Archivo de la etiqueta: Terrorismo

PERÓN, PERONISMO, POLÍTICA Y ESTADO. A 50 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL GENERAL PERÓN.

Marcelo Javier de los Reyes*

19 de noviembre de 1972. El histórico abrazo Perón – Balbín.

Introducción

Se cumplen cincuenta años del fallecimiento de quien fuera tres veces presidente de la Nación, el general Juan Domingo Perón, por lo que estimo que es una oportunidad para abordar ciertos temas y romper algunos mitos que circulan a través de las redes sociales, los que no tienen otra intención que seguir dividiendo a la sociedad argentina, fomentando el individualismo y la desconfianza entre sus miembros.

Como he sostenido varias veces en reuniones privadas y públicas, la Argentina está siendo sometida a una guerra cognitiva que tiene por objetivo la fragmentación y la disolución de nuestro país. Buena parte de la población no puede percibir que es objeto de una manipulación pero es hora de empezar a hablar de ello para contrarrestar las «usinas de odio» constantemente encendidas.

Es necesario revertir este rumbo lo antes posible y comenzar a trabajar para reconstruir nuestra Argentina.

Un momento «bisagra»

Desde el 29 de junio de 1974 María Estela Martínez de Perón se encontraba en ejercicio de la presidencia debido a la enfermedad de su esposo. A las 14:10 del 1° de julio anunció al pueblo argentino el fallecimiento del presidente.

El 12 de octubre de 1973 Juan Domingo Perón había asumido su tercer mandato presidencial luego de dieciocho años de exilio y «operar» para desplazar del gobierno a quien había fungido como su delegado personal pero que al asumir la presidencia tomó un rumbo ideológico que no era el que el general predicaba.

Perón llegó a esa tercera presidencia luego de un llamado a elecciones tras la renuncia del presidente Héctor J. Cámpora y de su vicepresidente, Vicente Solano Lima. El 62% del electorado lo respaldó para tomar las riendas de un país convulsionado, con una sociedad dividida y con varias organizaciones terroristas sembrando el miedo en la población en diferentes puntos del país. Algunos de esos grupos actuaron para favorecer el regreso del general al gobierno pero cuando él les pidió que depusieran las armas, los miembros de esa «juventud maravillosa» decidieron no hacerlo. La violencia política se acrecentó y Perón decidió enfrentarlos.

El general trabajó en su exilio para lograr un regreso triunfal tras una salida forzada en 1955 y los militares argentinos, incluso aquellos que lo habían combatido y que verían el fracaso de su gestión al frente del gobierno tras el derrocamiento del presidente radical Arturo Umberto Illia, consideraron que era el hombre apropiado para devolver la gobernabilidad a la Nación.

Fue así como su regreso aspiraba a lograr la unidad de buena parte de los argentinos. En ese sentido debemos tener presente que quienes otrora habían sido tenaces enemigos iniciaron un camino de convivencia y de amistad e incluso se consideró que podían integrar la fórmula presidencial que llevaría como vicepresidente al radical Ricardo Balbín. Pero «las bases peronistas» prefirieron que a Perón lo acompañara su esposa.

A pesar de esa compleja situación política, la Argentina era otra, muy diferente a la del presente, a la que conoció buena parte de la juventud actual. Era un país con movilidad social, cuya sociedad giraba en torno de la familia y de una amplia clase media real. Era un país con un sector agropecuario fuerte pero también era industrialista y tanto en la zona sur de la Capital Federal, como en amplias zonas del Gran Buenos Aires había amplios sectores de producción industrial. El trabajo formal y el número de asalariados constituían un porcentaje mayor al actual. La población por esos años rondaba los 25 millones de habitantes, la pobreza era del 3,8% y la desocupación del 4,2%. La deuda externa argentina era de unos US$ 4.000 millones.

Antes de asumir su tercer mandato, el 25 de septiembre de 1973, Perón sufrió un fuerte golpe con el asesinato de José Ignacio Rucci ―a la sazón secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT) de la República Argentina― cuando salía de su casa en el barrio de Flores. La responsabilidad del crimen cayó sobre el grupo terrorista Montoneros.

La violencia política se acrecentó. Un nuevo grupo violento apareció en escena: la «Triple A», «Alianza Anticomunista Argentina», era una organización parapolicial que actuaba a la sombra de importantes funcionarios del gobierno.

La sociedad se fue acostumbrando a vivir en ese contexto violento y nuestros padres nos instruían sobre cómo andar por la calle, de no levantar cosas de la calle ni de patear paquetes que podían ser artefactos explosivos. Así se vivía en esa época. Civiles, agentes del orden y militares morían como consecuencia de los atentados.

El 19 de enero de 1974 un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) llevó a cabo un ataque a la Guarnición Militar de Azul, degollaron al soldado Daniel González, asesinaron al coronel Camilo Arturo Gay y a su esposa, Nilda Cazaux. Los terroristas secuestraron al teniente coronel Jorge Ibarzábal, jefe del Grupo de Artillería Blindado 1, a quien asesinaron tras 300 días de cautiverio.

Perón no titubeó y tomó la decisión de eliminar a los guerrilleros y escribió una carta dirigida a los militares que defendieron la guarnición en calidad de «comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y soldado experimentado». En la misiva los felicitó «por el heroico y leal comportamiento con que han afrontado el traicionero ataque» y agregó:

«Quiero asimismo hacerles presente que esta lucha en que estamos empeñados es larga y requiere en consecuencia, una estrategia sin tiempo».

El objetivo perseguido por estos grupos minoritarios, es el pueblo argentino, y para ello llevan a cabo una agresión integral».

Les escribió que todo el pueblo «está empeñado en exterminar este mal y será el accionar de todos el que impedirá que ocurran más agresiones y secuestros» y que la lucha contra la subversión quedaba «a cargo de toda la población, las fuerzas Policiales y de Seguridad, y si es necesario de las Fuerzas Armadas». Finalmente expresó que «el repudio unánime de la ciudadanía hará que el reducido número de psicópatas que van quedando, sea exterminado uno a uno para bien de la Republica».

Se trató de una firme decisión ante la violencia terrorista que lejos de calmarse se incrementó. El 25 de junio de 1974, el director del diario El Día de la ciudad de La Plata, David Kraiselburd, fue secuestrado en esa ciudad por un comando guerrillero.

