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UCRANIA HOY… “PACTA SUNT SERVANDA”? (LOS PACTOS DEBEN SER CUMPLIDOS)

Isabel Stanganelli*

Desde los concursos de belleza donde cada participante se expide “por la paz mundial” hasta las manifestaciones con las banderas más variadas, se pregona el “no a la guerra”. Sin embargo…

Durante la Guerra Fría ambos contendientes contaron con alianzas militares. Al finalizar aquella, el Pacto de Varsovia soviético fue diluido. En cambio la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) no solo sobrevivió sino que extendió su accionar llegando al corazón de Asia en la forma de la ISAF en Afganistán, luego de intervenir y bombardear Kosovo siendo uno de sus blancos la Embajada de China.

Pero hoy nos interesa un aspecto de esta Alianza. En principio se le “permitió” incorporar a la Alemania nuevamente unificada bajo condición de “no extenderse ni un centímetro más allá” de ella. Este acuerdo con Gorbachov fue verbal y Rusia se encuentra entre Oriente y Occidente. Ese acuerdo no quedó por escrito y supongo que han fallecido todos los que participaron del mismo pues nadie da testimonio de su existencia. Muy lentamente la OTAN fue extendiéndose hacia el este… Hoy prácticamente ha cercado a la Federación de Rusia, ha alentado a Ucrania y en las últimas horas a Finlandia y Suecia.

El caso de Ucrania es bastante particular. Tuvo su “revolución naranja” en 2004 que no permitió asumir al prorruso Viktor Yanukovich, sino a su rival Viktor Yushchenko quien, pese a haber acusado al anterior de haberlo envenenado, debió nombrarlo como primer ministro para poder controlar el este del país. Las acusaciones de corrupción nunca abandonaron Ucrania. De hecho, a fines de los ‘90s personalmente observé la preocupación del Encargado de Negocios de la Embajada de Ucrania en Buenos Aires (en ese momento no había Embajador en Argentina), debido a que el presidente había reconocido la sustracción de hidrocarburos destinados a Europa occidental: no solo era una cuestión de deuda con Rusia, de hacerse cargo de las quejas que Europa occidental dirigía a Rusia cuando en realidad el combustible se perdía en el camino, sino que Ucrania perdería el combustible, las divisas por el derecho de paso y además obligaba a Moscú a buscar rutas alternativas para abastecer a Europa. Nord Stream I y recientemente su paralela II entre Rusia y Alemania, actualmente permanecen vacías. Todas las restantes opciones han sido objeto de tratados, análisis convenios, amenazas. Ninguna sobrevivió. Finalmente a mediados de la década pasada, Vladimir Putin informó en Turquía que corría a cargo de este país el camino posible hacia Occidente.

Pero Ucrania se mantenía como la posibilidad más factible. No se logró en 2004. Tampoco en 2014 cuando fue derrocado Viktor Yanukovich, electo democráticamente. Pese a contar con 48 horas para acordar con la oposición, Yanukovich debió huir a las 24. En los incidentes murió personal del gabinete presidencial. La prensa occidental no reflejó esta situación.

El interés de EEUU para controlar el gas ruso y que se transportara por territorio ucraniano se vio reflejado en la presencia del hijo del actual presidente Joe Biden, Hunter, en la empresa de gas ucraniano Burisma, cuando el país no tiene gas. Hunter Biden mantuvo su lugar hasta que su padre inició su campaña presidencial en 2019. Difícil erradicar la corrupción en estas condiciones…

Ya sin Yanukovich y luego del plebiscito -no reconocido internacionalmente- por el cual más del 90% de la población de Crimea eligió pertenecer a Rusia surgieron los movimientos separatistas de Donetsk y Lugansk en el indispensable este para los ductos, que de acuerdo a los acuerdos de Minsk serían considerados autónomos, pero en cambio permanecieron bajo ataque durante los últimos ocho años. Según diferentes fuentes los muertos en ambas regiones por ataques ordenados por Kiev rondarían entre los 10.000 y los 14.000. No hubo movimientos de los medios ni difusión como los actuales para preservar esas vidas. (Recordar además el incendio intencional de un edificio en Odessa que costó la vida a más de 46 ucranianos prorrusos y 214 heridos). Desde entonces Moscú denunciaba ante la ONU la situación de los derechos humanos de estos grupos sin obtener respuesta.

Finalmente el 24 de febrero de 2022 ingresó en Ucrania para defender la flamante independencia -que solo Moscú reconoció- a las provincias Donetsk y Lugansk. A Putin le importa la situación de la población prorrusa —personalmente lo he observado en Letonia y Lituania si bien también me conmovió la situación de la población originalmente báltica—, la impunidad del avance de la OTAN sobre las fronteras rusas, así como las sanciones que se han aplicado en contra de Moscú desde 2014. Putin afirmó que no le interesa la totalidad de Ucrania, pero obviamente que busca lograr posición lo suficientemente fuerte como para lograr buenos resultados en una negociación diplomática.

