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HACIA UNA EDUCACIÓN AMABLE Y DE CALIDAD

Abraham Gómez R.*

Imagen de Stefan Meller en Pixabay

Las distintas consideraciones que diremos de aquí en adelante; tal vez, para algunos, no les resulte difíciles, ni extrañas y menos polémicas. ¡Alabado sea! Porque concluirán que es un fenómeno obvio y muy difundido; aunque no lo suficientemente debatido.

Comienzo por develar con crudeza que presumimos de la mejor educación en el mundo hasta que nos toca compararnos. Hasta el preciso momento en que tenemos que contrastar nuestras metas de educación y escolaridad —dos conceptos muy distintos— frente a otros países.

Si, tristemente, esa es nuestra realidad. Se nos ven las costuras por las limitaciones y demás falencias al momento cuando los indicadores de Calidad Educativa quedan patentizados en las Pruebas Pisa: Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, la cual se aplica en estos momentos en 79 países.

No hay excusa que valga para quienes somos hechuras y estamos comprometidos con la academia, pretender escurrir el obligado debate y la plural confrontación que abra horizontes y despliegue nuevas miradas por el futuro de la educación en Venezuela. Parece un atrevimiento teñido de audacia que escrutemos a la educación desde sus interioridades. Eso es lo hermoso. Aunque produzca vértigos. Quiénes más sino nosotros, en sentido genérico para reconocer, luego del diagnóstico más descarnado, que la educación nuestra, en sus distintos niveles y modalidades ha devenido (y empeorado con la situación pandémica) en una estructura metodológica ambigua; con contenidos programáticos imprecisos y mediocres, que poco o nada ha hecho para ir adaptando sus mecanismos, y procedimientos conforme a las exigencias de los tiempos actuales; por lo que debemos admitir que otras poblaciones en el mundo se han sobrepuesto a las cuarentenas, en el ámbito educativo y hoy ya arrojan indicadores con un ritmo de aceleración superior, en todo, valga decir hasta para la construcción de conocimientos.

La actitud plañidera quedó desterrada. Esas naciones se han visto obligadas a avanzar, a partir de los procesos educacionales.

La idea de nuestro presente planteamiento viene dada por la problematización que siempre deseamos despertar para cooperar al proceso de enseñanza-aprendizaje en Venezuela.

La invitación insistente —al respecto— es para que develemos cosas, para que digamos con pertinencia lo apropiado a las circunstancias. Por ejemplo, el atascamiento en que se encuentra la educación nuestra. No debemos callar; por cuanto, estaríamos cohonestando por omisión el daño que se perpetra contra el presente y el futuro del país, a través de un sistema escolar que requiere y pide una exhaustiva evaluación y transformación. Porque orgánica y funcionalmente ya colapsó.

Durante bastante tiempo se ha presupuesto que la función de un enunciado está limitada a describir un estado de cosas o hechos; con afirmación o negación y como que todo llegaba hasta allí. Muy pocos o casi nadie tenía la osadía de irrumpir con fuerza para poner en cuestión las frases lapidarias que se pronunciaban con reverencial acento, del tipo: “tenemos la mejor educación universitaria del mundo” o esta otra “Venezuela libre de analfabetismo”. Así se construyeron mitos y medias verdades.

Pobre de aquél que intente hurgar en los registros y demás documentos para ver y comprobar si es verdad tanta belleza.

Ya basta de mantenernos en una escasa y muda resistencia ante los desmanes que de rutina se cometen. Acongoja que nadie niegue nada.

En apariencia, unos resultados —conscientes de sus despropósitos— son asumidos y aceptados sin objeciones, con infortunado dogmatismo. Tal herencia no es nueva, la jalonamos desde muy atrás.

Una de las premisas que hemos sostenido quienes abrigamos, por razón y emoción, a la Educación viene dada en que no basta enseñar, aunque sea rápidamente, hay que hacerlo también sólidamente.

