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¿QUÉ NOS DICEN LOS CULTIVOS DE ADORMIDERA EN AFGANISTÁN?

Isabel Stanganelli*

Imagen de Gordon Johnson en Pixabay

«Afganistán es el modelo de lo que se puede alcanzar en Iraq».

George W. Bush, discurso ante la Asamblea de la ONU.

 Septiembre 2002

 

Hubo batallas, sucesivos presidentes, cambios de Constitución, rotación de «responsables» de garantizar la paz y la «democratización»  vigente en Occidente. Estamos refiriéndonos a 20 años, el doble de la estancia soviética en el país.

Y me referiré solamente a un aspecto de las actividades y objetivos en Afganistán durante esas dos décadas: los cultivos de amapola.

Resulta de utilidad mencionar que luego del petróleo y las armas, las drogas son el tercer producto mundial de comercio. El Triángulo de Oro —Myanmar, Laos, Tailandia— había sido la mayor zona productora de opio[1] del planeta durante la Guerra Fría, pero la Media Luna de Oro —con Afganistán como punto de partida— pronto sustituyó con creces a la anterior como parte de la post Guerra Fría[2]. Y fue justamente una buena fuente de ingresos durante la resistencia a la ocupación soviética 1979-1989.

La cuestión es que en 2003, una hectárea, cultivada con trigo rendía US$ 350, una con adormidera —en un 75% amapola blanca— rendía US$  6.150. Si tenemos en cuenta que este cultivo es menos exigente, es fácilmente colocable en el mercado, su valor es ínfimo en relación con el valor de venta final por lo que los compradores pueden incrementarlo sin mayores pérdidas —siempre tendrán consumidores en el ancho mundo—, puede ser guardado o acopiado indefinidamente y permite comprar todo lo imaginable: armas, alimentos, protección… Resulta el producto perfecto para sostener una guerra y también para reconstruir un país. 

Evolución de los cultivos

Este cultivo existe en Afganistán desde hace siglos, pero hemos visto que su uso comercial se inició durante la ocupación soviética del país. Los muyahidines —sostenidos por la CIA— tenían cultivos. Enviaban la morfina base a Pakistán o a Turquía donde era transformada en heroína. Tanto la resistencia a la ocupación soviética como la posterior guerra civil entre los grupos que habían expulsado a los soviéticos, pero que no lograron acuerdo para gobernar el país, fueron destruyendo las infraestructuras agrícolas, los principales canales de irrigación y las rutas al mercado de todas las restantes fuentes de ingreso nacionales, además de producir la emigración de la población. Con respecto a la población más capacitada, comenzó a destacarse en foros científicos y académicos en países vecinos y ya no regresaron.

Después del retiro soviético, y ya sin Rocky ayudando, el país perdió los subsidios de Moscú, no recibió más ayuda de Washington ni del resto del mundo —salvo la ocasional de Pakistán—. Los señores regionales de la guerra, líderes de tribus y clanes, lucharon entre sí, provistos de importantes fuerzas a las que pagaban, alimentaban, vestían y armaban —y cuya fidelidad compraban— con el dinero que aportaban los crecientes cultivos de opio.

Era la última década del siglo XX y en su transcurso Afganistán no solo sustituyó al Triángulo de Oro en la producción de opio sino que recibió la actividad de Pakistán, donde estaba comenzando a ser considerada ilegal.

Hacia 1996 el grupo mayoritario pashtún de ideología talibán logró imponerse a la Alianza del Norte (uzbekos, tadjikos, hazaras) y tomó Kabul. Entre sus medidas impuso la reducción de esta producción y solicitó ayuda internacional para subsidiar a los campesinos que sustituyeran este cultivo. Recibieron unos 630.000/año durante cinco años… Colombia recibió en el mismo lapso 399 millones anuales…

Como consecuencia, los cultivos en Afganistán no se redujeron: pasaron de 58.400 hectáreas en 1997 a 91.000 en 1998. Y siguieron incrementándose. Los campesinos necesitaban alimentarse y recuperarse de los daños producidos por los conflictos. Lamentablemente éstos continuaron.

Fue exactamente en 1999 cuando la producción de 4.565 toneladas superó a la de todo el resto del mundo incluyendo al Triángulo de Oro, llegando a alcanzar el 70% del total mundial.

Sin embargo en el año 2000 se redujo a 3.300 toneladas en plena época de cosecha —julio—; el entonces gobernante Mullah Omar prohibió los cultivos, hizo incendiar los laboratorios de heroína y encarcelar a los campesinos que no destruyeran sus cultivos. Esta decisión se debió a que Washington afirmaba que el gobierno talibán se sostenía con armas adquiridas con los ingresos provenientes del opio. En 2001 se siguieron reduciendo las hectáreas cultivadas, 1.625 hectáreas, 96% de reducción. Posiblemente el 4% restante proviniera de áreas aún no controladas por los talibán, las de la aún beligerante Alianza del Norte.