A pesar de las sanciones se supo que 90% del gas consumido en Europa proviene de Rusia. El costo del abastecimiento ofrecido por EEUU podría ser prohibitivo. Si en España sin esta situación el costo de la electricidad se multiplicó por cinco en el último año… También cuenta el rol de Rusia en la Estación Espacial Internacional: aunque los cohetes de SpaceX están comenzando a sustituir a los Proton de origen soviético y actualmente ruso.

La incertidumbre rodea la situación de Ucrania. No se sabe a quién responde el actual presidente, los hechos parecen haber unido a la UE y el acceso parcial a los medios estaría dañando a Vladimir Putin. Se están celebrando negociaciones. Sabemos que EEUU difunde que el presidente ruso busca invadir este y otros Estados, otorgando así legitimidad a la OTAN. Sería difícil que las negociaciones conformen a ambas partes.

A la larga, cualquier sanción afectará más a quienes sancionen que a Rusia. Y por supuesto más a Europa o la UE que a EEUU. Muchas veces me pregunté si el fin último no es dañar o debilitar a Europa… Cualquier crisis en el mundo incrementa la cantidad de refugiados en Europa… No cruzan el Atlántico… Y aunque lo desearan no se les permitiría.

 

* Doctora en Geografía/Geopolítica, Magíster en Relaciones Internacionales, egresada y profesora de la Universidad Nacional de La Plata y otras universidades nacionales e internacionales. Secretaria Académica de la SAEEG.

 

Artículo publicado originalmente el 28/02/2022 por el IGADI (Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional), https://www.igadi.gal/web/analiseopinion/ucrania-hoy-pacta-sunt-servanda-los-pactos-deben-ser-cumplidos

AFGANISTÁN: CUANDO EN LA GUERRA GANA EL QUE MÁS PIERDE

Alberto Hutschenreuter*

Crédito de la fotografía: Jim Huylebroek para New York Times (helicópteros de Estados Unidos sobre Kabul) 

Tras veinte de años de guerra, en pocas semanas más, en clave recordatoria el 11 de septiembre, Estados Unidos abandonará Afganistán.

¿Fue derrotado el único país grande, rico y estratégico del mundo en el país asiático? No. ¿Ganó Estados Unidos? No. Entonces perdió. Pues su enemigo, principalmente los talibanes, se mantuvo; y con ello negó al oponente la victoria.

Se trata, una vez más, del cumplimiento de la vieja fórmula de pocos pero categóricos términos que explica brillantemente porqué acaba triunfando el “más débil”: “Las fuerzas regulares pierden porque no ganan, las fuerzas insurgentes ganan porque no pierden”.

En la guerra de Vietnam (fines de los 50/principios de los 60-1975), los vietnamitas sufrieron más de un millón de muertos; los estadounidenses, menos de 60.000. En la guerra de Afganistán (1979-1989), los muyahidines perdieron más de 90.000 hombres; los soviéticos, 16.000. En la guerra entre Estados Unidos y talibanes (2001-2021, la guerra más larga y costosa para el poder mayor), hubo (hasta donde se puede saber) más de 45.000 combatientes muertos, mientras que Estados Unidos sufrió 2.500 bajas, sin contar las muertes de efectivos de la fuerza multinacional.

Hay otros casos notables en los que los derrotados han sido poderes preeminentes: Gran Bretaña (dos veces en Afganistán en el siglo XIX), Francia en Indochina y en Argelia en el siglo XX, Holanda en Indonesia, etc.

Acaso lo más curioso en relación con esta modalidad de guerra es que la parte más poderosa nunca termina de aprender la naturaleza de la misma. Aparte del insuficiente conocimiento de las costumbres, tribus e ideas locales, insiste con patrones que difieren de los patrones del oponente. La “derrota” de Estados Unidos en Afganistán se explica, en importante medida, por el enfoque relativo con la legitimidad en la que se apoyan y defienden las partes.

Como muy bien destacan los expertos Thomas Johnson y Chris Mason, una y otra parte en pugna sostienen narrativas diferentes que acaban siendo decisivas en relación con la ruptura de la voluntad de lucha del “invasor”. La legitimidad de los insurgentes afganos, de acuerdo con dichos autores, proviene exclusivamente de dos fuentes: la dinastía y la religión. Pero para Estados Unidos y sus aliados afganos, la legitimidad proviene de elecciones; están convencidos que a partir de ello se logrará la estabilidad.

Se trata de enfoques totalmente opuestos. Algo muy similar sucedió en Vietnam: mientras para los locales la fuente motivadora de lucha se fundaba en el nacionalismo y la unificación, para la fuerza intervencionista se trataba de una guerra para evitar la expansión del comunismo.

Más allá de motivaciones diferentes que implican energías de lucha distintas, en Afganistán y en los otros teatros en los que una de las partes era “menos fuerte”, por detrás y por debajo de las fuerzas regulares propias, aquellas que Ho Chi Minh denominaba “gran guerra”, se despliega el modo revolucionario de guerra o guerra de guerrillas, cuya lógica de lucha difiere de la lógica de la fuerza ocupante en relación con el tiempo, el espacio, el poder de fuego y el número de bajas.