Los hechos ocurrieron en un país que desde hacía años se había habituado a la violencia, una violencia que para esa fecha se estaba acelerando peligrosamente. Una semana después del secuestro, el presidente Juan Domingo Perón se iba de este mundo dejando en el poder a su viuda María Estela (Isabel).

Pensar cómo hubiera seguido su enfrentamiento contra la subversión sería hacer ficción. Lo cierto es que durante el gobierno de su esposa la convulsión social y la violencia terrorista se incrementaron.

Su gobierno firmó los decretos destinados «neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actuaban en la provincia de Tucumán» (Decreto 261/75) y el que luego ampliaría esa misión a todo el territorio nacional (Decreto 2772/75).

El 24 de marzo de 1976 el golpe de Estado llevado a cabo por las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional y comenzó no sólo una profundización de la guerra contra las organizaciones terroristas sino también el establecimiento de una política económica a cargo de Alfredo Martínez de Hoz que llevaría a un fuerte endeudamiento del país, a iniciar el proceso de desindustrialización y el inicio de la incomunicación regional debido al cierre de algunos ramales ferroviarios.

No puede ni debe soslayarse en esta etapa de nuestra historia el conflicto con Chile y la guerra que nos fue impuesta en el Atlántico Sur, la Guerra de Malvinas, pero abordar estos temas nos alejaría del propósito de este artículo.

Fue así como la muerte del general Perón se convirtió en un momento bisagra de nuestra historia que abrió un camino que hubiera sido deseable no transitar.

El peronismo es el responsable de «todos los males»

Avancemos en la historia a tiempos más recientes y para luego volver hacia atrás siguiendo el estilo cinematográfico.

En los últimos años ciertos sectores de la dirigencia llenan discursos en los que proclaman que hemos llegado a este punto tras 70, 75 u 80 años de peronismo. ¿Será verdaderamente así?

Quienes esgrimen esos argumentos dicen que el peronismo no deja gobernar y que el de Mauricio Macri es el único gobierno «no peronista» que terminó su mandato durante estas últimas décadas.

Es cierto que Perón ha formado parte de los golpes de Estado de 1930 y de 1943 y que desde el exilio, durante ese período en que el peronismo estuvo proscrito, ha intentado esmerilar los gobiernos de Arturo Frondizi y de Arturo Umberto Illia. La realidad es que ambos gobiernos fueron derrocados por golpes militares, ajenos a la ideología peronista.

El historiador Robert A. Potash ha sido muy claro con respecto al papel de los medios en el golpe que derrocó al presidente Illia. Expresa que desde mediados de 1965 ciertos periódicos operaban para desacreditar al gobierno del presidente Illia y para alentar a los militares a llevar a cabo el golpe de Estado. Entre esos medios se encontraban los semanarios Confirmado y Primera Plana, el cual hasta realizó «una encuesta de opinión pública sobre hasta dónde era deseable un golpe, publicando los resultados el mismo día de la toma del poder militar»[1].

La revista Primera Plana fue creada en noviembre de 1962 por Jacobo Timerman ―a propuesta de algunos coroneles del bando «azul» para difundir la acción de ese grupo― y el reconocido abogado y periodista Mariano Grondona fue columnita del medio. Timerman fue su director hasta 1964, pero en mayo de 1965 inició un nuevo proyecto a partir de Confirmado, que desde su origen se destacó por sus ataques al gobierno de Illia. Su principal editorialista era Álvaro Alsogaray, hermano del general que con Onganía decidieron derrocar al gobierno. Unos meses después tomó la dirección el comodoro Juan José Güiraldes y el secretario de redacción era Horacio Verbitsky[2].

Caricatura del presidente Illia en la tapa de la revista Primera Plana.

En 1971 Timerman fundó La Opinión ―durante el gobierno del general Lanusse―, proyecto del que participó en un comienzo Miguel Bonasso, el cual dejaría de salir en mayo de 1977. Según Graciela Mochkofsky, «Timerman siempre intentó moverse con la seguridad de su acceso al poder de turno» y agrega que «basó su ascenso social y profesional en asociaciones pragmáticas con el poder político y militar dominante en la Argentina de los años ’50, ’60 y ’70»[3].

Ni en el caso del golpe de Estado que derrocó al presidente Frondizi ni en el que provocó el derrocamiento del presidente Illia podría verse una mano directa del peronismo.

Panorama era otra revista crítica del gobierno del presidente Illia, a quien llamaban injustamente «la tortuga» porque decían que gobernaba lentamente.

El papel de la prensa y de encumbrados periodistas como Timerman, Mariano Grondona, Horacio Verbitsky, Bernardo Neustadt ―quien escribía sus columnas críticas en Todo― no sólo fue crucial en el derrocamiento del presidente Illia sino también durante el retorno de la «democracia». Neustadt fue un operador del presidente Carlos Menem y desde su poder en los medios denostó al Estado y favoreció la destrucción del mismo a partir de su prédica pro privatización. Verbitsky hizo lo propio desde otro ángulo ideológico y se alió al gobierno de Néstor Kirchner, lo cual ha quedado en evidencia en el libro El Pacto: Kirchner– Verbitsky, publicado por la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia. Ese pacto ha llevado a la infiltración en el Poder Judicial y al desarrollo de una «ingeniería social y cultural» que transformó a la sociedad argentina o, al menos, a buena parte de ella[4].

No están exentos de esta manipulación social otros periodistas como por ejemplo Jorge Lanata, fundador de Pagina 12, quien reconoció recibir fondos del Movimiento Todos por la Patria (MTP) de Gorriarán Merlo. En una entrevista Lanata explicaba:

Los tipos eran un partido político, legal, tenían una revista, jefe de prensa, no estaban clandestinos. Y tampoco me llamaban de todos lados para ofrecerme guita para poner el diario. Fue lo que conseguimos y después tuvimos que sobrevivir pidiendo plata en cualquier lado, sea una cueva o un distribuidor. Pero si a mí no me condicionaban lo que tenía que poner… yo quería hacer un diario. Y no estaba haciendo nada que estuviese mal o fuese ilegal.[5]

Luis Majul, biógrafo de Lanata, ya había escrito sobre esto en un artículo de La Nación publicado en 2012:

También mantuvo reuniones clandestinas con el primer gran sponsor del diario, Enrique Gorriarán Merlo, cuando el guerrillero estaba prófugo de la justicia.[6]

Lanata también fue el inventor del concepto de «la grieta», la cual se ha venido agigantando a lo largo de esta partidocracia.

