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Y UN DÍA, LA HISTORIA, LA GEOPOLÍTICA Y LA GUERRA REGRESARON A EUROPA

Alberto Hutschenreuter*

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Justo cuando el mundo pos estatal europeo creyó haber alcanzado el estatus de potencia institucional, sobrevinieron acontecimientos fundados en aquello que Europa aborrece y consideraba superado: el pasado, la geopolítica y la guerra; estas últimas, las «dos G» fragmentadoras en las relaciones interestatales que, por siglos, mantuvieron enfrentados y desunidos a los países del continente.

La Segunda Guerra Mundial fue tan total y devastadora que los poderes de Europa salieron de ella arruinados y, en el caso de los «ganadores», en condiciones subestratégicas, es decir, descendieron en la jerarquía de poder internacional y pasaron a ser dependientes de la ayuda y amparo de un poder mayor extracontinental.

En el mundo de bloques geoestratégicos que implicó la Guerra Fría, los países de Europa Occidental fueron construyendo un territorio cada vez más integrado, hasta llegar a la actual Unión Europea, la que tras el fin del régimen bipolar pasaría a incluir a países del centro y del este. Por su parte, la OTAN inició un proceso de expansión que no reconocería ni límites o líneas rojas territoriales, ni geografía para sus nuevas misiones.

Pero si bien los países europeos fueron sumando cooperación, hasta casi el final del siglo XX los líderes mantenían memoria del pasado y conocimientos sobre las denominadas por Stanley Hoffmann «políticas como de costumbre» entre Estados, esto es, la anarquía, la rivalidad, las capacidades, el poder, las suspicacias, los intereses y las técnicas para ganar influencia. Consideremos, por caso, hombres como, Konrad Adenauer, Harold Wilson, Valéry Giscard d’Estaing, Charles de Gaulle, Helmut Schmidt, François Mitterrand, Jacques Chirac, Helmuth Kohl, Ángela Merkel, etc.

Varios de ellos habían participado directamente en la guerra (algunos en las dos) y fueron protagonistas de la construcción de la gran urbe normativa europea. Otros desempeñaron papeles centrales durante la «paz larga» de la Guerra Fría, como la denominó el historiador John Lewis Gaddis. Pero prácticamente todos calificaron en la categoría de estadistas e incluso algunos en la selecta categoría que Henry Kissinger denomina «líderes profetas», es decir, «originadores de cambios» de escala.

En otros términos, conocían la historia, la geopolítica y la guerra. No tenían nada de posmodernos ni de globalistas. Algunos de ellos tuvieron que luchar contra el arraigado patriotismo, al punto de referirse siempre a «la Europa de las patrias», como lo hacía Charles de Gaulle. No obstante, consagraron sus aptitudes y ascendentes a la complementación europea y permanecieron bajo el amparo estratégico de Estados Unidos.

Los líderes que vinieron después, cuando terminó la Guerra Fría y desapareció la URSS, han sido líderes sin pasado y fervorosos de futuros improbables. Para ellos la historia, la geopolítica y la guerra son cuestiones que no sólo no se pueden repetir, sino que fueron superadas. En buena medida, para muchos de ellos el fin de la historia ha tenido lugar en Europa. Algo de ello contenía la frase soltada no hace mucho por Joseph Borrell, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, relativa con la comparación que hizo entre el «jardín» que es Europa y la «jungla» que es el resto.

Pero la historia, la geopolítica y la guerra regresaron a Europa o, más apropiadamente, nunca se habían marchado, solo que una parte de Europa estuvo concentrada en otra cosa y pareció alejarse de ellas desde su cómoda y ventajosa zona de amparo estratégico, incluso cuando sucedió la catástrofe bélica territorio-racial en la ex Yugoslavia. Acaso, ese conflicto fue considerado por Europa la última confrontación de una era que partía para siempre, hecho que explica la visión optimista que contenían los Libros Blancos de Defensa en los años previos a la anexión o reincorporación de Crimea por parte de Rusia.