La llamativa reducción en 2001 fue y sigue siendo objeto de numerosas especulaciones: ¿se buscaba reducir la oferta para aumentar su precio? (personalmente no creo pues esto beneficiaba a la alianza rival septentrional), ¿se procuraba lograr el reconocimiento del gobierno por la ONU?, ¿el levantamiento de sanciones y la ayuda internacional? Al menos la solicitaron. Y lograr reducir en un año el 96% de un cultivo no deja de ser un logro asombroso.

Numerosos diplomáticos occidentales advirtieron que si se perdía este gesto los cultivos volverían. Pero el entonces presidente Bush Jr. bloqueó cualquier gesto a favor de la rehabilitación diplomática de los talibán al reclamar la entrega de Osama bin Laden como consecuencia de 11-S.

Afganistán «protegida» por Occidente

En 2002, ya sin los talibán, la ONU señaló el colapso total de la ley y el orden en Afganistán. Según Estados Unidos se plantaron 30.700 hectáreas, 74.000 según la ONU y hubo provincias que hasta incorporaron cultivos de cannabis —marihuana—. En 2003 la ocupación entregó semillas de trigo para sustituir el cultivo de adormidera, pero curiosamente donde se entregaron esas semillas fue donde más se cultivó amapola y ese año se produjo 6% más opio que el año anterior, 75% del opio del mundo con 61.000 hectáreas bajo cultivo —según Estados Unidos—, 80.000 para la ONU, el doble de superficie que en 2002.

Gran cantidad de sindicatos, organizaciones y hasta campesinos y funcionarios preferían compartir las ganancias antes que combatir: «vuelva en una semana y no encontrará los cultivos». Por pocos dólares negaban haber visto siquiera laboratorios. «Los americanos están enojados…. destruyamos algunos cultivos a orillas del camino»… El gobierno carecía de capacidad para investigar la corrupción oficial por drogas.

En 2004 el área cultivada se incrementó en 40%, incorporándose áreas nuevas y se esperaba que para 2005 el incremento de cultivos fuera del 43%. La ONU señaló un gran deterioro en la situación general y la existencia de campos que incorporaron maquinaria nueva, algo no hallado en otros cultivos.

Las familias próximas a Kabul que destruyeron los cultivos de opio quedaron en la miseria: se instalaron minas en sus campos para evitar nuevos cultivos.

Este era el gráfico de la evolución de la producción desde el retiro soviético hasta los primerísimos años de la ocupación occidental.
La misión de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán

En 2020 se cultivaban 224.000 hectáreas. Ya en 2018 la Oficina de Drogas y Crimen de la ONU aseguró que los opiáceos colaboraban entre el 6 y el 11% del PBI y superaban el valor de los servicios y bienes exportados. Afganistán ya estaba superando en producción el 90% mundial[1].

Curiosamente se responsabilizó y se sigue culpando a los talibán de dicha evolución y cae en el olvido la reducción del 96% de los cultivos decretada por el Mullah Omar antes de su destitución y la ocupación del país por Occidente. La elevada distribución de los cultivos es un hecho documentado y creciente a partir de 2002, coincidente con la ocupación extra continental.

Luego de 20 años en Afganistán, de haber implementado estrategias de toda índole y de haberse retirado cediendo nuevamente el gobierno al entonces derrocado régimen que había eliminado el cultivo en forma drástica, hoy se acusa a los talibán de enriquecerse con el mismo. Contradicción…

Reconocer la imposibilidad de controlar los cultivos por parte del gobierno de Estados Unidos y la OTAN debido a que no controlaban la totalidad del territorio ni aun habiendo permanecido 20 años es un argumento que se contradice con las noticias que recorrieron el planeta durante ese período.

De todos modos ya había algunos indicios de que algo no estaba saliendo bien… En 2017 el Washington Post informó que soldados estadounidenses pagaban a los granjeros para que dejaran de cultivar la amapola, intentaron esterilizar los suelos con productos químicos, bombardearon laboratorios[2] —operación «Tempestad de hierro»— y hasta llegaron a ocuparse de arrancar flores con las manos. Fue el año en que la superficie cultivada superó holgadamente las 300.000 hectáreas. Y es fácil deducir que si hubieran estado cerca de lograr erradicar los cultivos habrían sumido en la pobreza al pueblo al que querían «liberar». Nueva contradicción… El pueblo se habría lanzado contra los «liberadores».

Conclusiones

La Alianza occidental no había aprendido nada del pasado. Para los afganos, vencedores ante Alejandro, el imperio británico y el soviético, esta última incursión no fue más que otra invasión bárbara y la resistieron como a las anteriores con los recursos y alianzas que se les presentaron. Continúa siendo un bastión en el centro de Asia.

Por otra parte, llama la atención la desigualdad absoluta entre los dos contendientes. ¿Con qué estrategia ingresaron Washington y sus aliados en Kabul? ¿Asignar el control de Kabul a ciertos socios internacionales —hasta que se hizo cargo la OTAN— mientras las tropas estadounidenses presentaban dudosas batallas en el sur sin saber si los señores de la guerra que los protegían en realidad eran «leales»?