Estos mercenarios del periodismo han tenido un gran protagonismo en la manipulación de la realidad y en la formación de opinión en la sociedad y esto no ha cambiado, al punto que otros operadores conocidos tuvieron un papel crucial en el proceso electoral de 2023 impulsando las campañas de ciertos candidatos.

¿Y el peronismo?

Tras la muerte de Perón ese vacío fue disputado por algunos dirigentes que estuvieron más cerca del general pero la realidad es que el Partido Justicialista fue usado como un sello partidario para llegar al poder. ¿Podría considerarse al gobierno de Carlos Menem un gobierno peronista? Llegó al gobierno con la ayuda de Álvaro Alsogaray, aquel que escribía en contra de Illia y hermano del general golpista, el que como ministro de Economía del presidente Frondizi, el 29 de junio de 1959, le dijo al pueblo argentino: «hay que pasar el invierno».

Menem, hombre pragmático, incorporó las medidas liberales para su gobierno. Llevó a cabo un profundo proceso de privatización de las empresas del Estado que lejos está de poder considerarse un beneficio para la Nación y para la población. El territorio nacional quedó desarticulado por el cierre de los ramales ferroviarios dejando desconectadas a varias provincias, poniendo en vigencia el «Plan Larkin» o Plan de Transporte de Largo Alcance para Argentina diseñado en Estados Unidos a instancias del Banco Mundial y desarrollado bajo la dirección del ingeniero y militar estadounidense teniente general Thomas Bernard Larkin. El plan le fue presentado a Frondizi pero no lo pudo llevar adelante debido a la fuerte oposición de los gremios ferroviarios.

Menem, de la mano de su ministro de Economía, Domingo Cavallo, con el apoyo de ciertos periodistas y medios, además de sindicalistas que traicionaron su fuente de trabajo, logró destruir el sistema ferroviario. Lo propio hizo con la empresa Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), crucial para la exportación de los productos argentinos, la Flota Fluvial del Estado Argentino (FFEA), YPF, Aerolíneas Argentinas, etc. Del mismo modo, destruyó las industrias de la Defensa y dio por terminado el Proyecto Misilístico Cóndor desarrollado por la Fuerza Aérea Argentina.

En política exterior, Menem se acercó a la OTAN y a los Estados Unidos, los que fueron aliados de nuestro enemigo en 1982. Quizás se olvidó del famoso lema «Braden o Perón». También recurrió a la fórmula de la «seducción» para atraer a los isleños, los que ni siquiera quisieron integrarse a la Argentina cuando nuestro país les daba todo ―salud, educación, viaje al continente, correo, combustible, etc.―, por el Acuerdo de Comunicaciones de 1971[7] , mientras el Reino Unido no les daba un penique y los consideraba habitantes de segunda.

¿Hubiera realizado eso el general Perón?

Sin duda que no. Su visión del desarrollo del país desde el Estado era clara y se correspondía con su época y con su concepción ideológica. A diferencia de otros países, la Argentina se desarrolló a partir del Estado y de una dirigencia que, en todo caso, supo coordinar el esfuerzo privado con el estatal pero debemos mencionar que relevantes sectores productivos y estratégicos nacieron a partir de militares con visión estratégica como la del general Enrique Mosconi ―ingeniero y general de división del Ejército que potenció la organización de la exploración y explotación de petróleo en Argentina― y como la de Manuel Savio ―ingeniero argentino y general del Ejército que desarrolló la industria siderúrgica desde la dirección de Fabricaciones Militares y SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina)―. También podemos sumar en esta lista a otros militares con visión geopolítica y estratégica como el comandante Luis Piedrabuena, el almirante Segundo Storni, el almirante Manuel Domecq García o el general Juan Enrique Guglialmelli.

Más allá de sus defectos y virtudes, Perón pertenecía a esa generación de militares y abogaba por la integración regional. Se le atribuye al barón de Río Branco la iniciativa de un pacto pacifista, pergeñada en 1908, para favorecer una distensión en la región entre la Argentina, Brasil y Chile. Un nuevo paso en ese sentido se dio el 25 de mayo de 1915 cuando los cancilleres de Argentina, Brasil y Chile firmaron en Buenos Aires el «Tratado de No Agresión, Consulta y Arbitraje», el cual fue percibido con desconfianza tanto por Estados Unidos, como por otros países americanos, por considerarlo como una eventual alianza militar. Sin embargo, durante el gobierno de Perón el contexto mundial y el marco regional parecían favorecer una propuesta más abarcativa.

En la década de 1950 se inició el proceso de integración en Europa pero por esos años Perón también aspiraba a lo mismo en nuestra región. El 11 de noviembre de 1953, en la entonces Escuela Nacional de Guerra —dependiente del Ministerio de Defensa—, el presidente Perón pronunció un discurso que permaneció como «Documento Reservado» (secreto) hasta 1967, año en que fue dado a conocer públicamente, conocido como «Unidos o Dominados», tema que ya he abordado en otro artículo en 2021[8].

Por esa época Perón lanzó su propuesta del «ABC», la «necesidad de la unión» de Argentina, Brasil y Chile. A ella luego se sumarían los demás países de la región. Esto lo llevó a conversar —tiempo antes— con los presidentes de Brasil (1951-1954, su última presidencia) y de Chile, Getulio Vargas y el general Carlos Ibáñez del Campo (1952–1958, segunda presidencia), respectivamente. Infelizmente, diversos sectores e intereses externos conspiraron ―y continúan conspirando― en contra de una integración regional con capacidad de crear un modelo de desarrollo propio.

Una nueva pregunta sería apropiada para quienes consideran que el peronismo está en la raíz de todos los males: ¿Puede considerarse peronismo al kirchnerismo?

La respuesta también sería negativa. Nuevamente se usó el sello partidario y las imágenes de Perón y Evita para un proyecto personal, de apariencia «nacional». De ahí que se considera que el peronismo va y viene entre la privatización y la estatización, en este caso implementada a un alto costo para la Nación por parte de los gobiernos kirchneristas. Como se ha expresado ut supra, Néstor Kirchner hizo una alianza con un personaje que juega para intereses extranjeros, como Verbitsky, para construir su base de poder. De ese modo también atrajo a sectores de la izquierda, algo que seguramente Perón no hubiera hecho. Aún más, está la anécdota de la respuesta de Cristina Fernández de Kirchner a Antonio Cafiero, el impulsor del monumento a Perón: «Yo, para ese viejo de mierda, no pongo mi firma». Cristina ¿peronista? Ni en sueños. Otra pragmática.

