Archivo de la etiqueta: Racionalismo

SÍNTESIS HISTÓRICA DEL PENSAMIENTO FILOSOFICO. SEGUNDA PARTE.

Marcos Kowalski*

En la primera parte de esta síntesis hemos escrito sobre el pensamiento de los grandes filósofos de la antigüedad desde la invención de la escritura por los sumerios y su concepción poética de la vida, pasando por los griegos, fundamentalmente Platón y Aristóteles, para hacer una breve descripción de la Patrística con San Agustín, hasta llegar al legado que nos deja el siempre vigente, Santo Tomas de Aquino.

Hoy trataremos de recorrer un camino en Europa, que comienza en una época de gran ebullición del pensamiento humano, como consecuencia de convulsiones sociales y enfrentamientos bélicos de diversa magnitud, aparecen pensadores que, en su intento de propiciar una conciliación entre los hombres, terminan por oponerse al orden establecido, comenzando por el religioso que ven representados por los dignatarios de la Iglesia de Roma.

Estos pensadores, que propiciaron la reforma religiosa apartándose de los cánones tradicionales católicos, intentaron reinterpretar al ser humano y la vinculación del hombre con Dios, fueron en su mayoría denominados Humanistas. Sus intenciones fueron, sin embargo, captadas por los diferentes intereses de turno, logrando fundar iglesias separadas, pero impulsando guerras religiosas que sangraron a Europa durante mucho tiempo.

Cuando se quiere propiciar la paz, a veces se logra lo contrario, la guerra. Comenzaremos esta segunda parte por un humanista, teólogo y filósofo de origen holandés que sin saberlo inspiró a Martín Lutero, específicamente con la traducción del Nuevo Testamento. Se trata de Erasmo de Róterdam (1466- 1536). Uno de los reformistas del cristianismo.

En el campo eclesiástico formulo una modificación a la forma en que era visto el aprendizaje sobre Dios. Para Erasmo no era algo exclusivo de la iglesia o los centros educativos, sino que todos los seres humanos debían tenerlo como un hábito, en virtud de que la sabiduría y el amor de Dios era la mejor guía para la vida.

Erasmo estaba convencido de que el verdadero cambio no estaba en lo físico, sino en la transformación y evolución del alma. Además, estaba decidido a instaurar una religión que no tuviera ningún tipo de credo ni reglas, sino que les permitiera a sus simpatizantes formarse como verdaderos cristianos.

En el año 1500, el teólogo inició la escritura de sus famosos Adagios. Esta serie de frases cargadas de conocimientos y experiencias constaban de unos 800 aforismos de las culturas de Roma y Grecia. Hizo de esto una pasión, hasta el punto de alcanzar los 3400 aforismos veintiún años después.

En su estadía en Londres entre los años 1499 y 1500 es donde consolidó sus pensamientos humanistas, tras una conversación que sostuvo con el decano de la catedral de San Pablo, y humanista inglés John Colet, sobre la lectura que debía dársele a la Biblia, que termina influenciando su decisión de reformular la iglesia.

Erasmo de Róterdam vivió una vida llena de conocimientos, estudios y luchas. En 1509 alcanzó su máxima productividad con “Elogio a la Locura”[1], donde expresó su sentir hacia las injusticias de ciertos estratos sociales. Aun cuando Erasmo defendía el estudio de la Biblia como una guía para la vida, se oponía a Martín Lutero en cuanto a los principios de la gracia, la que determina que es Dios quien les da la salvación a los humanos.

También en su estadía en Londres, Erasmo, conoce y al parecer frecuenta a Tomás Moro (1478, 1535) que fue un jurista inglés, humanista y estadista. Su amistad con Erasmo de Rotterdam fue crucial para el desarrollo de sus estudios literarios, en particular el resurgimiento del griego y sobre las posibilidades sociales de la educación. Moro explora las teorías sobre la guerra, los desacuerdos políticos, las disputas sociales y la distribución de la riqueza.

