LA GEOPOLÍTICA-CERO DE ARGENTINA EN SU MOMENTO MÁS ALARMANTE

Alberto Hutschenreuter*

Que un país con gran extensión terrestre, aérea y marítima no desarrolle, ni en ideas ni en actos, ninguno de los tres poderes para salvaguardar esos territorios, es una anomalía. Pero que, en paralelo a esta condición, cree, estimule o facilite sus hipótesis de conflicto, lo convierte en un caso único.

En buena medida es lo que sucede con Argentina, un actor que reúne condiciones de país-continente, posee múltiples recursos estratégicos, está ubicado a distancia de placas de tensión geopolítica, no atraviesa discordias intervecinales mayores, pero, por causas hasta hoy inexplicables, se ha ido convirtiendo en un país de geopolítica-cero, algo así como un actor que no solo ignora la importancia del factor político-territorial como oportunidad para construir poder nacional, pero también como peligro para los intereses nacionales, sino que despliega prácticas anti-geopolíticas, es decir, trata o encara hechos geopolíticos desde un lugar en el que acaba siendo «su propio enemigo».

Consideremos, entre otras, tres situaciones actuales: una interna, otra externa y, finalmente, una (más sujeta a eventualidades) que combina lo interno y externo.

En relación con la situación interna, desde hace tiempo la agrupación (autodenominada) Resistencia Ancestral Mapuche ha venido aumentando, tanto en reclamos como en actos de violencia, su proyección territorial en el sur del país, en la Patagonia; es decir, se trata de un pernicioso actor que despliega una ofensiva geopolítica (porque su propósito es étnico-político-territorial) en la que no trepida en avasallar la misma soberanía nacional con la que ni siquiera se identifica pues, más allá de su deliberadamente difusa identificación étnica, los mapuches son, como bien sostiene Carlos Manfroni, araucanos, es decir, de Araucanía, Chile, país donde también cometen violentos atropellos.

Esto último resulta pertinente para remarcar lo que en un reciente artículo advierte y aclara el experto Marcelo Javier de los Reyes, Director Ejecutivo de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales: (…) «“Resistencia Ancestral Mapuche”, organización que reivindica la existencia de un estado racial araucano en una parte de la Patagonia, región geográfica a la que muchas veces, erróneamente, se agrega el adjetivo “argentina”. Hay una sola Patagonia y es la ubicada en la Argentina. La zona lindera ubicada en Chile, debe ser llamada “Araucanía”».

En pocos términos, se trata de una agrupación que utiliza el terror para alcanzar sus propósitos. No obstante esta situación, el gobierno argentino no sólo no los combate como se debe combatir a todo agrupamiento terrorista, sino que despliega un enfoque complaciente y hasta connivente ante (o más apropiadamente con) el mismo, llegando incluso a desproteger a la misma población nacional frente a un peligro que tiene lugar dentro del propio territorio nacional, el que podría llegar a sufrir una fractura por parte del accionar de los sediciosos.

En otros términos, se trata de una amenaza o hipótesis de conflicto que no es considerada como tal por el Estado argentino. Peor todavía, el enfoque y la inacción del gobierno llevan a la más peligrosa situación en la que se puede encontrar un país: la de un gobierno convertido en principal hipótesis de conflicto.

En relación con la situación externa, recientemente la diputada nacional Mariana Zuvic se refirió, en términos de advertencia, a un proyecto de ley que impulsa el gobierno argentino, el que podría terminar beneficiando y afirmando intereses británicos en el Atlántico Sur. Básicamente, se trata de la creación de una zona marítima ictícola protegida situada en un área en disputa con el Reino Unido. Dicho proyecto cuenta con el «respaldo» de una organización no gubernamental, la Wildlife Conservation Society (con sede en Nueva York).

El riesgo radica en que se trata de una iniciativa que proporciona a Londres un justificativo para llevar adelante similares proyectos que, más allá del loable propósito, coadyuvarán a fortalecer su presencia en el Atlántico Sur, un océano aparentemente «quieto», pero en el que suceden numerosas y crecientes dinámicas relativas con la concentración de presencias, ambiciones y proyecciones de estados.

Hay que decir que no se trata de nada nuevo. Los actores preeminentes suelen promover iniciativas justas en relación con la salvaguarda del medio ambiente. Muchas veces lo hacen acompañados por entidades no gubernamentales, hecho que le proporciona más compromiso genuino a dicha acción. Y el Reino Unido ha sido y es uno de los más activos en esta forma sutil de proyección y afirmación de poder a escala global. Nada es más seductor que llevar adelante causas cuyo fin apuntan a crear conciencia en relación con la salvaguarda de «bienes pertenecientes a la humanidad».

