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Y EUROPA SE VOLVIÓ «MILITARISTA»

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: TheAndrasBarta en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/europa-viaje-mapa-mundo-conexiones-1264062/

El presidente francés Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, «llamaron a filas» para construir la Europa de la Defensa ante la «amenaza rusa». Alemania retoma el servicio militar obligatorio. Suecia, como Finlandia, abandona su histórica neutralidad e ingresa definitivamente en la OTAN. En vísperas de unas elecciones presidenciales en Rusia (15-17 de marzo) con un Vladimir Putin cada vez más fortalecido y que ya acelera sus estrategias para el nuevo período 2024-2030; con comicios parlamentarios europeos (junio) que intuyen el posible avance de partidos euroescépticos e incluso prorrusos; y ante la perspectiva de un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca en las presidenciales estadounidenses de noviembre, Bruselas quiere «cortar por lo sano» y asegurar un modelo propio de defensa.

Ante estas inesperadas declaraciones de tintes belicistas por parte de Macron y von der Leyen puede que estemos en el momento de decir adiós a la Europa que hasta ahora me los conocía. La Unión Europea (UE) siempre fue observado como un espacio dinámico de integración económica y social aunque políticamente más endeble y militarmente casi inexistente por estar precisamente supeditada al «paraguas defensivo» de la OTAN.

Pero la guerra de Ucrania contempla otra perspectiva: la Europa de 2024 aparentemente se prepara para una posible nueva guerra contra un viejo enemigo, Rusia. Putin respondió inmediatamente a Macron y von der Leyen sobre las «peligrosas consecuencias» de una eventual implicación directa de Europa y de la OTAN en Ucrania.

No olvidemos a Polonia, cuyo peso geopolítico y militar comienza a forjarse como la nueva avanzadilla de la OTAN contra Rusia. La población polaca de Rzeszów, a escasos kilómetros de la frontera con Bielorrusia (con un gobierno, el de Lukashenko, aliado de Putin) se está convirtiendo en la nueva gran base de operaciones de la OTAN, con masiva presencia de soldados estadounidenses. Y Polonia, con viejas aspiraciones geopolíticas desempolvadas por la guerra ucraniana, no se queda atrás en el ardor militarista aumentando su presupuesto en defensa y observando una cada vez mayor inclinación social hacia el entrenamiento militar o paramilitar.

En esta nueva dinámica del conflicto ucraniano entra también un Estado de facto, Transnistria, de mayoritaria población étnica y lingüística rusa y que pide ahora protección a Moscú ante las «amenazas» contra su soberanía e integridad estatal ante las históricas reclamaciones territoriales de Moldavia y Ucrania. Cabe recordar que desde la desintegración de la URSS en 1991, Transnistria, una especie de parque temático de reminiscencias soviéticas, no es reconocida como entidad estatal por ningún país ni por la ONU a pesar de contar con el tácito apoyo de Moscú y con un contingente militar ruso, el VII Ejército. Con ciertos matices pero sin perder la perspectiva, lo de Transnistria recuerda el contexto del Donbás previo a la invasión militar rusa y Ucrania.

Pero es hoy en Bruselas, además de Moscú y Kiev, donde mejor se observa el ardor militarista. Washington calcula a la distancia con la velada intención de someter definitivamente a Europa y romper cualquier ecuación geopolítica que implique tentativamente un acercamiento europeo al eje euroasiático sino-ruso, cada vez más fortalecido con la guerra ucraniana. En el caso ruso, el factor energético sigue siendo esencial para Europa, a pesar de las sanciones por la guerra.

Dos años después del comienzo de la guerra en Ucrania y con una masacre humanitaria en vivo y directo en Gaza (sin que la UE tenga capacidad de maniobra por su sumisión al «atlantismo» de Washington), Europa ve cómo se desliza casi a ciegas hacia un imprevisible escenario bélico que, curiosamente, nadie garantiza que exactamente sucederá; pero mejor estar prevenidos, por si acaso, como aparentemente conciben Macron y von der Leyen. Cobra así importancia la vieja frase del general estadounidense Patton: «en tiempos de paz, prepárense para la guerra». Y eso que no estamos precisamente en tiempos de paz.

Este ardor militarista «preventivo» europeo contrasta con su negativa a la hora de apoyar opciones diplomáticas en Ucrania que no signifiquen otra cosa que la «derrota definitiva de Putin». Tras recibir al presidente ucraniano Volodymir Zelenski, el mandatario turco Recep Tayyip Erdogan presentó una iniciativa de negociación para intentar acabar con la guerra ucraniana. Pero ni Estados Unidos ni Europa quieren una pax turca aunque Ankara sea miembro estratégico de la OTAN. Y no lo quieren por la capacidad turca de interlocución entre el «atlantismo» y el «eje euroasiático», lo cual alteraría esos intereses estratégicos «atlantistas».

Una paz en Ucrania sin sus condiciones es inaceptable para Washington. Así fue en el caso de China con su plan de paz en 2023 y ahora con una nueva iniciativa diplomática por parte de Beijing. Hoy lo es con un incómodo actor como Erdogan (Europa le critica su autoritarismo) que, al mismo tiempo, implique fortalecer el peso de un interlocutor válido con capacidad para dialogar con Putin y Zelenski. Como era de prever, el presidente ucraniano también rechazó con indignación una iniciativa de paz del Vaticano que le instaba a rendirse en el terreno militar para propiciar la negociación.

Muy probablemente instigada por Washington, Bruselas desperdicia así una oportunidad interesante para sumarse a una serie de iniciativas diplomáticas (China, Turquía, Vaticano) que le podrían reportar una imagen más apropiada de resolución de conflictos y menos belicista, en consonancia con los parámetros de la línea dura «atlantista» vía OTAN.

De este modo, Bruselas parece apostar por la opción militarista. Hoy las empresas privadas (como BlackRock) y los «perros de la guerra» vuelven a darse la mano con los ejércitos europeos. Ese modelo de «privatización de la guerra» con implicación de gobiernos aliados ya fue ensayado por Washington en Irak tras la ilegítima invasión de 2003. Hoy Europa prevé incrementar su gasto militar hasta un 5% del PIB para los próximos años. Viendo esto, cabe preguntarse: ¿cómo queda el gasto social en tiempos de crisis económica? ¿Estamos ante el final de esa «Europa del bienestar» de la posguerra?

La narrativa belicista comienza a marcar la pauta en los mass media europeos. Para algunos, la guerra es «inevitable» e incluso hasta necesaria. Discursos que recuerdan a los que se emitían desde las Cancillerías europeas previo a la I Guerra Mundial (1914-1918) Rusia es hoy el enemigo. Mañana lo será seguramente China. Precisamente ambos enemigos que la OTAN no dudó en identificar en la cumbre de Madrid de 2022.

Está por verse si esta paranoia de guerra «inevitable» que se está instalando en Europa finalmente se convertirá en una estrategia por parte de Bruselas para forzar a la creación de un Ejército europeo menos «atlantista» que no dependa de la OTAN ante posibles escenarios imprevistos, entre ellos el retorno de Trump a la Casa Blanca. Y quien sabe si en contextos de crisis socioeconómica como el que vive Europa, con malestar en las calles ante protestas como la de los agricultores y camioneros, los servicios sociales, etc., reactivar el complejo militar-industrial vía escenarios preventivos de guerra se convierta en un catalizador para el empleo y para mitigar ese malestar social. Se atiza así el temor y el miedo ante un «nuevo-viejo» enemigo exterior (Rusia, China) que se muestra capacitado para hacer frente a una hegemonía «atlantista» hoy contestada y que amenaza con propiciar su declive.

Ahora bien, esta Europa (y también la OTAN) precisamente desacostumbrada a la guerra tras varias décadas de inocente «belle èpoque», ¿está realmente preparada para ir a la guerra, ahora contra un rival cuando menos competente? ¿Será que este ardor militarista esconde, en el fondo, la crisis y la incapacidad del Occidente «atlantista» por reconducirse como actor de resolución de conflictos?