¿Obligando a intervenir a Pakistán para restar «profundidad estratégica» a los talibán? Esto también resultó una mala decisión como comprobamos con los bombardeos y la destrucción por drones de este país vecino que «no estaba ayudando lo suficiente».

Hemos visto que la batalla contra la adormidera resultó perdida y patética.

Además… en 20 años ¿no pudieron contar con al menos un estratega capaz de lograr algún triunfo, algo que aunque fuera por un instante iluminara esta estéril agonía de dos décadas que terminó con la entrega del poder a los mismos que habían sido derrocados y el abandono a su suerte de aquellos afganos que decidieron apostar por la superpotencia?

No hubo planeamiento estratégico y si entre los integrantes de la coalición hubo alguien capaz de advertir el peligro, no fue escuchado.

Lamentablemente Sherman Kent no se equivocó al advertir que por acertada que fuera la evaluación de los analistas y estrategas, nada obliga a quienes comandan a escucharlos.

 

* Profesora y Doctora en Geografía/Geopolítica, Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales, UNLP. Secretaria Académica de la SAEEG.

 

Referencias

[1] El opio es base para producir morfina, goma de opio y heroína.

[2] Si bien la Media Luna de Oro originalmente se refería a Afganistán, Irán y Turquía, la situación internacional la transformó en el principal centro de producción y origen de rutas, principalmente hacia el norte, oeste y sur de esta república.

[3] “El lucrativo negocio del opio. La guerra de las amapolas: el fracaso de EEUU en Afganistán que aupó a los talibanes”. El Confidencial, 21/08/2021, https://www.elconfidencial.com/mundo/2021-08-21/guerra-taliban-eeuu-afganistan-amapolas-heroina_3238702/ [consulta: 20/02/2023].

[4] Hubo más de 200 bombardeos que debieron ser suspendidos debido a su alto costo y a la vez a su ineficacia.

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EL FRACASO DE LOS GRANDES JUEGOS EN AFGANISTÁN DESDE EL SIGLO XIX HASTA NUESTROS DÍAS

Giancarlo Elia Valori*

Cada vez que las grandes potencias han tratado de hacer de Afganistán una colonia, siempre han sido derrotadas. El imperialismo británico y su “misión civilizadora” hacia las poblaciones atrasadas (y por lo tanto terroristas), una misión igual a la de la época en que el Reino Unido se estableció como el primer traficante de drogas al Imperio chino con las dos guerras del opio de 1839-1842; 1856-1860: una acción que fue terrorista en el mejor de los casos.

El Imperio ruso y su exportación de la fe ortodoxa y los valores del zar hacia los afganos bárbaros (y por lo tanto terroristas). La Unión Soviética y su intento de imponer la secularización a los afganos musulmanes (y por lo tanto terroristas) en el período 1979-1991. Los Estados Unidos de América que pensaron que podía crear partidos, democracia, Coca-Cola, minifaldas, así como casas de juego y de placer bombardeando a los terroristas afganos tout-court.

En este artículo trataré de explicar por qué Afganistán ganó 4-0, y en 1919, gracias a las sabias habilidades de sus gobernantes, fue uno de los únicos seis Estados asiáticos independientes reales (China, Japón, Nepal, Tailandia y Yemen), para que al menos los expertos del bar —que creen que la Historia es solo un cuento de hadas como el de Cenicienta y su madrastra con hermanas malvadas—, reflexionen sobre las tonterías que leemos y escuchamos todos los días en la prensa y en los medios de comunicación.

En su libro I luoghi della Storia (Rizzoli, Milán 2000), el ex embajador Sergio Romano escribió en la página 196: “Los afganos pasaron buena parte del siglo XIX jugando un juego diplomático y militar con las grandes potencias, el llamado ‘Gran Juego’, cuyo principal objetivo era usar a los rusos contra los británicos y a los británicos contra los rusos”.

En los días en que la geopolítica era un tema prohibido y la palabra estaba prohibida, en los libros de texto de historia de las escuelas secundarias parecía que los Estados Unidos de América y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas habían caído del cielo tan grandes como lo eran en los atlas. Aún recuerdo que en los diálogos entre profesores y estudiantes de secundaria, se afirmaba que las dos potencias no podían llamarse coloniales, ya que tenían algo mesiánico y redentor en sí mismas (por lo tanto antiterroristas).

Fue solo gracias a las películas del oeste que los jóvenes de la época entendieron cómo las trece colonias luteranas se habían extendido hacia el oeste en tierras que nos hicieron creer que habían sido habitadas por villanos salvajes para ser exterminados (de ahí terroristas) y por españoles incivilizados, como católicos, para ser derrotados. Además, no nos atrevimos a estudiar la expansión de Rusia hacia el este y hacia el sur, a riesgo de que los estudiantes de secundaria —sin preparación, puros y entusiastas— entendieran que la patria del socialismo no tenía supuestos diferentes de todos los demás imperialismos.

