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ENFERMOS EN CUARENTENA Y SANOS EN LA CALLE

César Augusto Lerena*

Pintura del artista uruguayo Juan Manuel Blandes “Episodio de la fiebre amarilla” (1871), en Buenos Aires, que muestra a José Roque Pérez y Manuel Argerich ingresando al inquilinato de Balcarce 384, donde acaba de morir una joven mujer.

 

En diciembre de 2019 se anunció la epidemia de Coronavirus COVID-19 SARS-CoV-2 en la ciudad de Wuhan de China. Luego se trasladó a Europa y a Estados Unidos y la OMS declaró el 11 de marzo de 2020 la pandemia, cuando ya se había manifestado en 114 países, con 118 mil casos positivos y 4.300 muertos. Si bien no son habituales las pandemias, existe la posibilidad de que en el futuro ocurran con mayor frecuencia debido a los avances de la ciencia y los intercambios comerciales y de personas en el mundo y el uso masivo de estas formas de contaminación.

Una de las herramientas fundamentales para combatir estas epizootias/epidemias son LAS CUARENTENAS. En estas, se aísla en forma obligatoria y total a los sospechosos y enfermos y, NO A LOS SANOS. Se deja circular libremente a las personas sanas y se evita la propagación y los elementos contaminantes. Si bien el COVID-19 ataca fundamentalmente a las personas en el rango de 45/64 años, la mayor letalidad —tanto en La Florida como en Nueva York— se da en los mayores de 65 (entre 24 y 31%), razón por la cual, al tratarse de una franja etaria de alto riesgo, es razonable precautoriamente aislarla parcialmente (salidas de supervivencia).

La Argentina tiene una larga experiencia en cuarentenas, a poco de producirse en el país la primera epizootia, el 3 de julio de 1888 el Congreso de la Nación dictó la Ley 2.268 de control y policía sanitaria de enfermedades exóticas de los animales, por la que prohibió la importación de animales de cualquier especie, que adolezcan de enfermedades contagiosas.

Como consecuencia de ello, hace más de cien años que en el país se aíslan ciudades, se establecen lazaretos y se cierran puertos, pero nunca se aislaron a todas las personas sanas, aunque hoy el COVID-19 ataca la franja etaria de mayor riesgo de muerte, los mayores de 65 años, por lo cual podría encontrarse un justificativo para el aislamiento temporal.

En los últimos 150 años de la Argentina, nuestro país sufrió las epidemias de cólera y de fiebre amarilla. En 1867 en Buenos Aires murieron 5 mil personas por cólera (un 3% de letalidad) y en 1886 sus efectos se dieron en el interior del país. En 1871 cerca de 14 mil personas fallecieron de peste amarilla en Buenos Aires y ya en ese entonces se apeló a aislar a la gente en los barrios. En 1900 la peste bubónica por la existencia de sueros se evitó la propagación. En 1956 llegó la epidemia de polio que provocó un gran pánico por los efectos físicos y letales que ocasionaba a los niños. En 1993 se produjo una nueva epidemia de cólera en la frontera norte del país, aunque ya existían recursos para evitar su propagación. Hacia fines de 2003 se notificó en Asia la gripe aviar hiperpatogénica que provocó la muerte y el sacrificio de unos 30 millones de aves, con una cepa que tiene capacidad para causar una enfermedad grave, con elevada mortalidad en el ser humano y desde entonces se instaló la influenza. Más recientemente, en junio de 2009, se declaró por primera vez la pandemia de gripe porcina. Ahora el COVID-19. Enfermedades zoonóticas que han tenido al veterinario como protagonistas exitosos: Ramón Bidart y José Lignieres (Argentina, 1909), Lothar Wieler (Alemania, 2020), Debes Christiansen (Dinamarca, 2020), Carlos Lanusse (Argentina, 2020), Manolo Fernández (Perú, 2020).

Agregamos a lo dicho que en la Argentina las enfermedades transmisibles respiratorias, diarreas agudas, VIH/Sida, tuberculosis, sífilis, Chagas, dengue, hidatidosis, leishmaniasis, hantavirus, etc. y las enfermedades transmisibles a través de los alimentos enferman y matan anualmente muchas más personas que el Coronavirus Covid-19 SARS-CoV-2.

SENASA ha sido un excelente ejemplo de cómo impedir el ingreso de enfermedades exóticas al país a través de animales o alimentos. Hoy el gobierno argentino, pese a sus dificultades económicas y un sistema de salud muy deteriorado, ha tenido muy buenos reflejos, para tratar de evitar la propagación de esta enfermedad.