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

 

Artículo originalmente publicado en Novas do Eixo Atlántico (en gallego): https://www.novasdoeixoatlantico.com/e-europa-volveuse-militarista-roberto-mansilla-blanco/

 

CHINA Y EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Giancarlo Elia Valori*

Imagen: glaborde7 en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/bandera-china-shanghai-754582/

 

El estudio y análisis de las relaciones internacionales de otros países y pueblos es un requisito previo para el avance de la paz y un requisito intrínseco para promover la globalización y el respeto a la diversidad. Todo esto forma parte de los intercambios culturales mutuos que incluyen viajes y visitas de personas, así como la transmisión de experiencias, la influencia mutua de costumbres y tradiciones, la difusión de ideas, la política, la literatura, el arte, etc. Hay varios canales para los intercambios, como los enviados del gobierno, los ciudadanos que estudian en el extranjero, el comercio, los artesanos, etc. Las guerras y los encarcelamientos también proporcionaron canales para los intercambios relacionados con las relaciones internacionales.

A este respecto, recordemos cuando el veneciano Marco Polo fue capturado por los genoveses y dictado al pisano Amedeo Rustico, conocido como Rustichello, el conocido diario de viaje Il Milione (Los viajes de Marco Polo). Marco Polo trajo, entre otras cosas, el primer relato del mundo, fuera de las fronteras de Asia, de la vida completa de Buda, con la adición de la construcción de la estatua en su honor y la noticia de las ochenta y cuatro encarnaciones zoomorfas popularizadas por su padre.

Pero volvamos a nuestro tema. En los tiempos modernos, en esta era de profundización de la internacionalización económica y de las agrupaciones regionales, el papel de poder blando que desempeña la cultura se ha vuelto cada vez más importante en la proyección de la política exterior ―en particular― y de las relaciones internacionales. Por lo tanto, el fortalecimiento de los intercambios culturales entre Italia y la República Popular China y otros países es, por lo tanto, una parte esencial del proceso de modernización y avance que está dando pasos agigantados en su país en el desarrollo del pueblo chino: de esta manera, todos los países cosechan beneficios mutuos.

La profundidad y amplitud de los intercambios culturales entre la República Popular China y otros países varían, y el grado de influencia y los resultados alcanzados también cambian de una época a otra.

Sin embargo, son una necesidad histórica y el antiguo proceso de intercambios e interacciones del Imperio Medio siempre ha traído consigo razones para la convivencia y la paz. Los intercambios culturales y los viajes mutuos de grandes figuras políticas y ciudadanos comunes como yo fomentan:

    • la promoción de la cultura en el mundo, así como la expansión del atractivo y la influencia comunes, y mejorar la competitividad cultural de los países y la fuerza nacional general de cada Estado;
    • el conocimiento y la asimilación de los logros culturales sobresalientes de los diversos grupos étnicos y nacionalidades que conforman la República Popular China;
    • el aprendizaje mutuo entre las diversas culturas de nuestros dos países, aprovechando las fortalezas y debilidades de las partes, manteniendo la diversidad de la cultura mundial y promoviendo la prosperidad y el desarrollo;
    • el fortalecimiento de la amistad y el entendimiento mutuo entre los países y los pueblos, el fomento de relaciones amistosas y de cooperación con los pueblos de todos los Estados del mundo, la promoción de la paz y el desarrollo y la construcción de un futuro armonioso para todos.

El significado de todo esto se reafirma principalmente en los dos aspectos de la política exterior y las relaciones internacionales. La evolución del significado de estas dos características implica también la dirección del desarrollo en la satisfacción de las necesidades básicas del mundo, y frente al duro entorno natural, para mejorar la calidad de vida donde las personas nacen, crecen y trabajan.

Sobre la base de estos principios fundacionales de la coexistencia pacífica, me gustaría esbozar modesta y brevemente las políticas y la historia reciente de las relaciones internacionales de la República Popular China, tal como las he aprendido a lo largo de mi vida, tanto como estudiante como simple viajero, y en lecturas y reflexiones posteriores y gracias a los lazos de amistad que tengo el honor de mantener con los más altos dignatarios de China.

 

Los aspectos más destacados de la historia de China se pueden resumir en la comprensión del Partido Comunista de China que finalmente ha salido de las contradicciones estructurales y superestructurales que han acompañado su lucha centenaria por la redención del pueblo y de toda China contra el imperialismo occidental, el socialimperialismo ex soviético, el colonialismo y el neocolonialismo.

La República Popular China y el Partido Comunista de China están demostrando a los pueblos oprimidos por las superpotencias del pasado y de hoy que es posible liberarse de la dominación de terceros a través de la capacidad de confiar en las propias fuerzas, siendo ―como la propia China― países en desarrollo y emergentes. Esto significa luchar por el multipolarismo en un mundo que no debería tener colonizadores ni pueblos colonizados.

A través de su capacidad para resumir constantemente la historia y mantener siempre un equilibrio, el PCCh ha evitado los errores de otros partidos marxistas en otros países y ha sido capaz de lograr el éxito.

Los errores de los partidos comunistas ―al menos en Europa― fueron autoimponer un modelo que no era nacional, sino que se refería a Rusia: una forma de servilismo político y estratégico que, por el contrario, la República Popular China siempre ha tratado de evitar. Los líderes del Partido, del Estado y del Gobierno de los países del Pacto de Varsovia no se destacaron por su originalidad: las decisiones de Rusia resultaron ser decisivas y no hubo necesidad de ninguna iniciativa especial. Su función (con la excepción de Nicolae Ceauşescu ―de quien era amigo― que fue derrocado en 1989 por un golpe de Estado, preparado por la KGB de Gorbachov, y el albanés Enver Hoxha, que murió en su cama en 1985) fue simplemente una función coreográfico-institucional confinada a la ONU o a los desfiles conmemorativos.

Pero lo mismo se aplica también a los partidos comunistas de los países occidentales, de la OTAN o de fuera de la OTAN: de simples marionetas de Rusia, a una madre muerta, se han convertido en ‟sirvientes arlequín de dos amos”, como en la obra del dramaturgo del conciudadano veneciano Marco Polo, Carlo Goldoni (1707-93). Cambiaron sus nombres e inmediatamente se pusieron al servicio de los Estados Unidos de América. No habían producido nada original, excepto el “eurocomunismo”, es decir, una receta que ya se abría hacia la OTAN.

En el 30º aniversario del colapso de la Unión Soviética, celebrado en 2021, las diferentes decisiones tomadas por la República Popular China y la Unión Soviética en la construcción del socialismo plantean preguntas sobre sus diferentes destinos. Hay que decir de inmediato que, mientras que en la República Popular China el Partido Comunista de China siempre ha tenido una dialéctica ―incluso dura― entre las líneas políticas existentes en su seno, dando así la posibilidad de expresar la democracia participativa dentro del propio partido, como mencionamos anteriormente, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El monolitismo fue una característica constante cuando Stalin fue nombrado Secretario General del Partido Comunista (Bolchevique) el 3 de abril de 1922. Sin embargo, mientras Stalin seguía una línea política que convertiría a la URSS en una potencia mesiánica tanto económica, como política y militarmente, con el advenimiento de Jruschov, se abandonó el marxismo como centralidad del pensamiento, optando por la coexistencia pacífica, queriendo emular a los Estados Unidos desde el punto de vista de una carrera por la prosperidad, mientras que al mismo tiempo implementaba políticas fallidas tanto desde el punto de vista armamentístico como económico y en las relaciones internacionales, incluso mirando a la República Popular China como un adversario.

A principios de la década de 1960, se creó una nomenklatura que se suponía opuesta a la bjurokratja estalinista, pero que en última instancia cabalgaba sobre la parábola descendente ―de la que Brezhnev y sus sucesores fueron los sepultureros― de un Estado que ya no tenía nada que decir en términos de palingénesis ideológica y estructural. Conozco a muchos políticos de todo el mundo desde hace muchos años y he captado las diferencias entre los funcionarios del partido chino y los políticos occidentales. Los políticos chinos son personas que vienen de miles de años de historia. Son los herederos del emperador Qin Shi Huangdi, si no del emperador amarillo Xuanyuan Huangdi.