A veces los estudiantes oyeron hablar del Gran Juego o, en ruso, del torneo de sombras (turniry teney). ¿Cuál fue el Gran Juego? Hoy en día se recuerda sobre todo como la epopeya de la libertad de los afganos invictos, pero en realidad su solución significó la alianza entre Rusia y el Reino Unido, que duró al menos hasta la víspera de la Guerra Fría. Una posición clave que a veces se pasa por alto demasiado, y no solo en los libros de texto científicos y clásicos, sino también en muchos ensayos de autoproclamados expertos.

La aversión británica al Imperio ruso —aparte de las “necesarias” alianzas anti-napoleónicas en la Segunda, Tercera, Cuarta, Sexta y Séptima Coaliciones— se remonta al siglo XVII y empeoró considerablemente en el siglo XIX. Aunque las exportaciones rusas de granos, fibras naturales y otros cultivos agrícolas se hicieron al Reino Unido —porque los terratenientes rusos estaban bien dispuestos a mantener buenas relaciones con los británicos con el fin de comercializar mejor esos productos en el extranjero— no hubo mejoras políticas. La oposición vino más del Reino Unido que de Rusia.

El zar Nicolás I (1796-1825-55) —a finales de la década de 1830, durante su viaje al Reino Unido en 1842, y más tarde en 1850-52, es decir, justo antes de la Guerra de Crimea (1853-56)— a menudo trató de lograr la normalización, pero debido a las sospechas y dudas británicas (los rusos eran considerados terroristas) esto no ocurrió.

Lo que preocupaba al Ministerio de Asuntos Exteriores, creado en marzo de 1782, era la rápida marcha de Rusia hacia el este, hacia el sur y hacia el suroeste. El Reino Unido podía sentir el aliento ruso en él desde los tres lados de la India. Los objetivos rusos con respecto a Turquía, los éxitos en Transcaucasia y los objetivos persas, sin mencionar la colonización de Asia Central, iniciada por el mencionado zar Nicolás I, y conducida vigorosamente por su sucesor Alejandro II (1818-1855-81), fueron, para los diplomáticos y generales de Su Majestad Británica, una intimidación flagrante y amenazante de la “perla” de la India.

En el noroeste del subcontinente indio, las posesiones británicas limitaban con el desierto de Thar y con Sindh (el delta del río Indo), que constituía un estado musulmán bajo los líderes que residían en Haidarābād, conquistado por los británicos en 1843. Al noreste de Sindh, la región de Punjab había sido amalgamada en un Estado fuerte por Maharaja Ranjit Singh Ji (1780-1801-39) quien, como simple Gobernador de Lahore (Lâhau) en nombre del Emir afgano, Zaman Shah Durrani (1770-93-1800-†44), había logrado no sólo independizarse, sino también extender su poder sobre Cachemira y Pīshāwar,  creando el Imperio Sikh en 1801, que fue derrocado por el Reino Unido durante las guerras anglo-sikh I (1845-46) y II (1848-49); la región se convirtió en lo que se conoce como el Khyber Pakhtunkhwa paquistaní (la provincia de la frontera noroeste).

Dada la expansión británica en los Estados vecinos de Afganistán y Persia, la influencia de Rusia estaba tratando de infiltrarse; por lo tanto, los británicos estaban prestando mucha atención a lo que estaba sucediendo en la frontera del gran “vecino” del norte.

Rusia había estado apuntando durante mucho tiempo a llegar a la India a través del Turquestán occidental, pero esa región de la estepa estaba habitada por los kirguises en el noreste y los turcomanos (Turkmenistán) en el suroeste.

Después de intentos infructuosos de penetración pacífica, el gobernador ruso de Oremburgo, el general Vasilij Alekseevič Perovskij (1794-1857), preparó una expedición contra Chiva: implicaba cruzar unos mil kilómetros de desierto y se pensaba que era más fácil de hacer durante el invierno. La expedición partió de Oremburgo en noviembre de 1839, pero el frío mató a tantos hombres y camellos que el Comandante tuvo que abandonar la empresa y regresar (primavera de 1840). Durante mucho tiempo, los rusos no intentaron más infiltraciones militares desde allí.

En Persia, en cambio, la influencia rusa se sintió fuertemente: el zar Alejandro II empujó al Shah, Naser al-Din Qajar (1831-48-96), para emprender una empresa contra la ciudad de Herāt (que dominaba el paso de Persia y Turquestán occidental a la India): se había separado de Afganistán y había sido un Estado separado desde 1824. La expedición persa comenzó en el otoño de 1837: Herāt resistió enérgicamente, tanto que en el verano de 1838 el Sha tuvo que renunciar al asedio y aceptar la mediación del Reino Unido para la paz con el soberano de esa ciudad. Por lo tanto, esa medida diplomática también fue perjudicial para la influencia de San Petersburgo. Incluso las primeras relaciones establecidas por Rusia con el Emir de Afganistán no condujeron a ningún resultado.

