado un repliegue del uso de esta fuente de energía, cuyo único inconveniente serio es la disposición de sus desechos. Asimismo, la mala prensa que este recurso ha recibido tanto desde el punto de vista de la contaminación —salvo desastres como los señalados y la cuestión de los desechos, menor que en el caso del carbón, el gas natural y el petróleo— como desde el ángulo de la posibilidad del desarrollo armamentístico de esta tecnología —caso Israel-EEUU vs Irán— y los recelos y percepción de riesgos que genera, han arrinconado casi con un sesgo de obsolescencia las posibilidades de utilización práctica y eficiente de la energía nuclear, cuyos usos, recuérdese, abarcan incluso técnicas médicas y terapéuticas entre otras.

– Cambio climático

Como hemos visto tanto en cuanto al petróleo como a la energía nuclear, la cuestión de la contaminación resulta central y en algunos casos decisiva según las políticas que se adopten al respecto. En tal sentido, es indudable —me parece megalomanía pretender sacar de la galera una nueva era geológica y denominarla, en nuestro honor o más bien deshonor, ‘antropoceno’: las consecuencias de la aparición del virus lo muestran de modo palmario— el impacto de la producción de gases de efecto invernadero sobre el clima del planeta es evidente y de continuar así como hasta ahora, catastrófico. Curiosa y singularmente, una de las implicaciones que para la vida cotidiana trajo el virus, como son la cuarentena y la brusca restricción de desplazamientos, generalmente en vehículos propulsados por alguna de las energías mencionadas, han traído consigo una notable disminución de esas emanaciones contaminantes con un resultado manifiesto en una mayor diafanidad del aire en las ciudades o del agua en ríos y lagos, por ejemplo. Es decir que el daño y el impacto nocivo de la contaminación sobre el medio ambiente se demuestra casi como un teorema. Espero que no ensayemos demostrarlo por el absurdo.

Agua

Además de lo que ya se sabía y venía viendo en cuanto a la posibilidad de una escasez de agua potable e incluso simplemente de agua no contaminada ni salobre, el virus viene a plantear la cuestión paladinamente: aparte del aislamiento físico de las personas, la principal prevención conocida y fehaciente contra el virus consiste en la medida higiénica decimonónica (Semmelwiss, Viena, 1846) de lavarse las manos concienzudamente con jabón. Frente a esto, el acceso al agua limpia se vuelve una cuestión de vida o muerte que agrava la del mismo acceso a agua potable, indispensable para la vida, virus o no virus.

Algo tan inocuo y espiritual, intelectual y emocionalmente —¡tan de moda!— como el golf —por lo de competir consigo mismo— supone un consumo de agua para riego de los ‘links’ que se resta —como esas tierras de cultivo destinadas a producir combustibles— a cultivos generadores de alimentos, cuando no ya al consumo de agua de la población —recuerdo escándalos en Fez, Marruecos, por una circunstancia de esta índole a principios de este siglo. Y esto es sólo uno de tantos ejemplos, como el desperdicio de agua, y de alimentos, por la población de las sociedades llamadas desarrolladas.

Pongamos esto en el contexto de tener agua para lavarse las manos y resulta patéticamente lamentable y vergonzoso para la condición humana.

– Intercambios comerciales

Precisamente es éste el clavo donde más duro ha pegado el martillo del virus. A la manera de los naipes mencionados, montemos un parate en la producción determinado por las cuarentenas sobre la necesidad de aplicar recursos a la atención médica de los contagiados y a la prevención del contagio, agreguémosle encima la carta de la interrupción de los intercambios sosteniéndose sobre la de la supresión de desplazamientos, buscando dónde colocar las de la caída brusca del consumo y la de la ociosidad de las ofertas de servicio —exceptuadas aquellas electrónicas—, el as del caos financiero que se insinúa y… se nos cae el castillo, ¡con lo bonito que era!

