Tras veinte de años de guerra, en pocas semanas más, en clave recordatoria el 11 de septiembre, Estados Unidos abandonará Afganistán.
¿Fue derrotado el único país grande, rico y estratégico del mundo en el país asiático? No. ¿Ganó Estados Unidos? No. Entonces perdió. Pues su enemigo, principalmente los talibanes, se mantuvo; y con ello negó al oponente la victoria.
Se trata, una vez más, del cumplimiento de la vieja fórmula de pocos pero categóricos términos que explica brillantemente porqué acaba triunfando el “más débil”: “Las fuerzas regulares pierden porque no ganan, las fuerzas insurgentes ganan porque no pierden”.
En la guerra de Vietnam (fines de los 50/principios de los 60-1975), los vietnamitas sufrieron más de un millón de muertos; los estadounidenses, menos de 60.000. En la guerra de Afganistán (1979-1989), los muyahidines perdieron más de 90.000 hombres; los soviéticos, 16.000. En la guerra entre Estados Unidos y talibanes (2001-2021, la guerra más larga y costosa para el poder mayor), hubo (hasta donde se puede saber) más de 45.000 combatientes muertos, mientras que Estados Unidos sufrió 2.500 bajas, sin contar las muertes de efectivos de la fuerza multinacional.
Hay otros casos notables en los que los derrotados han sido poderes preeminentes: Gran Bretaña (dos veces en Afganistán en el siglo XIX), Francia en Indochina y en Argelia en el siglo XX, Holanda en Indonesia, etc.
Acaso lo más curioso en relación con esta modalidad de guerra es que la parte más poderosa nunca termina de aprender la naturaleza de la misma. Aparte del insuficiente conocimiento de las costumbres, tribus e ideas locales, insiste con patrones que difieren de los patrones del oponente. La “derrota” de Estados Unidos en Afganistán se explica, en importante medida, por el enfoque relativo con la legitimidad en la que se apoyan y defienden las partes.
Como muy bien destacan los expertos Thomas Johnson y Chris Mason, una y otra parte en pugna sostienen narrativas diferentes que acaban siendo decisivas en relación con la ruptura de la voluntad de lucha del “invasor”. La legitimidad de los insurgentes afganos, de acuerdo con dichos autores, proviene exclusivamente de dos fuentes: la dinastía y la religión. Pero para Estados Unidos y sus aliados afganos, la legitimidad proviene de elecciones; están convencidos que a partir de ello se logrará la estabilidad.
Se trata de enfoques totalmente opuestos. Algo muy similar sucedió en Vietnam: mientras para los locales la fuente motivadora de lucha se fundaba en el nacionalismo y la unificación, para la fuerza intervencionista se trataba de una guerra para evitar la expansión del comunismo.
Más allá de motivaciones diferentes que implican energías de lucha distintas, en Afganistán y en los otros teatros en los que una de las partes era “menos fuerte”, por detrás y por debajo de las fuerzas regulares propias, aquellas que Ho Chi Minh denominaba “gran guerra”, se despliega el modo revolucionario de guerra o guerra de guerrillas, cuya lógica de lucha difiere de la lógica de la fuerza ocupante en relación con el tiempo, el espacio, el poder de fuego y el número de bajas.
De allí que la permanencia proporciona, la mayoría de las veces, resultados favorables a los locales: hubo un momento en Afganistán, en 2009, cuando el entonces presidente Obama aplicó la “estrategia de incremento” de efectivos, en que los talibanes y otros grupos fueron severamente atacados y debieron retroceder de sus posiciones, “descansando” muchos de ellos en el país que los asiste, Pakistán. Sin embargo, la extensión y la tremenda violencia de la guerra, particularmente en 2014, un “año estratégico” para la reagrupación de los talibanes y los grupos que los apoyaban, llevó a que la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), a cargo de la OTAN, decidiera dar por terminada su misión. Desde entonces, hubo una fuerza más reducida que continuó en el territorio hasta 2021.
En buena medida, se da un escenario que recuerda al estudiado muy bien por el general francés André Beaufre en su clásica obra escrita hace medio siglo, “La guerra revolucionaria”, cuando un cuerpo expedicionario se encuentra aislado en medio de fuerzas locales a las que combate. Dicho cuerpo afronta cada vez más inseguridad. El territorio abarca dos zonas: una parte pacificadora, en la que se asienta y predomina la fuerza expedicionaria y sus aliados, y la zona de los disidentes o insurgentes. El hostigamiento de estos últimos aumenta. La guerra se prolonga y provoca creciente cansancio. Tras años de lucha, el objetivo de esta guerra de cuño colonial parece irrisorio frente a los costos humanos y económicos. Se busca un arreglo, abriéndose una fase de negociaciones interminables, pero durante las mismas la violencia no solo no cesa, sino que se redobla. Finalmente, la fuerza expedicionaria se retira del territorio y los enemigos toman el poder: ya no hay, entonces, una zona de disidentes.
La descripción se parece más a lo que ocurrió en Vietnam. Pero si bien hay diferencias entre Afganistán y Vietnam, sobre todo en relación con el componente tribal-religioso y el sentido de unidad-ideología, respectivamente, hay fuertes similitudes en el modo de llevar adelante la guerra que, en uno y otro caso, a los que hay que sumar el “Vietnam soviético”, termina siendo letal para la fuerza intervencionista.
Por otra parte, el propósito relativo con luchar contra el terrorismo y evitar que el país se convierta en un Estado terrorista o un territorio funcional para el terrorismo, fue acompañado, una vez expulsados los talibanes del poder en noviembre de 2001, de la reconstrucción material de Afganistán por parte de fuerzas internacionales. Y aquí la cuestión de visiones opuestas de las partes y de la población local vuelve a ser un factor desfavorable para la fuerza intervencionista. Como inmejorablemente ha señalado hace ya unos años el experto José Luis Calvo Albero: “En Afganistán el proceso fue similar (a Irak) y la estrategia de ‘corazones y mentes’ terminó por fracasar, aunque el proceso fue mucho más lento. La población afgana se encontraba en un estado tan mísero que difícilmente podía imaginar condiciones peores a las que ya sufría en 2001. La llegada de los soldados occidentales fue recibida con alegría, no porque trajesen con ellos la libertad y la democracia, sino porque existían fundadas esperanzas en que podían mejorar el paupérrimo nivel de vida. Como ocurrió en Irak, la estrategia de ‘corazones y mentes’ se basó en ideas en lugar de en hechos materiales y, aunque la población afgana esperó durante años una mejora realmente perceptible en sus condiciones de vida, terminaron tan cansados y decepcionados como los iraquíes”.
Y aquí el paralelo ya no es Vietnam, sino lo que podría ocurrir considerando lo que ha sucedido en Irak tras la retirada de los estadounidenses. El analista Ben Hubbard lo advierte en su nota del día de ayer (10 de agosto de 2021) publicada en el New York Times, “As U.S. Leaves Afghanistan, History Suggests It May Struggle To Stay Out”, en la que recuerda que, tras el retiro de las fuerzas de Irak en 2011 por orden de Obama, los yihadistas del Estado Islámico establecieron un territorio extremista que obligó a Estados Unidos a enviar nuevamente fuerzas para combatirlos y expulsarlos. Por ello, más allá de la orden del presidente Biden de poner fin a la guerra más prolongada, este podría ser un escenario posible en Afganistán.
En breve, el inminente desenlace de la situación en Afganistán tras el retiro de Estados Unidos, como así los posibles escenarios de confrontación entre la OTAN y Rusia, para tomar un hecho que sucede en paralelo, tienen un común denominador: la ignorancia y el desprecio de la experiencia histórica por parte de Occidente.
* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG.
La Geopolítica ha mutado sucesivamente sus limitaciones teórico-conceptuales de acuerdo con las etapas, medios y sociedades en que primaron sus respectivos paradigmas. En este recorrido por el que ha sido su origen y desarrollo intentaré incluir los aportes pertinentes al conocimiento y a la comprensión de los fenómenos políticos en un mundo, hoy por hoy, globalizado. Debemos adelantar que existen teorías y conceptos geopolíticos superpuestos y contradictorios en el mismo.
La palabra “Geopolitica” debió sobrevivir a una gran carga negativa desde la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, gran parte de sus contenidos fueron absorbidos por “Relaciones Internacionales”. He podido observar el fenómeno en mi calidad de Geógrafa (Geopolítica) y de Magíster en Relaciones Internacionales. Como éstas últimas estarían incluyendo a la primera, podemos recuperar a la Geopolítica sin dejarlas desprovistas de contenido.
Luego de esta observación es importante destacar el debilitamiento de los Estados —agravado por la pandemia de Covid-19— y la emergencia de elementos y actores perturbadores. El repentino desmoronamiento de la Unión Soviética y el consecuente final de la Guerra Fría implicaron cambios mundiales; no fueron los únicos cambios y ninguno de los paradigmas dominantes de las Relaciones Internacionales demostró ser capaz de predecir esos eventos y nuevas realidades, complicadas con la proliferación de conflictos étnicos, culturales, el creciente rol de las asociaciones regionales, el impacto de la globalización y la revolución de las comunicaciones.
Todo ello obligó a restituir la discusión de las rivalidades relativas al poder al seno de las ciencias geográficas. Las sociedades avanzan sobre la base de contradicciones y observamos un retorno a los nacionalismos, fundamentalismos y particularismos regionales como una reacción —entre otras— de la racionalidad y determinismos occidentales y sus contrapartidas orientales.
Para analizar la competencia por áreas de influencia es necesario identificar a los Estados de mayor magnitud estratégica mundial. Sherman Kent, establece que la magnitud estratégica de un Estado implica además de su situación geográfica y de sus vulnerabilidades, los medios con que cuenta, su voluntad y eficacia en usarlos ante una situación de gravedad —real o imaginaria—, las decisiones de sus pueblos, sus modos de resolución histórica, la característica de sus líderes, sus aliados probables, sus instrumentos no militares de política y estrategia y el potencial bélico del Estado en cuestión[1].
Por alguna razón “…algunos Estados con suficiente capacidad y voluntad nacional de ejercer poder o influencia más allá de sus fronteras, intentan alcanzar una posición de dominio regional o de importancia global”[2]. Para ello se valen de alianzas con otros Estados capaces de producir cambios ventajosos en la situación geoestratégica mundial.
Desde su introducción, el término Geopolítica ha enfrentado numerosas dificultades referidas a su definición. El “Gran Juego Geopolítico” librado entre el Reino Unido y Rusia a fines del siglo XIX nos ilustra cómo diversas teorías geopolíticas acompañaron sus respectivos tiempos históricos.
El concepto no solo resultó contaminado por su uso tendencioso por la Geopolitik alemana de la Segunda Guerra Mundial sino debido a los numerosos significados y connotaciones en su uso actual. Muchas veces es contradictorio, el concepto suele permanecer implícito y referirse a Estados, a sus relaciones y su contexto, otras veces a actores no estatales. Los medios suelen utilizar el término sin definirlo.
En cuanto a las lecturas académicas encontramos tantas definiciones que en última instancia solo reflejan un debate intelectual que no parece tener fin.
También es frecuente la aparición de términos tales como Geopolítica energética, Geopolítica del hambre, Geopolítica del agua, Geopolítica empresarial, etc. que dan testimonio de la validez y vigencia —explícita o encubierta— de la Geopolítica. También es visible a través de conceptos derivados como “aéreas de influencia”, “balance de poder”, “Estados tapón”, “intereses vitales”, “intereses estratégicos” o “near-abroad” (exterior cercano).
En búsqueda de una definición
A los fines de adoptar una definición apropiada, es conveniente repasar las tendencias más representativas del pasado.
Como una primera aproximación, se debe destacar que los dos conceptos primarios de la Geopolítica de los siglos XIX y gran parte del XX fueron tierra y agua —o continentes y mares—, bases de la representación cualitativa del espacio mundial.