La soberbia institucional europea no les permitió considerar aquellos «viejos permanentes» de la política internacional. Tuvieron una gran oportunidad antes del 24 de febrero de 2022 cuando la situación clamaba por una diplomacia comprometida, realista y en clave continental. Hasta Moscú llegaron (separadamente) algunos líderes, entre ellos, Macron, el mismo que hoy sostiene que hay que enviar efectivos a Ucrania, pero evidentemente ninguno de ellos se salió del libreto estratégico más atlántico que occidental.

Hoy Europa es uno de los «no ganadores» en esta guerra innecesaria y fratricida que tiene lugar en Ucrania. Sin embargo, sus líderes apuestan por continuar armando a este país, contendiente para el cual el factor tiempo cada día corre menos a su favor (y al de Occidente), y tratan por ello de despertar rápidamente del largo abandono y reluctancia de la experiencia, la geopolítica y la guerra, cuestiones que nunca habrían menospreciado y prácticamente descartado si, a pesar de su «juventud», no hubieran descartado los «viejos» textos de los grandes historiadores, geopolíticos y polemólogos de Europa.

Una mirada a esos textos, pronto los habrían convencido de que el lugar común del mundo es la jungla con centinelas armados y desconfiados, no un jardín con observadores pacifistas y despreocupados.

 

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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¿QUIÉN MANDA?

F. Javier Blasco Robledo*

Llevo muchos años de mi vida observando la evolución, el desarrollo y los cambios en el mundo que me rodea; en realidad, un período de algo más de sesenta años. En mi infancia y formación como profesional, durante la ajetreada vida en activo y hasta cuando me he dedicado a la nada desdeñable vida contemplativa ―como en estos momentos― y siempre, bien sea por interés personal o por deformación profesional, cada vez y lo que es peor, de forma creciente, resulto más atónito, desorientado y, por qué no decirlo, bastante más preocupado por la evolución y el desarrollo de los grandes y graves acontecimientos que suceden casi a diario y al observar las reacciones de mando y resolución que surgen en la Comunidad Internacional (CI), para corregir o paliar los efectos de los hechos.

Como ciudadano de un país de mediana capacidad y no muy acaudalado ―rodeado además de otros con mayor peso específico en la CI, bien por entidad propia o derivada de sus grandes capacidades o de las tradicionales alianzas y tendencias en las que están inmersos o por otro tipo de posibilidades militares diferenciadoras de los demás― ya desde muy pequeño, entendí que el mundo no andaba solo, algo o alguien llevaba las riendas y marcaba la marcha de las cosas y el devenir de los tiempos.

Analizándolo despacio, descubrí que existían países que dominaban a todos los demás o a otros de su entorno medio o cercano y que, en algunos casos, como consecuencia de grandes guerras o enfrentamientos que han producido millones de muertos y devastaciones de países enteros, se sintió la necesidad de crear organismos supranacionales, con el cometido y la «necesaria autoridad» para frenar las derivas, inclinaciones, insanas ambiciones o las poco decentes intenciones de países o sus protagonistas que, de modo intermitente, mostraban un deseo irrefrenable de ampliar sus propias fronteras o las conocidas como áreas de influencia e interés.

Tras varios siglos de dominios alternativos de los no pocos imperios que surgieron, crecieron y fenecieron en lo que hoy se conoce como Europa, África, Asia e incluso América y Oceanía, el mundo ha sufrido los efectos devastadores de grandes enfrentamientos entre países o coaliciones de ellos, todos sobrevenidos por la misma base que antaño, ampliar sus fronteras, por un afán de mejorar el prestigio internacional o para acaparar los frutos naturales que manan en otros territorios y que no existen o escasean en los propios.

Así, llegamos al siglo XX donde aquellas guerras, cada vez más generalizas y mortíferas, aumentaron en fuerza, gravedad e intensidad a manos de una serie de locos, déspotas o tiranos y, en cosa de treinta años, Europa, Asia, África y el Pacifico se convirtieron en grandes escenarios bélicos donde la barbarie y el terror alcanzaron cotas inimaginables. El mundo, casi de forma unánime, se involucró de una forma u otra en aquellos conflictos y su consiguiente barbarie.