En esos años, Rusia estaba ocupada sofocando las insurrecciones de las poblaciones de montaña en el Cáucaso, donde las hazañas del supuesto jeque italiano, Mansur Ushurma (Giambattista Boetti, 1743-98), al servicio de la causa chechena, todavía resonaban.

A través de dos tratados concluidos con Persia (1828) y Turquía (1829), Rusia se había convertido en el amo de la región; sin embargo, encontró una obstinada resistencia de las poblaciones locales que aún persiste hoy en día.

La Primera Guerra Anglo-Afgana (1839-42) fue uno de los conflictos militares más importantes del Gran Juego y una de las peores derrotas británicas en la región. Los británicos habían comenzado una expedición a Afganistán para derrocar al emir Dost Mohammad (1793-1826-39, 42-63), el primero de la dinastía Barakzai, y reemplazarlo con el último de la dinastía Durrani, Ayub Shah (17?? -1819-23, †37), que había sido destronado en 1823, pero renunció. No queriendo cruzar el país sikh para no despertar desconfianza entre ellos, los británicos entraron en Baluchistán, ocuparon la capital (Qalat), luego penetraron en Afganistán y avanzaron sin encontrar resistencia seria hasta Kabul, donde el 7 de agosto de 1839 instalaron su propio títere, Shuja Shah (1785-1842), ex emir de 1803 a 1809.

Dost Mohammad fue capturado y enviado a Calcuta. A principios de 1841, sin embargo, uno de sus hijos, Sher Ali, despertó la rebelión de los afganos. El comandante militar, el general William George Keith Elphinstone (n. 1782), obtuvo permiso para salir con 4.500 soldados y 12.000 no combatientes para regresar a la India. En los puertos de montaña cerca de Kabul, sin embargo, la expedición fue tomada por sorpresa y aniquilada (enero de 1842). El comandante murió como prisionero de los afganos (el 23 de abril).

Los británicos obviamente querían venganza: enviaron otras tropas que, en septiembre del mismo año, reconquistaron Kabul: esta vez los británicos -intimidados- no consideraron conveniente permanecer allí. Convencidos de que habían reafirmado cierto prestigio, se retiraron y, dado que el emir que protegían había muerto el 5 de abril de 1842, aceptaron -impotentes- el regreso al trono de Dost Mohammad. Conquistó Herāt para siempre para Afganistán.

Rusia no solo se quedó de pie y observó y afirmó su poder en el Lejano Oriente. En los años 1854-58 —a pesar de su participación en la guerra de Crimea: el primer acto real del gran juego, ya que el Reino Unido tenía que defender el Imperio Otomano de las aspiraciones sármatas de conquista —había establecido, con una serie de expediciones, su jurisdicción sobre la provincia de Amur, a través del Tratado de Aigun— etiquetado como un tratado desigual ya que se impuso a China el 28 de mayo,  1858. Poco después la flota llegó a Tien-Tsin (Tianjin), forzó a China a otro tratado el 26 y 27 de junio, obteniendo así la apertura de puertos para el comercio, y la permanencia de una embajada rusa en Pekín. Además, en Asia Central, Rusia renovó sus intentos de avanzar contra los kanatos de Buchara y Kokand (Qo’qon), y había llevado una vez más al Sha de Persia, Mozaffar ad-Din Qajar (1853-96-1907), a intentar de nuevo la empresa de Herāt (1856), que había causado de nuevo la intervención británica (Guerra Anglo-Persa, 1856-57) que terminó con el reconocimiento por Persia de la independencia de la ciudad antes mencionada. La rivalidad anglo-rusa continuó siendo uno de los problemas esenciales de Asia Central, por la razón adicional de que Rusia se expandió gradualmente en el Turquestán Occidental, Bujara y Chiva entre 1867 y 1873.

Después de las conquistas rusas en el Turquestán Occidental, el hijo y sucesor de Dost Mohammad, Sher Ali (1825-63-66, 68-79), quedó bajo la influencia de la potencia vecina, que estaba tratando de penetrar en el área en detrimento del Reino Unido. El 22 de julio de 1878 San Petersburgo envió una misión. El emir repelió una misión británica similar en el paso de Khyber en septiembre de 1878, lo que desencadenó el inicio de la guerra. Los británicos pronto iniciaron hostilidades, invadiendo el país con 40.000 soldados desde tres puntos diferentes.

El emir se exilió en Mazār-i-Sharīf, dejando a su hijo Mohammad Yaqub (1849-79-80, †1914) como heredero. Firmó el Tratado de Gandamak el 26 de mayo de 1879 para evitar una invasión británica del resto del país.

Una vez que el primer residente británico, el italiano Pierre Louis Napoleon Cavagnari (n. 1841) fue a Kabul, fue asesinado allí el 3 de septiembre de 1879. Las tropas británicas organizaron una segunda expedición y ocuparon la capital. No confiaron en el emir y elevaron al poder a un sobrino de Dost Mohammed, Abdur Rahman (1840/44-80-1901), el 31 de mayo de 1880. Se comprometió a no tener relaciones políticas excepto con el Reino Unido.