Las talasocracias implican la existencia de una metrópoli y colonias si bien las civilizaciones del mar Negro o del Mediterráneo son muy diferentes a poderes insulares como el Imperio británico y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ejemplos de la vigencia del poder de las flotas marítimas. La expansión colonial de los Estados europeos y luego EEUU ha sido básicamente talasocrática. Su vigencia a cargo de portugueses, españoles, holandeses y finalmente británicos perduró por más de 400 años. La escuela del estadounidense Mahan refuerza esta categoría.
La evaluación de las telurocracias es más reciente: cuentan con un centro y provincias en una “tierra común”. Pueden ser civilizaciones forestales, de las estepas, de las montañas, etc. Son ejemplos pertinentes el Imperio de Genghis Kahn, el de Tamerlán, el califato árabe y hasta el Imperio incaico. Dentro de éstas se destaca la escuela geopolítica del Eurasianismo de Primakov.
Teorías geopolíticas
Friedrich Ratzel (1844-1904)
Geógrafo y periodista alemán, escribió en 1897 su Geografía Política donde supeditaba las actividades humanas al medio físico: el rigor de los inviernos explicaría el mayor desarrollo de la Europa del Norte ante las afirmaciones acerca de la indolencia del hombre tropical comparado con el industrioso septentrional, que se han utilizado como explicación de las diferencias entre las colonias de Brasil y EEUU. Sostenía que los Estados compartían muchas de las características con los organismos vivientes e introdujo la idea de que un Estado tenía que crecer y extenderse o morir dentro de “fronteras vivientes”. Hoy condenado por su determinismo y por su doctrina tomada como base de una de las páginas más negras de la Historia del siglo XX. Pero fue fiel a las corrientes predominantes de su tiempo y no podía predecir el impacto de sus teorías, consideradas precursoras de las geopolíticas.
Rudolph Kjellen(1864-1922)
Versado en Ciencias Políticas e Historia, en 1899 escribió un artículo sobre la frontera de Suecia —su país—, denominado “La ciencia del Estado en tanto organismo geográfico que se manifiesta a través del espacio en el que fue utilizado por primera vez el término “Geopolítica”. Kjellen la definía como «la teoría del Estado como organismo geográfico o fenómeno en el espacio”. No hay indicación de que conociera la obra de Mackinder y Mahan aunque fue mencionado como asesor de la política exterior del presidente estadounidense Theodore Roosevelt. Entre su abundante producción se encuentra “El Estado como forma viviente” donde establece —bajo fuerte influencia de Ratzel— que los Estados (como organismos sujetos a la ley del crecimiento) nacen, se desarrollan y mueren. Aunque Suecia permaneció neutral, Kjellen promovía formar un frente aliado con Alemania contra Rusia y criticaba a la vieja Ciencia Política por considerar que se limitaba a observar a los Estados y sistemas judiciales e incorporó una nueva teoría con base antropogeográfica —para él, Geopolítica— en la que incluye conceptos como Estado, nación, sociedad y sistema judicial. Para Kjellen, la Historia no era un caos de eventos coincidentes sino que estaba bajo la influencia de reglas geopolíticas.
Su teoría abarcaba una verdadera Geopolítica considerada como el territorio natural, con límites, características físicas, producción y capacidad de mantenerse unificado y poderoso (a través de cultivos, comunicaciones y fortificaciones). Como Mackinder, creía que el transporte internacional terrestre se estaba desarrollando a tal velocidad que el poder marítimo quedaría en el pasado. La reedición actual de la Ruta de la Seda en Asia central incluye autopistas y ductos de exportación de hidrocarburos desde Medio Oriente hasta China, momentáneamente más segura que las rutas marítimas para los buques mercantes, superpetroleros y buques metaneros[3].
Kjellen consideraba a la Geopolítica como una amplia ciencia en el límite de la Historia, Geografía y Ciencia Política y al mismo tiempo una ciencia auxiliar de éstas, era un analista y metodólogo, un constructor de sistemas. No encontramos mapas en sus libros.
Alfred Mahan (1840-1914)
El contraalmirante, historiador, estratega y geopolítico estadounidense Alfred Mahan, postuló la importancia estratégica del dominio naval como clave para la dominación mundial. Para ello no solo contaba con el ejemplo del imperio colonial británico de ultramar sino de las experiencias navales de la propia EEUU, que a principios del siglo XIX —1803-1805— “libraba batallas contra los bereberes en el mar Mediterráneo”[4], además de las libradas para mantener la independencia contra el Reino Unido, en 1812. Mahan sostuvo en La influencia del poder naval en la Historia que “Quien domine el mar domina el comercio mundial; quien domine el comercio mundial domina el mundo”[5]. Asignaba tanta importancia al imperio colonial de ultramar como a las rutas marítimas, principalmente las comerciales. Fue un “ardiente propagandista acerca de la expansión de los EEUU hacia territorios y áreas de ultramar”[6]. Consideraba a EEUU como un Estado insular y propuso políticas como la anexión del archipiélago hawaiano, control del mar Caribe y construcción de un canal en Panamá. Roosevelt puso en marcha estas propuestas.
Halford Mackinder (1861-1947)
En Occidente desde fines del siglo XIX las teorías más conocidas fueron las del británico Mackinder. En su The Geographical Pivot of History —publicado en 1904 por la Royal Geographical Society— sostuvo la existencia de un bloque central, pivote o Heartland clave y que quien lo unificara y dominara, dominaría los tres continentes de la “Isla Mundial” —Europa, Asia y África—. La localización del heartland fue siempre ambigua: lo situaba en algún lugar de “Eurasia”, también ambiguamente definida, para justificar el interés en Rusia[7]. Luego de la Primera Guerra Mundial, Mackinder favoreció la creación de Estados-tapón como Polonia o Yugoslavia, para aislar a Rusia y reducir la superficie de Alemania.
The Geographical Pivot of History atrajo la atención tanto de admiradores como de detractores de Mackinder, que lo acusaron de geo-determinista e imperialista. Al respecto Milton Santos señaló que “La educación impregnada de un fuerte patriotismo demandaba de profesores de Geografía que promuevan el colonialismo. (…) Entre los geógrafos colonialistas Mackinder sería el más eficiente”[8].