En vez de recurrir, casi sin escapatoria a los “libros muertos”, a los niños, jóvenes y adultos deben presentárseles las vivencias. Tanto lo dijo, en diversos escenarios académicos Félix Adam: “Sólo haciendo se puede aprender a hacer”.

En vez de palabras: sombras de las cosas, nos atrevemos a añadir, que lo que hace falta en las escuelas es el conocimiento de las cosas mismas. Debe ser nuestro reto educativo pospandemia.

Las sociedades humanas han procurado desde siempre la plena superación, no exentas de tropiezos. Sin embargo, por muy insalvable que aparente ser el obstáculo a vencer irrumpe desde sus cimientes espirituales una fuerza, que algunos osados califican de telúrica, que impele al hombre o mujer a avanzar. De hecho, tal vez con placer o con dolor, todo en la sociedad humana tiene una intencionalidad pedagógica. No le añada usted ningún ápice de dudas, porque así exactamente es. Haga algo, por curiosidad, y al rato conseguirá espontáneos imitadores que desean replicar. Todos aprendemos de todos.

La educación, primero pedagógica y luego andragógica, transcurre toda la vida, en sus diversas etapas, porque siempre estamos aprendiendo.

Cuántas veces el docente puede ahorrarle al estudiante, de cualquier grupo etario, años de sufrimiento y frustración sólo con una palabra amable, un gesto de identificación, la ubicación en su mismo plano de aprendizaje. Pero, un educador con la autoestima baja, poco remunerado, como el nuestro, tanto en dinero como aliciente vocacional, jamás podrá dar a los otros lo que él mismo está necesitando como el aire que respira.

En este tramo epocal venezolano, cada vez que se ha intentado abrir los ojos para ver en el atolladero en que se encuentra la educación, a alguien se le ocurre que hay que nombrar una comisión de reforma curricular.

Esa salida la hemos antagonizado siempre; porque, pensamos que por el camino de la reforma no vamos para ninguna parte. La re-forma lleva implícita la intención de analizar únicamente las formas, los aspectos, los bordes, los esquemas, las apariencias. Y de lo que se trata es llegar a la raíz del asunto, trastocar y desmontar las lógicas, desanudar las racionalidades con las cuales se han tejido los errados y desacreditados pensamientos en y desde las instituciones dispensadoras de educación.

La tarea inicial para que operen esos elementos transformacionales deben y tienen que partir de un cambio actitudinal de nosotros. Una iniciativa de transformación para ensanchar la cognoscibilidad en nuestra educación se obliga a conectar todas las dimensiones inmanentes y trascendentes de los seres humanos.

 

* Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Miembro de la Fundación Venezuela Esequiba. Miembro del Instituto de Estudios de la Frontera Venezolana (IDEFV). 

Publicado originalmente en Disenso Fértil https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/

 

PROFESOR UNIVERSITARIO: INSPIRADOR, CREATIVO E INNOVADOR

Abraham Gómez R.*

Imagen de Nikolay Georgiev en Pixabay 

En esta fecha, 5 de diciembre, que en sí misma comporta un hito histórico en la educación universitaria venezolana, se hace imprescindible destacar, discursivamente, que un docente universitario no alcanza su meta-peldaño para encumbrarse y regocijarse en ese objetivo académico. Y menos en las actuales condiciones de proletarización en las cuales nos han subsumido.

El propósito esencial de quienes hemos hecho los espacios de educación superior nuestro hábitat natural consiste en vincularnos para aportar soluciones a los problemas de las sociedades, con lo cual reivindicamos nuestra identidad societal y la reafirmación de categoría profesional.

Con toda seguridad, el siguiente aserto será ampliamente compartido: los profesores universitarios somos lo que leemos y lo que dejamos de aprender.

Además, permítanme añadir que cada vez que celebramos un día como el de hoy —en su más pura acepción— consagratorio al profesor universitario, uno busca caer en la tentación de decir cosas, de reflexionar en torno a la naturaleza de la condición del docente que interactúa en los ambientes universitarios.