Parábolas aparte, la situación requiere una seriedad, rigor de pensamiento y análisis y sobre todo, previsión, que en todo el mundo parece que brillan por su ausencia, como ha evidenciado el avance de la pandemia que no deja de recordar a cuando un chico desaprensivamente patea el montículo de un hormiguero. No creo que las hormigas se dediquen a echarse culpas entre ellas, pero sí —y ahí está el parecido— aplican aquello de chacun pour soi et Dieu pour tous.

Y no se diría el momento de —lo han demostrado todos los credos suspendiendo o reduciendo al mínimo los participantes de sus ritos o cibernetizándolos— pensar que Dios va a ayudarnos, si es que existe y le preocupa, si no nos ayudamos nosotros. Entre nosotros.

– Demografía y migraciones

Entretanto, y antes de la irrupción de la pandemia, la demografía ya indicaba tendencias que en unos años o a lo sumo a mitad de este siglo modificarían radicalmente la distribución poblacional en el planeta, con una mengua para prácticamente la totalidad de los países más poderosos y desarrollados, incluyendo a Europa, Rusia y Japón y la excepción de EEUU, fruto principalmente de flujos inmigratorios. Como es de esperar de seres humanos, todos queremos progresar y trataremos de hacerlo —ubi bene ibi patria— en el sitio, país, región, que más posibilidades ofrezca; es decir que es de esperar que esa mengua poblacional será volens nolens compensada con largueza por la inmigración, como el caso de EEUU pone de relieve.

A la vez, y no tanto catástrofes naturales —como podría considerarse el virus— sino conflictos prolongados y sangrientos han impulsado un flujo migratorio importante sobre todo hacia Europa con las peripecias y resultados de conocimiento general. Estos flujos han quedado frenados ahora por el virus, que ha determinado políticas de encierro y aislamiento, confinados a donde se encontraran en el momento de iniciarse estas medidas restrictivas de los desplazamientos, lo que probablemente y en la mayoría de los casos ha tenido el efecto de agravar y hacer más miserable su situación presente. Y hasta esa picardía ha infundido Madre Naturaleza en este virus: la mayor parte de ellos no morirán, así que como en aquel considerado el cuento más breve jamás escrito: Cuando despertó, el dinosaurio seguía ahí.

O sea que éste es un problema que habrá que abordar llegado el momento. Ése que no sabemos cuándo será.

– Terrorismo, variantes internacionales

Como participantes estelares de esos conflictos que han expulsado a tantos del hogar de sus ancestros y su origen hay varios grupos extremistas, terroristas algunos por su métodos y en todo caso cuyo propósito manifiesto es trastocar el orden o sistema establecido y mantenido hasta el presente. Esto no implica justificación alguna ni de atentados ni de masacres, sino una descripción de la realidad que debe asumirse porque, ésa sí, y vuelve Machado: ‘lo que no tiene es remedio’.

Varios de estos conflictos, la nómina de cuyos protagonistas e impulsores resultaría, además de incierta, en exceso prolija, continúan y continuarán cuando y si la crisis de la pandemia haya pasado.

Y como en todos los demás aspectos analizados, se hace más que nunca necesaria una acción global y consensuada de todos los actores internacionales ya que —y ésta es tal vez la lección más importante que aprender ante las consecuencias de la aparición del virus— la globalización es el panorama de fondo de nuestra humanidad, todos nosotros.

El mito del Diluvio, en todas sus variantes, aparte de la lección del castigo, nos enseña que se salva quien está preparado y salva consigo a otras especies y seres vivos, pero también impone otra enseñanza: la historia la escriben quienes duraron para contarla, y la historia, que responde a y por el pasado —ése remoto, inmutable y vigente—, se abre al porvenir de los sobrevivientes.

Tal vez hay que ensayar un pensamiento novedoso, a la manera de:

La primavera árabe se agostó, vino el corona virus y volvió a florecer.

O cualquier otro propósito que creímos mustio, tras esta tempestad renace renovado.

 

* Diplomático retirado. Fue Encargado de Negocios de la Embajada de la República Argentina en Marruecos (1998 a 2006). Ex funcionario diplomático en diversos países árabes. Condecorado con el Wissam Alauita de la Orden del Comendador, por el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, M. Benaissa en noviembre de 2006). Miembro del CEID.

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