En 1919 en su Democratic Ideals and Reality[9], Mackinder trasladó el Heartland a Eurasia, basándose en la menor capacidad de penetración de las potencias marítimas y en su temor de que Alemania alcanzara el corazón continental. Esta idea de existencia de una “fortaleza” asiática impenetrable sigue siendo la base de numerosos modelos y la “primera premisa del pensamiento militar occidental”[10]. Desde la desintegración de la URSS, el poderío militar actual —tierra, mar, aire y espacio exterior— parecen sostener la idea de “la fortaleza” delineada con poco rigor académico por Mackinder.
Andrei Evgenievich Snesarev (1865-1937)
Menos conocido que Mackinder, el influyente general y estratega ruso Snesarev, zarista que en 1918 se integró al Ejército Rojo en el distrito militar Turkestán. Autor del libro Afganistán, fue escrito como curso de lectura militar a la espera de órdenes de invadir India vía Afganistán en 1919. La invasión finalmente no ocurrió, pero Snesarev colaboraba con los pashtún contra el Imperio británico en Merv, actual Turkmenistán con posterioridad a la Primera Guerra Mundial. Snesarev —emulando a Mackinder— sostenía que “Quien gobierne Herat, gobernará Kabul y que quien gobierne Kabul, gobernará India”[11]. Consideraba a Afganistán como la puerta de entrada a India y como secuencia para luego arribar al océano Índico. Además afirmaba que existían dos tipos de fronteras: estatales y estratégicas, considerando en este último rango a Afganistán. Andrei Snesarev fue apresado por Stalin en 1930 —bajo cargos de traición—, ejecutado en 1937 y recientemente su figura fue rehabilitada. Considerado precursor de Zbigniew Brzezinski, Snesarev señalaba a esta región como “muy volátil (…) colocada en la periferia de grandes imperios, incluyendo los establecidos por Alejandro Magno y los mongoles”.
Karl Haushofer (1869-1946)
Hemos visto que la Geopolítica tuvo gran interés en Alemania desde principios del siglo XX —con Kjellen— y alcanzó mayor difusión cuando el general alemán Karl Haushofer (1869-1946) adaptó en su libro Der Lebensraum (El espacio vital) algunas teorías de Ratzel y las del Heartland de Mackinder para justificar pseudocientíficamente la expansión territorial alemana durante el Tercer Reich. Este uso de la Geopolítica “llevó a sacrificar la metodología científica en pro de un proyecto grandioso de un poderoso Reich alemán”[12]. Haushofer incorporó los procesos políticos a la definición de la Geopolítica: Haushofer consideraba a la Geografía Política como una parte esencial de la Geopolítica.
Curiosamente la Historia da cuenta de decisiones del régimen nazi que contradicen tanto las teorías de Ratzel como las de Haushofer: la cesión del Tirol del Sur, zona poblada por mayoría germana, a los italianos. Haushofer se suicidó en 1946.
Nicholas Spykman (1892-1943)
En su libro America’s Strategy and World Politics[13] sostuvo que Mackinder había exagerado el potencial del Heartland y que el verdadero poder radicaba en el inner crescent, al que Spykman denominaba “rimland” o perímetro de seguridad, teoría aplicada primeramente a la defensa de EEUU, funcionando como una alerta temprana ante posibles intromisiones. Este rimland al que alude Spykman debía abarcar todo el continente asiático y europeo y grandes extensiones de los mares y océanos adyacentes. Al mencionar la extensión de los Estados no se refería al poder per se de los mismos, sino a su potencial para evitar separatismos.
Desde el punto de vista de la defensa militar, para Spykman la extensión era crítica respecto de la localización de los centros vitales. Mencionaba la defensa de Rusia ante el avance napoleónico, pero podemos agregar la estrategia rusa de traslado de centros industriales al este de los Urales ante el avance de Hitler durante la II Guerra Mundial y la descentralización estratégica militar debida a la Guerra Fría, que dejó importantes instalaciones en otras repúblicas de la URSS, como Kazajstán, Tayikistán, Uzbekistán.
En la comunidad académica se suele minimizar el aporte de Spykman, reduciéndolo a un agregado —inner crescent— al heartland de Mackinder. Pero sus aportes siguen siendo válidos ante las nuevas tecnologías aplicadas a portaaviones, a su alcance ofensivo, sus sitios de emplazamiento y a la división del mundo en comandos estadounidenses.
Estudios posteriores destacan la influencia de ambos geopolitólogos —Mackinder y Spykman— en la estrategia de contención estratégica de EEUU durante la Guerra Fría. En su obra póstuma, The Geography of the Peace[14] sostenía que el control de la cuenca del océano Atlántico Norte era ideal, pero adelantaba el “inevitable crecimiento en importancia del océano Pacífico como ruta clave para el comercio internacional”[15], una de las premisas en la Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU desde 2013. Spykman no es simplemente el autor de la “teoría del rimland”.
Alexander de Seversky (1894-1974)
Era un noble nacido en Rusia —hoy Georgia—. En 1918 arribó a los EEUU destinado a la Embajada de Rusia. Ingresó al Departamento de Guerra estadounidense como ingeniero aeronáutico y experto en bombarderos. En 1942 comenzó a escribir el best seller Victory Through Air Power alertando a la nación sobre la necesidad de defender mejor su espacio aéreo. Afirmaba que se avecinaba una revolución y en consecuencia que EEUU necesitaba respuestas revolucionarias. Pero el gobierno no estaba preparado para comprender que estaba en desventaja respecto de otros beligerantes. Luego de la Segunda Guerra Mundial recibió la Medalla al Mérito de manos del Presidente Truman y en 1952 formó Seversky Electroatom Corporation, empresa dedicada a la protección de EEUU contra ataques nucleares y en extraer partículas radioactivas del aire.
Alexander de Seversky consideraba que, al inicio de la Guerra Fría, estaban equilibrados tanto el poder terrestre como el marítimo y que era la superioridad aérea la que podía romper los cercos establecidos por los poderes continentales y marítimos enemigos y los Estados tapón. Consideraba además la creación de una zona aérea estadounidense que se extendiera a Europa y otra soviética. Independientemente de tener un perfil bien diferente de los académicos analizados previamente en esta investigación, de Seversky logró: a) mantener la primacía de EEUU al incorporar la capacidad de ataques aéreos incorporando una nueva dimensión espacial a la Geopolítica y b) colocarse pragmáticamente en el punto de avance entre el poderío aéreo y el nuclear.