Ahora, debería rápidamente organizar una estructura de prevención de epizootias preparada para dar respuesta inmediata a nuevas epizootias/epidemias o eventuales acciones de bioterrorismo, como ocurrió en 2001 con las cartas con esporas de carbunco (bacillus anthracis, ántrax) en Estados Unidos y, por cierto, también intoxicaciones masivas a través del comercio de alimentos. Desde la Segunda Guerra Mundial, nada ha causado mayor pánico y efectos económicos negativos globales como esta pandemia y no debería dilatarse la instauración de mecanismos de alerta temprana y organismos que actúen en consecuencia, para evitar que, como en este caso, importemos enfermedades exóticas.

A esta altura, entiendo que habría que hacer un ajuste a “la cuarentena” y, para ello, creo necesario aumentar en forma muy importante el número de test a realizar, de manera tal, que sólo puedan trabajar o transitar aquellos que resulten previamente negativos a la práctica. El costo del test saldría hoy unos $ 1.500 que debería estar (dos por mes obligatorios) a cargo de las empresas (más económico que el negocio cerrado), obras sociales (más económico que tener enfermos retransmitiendo en la calle) o privados (más económico que no tener actividad) y, del Estado, en el caso de los empleados públicos y personas vulnerables desempleadas (más económico que tener el país parado).

A su vez los mayores de 65 años, la población no activa o con patologías preexistentes debería mantenerse aislados (salvo salidas de supervivencia) como los que resulten positivos en cuarentena total obligatoria. Del mismo modo, niños y adolescentes que deberían postergar sus estudios hasta agosto y el desarrollo de sus clases en forma continuada hasta marzo (es una emergencia).

A ello habría que agregarle, el uso obligatorio del barbijo, la promoción del trabajo en la casa (teletrabajo) y la aplicación de sistemas tecnológicos para la obtención de turnos médicos, bancarios, organismos públicos, etc. Prestar mucha atención a las contaminaciones cruzadas a través de las superficies de contacto en supermercados y farmacias y, muy especialmente, en el ámbito hospitalario, donde llama la atención el contagio del personal médico y de enfermería.

La consigna es salgamos a conseguir los test, a relevar la población activa y pongamos a todos los científicos a la búsqueda de tratamientos y vacunas.

* Experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado, ex Secretario de Bienestar Social (Provincia de Corrientes). Ex Profesor Universidad UNNE y FASTA. Asesor en el Senado de la Nación. Doctor en Ciencias. Consultor, Escritor, autor de 24 libros (entre ellos “Malvinas. Biografía de Entrega”) y articulista de la especialidad.

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RECORDANDO LA FUNCIÓN ESENCIAL DEL EMPRESARIO INNOVADOR

Agustín Saavedra Weise*

Joseph Alois Schumpeter

El austríaco Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) ha sido uno de los grandes economistas que tuvo el siglo XX en su primera mitad. Fue estudioso del desarrollo económico, historiador y agudo observador de los fenómenos sociales. Además, autor de Capitalismo, Socialismo y Democracia, Historia del Análisis Económico y otras obras de innegable vigencia hasta hoy.

Uno de los conceptos que hizo famoso a Schumpeter es el de la innovación; la permanente introducción de inéditas técnicas contribuía decisivamente al desarrollo económico, brindándole impulso y dinámica. La teoría de Schumpeter tenía alrededor del “empresario dinámico” el centro mismo de su pensamiento: su poder creativo y la capacidad de riesgo lo convertían en la fuerza básica del proceso de cambio.

El profesor austríaco entendió a la innovación no solamente como el ingreso dentro de la actividad productiva de nuevas técnicas, sino también incorporó al concepto las mejoras sustanciales para productos existentes (por ejemplo, del antiguo televisor a los ultramodernos de hoy). La innovación puede entendérsela inclusive —abarcando su idea global— hasta en la apertura de nuevos mercados con posibilidades industriales y comerciales. Esto sería en un contexto contemporáneo, tan importante como la introducción de robots, redes sociales e internet, por representar algo nuevo que impulsa al progreso.

Otro planteamiento vital en la teoría de la innovación es que ella no ocurre continuamente, sino a intervalos regulares. Luego de una innovación básica, aparecen innovaciones derivadas, las que asientan y decantan el proceso por un tiempo razonable. Los ciclos económicos podrían tener alguna explicación parcial con las ideas schumpeterianas.

La depresión pasa a ser una consecuencia del crecimiento. Compañías productivas que no supieron adaptarse a las nuevas técnicas desaparecerían y se genera entonces, el fenómeno que Schumpeter —siguiendo a Carlos Marx y Werner Sombart— denominó “destrucción creativa”. Hoy en día, con la creciente injerencia y ayuda —directa o indirecta— que brinda el Estado a ciertas sociedades industriales y comerciales, la extinción no siempre se cumple y terminan cohabitando negocios de punta con aquellos que son ineficientes y obsoletos.

Otra consecuencia de la innovación es la concentración. A través de oligopolios o monopolios —privados y estatales— la concentración productiva y de capital resulta inevitable. Es uno de los corolarios de la creciente inversión en flamante tecnología que necesita sólidos apoyos financieros para hacerse efectiva. La pretérita época del visionario empresario individual del ayer, no es la de estos días, cuando detrás de los inventos subyacen fuertes montos de dinero que movilizan equipos multidisciplinarios y de mercadeo que apoyan y tornan viables a las innovaciones. Hoy es casi imposible actuar en soledad.

Algunas de las desventajas sociales que en estos momentos presenta el proceso de innovación es que la introducción de alta tecnología tiende a reducir el porcentaje de trabajo en el producto terminado, disminuyendo sensiblemente la posibilidad de absorción de mano de obra.

En la antigua concepción de Schumpeter solamente el empresario dinámico tenía en sus manos las posibilidades de innovación. Ahora son las grandes corporaciones y los gobiernos, tanto o más importantes que la capacidad solitaria de un ejecutivo. Así están las cosas en este 2020.

 

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, https://eldeber.com.bo/174174_recordando-la-funcion-esencial-del-empresario-innovador

 

UNA GUERRA CONTRA NUESTRO MUNDO INVISIBLE

Agustín Saavedra Weise*

 

Imagen de ElisaRiva en Pixabay

Todos recordamos las novelas de Herbert George Wells, en particular las llevadas al cine: “La máquina del tiempo” y “Guerra de los mundos”. En esta última, extraterrestres invaden el planeta en tren de conquista. Dando casi por seguro el triunfo alienígena, he aquí que sus máquinas se desploman y los invasores mueren sin violencia. Los microbios terrestres —esos organismos que viven alrededor nuestro sin ser percibidos por la simple vista— resultaron letales para los invasores. Los humanos se salvaron gracias a esos diminutos acompañantes que tenemos desde los albores de la humanidad. Hasta ahí el final feliz de la novela, veamos ahora la realidad en este 2020.

El mundo humano ha vivido por milenios con bacterias que no siempre han sido ni son amistosas. Algunas nos protegen y otras han ocasionado desastres. En otras palabras: nuestros acompañantes nos protegen, pero también han generado enfermedades de diverso tipo. Como el organismo humano tiene sus propias defensas, en esa batalla al final todo depende de la fortaleza en cada ser de su sistema defensivo. Aun así, se han gestado plagas que pudieron ser evitadas, pero por descuido, lenidad, falta de higiene u otras anomalías propias del ser humano, se desencadenaron calamidades.

La gente se fue acostumbrando a cierto tipo de enfermedades benignas o estacionales, producto de sus virales acompañantes y así fue la cosa por muchos años, aunque con epidemias diversas esparcidas en algunos lugares del globo. El advenimiento de la revolución tecnológica —con sus adelantos e invenciones— pareció anunciar una nueva era con la posibilidad de liberarse de plagas y pestes. No fue así, la propia tecnología sirvió para manipular bacterias diversas, a veces con buena intención, otras con maligna voluntad. Hasta hoy se sospecha que las principales potencias tienen en su arsenal diversos tipos de virus, listos para ser desencadenados si se produce un conflicto en ese campo. Felizmente, hasta ahora prevaleció la contención.

Los gérmenes tradicionales (buenos y malos) viven con nosotros desde el principio de la evolución. Pero he aquí que algunos de esos invisibles seres —que en la ficción de Wells salvaron al mundo— son ahora nuestra Némesis debido a la perversa manipulación ejercida sobre ellos por muchos laboratorios públicos y privados. No en vano el magnate Bill Gates pronosticó en 2015 que la próxima guerra mundial sería contra las bacterias y no entre humanos. Hoy en día vemos a esa lucha desencadenada con toda su crudeza y aunque no soy partidario de las teorías conspirativas, debe admitirse que el tal Coronavirus o Covid-19 ha sido en su momento anunciado, observado y objeto de prevención, sin que se haga nada. Algunos inclusive afirman que pudo haber sido manipulado. Esto no lo sé ni puedo afirmarlo, pero la sospecha queda. El caso es que estamos inermes ante esta guerra entre dos mundos: el mundo en el que vivimos y ese mundo invisible que solo puede observarse con un microscopio.

El futuro es incierto: todo puede cambiar, desde la forma de saludarnos hasta cómo conviviremos y nos comportaremos en los días que vendrán. En esta guerra entre dos mundos el costo en vidas es ya grande y a nivel económico será colosal. Sí sabemos —con certeza— que nuestras vidas jamás serán las mismas, salvo que la sagrada estela de la Providencia ilumine pronto la mente de algún científico y surja la vacuna redentora. Por eso quiero cerrar esta nota con una sentencia del escritor Mario Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas“.

*Ex canciller, economista y politólogo. Miembro del CEID y de la SAEEG. www.agustinsaavedraweise.com

Tomado de El Deber, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia,