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El tiempo que pasa y la aceleración del tiempo

Agustín Saavedra Weise*

Un valor no retornable

Hoy en día los ejecutivos de onda repiten que el tiempo es el único recurso natural no renovable que existe en el universo. Es una verdad casi de Perogrullo, pero que no siempre se la comprende bien. El tiempo corre inexorable, no vuelve. Debe recordarse, que el tiempo es relativo y no absoluto, como parecía serlo en función de la mecánica gravitacional planteada en 1686 por Isaac Newton. En 1905 la teoría de la relatividad de Albert Einstein fue introducida y luego probada, transformándose en ley del mundo físico que cambió la premisa newtoniana. La relatividad del tiempo implica que lo fugaz para algunos puede ser muy largo para otros. En la mente humana un minuto de tortura puede ser horriblemente largo y una hora de felicidad transcurre fugazmente. He ahí la relatividad del tiempo definida de forma simple. Una cosa sí es segura: el tiempo que pasa no retorna jamás. Por eso hay que saber aprovecharlo debidamente.

A lo largo de milenios, el ser humano ha vivido entre dos variables esenciales: espacio y tiempo. Precisamos espacio para cosechar, dormir, ejercer labores diversas y, en fin, sin espacio nada se puede hacer, no hay vida posible. El espacio estará siempre ahí para servirnos o perjudicarnos, inclusive para luchar por él si nos lo quieren quitar o si pretendemos quitárselo a otros. Mientras el espacio se achica, agranda o se transforma, el tiempo transcurrido no vuelve jamás, aunque en simultáneo existe una correspondencia biunívoca tiempo-espacio que vale la pena mencionar. Un profesor de lógica formal —durante mis años universitarios en Buenos Aires— recalcaba que el saber sí ocupa lugar, porque el proceso de aprendizaje toma tiempo y eso era prácticamente lo mismo. En su momento no comprendí muy bien la relación. Ahora, varias décadas después, la tengo siempre presente. No en vano Napoleón consideró como elementos estratégicos básicos al espacio y al tiempo, aunque hizo una drástica distinción. El espacio perdido siempre puede ser reconquistado mientras que el tiempo perdido es irrecuperable. De ahí la necesidad de valorarlo, de utilizarlo al máximo en cosas útiles.

La propia vida es una medida del tiempo y simultáneamente vivimos en un espacio determinado. La relación espacio-tiempo se ha prestado a múltiples interpretaciones, pero en su simple expresión significa nuestro devenir, el transcurso de nuestra existencia, la que debemos intentar sea provechosa dejando algo de bueno. La pizca positiva que cada uno deje como legado, contribuirá con certeza a un mundo mejor.

Mi recordado tío José Saavedra Suárez —hermano mayor de mi padre, fallecido en 1975— solía repetir esta expresión: “Existen cinco cosas que no vuelven en la vida: a) la flecha que se lanza; b) la oportunidad que se pierde; c) el dinero que se gasta; d) la palabra que se dice; y e) el tiempo que pasa”. Ocurrentes en verdad las palabras de Don José. El tiempo que pasa… Es tan cierto y a su vez, cuántas veces nos olvidamos de algo tan elemental: el tiempo se va y no existe manera alguna de retenerlo. Volviendo a la expresión de mi tío, sí es un hecho que podemos ir hacia la flecha lanzada y recuperarla; la palabra dicha podemos enmendarla con otras palabras; siempre puede haber una segunda oportunidad y el dinero gastado también puede ser ganado nuevamente. El tiempo ¡Ah! el tiempo es diferente. Incluso mientras tecleamos esta nota los segundos vuelan y jamás retornarán. En nuestras vidas cotidianas a veces usamos con prudencia el tiempo y otras veces lo desperdiciamos inútilmente, sin percibir que es un commodity irreemplazable.

Ligereza, velocidad, aceleración: un tiempo más rápido

Un estudio de la Rand Corporation (www.rand.org/blog/articles/2018) afirma que la vida cotidiana se está moviendo cada vez más rápido. El transporte, armas, flujos de información, invenciones, tecnología, casi todo se está acelerando. Eso implica una mayor presión sobre los tomadores de decisiones; tendrán que adaptarse a la rapidez o quedar fuera de juego. No será fácil acostumbrarse a vivir en un estado permanente de ligereza, velocidad y aceleración (LVA), pero el avance tecnológico de este tercer milenio junto con la cibernética y la Inteligencia Artificial (IA) nos conduce inexorablemente hacia el sendero de la velocidad. La capacidad de respuesta rápida será cada vez más rápida, valga la expresión. Quien no haga las cosas en el tiempo justo quedará en el camino como algo viejo e inservible. Así marcha el proceso hoy; hasta hay escuelas especializadas que enseñan cómo proceder a tomar decisiones veloces. Decidir rápido no implica decidir mal; se supone que el experto en velocidad sabrá definir primero sus opciones y decidir luego lo que corresponda. Es fácil decir sí o no al azar; mucho más complejo es hacerlo racionalmente, manejando ecuaciones u opciones múltiples.