Son realistas y miran a los aspectos concretos y a los intereses de su propio país, de modo que se crea armonía entre los pueblos de la tierra, y nadie puede dominar a los demás. Los políticos occidentales, de los que se dice que son los herederos de la Revolución Francesa de 1789, no tienen nada de revolucionario, y lo que es concreto es su interés por el bienestar de los bancos y de las instituciones de crédito, incluso en detrimento del bienestar alcanzado después de la Segunda Guerra Mundial. Se engañan a sí mismos pensando que están creando una Europa unida, en la que ―por poner un ejemplo límite― ningún ciudadano toleraría jamás la supresión de su selección nacional de fútbol en favor de un club de fútbol europeo al estilo del crisol de razas. Los políticos europeos ―bajo la bandera de los derechos humanos al estilo estadounidense― favorecen últimamente las intervenciones militares en países lejanos, donde pueden establecer el dominio de su punto de referencia sin ningún escrúpulo.

Por el contrario, aprecio mucho más a los políticos estadounidenses que, aunque carezcan de la sabiduría, el refinamiento y la sofisticación de los de China, son personas que defienden los intereses de su país, sin responder a nadie, como Henry Kissinger. Con referencia específica a las actividades internas de la UE, los políticos europeos en general están muy atentos a lo que antes se llamaba el prurito de la burguesía y, como está escrito en el Evangelio de Lucas, “¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, déjame quitarte esa paja del ojo, cuando ni siquiera te das cuenta de la viga de madera que tienes en el ojo?’ Para nosotros, los italianos, el panorama es muy sombrío y se aleja de los grandes políticos del pasado, como Fanfani, Moro, Andreotti, Cossiga, Craxi y muchos otros de la oposición. Otro aspecto a analizar son los grandes tópicos, clichés y eslóganes de la sociedad occidental sobre el PCCh, y las formas en que han sido formulados.

El mayor lugar común de los políticos occidentales sobre el PCCh es que no es democrático. Para decir esto, obviamente asumen que la democracia “real” es la propia. La que lanza bombas sobre los pueblos para imponerla a los ignorantes, atrasados y dictadores que, sin embargo, no son sus amigos. Durante mucho tiempo, la imagen del PCCh en Occidente ha sido demonizada por los medios de comunicación y los políticos. Debemos considerar las razones por las que estas facciones occidentales realizan continuas y sostenidas campañas de desprestigio contra el PCCh.

Las campañas de desprestigio contra la República Popular China en realidad están dirigidas por Estados Unidos y los países de la OTAN y sus gobiernos no pueden hacer otra cosa ―a través de los medios de comunicación, las redes sociales, la prensa y las cadenas de televisión― que obedecer a la Casa Blanca. Creo que la opinión de los pueblos de estos Estados es muy diferente. Si se examina más de cerca, después del colapso de la URSS ―cuando la República Popular China aún no había emergido como lo ha hecho hoy― China no era aterradora pero, después de 30 años, las cosas han cambiado considerablemente y el enemigo público número 1 ―después del interludio musulmán― es de nuevo un marxista, es decir, el Partido Comunista de China y el país que lo expresa. No olvidemos la relación privilegiada de la República Popular China con los países en desarrollo, una cuestión que molesta mucho a los Estados Unidos y a los antiguos países colonizadores del pasado. Al prestar ayuda y asistencia a Estados extranjeros, la República Popular China siempre respeta la soberanía de los países receptores, sin condiciones, y persigue resultados con un enfoque de beneficio mutuo. La ayuda y la asistencia de China han aportado beneficios reales a los países en desarrollo interesados y han recibido su reconocimiento.

La llamada “trampa de la deuda” china es una narrativa que Estados Unidos y algunos otros países occidentales adoptan para difamar y calumniar a China, así como para interrumpir su cooperación con otros países en desarrollo. Como se señala en un artículo publicado en la revista The Atlantic, con sede en Boston, el 6 de febrero de 2021, “No hay trampa de deuda china”. La narrativa de la trampa de la deuda no es más que una mentira inventada por algunos poderosos políticos occidentales. El capital occidental es el mayor acreedor de los países en desarrollo. Según las estadísticas de 2022 del Banco Mundial sobre la deuda internacional, el 28,8 % de la deuda externa pendiente de África se debe a instituciones financieras multilaterales y el 41,8 % a acreedores comerciales compuestos principalmente por instituciones financieras occidentales. Estos dos tipos de instituciones poseen en conjunto casi tres cuartas partes de la deuda, lo que las convierte en los mayores acreedores de la deuda africana. Según el director de la Iniciativa de Investigación China-África (CARI, por sus siglas en inglés) de la Universidad John Hopkins en Baltimore, Maryland, después de revisar miles de documentos de préstamos chinos, principalmente para proyectos en África, el CARI no encontró evidencia de que la República Popular China empuje deliberadamente a los países pobres a endeudarse como una forma de apoderarse de sus activos u obtener una mayor voz en sus asuntos internos.

Los datos del CARI muestran que la República Popular China posee el 17% de la deuda externa total de África, mucho menos que Occidente. Ningún país africano se ha visto obligado a utilizar sus recursos estratégicos, como puertos o minas, como garantía para financiar la cooperación con la República Popular de China. No se ha visto obligado a utilizar sus recursos estratégicos, como puertos o minas, como garantía para financiar la cooperación con la República Popular China. Deutsche Welle, el canal internacional de noticias de Alemania, señala que la falta de pago de los países africanos no hizo que la República Popular China se apropiara del derecho a utilizar su infraestructura.

La cuestión de la deuda es, en esencia, una cuestión de desarrollo. La clave para resolver este problema radica en garantizar que los préstamos proporcionen beneficios reales. Tomemos como ejemplo a África. La financiación de los países occidentales para África se concentra principalmente en sectores no productivos, y la mayoría de los préstamos están vinculados a limitaciones políticas, como los derechos humanos y la reforma judicial. Los países occidentales no han logrado promover realmente el desarrollo económico, aumentar los ingresos fiscales del gobierno y mejorar la balanza de pagos. Más bien han servido como herramientas para controlar y causar daño a África (véase inmigración a Europa). La República Popular China siempre respeta la voluntad de los pueblos africanos y tiene presentes las necesidades reales de sus Estados. La inversión y la financiación chinas para África se concentran principalmente en la construcción de infraestructura y en sectores relacionados con la manufactura. Al entrar en el siglo XXI, la República Popular China ha estado trabajando de manera proactiva para apoyar el desarrollo económico de África y ha proporcionado una alternativa a los canales de financiación tradicionales del Club de París, un grupo informal de organizaciones financieras de los veintidós países más ricos del mundo, que procede con una llamada renegociación de la deuda pública bilateral de los países del Sur Global. El Fondo Monetario Internacional suele recomendar a los deudores después de que otras soluciones han fracasado. Sin embargo, la República Popular China ha ayudado a África a fortalecer su capacidad de desarrollo autosuficiente y autosuficiente y a marcar el comienzo de una edad de oro de crecimiento económico de alta velocidad durante dos decenios consecutivos. Otro estudio de RAND Corporation ―un think tank estadounidense, cuyo nombre proviene de la contracción de Investigación y Desarrollo― señala que, en esa región concreta de la Nueva Ruta de la Seda (la llamada Iniciativa de la Franja y la Ruta, BRI), tener un enlace ferroviario entre socios comerciales ha mejorado las exportaciones totales en un 2,8%.

La República Popular China concede gran importancia a la sostenibilidad de la deuda de los proyectos. En 2017 firmó los Principios Rectores sobre la Financiación del Desarrollo con 26 países participantes en la Ruta de la Seda. En 2019 la República Popular China publicó el marco de sostenibilidad de la deuda para los países que participan en la Ruta de la Seda. Sobre la base de la situación de la deuda y la capacidad de reembolso de los países deudores, y siguiendo los principios de consulta equitativa, cumplimiento de las leyes y reglamentos, apertura y transparencia, el marco tiene por objeto reforzar el seguimiento y la evaluación de los beneficios económicos, sociales y de medios de subsistencia de los proyectos, y canalizar los préstamos soberanos hacia zonas de alto rendimiento con miras a garantizar los rendimientos de los proyectos a largo plazo. China también ha realizado esfuerzos proactivos para reducir la carga que pesa sobre los países deudores. Según el Banco Mundial, entre 2008 y 2021, la República Popular China realizó 71 reestructuraciones de deuda para países de bajos ingresos. En 2020 respondió de manera proactiva a la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI, por sus siglas en inglés) del Grupo G20 ―un foro de líderes, ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales creado en 1999― suspendiendo el pago de más de 1.300 millones de dólares en deuda solo ese año, es decir, casi el 30% del monto total del G20, lo que lo convierte en el mayor contribuyente entre los miembros del G20. La República Popular China firmó acuerdos de suspensión de la deuda o llegó a un entendimiento mutuo sobre la suspensión de la deuda con 19 países africanos y participó activamente en la resolución de la deuda basada en casos para Chad y Etiopía en el marco común del G-20. Estados Unidos y algunos otros países occidentales, en lugar de tomar medidas propias, señalan con el dedo acusador a la República Popular China por haber proporcionado ayuda y asistencia. Esto ha causado mucho descontento entre varios países en desarrollo. Como ya se ha dicho, hoy en día la diferencia más significativa es entre la perspectiva internacional china y la perspectiva liberal occidental. El socialismo en sí mismo tiene un contenido ideológico, histórico y tradicional de integración y está dedicado a la búsqueda de la cooperación y la liberación de todos los pueblos de acuerdo con los cinco principios básicos de la Conferencia de Bandung (18-24 de abril de 1955), en los que la República Popular China ha basado consistentemente su política exterior:

    • Respeto a la soberanía y a la integridad territorial;
    • no-agresión;
    • no injerencia en los asuntos internos;
    • igualdad y beneficio mutuo;
    • coexistencia pacífica.

La perspectiva liberal, en cambio, aparentemente persigue la globalización, pero en realidad está impulsada por los países liberales-capitalistas occidentales que sirven a sus propios intereses y corporaciones. En estos momentos, los países desarrollados occidentales ―siguiendo estrictamente a Estados Unidos― aparecen como una fuerza antiglobalización, ya que encuentran que la globalización se desvía cada vez más de los deseos de quien los domina.

Es la misma historia de la Doctrina Monroe, que celebra su 200 aniversario en 2023. En el siglo XIX, el establishment estadounidense enfatizó que la Doctrina Monroe era parte del derecho internacional, pero una vez que Estados Unidos fortaleció su hegemonía en las Américas dejó en claro que la Doctrina Monroe no era un principio legal, es decir, que si no se cumplía un requisito específico, el gobierno de Estados Unidos debía responder a una intervención ilegal más allá del derecho internacional y eso sería vergonzoso. En conclusión, los países del mundo deben resolver primero los problemas del desarrollo, la pobreza y reducir los casos de fricción. Los problemas de seguridad global no tradicionales, como la seguridad alimentaria, la escasez de recursos, las explosiones demográficas, la contaminación ambiental, la prevención y el control de enfermedades infecciosas, las pandemias y los delitos transnacionales, solo pueden resolverse con el acuerdo de todos.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción.

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A 84 AÑOS DEL INICIO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. ENFOQUES Y APORTES  SOBRE EL ACONTECIMIENTO MAYOR DEL SIGLO XX.

Alberto Hutschenreuter*

A las 4:45 horas del 1° de septiembre de 1939, el acorazado alemán Schleswig-Holstein, fondeado a las afueras de Danzig (Polonia), en el Mar Báltico, efectuó los primeros disparos de la Segunda Guerra Mundial lanzando varios proyectiles de 280 milímetros contra la Base Naval de Westerplatte, situada en la desembocadura del Vístula en el Mar Báltico y defendida por 210 soldados del Ejército Polaco.

 

El presente texto, al que se han incorporado adaptaciones y algunos datos, se encuentra desarrollado y con las citas pertinentes en el libro de Alberto Hutschenreuter, Un mundo extraviado. Apreciaciones estratégicas sobre el entorno internacional contemporáneo, Editorial Almaluz, Buenos Aires, 2019.

 

El 9 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial. Si bien la contienda continuaría unos meses más en el territorio del Asia-Pacífico, aquel día finalizaron los combates en Europa. La fecha resulta por demás oportuna para realizar algunas apreciaciones y recordaciones acerca de la confrontación interestatal más total y exterminadora de la historia de la humanidad.

La contienda se había iniciado el 1° de setiembre de 1939, cuando a las 4:45 de la mañana los cañones del viejo acorazado alemán SMS Schleswig-Holstein abrieron fuego contra la fortificación polaca de Westerplatte, situada en la desembocadura del Vístula en el Mar Báltico. El ataque fue la señal para la puesta en marcha de la “Operación Fall Weiss”: la invasión de Alemania a lo largo de toda la frontera de Polonia.

Apenas dos semanas después, retraso en parte porque aún había algunos combates con Japón en el sureste de su territorio, la Unión Soviética, cumpliendo la parte secreta del pacto del 23 de agosto con la Alemania nazi, invadió la parte oriental de este país. Con esta “campaña de liberación”, según la denominación que se dio en el Kremlin a la operación, una vez más el Estado de Polonia desapareció como entidad política soberana eurocentral.

En su conciso pero preciso trabajo Al borde del abismo. Diez días que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, el británico Richard Overy desmenuza los acontecimientos que siguieron a la masiva invasión alemana, destacando el grado de perplejidad y confusión reinante en Gran Bretaña y Francia, los garantes de la independencia de Polonia.

La declaración de guerra no fue inmediata, y ello se explica en función de discusiones entre ambos actores en relación con la organización de la movilización, de posibilidades de negociaciones (con mediación de Italia) con Hitler, y hasta de especulaciones sobre una crisis en la conducción nazi ante la inminencia de una guerra europea de escala.

Por ello, bien destaca el prestigioso historiador británico, el domingo 3 de setiembre fue el día que se inició la Segunda Guerra Mundial, el día que el primer ministro Neville Chamberlain se vio obligado a declarar “una guerra que no quería”. Pero no solamente Chamberlain no quería un enfrentamiento con Alemania: durante la segunda mitad de los años treinta, Gran Bretaña fue uno de los dos actores europeos que más defendió y practicó la política de “apaciguamiento” frente a una Alemania geopolíticamente revisionista. Dicha política fue seguida incluso en 1938, “el año de las grandes decisiones”, según el muy buen texto de Giles MacDonough, cuando el poder nacionalsocialista ya era importante, si bien faltabaN cumplirse planes militares, particularmente en el sector naval alemán.

En gran medida, ello se debió no solamente a la tremenda conmoción que había causado la Primera Guerra Mundial en la sociedad británica y en muchos de sus líderes políticos, sino a que en materia de percepción de amenazas a la seguridad nacional no era el totalitarismo nacionalsocialista sino el totalitarismo soviético el principal peligro.

Conocedor de esta percepción, Hitler astutamente se presentaba a sí mismo como la principal salvaguarda frente al reto soviético. En 1934 advirtió que “Defender a Europa contra la amenaza bolchevique es la tarea a la que nos comprometemos para los próximos doscientos años”.

Por ello, como muy bien sostiene el historiador estadounidense John Lukacs, “La idea de que la Alemania nacionalsocialista era un baluarte contra el comunismo bárbaro apoyado por Rusia era compartida por muchas personas […] dicha idea fue un importante elemento subyacente en el apaciguamiento, tendencia política de muchos conservadores británicos, de la mayoría de los miembros de su Parlamento elegido en 1935”.

Incluso en tiempos tan avanzados como en 1938, el año de “las grandes decisiones” adoptadas por Alemania y el año que Checoslovaquia fue ofrendada a Hitler para “asegurar la paz en Europa”, el secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña Lord Halifax sostenía firmemente que “Hitler había prestado grandes servicios no solamente a la Alemania, sino a toda Europa Occidental al cerrar el paso al comunismo”. Por tanto, “era legítimo ver a la Alemania nazi como un muro de contención occidental al bolchevismo”. Más todavía, la idea del nacionalsocialismo como salvaguarda de Europa se mantuvo en ciertos espacios de la política británica tras la invasión alemana a la Unión Soviética en 1941, meses después que Alemania había intentado doblegar a Gran Bretaña.

Desde estos términos, bien podríamos considerar que la concepción de “contención” a la Unión Soviética, que signó la política exterior occidental desde el final de la IIGM, tuvo “anticipaciones” durante los años treinta e incluso elaboraciones teóricas anteriores, como la poco conocida propuesta polaca (muy anterior a la del geopolítico estadounidense Nicholas Spykman) de rodear a la URSS por medio de un “cordón sanitario”.

Seguramente, cuando en setiembre de 1939 Gran Bretaña y Francia se vieron constreñidas a declarar la guerra a Alemania, no pocos en aquellos países habrán lamentado no haber frenado firmemente a Hitler cuando fue posible hacerlo, es decir, el 7 de marzo de 1936, cuando a través de un ejercicio relámpago Alemania ocupó Renania.

El asalto a Renania, región ocupada por las tropas aliadas tras la IGM y desmilitarizada en 1930 como expresión de buena voluntad con la República de Weimar y su política de reconciliación en tiempos del “Pacto de Locarno” (que garantizaba las fronteras en Europa Occidental pero dejaba abierta una puerta para la revisión de las fronteras del este), fue justificado por Hitler porque, según éste, el acuerdo franco-soviético de febrero de 1936 implicaba una violación del “Pacto de Locarno”; por tanto, dicha obligación había dejado de tener vigencia.

Pero importa tener presente que la ocupación fue llevada adelante asumiendo un riesgo enorme si Francia reaccionaba. En su obra “Entre bastidores. De Versalles a Nuremberg”, Paul Schmidt (intérprete principal de Hitler) sostiene que escuchó decir al líder nazi que “Las cuarenta y ocho horas que siguieron a nuestra ocupación de Renania han sido las más emocionantes de mi vida. Si entonces los franceses hubiesen marchado sobre Renania, nosotros, avergonzados, habríamos tenido que retirarnos, pues las fuerzas de que disponíamos no hubieran bastado de ningún modo, ni siquiera para ofrecer una resistencia mediocre”.

En 1945, el propio general Heinz Guderian sostuvo que las fuerzas alemanas que ocuparon Renania no estaban preparadas para afrontar un choque militar con Francia, e incluso habían recibido instrucciones precisas del general Werner von Blomberg de retirarse si Francia lanzaba un contraataque.

Pero Francia, que desde el momento que decidió construir la “Línea Maginot” dejó en claro que abandonaba su estrategia ofensiva, si es que realmente tuvo alguna desde el fin de la Primera Guerra Mundial, se limitó (ante el desconcierto del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania) a reclamar ante el Consejo de la Sociedad de las Naciones, para entonces una organización depreciada. En otros términos, quedaba suficientemente claro que Francia se desentendía militarmente del espacio este europeo, donde, gracias a la habilísima diplomacia de Gustav Stresemann durante los años veinte, nunca se alcanzó un “Locarno” que lo resguardara.

Renania, por tanto, representó una “compuerta geopolítica” central durante los años treinta, puesto que implicó, por parte de una revisionista Alemania, volcar un interés político sobre un espacio crítico, decisión que posteriormente tuvo consecuencias trascendentales. En retrospectiva, acaso fue una situación que, de haberse tomado decisiones de fuerza, podía haber alterado el curso hacia la guerra.

Volviendo al comienzo de la IIGM, resulta interesante destacar los enfoques existentes, puesto que proporcionan una perspectiva más amplia respecto de aquello que Enrique Dussel ha denominado el “eurocentrismo de la modernidad”, esto es, hechos de importancia que tienen lugar en el mundo, pero que se “lateralizan” o incluso desdeñan por efecto de la fuerza hegemonizadora del centro euro-atlántico.

Desde esta lógica, sin duda que la IIGM se inició en setiembre de 1939; pero desde una perspectiva menos eurocéntrica y atendiendo a los historiadores asiáticos, la catástrofe se habría iniciado casi una década antes, en 1931, cuando los japoneses ocuparon y se anexaron parte de China, llevándose a cabo la primera traición decisiva de la Sociedad de las Naciones, invadiendo el país a gran escala en 1937.

Por su parte, en su voluminosa obra sobre la IIGM Antony Beevor no inicia la historia de la conflagración con la invasión de Alemania a Polonia el primero de setiembre de 1939, sino el 12 de mayo, cuando, tras casi tres años de tensiones y querellas fronterizas, un incidente en el este del Estado satélite soviético de Mongolia Exterior (en Nomonhan/Khalkhin Gol) precipitó la abierta confrontación militar entre la URSS y Japón. La guerra finalizó el mismo 31 de agosto de 1939, cuando el embajador japonés en Moscú recibió instrucciones de iniciar inmediatamente conversaciones con la URSS. Por sus trascendentales consecuencias, el conflicto bien puede considerarse otra de las “compuertas geopolíticas” (en tiempos de guerra) del siglo XX.

En efecto, la confrontación, que se inició por cuestiones casi estrictamente políticas-territoriales, tuvo como resultado que el derrotado Japón orientara sus intereses hacia las posesiones de los países europeos en la región del Asia-Pacífico, orientación que le permitiría a la URSS concentrarse en sus intereses en Europa (es decir, en las ganancias derivadas del pacto de no agresión de agosto de 1939 con Alemania) y, poco después, hacer frente a un (nuevo) reto externo a su supervivencia.

Respecto de estos enfoques no euroatlánticos sobre el verdadero inicio de la IIGM, es pertinente considerar las reflexiones del experto Rafael Poch-de Feliu: “En 1939, ni Londres ni Washington se opusieron al ataque japonés contra Mongolia (la batalla de Khalkhin Gol produjo más muertos que toda la campaña de la invasión alemana a Francia). Cuando Alemania ataca Polonia, la guerra tenía ya ocho años de historia en el mundo. El mundo de los dominios imperiales de Asia y África, donde la invasión, la crueldad y el racismo no contaban, mientras no colisionaran con los propios intereses”.

Volviendo a 1939, el historiador Gerhard Weinberg nos proporciona datos categóricos en relación con el inicio de la guerra ese año estratégico del siglo. Para este autor, los hechos proporcionan suficiente respaldo: considera que, si bien son importantes los acontecimientos de Manchuria en 1931, o la invasión de Italia en Abisinia, o el estallido de la guerra civil española en 1936, o el comienzo de las hostilidades abiertas entre Japón y China en 1937. En los términos de Weimberg, “El punto de vista que adoptamos aquí es que esos fueron conflictos de un tipo diferente. Las dos fechas relativas con Asia oriental marcan la reanudación de los impulsos expansionistas locales de Japón; la operación en el África nororiental fue la reanudación de la expansión colonial de Italia; la guerra civil española empezó y siguió siendo hasta el final un conflicto limitado a las fronteras de ese país. Aunque en todos estos casos otras potencias proporcionaron ayuda a uno u otro bando, en ninguno participaron de forma abierta más países que los directamente involucrados (…) Aunque en 1939 la guerra comenzó en Europa, la confrontación tuvo desde el principio aspectos mundiales e involucró a una gran cantidad de países”.

Otra de las observaciones pertinentes sobre la IIGM es la relacionada con las implicancias de la muerte de uno de los nazis más temibles e influyentes.

Reinhard Heydrich era el hombre más poderoso de las SS y el más temido de la Europa ocupada por Alemania, particularmente en Bohemia y Moravia, donde se desempeñaba implacablemente como “viceprotector” del Reich.

Heydrich era un experto en tareas sucias; acaso su mejor obra fue urdir el plan para convencer a Stalin de que el mariscal Mijail Tujachevsky, uno de los militares más competentes de la URSS, conspiraba contra él: en la purga de 1937 Tujachevsky fue eliminado. De este modo, Alemania alcanzó un resultado altamente favorable en relación con sus intenciones de predominancia en una futura guerra, puesto que logró se eliminara a uno de los militares soviéticos más aptos para dirigir una eventual guerra contra Alemania, la que años después ocurrió.

Pero existe una hipótesis poco conocida en relación con el atentado mortal que comandos checos entrenados por los británicos perpetraron contra el “Reichsprotektor” en mayo de 1942.

En su libro sobre sobre Heydrich, el escritor francés Laurent Binet expone un testimonio de Helmut Knochen, comandante en jefe de la seguridad en Francia. Según éste, en París Heydrich le había manifestado que era necesario lograr una paz de compromiso porque en ningún caso Alemania podría ganar la guerra.

Siempre según Knochen, que hacia el final de su larga vida continuó afirmando esta revelación, Heydrich planeaba derrocar a Hitler a fin de lograr aquel objetivo; pero Churchill no estaba dispuesto a aceptar una paz de compromiso con una Alemania geopolíticamente expandida ni ser privado de derrotar a Hitler. De allí el título de una de las obras más interesantes sobre uno de los estadistas emblemáticos durante la contienda, La guerra de Churchill, del británico Max Hastings.