Para imaginar la vida cotidiana de ciudadanos que se liberan del miedo, la violencia y el sufrimiento, propone que el hombre debería dedicarse más tiempo al cultivo de la mente, ya que considera que en este espacio puede encontrarse la felicidad. Este requisito puede cumplirse con un extraordinario reparto del trabajo en el que todos los ciudadanos trabajen sólo durante seis horas al día; solo para satisfacer sus necesidades, dejándole un mayor margen de ocio para las actividades intelectuales[2].

Un pensamiento alejado de Moro lo plantea Hobbes. El concepto de hombre que plantea Thomas Hobbes (1588-1679) se basa principalmente en la idea de que el hombre es solo cuerpo, es únicamente materia y esta materia está sujeta a cierta dinámica, movimientos que son generados siempre por pasiones, emociones, deseos, etc. Para Hobbes la motivación primera de los hombres es el satisfacer sus propios deseos o impulsos, buscando siempre conservar su vitalidad a través de la relación entre atracción y repulsión.

El pensamiento moral de Hobbes es difícil de separar de su política. En su opinión, lo que debemos hacer depende en gran medida de la situación en la que nos encontramos. Donde falta la autoridad política (como en su famosa condición natural de la humanidad), nuestro derecho fundamental parece ser salvar nuestras vidas, por cualquier medio que creamos oportuno. Donde existe la autoridad política, nuestro deber parece ser bastante sencillo: obedecer a los que están en el poder[3].

Podemos decir que como síntesis de estos pensadores surge el “Pienso, luego existo”. Esa es la única certeza que parecía tener el francés René Descartes (1596-1650), quien usó la duda como arma de destrucción masiva de las certezas sobre las que descansaba el conocimiento en su época. Es tenido por el “padre” del racionalismo. Descartes había dedicado sus mayores esfuerzos a encontrar el mejor método para pensar.

Sin embargo, el que llegaría a ser considerado padre del racionalismo decidió dedicarse a buscar la verdad después de un episodio muy poco racional, según el mismo relata, “los trascendentes sueños” del 10 de noviembre de 1619. Esa noche mágica, en una caldeada habitación de Baviera, tras una serie de sueños y visiones que interpretó como una señal divina.

Descartes piensa que el conocimiento de la realidad puede construirse extrayendo consecuencias, es decir deduciendo, de ciertas ideas y principios evidentes que no dependan de la experiencia, ya que ésta, sólo proporciona conocimientos inciertos y dudosos. Para conseguir su propósito, emplea el método matemático en la reflexión filosófica.

Quiso probar verdades filosóficas del mismo modo que se prueba un teorema matemático. Emplear la misma herramienta que empleamos cuando trabajamos con números, es decir la razón. Los sentidos, aunque sean otra herramienta de estudio, no proporcionan conocimientos seguros.

Recordemos el Mito de la Caverna de Platón. Descartes retoma esa idea y piensa que los sentidos no nos dan un conocimiento fiable sino parecido a las sombras de la cueva; sin embargo, la razón si nos da ese conocimiento verdadero, es decir, aquellas ideas que nos decía Platón. Descartes decidió empezar desconfiando de la autoridad de cualquier filósofo anterior, prefirió confiar más en su razón y rompió intencionalmente con el pasado.

Descartes, de lo único que está seguro es de ser un sujeto pensante, un ser reflexivo. También está seguro de que los animales no lo son. Entonces si él es un ser pensante, es por alguna cualidad que no tienen los animales. Así separa el alma y la materia. El animal tiene materia, pero no tiene alma; luego, para él, necesariamente, el alma es lo que hace que el sujeto piense.

A la materia la denomina extensión, ocupa lugar en el espacio, es siempre divisible, de cualquier cosa siempre podemos obtener otra más pequeña y es inconsciente. Aunque no niega una relación entre alma y materia, considera que el alma es superior e independiente de la materia. Esta teoría de separar alma y cuerpo, pensamiento y materia, se llama dualismo.

El método del conocimiento de Descartes distingue dos modos de conocimiento que aportan certeza: Intuición, especie de luz o instinto natural por el que captamos sin posibilidad de error y de forma inmediata los conceptos simples que surgen de la razón misma. Por ejemplo, “pienso y luego existo”.

Deducción es una intuición sucesiva que capta las relaciones entre los conceptos simples y se ejerce de dos modos: Análisis, hasta descomponer el objeto en sus elementos más simples. Síntesis reconstruyendo lo complejo a partir de lo simple. Es decir que los dos modos de conocimiento para el son: “por intuición” o “por deducción”[4].

La corriente racionalista que surge en Europa en el siglo XVII, tiene como fuente indudable en algunas de sus ideas y postulados a los pensadores griegos, sobre todo Platón. Es necesario aclarar, además, que, pese a su nombre, no es la “razón” un atributo exclusivo del racionalismo.

También el empirismo, teoría “opuesta” al racionalismo, haría uso de la razón y, como el racionalismo, tuvo ya en Grecia filósofos que defendían sus ideas. Lo que motiva el término de racionalismo es el modo en que los filósofos de esta corriente ven y aplican la razón a toda la realidad del mundo.

En este sentido, Baruch Spinoza (1632-1677) es un racionalista radical, absoluto, pues parte de la idea de que, mediante la razón, el ser humano es capaz de comprender la estructura racional del mundo que le rodea. Los racionalistas, en su búsqueda de un conocimiento puro y exacto, se fijaron en las matemáticas y la lógica, de ahí que no sea extraño que en la obra de Spinoza se expliquen sus ideas como teoremas mediante definiciones y axiomas[5].

En los trabajos de Spinoza encontramos también conceptos de la escolástica (ockamismo y escotismo), de la tradición hebrea (la Biblia, el Talmud, la Cábala o las obras de Maimónides) y de Grecia (principalmente estoicismo). A todo ello hay que sumar ideas de la ciencia natural contemporánea, como las de Giordano Bruno, y la teoría política de Thomas Hobbes.

Spinoza dice: “Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí. Esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa por la que deba formarse”; entiende por sustancia sólo una cosa, DIOS, por ser aquello que no necesita de nada para existir. Todas las demás cosas son NO sustancias, las denomina atributos. Los atributos son lo que el entendimiento percibe de la sustancia como constituyente de su esencia.

Esto no es más que la res cogitans y res extensa de Descartes, pero en este caso rebajadas ambas de categoría: Descartes las llama “sustancias”, mientras que Spinoza prefiere pensar que son atributos de la única sustancia que existe: DIOS.

Dios es definido por el filósofo holandés como el ente absolutamente infinito. La sustancia que consta de infinitos atributos. Este Dios del que habla Spinoza él lo identifica con la naturaleza. Todo lo que hay, todo lo que existe. La realidad suprema es sólo una afección de Dios. Es por esto que decimos que Spinoza es un panteísta: quienes defienden que el universo, la naturaleza y la deidad (Dios) son la misma cosa.

Para este pensador sólo Dios es realmente libre. Spinoza es un determinista. El hombre no es libre. Todo lo que le ocurre es necesario y está escrito de antemano. Todo lo que acontece en su vida, especialmente lo relacionado con sus pasiones, sigue el curso de la naturaleza.

Cuando el hombre comprende que no es libre y acepta su esencia, es cuando puede realmente acercarse a la libertad. La razón es, por tanto, la herramienta que nos permite conseguirlo, que lo hace posible. Es mediante la razón que podemos alcanzar el conocimiento, y con él la libertad.

Sólo la obediencia a Dios nos hace libres. El ser del hombre es saber que no es libre y que tiene que vivir de acuerdo con su naturaleza. La naturaleza de Dios que es la que nos libera. Si buscábamos la influencia estoica en Spinoza, aquí la encontramos, en la forma de su principal dogma, “Solo Dios nos hace libres”

Podemos concluir de todo esto que la filosofía para él no es otra cosa que un saber divino. Es el modo supremo del conocimiento. Y en ella, además, es donde residen tanto la libertad como la felicidad que tanto perseguimos en la vida. La ética spinoziana culmina, como hemos visto, en el amor intelectual a Dios.