El ex emir, Mohammad Yaqub, tomó las armas y derrotó severamente a los británicos en Maiwand el 27 de julio de 1880, con la ayuda de la heroína afgana Malalai Anaa (1861-80), que reunió a las tropas pastunes contra los atacantes. El 1º de septiembre del mismo año Mohammad Yaqub fue derrotado y puesto en fuga por el general Frederick Roberts (1832-1914) en la Batalla de Kandahâr, que puso fin a la Segunda Guerra Anglo-Afgana.

Esto puso a Afganistán permanentemente bajo la influencia británica, que fue asegurada por la construcción de un ferrocarril desde el río Indo hasta la ciudad afgana de Kandahâr. Dado que el ferrocarril pasó por Beluchistán, fue definitivamente anexado a la India británica. En 1880, Rusia comenzó la construcción del Ferrocarril Transcaspio, lo que alarmó a los británicos que extendieron la sección de su «ferrocarril» hasta Herāt. Fue solo con el acceso al trono de Imānullāh (1892-1919-29, †60), el 28 de febrero de 1919 (Shah desde 1926), que Afganistán eliminó al Reino Unido a través de la Tercera Guerra Anglo-Afgana (6 de mayo-8 de agosto de 1919), por la cual los afganos finalmente echaron a los británicos de la escena (Tratado de Râwalpindî del 8 de agosto,  1919, modificada el 22 de noviembre de 1921).

Ya en 1907, el gobierno ruso había declarado que consideraba que Afganistán estaba fuera de su esfera de influencia y se comprometió a no enviar ningún agente allí, así como a consultar al gobierno británico sobre sus relaciones con ese país.

De hecho, el Reino Unido pronto renunció al control directo del país, dado el feroz espíritu de lucha de su pueblo, que lo había humillado muchas veces, y se contentó con proteger y mantener bajo control la frontera del noroeste de la India.

En realidad, el gran juego nunca ha terminado. Como dijo Espartaco Alfredo Puttini (La Russia di Putin sulla scacchiera, en “Eurasia”, A. IX, No. 1, enero-marzo de 2012, pp. 129-147), a su llegada al poder Vladimir Putin se encontró lidiando con un difícil legado. La política de katastroika de Gorbachov había asestado un golpe letal al coloso soviético y más tarde ruso.

En pocos años, Rusia se había embarcado en un desarme unilateral que condujo, al principio, a su retirada del Afganistán y luego de Europa central y oriental. Mientras el Estado se dirigía al colapso y la economía se estaba interrumpiendo, era la periferia misma de la Unión Soviética la que se estaba incendiando debido a los movimientos separatistas rápidamente subsidiados por aquellos que, en el Gran Juego, reemplazaron a los británicos. Ayuda masiva de Estados Unidos a los heroicos patriotas antisoviéticos, que más tarde fueron tildados de terroristas.

En poco tiempo se produjo el verdadero colapso y la “nueva” Rusia se encontró geopolíticamente encogida y moral y materialmente postrada por el gran saqueo realizado por los oligarcas pro-occidentales a la sombra de la Presidencia de Yeltsin.

Al oeste, el país había regresado a las fronteras del siglo XVII; al sur, había perdido el sur del Cáucaso y la valiosa Asia Central, donde el nuevo gran juego pronto comenzaría. En otras palabras, el proceso de perturbación no se detendrá e infectará a la propia Federación de Rusia: Chechenia se ha involucrado en una furiosa guerra de secesión que amenaza con extenderse como pólvora a todo el Cáucaso septentrional y, a la larga, pone en tela de juicio la supervivencia misma del Estado ruso dividido en entidades autónomas.

Esto fue seguido por el fenómeno de “colores” en 2003-2005 (Georgia, Ucrania, Kirguistán): las diversas caricaturas de revoluciones “liberales” oximorónicas destinadas a alejar a ciertos gobiernos de la influencia de Rusia.

En última instancia, el poder central había sido socavado por todos lados por la política de Yeltsin y su clan, destinada a otorgar una amplia autonomía a las regiones de la Federación. La propiedad pública, el pegamento de la autoridad del Estado y el instrumento de su actividad concreta para guiar y orientar a la nación, había sido vendida. Con el tiempo, Putin puso las cosas en su sitio, y el resto se condensa en las opciones de restauración del voto a su favor.

Al final, Afganistán también vio el fracaso de Estados Unidos, que he examinado en artículos anteriores.

El sentido asiático de libertad se resume en la expulsión de agresores extranjeros de sus propias patrias y territorios. Alguien debería empezar a entender esto.