En breve, los británicos habrían apoyado a los checos porque temían que el perspicaz Heydrich apartara a Hitler y salvara al régimen nazi por medio de una paz de compromiso, situación que, desde la perspectiva del “realismo ofensivo”, hubiese implicado para Alemania (que en 1942 conservaba el equilibrio a su favor, aunque sus fuerzas casi habían llegado al máximo de su avance) la obtención de ganancias de poder frente a la peor de las perspectivas en un estado de guerra: derrota nacional, rendición incondicional y ocupación internacional, que fue  finalmente la suerte corrida por Alemania en 1945.

Finalmente, la predominancia del eurocentrismo también ha estampado una “cartografía mental” relativa al Occidente como el espacio donde se desarrollaron eventos mayores que condujeron a la decisión y el final de la guerra.

En relación con esto último, si solamente consideráramos que los dos países que más bajas sufrieron como consecuencia de la guerra no fueron países de Europa Occidental sino de Eurasia y Asia (la Unión Soviética y China, 26 millones y 12 millones, respectivamente), seguramente nos replantearíamos algunas de nuestras certidumbres acerca de los eventos militares decisivos.

Sin duda que acontecimientos como los desembarcos en Sicilia, Italia continental en 1943 y Normandía en 1944 fueron determinantes en el rumbo de la guerra: se trata de episodios grandemente conocidos precisamente por ello. Pero los acontecimientos que tuvieron lugar en el frente oriental fueron más decisivos y es muy posible que se tenga menos certidumbre sobre ellos, más aún en cuanto a la planificación central de las operaciones, tecnologías, aplicación táctica, inteligencia, etc. 

Solamente a modo comparativo en relación con los acontecimientos en un frente y en otro, consideremos las siguientes cifras extraídas de un reciente trabajo de Michael Jones: “En los estadios iniciales de la batalla de Kursk, del 5 al 13 de julio de 1943, 69.000 soldados del Ejército Rojo habían muerto, los habían apresado o bien habían desaparecido en combate. En la contraofensiva soviética de Orel, en julio y a principios de agosto, cayeron 113.000 soldados rusos. Y las acciones contra Belgorod y Jarkov, que cerraron la campaña, sumaron otros 72.000. El total de 271.000 bajas en el Ejército Rojo llama mucho la atención si lo comparamos con las cifras de bajas de la “Operación Husky”, la invasión aliada a Sicilia, del 10 al 17 de agosto. Allí las fuerzas estadounidenses contabilizaron 2.572 muertos y 1.012 desaparecidos y prisioneros; los británicos sumaron 2.721 muertos y los canadienses, 562. El infierno del frente oriental era incomparablemente peor que cualquier otro escenario de guerra”.

La caída de la Unión Soviética fue un factor que coadyuvó a que salieran a luz materiales inéditos y, por tanto, se ampliaran sensiblemente los conocimientos sobre la guerra nazi-soviética, “la guerra del siglo XX”, como bien la denominó Ian Kershaw. Pero, aun así, no deja de sorprender lo desconocida que resulta en Occidente esta verdadera confrontación de exterminio.

Ante todo, es necesario recordar que el este europeo era el espacio ambicionado por Hitler. En su libro Mi lucha, Hitler no deja duda acerca de ello; apenas inicia su capítulo sobre “Orientación política hacia el Este”, advierte: “La política exterior del Estado racista tiene que asegurarle a la raza que abarca ese Estado los medios de subsistencia sobre este planeta, estableciendo una relación natural, vital y sana entre la densidad y el aumento de población, por un lado, y la extensión y la calidad del suelo en que se habita, por otro. Sólo un territorio suficientemente amplio puede garantizar a un pueblo la libertad de su vida […] Nosotros, los nacionalsocialistas, hemos puesto deliberadamente punto final a la orientación de la política exterior alemana de anteguerra. Ahora comenzaremos allí donde hace seiscientos años se había quedado. Detenemos el eterno éxodo germánico hacia el sur y el oeste de Europa y dirigimos la mirada hacia las tierras del este. Cerramos al fin la era de la política colonial y comercial de la anteguerra y pasamos a orientar la política territorial alemana del porvenir”.

Esta visión geopolítica de Hitler en relación con el territorio del este del continente ha sido uno de los elementos que más ha contribuido a presentar a Hitler como un neto líder revolucionario, un “Raumpolitiker”, un político del territorio según Weinberg; sin embargo, se suele omitir que la idea de conquista de un gran espacio alemán provenía de mucho antes del ascenso del nazismo al poder.

En su detallado trabajo sobre la administración del imperio nazi en el espacio del este, Mark Mazower, siguiendo estudios del historiador británico Lewis Namier, dicha idea se remonta a 1848, a la misma Paulskirche de Frankfort, una asamblea nacional alemana que abarcó diversas cuestiones entre las que se destacó la necesidad de una patria unificada “cuya superioridad cultural y económica atraería irresistiblemente a los polacos, a los checos y a otros eslavos; hablaron sobre un dominio que se extendería desde el Báltico hasta el sureste de Europa”.

En esta línea, Bismarck representó la unidad alemana; no obstante este logro estratégico mayor, el maestro del mejor realismo alemán es visto como un líder que se contentó con una “Pequeña Alemania”, se acercó mucho a Rusia y renunció a toda marcha hacia el este. Pero después de la IGM se retomó el interés por el espacio del este, hasta que finalmente en 1941 se procedió a materializar la concepción de una “Gran Alemania”.

Como Gran Bretaña y Francia habían garantizado la independencia de Polonia, la guerra con Alemania fue inevitable; pero Europa Occidental no era el escenario considerado por Hitler en materia de conquista y colonización. Más todavía, en sus memorias Albert Speer, una de las personas más cercanas a Hitler, asegura que después del 3 de setiembre Hitler demoró un tiempo en tomar conciencia de que había desatado una guerra de escala en Europa: estaba seguro que Gran Bretaña y Francia eran potencias decadentes y pusilánimes (repetía que había reparado en sus “blanduras” durante el “Pacto de Múnich”) como para iniciar una gran guerra; estimaba que, en todo caso, iniciarían un gran bloqueo económico.

Richard Overy sostiene que aquí se plantea una de las principales dificultades de la guerra: “Establecer si Hitler buscaba una guerra local contra Polonia en 1939, como siempre dijo, o si decidió en algún momento de ese año volverse hacia el oeste y librar una guerra europea general”.

Como sea, considerando los verdaderos propósitos de Hitler, acaso podemos decir que la contundente ofensiva de Alemania en el frente occidental tuvo un carácter casi “anti-geopolítico”, es decir, el régimen decidió avanzar sobre espacios que no se relacionaban (mayormente) con su interés nacional y su necesidad de autosuficiencia. Más todavía, dicho carácter “anti-geopolítico” acaso implicó minimizar (no despreciar) al actor de mayor visión geopolítica, Gran Bretaña, tal vez porque nunca había sido un objetivo militar de Alemania e incluso el país con el que hasta último momento Hitler creyó posible alcanzar algún tipo de acuerdo.

Pero en abril de 1940 Alemania invadió Noruega, un país clave geoeconómica y geopolíticamente, y aquí algunos expertos encuentran uno de los “momentos en los que Hitler perdió la guerra”: la Kriegsmarine enfrentó una tenaz resistencia por parte de Noruega (que causó el hundimiento del principal acorazado alemán), al tiempo que perdió destructores debido a los ataques de los navíos británicos. Pero en Noruega no solamente se afectaron recursos que podían haber sido útiles en una invasión a Gran Bretaña través del Canal de la Mancha, sino que el acontecimiento produjo el alejamiento de Chamberlain y el nombramiento de Winston Churchill, uno de los pocos realistas británicos que (ya desde antes de 1933) había considerado y advertido seriamente en relación con las intenciones revisionistas de Hitler, como bien lo documenta en su temprana y reconocida obra “La Segunda Guerra Mundial”.

Acaso resulte interesante u original destacar que, si bien siempre se asociará a Chamberlain con la política de apaciguamiento, hay quienes no colocan al líder británico entre “los políticos débiles que hicieron posible el camino a la guerra”.