Vivir en un medio ambiente LVA será muy duro. Con la velocidad de la información los decisores enfrentan presiones tremendas para responder eficazmente. Es por eso que la RAND está estudiando el tema velocidad como parte de un proyecto especial. Por otro lado, la velocidad puede ocasionar mayor cantidad de malas decisiones y esa misma velocidad, al acelerarse, traerá además nuevas amenazas. Recuérdese que con el progreso siempre viene un margen de riesgo. Estamos en la era de la geopolítica del tiempo o Cronopolítica, el tiempo en función de lo que se decida o se haga políticamente. La velocidad está transformando tanto los armamentos como los conflictos, al alterar las formas tradicionales de la escalada y reducir el tiempo disponible de respuesta. Hasta un tweet puede crear problemas en pocos segundos y pasiones o falsas informaciones capaces de acelerar hostilidades ídem. La RAND considera que los procesos de LVA se intensificarán, trayendo nuevos riesgos y desafíos. El tiempo cada vez más acelerado ya está marchando y lo hace con fuerza.

El tiempo de Janus

Al finalizar 2018 e iniciarse muy pronto el primer mes de 2019 y en el dinámico marco de los increíbles avances acerca del tiempo acelerado que brevemente hemos resumido para el amigo lector, a manera de conclusión vale la pena recordar al viejo Janus. Ese ídolo latino adornaba la entrada de Roma; tenía dos caras, una escudriñaba al pasado y la otra el futuro. Como mítico guardián imperial de accesos, salidas y puertas, se le asignó a la deidad la potestad de mirar pasado y futuro con su doble faz. He aquí el origen del apelativo “enero”. En castellano no suena tan parecido a la etimología, pero sí lo hace en portugués (Janeiro), inglés (January) y francés (Janvier), por citar algunas lenguas europeas.

Enero es un mes peculiar. Vivimos todavía con las imágenes del año que se fue y al unísono tratamos de vislumbrar lo que vendrá durante el nuevo ciclo que se inicia. La simbología es interesante. Janus nos sacude con el fantasma o la añoranza de visiones pretéritas e induce sueños positivos para el futuro. Janus simultáneamente nos recuerda el irreversible tiempo pasado (con lo bueno o malo que haya ocurrido) y a su vez nos brinda positivas esperanzas, ya que el futuro es nuestro, podemos construirlo según nuestros propios deseos y expectativas si nos esforzamos y las circunstancias nos ayudan. Recuerden: hagamos algo útil con el tiempo que pasa, porque una vez ido jamás retornará.

* Ex canciller de Bolivia, economista y politólogo. http://www.agustinsaavedraweise.com

Tomado del Diario Página Siete (Bolivia), 06/01/2019, https://www.paginasiete.bo/ideas/2019/1/6/el-tiempo-que-pasa-la-aceleracion-del-tiempo-204959.html#!

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Osvaldo Monasterio en el recuerdo

Por Agustín Saavedra Weise

Osvaldo Monasterio Añez nació en Santa Cruz el 23 de marzo de 1926 y falleció en Buenos Aires el 23 de agosto de 2011. Contrajo matrimonio en 1951 con la dama Lesma Nieme Hurtado y tuvo 4 hijos. La única mujer -Patricia- lamentablemente falleció por una grave enfermedad. Un día antes de cumplirse siete años del deceso de su padre, Ernesto, Osvaldo y Fernando Monasterio Nieme presentaron la biografía de este hombre singular, un autodidacta que aportó con sus emprendimientos al desarrollo del país.

Conocido por el sobrenombre de ‘Pato’, tenía una genialidad intuitiva que le permitió concretar muchas cosas. Ha sido el gran pionero del mejoramiento genético del hato ganadero nacional, factor cualitativo clave y que él mismo consideró ser su principal logro. Osvaldo fundó varias empresas e instituciones y descolló en múltiples actividades durante su fecunda vida. Fue embajador en España, cónsul honorario de Costa Rica y senador de la República.

Como ejemplo de su positiva actitud y forma de ser, basta con citar la compra al empresario Rafael Mendoza de Mendocina, productora de gaseosas vendidas con ese nombre. Con su nato instinto de marketing, Pato percibió que el apelativo Mendocina estaba asimilado en el consumidor. Por tanto, en lugar de cambiar el nombre -como lo hubiera hecho cualquier nuevo dueño- él decidió mantenerlo y sigue así. En ningún momento se le ocurrió poner otro nombre o el suyo. Eso hubiera sido propio de alguien de corta visión, no de Osvaldo; él pensaba con sentido estratégico y decidía con mente abierta, sin egoísmos ni personalismos. Esa manera de actuar, raíz básica de sus éxitos, resulta elemental para concretar cualquier tipo de acción. Y por eso la rememoramos aquí.

Pato Monasterio formó parte de una generación cruceña que contribuyó valiosamente con el progreso regional. Constituyó su primer empresa cuando tenía apenas 19 años. Fue uno de los fundadores del Banco Santa Cruz en 1966 y en 1993 gestó el Banco Ganadero. Anteriormente, formó parte del directorio original de la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) y ocupó la primera presidencia de la Federación de Ganaderos de Santa Cruz (Fegasacruz). Entre su amplia gama de concreciones tenemos la cadena cárnica -desde crianza hasta matadero, frigorífico y curtiembre- más otras empresas comerciales y de comunicación. El legado que dejó está siendo conducido con eficacia por sus hijos y marcha por un camino ascendente. Ahora vienen los nietos; ellos seguirán en el futuro esa huella positiva. Sí, Osvaldo Monasterio Añez no será olvidado, vivirá en las obras que dejó y en el recuerdo de quienes lo conocieron.

*Economista y politólogo. Fue Canciller de la República de Bolivia. Miembro del CEID y de la SAEEG. 

www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia) https://www.eldeber.com.bo/opinion/Osvaldo-Monasterio-en-el-recuerdo-20180922-8422.html

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La profecía de Tocqueville sobre EE.UU. y Rusia

Por Agustín Saavedra Weise (*)

Introducción

El pensador francés Alexis de Tocqueville (1805-59) no se equivocó cuando predijo que algún día Rusia y América (Estados Unidos), tendrían objetivos comunes y compartirían el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron aliados; su objetivo común era derrotar a las potencias fascistas del Eje. A partir de mediados de 1945 la entonces poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se expandió hacia el oeste hasta límites no soñados otrora por los monarcas del Ducado de Moscowa. Estuvo muy cerca de llegar a puertos de aguas cálidas, el máximo objetivo histórico del Zar de todas las Rusias: Kievan Rus (hoy Ucrania), Rusia y Bielorrusia. En los lugares ocupados por la totalitaria URSS cayó finalmente la cortina de hierro, pronosticada por Joseph Goebbels y popularizada por Winston Churchill, personaje que se copió el término y lo divulgó urbi et orbe.

La URSS se pertrechó en sus extensas fronteras y cubrió su periferia con países satélites teóricamente independientes, pero que seguían las órdenes de Moscú al pie de la letra. Al trazarse la línea Oder-Neisse como límite de una Alemania vencida y dividida (se la despojó de Prusia oriental más todos sus extensos territorios del este), si bien las potencias occidentales aceptaron tal cosa y el inevitable posterior penoso flujo de millones de refugiados, desde ese momento —al ver la cruda realidad geopolítica— se pusieron en guardia. Aunque los acuerdos de Yalta entre los principales vencedores (Estados Unidos, Reino Unido y URSS) preveían estas acciones, una cosa fue el papel y otra lo tangible. El avance soviético hacia el oeste había llegado demasiado lejos; finalmente las potencias anglosajonas percibieron que el comunismo quería tener dimensión universal y expandirse por doquier. Allí comenzó en forma efectiva la Guerra Fría que ya se insinuaba desde principios de 1945.

