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¿Y AHORA QUÉ?

F. Javier Blasco*

Aunque parezca imposible que una nueva debacle ocurriera bajo ninguna circunstancia, si ha ocurrido. Sánchez está, de nuevo, a las puertas de proclamarse presidente del Gobierno de España a pesar de todo lo dicho y hecho por el personaje, sus mariachis y el coro de babosos palmeros que viven de los réditos y prebendas derivadas de su mandato, del enchufe y sumergidas en una convulsiva, patética y preocupante ignorancia o en un apestoso conformismo o simplemente, en un dejar pasar cualquier cosa, hechos que asustan hasta el menos pintado.

Para los que nacimos, crecimos y fuimos educados en una mal llamada y siempre denostada dictadura; para los que, siendo bien jóvenes, acogimos con mucha alegría y más esperanza la llegada de una floreciente democracia basada en los «pilares» de lo que creímos firmemente y denominamos, con todo boato y máximo respeto, la Carta Magna ―por cierto, elaborada por un ramillete de amiguetes, conchabados al máximo para no herir susceptibilidades ni pisar callos sangrantes a comunistas, separatistas y todo tipo de especímenes de baja estofa, cuya meta solo tiene un claro y fuerte objetivo común, destruir España― y por supuesto, para los que hemos quemado nuestros no pocos esfuerzos personales y colectivos de los irrecuperables años productivos, no entendemos ni aceptamos la situación de desorden, conchaveo y despropósito alcanzado por los actuales dirigentes y por muchos de los moradores de un realmente invertebrado, desgastado y vetusto territorio, que no se parece en nada al otrora eje y luz del mundo, cuna de culturas, ciencias o arte y propietario de una gran lengua de proyección universal.

No será porque algunos, aunque pocos analistas de la política, no hayamos venido anunciando los temores y preocupaciones de que esto pudiera volver a suceder e incluso llegara a degenerar aún más. Situación, que se auguraba por la gran capacidad de resiliencia real de un perillán que lleva años demostrando que mientras le quede alguna pluma colgando de su cuero cabelludo, no se le puede dar por desplumado y es impensable que, en dicha situación, se le dé por muerto o fuera de combate.

Hombre que resiste por su labia, tejemanejes y a base de tremendas e infumables mentiras (denominadas ahora, por él mismo, cambios de opinión); pero no por su brillantez ni por su acierto en hacer las cosas y mucho menos, en manejar la economía de un país al que ha sumido en una deuda y un déficit sin parangón a lo largo de la historia; alguien que nunca aparece como culpable a los ojos propios y trata ocultarlo a los de los demás; que busca siempre cabezas de turco sobre las que descargar toda responsabilidad, para luego sacrificarlos en la plaza pública si fuera menester; que carece de escrúpulos y de dignidad y cuyo narcisismo, egocentrismo y carácter dictatorial hace que siempre obre por su cuenta, saltándose los cánones y preceptos mínimos y necesarios en una democracia; que dice una cosa y su contraria en una misma conferencia, discurso o entrevista sin inmutarse mínimamente; que miente reiterada y descaradamente, mientras acusa de hacerlo a sus contrincantes políticos, sin que se le mueva un solo musculo de la faz

Un petimetre con profundas raíces felonas, que es capaz de aliarse con todos y cada uno de los mayores enemigos de España ―y hasta con el mismísimo diablo, si fuera preciso― por mantener su trasero bien acomodado en un sillón que jamás le ha correspondido real, aunque sí, legalmente.

Y para colmo, es un personaje que se pavonea por el mundo como si fuera capaz de arreglar todos los problemas internacionales de calado, como un adelantado al tiempo; en definitiva, un visionario que siempre tiene la razón y que, sin duda, interpreta y está convencido de que el resto de dirigentes de su entorno, tarde o temprano, acabarán copiando sus mágicas pócimas y recetas.

Pero en esta tarea no está solo, conoce a la perfección las bajezas, necesidades y los costosos caprichos de los separatistas, terroristas y de los pobres de espíritu y volubles regionalistas a los que convierte en peleles y férreos aliados a nada que les muestre u ofrezca una morterada de millones gratis total, tremendas condonaciones de deuda o increíbles concesiones en el uso y exigencia de las lenguas, los trenes de cercanías o el control de la circulación por carretera; u otros asuntos no menores como la expulsión de la guardia civil de determinados territorios y funciones ―expulsión, realizada con nocturnidad, alevosía y plagada de humillaciones― o el oscuro y cochambroso espectáculo de las transferencias de competencias legales, incluido el control de los presos a los que, previamente, ha cambiado de ubicación para facilitarle la labor y por último, como guinda de un apestoso pastel, aparece la impagable labor de propaganda y de robo de escaños que le proporciona Vox a lo largo de los procesos electorales tanto en sus fases previas, como en plena campaña.

Hace años que sesudos analistas políticos, demoscópicos e insignes periodistas aseguran que el problema de la derecha española está en Vox. Problema, que no solo viene derivado de la escisión de los votos entre dos partidos ―cosa que también ocurre en la izquierda e incluso de forma más agravada― sino del espíritu revanchista, casi guerra civilista que hace patente en sus programas y discursos, en su forma desproporcionada y más que exigente a la hora de solicitar compensaciones en sillones y cargos de responsabilidad por sus escuálidas aportaciones en escaños ―a pesar del reciente e inútil gesto, cuando todo el pescado está vendido, de apoyar al PP sin pedir entrar en el gobierno― y por las discrepancias patentes que plantean los acogidos a tales privilegios nada más entrar en sus respectivos gobiernos.

Ondear la bandera del miedo en España con el lema de que «viene la derecha» es algo de lo más sencillo y fructífero que se puede hacer para restarle votos al único partido de centro derecha, que trata de ser equilibrado y sopesado ante tanto despropósito individual y colectivo.

En los dos recientes procesos electorales ha quedado bien patente que, de no alcanzar una mayoría absoluta, el Partido Popular por sí mismo, es imposible gobernar por las trabas y exigencias de Vox, las excentricidades y declaraciones pasadas de tono de muchos o la mayoría de sus dirigentes y por los programas de mínimos que asustan a todos los que prevén una gobernanza en coalición entre ambos partidos.

En esta ocasión, Sánchez tras no haber ganado las elecciones, pero al ser consciente de que con sus votos y el rebaño de todos aquellos a su izquierda y algo de derecha (al menos formalmente -PNV y Junts) le basta y sobra para volver a la Moncloa, aunque en esta ocasión, su apuesta Frankenstein sea aún más fuerte que las anteriores y, sobre todo, mucho más patética y dura para la existencia y supervivencia de España o la solvencia de sus arcas, en momentos que ya apuntan hacia un mayor grado de dificultad.

Tras mentirnos a todos, ha hecho las maletas y se ha ido de vacaciones con su familia, cerrando las puertas y oídos a todos, incluso a aquellos que ganaron las elecciones y que le ofrecen la única posibilidad de eludir tener que vender o poner aun en mayor riesgo la integridad y la solvencia de España. Además, lo ha hecho viajando de improviso a Marruecos, un país con el que es público y notorio que lleva mucho tiempo en deuda y que no baja el pistón de presión y exigencias hacia España a pesar de las muchas concesiones ya realizadas por Sánchez. Concesiones graves casi todas, realizadas sin consultar con nadie y, ni siquiera, con los organismos que disponemos para estos menesteres y con los que el preceptivo realizar dichas consultas.

Los separatistas, golpistas, terroristas e incluso el gobierno de Gibraltar y muchos de los países al otro lado del charco, celebran que Sánchez tenga todas las de ganar en este embate, mientras la mitad de los españoles, nos quedamos con un palmo de narices, esperando que nuevas desgracias nos va a acarrear esta «agravada» situación y tratando de explicarnos que falló el pasado 23 a pesar de que todas las encuestas, incluso las del CIS, no daban este resultado ni por aproximación.

Fuimos nosotros y nuestra manía o chovinismo de no escuchar nunca a los que realmente saben de política, los que a pesar de los continuos decrecientes resultados de Vox, siguieron confiando en apostar a caballo perdedor ―aún a pesar del ejemplo de la honrosa retirada de Ciudadanos del proceso electoral, para facilitar la situación y que no se perdieran más votos contra el sanchismo― los que hemos facilitado que esta situación se repita y agrave sin darnos cuenta de que con este tipo de «juegos», llevamos el mismo camino que aquellos otrora países democráticos que, desde la dictadura de Pinochet hasta nuestros días, han protagonizado diversos procesos políticos internos ―de entre los que destacan las maniobras de Erdogan y Putin, más una larga lista de países latino americanos como Venezuela y otros del entorno bolivariano― con el resultado de la desaparición de diversas democracias por defunción de las mismas. Defunción que no suele acaecer de forma súbita o con el pueblo en armas en la calle, sino con el avance de un lento y progresivo mal, que empieza con el debilitamiento de las instituciones y organismos esenciales del Estado, a lo que se le une el férreo control de los medios y la prensa y acaba con la putrefacción de las formas, modos, usos y costumbres de las normas políticas tradicionales y puramente democráticas para convertir aquellos países en entes autocráticos, gobernados, en todo el proceso, por ególatras tiranos de gran tirón popular.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

 

EL MUNDO ZOZOBRA

F. Javier Blasco*

A lo largo del último siglo hemos mantenido la teoría de que había cosas de cierta relevancia que, impertérritamente, mantenían un estatu quo, una alta posición en la escala de valores y que gozaban de una, llamémosle credibilidad o férreas credenciales a prueba de toda duda o cuestión.

Sin embargo, en los últimos meses, parece que el mundo zozobra y se desmorona; todo aquello que parecía inamovible o muy serio, resulta no serlo tanto; incluso, más bien dinámico porque el mundo político y sus próceres, al parecer, y sin movérseles un pelo, cambian de postura u ‘opinión o posición’ con inusitada frecuencia y tremenda facilidad.

Así, vemos que la política exterior de EEUU y el mantenimiento de sus “Férreas alianzas” han cambiado radicalmente en muy pocos años. Aquellos que se sentían protegidos por el manto paternalista y bélico de los norteamericanos han podido comprobar que, de la noche a la mañana, han sido abandonados por ellos, a pesar de haber tejido grandes lazos y relaciones no solo a base de servicios abiertos y tangibles, sino también de espionaje o de cuestionable compromiso; me refiero a kurdos, sirios y afganos, entre otros.

Los nuevos objetivos y visones geoestratégicas del Tío Sam, han dejado cerrado vilmente la puerta y para siempre a inmensos territorios, dejando a millones de personas deambulando a su mulana suerte de la noche a la mañana. Razones por las que grandes continentes o partes importantes de ellos, de repente, se han visto desprotegidas dado que ahora ya no son importantes a los ojos del interés yanki que apuntan a otros derroteros.

Todos conocemos el creciente papel e influencia internacional de China en aspectos políticos, económicos y sociales y sus encontronazos en varios frentes y campos con EEUU. Pero nadie se esperaba que, hace unos días, Biden enviara a su secretario de Estado, Antony Blinken a hacerle el rendez vous a Xi Jing Pin como prueba de buenas intenciones y de paz con el mayor rango de las vistas recientemente y, a las pocas horas de que aquel abandonara China, Biden llamara a XI de todo, menos bonito.

El reciente accidente por implosión de un batiscafo en aguas próximas al lugar donde reposa el pecio del Titanic ha puesto de manifiesto que ya ni siquiera las grandes fortunas, aunque paguen desorbitados importes por unos caprichosos y excéntricos billetes de viaje, están exentos de sufrir accidentes letales cuando tratan de subir a la atmosfera o bajar a grandes profundidades de los mares. Nada es seguro al ciento por ciento, ni para los caprichosos y privilegiados magnates.

Hemos podido comprobar que nuestro presidente, ese que habla de la situación económica española, a la que califica de “ir como una moto”, no solo nos miente como un bellaco, sino que, además, se permite el lujo de hacernos creer que los patéticos volantazos en su orientación y agenda económica y política en los últimos años, no son más que el fruto de unos profundos y muy personales “cambios de opinión” sobre la importancia de las cosas, las personas y sus políticas.

Llevamos casi un siglo pensando que Rusia por si sola, aunque con ciertas dificultades, era capaz de mantener al mundo en jaque, no tenía pegas para amenazar a países vecinos y no tanto, e incluso, a organizaciones internacionales de cierta importancia como la propia OTAN y mantener un fuerte pulso con la Comunidad Internacional (CI) al permitirse el lujo de invadir Ucrania y mantener una política de desgaste durante muchos meses en una guerra que, inicialmente, muchos entendemos, como injusta y desproporcionada.

Pero de pronto, ha tomado un excesivo protagonismo su principal fuerza de choque, por la crueldad y mortal efectividad de sus combatientes, el Grupo Wagner, —un instrumento creado por la inteligencia rusa para realizar los “trabajos” que sus fuerzas armadas no pueden o no deben hacer, que actúa como una compañía privada y por tanto, es libre de actuar donde lo considera oportuno, y por ello los hemos visto intervenir en el origen de la crisis del Donbás desde 2014, en Siria y en varios estados del Sahel—. Un grupo de unos 25.000 combatientes, compuesto mayoritariamente por mercenarios asesinos de origen checheno que, contra todo canon, ha sido capaz de poner peligro a toda una Rusia, a pesar de estar dotada de ingente armamento nuclear y contar con un Ejercito considerado como uno de los importantes en el mundo.

Los mercenarios han avanzado por Rusia, como si fuera una excursión de colegiales, sin resistencia alguna hasta pocas centenas de kilómetros de la capital, Moscú. Han sembrado el miedo o el pánico entre la clase política, la cúpula militar y todas esas mafias de asesinos y libertinos que son los que realmente gobiernan en la Federación Rusa.

Acciones que han demostrado que la retaguardia rusa en territorio propio es muy débil o inexistente, que la capacidad de reacción, mando y control de sus fuerzas armadas es poca o nula y que una vez más, tal como hemos podido ver a lo largo de la historia, los mercenarios se revuelven contra su ‘señor’ si este no les toma en serio, no les paga adecuada o tal como estos le exigen o no les surte de los prometidos medios necesarios para el cumplimiento de su tarea. Actuación, que desenmascara otro gran mito, la posibilidad, ahora cada vez más incierta de que Rusia podría invadir Europa y más allá, a nada que se lo propusiera,

Sólo la intervención de Bielorrusia y su pelele presidente y de otras manos o potencias ocultas y un ramillete de promesas que aun esta por desgranar en su totalidad, han logrado dar un cambio a la situación que se planteaba catastrófica para Putin y le han salvado a punto de que sonara la campana. El pelele, salvando al tirano prepotente.

Porque, a fuer de ser sinceros, diremos que los movimientos de la CI para parar e incluso evaluar el mencionado golpe en ciernes no han servido de nada, y han demostrado una vez más su incapacidad e inoperatividad ante conflictos políticos o armados de cierta entidad.

Por cierto, unos movimientos internacionales serios y de urgencia, a los que España y su presidente no han sido invitados ni siquiera como espectador sin voz ni voto en la misma sala o videoconferencia, a pesar de que en cuestión de días vamos a ocupar la presidencia rotatoria de la UE; por lo que se ha desmoronado otro de los grandes castillos de arena basados en el aire o el humo por la trama propagandística del ínclito Sánchez que pretende seguir vendiendo que es el perejil de todas las salsas, sin serlo ni por asomo.

Tras las recientes elecciones locales y regionales en España, hemos podido apreciar que también ha sucumbido otro de los grandes ideales creados por los unos y los otros, como es la fuerza real e intenciones de la mal llamada “derecha política” en España. Muchos de los medios de comunicación, la mayoría de los tertulianos en las soporíferas tertulias políticas locales, regionales o a nivel nacional, daban por hecho que los acuerdos entre el PP y Vox eran algo sencillo de lograr; pero hemos visto, que no solo no es fácil, sino que puede llegar a ser hasta perjudicial si no se hubiera cedido, aunque tarde y mal la parte mas fuerte y a la vez la más necesitada de apoyos.

Solo unos pocos, llevamos años mostrando públicamente la poca confianza en este y otros partidos similares, ya desaparecidos.  Vox insiste en el mismo error que aquellos a pesar de que es cada vez menos influyente porque mengua constantemente y porque por sus alocadas o desorbitadas políticas y teorías nunca los llevarán a desbancar al PP.

Un partido aquel que pretende que se supervaloren sus escasos apoyos dadas sus ansias de poder, aparentar y pisar moqueta; acciones o defectos, que empañan el hecho de que los repartos de sillones —al parecer lo único importante para ellos— no se hagan de manera proporcionada o equitativa respectivamente.

Los absurdos choques ya producidos y los que inevitablemente se producirán a corto y medio plazo entre ambos partidos; así como la excesiva y engolada manera de ver el éxito en algunos que aún no lo han lanzado plenamente en ninguna parte ni hay visos en el horizonte cercano, vuelven a demostrar que la selección del personal político y principalmente, de los cabezas de serie a nivel trascendental, debe ser un acto mucho más reposado y serio, del que, al parecer, se viene observando en todos los partidos.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.

 

CENSURA KIRCHNERISTA PARA SEGUIR MINTIENDO EL PASADO, CONTROLAR EL PRESENTE Y DOMINAR EL FUTURO

Ariel Corbat

«La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro.

Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados».

George Orwell, 1984.

 

Por aquello de que no se puede engañar a todos todo el tiempo, cuando los kirchneristas, que construyeron poder a base de mentiras, se sienten debilitados inexorablemente intentan usar la fuerza coercitiva del Estado para censurar verdades.

Es el mecanismo que utilizaron a comienzos de 2017, pleno interregno macrista, llevando a la Legislatura Bonaerense un proyecto para obligar a mentir 30.000 desaparecidos. Proyecto del Frente Para la Victoria que fue hecho Ley 14.910 con voto del bloque cambiemita que con la sola excepción de Guillermo Castello alzó las manos tal como lo había ordenado la gobernadora María Eugenia Vidal.

Saben los kirchneristas que su poder depende de sostener la mentira de los 30.000 desaparecidos, piedra fundacional de su relato y manto útil para cubrir la más descarada corrupción que ha padecido la República Argentina. Y saben también que progres como Vidal y sus levantamanos son lo suficientemente idiotas como para aceptar las mentiras kirchneristas como verdades dogmáticas, porque la sola idea de que los puedan llamar “fachos” les causa estupor.

Tenían entonces miedo de no volver al gobierno, porque en el 2015 se votó para que no vuelvan jamás, tal como podría ser que se vote en este 2023. Y no fue casualidad que a partir de la fecha de sanción de esa ley, 23 de Marzo de 2017, el kirchnerismo y el resto de la izquierda exacerbaran su activismo con la abierta intención de impedir que el Presidente Mauricio Macri completara su mandato.

Y es que con su mentira fundacional resguardada por los mismos que habían prometido terminar con el kirchnerismo y el curro de los derechos humanos, tenían claro que iban a volver; por militancia propia y por la traición cambiemita a sus votantes. Gobernó Cambiemos tratando de congraciarse con quienes nunca les iban a apoyar, haciendo kirchnerismo de buenos modales, lo que no podía terminar bien en ningún escenario. Se desperdició así una oportunidad histórica que tal vez no se repita.

Los cuatro años de Alberto de la Fernández haciendo de Presidente en la tercera presidencia de Cristina Fernández salieron tan mal para el kirchnerismo que llevan como candidato a Sergio Massa y vuelven los cambiemitas a tener la chance de acceder al gobierno.

Por eso vuelve el kirchnerismo, esta vez anticipándose a la pérdida del poder, a intentar blindar ya no solamente su mentira fundacional, sino su relato todo. Cuentan para ello con las bancas propias y las de aquellos cambiemitas más preocupados por consensuar con el kirchnerismo que por combatirlo, porque “superar la grieta” y toda esa sarasa. Y uno podría suponer que serían esos los afines a Horacio Rodríguez Larreta, pero no cabe descartar a muchos de los afines a Patricia Bullrich.

En efecto, la mecánica se repite. El lunes 26 de Junio el gobierno hizo la presentación del avión Skyvan PA-51 que se habría utilizado en los llamados “vuelos de la muerte”, una exhibición de derroche de dinero público para sostener una memoria parcializada. Encabezaba el acto, sentada junto a Sergio Massa, ese al que definía como un “hijo de puta”, una Cristina Fernández aún en el poder pero con serias dudas sobre su futuro dejó caer, como al pasar aunque cumpliendo parte de un plan sincronizado, que: “Resulta increíble que algo que es reconocido como una tragedia de la humanidad en todo el mundo haya gente de nuestro país que lo niega”.

Horas después, el 28 de Junio, la diputada nacional por Jujuy Carolina Moises, del Frente de Todos, presentó un proyecto de ley para penar el “negacionismo” basado en otro que ella misma presentó dos años atrás. Según Moises “Es inaceptable seguir siendo testigos de cómo se tergiversa nuestro pasado común negando las evidencias. El Estado debe velar ayer, hoy y siempre por nuestra verdad histórica”.

Curiosa frase la de la diputada porque está destinada a proteger las mentiras sobre los años de plomo que el kirchnerismo pretende hacer pasar por verdades dogmáticas contra toda evidencia.

Este afán kirchnerista por blindar sus mentiras para imponer su relato, debe recordarnos las enseñanzas de George Orwell en su novela «1984»: porque si aceptamos que 2+2 no es igual a 4, sino lo que el partido devenido gobierno y Estado nos diga que es, entonces ya no tendremos ninguna libertad, ni siquiera la libertad de pensar.

Por ello es necesario alzar la voz en defensa de la Libertad que es, entre tantas otras cosas, la capacidad de preservar la racionalidad frente al fanatismo de los adoctrinados y no resignar bajo ninguna circunstancias que 2+2=4.

El relato del kirchnerismo sobre los años de plomo, en tanto omite groseramente los crímenes del terrorismo castrista, sólo puede sostenerse desde la ignorancia fomentada por el uso faccioso de los recursos del Estado. Es, literalmente, un relato para idiotas.

Los años de plomo no fueron para nada agradables. Y justamente por eso deberíamos preocuparnos por mantener una memoria cierta, de las que apoyan los documentos y testimonios reales de la época que dan cuenta de una guerra revolucionaria, guerra contrasubversiva, guerra sucia o como quieran llamarla pero siempre guerra. Negar la existencia de la guerra es mantener abierta la posibilidad de repetirla.

Después de los juicios a las juntas militares y las cúpulas de las organizaciones terroristas, el Presidente Carlos Menem promovió un proceso de pacificación que aspiraba a superar el pasado. Sin embargo las minorías hiperactivas de izquierda, afines al terrorismo castrista, aprovechando los coletazos de la profunda crisis del 2001 encontraron en el kirchnerismo el vehículo para romper ese contexto superador del pasado bajo el afán revanchista por la guerra perdida.

La izquierda castrista quería venganza, y el kirchnerismo se la ofreció al alzar la bandera de los derechos humanos como franquicia para encubrir sus negociados (desde la vocación por apropiarse de fondos públicos y abalanzarse en éxtasis sobre cajas fuertes), estrategia bien definida por Jorge Asís como “roban pero encarcelan”.

Son los contextos los que definen el significado de los actos, y en este contexto de daño institucional, degradación cultural y miseria intelectual que ahonda deliberadamente el régimen kirchnerista, cualquiera que se preste al afirmacionismo de la mentira, al falseamiento histórico y al negacionismo del ataque marxista contra la Nación Argentina, colabora con el enemigo y traiciona a la Patria.

Y ninguna ley podrá callarme, seguiré diciendo estas cosas que puedo fundamentar en hechos documentados y en documentos indubitables. Ninguna ley puede obligarme a ser un afirmacionista de la mentira. Porque si “negacionista” es defender la verdad entonces llevaré el título con altivez.

No hay ninguna ley mordaza que vaya a impedirme seguir explicando esa parte trágica de la historia argentina en la que, para desgracia de todos, se mantiene al país empantanado de pasado.

La guerra revolucionaria declarada por las organizaciones terroristas dirigidas desde Cuba, no fue una guerra convencional, de cara a cara, con ejércitos a bandera desplegada como se combatió en Malvinas.

Fue lo que son las guerras revolucionarias: mugre y clandestinidad.

El terrorismo castrista desplegó su ofensiva con ataques solapados tras infiltrar distintos ámbitos de la sociedad, hasta en hogares familiares poniendo bombas debajo de las camas. Y su violencia traía un mensaje: “Somos más malos que ustedes. Ríndanse a nuestra voluntad”.

Pues bien, los argentinos no nos rendimos ante la agresión comunista, y nuestros soldados se adaptaron al escenario de guerra sucia que instaló el enemigo; para dejar bien en claro que podíamos ser más malos que ellos y sostener nuestro estilo de vida. Así se hizo lo necesario.

¿Errores, excesos y horrores? Por supuesto. No tiene propósito negarlos. Las guerras de Inteligencia, las que se libran desde la clandestinidad para definir la supremacía entre estilos de vida de convivencia imposible, se combaten sin piedad y sin reglas. Porque la única regla es no perder.

¿Cometimos crímenes? Sí. Para no cometer el mayor de los crímenes: que terroristas como Firmenich o Santucho se salieran con la suya y a precio de matar un millón de argentinos nos impusieran otra dictadura con pretensión de eternidad a imagen y semejanza de la de Cuba (que sigue siendo hoy día la misma dictadura que lanzó contra nosotros sus organizaciones terroristas).

Se pueden cuestionar los métodos, obviamente que sí, pero no al extremo de ser funcional al enemigo. En tal sentido, incluso disertando en ámbitos como el Círculo Militar he formulado severas críticas a determinadas conductas implementadas durante la guerra, pero nunca olvido el contexto criminal propio de la época, presente en los míos y en los otros, tal como lo manifesté hace largos años en la entrevista que recuerda este fragmento de video:

Entonces, ¿somos criminales los argentinos por haber eliminado terroristas? No. ¿Debemos sentir alguna culpa por los terroristas neutralizados? Ninguna. Que los lloren en Cuba.

Veamos ahora la cuestión de los desaparecidos como táctica de guerra.

Téngase presente que antes del golpe de Estado de 1976, en el interregno “democrático” del peronismo, los terroristas que estaban presos conforme a Derecho fueron amnistiados y que esa amnistía sólo sirvió para que sintiéndose con mayor impunidad retomaran la lucha armada.

Las organizaciones terroristas que operaban en Argentina eran de una dimensión mucho mayor que las Brigadas Rojas, y si Italia las pudo combatir con la ley en la mano fue porque no tenían ni el despliegue ni el grado de infiltración de Montoneros y ERP. Aquí además del terrorismo urbano, las organizaciones castristas atacaron cuarteles y coparon ciudades, por sólo señalar dos tipos de acciones que definen un estado de guerra.

Muchas veces se pretende poner el caso italiano como ejemplo de lo que debió hacerse, pero es una comparación que carece de todo realismo.

En los setenta, la información circulaba a mucho menos velocidad que hoy, eso era determinante para que capturado un enemigo se tuviera tiempo de sacarle información y golpear por sorpresa a su organización. Lo cual no hubiera ocurrido de iniciarse un proceso penal. Cosa que sólo hubiera traído aparejada mayores vulnerabilidades para las fuerzas del Estado argentino, pues cabe recordar que al Juez Quiroga lo mataron los terroristas por haber dictado sentencia contra ellos en procesos legales.

Y subrayo este punto, porque a pesar del evidente prevaricato con que los militares han sido condenados por combatir y vencer al terrorismo castrista nunca mataron a ningún juez. Entre otras razones porque esos jueces, pueden serlo gracias a que los militares ganaron la guerra y con socrático patriotismo soportan las injusticias judiciales del revanchismo. El obsceno prevaricato de los jueces que condenan militares es también un acto de alevosa hipocresía, porque si pueden jugar a ser jueces sólo es gracias a que los militares ganaron la guerra. De ganar Firmenich o Santucho no se hubieran atrevido a juzgar a los vencedores, ni se los hubieran permitido.

Luego, en el fragor de la guerra, a más de capturar, interrogar (bajo tortura, sí) e ir desmantelando células enemigas en sucesivos operativos, había que devolver la gentileza del miedo: que sintieran los terroristas la incertidumbre de no conocer la suerte de sus combatientes.

Y es que la guerra revolucionaria, en su total falta de convención, tiene un rasgo psicológico más fuerte que en otros conflictos; es una guerra de crueldad y miedo contra miedo. Por lo que la derrota de cualquier bando queda sellada cuando en lugar de causar miedo, tiembla de miedo. Y los terroristas temblaron.

Cuando una organización de tipo militar no tiene certeza sobre la disposición de sus tropas, ni puede determinar si sus faltantes han sido capturados, están muertos o desertaron, se produce el desbande. Ante ese desbande, Montoneros intentó la locura de una contraofensiva idiota en la que, como si la consigna hubiera sido “animémonos y vayan”, no se arriesgó ningún jefe.

¿Qué esperaban los terroristas que mataron a militares y sus hijos en sus casas o en las puertas de sus casas? ¿Qué una vez capturados se les iba a ofrecer un café con medialunas y otra amnistía?

No iba a pasar. Por lo que cayó encima de los subversivos castristas todo el odio que generaron con su proceder artero.

Es un estribillo común de la prédica izquierdista de posguerra decir que aquí no hubo guerra sino genocidio y que la apropiación de hijos de terroristas fue una práctica aberrante. Pues bien, al respecto es preciso contestar con toda claridad: cada uno de los llamados «nietos recuperados» demuestra dos cosas.

Primero demuestra el sentido humanitario de quienes adoptaron como propios a los hijos de terroristas (terroristas que, dicho sea de paso, eran horribles padres y solían usar a su prole como escudo humano). Supusieron los militares que de esa forma se evitaría que crecieran odiando como odiaban sus padres.

Segundo demuestra la inexistencia del tal mentado genocidio: los nazis no preservaban vidas de bebés judíos, ni los turcos a los armenios, ni los hutus a los tutsi.

Ese rasgo humanitario de los militares argentinos, en el marco de una guerra sin ningún tipo de convenciones, confirma que su objetivo no era exterminar personas sino aniquilar el accionar terrorista. Es el mismo motivo por el que pulula tanto “sobreviviente”.

Más aún, los militares argentinos impidieron el genocidio que sí planificaba el terrorista castrista Roberto Santucho, jefe del ERP, quien calculaba tener que matar a un millón de argentinos para imponer el “socialismo”. Sí, leyó bien, Santucho dejó por escrito su pretensión de matar a un millón de argentinos.

Por esa misma razón es una completa aberración la recurrente e interesada búsqueda de equiparar los desaparecidos con los muertos del nazismo. Es ofensivo igualar víctimas exterminadas en razón de lo que eran y con total prescindencia de cual fuera su conducta,  con aquellos que en el marco de una guerra revolucionaria que ellos mismos declararon fueron muertos por ser integrantes de organizaciones terroristas que no tenían ningún prurito en matar inocentes.

Nada de esto se dice en el relato oficial impuesto sobre los años de plomo, es algo que la imposición cultural de la “corrección política” impide manifestar, porque con “el diario del lunes” se ha olvidado la realidad del domingo. Las teorías sobre la posibilidad de haber lidiado con los terroristas aplicando algún otro criterio, meramente policial y por ende ajustado estrictamente a la ley penal, olvidan que Argentina no era Suiza. Ese pequeñito detalle no puede pasarse por alto sin una hipocresía descomunal, como la que campea desde hace décadas en Argentina.

Una vez más expreso mi agradecimiento a quienes combatieron y vencieron al terrorismo castrista impidiendo que nos arrebataran Patria y Libertad.

Un país que condena implacable e impiadosamente a sus defensores entrega su futuro al enemigo. Es lo que hizo Argentina para hundirse en la decadencia a la vista de todos. Brego entonces por la libertad de Alfredo Astiz y todos los vencedores de la guerra contra el terrorismo castrista que, prevaricato mediante, se encuentran prisioneros.

Y afirmo: No fueron 30.000, no fue genocidio, fue guerra.

No acato ni acataré, por inconstitucional, ninguna ley que pretenda hacerme decir que 2+2 no son 4.

 

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha,

un liberal que no habla de economía.

 

Artículo publicado el 29/06/2023 en La Pluma de Derecha, https://plumaderecha.blogspot.com/2023/06/censura-kirchnerista-para-seguir.html