Como suele ocurrir, de aquellos polvos vinieron unos lodos que, en este caso, por su novedad y hasta cierta aunque imperfecta «neutralidad y originalidad» por su alcance y la forma en la que toma sus decisiones, fueron capaces ―más o menos― de mantener un cierto grado de paz y tranquilidad a nivel mundial, aunque estas siempre fueron forzadas y adoptadas gracias, fundamentalmente, al equilibrio entre dos potentes bloques resultantes (la OTAN y el Pacto de Varsovia), con sus países satélites y las consecuentes grandes y costosísimas formaciones u organizaciones militares que emanaban de ellos como su propio y potente brazo ejecutor.

Organizaciones o bloques político militares que constituían los sólidos pilares sobre los que apoyaban sus decisiones y ordenes, al estar sazonados con amplios contingentes de tropas y grandes arsenales de armas de todo tipo ―de entre ellas, destacan las de destrucción masiva, principalmente las nucleares― que eran sin duda, las más importantes debido a sus capacidades de destrucción y de disuasión, dado el tristemente testado efecto desbastador que producían.

Si bien es cierto que estos bloques han jugado un papel muy importante en el mantenimiento de la paz por sostener o aplacar la mayor parte de los impulsos desmesurados fuera de tono o con poco quorum, pronto se pudo comprobar que no bastaba con su existencia para mantener con garantías y por si solos el mundo en paz, aunque dividido en dos grandes bloques ―por cierto, nada bien avenidos― ni para, de forma definitiva y coordinada, corregir los pasos de aquellos que, de vez en cuando y fuera de su control, sacaban la patita a relucir creando situaciones de suficiente desasosiego en los demás.

Por tanto, era preciso crear un super árbitro que, aunque se apoyara en ambos, mantuviera por propia iniciativa cierto orden y concierto entre la mayor parte de ellos y que estuviera respaldado, desde uno y otro lado, por todas las naciones del mundo o, al menos, las más importantes de entonces. La ONU.

En cualquier caso, y dado que el hombre es imperfecto, voluble y se suele cansar pronto de todo ―incluso de lo que le va bien― al margen de la ONU siempre ha habido una serie de figuras dominantes. Cabezas de Estado que, amparados en el respaldo de las propias capacidades militares de su país y allegados, han mantenido y ejercido la postura de árbitro o juez internacional y han procurado marcar las líneas de acción, o el camino a seguir no sólo para la solución de los conflictos, sino para evitar que llegaran a cabo y hasta han patrocinado las ayudas necesarias para derivar o disminuir los efectos de muchos conflictos.

Papel, que predominantemente ha estado en manos Estados Unidos y Rusia; cada uno de estos países y sus peculiares dirigentes, muy protagonistas han venido ejerciendo dicho papel en sus áreas vecinas y otras de interés o influencia; sobre todo, en razón a intereses estratégicos, energéticos, cercanías políticas o para crear las bases para asentar sus ideologías o, en muchos casos, los necesarios despliegues militares para cumplir y ejercer sus agendas conocidas u ocultas.

Durante décadas, otros países como China, la India, Corea del Norte, Israel, Pakistán, Siria, Irán, Marruecos y Turquía ―entre otros varios más― han mantenido y ejercido papeles más comedidos en el ámbito del liderazgo internacional y del papel a jugar en la marcha de la CI, salvo en casos de carácter muy local y casi siempre, en apoyo o muy cercanos a alguno de los dos mencionados líderes, pero nunca alzando la voz más que ellos.

Pero, el desgaste externo, y mucho más el interno, tras ejercer de forma prolongada el liderazgo y el enorme costo económico y militar real que ello supone, hacen que últimamente países como Estados Unidos ―aunque hasta ahora no haya sido lo normal― cuando la defensa o el mantenimiento de su tradicional política internacional ha pasado por «diferentes» manos, debido a razones muy subjetivas o por ciertos intereses espurios, hayan cambiado de opinión y variado sus rumbos y preferencias hacia cotas insospechadas y muchos de los aparentemente tradicionales e inamovibles escenarios donde venían ejerciendo su influencia, se cierren casi de la noche a la mañana, recojan sus trastos y aquellos «protegidos» parias sean dejados de nuevo, a su propia suerte o al albur de otros aletargados o poco activos enemigos internos o vecinos, quienes dada la presencia y el inquebrantable compromiso norteamericano anterior, no mostraban todo su grado y capacidad de intenciones.