En la visión opuesta a lo que afirmaba la corriente racionalista tenemos pensadores como John Locke (1632-1704) que es una de las principales figuras del empirismo, movimiento filosófico que defiende que el conocimiento humano parte de la experiencia. El empirismo sería el germen de la revolución científica. “Ningún conocimiento humano puede ir más allá de su experiencia”.

Mientras que los racionalistas establecen un modelo de conocimiento deductivo, que va de lo general a lo particular, Locke y los empiristas apuestan por un modelo inductivo: sólo a través de la experimentación de casos particulares podemos extraer una enseñanza general.

La mente del hombre está vacía, es una pizarra en blanco a la que todo conocimiento le llega por los sentidos y la experiencia. La existencia del ser humano no está determinada y no podemos saberlo todo, pues no tenemos esa capacidad. Cree en Dios, pero solo como quien ha sentado las bases de la existencia y no se inmiscuye en los asuntos humanos. Puesto que la nada no puede crear el ser, algo debe existir al comienzo de todo. A ese “algo” es a lo que Locke denomina Dios.

Locke es considerado uno de los padres del liberalismo político, que establece que la soberanía no está en manos del rey, sino de la sociedad. Defiende la separación del poder legislativo y ejecutivo (monarca y parlamento), así como la libertad religiosa y la primacía de los derechos del individuo sobre los del colectivo[6].

Para seguir en nuestra cronología de pensadores, nos referiremos a Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) nacido en Ginebra, Suiza y falleció en Ermenonville, Francia. Fue escritor, filósofo, botánico, naturalista y músico de la ilustración.

Pensaba que el hombre es bueno por naturaleza, pero que actúa mal forzado por la sociedad que le corrompe. Produjo uno de los trabajos más importantes de la época de la Ilustración[7]; hizo surgir una nueva política. Da primacía al sentimiento natural, no a la razón ilustrada, y ese será el germen del Romanticismo.

Su idea de la política está basada en la voluntad general y en el pueblo como soberano. La única forma de gobierno legal será aquella de un Estado republicano, donde todo el pueblo legisle, independientemente de la forma de gobierno, ya sea una monarquía o una aristocracia.

El poder que rige a la sociedad es la voluntad general que mira por el bien común de todos los ciudadanos, que se concreta a través de una especia de “contrato social”, ideas que fueron las utilizadas por los doctrinarios de la Revolución francesa

En fin, Rousseau plantea que la asociación asumida por los ciudadanos debe ser “capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y los bienes de cada uno de los asociados, pero de modo tal que cada uno de éstos, en unión con todos, “sólo obedezca a sí mismo, y quede tan libre como antes”.

En la filosofía anterior a Immanuel Kant (1724-1804) se aceptaba la realidad de un sujeto que conoce y de otra, ajena a él, que es conocida. Bien. Esto puede ser válido en todo caso para un conocimiento empírico. Pero Kant coloca al ser humano en el centro del tablero y dice que ese sujeto que conoce lo hace de una manera activa y que, de alguna manera, filtra, se imbrica y hasta modifica la realidad que está conociendo.

En su forma de ver, aquello que es objeto de conocimiento racional puro, en oposición al fenómeno, objeto del conocimiento sensible, etiqueto el conjunto de su producción filosófica como “idealismo transcendental”. Defiende que la (mi) experiencia de conocer el objeto influye sobre ese objeto. El yo define el NO yo.

El objeto nunca se percibe, por decirlo de alguna manera, sin filtro porque el filtro es la mente que lo percibe. Por ello a menudo se ha visto en el idealismo trascendental una forma de relativismo o subjetivismo. Ambas ideas tuvieron una repercusión decisiva en el desarrollo de la filosofía posterior. La razón pura es la razón no mezclada con elementos empíricos. Kant intenta establecer los límites del ejercicio de la razón que no toma su apoyo de la experiencia, sino que se desenvuelve a partir de sí misma[8].

Un filósofo del idealismo alemán, el último de la llamada modernidad y uno de los más importantes de su época fue Friedrich Hegel (1770-1831). La tesis de partida de la filosofía hegeliana es la identidad del ser y el pensamiento, la comprensión del mundo real como manifestación de la idea.

Creó lo que denomino dialéctica, que consiste en establecer una “tesis”’, su contrario, una “antítesis”’ y su resolución en una “’síntesis”’. A cada afirmación de algo le corresponde su respectiva negación y al choque entre ambos, una solución o conclusión que posteriormente se conviene en otra tesis, y así sucesivamente.

Se puede decir que en Hegel no hay, en sentido estricto, un método de investigación de la estructura del Ser y la Realidad. Lo que hay en Hegel es una descripción positiva de lo Real. Una descripción empírica que, a diferencia de la ciencia o técnica que sólo busca conocer y transformar la naturaleza y la sociedad en función de los intereses del hombre.

No tiene mayor finalidad que revelar la realidad sin modificarla o perturbarla, es decir, revelarla con absoluta fidelidad. Por eso cuando describe verbalmente esa experiencia, representa una Verdad en el sentido estricto del término. Y por ello no tiene un método específico que le sea propio en tanto que experiencia, pensamiento o descripción verbal, y que no sea al mismo tiempo una estructura ‘objetiva’ de la misma Realidad concreta que revela describiéndola.

Resumamos la idea de la dialéctica que maneja Hegel. Para este autor, la estructura de la realidad histórica, su estructura intrínseca, es dialéctica en virtud de la praxis humana. Así, hablar de una dialéctica de la naturaleza se vuelve problemático. Para comprender lo anterior, remitámonos a un texto de Hegel sobre el tema: “la naturaleza es como ella es; y sus cambios son, por el contrario, solamente repeticiones, su movimiento solamente un curso circular. Inmediatamente su acción (la del espíritu) es conocerla” conocerla en su tecnicidad y circularidad repetitivas.

Lo contrario sucede en la Historia, con el espíritu, como diría Hegel, en donde la negatividad y la innovación son lo más esencial. La dialéctica es, para él, algo que compete propiamente al trabajo humano y, en consecuencia, a la historia y la sociedad. Más aún, es algo que compete a la totalidad de la realidad, natural e histórica, solo por haber devenido en humanidad.

Lo valioso de la filosofía idealista hegeliana es el método dialéctico que la compenetra: la afirmación de que la idea se desarrolla sobre la base de contradicciones dialécticas; que en el desarrollo se origina la transición de los cambios cuantitativos a los cualitativos; que la verdad es concreta; que el proceso del desarrollo de la sociedad humana, se realiza con sujeción a leyes, y no por la fuerza del arbitrio “de las personalidades”[9]. Sin embargo, la dialéctica hegeliana no está separada de su sistema idealista, sino estrechamente ligado a él. De ahí que en la filosofía hegeliana surge una profunda contradicción entre el método y el sistema, que la desgarra. El método dialéctico afirma que el proceso de desarrollo del conocimiento es infinito; en cambio, el sistema idealista lleva a Hegel a declarar su filosofía como el fin de todo desarrollo y como la verdad final, acabada de una vez para siempre.

De gran importancia en la historia del pensamiento occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) encausa el intento de superar las paradojas de la epistemología kantiana a partir de la vertiente moral del sujeto, difuminando las fronteras entre razón teórica y práctica.

Fichte rechazó la doctrina kantiana de la “cosa en sí” y trataba de deducir de un solo principio idealista subjetivo toda la diversidad de formas del conocimiento. Este principio consiste en que el filósofo establece un sujeto absoluto, dotándolo de una enérgica actividad infinita y considerándolo creador del mundo. El método de Fichte, en el que se desarrollan ciertos rasgos de la dialéctica idealista, se llama “antitético”, ya que la antítesis propiamente no se deduce de la tesis.

Sostenía que el órgano del conocimiento racional es la contemplación directa de la verdad por la razón. La principal para Fichte era la doctrina del idealismo subjetivo, pero en su filosofía se advierte la tendencia hacia el idealismo objetivo, que se acentuó en los últimos años de su vida. En ética, el problema central para Fichte es la cuestión de la libertad.

Lo mismo que Spinoza, Fichte no considera la libertad como un acto inmotivado, sino como la acción basada en el conocimiento de la necesidad. Pero, a diferencia de aquel filósofo, Fichte no pone el grado de libertad accesible a los hombres en dependencia de la sabiduría individual, sino de la época histórica en que vive el individuo.

Por ultimo mencionaremos que en su propuesta política, Fichte traza un proyecto de organización de la sociedad alemana en forma de “Estado comerciante cerrado”. Expresando las particularidades del desarrollo de Alemania, dicho proyecto está marcado por varios rasgos reaccionarios, comprendido el de la excepcionalidad, propio del nacionalismo alemán.

Un filósofo alemán de los más importantes del siglo XX fue Martin Heidegger (1889-1976). Su trabajo influyó sobre todo en la Fenomenología y en la filosofía europea contemporánea, ha tenido igualmente influencia más allá de esta, en campos como la arquitectura la crítica literaria, la Teología.

La filosofía heideggeriana se centra fundamentalmente en el estudio de la existencia humana y en la historia del ser. La expresión más representativa de su filosofía, se encuentra en la inconclusa obra Ser y Tiempo donde el erudito profundiza de una forma insondable en la existencia. Esta magistral obra expone una intrincada teoría que posteriormente influyó al movimiento existencialista.

El postulado de Ser y Tiempo se basa en el entendimiento heideggeriano que expone al hombre, concebido como humano, materia o cuerpo físico, como un ente abierto al ser, y afirma que sólo a él se aviene su propio ser. Heidegger sostiene que el humano mantiene una rotunda relación de co-pertenencia con su ser.

A la vez que coexiste en el estado de “ser ahí”, “ser en el mundo” o “estar en el mundo”, lo cual consiste en desenvolverse en conexión y equilibrio con el entorno en un nivel etéreo y sublime, guiado por los preceptos naturales que se desencadenan a partir de los conceptos de “cuidado” y “cura”.

En términos fenomenológicos, el hombre oscila entre la dicotomía de propiedad e impropiedad, ya que en algún momento se enlaza con su ser y en otro momento se adhiere a la apropiación y dominación tanto de lo vivo como de lo no vivo. Invita a no elevar demasiado la importancia de la racionalidad, ya que esta situación puede conducir al humano a un modus vivendiracionalista, calculador, mecanizado, alienado y por ende, deshumanizado.

La racionalidad es primordial para que la vida tenga un sentido cabal, no obstante, llevar la racionalidad al límite conlleva a una existencia artificial, alejada del ser, difusa y perdida, carente de dinamismo, esclava de la ciencia y de la técnica.

José Ortega y Gasset (1883-1955) fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital e histórica, situado en el movimiento del novecentismo. Su corriente filosófica se encuentra en el vitalismo. Esta corriente se caracteriza por considerar la vida como centro de cualquier investigación filosófica. Su pensamiento empieza siendo objetivista y termina con el raciovitalismo, pasando por el perspectivismo

Los puntos de partida de las especulaciones filosóficas de Ortega se expresan en su obra Meditaciones sobre el Quijote, es el conocido “yo soy yo y mis circunstancias”. Se alude así a la realización personal en el seno de la circunstancia, la cual encarna la vida humana frente a una razón que se quiere omnipotente.

Dicho punto de partida puede calificarse como perspectivismo, pues la circunstancia depende de la perspectiva en la cual dicho yo se inserta, de manera a evitar el provisionalísimo de un yo ensimismado. Se trata de un yo reflexivo y abierto situado en un conjunto de relaciones vitales que lo configuran.

Ortega se distancia del yo puro propio al cartesianismo y a la fenomenología, que ha conducido al impasse de la filosofía occidental. En El tema de nuestro tiempo, se plantea la salida del callejón del cogito ergo sum de Descartes, en donde un conocimiento claro y distinto de lo real se produce por la interpretación de un todo.

Uno de los elementos principales de la razón vital para Ortega es su historicidad, su carácter histórico. El ser humano, no posee una naturaleza que lo determina, sino que dicha función de determinación es el papel que ejerce la historia. Pero la historicidad posee unos límites definidos por la propia historia.

La historicidad no admite un a priori desde el cual pueda ser observada, un principio inmanente que la determine. Con ello Ortega se distancia de las visiones decimonónicas que miran la historia como tendiendo hacia un fin determinado, dotada de un sentido teleológico.

El raciovitalistmo orteguiano viene así a ser completado por un racio-historicismo, donde su teoría de las generaciones juega un papel determinante. Una generación comparte una coetanidad, donde a pesar de las divergencias posibles puede siempre entreverse cierto aire de familia. De la constelación de ideas que integra un período histórico, surgiría una forma de vida en vigor propia a un periodo histórico.

Hasta este punto, en esta segunda parte, hemos hecho un camino sintético por el pensamiento humano, aquí nos referimos al de los pensadores más destacados de Europa desde el siglo XV hasta algunos del siglo XX. No hemos volcado conceptos calificativos ni opiniones propias a las distintas formas de filosofar que hemos referido.

Nos hemos limitado a resumir las propuestas de cada filósofo. En la conciencia que cada lector podrá sacar sus conclusiones y apreciaciones según sus inclinaciones religiosas o ideológicas. Estamos dejando para otra oportunidad referirnos a los pensadores hispanoamericanos y argentinos, que de Dios permitirlo realizaremos pronto.

 

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario.

Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

 

Referencias

[1] En la obra Elogio a la Locura de Erasmo de Róterdam: La locura (entendida como estulticia o tontería) hace un elogio de la ceguera y la demencia y en los que se realiza un examen satírico de las supersticiones y de las prácticas piadosas y corruptas de la Iglesia Católica, así como de la locura de los pedantes (entre los que se incluye el propio Erasmo).

[2] En su libro más famoso, Utopía, Tomás Moro se imagina una nación insular perfecta donde todos viven en paz y armonía, y donde los hombres y las mujeres están perfectamente educados. Utopía es un nombre griego cuya acuñación proviene de Moro, de ou-topos (“no lugar”). En definitiva, es un juego de palabras de eu-topos (“buen lugar”), el cual introduce en un poema prefacio. Esta visión de un mundo ideal es también una sátira mordaz de la Europa del siglo XVI, libro el cual ha sido enormemente influyente desde su publicación, dando forma incluso a la ficción utópica en los tiempos actuales.

[3] El libro más conocido del inglés Thomas Hobbes, es Leviatán, o La materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil “comúnmente llamado ‘Leviatán’, escrito en forma de relato, donde formula su famoso enunciado “el hombre es el lobo del hombre”.

[4] En su obra Discurso del Método Descartes dice: “Pero enseguida advertí que, mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto, soy, era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando ‘pienso, luego existo’ (cogito ergo sum)”.

[5] El título de su obra lo dice todo: Ética demostrada según el orden geométrico.

[6] La obra fundamental de John Locke es Compendio del Ensayo sobre el entendimiento humano.

[7] Jean-Jacques Rousseau: Las obras suyas que más influyeron en su época fueron Julia, o la Nueva Eloísa (1761) y Emilio, o De la educación (1762), ya que transformaron las ideas sobre la familia. Otras obras muy importantes son El contrato social y el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.

[8] La más importante obra kantiana se llama Crítica de la Razón Pura.

[9] Junto a la Fenomenología del espíritu se consideran las obras más importantes de Hegel la Ciencia de la lógica la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, (con varias reediciones posteriores) y la Filosofía del derecho.

©2020-saeeg®