Londres lo viene haciendo desde hace muchos años bajo la pátina de lo que denomina «diplomacia de la defensa», un atractivo enfoque y práctica que parece consagrar esfuerzos y capacidades nacionales en pos de un «mundo mejor». Pero dicha diplomacia no es más que una manifestación de poder blando o sutil cuyo fin no es otro que promover y proteger lo regular e inalterable para los actores preeminentes: sus intereses y su proyección de influencia y poder.

Todo ello se ve «facilitado» por una de las principales características de los países de geopolítica cero o de visión territorial estrecha: su creencia en valores que trascienden a los intereses nacionales, siendo el medio ambiente uno de los temas más sensibles en relación con dicha creencia.

Por último, la tercera situación (más eventual) combina cuestiones internas y externas.

Básicamente, implica a países altamente viables, pero que por diferentes causas tienen problemas estructurales para lograr un nivel aceptable de gobernabilidad, llegando a comprometer seriamente la estabilidad local. Pero desde el enfoque de actores poderosos, estados y organizaciones, el problema no se circunscribe solamente a «lo local» sino que va más allá, comprometiendo lo regional y lo mundial. Y ello implica un escenario que debe ser impedido; por tanto, tales países díscolos son considerados como sujetos que requieren asistencia para evitar la disrupción interna y, consecuentemente, problemas externos.

Tampoco aquí estamos frente a un nuevo tema, pues ya hubo situaciones de «soberanías condicionadas» en diferentes segmentos, particularmente en cuestiones que guardan relación con la protección del medio ambiente. Acaso lo novedoso y amenazador radica en el estado de desorden internacional, el muy bajo nivel del multilateralismo, las rivalidades en ascenso y la creciente primacía de los intereses nacionales. Es decir, un contexto adverso para aquellos estados con menguado o frágil poder nacional. Lo otro relativamente novedoso es la pluralización de las cuestiones pasibles de llegar a condicionar soberanías.

Se trata de una situación que es una encrucijada, pues no nos estamos refiriendo a hechos relativos como consecuencias de la globalización, o realidades como las que acontecen en la Unión Europea donde nadie es completamente soberano, o en el territorio digital, que cada vez más supone compartir soberanías. No nos referimos tampoco a lo que se conoce como «delegación de gobernanza». Nos referimos a situaciones en las que algunos países, como consecuencia de carecer de propósitos y estrategias que aseguren la gobernabilidad, no dispondrán de opciones para manejar su propia situación. En pocos términos, podríamos estar ad portas de una situación sin ambages entre «amos» y «vasallos», siendo estos últimos actores altamente viables y hasta (potencialmente desarrollados), no actores laterales y pequeños que prácticamente no pueden mantenerse per se.

A ello se suma la incertidumbre sobre el curso geoeconómico mundial en los años venideros y, frente a las demandas del nuevo industrialismo, la posibilidad de un posible nuevo ciclo de imperialismo de recursos.

Existen otras realidades en las que la condición de «reluctancia geopolítica» acaba por frustrar emprendimientos asociados a la construcción de poder internacional. Dicha condición implica la primacía de la ideología sobre el pragmatismo, una situación que se puede apreciar en el Mercosur, bloque que, precisamente por ello, ha quedado al mismo borde de la desintegración o, en el «menos peor» de los casos, de la existencia formal.

Es decir, el anti-enfoque geopolítico termina por licuar un emprendimiento geoeconómico necesario para lograr «masa crítica» regional, algo que vamos a necesitar no solo para lograr una inserción internacional, sino para comenzar a levantar la región de la irrelevancia estratégica en la que ha caído tras el vendaval de la COVID 19.

El siglo XXI hace tiempo que no da señales o perspectivas favorables en relación con la construcción de un orden internacional. Pero en cualquier caso, en desorden o en orden, la condición y relación jerárquica entre estados será cada vez más marcada. Para países de alta viabilidad y desarrollo, pero con serios problemas para lograr gobernabilidad, como es el caso de Argentina, la situación podría colocarlo en un lugar muy comprometido, quizá el más comprometido en su historia.

Asimismo, ante determinadas situaciones internas y externas, si el país no modifica su enfoque geopolítico también podría encontrarse en situaciones altamente comprometedoras.

Tarde o temprano, la historia castiga la frivolidad estratégica, advierte Henry Kissinger. Sin duda, pero mucho más y más pronto la historia se encarga de castigar la estulticia geopolítica.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

 

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