La Guerra Fría

Así, pues, tras superar el objetivo común de destruir al fascismo se pasó luego a una etapa de mutuo recelo entre la URSS y EE.UU. que estuvo plagada de amenazas mutuas y con la gestación de alianzas desde ambas partes. Por el llamado “Mundo Libre” surgió la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y por parte de Moscú el Pacto de Varsovia. Se inició así el largo período de la denominada “Guerra Fría”, etapa durante la cual hubo muchas tensiones pero felizmente nunca se llegó a una confrontación nuclear, aunque se estuvo muy cerca en la crisis de los misiles con Cuba de octubre 1962. Los arsenales de EE.UU. y de la URSS siguieron creciendo y aunque se firmaron acuerdos limitativos en materia de ojivas nucleares, se vivieron años de inquietud permanente y plagados de intervenciones aisladas de las superpotencias en los marcos de sus respectivas zonas de influencia. Al colapsar la URSS en 1991 por el fracaso del largo experimento comunista, surgieron 15 naciones independientes. La más extensa y dominante de ellas —la Federación de Rusia— retomó su nombre tradicional y ocupó el sitio de la URSS en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La debacle comunista estuvo precedida de un fenómeno similar en Alemania oriental al desplomarse el muro de Berlín en octubre de 1989, prueba palpable del enorme descontento de millones de personas que se sintieron engañadas por un comunismo que les prometió mucho y cumplió poco. Se iniciaba una nueva era y se habló hasta del “fin de la historia”. En realidad, más bien se gestaba una nueva historia que recién comenzaba… Varios historiadores han marcado —desde el punto de vista socio-político— el derrumbe del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética como la conclusión efectiva del siglo XX y el inicio del siglo XXI, período que —en términos meramente numéricos— ya hace 18 años que transitamos.

Etapa confusa

Hasta aquí se habían cumplido dos de las profecías de Tocqueville: Rusia y Estados Unidos estuvieron juntos para derrotar al totalitarismo que representaba la Alemania de Hitler y luego se dividieron el mundo en la defensa por cada potencia de su ideología: el comunismo por Moscú y la democracia liberal por Washington. Pero lo más interesante fue lo que expresó el francés en 1835: «Hoy en día hay dos grandes pueblos en la tierra que, comenzando desde diferentes puntos, parecen avanzar hacia el mismo objetivo: estos son los rusos y los angloamericanos»;. Y agregó: «todos los demás pueblos parecen haber llegado casi a los límites trazados por la naturaleza, y no tienen nada más que hacer que mantenerse; pero estos dos seguirán creciendo». Por otro lado, lo manifestado en el testamento político de Adolf Hitler es también sorprendente: “Con la derrota del Reich y la espera del surgimiento de los nacionalismos asiático, africano y tal vez sudamericano, solo quedarán en el mundo dos grandes potencias capaces de enfrentarse entre sí: los Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y la geografía obligarán a estos dos poderes a una prueba de fuerza, ya sea militar o en los campos de la economía y la ideología. Estas mismas leyes hacen inevitable que ambas potencias se conviertan en enemigas de Europa. Y es igualmente cierto que estas dos potencias, tarde o temprano, encontrarán deseable buscar el apoyo de la única gran nación sobreviviente en Europa: el pueblo alemán”. No en vano hoy en día EE.UU. y Rusia coquetean con Alemania o la presionan, según propia conveniencia de cada uno…

Y finalmente llegamos al punto de los “propósitos comunes” que anunció Tocqueville. Esta etapa pareció plasmarse luego del fin de la Guerra Fría, cuando un exuberante George Busch padre afirmó que con la caída del comunismo se abrían nuevos horizontes entre Rusia y EE.UU. Poco duró el idilio. Guiados por los ventajistas líderes de Europa occidental, por liberales yanquis anti rusos y por el complejo industrial-militar (en su momento denunciado con alarma por Eisenhower en 1960) los políticos norteamericanos y los medios —en lugar de proseguir su aproximación hacia el otrora rival— los unos lo arrinconaron con el ingreso en la OTAN de todos los ex satélites soviéticos, mientras los medios por su lado arreciaban con la “rivalidad” y “hostilidad” de Rusia, creando imágenes muy negativas o alarmantes en la opinión pública. Esos grupos de presión acosaban al ex enemigo para mostrarlo como un enemigo real, algo que nunca lo fue desde 1991 hasta hoy en día. Tras unos pocos años de confusión, una vez munido de un liderazgo firme, Moscú reaccionó al sentir el peso del cerco gratuitamente erigido a su alrededor. De ahí las incursiones rusas en Ucrania y en otros lugares, siempre en procura de un espacio para que respire el oso ruso, que ha sentido nuevamente el ahogo de un ”corralito” similar al impuesto durante la Guerra Fría. Y en ese estado hemos permanecido hasta hace pocos días en la escala planetaria, con el beneplácito y la alegría de muchos hipócritas e ilusos que no se percataron del mal que estaban ocasionándose a sí mismos y al mundo con ese proceder.

Una nueva era

El encuentro en Helsinki de Donald Trump y Vladimir Putin del pasado 16 de julio —más allá de las personalidades de ambos líderes o de las críticas que se les puedan hacer por otras cuestiones— ha sido de importancia fundamental. Tiende a cambiar un absurdo estado de cosas. Como es sabido, una psicosis francamente alarmante por parte de medios y políticos norteamericanos acerca de las presuntas interferencias de Rusia en las últimas elecciones presidenciales viene siendo objeto de titulares e innumerables comentarios desde hace meses. Seamos francos: EE.UU. es una súperpotencia y una gran democracia; ese tipo de cuestiones no deberían preocuparle a su élite gobernante de la forma inusitada que ha venido sucediendo. Por otro lado, he aquí que mientras la mayoría de los políticos estadounidenses reconocidos como “liberales” y “demócratas” parlotean acerca de la paz, al mismo tiempo paradójicamente se rasgan las vestiduras ante una prueba palpable de paz entre las dos principales potencias nucleares del mundo. Y bien sabemos que la economía de Rusia es actualmente del tamaño de la de Italia o la de Texas, no hace falta que todos repitan lo mismo, pero también sabemos que con 11 husos horarios (desde Kaliningrado hasta Kamchatka) por su enorme extensión geográfica, inmensos recursos naturales y su probada capacidad de expansión socio-cultural en una vasta zona de Eurasia, Rusia no es poca cosa, es un país que obligadamente debe ser tomado en cuenta a nivel planetario. No se trata de un pez chico. El instinto de Trump no le falló.

En el momento presente, la histeria de medios y de políticos estadounidenses la considero verdaderamente lamentable e injustificada frente a la posibilidad concreta de una alianza ruso-americana capaz de generarnos un mundo mejor. El proceso está apenas en sus comienzos, tal vez pueda seguir adelante pese a las presiones o tal vez (ojalá no) fracase como consecuencia de esas injustas presiones e infundados temores. Pero el paso está dado y fue positivo. Aquí se anotó un poroto Donald Trump. En este campo, al menos, ha probado tener mayor visión estratégica que muchos de sus antecesores y opositores.

Conclusiones

Es común el señalar que cuando dos grandes potencias llegan a un acuerdo, casi siempre lo hacen a costillas de otro menos afortunado. Los europeos occidentales temen que sean ellos, pero esos temores carecen de fundamento. Todo lo que Putin quiere son relaciones normales con Occidente, lo cual no es mucho pedir. El candidato número uno para pagar el precio del acercamiento podría ser Palestina y tal vez Irán, de manera marginal. En la conferencia de prensa, sobre las posibles áreas de cooperación entre las dos potencias nucleares, Trump sugirió que los dos podrían acordar ayudar a Israel y Putin no se opuso a la idea. En otro tema, Trump dijo que «nuestros militares» se llevan bien con los rusos y «mejor que con nuestros políticos». La expresión esconde un golpe directo al complejo industrial-militar. Los globalistas neoliberales siguen con su
histeria anti rusa y sin medir consecuencias ni atar cabos en forma racional. El diálogo constructivo entre Estados Unidos y Rusia ofrece la oportunidad de abrir nuevos caminos hacia la paz y la estabilidad en nuestro mundo y eso es bueno. Trump declaró: «Preferiría tomar un riesgo político en pos de la paz que arriesgar la paz en pos de la política». Eso es mucho más de lo que sus enemigos políticos pueden decir, aunque ya llegó el aluvión de acosos de la prensa liberal por la “traición”, agregando una serie de falacias amplificadas que están calando hondo en la mente del ciudadano común. Pero no hay que aflojar, la paz y el futuro del mundo dependen de una durable alianza ruso-americana. Es la real realidad.

Una unión de esfuerzos y propósitos de la dupla Rusia-EE.UU aminorará las ambiciones de una China hambrienta de poder; será un contra peso geopolítico formidable frente al dragón del oriente y en la propia escala mundial. Asimismo, esa unión será exitosa en la lucha contra el terrorismo internacional. Por su lado, los europeos verán si les conviene seguir con su actitud agresiva hacia Rusia o asumir con aguda visión realista los retos del momento y permitir que Rusia mantenga su tradicional área de influencia en el espacio post soviético.

Deseo sinceramente que la aproximación entre Moscú y Washington se profundice, pero aún dudo que ella se concrete en plenitud, por lo brevemente expresado en estas líneas. Los intereses en contra son muchos, sobre todo en un país como EE.UU. donde el cabildeo de intereses sectarios, las presiones económico-financieras, la creación gratuita de escándalos, la exageración mediática (linda con la histeria) y el complejo industrial-militar, manejan en conjunto vitales hilos de poder e influencia… En fin, debemos confiar en que la predicción del genio de Tocqueville se cumplirá, para el bien de dos grandes naciones y del mundo en general.

(*) Agustín Saavedra Weise: Ex Canciller de Bolivia, economista y politólogo.

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