Hoy en día, el número de «líderes» convertidos en demagogos, con pretensión internacional de carácter casi mundial proliferan por doquier, hasta cualquier mindundi se postula como el más importante, el más listo o el que ha encontrado la solución mágica para todo como el elixir de la vida, el dinero, la belleza y la salud; dan lecciones gratuitas y además contrarias a su ejercicio político habitual y no dudan a enfrentarse a colosos como Estados Unidos, la UE o Israel con mucho desparpajo; crean conflictos bélicos de alta intensidad y duración o ponen en peligro la marcha de la economía y el comercio mundial.

Bien es cierto que esto ocurre porque la ONU está totalmente desprestigiada; la UE está perdiendo todos los trenes que le puedan llevar a buen destino; Rusia ya no puede ni comerse un pez pequeño como Ucrania tras un conflicto de mucho desgaste y Estados Unidos esté de nuevo, sometido ―y a comienzos de un nuevo proceso electoral― a un desgaste de su poco favorecida casta política, de manos de un lunático que está perseguido por la Ley de su país y dirigido por un octogenario que empieza a tener problemas para distinguir entre la mano y el pie de cada lado, mientras Rusia continúa con su guerra sin que nadie sea capaz de pararlo, China empiece a pensar que le ha llegado su turno para dejar de ser un paria, a la que se unen otros que empiezan a buscar su acomodo como Irán, Pakistán y Turquía, o viejos-nuevos grupos terroristas que, con determinadas y potentes ayudas externas, están convulsionando el mundo actual.

Especial mención merece el estado de descomposición y podredumbre en el que se encuentra Europa y la UE, la escasez de verdaderos lideres con mayúscula o envueltos en escándalos de diverso pelaje, una dudosa y muy errática actitud política, nula capacidad militar común e importantes problemas económicos.  

Además, hay que añadir que todo ello ocurre en un momento, en el que la economía a nivel local y mundial se basa en agrandar sin límite la deuda y el déficit, que los cambios tecnológicos y climáticos y con la aparición de la llamada y revolucionaria Inteligencia Artificial se nos obliga a grandes cambios internos y externos e inversiones que no todos los países son capaces de seguir y mucho menos de digerir o superar.

Con todos estos mimbres o mar de fondo y con algún condimento local añadido, es más que lógico pensar que en muchos de los rincones del mundo proliferen, como setas, los verdaderos autócratas de pura cepa y que muchos de los dirigentes campen a sus anchas y sin temor a que nadie les rechiste o a sabiendas de que los comentarios o ligeras presiones externas que le pudieran llegar, no tendrán repercusiones reales en su mandato.

No hace falta irse muy lejos para comprobar y confirmar lo expuesto hasta el momento; nosotros los españoles tenemos a un presidente de gobierno que reúne todo lo anterior con tal de mantenerse en su sillón a toda costa; que pretende seguir firmando libros que, por cierto, no escribe; busca labrarse un acomodado futuro libre de cargas económicas y, mientras tanto, continúa alimentando su gran ego mediante paseos y conferencias por el mundo envuelto en una falsa aureola triunfalista.

Una persona que es el paradigma de los cambios de opinión en todo lo referente a la economía porque gasta sin mesura y, sobre todo, en política nacional e internacional; cambia o suprime las leyes que le estorban en su camino; anula mediante absorción y contaminación organismos estatales o judiciales ―que hasta ahora se suponían independientes― para convertirlos en verdaderos siervos y cumplidores de sus deseos; pacta con Bildu ―los verdaderos sucesores de ETA― o con partidos separatistas como Junts, Esquerra o el PNV y mantiene un gobierno altamente corrosivo, nocivo y totalmente inestable que, a duras penas, se mantiene gracias a continuas y graves concesiones políticas y económicas, las que, por mucho que el gobierno y sus partidos se empeñen en desmentirlo, ponen en grave peligro la identidad, entidad e integridad nacional, podrían constituir un ataque a la Constitución y a las entidades y organismos que configuran el esqueleto de lo que supone nuestro Estado de Derecho.

Visto lo visto dentro y fuera de casa, SINCERAMENTE debo confesar que no sé contestar a la pregunta que da título a este trabajo.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

 

CINCO DESCENSOS INQUIETANTES EN LA POLÍTICA INTERNACIONAL

Alberto Hutschenreuter*

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Hace ya un tiempo que las relaciones internacionales se extraviaron, es decir, no sólo se alejaron las posibilidades de configurar algún principio sobre el cual trabajar para forjar un orden, sino que los actores preeminentes e intermedios fueron tensando sus relaciones al punto de encontrarse en una situación de no guerra o confrontación indirecta, como Rusia y Occidente, o de umbral de riesgosas querellas, como China y Estados Unidos, China e India, Israel-Irán, etc.

Desde 2014, cuando Rusia anexó o reincorporó Crimea, la política internacional tomó un curso de descenso que acabó por profundizarse con los seísmos que implicaron la pandemia en 2020 y el «regreso» de la guerra interestatal en febrero de 2022.

Antes de aquel impacto de 2014 no había configuración internacional, pero durante la primera década del siglo hubo cooperación entre los poderes mayores, pues el reto que implicaba el terrorismo transnacional en buena medida los alineó. Por ello, el experto Zbigniew Brezezinski sostuvo que Rusia y China no podían sostener una línea de política exterior sin referirse a la amenaza del terrorismo.

Además, la crisis financiera de 2008 empujó a los poderes a cooperar para salir de lo que fue considerada una crisis superior a la de 1929. Pero desde entonces la cooperación descendió, al punto de que se considera que las políticas de contribución alcanzadas para afrontar dicha crisis fueron el último momento de cooperación internacional.

No obstante, el comercio internacional siguió su curso, convirtiéndose en ese sucedáneo de orden que no es orden, es decir, el comercio se basa en la inconveniencia de la ruptura de ganancias que todos obtienen de él, pero no supone un concepto o pauta internacional que puede verdaderamente anclar las relaciones de competencia, menos hoy cuando los componentes de un orden se han pluralizado, es decir, se volvieron más complejos, pues ya no bastan aquellos conceptos sobre los que se edificaba un orden.

En este sentido, muy pertinentes resultan las consideraciones que hace el experto Andrei Tsygankov en relación con las demandas o exigencias de la política internacional en el siglo XXI.

Sostiene este especialista de origen ruso, que la paz y el orden en el mundo dependerán cada vez más de negociaciones complejas sobre el equilibrio de poder y las diferencias culturales. Es decir, siendo ya el mundo no sólo un sistema completo, sino con varios actores en ascenso, un esquema de orden basado en el equilibrio no sería suficiente si no va acompañado de conocimientos y deferencias en relación con culturas. Es decir, el «poder blando» es un requisito para la construcción de un orden.

Pero la construcción de un escenario así no parece se encuentre cerca, pues lo que predomina es un desorden internacional confrontativo, una situación no solo de discordia, sino de políticas basadas en el interés nacional que corren muy por delante de las políticas de complementación, incluso en aquellos espacios internacionales amplios como el «lote» BRICS, donde el atractivo referente de «sur global» solapa intereses de los miembros más poderosos del heterogéneo grupo.

Tal situación podríamos resumirla en cinco descensos discernibles. Sin duda hay otros, pero intentemos reducirlos aquí.

  1. Descenso de las expectativas.

Hace tiempo que la realidad internacional fue restringiendo expectativas relativas con un curso internacional más previsible y menos inseguro.

Lo único real que queda en términos relativamente esperanzadores es la globalización del comercio, un dato importante porque implica un factor de inhibición de rupturas, pero no un factor infalible, pues se trata de un «orden» apoyado en ganancias económicas que puede no ser suficiente frente a las tensiones geopolíticas. De allí la exigencia de análisis más plurales en relación con el segmento geoeconómico.

De modo que se trata de un descenso que resiste, pues, aunque se advierte sobre la desglobalización, los problemas que afrontan las cadenas de suministro y la fuerza de la reorientación local de la economía; hay enfoques, como el del experto Ian Bremmer, que aseguran que se trata de una pausa, que la economía de China terminó de globalizarse y, por tanto, pronto volverá a ascender el comercio.

Por último, hay expectativas cuidadosas con la IA (Inteligencia Artificial), pues, además del reto que supone el posible curso «soberano» de dicha tecnología, las cuestiones habituales de la política internacional, es decir, la ambición, el temor, el poder, etc., podrían trasladarse a la tecnología y continuar la política internacional, es decir, la competencia y la incertidumbre de las intenciones, desde una nueva dimensión.

  1. Descenso de la cultura estratégica.

La predominancia de la rivalidad entre los poderes preeminentes, particularmente entre Estados Unidos y Rusia, ha ido alejando a ambos de lo que en tiempos de Guerra Fría honraron estratégicamente Washington y Moscú: el balance nuclear. Nunca permitieron, a pesar de la pugna, que las fisuras o las ganancias relativas de poder nuclear por parte de uno de ellos significasen un desequilibrio victorioso. Así se explican los tratados sobre eliminación y control de armas.

Pero tras el final del bipolarismo, esa cultura estratégica comenzó a descender. Estados Unidos posiblemente consideró que el duopolio estratégico nuclear lo restringía en el incremento de sus capacidades, que la cogestión estratégica con Rusia ya no era posible, y comenzó a retirarse de marcos regulatorios clave, por caso, el ABM (Tratado sobre Misiles Antibalísticos).

Poco a poco fueron surgiendo preguntas relativas con el verdadero estado del equilibrio nuclear entre ambos, pues las «salidas» de los dos de regímenes podría haber producido desajustes en la ecuación del terror y, por tanto, el mundo se habría acercado al escenario apocalíptico en el que un ataque no tendría (tal vez) respuesta.

Pero, además de esta situación entre los dos mayores concentradores de armas atómicas, los otros actores nucleares han aumentado y mejorado capacidades. De allí que Estados Unidos ha venido pugnando porque China sea parte del New Start, el único tratado entre Estados Unidos y Rusia que queda vigente y que se acerca al final de su fecha prorrogada en 2021.

En este marco, en un reciente trabajo publicado en la última entrega de la revista Foreign Affairs, los especialistas Keir Lieber y Dary Press consideran que el esfuerzo de otros actores nucleares está dirigido a compensar la debilidad de sus fuerzas militares convencionales.

  1. Descenso del respeto de la experiencia.

El pasado contiene las claves sobre qué hacer y qué evitar en materia de relaciones internacionales. Tal vez no se encuentre todo allí, pero seguramente hay lecciones vitales para evitar derivas disruptivas.

Consideremos la guerra en Ucrania, una confrontación entre dos pueblos eslavos que causó decenas de miles de muertos, sumió la región de Europa oriental en una nueva frontera de capacidades cada vez mayores y alejó el diálogo capital entre poderes mayores sobre los que recae la responsabilidad de pensar en una configuración internacional, si es que un orden es todavía posible.

La falla principal de esta guerra no se encuentra tanto en la sensibilidad geopolítica perpetua rusa ni incluso en el afán de la OTAN en llevar más allá la victoria en la Guerra Fría, sino en hacer lugar a la decisión «a todo o nada» por parte de Ucrania, un actor intermedio, de convertirse en parte de la OTAN. En otros términos, se rompió la jerarquía estratégica internacional (entre «los que cuentan»).

La experiencia nos dice que, a menos que exista un propósito solapado por parte de uno de los poderes para lograr ganancias de poder frente a su par con el fin de que este último resulte atrapado y se desangre en guerra, los actores de escala o «iguales estratégicos» tienden a evitar una situación que termine provocando no sólo desarreglos entre ellos, sino que pueda desembocar en una situación de colisión entre ellos.

  1. Descenso del multilateralismo.

Hace bastante tiempo que el denominado modelo institucional en la política internacional fue quedando se rezagado frente al modelo relacional. Dicho en términos algo más actuales, el modelo multilateral ha sucumbido frente al modelo multipolar.

Si bien las relaciones internacionales son, ante todo, relaciones de poder antes que de derecho, hubo muchos momentos donde se lograba una relativa complementación. Margaret MacMillan ha destacado esa situación durante los años veinte del siglo pasado. Incluso en tiempos de rivalidad bilateral existían compromisos para que el orden multilateral consiguiera desplegarse como el bien público internacional capital que es.

Pero ocurre que hoy no sólo el modelo de poder es muy predominante, sino que los propios poderes mayores están empeñados en hacer poco para que ello se modere; aun cuando suceden situaciones donde la amenaza no proviene de ningún Estado o grupo de Estados como sucedió con la pandemia, un fenómeno global que resultó insuficiente para impulsar un nuevo sistema supraestatal de valores.

En este contexto, la diplomacia sufre restricciones, pues el fuerte ascendente de poder interestatal acaba debilitándola aun cuando existen cursos de salida de crisis mayores, como sucedió antes de la invasión rusa a Ucrania.

  1. Descenso de liderazgos.

Esto último, pero también como epítome de todo lo que hemos visto, nos está diciendo que existe un fuerte descenso en relación con liderazgos capaces de poder vislumbrar horizontes en clave de orden e impulsar cursos de acción hacia ellos.

En términos de Henry Kissinger, en el mundo del siglo XXI no hay estadistas ni mucho menos líderes profetas.

Entonces, más que ante un descenso, estamos frente a una ausencia, lo que nos lleva a plantearnos si la complejidad de cuestiones del mundo de hoy más las cuestiones de cuño habitual no están dejando el mundo ante escenarios cerrados, anárquicos y peligrosos. Algo así como un moderno estado de naturaleza en el que todos disponen de confort, conectividad y adelantos sorprendentes, pero saben que están ante peligros que acechan y asechan y nadie sabe cómo evitarlos.

Una típica situación de aquello que Adam Sweidan ha denominado un «elefante negro», es decir, una combinación de un «cisne negro» (un acontecimiento inesperado o improbable de gran impacto) y el gran elefante en el cuarto (un problema visible para todos, del que nadie quiere hacerse cargo aun cuando se sabe que tendrá consecuencias devastadoras).

Frente a esta situación, las conjeturas nos llevan a territorios donde se cruzan lo real y lo ficcional, pues bien podríamos considerar que las capacidades humanas resultan insuficientes para lograr liderar o gestionar, y que solo con la asistencia tecnológica quizá podríamos hacerlo.

Entonces, las preguntas comienzan a ser más que los intentos de respuestas. Porque, por caso, podría ocurrir que la IA, lo que se denomina una IA fuerte o general, nos proporcione cursos de acción correctos siempre y cuando se abandonen patrones arraigados. Es decir, ¿aceptarán los gobiernos situaciones con las que no están de acuerdo? Por caso, el control no humano de las armas estratégicas, o la desconcentración de insumos tecnológicos mayores, por ejemplo, semiconductores, para alcanzar en determinados segmentos de la economía global un mayor dinamismo, seguridad y mejor funcionamiento.

¿Se aceptarán liderazgos no humanos o semihumanos que impulsen decisiones que impliquen renunciamientos relativos con no adoptar nuevas bases o concepciones estratégicas porque ello crearía inestabilidad regional? ¿Sería aceptable ello para una alianza político-militar?

Más allá de los gobiernos, ¿aceptarán las empresas sacrificar ganancias en pos de un orden basado en un mayor reparto internacional de justicia económica?

Esto último resulta interesante, pues ello podría crear un nuevo tipo de rivalidad en las relaciones internacionales: entre las empresas tecnológicas y los Estados, la «tecnopolaridad». De acuerdo con el ya citado Ian Bremmer, se diferencia de las nociones tradicionales de poder global en que la soberanía y la influencia no están determinadas por el territorio físico y el poder militar sino por el control sobre los datos, los algoritmos y los servidores.

Como podemos apreciar, los descensos abordados aquí nos llevan a plantearnos preguntas pertinentes en relación con el mundo que nos aguarda. Ello siempre sucede cuando estamos en una situación de inflexión en la historia. Pero hoy por vez primera nos hallamos más allá de un punto de inflexión. Como dijo un ex funcionario estadounidense, ante cosas que no sabemos que no sabemos.

* Alberto Hutschenreuter es miembro de la SAEEG. Su último libro, recientemente publicado, se titula El descenso de la política mundial en el siglo XXI. Cápsulas estratégicas y geopolíticas para sobrellevar la incertidumbre, Almaluz, CABA, 2023.

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