Por caso, en su imprescindible trabajo La Segunda Guerra Mundial. Objetivos de guerra y estrategia de las grandes potencias, Andreas Hillgruber, sostiene que la política de apaciguamiento, mantenida desde 1937, “no nacía de una debilidad moral frente a la actitud antidemocrática de las dictaduras, sino que era una secuencia de una política realista según la cual Gran Bretaña, al ser una potencia mundial ‘aventajada’ y no hallarse, en absoluto, a la altura de las exigencias planteadas por la amenaza en tres zonas de tensión (al este de Asia, la zona del Mediterráneo y Europa), necesitaba urgentemente la paz para que no se disgregara, al menos durante un tiempo […] su imperio mundial cuyos principales puntos neurálgicos eran la India y el mundo árabe; en cambio, cualquier nueva gran guerra aceleraría el proceso de disolución del Imperio, iniciado en la guerra de 1914-1918”.

Pero el momento estratégico de la derrota de la Alemania nazi tuvo lugar en el escenario oriental ante la Unión Soviética, el actor que Hitler ansiaba convertir en “un lejano y pequeño país del Asia”.

En su excelente trabajo Por qué ganaron los aliados, Richard Overy sostiene que, efectivamente, el teatro de operaciones decisivo estuvo en el frente oriental: “Cuesta ver cómo habría derrotado el mundo democrático al nuevo imperio alemán sin la resistencia soviética, como no fuera sentándose a esperar que se inventaran las armas atómicas. La gran paradoja de la IIGM es que la democracia se salvó gracias a los esfuerzos del comunismo”.

Como habíamos destacado anteriormente, en términos geopolíticos el este era el espacio ambicionado por Hitler. Suele atribuirse a los geopolíticos alemanes haber estimulado esa apetencia; sin embargo, si bien es cierto que la geopolítica (nacida en tiempos de la unidad de Alemania) implicaba una lógica de incremento de poder nacional en base a la obtención de espacio vital (nadie como los geopolíticos alemanes, comenzando por Friedrich Ratzel y Karl Haushofer, lo comprendían y defendían en dichos términos), quizá no sea un dato demasiado conocido que después dela IGM existió una confluencia de concepciones geopolíticas entre expertos alemanes y rusos que parecía estar detrás del acercamiento y la cooperación (a partir del Tratado de Rapallo en 1922) entre los dos derrotados y parias en “La gran Guerra” (1914-1918).

Pero mientras los verdaderos geopolíticos alemanes y rusos, K. Haushofer y  P. Savitski, por citar a dos de los más importantes, consideraban que era vital la complementación entre los países y desestimaban conceptos como unidad de la sangre y el suelo, los “geopolíticos orgánicos” del nazismo urdían explicaciones que justificaran sus necesidades de espacios; por caso, sosteniendo lo que bien podría denominarse “equilibrio de colonialismos”, es decir, así como las potencias europeas habían colonizado África siguiendo una geopolítica de cuño “civilizacional”, para usar el término de John Agnew, Alemania podía hacer lo propio en relación a los espacios habitados por “razas inferiores”, según la expresión de Alfred Rosemberg (quien luego sería ministro de los Territorios Ocupados).

“Intoxicadas por las fáciles victorias obtenidas sobre los ejércitos de Europa Occidental”, como lo expresara el mariscal Georgi Zhúkov, y prácticamente sin evaluar “hipótesis de fracasos” en función de “los usos de la historia”, particularmente “la derrota de Napoleón en Rusia” (para expresarlo en las mismas palabras con que se titula la imprescindible obra de Philippe-Paul de Ségur publicada en 1824),  ni considerar las serias (y repetidas) advertencias del Jefe de la Oficina para la Economía Armamentística de la Wehrmacht, general Thomas, relativas con las dificultades logísticas que enfrentarían los soldados una vez que se adentraran en la inmensidad del espacio ruso, en junio de 1941 tres millones de soldados alemanes iniciaron la “Operación Barbarroja”.

En principio, casi no había duda sobre los resultados de la operación: acaso considerando el pésimo desempeño de las fuerzas soviéticas en la guerra contra Finlandia, según la misma inteligencia británica en menos de dos semanas Hitler lograría la decisión; los más pesimistas estimaban poco más de sesenta días. Pero el tiempo fue pasando y lo que en principio fue una invasión se transformó en una campaña, la peor de las situaciones para todo agresor externo, con todos los inconvenientes relativos al abastecimiento y las provisiones que ello implicaba.

Suele ser un lugar habitual la referencia sobre la táctica de tierra arrasada por parte de los rusos. Sin embargo, si bien históricamente la profundidad del país ha sido un activo muy utilizado por sus gobernantes ante invasiones del exterior, la ofensiva fue la estrategia clave de la URSS ante los soldados alemanes, sobre todo a partir de los últimos meses de 1941, el momento decisivo para Moscú y para la misma suerte de la IIGM.

En 1812 los soldados de Napoleón vencían una y otra vez a los rusos, pero ello no conducía a nada, ni siquiera cuando tomaron Moscú. Pero en 1941 la caída de Moscú hubiese significado un golpe prácticamente decisivo. Por ello, es importante recordar que durante aquellos meses de 1941 hubo sitios y confrontaciones que tuvieron un significado estratégico de escala: en octubre de 1941 el general Guderian recibió la orden de tomar Tula, un sitio del que se casi no se sabe nada, pero cuya defensa por parte de la URSS resultó crítica para que no cayera la capital. Más todavía, el fracaso de Guderian (que en su obra Panzerleader reconoce el impacto determinante que causó en Tula la aparición del tanque soviético T-34) hizo que la contraofensiva lanzada por Stalin el 5 de diciembre fuera más contundente. Se trató de la primera gran derrota de Alemania. Para entonces, la “vencedora” URSS había perdido varios millones de soldados.

Hubo otros dos escenarios de decisión mayor en el frente oriental no siempre considerados en su verdadera dimensión: Stalingrado y Kursk.

En su gran novela Vida y Destino, Vasili Grossman, un testigo directo de los acontecimientos en el frente oriental, sostiene que la victoria de la URSS en Stalingrado, lograda hacia principios de 1943, determinó el resultado de la guerra. Es posible que ello haya sido así, puesto que, tras una prolongada confrontación de exterminio, más de 300.000 alemanes de la Wehrmacht quedaron en un “Kessel” o cerco listos para ser aniquilados. Pero fue en Kursk, en julio de 1943, donde se dio la batalla decisiva de la IIGM: cerca de tres millones de hombres, más de cinco mil tanques/cañones de asalto, veinte mil cañones, morteros/lanzaderas de cohetes, más de ocho mil aviones, etc., encendieron el denominado “saliente de Kurks”, según datos que nos proporcionan autores como David Glantz y Jonathan House en su imprescindible y minuciosa obra Choque de colosos, o Roman Töppel en una obra reciente.

La victoria de los soviéticos fue contundente, y, tras Kursk, el avance del Ejército Rojo constituyó la primera ofensiva estival desde que comenzó la guerra con Alemania. No obstante, aún en una fecha avanzada de la guerra como la segunda mitad de 1944 no se había logrado una victoria soviética concluyente: no fue hasta la “Operación Bagration” (Bielorrusia), entre junio y agosto de ese año, el equivalente oriental a la operación occidental en Normandía, cuando las fuerzas soviéticas destruyeron al ejército alemán del centro y el camino hacia Berlín entonces quedó más despejado.

De todos modos, Kursk fue la clave de bóveda en relación con la decisión militar en el frente del este. Como sostiene Richard Overy: “La victoria soviética en Kursk, donde había tanto en juego, fue la más importante de la guerra. Puede equipararse con las grandes batallas del pasado, Sedán en 1870, y Borodino, Leipzig y Waterloo en la época de Napoleón. Fue el momento en que la iniciativa pasó al bando soviético”.

Hoy casi nadie considera que Hitler haya tenido como propósito alcanzar un imperio mundial. Su ambición geopolítica mayor, acaso “la ambición geopolítica del siglo”, fue, una vez rechazado un plan de arrebatar Ucrania a la URSS como solución de los problemas relativos con el “Lebensraum” (“espacio vital”), imperar en el vasto espacio del este de Europa a fin de hacer viable la vieja idea de una “Gran Alemania”. Es posible que tras semejante objetivo Europa Occidental fuera considerada, pero solamente en relación con eliminar toda esperanza de Gran Bretaña de contar con la URSS para derrotarlo, una clásica técnica de maximización de poder interestatal.

Sin restar importancia a las operaciones y frentes en el sector occidental de Europa, donde, como bien sostiene Weinberg los Aliados se encontraban librando una guerra en múltiples frentes, el este fue el verdadero y más encarnizado escenario de la guerra. En el este Alemania sufrió la mayor cantidad de bajas, y fue en el este donde se produjeron las batallas decisivas: cuando la URSS había logrado la decisión y se encaminaba hacia la obtención de la rendición de Alemania, aún no se había realizado el desembarco en Normandía. Cuando la URSS había logrado la victoria en la batalla de todas las batallas, Kursk, 1943, donde como se sostuvo participaron tres millones de soldados, recién se realizó la Conferencia de Teherán (entre Stalin, Churchill y Roosevelt), cuyo tema central fue la apertura de un segundo frente en Europa Occidental.

Por último, por demás interesante resulta el análisis que realiza el historiador británico Andrews Roberts en relación con las posibilidades que tuvo Alemania de alcanzar la victoria si otras hubieran sido las decisiones tomadas. Para este autor, Hitler cometió una pluralidad de desaciertos, desde haber iniciado las hostilidades cuando todavía en las tres fuerzas restaban tres o cuatro años para completar el poderío militar hasta extraer lecciones equivocadas de la Guerra de Invierno de los rusos contra Finlandia, pasando por la declaración de guerra a los Estados Unidos tras Pearl Harbour, etc. Pero el gran error de la Alemania nazi fue lanzar la Operación Barbarroja en junio de 1941.

En palabras del citado autor:

“Considerando que Rommel había tomado Tobruk y llegado a unos 96 kilómetros de Alejandría en octubre de 1942 con las 12 divisiones del Áfrika Korps, una fracción de la fuerza lanzada contra Rusia hubiera debido barrer a los británicos de Egipto, Palestina, Irán e Irak mucho antes de lo previsto. Tomar El Cairo habría abierto cuatro brillantes perspectivas: en concreto, la captura con relativa facilidad de los casi indefensos campos petrolíferos de Irán e Irak; la expulsión de la Royal Navy de Alejandría, su mayor base en el Mediterráneo; el cierre del Canal de Suez a los barcos aliados; y la posibilidad de atacar India desde el noroeste, como amenazaba hacer Japón desde el nordeste. Estacionados en Oriente Próximo, los alemanes podrían haber cortado el suministro de petróleo a Gran Bretaña, además de constituir una amenaza contra la India británica desde el oeste, y contra la Unión Soviética y el Cáucaso desde el sur. Aunque Gran Bretaña hubiera seguido combatiendo desde las metrópolis del Reino Unido, Canadá e India, importando el petróleo de Estados Unidos, toda amenaza británica al flanco sur hubiera desaparecido”.

Hitler hubiera podido escoger el momento para la invasión de Rusia desplazando al Grupo de Ejércitos del Sur unos cientos de kilómetros, de Irak a Astracán, en vez de los 1600 kilómetros que tuvo que recorrer en 1941 y 1942. Tomando en consideración hasta qué punto Stalin desechaba la idea de que Hitler lo atacara en 1941 (a pesar de los 80 informes de inteligencia de docenas de fuentes no relacionadas entre sí de todo el mundo, algunos de los cuales indicaban la fecha del inicio, que le informaban que Barbarroja era inminente), no hay razón para pensar que la URSS habría estado mejor preparada el verano de 1942, o en 1943, de lo que estaba en 1941. El Grupo de los Ejércitos del Sur debió tomar el Cáucaso desde el sur y no desde el oeste. Marchando entre los mares Caspio y Negro, una invasión alemana desde el Cáucaso y el sur de Rusia habría aislado a Europa de sus suministros no siberianos de petróleo. Como señaló Frederick von Mallenthin respecto de El Alamein, una división motorizada sin combustible no es más que chatarra”.

La batalla de Berlín fue la última de la guerra total de 1939-1945 en Europa. Se trató del último esfuerzo alemán antes de que el almirante Karl Dönitz, designado presidente de Alemania el día que Hitler se quitó la vida, ordenara la rendición incondicional en la noche del 8 al 9 de mayo.

En su imprescindible obra Berlín. La caída: 1945, Antony Beevor proporciona detalles notables sobre la dura confrontación soviético-alemana. Las fuertes líneas de defensa que se habían dispuesto prolongaron durante dos semanas el asalto final al Reichstag iniciado hacia mediados de abril en las colinas de Seelow.

Cuando se cumplen 84 años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, es pertinente recordar brevemente acontecimientos decisivos de esa conflagración total, el acontecimiento más trascendente del siglo XX, sobre todo cuando como nunca antes disponemos de tantas autorizadas referencias y fuentes.

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

 

Textos utilizados y lecturas sugeridas (en español)

Albert Speer, Memorias, El Acantilado, 2001.

Andreas Hillgruber, La Segunda Guerra Mundial. Objetivos de guerra y estrategia de las grandes potencias, Alianza Universidad, Madrid, 1995.

Andrew Roberts, La tormenta de la guerra. Nueva historia de la Segunda Guerra Mundial, Siglo XXI de España Editores, 2012.

Antony Beevor, La Segunda Guerra Mundial, Pasado & Presente Barcelona, 2012.

Alexandr Werth, Rusia en la guerra 1941-1945, Ediciones Grijalbo, México, 1968.

Alan John P. Taylor, Los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, Ediciones Sieghels, Buenos Aires, 2015.

David Glantz, Jonathan House, Choque de colosos. La victoria del Ejército Rojo sobre Hitler, Desperta Ferro Ediciones, Madrid, 2017.

Friedrich Paulus, Stalingrado y yo, La Esfera de los Libros, Madrid, 2017.

Gerhrard L. Weinberg, La Segunda Guerra Mundial. Una historia esencial, Crítica, Barcelona, 2016.

Gerhard L. Weinberg, Un mundo en armas. La Segunda Guerra Mundial: una visión de conjunto, Grijalbo, Barcelona (dos volúmenes), 1995.

Georgi Zhukov, Grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial, Ediciones Península, Barcelona, 2009.

Giles MacDonogh, Hitler 1938. El año de las grandes decisiones, Crítica, Barcelona, 2010.

Henry Kissinger, Diplomacia, Fondo de Cultura Económica, México, 1998.

Iván Kónev, El año 45, Editorial Progreso, Moscú.

Jacques Robichon, Grandes dossiers del III Reich, Ediciones G.P., Barcelona, 1971.

John Luckacs, Junio de 1941. Hitler y Stalin, Fondo de Cultura Económica, México, 2008.

Laurence Rees, Una guerra de exterminio. Hitler contra Stalin, Memoria Crítica, Barcelona, 2006.

Laurent Binet, HHhH (Himmlers Hirn heisst Heydrich), Seix Barral, Buenos Aires, 2012.

Lidell Hart, Historia de la Segunda Guerra Mundial, Luis de Caralt, 1970.

Michael Jones, El trasfondo humano de la guerra. Con el ejército soviético de Stalingrado a Berlín, Memoria Crítica, Barcelona, 2012.

Mark Mazower, El imperio de Hitler, Crítica, Barcelona, 2008.

Max Hastings, La guerra de Churchill. La historia ignorada de la Segunda Guerra Mundial, Crítica, Barcelona, 2012.

Norman Stone, Breve historia de la Segunda Guerra Mundial, Ariel, Barcelona, 2013.

Philippe-Paul De Ségur, La derrota de Napoleón en Rusia, Duomo Ediciones, Barcelona, 2010.

Richard Overy, Al borde del abismo. Diez días que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, Tusquets, Barcelona, 2010.

Roman Töppel, Kurks 1943. La batalla más grande de la Segunda Guerra Mundial, Ediciones Salamina, España, 2018.

Vasili Grossman, Vida y destino, Círculo de Lectores, España, 2007.

Williamson Murray y Allan R. Millett, La Guerra que había que ganar, Crítica, Barcelona, 2002.

Winston Churchill, La Segunda Guerra Mundial, La Esfera de los Libros, Madrid, 2004.

 

Artículo publicado el 01/09/2023 en Abordajes.blogspot.com, http://abordajes.blogspot.com/