 

* Copresidente del Consejo Asesor Honoris Causa. El Profesor Giancarlo Elia Valori es un eminente economista y empresario italiano. Posee prestigiosas distinciones académicas y órdenes nacionales. Ha dado conferencias sobre asuntos internacionales y economía en las principales universidades del mundo, como la Universidad de Pekín, la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Yeshiva de Nueva York. Actualmente preside el «International World Group», es también presidente honorario de Huawei Italia, asesor económico del gigante chino HNA Group y miembro de la Junta de Ayan-Holding. En 1992 fue nombrado Oficial de la Legión de Honor de la República Francesa, con esta motivación: “Un hombre que puede ver a través de las fronteras para entender el mundo” y en 2002 recibió el título de “Honorable” de la Academia de Ciencias del Instituto de Francia.

 

Traducido al español por el Equipo de la SAEEG con expresa autorización del autor. Prohibida su reproducción. 

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OTRO FRACASO ENCUBIERTO EN AFGANISTÁN

Isabel Stanganelli*

“Afganistán es el modelo de lo que

se puede alcanzar en Iraq”.

George W. Bush

 

Drogas y terrorismo comparten geografía, dinero y violencia. Si fuera un negocio lícito, las drogas serían el tercer producto mundial de comercio, detrás del petróleo y de las armas. Sin embargo, el narcotráfico no solo es ilegal sino que suele ser sostener otras actividades ilegales —por ejemplo el tráfico de armas— y mantiene vinculaciones con muchas otras que forman parte del gran espectro del crimen organizado.

El opio, producto de la adormidera, es la base para producir morfina, goma de opio y heroína. Así como el Triángulo de Oro —Myanmar, Laos, Tailandia— fue fruto de la Guerra Fría, la Media Luna de Oro con origen en Afganistán lo es de la post Guerra Fría. Hoy es un gran abanico de rutas que se irradian en todas las direcciones posibles con centro en ese país.

En 2003, una hectárea de trigo rendía US$ 350. La misma superficie sembrada con adormidera requería US$ 320 en semillas y rendía US$ 6.150, casi 18 veces más. Tiene menos requerimientos, amplio mercado y puede ser conservado indefinidamente. Muy afectados por décadas de guerras, pobreza endémica y sequías frecuentes y prolongadas, esta actividad permite a los afganos comprar armas, alimentos, protección…

Por otra parte el rendimiento del cultivo hizo elevar el salario de la mano de obra por lo cual se detuvieron las tareas de reconstrucción de puentes y rutas, basadas en menores salarios. Los techos y las escuelas quedaron esperando ante la falta de mano de obra disponible. Mientras el comercio de drogas se expande, los esfuerzos legales para combatirlo quedan rezagados. 

Evolución de los cultivos

Si bien los cultivos en Afganistán son ancestrales, el uso comercial de la adormidera se inició durante la ocupación soviética del país, entre 1979-89, con los muyahidines —sostenidos por la CIA (y Rambo)—. Enviaban la morfina base a Pakistán con conocimiento de la CIA —que sostenía la resistencia— o a Turquía, donde mediante refinación se transformaba en heroína.

La resistencia a la URSS y la posterior guerra civil destruyeron las infraestructuras agrícolas, los principales canales de irrigación y rutas al mercado. Tras el retiro soviético, el país perdió los subsidios de Moscú y no recibió más ayuda de Washington ni —salvo de Pakistán— del resto del mundo. Fue la etapa de la guerra civil entre los grupos que habían repelido la invasión soviética pero que no lograron ponerse de acuerdo para el gobierno de la liberada república. Los señores regionales, líderes de tribus y clanes lucharon entre sí, provistos de importantes fuerzas a las que pagaban, alimentaban, vestían y armaban —y cuya fidelidad compraban— con el dinero que aportaban los crecientes cultivos de adormidera.

En la década de los ‘90 Afganistán ya producía más de 2.000 toneladas/año de opio, superando a Myanmar —1.000 toneladas— y Laos y Colombia con 100 toneladas/año cada una.

Hacia 1996 el triunfante gobierno talibán redujo su producción y solicitó ayuda internacional para subsidiar a los campesinos. Se enviaron en total 3,2 millones de dólares en cinco años —unos 630.000 cada año—[1]. Como consecuencia, los cultivos en Afganistán se incrementaron. El mercado ya abarcaba Europa Occidental, Rusia, Asia Central, Pakistán e Irán. Hacia 1999 Afganistán producía 4.565 toneladas (70% del total mundial), más que todo el resto del mundo incluyendo el Triángulo de Oro.

En 2000, en plena época de cosecha —julio— el Mullah Omar prohibió los cultivos e hizo incendiar los laboratorios de heroína y encarcelar a los campesinos que no destruyeran sus cultivos, si bien no prohibió el comercio de los stocks existentes[2]. Esto se debió a que EEUU afirmaba que el gobierno se sostenía con los ingresos provenientes del comercio de la droga y la medida estaba destinada a probar que no era verdad.

En 2001 se produjeron 185 toneladas. Es decir 96% de reducción en escasos meses. Las provincias bajo gobierno talibán casi no tenían cultivos. Las toneladas de ese año correspondieron a áreas bajo el control de la Alianza del Norte e incluso se incrementaron en áreas no tradicionales, beneficiadas por los mayores precios generados por la menor oferta.

La llamativa reducción en 2001 (es muy difícil en un instante bajar el 96% de cualquier tendencia) fue objeto de numerosas especulaciones: ¿se buscaba reducir la oferta para aumentar su precio? (personalmente no creo pues esto beneficiaria a la Alianza septentrional); ¿reconocimiento del gobierno por la ONU?; ¿levantamiento de sanciones y ayuda internacional? Al menos la solicitaron. En ese momento diplomáticos occidentales advirtieron que si se perdía este gesto los cultivos volverían. Pero el presidente Bush Jr. impidió toda rehabilitación diplomática de los talibán al reclamar la entrega de Osama bin Laden.

En 2002, ya sin los talibán, las Naciones Unidas admitieron —con las tropas occidentales— el colapso total de la ley y el orden en Afganistán. El poco dinero destinado a compensar el cambio de cultivos y la falta de industrias para procesar otros no resultó y la adormidera comenzó a recuperar áreas y por consiguiente la producción (3.200 toneladas). Mazar-i-Sharif y Khanabad incorporaron además cultivos de cannabis —marihuana—. Entre ambas y con el país ocupado, generaron ingresos de US$ 1.300 millones, más que lo recibido en concepto de ayuda exterior por el país ese año.

La alianza ocupante entregó en 2003 semillas de trigo para sustituir cultivos, pero curiosamente en esos lugares fue donde más se cultivó amapola: 6% más que en 2002, 75% del opio del mundo. Los funcionarios a cargo de la reducción de cultivos temían ataques de los campesinos pues los alternativos de trigo resultaron desastrosos.

Este comercio aportó ese año US$ 2.300 millones. Los locales por pocos dólares negaban haber visto siquiera laboratorios y destruían cultivos solo a orillas del camino. Solamente en la provincia de Wardak, próxima a Kabul, la normativa del gobierno fue exitosa. Sus 400 familias, que en 2003 cultivaron 5.400 Ha, destruyeron los cultivos de opio en junio de 2004. La sensación imperante es: ¡ahora no tenemos nada! Cerca se han instalado minas antipersonales para evitar el re-cultivo.

En el resto de Afganistán la tendencia continuó. La Oficina de Drogas y Crimen de la ONU —UNODC— indicó que muchos campesinos incrementaban sus hectáreas cultivadas, otros comenzaban sus cultivos y que ya habían incorporado maquinaria, algo nunca antes destinado a cultivos.

Hace más de una década que los observadores de la ONU señalaban que el país podía colapsar ante las permanentes amenazas de las milicias armadas, la pobreza, la corrupción y la narco-economía.

Mientras la ISAF se ocupaba de Kabul[3], EEUU y el Reino Unido actuaban militarmente en el sur. Pero sus intereses no coincidían. EEUU exportaba valores: libertad, democracia, derechos de las mujeres y en suma, lucha contra el terrorismo. Acusaban a la OTAN y a la ISAF de dejarles la carga más pesada.

El Reino Unido debía responder a acusaciones domésticas: los británicos consumían entre el 50 y el 65% de la heroína introducida en toda la UE y el 90% provenía de Afganistán.

En 2001 Tony Blair indicó que el Reino Unido iba a Afganistán a parar el flujo de drogas y que la remoción de los talibán lo lograría. Pero resultó que las armas que éstos compraban eran pagadas con la vida de los adictos en las calles británicas.

En julio 2000 el opio en Afganistán valía 44 U$S/Kg, después de S-11: 95 U$S. Actualmente supera los 150 U$S el Kg. Debemos tener presente cómo se va encareciendo el producto hasta su destino final.

Actualmente Afganistán cuenta con una superficie destinada para el cultivo de adormidera en constante crecimiento: según cifras de la ONU pasó de 70.000 hectáreas en 1994 a alrededor 250.000 hectáreas en los últimos cuatro años.

En 2021, luego de 20 años, los EEUU se han retirado del país sin alcanzar ninguno de sus objetivos.

Gracias al opio este país ahora cuenta con recursos económicos más que suficientes para reconstruirse económicamente. Pero el trauma de siglos de atropellos sufridos —debido a la avidez de unos pocos o a lo estratégico de su posición— determina un futuro extremadamente incierto.

* Profesora y Doctora en Geografía (UNLP). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Secretaria Académica del CEID y de la SAEEG. Es experta en cuestiones de Geopolítica, Política Internacional y en Fuentes de energía, cambio climático y su impacto en poblaciones carenciadas.

 

Referencias

[1] Solamente en 1997 Laos recibió 4,2 millones de ayuda internacional y en 1998 Colombia 399 millones.

[2] La amapola se siembra entre septiembre y enero -dependiendo de las regiones-. En julio lo no cosechado debía ser destruido.

[3] De hecho jamás se dieron condiciones de seguridad como para que se alejaran demasiado de Kabul.

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