De allí que la permanencia proporciona, la mayoría de las veces, resultados favorables a los locales: hubo un momento en Afganistán, en 2009, cuando el entonces presidente Obama aplicó la “estrategia de incremento” de efectivos, en que los talibanes y otros grupos fueron severamente atacados y debieron retroceder de sus posiciones, “descansando” muchos de ellos en el país que los asiste, Pakistán. Sin embargo, la extensión y la tremenda violencia de la guerra, particularmente en 2014, un “año estratégico” para la reagrupación de los talibanes y los grupos que los apoyaban, llevó a que la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), a cargo de la OTAN, decidiera dar por terminada su misión. Desde entonces, hubo una fuerza más reducida que continuó en el territorio hasta 2021.

En buena medida, se da un escenario que recuerda al estudiado muy bien por el general francés André Beaufre en su clásica obra escrita hace medio siglo, “La guerra revolucionaria”, cuando un cuerpo expedicionario se encuentra aislado en medio de fuerzas locales a las que combate. Dicho cuerpo afronta cada vez más inseguridad. El territorio abarca dos zonas: una parte pacificadora, en la que se asienta y predomina la fuerza expedicionaria y sus aliados, y la zona de los disidentes o insurgentes. El hostigamiento de estos últimos aumenta. La guerra se prolonga y provoca creciente cansancio. Tras años de lucha, el objetivo de esta guerra de cuño colonial parece irrisorio frente a los costos humanos y económicos. Se busca un arreglo, abriéndose una fase de negociaciones interminables, pero durante las mismas la violencia no solo no cesa, sino que se redobla. Finalmente, la fuerza expedicionaria se retira del territorio y los enemigos toman el poder: ya no hay, entonces, una zona de disidentes.

La descripción se parece más a lo que ocurrió en Vietnam. Pero si bien hay diferencias entre Afganistán y Vietnam, sobre todo en relación con el componente tribal-religioso y el sentido de unidad-ideología, respectivamente, hay fuertes similitudes en el modo de llevar adelante la guerra que, en uno y otro caso, a los que hay que sumar el “Vietnam soviético”, termina siendo letal para la fuerza intervencionista.

Por otra parte, el propósito relativo con luchar contra el terrorismo y evitar que el país se convierta en un Estado terrorista o un territorio funcional para el terrorismo, fue acompañado, una vez expulsados los talibanes del poder en noviembre de 2001, de la reconstrucción material de Afganistán por parte de fuerzas internacionales. Y aquí la cuestión de visiones opuestas de las partes y de la población local vuelve a ser un factor desfavorable para la fuerza intervencionista. Como inmejorablemente ha señalado hace ya unos años el experto José Luis Calvo Albero: “En Afganistán el proceso fue similar (a Irak) y la estrategia de ‘corazones y mentes’ terminó por fracasar, aunque el proceso fue mucho más lento. La población afgana se encontraba en un estado tan mísero que difícilmente podía imaginar condiciones peores a las que ya sufría en 2001. La llegada de los soldados occidentales fue recibida con alegría, no porque trajesen con ellos la libertad y la democracia, sino porque existían fundadas esperanzas en que podían mejorar el paupérrimo nivel de vida. Como ocurrió en Irak, la estrategia de ‘corazones y mentes’ se basó en ideas en lugar de en hechos materiales y, aunque la población afgana esperó durante años una mejora realmente perceptible en sus condiciones de vida, terminaron tan cansados y decepcionados como los iraquíes”.

Y aquí el paralelo ya no es Vietnam, sino lo que podría ocurrir considerando lo que ha sucedido en Irak tras la retirada de los estadounidenses. El analista Ben Hubbard lo advierte en su nota del día de ayer (10 de agosto de 2021) publicada en el New York Times, “As U.S. Leaves Afghanistan, History Suggests It May Struggle To Stay Out”, en la que recuerda que, tras el retiro de las fuerzas de Irak en 2011 por orden de Obama, los yihadistas del Estado Islámico establecieron un territorio extremista que obligó a Estados Unidos a enviar nuevamente fuerzas para combatirlos y expulsarlos. Por ello, más allá de la orden del presidente Biden de poner fin a la guerra más prolongada, este podría ser un escenario posible en Afganistán.

En breve, el inminente desenlace de la situación en Afganistán tras el retiro de Estados Unidos, como así los posibles escenarios de confrontación entre la OTAN y Rusia, para tomar un hecho que sucede en paralelo, tienen un común denominador: la ignorancia y el desprecio de la experiencia histórica por parte de Occidente.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL) y profesor en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN) y en la Universidad Abierta Interamericana (UAI). Es autor de numerosos libros sobre geopolítica y sobre Rusia, entre los que se destacan “El roble y la estepa. Alemania y Rusia desde el siglo XIX hasta hoy”, “La gran perturbación. Política entre Estados en el siglo XXI” y “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”. Miembro de la SAEEG. 

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