Agustín Saavedra Weise*
El notable escritor ruso, disidente político y ganador del Premio Nobel de literatura Alexandr Solzhenitsin (1918-2008), pronunció un importante discurso en la universidad de Harvard (Boston, EEUU) el 9 de junio de 1978. El evento tuvo lugar poco tiempo después de haber sido liberado de un campo de concentración para enemigos ideológicos del régimen comunista, en la ahora extinguida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Ante la sorpresa de los estudiantes asistentes, que pensaban escuchar una lacrimosa letanía anti Moscú, el exiliado autor más bien denunció a la sociedad occidental, que según él había adquirido una preocupante similitud con las sociedades controladas por el comunismo en términos de asfixia de la vida espiritual. Solzhenitsin dijo que la vida espiritual se había perdido tanto en Occidente como en Oriente y pidió un “aumento espiritual”. Agregó que cierto complejo de superioridad sostiene la creencia de que las diversas regiones de nuestro planeta deberían desarrollarse al nivel de los sistemas occidentales actuales, que teóricamente son “mejores” y más “atractivos”. Agregó que esa era una concepción sesgada por la incomprensión occidental de la esencia de otros mundos y del error de medir todo con la vara del Oeste. En definitiva, Solzhenitsin criticó la presunción de superioridad de la cultura occidental. Sus concepciones fueron generales, no entró en particularismos ni en detalles.
Tal vez por exponer pensamientos continentales de vasto alcance, la mayoría de los estudiantes asistentes lo criticó al no entenderlos bien. Muchos opinaron que era “anticuado” y “abarcaba varios temas a la vez”… Esos jóvenes ultra especializados de Harvard habían olvidado la metodología de pensar en función de los enormes espacios, de las grandes ideas y de los problemas globales del mundo. Olvidaron también involuntariamente el lema “Veritas” (verdad), símbolo de esa icónica casa superior de estudios. Subsumidos en una estructura mental limitada por su particularismo, los estudiantes menospreciaron o criticaron -en su inocente ignorancia- al escritor ruso, en lugar de asimilar su pensamiento globalizado o al menos intentar comprenderlo. A más de 30 años de ese evento, por suerte ha resurgido el pensamiento estratégico, la necesidad de imaginar, ver y observar con amplitud los vastos espacios físicos o mentales, para así poder auscultar posteriormente las minucias.
Felizmente, hoy las cosas están cambiando. Ciertamente, persiste la especialización, pero en paralelo ha retomado vigencia la necesidad metodológica de pensar en grande. Cualquier tipo de fenómeno debe mirarse primero desde la perspectiva del águila; luego vendrá el momento de sumergirse en detalles…
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