Jaume Vicens Vives (1910-1960)
Para Vicens Vives el nacimiento de la Geopolítica coincidía con la etapa de los imperialismos y reparto del mundo por las grandes potencias del momento y que el ingreso tardío de Alemania a tal reparto produjo la guerra de 1914. En su libro España, Geopolítica del Estadoy del imperio define a la Geopolítica como “una interpretación del pasado histórico y del espacio geográfico que sirva para justificar el presente”[16].
Al final de España se refiere a las tensiones internacionales y a las fronteras como focos de tensión. Ya vislumbraba que las fronteras rígidas del siglo XIX y principios del XX estaban siendo superadas por el vertiginoso desarrollo de los medios de comunicación. Insiste en la artificialidad de las fronteras: siempre son humanas.
Otro ámbito de su investigación son las causas que han llevado a la expansión económica y el avasallamiento político: la búsqueda de recursos minerales —incluyendo energéticos—. En su momento, mediados del siglo XX, estudiaba la situación de Katanga —República Democrática del Congo— y el uranio y los intentos de secesión de aquella región como parte de un proceso teledirigido por Occidente en una clara actitud neocolonial.
Con una actualidad sorprendente define a mediados del siglo XX la posibilidad de conflictos por el control de las zonas polares y el dominio de las rutas marítimas —incluyendo el bastión Malvinas—.
Yves Lacoste (1929-…)
Yves Lacoste, geógrafo marroquí, contribuyó al renacimiento de la Geopolítica en Francia a partir de la década de 1970, si bien su producción se inició con Los países subdesarrollados (1959) y Geografía del subdesarrollo (1965), con las que entraría en el ámbito de la geografía económica y social.
Destacada figura de la geografía radical, Yves Lacoste rechazó desde una óptica marxista la geografía tradicional, que definió como una mistificadora, al servicio del sistema e incapaz de dar respuesta a los nuevos problemas del mundo contemporáneo.
Con la revista Hérodote y, más tarde, su obra La Geografía: un arma para la guerra (1976), comenzó un intento de reintroducir el estudio de la ciencia geopolítica en Francia, desembarazándola de su injusta imagen de ciencia nazi.
En su libro Geopolítica: la larga historia de la actualidad (2006) afirma que: “El término Geopolítica, que nos muestra múltiples usos, define de hecho todo lo que concierne con las rivalidades de poder o influencia sobre territorios y sus habitantes: las rivalidades entre grupos políticos de todo tipo – y no sólo entre los Estados, sino también entre los movimientos políticos o los grupos armados más o menos clandestinos – rivalidades por el control o dominación de territorios grandes o pequeños”[17].
En la figura precedente los signos de interrogación designan los Estados o grupos de Estados que —según Lacoste— presentaban problemas por formar parte del conjunto geopolítico denominado Tercer Mundo. Estados de la península ibérica o de Europa oriental, aunque no eran parte del Tercer Mundo, se consideraban a menudo como “subdesarrollados”. Por el contrario, Argentina y Uruguay entraban dentro del Tercer Mundo, a la inversa de África del Sur, considerada por muchos autores como un país “desarrollado” (o semidesarrollado). Finalmente, el último interrogante es el de si los Estados socialistas forman parte de lo que se denomina Tercer Mundo.
Peter Taylor (1944-…)
Geógrafo británico, el más influyente en la renovación de la Geopolítica. Disconforme con el enfoque neopositivista imperante, reorientó la disciplina hacia el análisis del sistema mundial. Considera las dinámicas de la economía global, descartando la localización del territorio o su ambiente como factores que condicionan las políticas de los Estados —sostenida por los geógrafos clásicos—. Para Taylor se trata de centros, periferias y semiperiferias imbricadas y dinámicas de acuerdo con las variaciones de la economía capitalista. Establece tres escalas de análisis: sistema-mundo (la realidad), localidad (la experiencia) y el Estado-nación (instancia mistificadora) y establece a la primera como decisiva. Para Taylor, “esta apreciación ingenua de que el espacio es un escenario inalterable, pone de manifiesto una gran ignorancia en torno de la Geografía”[18].
Taylor declaró además que los análisis geopolíticos siempre tuvieron un sesgo nacional: “En el caso de la Geopolítica, siempre ha sido muy fácil de identificar la nacionalidad del autor a partir del contenido de sus escritos”. Taylor relaciona Geopolítica y Relaciones Internacionales: “La Geopolítica ha sido generalmente parte de la tradición realista de las Relaciones Internacionales”[19].
Saúl Bernard Cohen (1925-2021)
Este geógrafo estadounidense estableció en 1990 diferentes jerarquías de los espacios mundiales. En primer lugar consideró las mayores rutas comerciales marítimas del mundo, en segundo las terrestres de Europa y en tercer lugar los países de lenguas y etnias comunes (latino, germánico, anglo-americano, chino, eslavo): los independientes (Japón, Tailandia, Indonesia, Filipinas…); los espacios de conflicto (como Medio Oriente y en América latina Colombia, Venezuela, Bolivia) así como espacios de transición (entonces Europa central). Aunque reconoce la existencia de Estados-Potencias, les asigna magnitud en base a la comparación entre sus PBI, el acceso a tecnologías innovadoras, el nivel educativo, sus reservas de energía y cantidad de profesionales. En su libro Geopolitics of the World System[20] define Geopolítica como: “… el análisis de la interacción entre escenarios geográficos y sus perspectivas con procesos políticos. (…) Ambos son dinámicos y se retroalimentan. La Geopolítica da cuenta de las consecuencias de esta interacción”. La definición se focaliza en la interacción dinámica entre poder y espacio.
Evgeny Primakov (1929-2015)
La crisis que puso fin a la URSS se mantuvo durante la década de los “reformistas ultraliberales”, representados por Boris Yeltsin. En 1997 Evgueni Primakov, ex jefe de la KGB, asesor y luego Primer Ministro, puso en marcha la que se terminó denominando “Doctrina Primakov” donde proponía la formación de un triángulo estratégico China-India-Rusia, eurasianista. Su propuesta fue retomada como parte de la gestión de Vladimir Putin. El objetivo era lograr que Rusia fuera una superpotencia. Consideraba que Occidente intentaba marginar el papel de Rusia en el sistema e infiltrarse en su espacio tradicional de influencia. En los libros de su autoría El mundo después del 11 de septiembre y La guerra en Irak arremete contra Washington, si bien destaca que Occidente tiene otra cultura y que es posible una cooperación limitada y con ventajas mutuas. Su propuesta incluyó modificar la orientación de la política exterior rusa de Occidente a Oriente, hacia un escenario considerado el sitio natural de Rusia. Sostuvo que el alejamiento del escenario asiático en la “década atlancista”, había propiciado que otros actores se aventuraran a penetrar la región, complicando considerablemente toda su problemática.
Primakov señalaba que “Rusia no tiene alternativas, si no mantiene su influencia en Asia Central entonces otros lo harán y será siempre en detrimento de ella…”[21]. La “doctrina Primakov” rectificó la orientación geoestratégica rusa que, en 2007, inició la consolidación del curso geopolítico nacional con la “Doctrina Ivanov” y posteriormente la “Doctrina Putin”. En julio de 2006, en ocasión de la Cumbre del G8 el mensaje de Putin fue claro: “…Occidente tendrá finalmente que aceptar el hecho de que Moscú ha vuelto al escenario mundial…” y proclamó lo que Rusia consideraba como sus tres fortalezas y que serían desde entonces los pilares de su emergencia: administración firme, confianza en sí misma y renovado vigor. En 2008 anunció el estreno de su doctrina de orientación multipolar, donde exhortaba a la construcción de un orden internacional justo, equitativo y respetuoso de las diferencias, al tiempo que hacía votos por la defensa de los valores democráticos. Era también eurasianista.
Tradición geopolítica china
En China por su parte, una larga tradición de más de 700 años de pensamiento estratégico —sin mencionar a los estrategas clásicos—, encuentra en el geopolítico Wei Yuan (1794-1856) y en los trabajos que hoy despliegan varias universidades y centros de estudios superiores, reflexiones geopolíticas elaboradas desde la perspectiva de la potencia marítima y continental china en Asia y en el Pacífico que —después de la transición entre la administración de Jiang Zemin hacia la de Hu Jintao—, se encamina a devenir una potencia de alcance global en la escena geopolítica. Aunque mencionaremos a dos de sus mentores, ellos son parte de equipos que incluyen numerosos académicos de valía. Es importante a tener en cuenta que, a diferencia de Occidente, los analistas aportan sus ideas y sugerencias al gobierno, que evalúa y decide la aplicación de sus teorías. En Occidente es más usual que los especialistas publiquen sus obras sin necesariamente ser parte de las decisiones adoptadas por los gobiernos. De esta manera, los conceptos que veremos a continuación hallan su correlato en las doctrinas oficiales chinas de Seguridad Nacional, Defensa y Militar entre otras.
Jiang Ling Fei
Profesor de la Universidad de Defensa Nacional, su enfoque geopolítico coincide en gran medida con el de Yves Lacoste. Analiza la situación geopolítica a través de las actividades del terrorismo transnacional al que considera reflejo extremista de:
las agudas diferencias en la distribución mundial de la riqueza y
las diferencias culturales entre el oeste y el este.
Pang Shongying
Académico de las Universidades Qinghua y Renmin, divulga sus investigaciones en The National Interest (Washington DC) y es parte del comité editorial internacional de la revista Globalizations, publicada por Routledge (Londres). Pang considera que un aspecto del ascenso de China como poder mundial radica en el incremento de su soft power (poder suave) en cuestiones regionales y globales, derivado de su cultura, modelos de desarrollo, ideales y política exterior. Estima que existe la posibilidad de transformar el soft power en poder; el rol del desarrollo chino en ejemplo a trasladar a otros países y analiza las implicaciones del soft power chino en su cooperación y competencia con EEUU[22]. Señala que si la Unión Europea no logra detener su declinación, su influencia y posición pueden resultar severamente debilitadas, perdiendo su status de jugador clave. Sostiene que EEUU intentará por todos los medios mantener su liderazgo y hegemonía. En cuanto a China, la crisis de Occidente decidirá su rol. Pang sostiene los principios que China mantiene desde la Guerra Fría: “nunca ser el líder”, “no alineamiento” y “no interferencia”, pero considera que deberían ser más flexibles. Finalmente afirma que existe una brecha entre el mundo dominado por Occidente y el resto y que un mundo gobernado por leyes globales que incluya la participación de China ayudará a superarla. Para ello se requerirá la formación de un nuevo orden internacional.
Conclusiones
La concepción según la cual el poder de un Estado se encontraba estrechamente relacionado con los recursos físicos, económicos, ambientales y geográficos con los que contase, se presenta hoy urgida de revisiones: La evolución conceptual dejó de considerar al Estado como único actor, para incluir y apreciar el poder de otras entidades y actores.
Las actuales estructuras geopolíticas se encuentran cada vez más marcadas por cuatro conductores fundamentales: el “heartland”, el “reino” geoestratégicamente liderado por Rusia debido a razones históricas y geográficas. El segundo, originado por los objetivos estratégicos de EEUU y los temores nacionales a la hegemonía rusa que los conecta con el “reino” marítimo euroatlántico, liderado por EEUU. Esta oposición hace que la influencia política y el poderío militar en la gran región sean el premio geopolítico de la competencia entre Rusia y EEUU. La tercera es que para China el imperativo radica en su ancestral relación comercial y de transporte por Asia Central.
La afirmación de que el futuro de la humanidad se juega en Asia es cada vez más frecuente. También lo es que el eje geopolítico de la cubeta del Atlántico norte se está trasladando al Pacífico norte. De los resultados dependerá no solo el futuro de la Federación de Rusia, de China o EEUU sino —debido a la magnitud estratégica de los actores mencionados— el del mundo globalizado.
* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster enRelaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas.
Referencias
[1] Sherman Kent. Inteligencia estratégica. Buenos Aires: Pleamar, 1967, p. 59.
[2] Brzezinski, Zbigniew. El gran tablero mundial. Barcelona: Paidós, 1998, p. 49.
[3] La reciente obstrucción del canal de Suez merece ser considerada.
[4] Los piratas bereberes cobraban tributo a los buques que comerciaban a través del mar Mediterráneo. Cuando en 1803 —con Europa bajo las guerras napoleónicas— los tripolitanos tomaron el buque Filadelfia. EEUU envió su flota, bloqueó y bombardeó Trípoli mientras el Cap. William Eaton bombardeaba Derna, a 800 kms de Trípoli. Cuando en 1805 firmaron un tratado por el cual EEUU no pagaría más tributos, iniciativa que no habían tomado las potencias europeas, EEUU retiró su flota. Para más detalles sobre esta primera aventura ultramarina de EEUU puede consultarse: Asimov, Isaac. El nacimiento de los EEUU. 1763-1816. [2ª edición, tomo XII], España: Alianza, 1984, p. 218.
[5] McColl, R.W. Encyclopedia of World Geography. (Vol. 1) New York: Checkmark Books/Facts On File, 2005, p. 408.
[6] Terzago Cuadros, Jorge. Alfred Thayer Mahan (1840-1914) Contraalmirante U.S. Navy, su contribución como historiador, Estratega y Geopolítico, p. 25, Viña del Mar, Chile, 05/10/2005, Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), http://www.cialc.unam.mx/pdf/mahan.pdf
[7] Mackinder formuló esta teoría en 1904, la revisó en 1919 y nuevamente en 1943. No fue posible encontrar en Internet un documento gráfico que diera cuenta fiel del Heartland de Mackinder 1904, cuando lo localiza entre el río Danubio y los montes Urales. En todos los casos se le adjudica un Heartland que se extiende ampliamente en la ex URSS. La persistencia de esta divulgación “popular” errónea induce a magnificar la hipótesis de Mackinder y sentar perniciosos precedentes geopolíticos.
[8] Milton Santos. Por una Geografía Nueva. Madrid: Espasa Calpe, 1990, p. 31-33.
[9] Mackinder, Halford. Democratic Ideals and Reality. Londres: Greenwood Press, 1919, p. 278.
[10] Taylor, Peter. J. Political Geography. Harlow (Essex, Inglaterra): Longman, 3ª ed., 1993, p. 48.
[11] Hauner, Metan. “What is Asia to Us?” En: Russia´s Asian Heartland Yesterday and Today. London-NY: Routledge, 2013.
[13] Spykman, Nicholas. America’s Strategy in World Politics: The United States and the Balance of Power. Original 1942. Transaction Publishers; Edición: New edition (15 de marzo de 2007).
[14] Helen R. (editor) Spykman, Nicholas John; Nicholl (autor). The Geography of the Peace. New York: Harcourt, Brace and Co., 1944, (Serie: Yale Institute of International Studies).
[15] Spykman, Nicholas. Geography and Foreign Policy, I. Yale University, Connecticut, 1938, p. 42.
[16] El primero de los tres grandes bloques en que está estructurado su libro se denomina justamente Geografía política, geopolítica y geohistoria.
[18] Taylor, Peter J. “Political Geography and the world economy”. En: Burnett A. y Taylor, P. (eds.), Political Studies from special perspectives. Chichester: John Willey & Sons, 1981, p. 46.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa decidieron que para no repetir el pasado había que “sujetar” a Alemania, el “perturbador”, a un emprendimiento interestatal colectivo mayor. En otros términos, debilitar la posibilidad relativa con que Alemania dispusiera de sus recursos y emprendiera (eventualmente) un nuevo desafío geopolítico en la Europa central. De allí, la Comunidad Económica del Carbón y el Acero, el cimiento de la Comunidad Económica Europea y la Unión Europea.
El pasado no solo debía ser olvidado, sino enterrado. Y así Europa se fue convirtiendo en un territorio de complementación cada vez mayor, hasta lograr configurar lo que el británico Robert Cooper denominó el “Estado pos-moderno”, es decir, un territorio donde pervivían las patrias, pero se descentralizaban las soberanías. Efectivamente, Europa ingresó en una era pos-westfaliana que implicó un cambio de escala en su basculante y largo pasado de guerras y pactos.
Pero si bien es cierto que en 1945 la derrota militar la sufrió Alemania, la victoria de las potencias europeas (Francia y Reino Unido) fue parcial, en tanto el poder finalmente se fue de Europa hacia los grandes centros que definieron la contienda total e iniciaron un nuevo orden entre Estados. El general Charles de Gaulle fue acaso quien mejor comprendió esa nueva realidad.
Dicha combinación de victoria y derrota europea quedó evidenciada en la colosal asistencia económica de Estados Unidos al continente y en la condición de protectorado estratégico-militar en la que quedó Europa Occidental. Fue el primer secretario general de la OTAN, Lord Hastings Ismay, quien como nadie expresó con precisión la nueva ecuación en el continente: “Estados Unidos adentro, la Unión Soviética fuera y Alemania debajo” (en rigor, Europa).
Así, Europa se reconstruyó, se amplió y alcanzó un grado de integración prácticamente excepcional, si bien nunca logró que una de las partes más vitales, Reino Unido (que se sumó a la CEE en los años setenta), se comprometiera más allá de la zona de libre comercio. Y en esa condición estratégico-militar, Europa “ganó” la Guerra Fría. Pero todos sabemos quién fue el verdadero ganador. En todo caso, Europa, una vez más, se encontró “en el bando ganador”
Pero si consideramos que cuando terminó la contienda bipolar debió comenzar a pensar per sé en términos geopolíticos, y no quiso, no pudo o no supo hacerlo, acaso Europa se encontró en el lado ganador en una condición sub-estratégica. Simplemente fue partícipe de un gran hecho histórico, pero no asumió (con el tiempo) el reto que los tiempos exigían.
Dicho reto era la aplicación de una estrategia cuyo objetivo fuera lograr una “Europa arriba”, es decir, abandonar la comodidad que implicaba la aceptación de un “tutor externo” o “primus Inter pares”, y asumir el papel de un jugador estratégico. Este era el desafío para Europa por aquellos años estratégicos de 1989-1991, cuando casi vertiginosamente se abrían diferentes “imágenes” (esperanzadoras algunas) sobre el advenimiento de una nueva situación internacional. Tras décadas de poder duro o “filoso”, el surgimiento del “poder blando”, esto es, interdependencia, comercio creciente, redes tecnológicas, negocios, instituciones, etc., colocaban a Europa en valor mayor.
Europa continuó el camino de la unidad sin reformular su condición estratégica, incluso cuando todavía se encontraban activos algunos de los hombres con memoria de guerra y, por supuesto, de rivalidad bipolar. Este dato no es menor, pues treinta años después aquella vieja ecuación estratégica y jerárquica de tres términos advertida por Lord Ismay continúa vigente, pero lo novedoso radica en que la nueva generación de líderes europeos no solo no tiene aquel registro histórico, sino que ha crecido en una Europa donde predominan las instituciones, el derecho y la cultura de paz. Sin duda que muchos de ellos han estudiado el pasado, pero consideran que, en buena medida, ese pasado ha sido superado.
Pero esas condiciones (que han reducido la anarquía entre Estados) reinan solo allí. Porque más allá de la Unión Europea el mundo continúa basándose en las situaciones habituales casi protohistóricas: anarquía, competencia, suspicacia, capacidades, tensiones, no guerra, etc. En ninguna parte se reprodujo el modelo de convivencia interestatal europeo; a lo más, los emprendimientos geoeconómicos, particularmente en América, nunca fueron más allá del área de libre comercio y el arancel externo común, y algunos de ellos han desaparecido mientras que otros se encuentran atravesados por conflictos que comprometen seriamente las posibilidades de retorno.
El hecho de renunciar a la soberanía estratégica implicó que la UE siguiera mandatos estratégicos del centro no europeo. Fue así que Europa se embarcó en aquellas decisiones relativas con la rentabilización de la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, siendo la principal la ampliación de la OTAN más allá de los territorios de Europa central. Asimismo, el despliegue global de fuerzas estadounidenses para combatir al terrorismo transnacional también fue acompañado por países de la UE.
Posteriormente, tras el impasse que implicó la reacción de Rusia en Georgia, la OTAN se aproximó a la zona geopolítica roja mayor rusa, Ucrania, situación que derivó en la amputación territorial de este país clave de Europa del este. A partir de entonces, la relación entre Occidente y Rusia se fue deteriorando más, hasta que los sucesos relativos con el líder opositor Alexéi Navalny prácticamente pusieron fin a cualquier posibilidad de mejora entre las dos partes, particularmente entre la UE y Rusia.
Es decir, la UE, que hasta 2014 consideraba muy baja la posibilidad de tensiones entre Estados en el continente, acabó sumida en un conflicto interestatal nada más y nada menos que ante Rusia, la gran potencia terrestre del mundo. Entonces, se hizo cada vez más evidente (para la UE) que no bastaba con olvidar, ignorar, transformar o relativizar la geopolítica, una disciplina que a menudo allí se superpone o confunde con política exterior.
Pero la UE no solo se encontró con una situación de discordia creciente frente a Rusia, sino que se halló rodeada de hechos de cuño marcadamente geopolítico: Libia, Turquía, Bielorrusia, Moldavia, el Ártico, el Cáucaso, la iniciativa china del “cinturón”, etc. Sin duda, fue esta abrumadora situación de hechos, en los que intereses políticos se volcaban sobre territorios con fines relativos con ganancias de poder, la que hizo ver a la UE que su “concepción blanda” o “híbrida” de la geopolítica, esto es, el rechazo a toda concepción político-territorial que no se fundara en los valores de la UE, correspondía a la de “un mundo que no es”.
En otros términos, la geopolítica que la UE debía recentrar era la habitual, no la de un modelo basado en normas y valores que, exportados (según su concepción), neutralizarían la geopolítica en clave clásica, como bien han sostenido Cristian Nitoiu y Monika Sus en un trabajo de 2019 sobre el ascenso de la geopolítica en la UE.
En 2020, la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se refirió a la necesidad de establecer una “Comisión Geopolítica”, cuyo fin debía ser trabajar para reaprender la disciplina desde sus cimientos, es decir, reaprender a usar el lenguaje de los intereses y el poder, puesto que, como bien advierte Kissinger, “la geopolítica trata de los intereses de los Estados, no de las buenas intenciones de los Estados”.
Aunque muy tardíamente, se trata de un buen comienzo. Pero si ese reaprendizaje no va acompañado del abandono del “confort estratégico europeo”, difícilmente la UE pasará al mundo de la geopolítica real y vital, cuya primera exigencia es la defensa y promoción de los intereses propios. El abandono no implica ruptura; supone complementación con base en la igualdad estratégica, no complementación con base en una relación de nivel estratégico/sub-estratégico como la que existe entre Estados Unidos y Europa desde 1945.
La reciente visita a Europa del presidente estadounidense Joseph Biden ha dejado en claro que el propósito de Washington es mantener la situación. En este sentido, el retiro de la presión del gobierno demócrata a Alemania en relación con el gasoducto ruso-germano “Nord Stream 2” no ha sido un mensaje de buena voluntad a Rusia, como se dijo, sino una concesión a Alemania y a los demás actores de la UE.
Porque para Estados Unidos, un actor de dimensión geopolítica integral, Rusia y China son rivales frente a los cuales las alianzas son centrales. Y hasta ahora ha sido funcional para sus intereses que prácticamente se haya quebrado la posibilidad de que la UE y Rusia recuperaran terreno en relación con idea de comunidad ruso-europea que existió durante las dos décadas que siguieron al fin de la Guerra Fría.
El reto ahora para Estados Unidos es que la iniciativa geoeconómica y geopolítica de China no empuje a la UE (que tiene un enorme intercambio comercio-tecnológico con Pekín) a redefinir intereses, es decir, que comience a ejercer la geopolítica pensando en sí misma.
* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG.