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SIGNIFICADO DE LA COOPERACIÓN BILATERAL CON HAITÍ

Pedro von Eyken*

 

Un artículo sumamente motivador de Omar Martín Tejada Pérez, integrante de la SAEEG y oficial retirado de la armada peruana, me llevó a enviarle este modesto aporte a Marcelo Javier de los Reyes. Respondo también a la propia invitación de este último para escribir sobre Haití[1].

Primero me interesa recordar, como siempre que hablo de Haití, que fue el primer país del mundo que reconoció nuestra independencia. Sucedió en 1817, cuando el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Martín de Pueyrredón, envió un agente a dialogar con el presidente de Haití, Alexandre Pétion. El mandatario haitiano estaba interesado en cooperar con la emancipación de los países americanos y era conocida, en ese sentido, su relación con Simón Bolívar, a quien ofreció armas, barcos y soldados para su lucha emancipadora.

Haití fue la primera república negra del mundo y la primera en abolir la esclavitud. Esta liberación impulsó su independencia y en ello Haití sentó un precedente mundial. En el hemisferio occidental, Haití fue la segunda nación en obtener su independencia en enero de 1804, luego de Estados Unidos (1776) y 150 años antes que la mayoría de las naciones africanas. La esclavitud fue abolida en Haití siete décadas antes que en EE.UU. y 90 años antes que en Brasil. Por esos hechos históricos Haití debió pagar un alto precio pecuniario frente a su antigua metrópoli, Francia, y otro político frente a Estados Unidos, que ocupó militarmente el país caribeño de 1915 a 1934. A esos orígenes difíciles como nación independiente en época tan temprana le debe el digno pueblo de Haití buena parte de sus infortunios actuales.

Si seguimos por el título del artículo de Tejada Pérez, también he visitado un orfanato en Haití, sostenido por la generosidad de seres humanos sensibles que, desde el extranjero, comprenden las necesidades materiales y de afecto de miles de niños haitianos. Las familias extranjeras les cambian totalmente la vida a estos chicos en el más amplio sentido de la palabra cambio.

Seguidamente me extenderé en una digresión sobre el rol desempeñado por la Argentina en la Fuerza de Estabilización de la ONU en Haití (MINUSTAH), antes de pasar al punto focal de mi artículo, la cooperación bilateral.

Tomé contacto con la MINUSTAH cuando llegué a Haití, justo cuando esa Misión se estaba retirando. La Argentina tenía el segundo contingente de fuerzas desplegadas en ese país y un general del Ejército Argentino, Gabriel Guerrero, se desempeñó como Segundo Comandante de la Fuerza Militar (Deputy Force Commander) entre 2012 y 2013.

Con el presidente de Haití, Jovenel Moïse.

Nuestro país aportó tropas de paz durante 13 años (2004-2017), donde quedaron de manifiesto la eficiencia y el profesionalismo con que nuestras Fuerzas Armadas llevaron adelante una política de Estado, las misiones de paz en el orden internacional. Argentina desplegó, en esos años, 12.800 cascos azules, hombres y mujeres, que cumplieron su labor en un país muy vulnerable, devastado en enero de 2010 por un terremoto que se cobró más de 300.000 vidas y dejó sin techo a un millón y medio de personas. Entre otros problemas estructurales que conviven con sus encantos, Haití posee montañas deforestadas, altas tasas de desocupación y analfabetismo, enfermedades endémicas como malaria, dengue y tifus y un enfrentamiento político y social que se acentuó a partir de julio de 2018 y aún continúa. En ese contexto complicado, la pandemia de COVID-19 abre un interrogante preocupante, cuando se escriben estas líneas, debido a la elevada vulnerabilidad sanitaria y hospitalaria del país.

Seis años después del terremoto provocó desolación el huracán Matthew, que atacó con virulencia el sur del país en septiembre de 2016, dejando un saldo de más de 800 muertos y miles de desplazados.

Un párrafo destacado, en el ámbito de la MINUSTAH, merece la actuación del Hospital Militar Reubicable Argentino a cargo de nuestra Fuerza Aérea, que culminó en forma exitosa en septiembre de 2017. En esos días recorrí el hospital y escuché numerosas alabanzas. El hospital asistió al personal de la fuerza de paz pero también dio apoyo sanitario a la población local en emergencias y catástrofes. Llevó a cabo más de 200 mil atenciones médicas.

De 2017 a 2019, la MINUSTAH dio lugar a la Misión de Apoyo a la Justicia de la ONU (MINUSJUSTH), con la que coincidí. En ella deseo subrayar el destacado papel que tuvieron los efectivos de la Gendarmería Nacional Argentina (GNA). Cumplieron un rol destacado y reconocido en ambas Misiones de la ONU. En el caso de la MINUSJUSTH, la satisfacción por el desempeño de los oficiales y suboficiales de nuestra GNA me fue expresamente señalada por un general de la gendarmería francesa y otro de la policía canadiense, que dirigieron sucesivamente el componente policial. Fuerzas de nuestra Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) también participaron.

Idéntico profesionalismo, eficiencia y lealtad debo reconocerle a los efectivos de la GNA que integraron el Elemento de Seguridad (custodia) de nuestra Embajada en Haití. Fueron tres grupos, de 12 a 14 oficiales y suboficiales cada uno, hombres y mujeres que protegieron con celo las vidas de mi esposa, de otros funcionarios y empleados de la embajada y la mía propia. Deben desplazarse a Haití solos, sin sus familias, durante un año. Mi gratitud es para siempre.

Hecha esa importante digresión, deseo abordar el punto focal de este aporte, la cooperación bilateral y comienzo con una frase frontal: la relación bilateral con Haití sin cooperación técnica (a veces también humanitaria) vacía de contenido la relación bilateral. La relación política es muy buena; por ejemplo, el apoyo de Haití a nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas ha sido claro y permanente. La relación comercial, en especial de las exportaciones argentinas, se ve limitada por el tamaño relativamente pequeño del mercado haitiano. Y la relación cultural, con sus eventos de difusión, depende de la seguridad del país caribeño. Pero si no se impulsa la cooperación técnica, una embajada en ese país carece de sentido.

Entre 2005 y 2016 se desarrolló en Haití, primero en el norte y luego extendido a otras regiones, un proyecto de cooperación bilateral emblemático, ProHuerta, dedicado a mejorar la horticultura familiar y la seguridad alimentaria. El programa, coordinado por el área de cooperación internacional de la Cancillería Argentina y en el que intervenían el Ministerio de Desarrollo Social y el INTA, con ingenieros agrónomos y promotores haitianos, mejoró de forma tangible esa situación en un país esencialmente agrícola. También participaron agencias de cooperación extranjeras. ProHuerta sirvió, además, para mejorar una deficiencia estructural en Haití como la irrigación de agua. Según una encuesta del Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria (CNSA) de ese país, publicado en 2015, el 93 por ciento de las familias involucradas en el ProHuerta mejoraron su situación alimentaria. El programa, que cumplía 25 años en Argentina, se desarrolló durante una década en Haití, donde llegó a contar con más de 21.000 huertas, 5.200 granjas, 1.500 promotores y beneficiar a más de 140 mil huerteros familiares.

Lamentablemente, el programa se discontinuó en 2016. En 2018 se intentó relanzarlo con un alcance más modesto y una misión de funcionarios de nuestro Ministerio de Desarrollo Social y dos ingenieros agrónomos del INTA se desplazó a Puerto Príncipe. Mantuvimos reuniones con diferentes agencias gubernamentales y extranjeras, como la española y el Programa Mundial de Alimentos. Se avanzó en un alcance acotado a la seguridad alimentaria de la primera infancia, de interés especial de la Primera Dama de Haití. Pero finalmente no llegó a concretarse nada hasta mi traslado a Buenos Aires, en septiembre de 2019.

La cooperación técnica bilateral, a partir de 2017, se limitó a un programa de Apoyo a los Derechos Humanos coordinado por el área de cooperación internacional de la Cancillería, que preveía una semana de actividades en Puerto Príncipe y otra en Buenos Aires, con asistencia de especialistas de ambos países y de las Naciones Unidas. Desconozco si existen planes para reactivar Pro Huerta, aunque lo deseo fervientemente. Todos los países con embajada en Haití (son 20 más la Nunciatura Apostólica) mantienen proyectos de cooperación. Hasta Panamá, el más pequeño de los siete países latinoamericanos con representación en Puerto Príncipe, tiene esos programas. En los gobiernos de Brasil y Chile, en los últimos años, se produjeron fuertes cambios de orientación política, de la centro-izquierda a la derecha, pero se mantuvo la cooperación técnica con Haití. También cooperan Cuba, México y Venezuela.

Como no me resigné fácilmente a abandonar la razón de ser primordial de nuestra relación con Haití, en 2019 intenté modestas formas de cooperación puntuales en lugares distantes uno de otro y de la capital. En marzo visité una escuela rural modestísima, llamada Don Diego de Villaguay, de 150 chicos muy humildes, cercana a la frontera con la República Dominicana. La escuelita surgió hace algunos años por iniciativa del Suboficial David Garcés del Ejército Argentino, un hombre con profundo sentido humanitario que prestó servicios en la MINUSTAH y pertenece a la comunidad adventista. No tienen casi nada, falta de todo. Pero entre la ciudad entrerriana de Villaguay —el pueblo y la intendencia municipal— y la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Haití, sostienen como pueden esa escuela que necesita hace tiempo, entre tantas cosas, un equipo electrógeno y algunas computadoras. Pasamos un par de horas inolvidables con mi mujer y los efectivos de GNA que nos llevaron. Dejamos alimentos para varios días. Los pocos maestros que enseñan en todos los grados, cobran un “sueldo” sólo cuando la comunidad de Villaguay envía dinero que se recauda en alcancías distribuidas en la ciudad entrerriana. Sino, enseñan igual. Los conocí. Me comprometí a conseguir algo de lo que pedían, mantuve reuniones semanas después, durante mis vacaciones en Buenos Aires, pero me fui de Haití sin poder regresar con alguna mejora. La comunidad de Villaguay sigue ayudando como puede y ya piensa en recibir algunos chicos, cuando terminen en esa escuelita, para aprender oficios y el idioma castellano con mate entrerriano. Apenas regresé trasladado a la Argentina, visité en esa ciudad a la Intendenta y a algunos medios de prensa.

En abril del año pasado, al regresar a Haití de mis vacaciones, visité la localidad de Corail, ubicada en el extremo sudoeste de Haití. En esa zona con malaria, a siete horas de camino tortuoso, se encuentra un hospital reequipado por la Argentina a través de la UNASUR. En 2013, fue rebautizado “Presidente Néstor Carlos Kirchner” por ese aporte. La entonces presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, mantuvo una teleconferencia con el anterior presidente de Haití, Michel Martelly, para referirse al acto. Si las dos banderas nacionales se encuentran en ese Hospital, atendido por médicos cubanos y haitianos, el embajador argentino debía conocerlo. Un diputado haitiano, perteneciente a la circunscripción de Corail, nos invitó a almorzar junto al director del hospital. Nos pidieron un equipo de odontología y paneles solares para la deficiente energía eléctrica. También me comprometí a hacer lo posible por conseguirlo. Pero me tuve que ir del país cinco meses después.

En la foto siguiente aparecemos mi mujer y yo en el hospital, junto a médicos cubanos y haitianos, alrededor del monolito con las dos banderas y el nombre del ex presidente argentino de 2003 a 2007.

Podría hablar de otros proyectos que suponen mejoras para un país tan vulnerable. Hasta el presidente de Haití, Jovenel Moïse, al despedirse de mí en el Palacio Nacional dos días antes de irme, me preguntó si sería posible conseguir asesoramiento para introducir vacas lecheras por inseminación artificial, a fin de iniciar una industria láctea que Haití no tiene y para que los niños más humildes tengan una copa de leche en las escuelas. Hoy no la tienen.

Si todo lo antedicho no puede conseguirse por la cooperación estatal, como se vio que no pudo ser, estoy seguro que hay instituciones argentinas que podrían colaborar.

La caridad bien entendida empieza por casa, dice un refrán. Nuestro país también tiene necesidades. Pero si nos quedáramos con el refrán, no existiría la cooperación Sur Sur.

No me faltaron ganas sino tiempo. Ojalá otros puedan conseguir lo que yo no pude. Pertenezco al Servicio Exterior y servir también es eso, en ese país entrañable. Algún día volveré a Haití.

 

* Diplomático de carrera, ex embajador argentino en Haití (2017-2019), licenciado y doctorando en ciencias políticas por la Universidad Católica Argentina.

 

Referencia

[1] TEJADA PÉREZ, Omar Martín. «Haití. Una gota de esperanza en medio del desastre, la adversidad y la burocracia. La historia de la reconstrucción de un orfanato», SAAEG, 16 de mayo de 2020, https://saeeg.org/index.php/2020/05/16/haiti-una-gota-de-esperanza-en-medio-del-desastre-la-adversidad-la-burocracia-la-historia-de-la-reconstruccion-de-orfanato/ 

HAITÍ. UNA GOTA DE ESPERANZA EN MEDIO DEL DESASTRE, LA ADVERSIDAD Y LA BUROCRACIA. LA HISTORIA DE LA RECONSTRUCCIÓN DE UN ORFANATO.

Omar Martin Tejada Pérez*

El orfanato antes de su reconstrucción. Vista exterior. 

Era la mañana de un día a inicios de mes de marzo del 2014 cuando recibí la llamada de Sarah, una amiga estadounidense, quien me estaba invitando a acompañarla a visitar un orfanato donde ella solía llevar ropa, comida y un poco de alegría a los casi 80 niños y niñas que vivían en una estructura de dos pisos hecha de madera sobre un pequeño montículo en una pendiente del barrio de Delmas en Puerto Príncipe, Haití.

En ese entonces, yo era el Comandante de la Compañía “Perú” en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, más conocida como MINUSTAH por sus siglas en inglés, y por las características de mis funciones asistía a un sinnúmero de reuniones de trabajo y sociales en las que me relacionaba con muchas personas del gobierno haitiano y de la comunidad internacional que, por una u otra razón, trabajaban en medio de la situación de inestabilidad e inseguridad de un país históricamente devastado por la naturaleza, pero más aún por la mano del hombre y su codicia.

Fue en una de esas reuniones que conocí a Sarah, una chica de Ohio que vivía su propia aventura haitiana entre los vaivenes de la empresa transnacional para la cual trabajaba y sus constantes cuestionamientos sobre las ironías, injusticias y sufrimiento de un pueblo que dista menos de una hora de vuelo desde Miami y que alguna vez fue refugio de afroamericanos que huían de la discriminación, la esclavitud y la guerra en el siglo XIX, así como también una de las economías más prosperas del Caribe colonial por su producción y exportación de caña de azúcar durante la dominación francesa del país entre el siglo XV hasta inicios del siglo XIX. Hoy, lamentablemente, la tierra de las montañas, Ayiti como se le llama en creole, es la nación más pobre del hemisferio occidental y una de las más pobres del mundo a pesar de todos los esfuerzos de la comunidad internacional para estabilizarla políticamente y lograr su tan ansiado despegue económico en medio de una dinámica perversa, y hasta inverosímil, de intereses mundanos y desastres naturales que parecieran ser teledirigidos a solo la porción occidental de la tan famosa isla “La Española”, la cual es compartida por Haití y República Dominicana.

En medio de toda esta mezcla confusa de riqueza; paisajes y playas paradisíacas; gente linda y alegre que te hace sentir como en casa; música e idioma que te enamoran; vudú que te hipnotiza; historias de piratas que te hacen alucinar; frijoles, bananas y pescado que hacen morderte los labios y rechuparte los dedos una y otra vez; y ron que alimenta la euforia y refuerza los lazos con la cultura local; así como también terremotos; huracanes; tráfico ilegal de casi todo lo imaginable; corrupción, que como una metástasis cancerígena invade sin control todo el aparato estatal; pugnas de poder de grupos criminales que alguna vez fueron aplacados por las fuerzas de cascos azules de la ONU pero que hoy reemergen poco a poco, es como llegué al Sens Universal et Damabiah Orphanage, un orfanato ubicado relativamente cerca al aeropuerto internacional de la ciudad, subiendo una pendiente y siguiendo unos caminos serpenteantes y pintorescos que me hacían respirar confianza y respeto y me daban a la vez la tranquilidad de sentir que estaba en un lugar de amigos, algo que he aprendido a percibir cada vez que he estado en una zona en conflicto, no solo por leer las noticias o lo que se dice de ese sitio, sino también por decidirme a caminar y ver por mí mismo lo que pasa en cada lugar y conocer a su gente.

Al llegar al orfanato, fui recibido por Levy, un moreno de contextura delgada, alto y de una energía calma como si de un monje caribeño se tratara, y por Guelmo, un poco más bajo, atlético y con una sonrisa contagiante, sonrisa con la cual me iba recibiendo cada niño y niña con los que me encontraba, pero que no estaba alineada con lo que sus ojos expresaban. Y es que muchos de ellos eran huérfanos que habían perdido a sus padres durante el terremoto del 2010 y otros, simplemente no podían ser atendidos por estos no teniendo otra opción que entregarlos a la organización y conformarse con visitarlos de vez en cuando, ya que tenían que dedicar su tiempo para salir a ganarse la vida y sobrevivir en una ciudad tan desigual y despiadada donde se puede encontrar una tienda de autos Ferrari en medio de una calle llena de mendigos.

Mis anfitriones me recibieron muy bien y me llevaron a conocer cada rincón del local, con la firme convicción de que por ser un funcionario de la ONU podría lograr conseguir algo de víveres o ropa usada para los niños. En realidad, eso también estaba en mi cabeza, hasta que comencé a darme cuenta de que aquella infraestructura de madera en la que dormían y estudiaban los niños, estaba literalmente despedazándose por la humedad y las inclemencias del tiempo y que, en cualquier momento, se vendría abajo con el potencial de sepultar a todos sus habitantes. En ese instante me pregunté a mí mismo: “¿Para qué estoy acá?, ¿Mi misión es traer un caramelo o tratar de curar una enfermedad? … ¡Tengo que hacer algo!” Así que decidí dos cosas. Una, efectivamente, conseguir ropa, medicinas y atención médica para los niños y niñas, así como también llevarles un poco de alegría con el grupo que la unidad militar peruana había formado con sus hombres y mujeres, los cuales preparaban presentaciones infantiles con música, juegos, disfraces y globos, y en las que esos militares daban todo de sí, en especial su amor, a los niños que corrían a pedirles sus brazos para que los carguen. Y dos, llamé a un amigo, el Comandante de la Compañía de Ingeniería Militar de Paraguay, Coronel German Torres, para pedirle que me asigne un grupo de ingenieros para evaluar la situación y empezar a hacer los estudios de ingeniería a fin de crear un Proyecto de Impacto Rápido (Quick Impact Proyect) y así tumbar la edificación y construir una de material noble.

A los dos días recibí otra llamada, esta vez era Patricia, una española sin pelos en la lengua que sin conocerme me dijo que se había enterado de mi visita al orfanato y que quería apoyar. Ella era representante de la ONG española “Acoger y Compartir” y que, a pesar de no tener personal a su cargo para implementar la obra, tenía un monto considerable de dinero que podía ofrecer para la misma. Yo no podía creerlo, en dos días había conseguido iniciar los estudios de ingeniería que estarían listos en una semana, los cuales incluían los planos, la lista de materiales y mano de obra requerida para ejecutar el plan y, por otro, tenía el dinero que se necesitaba para hacer realidad el mismo… ¿que más podía pedir?… solo necesitaba la autorización de la ONU para poner en marcha lo planeado.