En este listado entran también otros neoperonistas como Sergio Massa y Amado Boudou, originalmente afiliados a la UCeDe de Alsogaray.

Esa propaganda que los medios han llevado a cabo manipulando la opinión pública nos lleva también a situaciones insólitas en las que ciertos sectores de la población se expresan contra el peronismo y se manifiestan en favor de Macri y del PRO. ¿No saben que buena parte de la dirigencia del PRO es peronista? Horacio Rodríguez Larreta, Cristian Ritondo, Emilio Monzó, Patricia Bullrich ―asidua al travestismo político al igual que Massa, Martín Lousteau y tantos otros―… y la lista sigue.

Pero hay más… Ningún peronista se esforzó por erigir un monumento en memoria de Perón en la Ciudad de Buenos Aries. Para muchos, la siguiente foto será una novedad:

Ese monolito se encontraba en la playa de estacionamiento de la Presidencia de la Nación, casi en la esquina de la Avenida Madero con la calle Presidente Perón y decía: «Piedra fundamental. En este sitio se emplazará el monumento al Tte. Gral. Juan Domingo Perón. Tres veces presidente de los argentinos». Sin embargo el monumento nunca se levantó y el progresista Larreta arrasó con el monolito cuando hizo construir el Paseo del Bajo.

Pero, hay un enorme monumento a Perón en la plaza frente a la Aduana. ¿Quién lo hizo erigir? Mauricio Macri, otro pragmático.

El 8 de octubre de 2015, aniversario del nacimiento del general Perón ―y del autor del presente artículo― Macri y Ritondo inauguraron el primer monumento a Perón en la Ciudad de Buenos Aires con la asistencia de Hugo Moyano, Gerónimo Venegas, Eduardo Duhalde, y la plana mayor del PRO: la vicejefa de Gobierno la Ciudad de Buenos Aires y entonces candidata a gobernadora bonaerense por Cambiemos, María Eugenia Vidal, el entonces jefe de Gabinete y jefe de Gobierno electo, Horacio Rodríguez Larreta y su compañero de fórmula Diego Santilli.

En su discurso Macri expresó:

Perón decía que a la Argentina la arreglamos entre todos, o no la arregla nadie. Por eso tenemos que volver a unir al país, porque ese es el camino del progreso. Perón y Evita devolvieron los derechos a los trabajadores. Yo creo en el diálogo con las organizaciones sindicales, porque un gobierno no está para reprimir trabajadores. Debemos trabajar para lograr tener pobreza cero en el país, con eso defenderemos las banderas del justicialismo, eso es justicia social.[9]

Macri agregó que:

algunos dicen que son peronistas pero sólo se dedican a manipular desigualdades. Por eso quiero invitar a los verdaderos peronistas a cambiar el país, porque mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar. Porque un gobernante que no genera trabajo, no es un gobernante.[10]

Al final de su gobierno Macri hizo un balance en el que afirmó: «El mío, fue un Gobierno de corte socialista»[11].

¿Cómo los seguidores de Macri o del PRO pueden considerarse antiperonistas o de derecha cuando su «líder» se ha asumido como peronista y/o socialista? De hecho parecería, al menos, una contradicción.

Del circo romano al futuro apocalíptico

El actual presidente, Javier Milei, ha manifestado hace un tiempo que él y Conan se encontraron por primera vez hace 2000 años en el Coliseo romano. En una entrevista que le realizaron en Estados Unidos al medio Free Press expresó: «Yo vengo de un futuro postapocalíptico para impedir el avance del socialismo. Algo así como Terminator; de hecho, Schwarzenegger es libertario».

Lo más grave de esa entrevista son dos afirmaciones que jamás debiera hacer el presidente de un país: «Amo ser el topo dentro del Estado». «Soy el que destruye el Estado desde adentro».

Su «traslación» a través de la historia, que le permite ir al pasado y al futuro, no sería preocupante si tuviera la posibilidad de aprender de esa experiencia. Parece por lo menos risueño que diga que viene desde el futuro para impedir el avance del socialismo. Por empezar, para ver lo que ha hecho el socialismo bien se podría ir hacia atrás más que hacia el futuro pero, por otro lado, sigue anclado en categorías de la Guerra Fría y carece de conocimientos históricos y de política internacional … y en la práctica tampoco de economía si uno observa como ha empeorado la situación económica del país desde que asumió el gobierno.

No tenía que ir tan lejos en el pasado para darse cuenta de que sus propuestas ya fueron llevadas a cabo por sus tan ponderados Menem y Cavallo con resultados desastrosos para la Argentina. Nuevamente el tema de las privatizaciones, o de reprivatizaciones de empresas que fueron reestatizadas, es poco serio, más allá de que esto resulte un «negocio» para los políticos y los economistas que se sientan en Ministerio de Economía.

La propuesta de Milei es otro paso, quizás el último, que tiene como antecedentes el gobierno militar con Martínez de Hoz, el de Menem y el de De la Rúa con Domingo Cavallo, el de Macri con sus equipos económicos que endeudaron al país de una manera irracional cuando debió haber reducido el gasto público. Si Menem desarticuló las comunicaciones de la Argentina a partir de la destrucción de uno de los sistemas ferroviarios más extensos del mundo, de la privatización de Aerolíneas Argentinas y de la paralización de las Líneas Aéreas del Estado (LADE), empresa estatal con un compromiso social al conectar localidades a las que no llegaban las aerolíneas comerciales, el proyecto de Milei profundiza la desarticulación territorial al considerar el cierre de más ramales ferroviarios y la reprivatización de Aerolíneas Argentinas. Aún peor, ha procedido a cerrar oficinas de correos en pequeños pueblos y en los que había un solo empleado y considera la privatización y/o cierre de sucursales del Banco Nación. Léase, se intenta borrar toda presencia del Estado en amplias regiones del país, se intenta borrar así todo lo que represente la identidad nacional. Se trata de un gobierno que procede a terminar de entregar el país a los que financiaron su campaña tanto dentro como fuera de la Argentina.

El caso de los gobiernos kirchneristas son de otra naturaleza pero no menos perjudiciales para la Argentina. Sin embargo sus desaciertos y sus negociados parecen haber estado más expuestos por los medios. El gobierno de Milei ha deslumbrado a sus seguidores con sus informes acerca de sus antecesores pero no ha llevado a ningún funcionario a la justicia. Como suele decirse, «todo para la gilada».

La corporación política constantemente introduce divisiones en la sociedad de modo tal de que dos personas no puedan encontrar puntos en común. Por otro lado, el discurso de atacar al Estado ha dado sus frutos pero se trata de un discurso mentiroso y más si lo llevan a cabo funcionarios o presidentes que son empleados de las corporaciones prebendarías, corporaciones económicas que han crecido a la sombra del Estado.

Se confunde, seguramente intencionalmente, «Estado» con «gobierno». El Estado es uno de los requisitos fundamentales para la existencia de una nación. No se puede concebir una nación sin Estado y que la máxima autoridad del mismo afirme que es un «topo» que se propone destruir lo que representa; suena, por lo menos, demencial.

Veamos este ejemplo. El Estado sería como un consorcio de copropietarios y el gobierno sería el administrador del consorcio. Si el administrador cumple mal su función no hay que destruir al consorcio sino echar al administrador. Pensar en destruir el consorcio de copropietarios sería destruir el edificio. En el Estado todos somos «copropietarios» y el administrador es el gobierno, el que nos impone impuestos pero a cambio debe darnos ciertos servicios básicos y de buena calidad: salud, educación y seguridad. Si no lo hace es porque hemos elegido un mal administrador y entonces deberá ser reemplazado. Considerar al Estado como el enemigo es considerar enemigo a cada ciudadano del país.

Ya que tanto se habla de «liberalismo» y recurren a figuras de nuestra historia como Juan Bautista Alberdi, Julio A. Roca o Carlos Pellegrini, deberían leer más o mejor lo que predicaron y sus obras. No cabe duda de que el general Roca pensó y trabajó para lograr un Estado fuerte con presencia en todo el territorio nacional. Quienes ven a Pellegrini como un liberal desconocen su labor en favor de la industria nacional. Vale aquí recordar una frase en ese sentido: «Es necesario que en la República Argentina se trabaje y se produzca algo más que pasto, sin industria no hay Nación».

 

«Es necesario que en la República Argentina se trabaje y se produzca algo más que pasto, sin industria no hay Nación».

 

A modo de conclusión

En una entrevista que le hiciera un periodista español a Perón durante su exilio en España, le pidió que diseccionara el espectro político argentino. Perón le respondió: «Mire, en Argentina hay un 30% de radicales, lo que ustedes entienden por liberales; un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas». «Y entonces, ¿dónde están los peronistas?», inquirió el informador. «¡Ah, no, peronistas somos todos!».

Como podrá apreciarse, la respuesta de Perón caló hondo en quienes continuaron en la arena política tras su muerte. La mayoría de ellos ha recurrido al amparo del Partido Justicialista o del Movimiento Peronista para llegar al gobierno, como si fuera la autopista más segura para llegar a destino.

Sin embargo, a pesar de que muchos políticos aducen que el mal de la Argentina en los últimos ochenta años es el peronismo podrá apreciarse, tras leer este extenso artículo, que la responsabilidad no es del peronismo sino de los argentinos. Desde 1943 han pasado gobiernos peronistas, militares, radicales y del PRO, todos con los mismos desafortunados resultados para el país. Los golpes de Estado han sido propiciados por militares, por civiles que fueron a golpear las puertas de los cuarteles, por periodistas mercenarios como los que hoy ocupan espacio en los medios de comunicación.

La decadencia cultural se ha extendido a toda la sociedad pero principalmente a la dirigencia política, ignorante de la historia nacional pero que en el mejor de los casos recurre a frases que las saca del contexto histórico. Es suficiente con leer los debates del Congreso de principios y mediados del siglo XX y compararlos con los que sostienen los legisladores en la actualidad: ni riqueza en su vocabulario tienen la mayoría de ellos.

Coincido plenamente con Julio Bárbaro cuando afirma que «el peronismo murió con Perón». Los que vinieron después sólo se aprovecharon del movimiento para sus fines personales, independientemente de las consideraciones que cada uno pueda tener respecto del general Perón.

No obstante, como de toda ideología debe tomarse lo mejor para lograr los Objetivos Nacionales y, al conmemorarse cincuenta años de su muerte, deberíamos valorar su abrazo con quien fuera su acérrimo enemigo, Ricardo Balbín, como un ejemplo para emprender la unidad nacional. En el plano internacional, recrear su propuesta de la integración regional sin importar si se trata del Tratado ABC o del Tratado APU ―por tomar las iniciales de otros países de la región― y volver a la Tercera Posición, retomando el camino de la neutralidad de la que nos han sacado en su momento Menem y en la actualidad Milei.

Es urgente que los argentinos empecemos a trabajar sobre las coincidencias y dejar a un costado lo que nos separa porque la Patria precisa que echemos a los administradores que no sirven o que ya están viciados y que demos espacio para que nuevas generaciones se hagan cargo de la conducción de la Nación.

Lamentablemente hemos pasado el año 2000 y la realidad es que no estamos unidos sino dominados.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Profesor de Inteligencia de la Maestría en Inteligencia Estratégica Nacional de la Universidad Nacional de La Plata.

Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019 (2da edición, 2024).

Embajador Académico de la Fundación Internacionalista de Bolivia (FIB).

Investigador Senior del IGADI, Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Pontevedra, España.

 

Referencias

[1] Robert A. Potash. El Ejército y la política en la Argentina, 1962-1973. Buenos Aires: Sudamericana, 1994, p 228.

[2] Alain Rouquié. Poder militar y sociedad política en la Argentina II. 1943-1973. Buenos Aires, EMECÉ, 1982. p. 244.

[3] Mochkofsky, Graciela: Timerman. El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999). Buenos Aires. Sudamericana. 2003. Citado por Edgardo Vannucchi, «La Opinión, Timerman y la dictadura». Haroldo. La revista del Conti, https://revistaharoldo.com.ar/nota.php?id=644.

[4] Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia. El Pacto: Kirchner – Verbitsky. ISBN: 9789874774010,  152 p.

[5]Diego Sehinkman. «Jorge Lanata: “La generación del 70 nos arruinó la vida”». La Nación, 18/06/2017, https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/jorge-lanata-la-generacion-del-70-nos-arruino-la-vida-nid2032884/.

[6] Luis Majul. «Jorge Lanata: secretos y pecados de un periodista». La Nación, 02/12/2012, https://www.lanacion.com.ar/sociedad/jorge-lanata-secretos-y-pecados-de-un-periodista-nid1532483/.

[7] «El acuerdo de 1971 – Declaración Conjunta entre Argentina y el Reino Unido comprendía un conjunto de medidas prácticas, que a partir de ese momento ambos gobiernos comenzaron a implementar para facilitar el movimiento de personas y bienes entre el territorio continental argentino y las Islas Malvinas, en ambas direcciones, con el fin de promover el establecimiento de vínculos culturales, sociales y económicos». Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, https://cancilleria.gob.ar/es/politica-exterior/cuestion-malvinas/antecedentes/periodo-1966-1982#:~:text=El%20acuerdo%20de%201971%20%2D%20Declaraci%C3%B3n,las%20Islas%20Malvinas%2C%20en%20ambas.

[8] Perón, J. D. «Unidos o Dominados» (Discurso pronunciado el 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra). Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 11(1), 2020, p. 173-183.

[9] «Macri y Ritondo inauguraron el primer monumento a Perón en la Ciudad». Parlamentario, 08/10/2015,https://www.parlamentario.com/2015/10/08/macri-y-ritondo-inauguraron-el-primer-monumento-a-peron-en-la-ciudad/

[10] Ídem.

[11] «Macri: ‘El mío, fue un Gobierno de corte socialista’». Agencia Nova, https://www.agencianova.com/nota.asp?n=2019_12_29&id=81728&id_tiponota=4.

©2024-saeeg®

PUTIN, LOS TALIBANES Y EL MUNDO ISLÁMICO. REEQUILIBRIOS GEOPOLÍTICOS ANTE LAS TENSIONES CON OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco* (Artículo para SAEEG)

Kazán, ciudad del suroeste de Rusia donde se celebrará el foro «Rusia y el mundo islámico». Foto: fotostart en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/templo-religi%C3%B3n-kaz%C3%A1n-iglesia-4981094/.

 

En mayo la ciudad rusa de Kazán, capital de la República de Tartaristán, organizará el foro «Rusia y el mundo islámico» en el que participarán, además de actores relevantes China, Irán, Uzbekistán y Pakistán, una delegación del gobierno Talibán de Afganistán. Esta será la sexta edición de este foro inaugurado en 2017.

El evento resulta clave para Rusia, sin olvidar a China, como toma de contacto para reconfigurar sus esferas de influencia y trazar reequilibrios geopolíticos desde Asia Central y el Cáucaso, especialmente con el foco en crear un marco de estabilidad regional en un momento de tensiones en aumento con Occidente por la guerra en Ucrania, principalmente tras la reciente aprobación en Washington de un nuevo paquete de ayuda para Kiev y el envío secreto por parte de EEUU de misiles de largo alcance para atacar objetivos rusos.

Por otro lado, el foro revela las expectativas de Moscú por mantener fluidas relaciones con los países musulmanes y, especialmente, con los musulmanes rusos. Aproximadamente un 7% de la población rusa profesa la religión islámica. La dinámica histórica entre Rusia y las comunidades musulmanas ha registrado episodios violentos que afectaron la integridad y seguridad estatal rusas. Destacan aquí la invasión soviética a Afganistán (1980), las guerras chechenas (1994-2009) y la intervención militar rusa en Siria (desde 2015) en apoyo al régimen de Bashar al Asad y para luchar contra el Estado Islámico (Daesh)

No obstante, la pax rusa en Chechenia y la guerra en Ucrania han permitido al Kremlin irradiar una imagen de normalidad en las relaciones con los pueblos musulmanes dentro de la Federación rusa así como en la imagen exterior ante el mundo islámico a través de la estratégica relación de poder entre Putin y el presidente checheno Ramzán Kadirov, que le permite también a Moscú mantener intacto su dominio en el Cáucaso ruso.

Un marco de seguridad contra el terrorismo yihadista

La agenda de esta edición está encabezada por la lucha antiterrorista y el narcotráfico, habida cuenta de que Rusia es uno de los destinos claves de las rutas de las drogas desde Afganistán y Asia Central así como uno de los principales objetivos terroristas por parte del yihadismo salafista.

Priorizar en la lucha antiterrorista supone un tema esencial para Rusia, que en marzo pasado fue objeto de un atentado en Moscú con saldo de casi 140 muertos. El Estado Islámico del Jorasán (Daesh-K), una facción del Daesh que lucha también contra los talibanes, se adjudicó la autoría del atentado. La detención por parte de las autoridades rusas de algunos presuntos terroristas de origen tayiko levantó suspicacias, hasta el momento no confirmadas, de posibles incidentes xenófobos y discriminación hacia ciudadanos de esas minorías centroasiáticas, algunos en trámite de obtener la ciudadanía rusa. Crear un marco de normalidad y evitar tensiones interétnicas dentro de la Federación rusa puede, al mismo tiempo, ser uno de los objetivos del Kremlin con el foro de Kazán.

Rusia proscribió a los talibanes en 2003, en medio de la estrategia de la lucha contra el terrorismo impulsada por la entonces Administración de George W. Bush en la Casa Blanca y en un momento álgido de la guerra secesionista en Chechenia y el Cáucaso, donde el yihadismo ha tenido presencia. No obstante, Moscú no ha dejado de estar pendiente de la situación en Afganistán, máxime cuando los talibanes recuperaron el poder en 2021, propiciando la humillante retirada de EEUU dos décadas después de haber desalojado a este régimen del poder en Kabul.

La retirada de Washington supuso un claro triunfo geopolítico para Rusia y China, que con anterioridad venían manteniendo contactos con los talibanes. Los Talibanes han viajado en varias ocasiones a la capital rusa para participar en conferencias sobre la reconstrucción y financiación de Afganistán, un aspecto que certifica los intereses del Kremlin en el país centroasiático. Se especula que en el foro de Kazán, en un gesto diplomático de apertura y normalización de relaciones, Rusia termine sacando a los Talibanes de la lista de organizaciones terroristas.

La realpolitik impone por tanto su ritmo en estas relaciones. Para Moscú, conviene no agitar un pasado marcado por los reveses: como en el caso estadounidense, Afganistán supuso también una humillante derrota militar durante los años de la invasión soviética al país centroasiático (1980-1989), en la que los talibanes, camuflados en torno al movimiento muyahiddin, lucharon contra el invasor soviético.

El foro de Kazán permitirá medir el pulso de las nuevas relaciones centroasiáticas con un panorama internacional repleto de tensiones y volatilidad, desde Ucrania y Oriente Medio hasta Taiwán y el sureste asiático. La presencia de China y Pakistán es significativa tomando en cuenta que Afganistán está en esa área de influencia. Islamabad, potencia nuclear, ha sido un refugio para los talibanes tras su salida del poder de Kabul en 2001.

Por su parte, Beijing también busca equilibrios geopolíticos determinados por la seguridad. Para China, Afganistán es una de las entradas estratégicas de Asia Central para los proyectos de las Rutas de la Seda. Fronteriza con la región autónoma china de Xinjiang, de mayoría uigur, etnia de origen turcomano y religión islámica que cuenta con un movimiento separatista, el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental.

Extirpar la posibilidad de penetración de redes yihadistas y de islamismo radical supone una prioridad de seguridad tanto para las autoridades chinas como rusas. En este sentido, mantener una relación de normalidad y cierta apertura con el talibán se define como una estrategia clave para evitar esa posible penetración. El atentado de Moscú permitió observar el alcance del Daesh-K que coloca a Moscú y Beijing como enemigos por sus contactos con los talibanes. En esa misma ecuación podrían entrar otros países como Pakistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tadyikistán. 

Estabilidad ante un panorama volátil

Por otro lado, existen otros nudos geopolíticos detrás del foro de Kazán. El contexto de tensión con Rusia por la guerra en Ucrania persuade a Washington a volver a jugar sus piezas en el «patio trasero» ruso (y cada vez más chino) en Asia Central, lo cual implica al mismo tiempo crear un corredor estratégico que busque entorpecer los proyectos de integración regional de Beijing y Moscú.

Países como en Kazajstán, Kirguizistán, Tadyikistán, Turkmenistán y Uzbekistán están avanzando en la creación de una zona de libre comercio bajo el formato del proyecto B5+1, amparado por EEUU. El objetivo de Washington es restar la influencia regional de Beijing y Moscú.

Otro punto caliente son las tensiones fronterizas entre China e India, ambos miembros de los BRICS y de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), organismos igualmente claves para consolidar la visión multipolar de Moscú. Por otro lado, el Cáucaso está pendiente de la normalización de las relaciones, no menos tensas y que pueden volver a romperse, entre Armenia y Azerbaiyán en torno al enclave de Nagorno Karabaj, actualmente bajo soberanía azerí tras la breve ofensiva militar de Bakú a finales de 2023.

Una ofensiva azerí que trastocó el equilibrio regional y permitió fortalecer una especie de eje regional Moscú-Bakú-Ankara toda vez que son patentes las pretensiones prooccidentales del gobierno armenio de Nikol Pashinyan. Recientemente el Kremlin decidió retirar sus 2.000 efectivos militares en Nagorno Karabaj que permanecían allí desde 2021, cuando estalló otra escaramuza bélica entre Bakú y Ereván.

Siguiendo con el Cáucaso, la Unión Europea aceptó en diciembre pasado abrir negociaciones de admisión con Georgia en un momento de tensión política interna en Tbilisi que denota un apéndice de la confrontación geopolítica ruso-occidental. El gobierno georgiano adoptó un proyecto de ley sobre agentes extranjeros muy similar al que lleva adelante Putin.

En Kazán, Rusia y China tendrán la oportunidad de pulsar la situación en Asia Central y el corredor euroasiático así como medir la solidez de esta alianza geopolítica ante las tensiones in crescendo con Occidente. El contexto evidencia las expectativas de Moscú y Beijing por consolidar sus respectivas esferas de influencia en el espacio euroasiático en un momento de tensiones crecientes con Occidente.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. 

©2024-saeeg®

RUSIA, OCCIDENTE Y EL TERRORISMO

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: © Sputnik / Maksim Blinov

«La peor matanza terrorista en dos décadas en Rusia». Así resumen prácticamente todos los medios internacionales el atentado terrorista suscitado durante un concierto en Moscú este 22 de marzo, con hasta los momentos aproximadamente 135 fallecidos, cifras que muy probablemente seguirán creciendo en las próximas horas.

Tras este atentado vinieron las inmediatas reacciones. Una facción del Estado Islámico (Daesh en árabe; ISIS en inglés) denominada del Gran Khorasán (ISIS-K) asentada en Afganistán se atribuyó la autoría del mismo. No obstante, el recientemente reelecto presidente ruso Vladímir Putin asegura existir una presunta pista ucraniana (y quizás también exterior) detrás del mismo prometiendo «venganza», un tono muy similar al que había empleado en el pasado contra los terroristas chechenos.

Desde Kiev niegan obviamente esta implicación toda vez que atribuyen este atentado a los precedentes de los propios servicios de seguridad rusos, haciendo un paralelismo con los atentados de agosto de 1999 en el sur de Rusia (que causaron más de 300 muertos), poco después de la llegada de Putin al poder, en este caso como primer ministro. El Kremlin culpó entonces a los terroristas chechenos. Muchos especulan sobre la presunta autoría del FSB ruso en esos atentados para justificar una segunda fase de la guerra en Chechenia.

El Kremlin sigue manejando a Kiev como la principal línea de investigación detrás del atentado. La portavoz del gobierno ruso María Zajárova criticó a Washington de no otorgar la información suficiente en el momento de advertir sobre esta posibilidad de atentado terrorista. No obstante, a comienzos de marzo los servicios de inteligencia estadounidenses advirtieron al FSB ruso de la posibilidad de un atentado terrorista en Moscú, indicando incluso la pista del ISIS-K. Putin calificó esta advertencia de «chantaje».

Con todo, el atentado en Moscú evidenciaría igualmente la vulnerabilidad de la seguridad interna en Rusia, con el foco ahora concentrado en la imagen del presidente ruso y en la eficacia de sus servicios de inteligencia. Tras ocurrir el atentando, Washington se apresuró a enviar condolencias. Incluso la propia viuda de Aléxei Navalny se sumó a las mismas. En Europa, el presidente Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Leyen aparcaron momentáneamente su ardor belicista contra Rusia para expresar también su solidaridad pero enfatizando el mensaje hacia el «pueblo ruso» y no su gobierno, un factor clave que evidencia notoriamente los intereses detrás de la actual coyuntura.

La pregunta es: ¿a qué obedece esta inesperada reaparición del Estado Islámico (ahora con esta facción ISIS-K) con un atentado en un país en guerra como Rusia? ¿Por qué ahora en un momento en que Rusia ha demostrado capacidad suficiente para resistir la embestida de las sanciones occidentales y del esfuerzo bélico en Ucrania? ¿Qué tanto sabía Washington del atentado? ¿Retrotrae esta perspectiva la validez de esas informaciones sobre la presunta implicación de los servicios de inteligencia estadounidenses y de sus aliados en la irradiación del yihadismo internacional con fines claramente geopolíticos?

No debemos olvidar que Rusia siempre fue un objetivo del yihadismo, particularmente por la presencia de numerosas comunidades musulmanes dentro de la Federación rusa pero también en Asia Central y el Cáucaso. Explotar este factor, especialmente en etnias como la tadyika, kirguiza, chechenos, daguestaníes o tártaros, particularmente en lo relativo a sus relaciones con la predominante etnia rusa, siempre fue un instrumento clave para los objetivos yihadistas a la hora de recrear descontento y malestar hacia Rusia dentro de estas comunidades islámicas.

Por otra parte se puede intuir que el ISIS desee atacar como una reacción a la intervención militar rusa en Siria desde 2015 que permitió al régimen de Bashar al Asad recuperar posiciones militares y mantenerse en el poder precisamente derrotando al Daesh. No obstante era vox populi en los centros de poder sobre la ralentización menguante y la pérdida de capacidad de actuación y amenaza de este movimiento integrista en Oriente Próximo, particularmente en el territorio entre Siria e Irak.

Esa sensación de fracaso del yihadismo también se observa en el Cáucaso ruso, en particular ante la desaparición del efímero Emirato del Cáucaso y la neutralización y pacificación rusa del irredentismo checheno; a tal punto es evidente que fuerzas chechenas luchan del lado de las rusas en Ucrania. Y si bien es cierto que los talibanes volvieron al poder en Afganistán en 2021, el ISIS-K lucha contra este régimen intentando expandir la posibilidad de renovación del integrismo yihadista hacia Asia Central. El retorno Talibán al poder tuvo precisamente en Rusia y China a sus principales benefactores políticos y diplomáticos, toda vez la retirada occidental de Afganistán significó un notorio triunfo geopolítico para Moscú y Beijing.

Por otra parte habría también que atender al contexto actual ruso-occidental para intentar observar qué otras razones pueden estar detrás de este inesperado retorno del terrorismo yihadista. En medio de una guerra ucraniana en fase de estancamiento para los intereses occidentales, con un equilibrio militar mucho más favorable a Rusia (horas antes del atentado la aviación rusa realizó el ataque más contundente contra instalaciones energéticas ucranianas) y un Putin políticamente reforzado dentro de Rusia, perspectiva en la que Occidente ya interpreta su aparente imposibilidad para apartarlo del poder, el atentado terrorista en Moscú podría ser interpretado y utilizado por Occidente como un instrumento que refleje la vulnerabilidad rusa para, por otra parte, implicar eventualmente la posibilidad de un «reseteo» dentro de sus agrias relaciones con Putin, incluso incentivando a otros interlocutores con presunta influencia dentro del Kremlin.

Así, el recurso del yihadismo terrorista como enemigo común puede instrumentalizarse ahora como una inesperada estrategia por parte de Washington para intentar reducir el nivel de tensión con Moscú, mirando siempre al temido contexto de difusión de la crisis ucraniana hacia un escenario nuclear. Más allá de su apoyo militar a Kiev y de las expectativas defensivas y militares europeas, Washington y la OTAN entienden que Rusia, lejos de estar derrotada en el terreno militar y resistiendo con fluidez a las sanciones occidentales, tiene capacidad para desequilibrar a su favor el conflicto ucraniano.

Lejos de ser un paria internacional como Occidente esperaba, Rusia está bien posicionada en sus alianzas en Asia (China, India, Turquía, Irán), África e incluso América Latina (Venezuela, Cuba, Nicaragua) La sociedad rusa, no menos condicionada por la propaganda del Kremlin, acaba de legitimar masivamente el mandato presidencial de Putin. Por otra parte, el Kremlin puede utilizar el atentado como un instrumento de justificación de una mayor militarización dentro de Rusia ante la fase expectante de una posible contraofensiva en el frente ucraniano y de un conflicto a gran escala contra la OTAN, tal y como observamos en la retórica belicista entre Bruselas, Washington y Moscú.

En este contexto gravita igualmente otro imperativo estratégico: la enésima tentativa de Washington para intentar «limar asperezas» con Moscú que eventualmente provoque un distanciamiento dentro de la alianza estratégica ruso-china, un eje euroasiático cada vez más consolidado, especialmente tras la guerra en Ucrania y las tensiones en torno a Taiwán, el Mar de China Meridional, el pacto «atlantista» AUKUS en Asia Oriental y la recuperación de Corea del Norte como aliado militar ruso. Romper esta ecuación estratégica sino-rusa es un imperativo para Washington y más cuando Beijing ha alcanzado capacidad suficiente para impulsar sendas iniciativas de negociación en Ucrania y también en Gaza.

Esta perspectiva geopolítica occidental de intentar alejar a Rusia de China puede tener una nueva dimensión en caso de que Donald Trump vuelva en noviembre a la Casa Blanca, tomando en cuenta las conocidas simpatías del ex presidente estadounidense por Putin y de sus intenciones de «resetear» el eje «atlantista» forjado por la Administración Biden al calor de la guerra ucraniana. Ese eje «atlantista» del que Trump quiere tomar distancia se vio reforzado por la reciente ampliación de la OTAN (Suecia y Finlandia) toda vez Europa adopta ahora un inesperado discurso cada vez más belicista.

Especulaciones aparte, tras este atentado difícilmente observaremos un inmediato cambio en las relaciones ruso-occidentales a favor de un clima de mayor entendimiento. La pista ucraniana del Kremlin implica también a Washington y Bruselas, lo cual reforzaría aún más esta atmósfera de tensión permanente ruso-occidental. Pero como sabemos, la política es el arte de todo lo posible. Está por verse si el atentado terrorista en Moscú puede implicar ese hipotético «reseteo» ruso-occidental o si, por lo contrario, reforzará aún más el actual clima de confrontación hacia escenarios inesperados y ahora con el terrorismo jugando en primera fila.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/rusia-occidente-e-o-terrorismo-roberto-mansilla-blanco/