Ciertamente, el desempeño como profesor universitario se va adquiriendo en progresividad, en tanto requerimiento necesario, pero no es suficiente para el desarrollo de un tejido cultural y científico, si no va aparejado, obligantemente, a conectarse y a nutrir los distintos actores y objetivos societales.

Preguntamos: ¿acaso no es nuestra la responsabilidad de imbricar para beneficio de la sociedad los conocimientos generados y los resultados investigativos, a partir de la indetenible dinámica en nuestras universidades?

A veces llegamos a reflexionar que la sociedad se ha vuelto desestimadora de la vida universitaria; que no asimila, en algunos casos, los criterios, ponderaciones e importancia de los infinitos saberes aprovechables que se generan.

Podemos llegar a responder, de la siguiente manera: nunca se alaba lo que no se conoce.

Si la sociedad ignora el significado de la vida interna de las universidades, difícilmente les conferirá su exacto valor. Parece que el sistema académico en nuestro país ha fallado para comunicar el sentido e intencionalidad de todo cuanto se ha venido haciendo.

Vamos a asumirlo como autocrítica: ha habido de nuestra parte poca o ninguna ocupación para exteriorizar resultados concretos.

Rememoramos, para fortalecer nuestra génesis, que el 5 de diciembre del año 1958, se sancionó y promulgó una nueva Ley de Universidades que vino a sustituir la que para entonces estaba en vigencia desde 1953.

Así entonces, queda instituida esa fecha, como Día del Profesor Universitario; sin embargo, en 1970 se reforma la mencionada norma, sustancialmente, hasta obtener el orden prescriptivo para el sistema universitario venezolano que nos rige ahora.

Observamos también con bastante preocupación que, ante las crisis que nos flagela como a todo el país, un número considerable de Instituciones de educación Superior y una apreciada facción de docentes universitarios han adoptado una respuesta mimética y adaptativas a los embates, sin llegar a proponer cambios significativos o de irreverente transformación.

Digamos que la tímida excepción la constituyen algunas universidades plurales y libres, en conjunto con los docentes que han asumido los desafíos para desarrollar alternativas académicas, con perspectivas de inclusividad hacia la parte de la sociedad que ha querido ser emprendedora.

A pesar de haber nacido la Universidad en la Edad Media, como una entidad donde concurren maestros y discípulos en la búsqueda de la verdad, hoy las múltiples conexiones tecnológicas han transformado los modos de generar los conocimientos, de preservarlos, de re-hacerlos y transmitirlos con otros principios y valores. Frente a ese desafío los docentes universitarios no podemos eludir. Estamos obligados a encararlos e incorporarlos —como aprendices permanentes— a nuestras cajas de herramientas intelectuales.

La Educación Superior en el presente siglo XXI debe asumir el cambio para el futuro como consustanciales de su ser y quehacer. Dicha transformación exige de las instituciones de educación superior una predisposición a la reforma constante de sus estructuras y métodos de trabajo

Esto implica asumir la flexibilidad epistemológica.  Admitir que hay muchas y hasta contradictorias visiones del mundo y la vida; y las diversas propuestas teóricas para comprenderlas, en lugar de la rigidez y el apego a tradiciones inmutables.

Hoy, hacemos propia la reflexión que apunta por la incorporación prospectiva del docente universitario en su labor diaria. Que diga y aporte soluciones; para que el profesor de la educación superior participe de manera activa en la elaboración de los proyectos futuros de la sociedad que queremos y necesitamos, inspirados en la solidaridad, en la superación de las desigualdades y el respeto a los fines democráticos, a la meritocracia y a la pluralidad del pensamiento.

 

* Docente universitario. Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Correo electrónico: abrahamgom@gmail.com

Nota publicada originalmente el 03/12/2020 en Disenso Fértil https://abraham-disensofrtil.blogspot.com/