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EL MOMENTO PALESTINO

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: hosnysalah en Pixabay, https://pixabay.com/es/photos/palestina-gaza-banda-7360944/

El anuncio de Irlanda, Noruega y España de reconocer oficialmente al Estado de Palestina el próximo 28 de mayo, las protestas pro-palestinas en universidades estadounidenses y europeas, el prudente distanciamiento por parte de Washington hacia Israel, el repudio de la mayor parte de la opinión pública internacional ante el drama humanitario en Gaza y la decisión de la Corte Penal Internacional de dictar acto de detención contra el primer ministro Benjamín Netanyahu y otros altos cargos de su gobierno son aspectos que evidencian la dañada imagen internacional de Israel en medio de una guerra donde, con más de 35.000 palestinos muertos, comienza también a perder la batalla narrativa sobre su legitimidad.

«Un premio al terrorismo». Así calificó el pasado 22 de mayo el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu la decisión de Irlanda, Noruega y España de reconocer conjuntamente al Estado de Palestina el próximo 28 de mayo, que provocó  inmediatamente una crisis diplomática con esos países. En vísperas de unas decisivas elecciones parlamentarias europeas (9 de junio), otros países europeos podrían sumarse a ese reconocimiento oficial palestino.

Un día antes, el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) Karim Khan, dictó una orden de arresto contra Netanyahu, el ministro israelí de Defensa Yoav Gallant así como también contra los líderes de Hamás por violaciones de derechos humanos con el trasfondo de la guerra de Gaza.

El mayo horribilis de Israel

Visto el panorama, ha sido un mes de mayo muy difícil para Netanyahu. El momento es simbólico porque el 15 de mayo conmemora un aniversario más de la creación del Estado de Israel en 1948. Pero también recuerda  la Nakba, la tragedia palestina fraguada por la expulsión de cientos de miles de refugiados lejos de su hogar histórico. Dos onomásticas diametralmente opuestas que, en el contexto de 2024, adquieren una nueva dimensión.

Hay síntomas de desesperación en Israel. El 10 de mayo, en medio de una votación en la Asamblea General de la ONU en la que 143 países aprobaron ampliar los derechos de Palestina para ser miembro pleno del organismo, el embajador israelí Gilad Erdan trituró literalmente la Carta Fundacional de la ONU.

Durante años empoderado por el tradicional veto estadounidense a cualquier resolución contraria a Israel acrecentando así su impunidad, Tel Aviv ya no esconde su desprecio por la ONU: ha cortado los fondos para la Agencia de Refugiados Palestinos (UNRWA), atacando desde sus convoyes hasta alguna de sus sedes mientras hostiga a otros cooperantes de esa Agencia por una supuesta participación en los atentados de Hamás del pasado 7 de octubre.

Tampoco se salvó Eurovisión, cuya edición celebrada el pasado 11 de mayo en Suecia (por cierto sumamente politizada, como viene siendo costumbre en este certamen en los últimos años) constituyó prácticamente un foro de críticas y desprecios por parte del público hacia la representación israelí.

Por otro lado está la opinión pública internacional. Principalmente desde Occidente, su tradicional aliado y fuente de legitimidad exterior, la imagen israelí se está viendo seriamente afectada por la guerra en Gaza iniciada por Netanyahu en octubre de 2023.

Las atrocidades de la operación militar israelí crean estupor en el exterior, con protestas cada vez mayores en campus universitarios desde EEUU hasta Europa y una orientación más propalestina en diversos sectores de la opinión pública que está paralelamente propiciando este auge en el reconocimiento oficial del Estado de Palestina. Todo ello constituye un golpe sensible para Israel, que observa cómo va perdiendo la narrativa a su favor de una legitimidad que hasta ahora se pensaba que conservaba casi intacta.

También está la tensión militar regional. Por primera vez tras el esporádico ataque iraquí a ciudades israelíes durante la guerra del Golfo de 1991, el territorio israelí recibió el 13 de abril un teatral ataque directo de parte de un enemigo regional, en este caso Irán.

Precisamente, el accidente aéreo que cobró la vida el pasado 19 de mayo del presidente iraní Ibrahim Raïsi y otros cargos de su gobierno recrea suspicacias ante lo que podría suceder en el Irán post-Raïsi así como sus repercusiones en un panorama regional cada vez más condicionado por el clima de confrontación directa entre Irán e Israel. Este contexto tendrá obvias implicaciones geopolíticas para los aliados regionales de Teherán, en particular el propio Hamás, el partido islamista libanés Hezbolláh y los rebeldes hutíes en Yemen, otra guerra silenciada que provoca riesgos geopolíticos y económicos para los intereses occidentales e israelíes.

Así mismo, Hamás ha logrado desnudar el mito y la aureola de invencibilidad militar israelí. Tras ocho meses de guerra, y si bien Israel ha logrado recuperar el control del norte de Gaza, no se aprecia una derrota militar significativa para Hamás. Más allá del drama humanitario con más de un millón de palestinos desplazados y hacinados hacia el puesto fronterizo de Rafah, en la frontera con Egipto, Hamás parece estar consolidando su posición como el único movimiento político palestino de resistencia capacitado para imponer también sus demandas políticas.

No obstante, el movimiento islamista puede igualmente observar una erosión en las simpatías que podría tener dentro de la población palestina si la tragedia humanitaria se prolonga hasta límites insoportables.

Biden toma distancia; Netanyahu se «atrinchera»

Toda vez es apreciable el distanciamiento de la Administración Biden con respecto a Netanyahu. La reciente aprobación de la ayuda financiera y militar estadounidense a Israel ha colocado en el centro de atención una unidad militar, en este caso la Netzah Yehuda, literalmente en idioma hebreo «Judea por Siempre», acusada de cometer atrocidades y violaciones de derechos humanos en Cisjordania y ahora con su participación en Gaza desde enero pasado.

De acuerdo con la ONG israelí  Yesh Din, esta unidad militar tiene «la tasa de condenas más alta de cualquier unidad del Ejército israelí por delitos contra palestinos desde 2010». Washington está debatiendo la posibilidad de sancionar a esta unidad militar para dejarla por fuera del paquete de ayuda.

Este contexto ha provocado una especie de «atrincheramiento» para los miembros del gobierno de Netanyahu, cada vez más dependiente de los «halcones» militaristas y los sectores de ultraderecha y ultrarreligiosos. Incluso han buscado «lavar la imagen» de Netzah Yehuda: el ministro de Defensa Gallant y el líder opositor Benny Gantz mostraron su sintonía con el primer ministro israelí, muy probablemente preocupados porque estas eventuales sanciones terminen dañando la imagen de un pilar básico de legitimidad del Estado de Israel como son sus fuerzas armadas y el complejo militar industrial en un contexto de seguridad nacional tan delicado como el actual.

También están las protestas en Israel, que no implican en absoluto algún tipo de solidaridad hacia el drama palestino. Desde 2023, Israel vive permanentes episodios de protestas internas toda vez la sociedad israelí está observando cómo la guerra en Gaza está afectando seriamente su imagen internacional. La huida hacia adelante de Netanyahu y su gobierno están polarizando cada vez más a una sociedad israelí que incluso comienzan a observar cómo cercenan sus derechos de libertad de expresión ante el estado de excepcionalidad trazado por la guerra en Gaza. Con síntomas de hartazgo, la sociedad israelí comienza a cuestionar los fundamentos y la eficacia de la operación en Gaza. Sabe que el costo a pagar está siendo elevado, especialmente en cuanto a su imagen internacional.

Netanyahu ha aplicado en Gaza una estrategia de «tierra arrasada» con tintes de genocidio que difícilmente podrá borrar ante el mundo. A pesar del desequilibrio militar a su favor, no se perciben avances significativos en ese terreno que permitan inferir una derrota estratégica para Hamás.

Por otro lado, la táctica israelí de intentar sepultar militarmente a Hamás para fortalecer políticamente a la anquilosada elite del poder dentro de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con un octagenario presidente Mahmud Abbas sin prácticamente margen de maniobra, tampoco está dando sus frutos. La división política sigue siendo latente en una ANP atomizada, toda vez que la eficaz resistencia de Hamás parece convertirle, al menos moralmente, en el interlocutor más capacitado para defender las demandas palestinas.

Esta condición de movimiento de resistencia le permite a Hamás despojarse, al menos  ante la sociedad palestina, de cualquier proyecto de tipo ideológico definido por su naturaleza islamista. En el actual contexto de guerra de resistencia ante la agresión israelí, esta variable islamista poco o nada tiene que ofrecer.

El aumento del reconocimiento internacional al Estado de Palestina se prevé como un efecto más simbólico que real, una reivindicación histórica en medio de otra Nakba en Gaza. Pero la obstinación de Netanyahu por llevar la guerra hasta sus últimas consecuencias puede también tener dos objetivos geopolíticos estratégicos: uno, condicionar de facto por la vía de la ocupación militar cualquier tipo de viabilidad y demanda en cuanto a las presiones internacionales por resucitar el fracasado esquema de «dos Estados» israelí y palestino, tomando en cuenta la actual coyuntura de aumento de apoyos internacionales para el reconocimientos de Palestina.

El segundo objetivo para Netanyahu es ganar tiempo esperando una posible victoria de su aliado Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre próximo. De este modo, alargar la guerra hasta observar el eventual regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025 supondrá para Netanyahu una victoria política estratégica que, al menos a priori, logre amortiguar el aislamiento y el repudio internacional.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

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IRÁN Y EL «CAMINO DE DAMASCO» DE NETANYAHU

Roberto Mansilla Blanco* (Artículo para SAAEG)

 

Biden calcula igualmente cómo controlar a un cada vez más díscolo Netanyahu que ha iniciado con la guerra en Gaza una huida hacia adelante de proporciones imprevisibles tanto en el terreno militar como en el político y diplomático.

 

Seis meses después de iniciar la invasión militar de Gaza, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu vive probablemente la coyuntura más decisiva para su gobierno. Los resultados militares se perciben estériles toda vez han propiciado un caos humanitario sin precedentes, lo cual ha llevado a que Tel Aviv observara síntomas de cierto aislamiento diplomático, particularmente ante el aparente distanciamiento por parte de su aliado estratégico estadounidense.

La abstención de Washington el pasado 25 de marzo en la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó el Alto al Fuego en Gaza y el estupor internacional causado ante el ataque israelí el 1° de abril contra un convoy de la ONG World Central Kitchen (WCK), con saldo de siete cooperantes fallecidos bajo el argumento erróneo de albergar militantes de Hamás, son sucesos que parecían a priori dejar a Netanyahu en una situación de cierta precariedad política. En el plano interno volvían las protestas dentro de Israel, aspecto que ilustra igualmente el malestar ciudadano por el curso de las operaciones militares en Gaza.

1. Irán: el conveniente «enemigo común»

No obstante, para Netanyahu, atizar la espiral belicista supone una herramienta efectiva para reconducir sus intereses en un Oriente Próximo cada vez más inflamado por la llama militarista. Y aquí entra un actor clave en la ecuación, particularmente para Washington y Tel Aviv: la República Islámica de Irán.

El 1° de abril, Israel atacó el Consulado iraní en Damasco, causando la muerte de trece personas, entre ellos siete cargos militares pertenecientes a la Guardia Revolucionaria Iraní (IRGC) destacando el del «número 2» de ese cuerpo, Mohammed Reza Zahedi. Este ataque quirúrgico israelí recuerda al realizado en Bagdad en 2020 por EEUU (entonces bajo la presidencia de Donald Trump) y que causó la muerte del alto comandante del IRGC, Qasem Soleimani.

La reacción iraní no se hizo esperar. Tras utilizar el ardid retórico clamando «venganza», este 13 de abril fuentes militares israelíes y la agencia estatal iraní IRNA confirmaron que Teherán realizó varios ataques retaliativos contra territorio israelí. Tras estos ataques, el Lider Supremo iraní Alí Jamenei afirmó que «el régimen sionista será castigado».

De este modo la retaliación iraní recondiciona y reafirma la inalterable alianza estratégica entre EEUU e Israel, toda vez Tel Aviv busca con ello recuperar la solidaridad internacional ante el reciente clima de aislamiento exterior. El objetivo es enfocar la atención en un enemigo común, Irán, cuyo peso geopolítico es clave en la región, con capacidad de influencia a la hora de atacar objetivos occidentales e israelíes desde Siria y Líbano hasta Yemen y el Mar Rojo.

Así, y tras la anunciada «venganza» por parte de Irán, Biden no dudó en reafirmar su apoyo «inquebrantable» a Israel toda vez las alianzas militares entre Washington y Tel Aviv se están afianzando. Por otro lado, previo al ataque iraní, se observó también la renovación de los combates en el sur del Líbano entre el movimiento islamista Hizbulá e Israel.

La probabilidad de un ataque iraní motivó a que, días antes, las fuerzas de seguridad israelíes aplicaran el protocolo de máxima alerta. Washington también había enviado a Israel a altos cargos como el Jefe del Mando Central del Ejército y máximo jefe estadounidense en Oriente Próximo, Michael «Erick» Kurilla, lo cual certifica el conocimiento previo de estos ataques iraníes que, por otro lado, ocurren en una coyuntura concreta, la Pascua judía.

Debe tomarse en cuenta el carácter sin precedentes de este ataque iraní contra objetivos israelíes. Con todo, el mismo puede determinar un efecto disuasivo, enfocado en recuperar posiciones ante el nuevo equilibrio militar regional. En un ataque anunciado durante semanas, lo cual define cierto sentido de teatralidad por parte iraní, Teherán utilizó 170 drones, 30 misiles crucero y 120 misiles balísticos impactando principalmente en el sur de Israel, una zona escasamente poblada.

A sabiendas de poder ser interceptados por la denominada «Cúpula de Hierro» israelí, Irán buscaba también minimizar los costos civiles, intentando así amortiguar la posibilidad de una respuesta desproporcionada por parte de Israel y evitando reproducir así una situación similar a la invasión de Gaza tras los atentados terroristas de Hamás en territorio israelí en octubre pasado.

Por tanto, el ataque israelí en Damasco y la posterior reacción retaliativa iraní certifican un «golpe de efecto» de Netanyahu con la intención de diluir las críticas externas por la invasión de Gaza y recuperar así la confianza de Washington recolocando la atención en el enemigo común iraní. La sintonía en materia de cooperación en inteligencia entre Washington y Tel Aviv volvía así a recuperarse. Horas antes de anunciar el IDF israelí el ataque iraní, el presidente Biden aseguró en una rueda de prensa que Irán «atacará más pronto que tarde» y que «estamos dedicados a la defensa de Israel. Apoyaremos a Israel. Irán no tendrá éxito».

Por otro lado y más allá de la retórica, Teherán no desestima los canales diplomáticos, en gran medida condicionado por el peligroso escenario de una eventual guerra directa no sólo contra Israel sino también con EEUU. Previo al ataque, Teherán llegó a minimizar la posibilidad de retaliación contra Israel toda vez mostró públicamente su respaldo a las negociaciones en El Cairo incluso apoyando un alto al fuego en Gaza que permita abrir un nuevo equilibrio de fuerzas entre Israel y Hamás.

2. Biden: dilemas convertidos en certezas

Ante este panorama de complejidades traducidas por la invasión de Gaza, para Netanyahu resultaba imperativo ejercer un eje de presión y reaccionar aún fuera inflamando aún más el panorama regional. Con un alto al fuego precario en Gaza, las negociaciones que se llevan actualmente a cabo en El Cairo implican un espacio de cierta ralentización de los combates tanto para Israel como para el movimiento islamista palestino Hamás. Al mismo tiempo se aprecia un clamor cada vez mayor a nivel internacional para finalizar la guerra en Gaza e incluso establecer sanciones contra Israel ante las intermitencias y dificultades de asistencia humanitaria.

Este contexto aborda interrogantes vitales para la situación de un Netanyahu y su estamento militar que parecieran afrontar en solitario una guerra que pierde gas y entusiasmo dentro de la sociedad israelí, toda vez la comunidad internacional comienza a darle la espalda y exigir el final de la tragedia gazatí. Este último factor es mucho más evidente ante la súbita tirantez, cuando menos en cuanto a las declaraciones oficiales, en las relaciones israelíes con su aliado estratégico estadounidense.

La histórica abstención de Washington en el Consejo de Seguridad ha sido interpretada con notable apresuramiento en los medios como una especie de «parteaguas», en este caso crítico, dentro de la históricamente inalterable relación estratégica entre Washington y Tel Aviv. Esta tirantez también se ha evidenciado en las declaraciones oficiales del presidente estadounidense Joseph Biden criticando abiertamente la ofensiva militar de Netanyahu y su indolencia ante el drama humanitario palestino.

Con este panorama no parecían presentarse los mejores momentos para las relaciones israelo-estadounidenses. Pero un análisis más profundo implica observar hasta qué punto es cierto este aparente distanciamiento de Biden con Netanyahu y cómo a pesar de la tirantez dialéctica, sigue siendo inalterable esa relación estratégica entre EEUU e Israel.

         2.1. Guerras calientes con elecciones a la vista

El tema parece acuciante para un Biden que se juega la reelección presidencial en noviembre próximo con dos frentes de guerra abiertos (Ucrania y Gaza) en las que los intereses de Washington se han visto contrariados. Las preocupaciones del equipo electoral de Biden se acrecientan ante el avance electoral de Donald Trump, que augura su posible retorno a la Casa Blanca, con la posibilida de imprimir un giro copernicano de los intereses exteriores de Biden, especialmente en el caso ucraniano y de los compromisos «atlantistas» vía OTAN.

La perpetuación de estas dos guerras abiertas e inconclusas, cada vez más impopulares para un electorado estadounidense visiblemente polarizado, explica la premura de un Biden que busca ralentizar sus efectos vía alto al fuego en Gaza pero sin tener certeza sobre lo que puede suceder en el frente ucraniano. Un frente donde el recién reelecto presidente ruso Vladímir Putin parece preparar una contraofensiva militar a gran escala, presumiblemente con el foco estratégico en dos objetivos: la toma de Járkov, que permitiría el control del centro de Ucrania y una pista de lanzamiento para mayores presiones y ataques hacia la capital Kiev; y Odesa, estratégico puerto cuya eventual posesión le permitiría a Rusia controlar definitivamente los puertos del mar Negro.

Con ello el Kremlin buscaría establecer un corredor estratégico clave hacia la República Pridnestroviana de Transnistria, un Estado de facto tradicionalmente prorruso que hoy recobra su importancia estratégica y es observado como foco de ampliación del conflicto ucraniano en este caso hacia Moldavia, país que no reconoce la legitimidad transnistria y que está en la órbita de influencia de la OTAN y la UE.

Incapaz o quizás poco convencido de impulsar una iniciativa diplomática eficaz más allá de la abstención sobre el alto al fuego en Gaza y el apoyo a las negociaciones en El Cairo, Washington observa también cómo China mueve sus piezas en el terreno diplomático. Si bien muestra oficialmente la consistencia de la alianza con Moscú, Beijing vuelve a tomar la iniciativa como actor capacitado para propiciar un diálogo entre Rusia y Ucrania que eventualmente implique un alto al fuego o una tregua. Al mismo tiempo, China también ha pulsado la tecla diplomática en Gaza, con la visita a Israel y Palestina de un alto emisario del gobierno de Xi Jinping.

Pero también está el terreno geopolítico. Irán ha sido un prolífico aliado de Rusia en Ucrania enviando, principalmente, drones al Ejército ruso para sus operaciones militares en el frente. Tomando en cuenta el actual contexto de creciente tensión entre Israel e Irán con posibilidades de una escalada bélica, Washington refuerza aún más su alianza con Israel con la intención de crear una tenaza regional contra Irán, obligando a Teherán a concentrar su atención en cómo será la respuesta israelí. Ello implicaría la intención de EEUU e Israel de neutralizar la cooperación militar entre Irán y Rusia.

Pero también podríamos observar otro escenario hipotético. Con un frente ucraniano estancado a la espera del «deshielo primaveral» que permita viabilizar algún tipo de ofensiva militar, Moscú podría observar con atención la posibilidad de un conflicto in crescendo entre Irán e Israel para distraer la atención mundial y propiciar una posible ofensiva en el frente ucraniano.

Ante el ataque iraní a Israel, la Cancillería rusa emitió un comunicado pidiendo «moderación» para evitar una «escalada del conflicto en Oriente Próximo» toda vez criticó la «incapacidad del Consejo de Seguridad de la ONU» para invocar el Derecho Internacional tras el ataque israelí al Consulado iraní en Damasco. En un tono similar, China expresó igualmente su «preocupación» por la crisis pidiendo «contención».

3. Netanyahu se encomienda a la «línea dura»

El primer ministro israelí ha anunciado que se han cumplido los objetivos militares previstos en el norte de Gaza toda vez ordena una retirada momentánea del sur de la franja y prepara una ofensiva militar hacia Rafah, muy probablemente presionado por el sector de la línea dura política y militar que apoya su gobierno. Se advierte así un punto de inflexión orientado a expulsar a la atribulada población palestina y arrinconar a Hamás, confinándolo en ese territorio muy próximo a Egipto.

Así mismo, las protestas internas contra Netanyahu, que en ningún momento muestran algún tipo de solidaridad hacia el drama palestino, implican también nuevos equilibrios de fuerzas políticas internas dentro del tradicionalmente atomizado mapa político israelí. Si bien es cierto que las protestas son dirigidas por sectores de la sociedad civil israelí opuestos a la deriva ultranacionalista y religiosa de Netanyahu, es también palpable el malestar ciudadanos no sólo porque los objetivos militares en Gaza no se han alcanzado o siguen siendo poco realistas sino también porque esta guerra implica observar un nivel de vulnerabilidad para la seguridad israelí tanto internamente como en la diáspora judía vía atentados terroristas.

Este escenario ha persuadido aún más a Netanyahu a encomendarse ciegamente al apoyo de su estamento militar y del influyente lobby de los colonos judíos, reactivado y cada vez más desafiante y agresivo, que ahora observa al norte de Gaza como su nuevo centro de operaciones, incluso en materia turística y económica.

De este modo, la «rejudeización» de Gaza (no olvidemos que fue el «halcón» ex primer ministro israelí Ariel Sharon el que ordenó la salida de los colonos judíos en 2005) implica para estos sectores ultraderechistas y sionistas la expulsión definitiva del pueblo palestino y la recreación de la vieja aspiración de Netanyahu y de sectores ultranacionalistas y sionistas de sellar la fronteras históricas del Gran Israel. El establishment de poder en Tel Aviv parece cohesionado en torno a esta idea, aparentemente sin reparar en qué tipo de reacción social y política interna y externa pueda generar.

4. Esperando a Trump

Expectante ante lo que pase en Ucrania y ahora entre Israel e Irán, Biden atiende con preocupación la vorágine de acontecimientos que amenazan con inflamar aún más el ya de por sí crítico panorama en Oriente Próximo. Entrando en la recta decisiva de la carrera electoral para la Casa Blanca, Biden calcula igualmente cómo controlar a un cada vez más díscolo Netanyahu que ha iniciado con la guerra en Gaza una huida hacia adelante de proporciones imprevisibles tanto en el terreno militar como en el político y diplomático.

Pero el primer ministro israelí también juega sus cartas en las elecciones estadounidenses, buscando prorrogar la guerra ante la posibilidad del retorno de su «amigo» Trump a la Casa Blanca, visible defensor de las tesis revisionistas nacionalistas y supremacistas israelíes. La sintonía entre Trump y Netanyahu ya se hizo patente durante el mandato presidencial del hoy candidato republicano (2017-2021) y que se confirmaron ante la apertura de la embajada estadounidense en Jerusalén, la política anti iraní de Trump y su indiferencia ante la situación de los palestinos.

Sea cual sea el resultado electoral de noviembre en EEUU, Netanyahu seguirá teniendo las espaldas cubiertas incluso si su gobierno llegase igualmente a confrontar problemas internos vía protestas sociales y militares ante la indefinición de una guerra en Gaza cada vez más estéril y catastrófica, donde Hamás no parece dar síntomas de sucumbir e Irán entra cada vez más en juego. Unas protestas que ya tienen una dimensión regional por sus efectos humanitarios y socioeconómicos, tal y como se ha observado estos días con las manifestaciones en Jordania.

En la historia bíblica se reseña la conversión al cristianismo de Saulo de Tarso (posteriormente San Pablo) durante el Camino a Damasco. En el caso de Netanyahu, su particular «Camino a Damasco» nada tiene que ver con una conversión religiosa pero sí con una reconversión de alianzas y prioridades geopolíticas.

Contrariado ante el punto bajo de sus relaciones con Biden, el eficaz ataque ordenado por Netanyahu al Consulado iraní en la capital siria y la posterior respuesta iraní atacando  territorio israelí recompuso de inmediato la fluidez de esas relaciones con Washington volviendo al punto original de la necesidad de afianzar la alianza estratégica contra el enemigo común.

Más allá de la difícil coyuntura y el clima de cierta tirantez en sus relaciones con Washington, Netanyahu y el establishment político y militar israelí son conscientes de que estas alianzas estratégicas siguen teniendo un peso irreversible. Y más todavía si en el horizonte se avecina el retorno de Trump.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina.

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EL EJE DE LA RESISTENCIA Y LAS PROBLEMÁTICAS DE SEGURIDAD NACIONAL ISRAELÍ

Salam Al Rabadi*

En principio, las guerras complementan la política, pero en Israel las guerras siguen siendo absolutamente la norma y la política es la anomalía. Ha quedado claro que el Estado ocupante no puede mantener su seguridad excepto acumulando medios de fuerza, lo que profundiza su alienación y aumenta la imposibilidad de aceptarla. La fuente de las contradicciones sigue siendo la alienación fundamental y radical de Israel del entorno árabe al que se impuso. En la práctica, esta realidad es insostenible, ni intentando aumentar el poder ni mediante alianzas (públicas y secretas), incluida la firma de inútiles acuerdos de paz.

El camino de la negociación y el proceso de paz árabe-israelí (desde el Acuerdo de Camp David en 1978, pasando por la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, los Acuerdos de Oslo de 1993, el Tratado de Wadi Araba en 1994 y los llamados Acuerdos de Abraham con algunos estados del Golfo en 2020) ha demostrado su fracaso y su total incapacidad para disuadir a Israel y cambiar su comportamiento en materia de seguridad.

La política de acomodación, alianzas de seguridad y maximización de la cooperación económica no condujo a ningún resultado significativo en términos de cambiar las posiciones hostiles de Israel. Al contrario, ha aumentado su rigidez y obstinación. El Estado ocupante ha estado y todavía está enfrentando sus problemas de seguridad a través de una estrategia basada en el rechazo habitual («No») que reflejan sus constantes de seguridad, las más importantes de las cuales son:

    • No a la retirada completa a las fronteras de 1967.
    • No a un Estado palestino con plena independencia.
    • No a detener las operaciones de asentamiento y desmantelar los asentamientos.
    • No al retorno de los refugiados palestinos.
    • No a que ningún país árabe o regional tenga un programa nuclear.
    • No a cualquier desequilibrio en el equilibrio del poder militar.

En consecuencia, la superioridad militar sigue siendo el principal elemento del que depende el Estado ocupante para mantener su existencia. Su singularidad en este ámbito sigue siendo el verdadero pilar de su protección, incluso en caso de que se logre la paz. Donde la teoría de la seguridad nacional israelí siempre se basará en el principio de que la entidad ocupante se basa en un área geográficamente limitada. Por lo tanto, mientras exista vulnerabilidad a nivel de profundidad estratégica, es necesario confiar en una fuerza disuasoria de ataque que preserve la continuidad de Israel.

Sin embargo, como resultado de las victorias estratégicas del eje de resistencia en la guerra de julio de 2006, a través de las guerras de Gaza (2008-2021) y de la guerra global contra Siria (2011-2019), se han producido cambios radicales que conllevan amenazas que tendrán repercusiones muy graves en el destino y en la existencia del Estado ocupante israelí.

En este contexto, las victorias de la resistencia palestina en Gaza en octubre de 2023 fueron una extensión de esta tendencia ascendente en términos de restablecer el equilibrio estratégico entre el eje de resistencia y el Estado ocupante, la cual sufrió varias derrotas severas que la llevaron al escenario de absoluta impotencia. Esta nueva realidad es inseparable del proceso de victorias desde la guerra de julio de 2006 y sus secuelas, que dieron lugar a muchos acontecimientos geopolíticos relacionados con la creciente fuerza del eje de resistencia, entre ellos:

    • Adquirir experiencia de combate no convencional: este eje se ha vuelto capaz en el futuro de librar batallas multinivel que requieren una coordinación logística masiva.
    • Cambiar el concepto militar basado en el desgaste y la defensa y sustituirlo por una estrategia ofensiva preventiva: basada en el principio de penetrar en los territorios ocupados y lanzar incursiones con miles de misiles al mismo tiempo desde varios frentes diferentes. Cambiando así radicalmente la ecuación de disuasión mutua con Israel.

Esto es lo que realmente se vivió en pequeña medida sobre el terreno en la guerra de Gaza de 2021, donde el eje de resistencia, a través del movimiento Jihad Islámico y del movimiento Hamás, pudo adoptar esta estrategia que demostró su eficacia. Las capacidades militares israelíes fueron incapaces de afrontar e interceptar cientos de cohetes que fueron lanzados desde Gaza al mismo tiempo y desde diferentes lugares. Por lo tanto, estos desafíos plantean verdaderos interrogantes que giran en torno a la siguiente pregunta:

¿Es el Estado de ocupación israelí capaz de afrontar todos estos desafíos en cualquier guerra futura?

Es lógico decir que la naturaleza de los desafíos que enfrenta el Estado ocupante a nivel de estructura y concepto de su seguridad nacional ha cambiado de manera dramática y fundamental y entre esos desafíos se encuentran:

    • El eje de resistencia cuenta ahora con enormes capacidades armadas que pueden cubrir todo el territorio del Estado de Israel.
    • El ejército sirio y Hezbolá tienen experiencia militar ofensiva fruto de la guerra de guerrillas con movimientos terroristas apoyados por Occidente e Israel.
    • El eje de resistencia desarrolló su estrategia militar basada en atacar la superioridad aérea y marítima de Israel.

Aquí hay que reconocer que las victorias del eje de la resistencia sobre Israel en las guerras del Líbano, Gaza y Siria han llegado a representar un punto de inflexión estratégico y un verdadero desafío para Israel en términos de su poder disuasivo y el trabajo de sus servicios de inteligencia. Actualmente sufre la pérdida de sus elementos de disuasión más importantes. Por tanto, cualquier nuevo enfrentamiento militar será complejo y alcanzará todas las zonas de toda el área de Israel (desde el río hasta el mar).

Parece que el Estado ocupante nunca estuvo tan amenazado como hoy, como resultado del desarrollo y madurez de las experiencias del eje de resistencia, que ha demostrado que ahora posee una visión militar y política con un enfoque lógico y racional (a nivel de pensamiento y práctica). Podemos decir que las guerras perdidas de Israel y su incapacidad para lograr cualquiera de sus objetivos en Siria, Gaza o el Líbano son evidencia concluyente de la superioridad del eje de resistencia en todos los niveles.

En este contexto, se puede enfatizar que la posibilidad futura es inevitablemente la opción de la guerra y la confrontación integral. La cual no será (como era el caso anteriormente) una guerra convencional que se desarrolle únicamente en tierras árabes y se decida por la superioridad militar israelí. Al contrario, esta vez será una guerra en la que el Estado ocupante no tendrá la iniciativa. Quizás el Estado ocupante pueda iniciar esa guerra, pero lo más importante es cómo la gestiona y le pone fin. Ciertamente no podrá resolverlo en absoluto, pero más que eso, es probable que esta guerra llegue inevitablemente a todas las calles del propio Israel.

En principio, según el patrón de desarrollo de la estrategia del eje de resistencia, es posible enfatizar la posibilidad y capacidad del eje de resistencia de lanzar un ataque integral contra Israel (y no simplemente adoptar una política defensiva), ya sea mediante una andanada de drones y misiles desde todos los frentes (Irán, Irak, Yemen, Líbano, Siria, Gaza), que irá acompañada de un ataque electrónico, de modo que el sistema defensivo «Cúpula de Hierro» sea incapaz de afrontar plenamente un ataque tan grande. Embestida a gran escala capaz de atacar y perturbar bases aéreas y navales, centros militares e infraestructura en todo Israel. Sin mencionar que esto coincidió con la posibilidad de lanzar un ataque terrestre a gran escala a través de todas las fronteras dentro de los territorios palestinos ocupados.

Por ejemplo, según informes y estudios publicados por centros de investigación e instituciones militares israelíes, Hezbollah en particular tiene enormes capacidades militares que le permiten ocupar la región de Galilea en el norte de Israel, con consecuencias nefastas para la entidad israelí. Por lo tanto, si se aborda la ecuación que está ligada a las enormes capacidades misilísticas de la resistencia que fueron activadas en la guerra de julio de 2006 (Haifa y después de Haifa), y si se añade la ecuación de los drones y las capacidades navales (Karish y después de Karish), entonces es lógico que el próximo enfoque futuro sea, al menos de acuerdo con la ecuación: ¡¡el control total de Hezbollah sobre la región de Galilea y más allá de Galilea dentro de la propia entidad israelí!!

* Doctor en Filosofía en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Actualmente preparando una segunda tesis doctoral: The Future of Europe and the Challenges of Demography and Migration, Universidad de Santiago de Compostela, España.

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