Así pasaron los meses… marzo, nada… abril, nada…, Patricia me rompía el teléfono mañana, tarde y noche para que le diga cuándo desembolsaría el dinero, y los amigos del orfanato me llenaban la bandeja de email con mensajes de desesperanza por algo que no caminaba y que inevitablemente los había llenado de ilusión; mayo, nada… junio, el proyecto ya iba pasando algunos filtros en la ONU… julio, era mi último mes en el país y yo veía con desconcierto como la mayor obra que me había planteado como casco azul durante mi misión en Haití se iba desvaneciendo y yo no entendía el porqué. Al final, cinco días antes de irme, la ONU me informó que el proyecto había sido rechazado porque la licencia de funcionamiento del orfanato no había sido renovada y había expirado hace más de un año, ante lo cual yo no podía hacer nada. No me quedó otra opción que hablar con Patricia y decirle lo ocurrido y luego encerrarme en mi oficina y desfogar mi frustración ante la insensible burocracia que no conoce de crisis humanitarias, y llorar desconsoladamente terminando de preparar mi discurso de despedida que me tocaba dirigir a unos 300 invitados de todos los países que conformaban la misión y autoridades locales que asistirían a mi ceremonia. En ese momento, hubiera preferido no haber hecho tantos amigos y solo esperar mi avión con el desconsuelo que implica no haber cumplido una misión autoimpuesta, más aun tratándose de la ilusión de unos niños.

Al llegar a casa en Lima, comencé a reaccionar y ver que mi misión no había sido en vano, si bien la construcción del orfanato no se había podido concretar, la unidad que tuve la dicha de comandar y el personal que tuve el honor de liderar hicieron mucho por la población haitiana. En seis meses, habíamos realizado más de 600 patrullajes en la provincia de Ouest, nuestra área de responsabilidad que abarcaba unos 3500 kilómetros cuadrados. Apoyamos a la policía haitiana en operaciones contra el crimen organizado y en diversas actividades donde su limitada capacidad requería de nuestra presencia. Brindamos seguridad a diversas delegaciones de la ONU, incluyendo la visita del aquel entonces Secretario General, Ban KI Moon. Resguardamos la integridad del Hospital Argentino de la ONU que, dentro de sus limitaciones, era una de las facilidades médicas mejor acondicionadas para enfrentar cualquier desastre en la capital, así como también de algunos campos de desplazados como los de Coreil Celesse, Jerusalem y Cannan. Llevábamos atención médica a muchos orfanatos y alegría con el grupo “Peru Funny Times”, nombre que le fue puesto a ese grupo de hombres y mujeres que sacaron lo mejor de sí para poder robarles una sonrisa y brindarles calor humano a cada niño y niña que los veía. Pero, a pesar de mi reflexión ya en suelo peruano, todo esto no era suficiente y el vacío que sentía por solo haberles dado un “caramelo” a esos niños y no haber “curado la enfermedad” pudiendo hacer que se construyan las nuevas instalaciones, no dejaba de taladrar mi pecho cada que alguien me preguntaba sobre mi experiencia en Haití.

Así pasaron cuatro meses sin entender mi misión en el Caribe. Así pasaron cuatro meses sin poder librarme de esa frustración y sentimiento de haber fallado. Así pasaron 4 meses en los cuales trataba de entender las contradicciones de Sarah, el desencanto de Patricia, la desesperación de Levy y Guelmo y la desesperanza de los 80 niños y niñas a los que un día les di un caramelo y muy probablemente sabían que era uno más de los que les dan muchos como forma temporal y limitada de suprimir su dolor, al final yo era eso, un extranjero más que pasaba por allí tratando de ser el buena gente del barrio o dándose auto terapia a costa de la desgracia de ellos. Y yo me seguía resistiendo a ser eso.

Llegó diciembre del 2014 y la Navidad avecinaba, las ofertas desbordaban internet, las calles de Lima se iban llenando cada vez más de compradores compulsivos y no compulsivos, los panetones empezaban a llenar las mesas desde el desayuno hasta la cena, bronceador, playa y todas las conversaciones sobre las fiestas de año nuevo y los viajes de verano solo hacían que no terminara de entender si en realidad vivía en el lugar adecuado y con la gente adecuada… solo quería regresar y terminar lo que no acabé en Haití. Hasta que el día 13 recibí un email, y no una llamada, de Patricia. La verdad, no sabía si abrirlo. Pensé que era uno más de esos mensajes sin sentido que se escriben por compromiso en estas épocas del año. Me demoré unos minutos hasta que decidí leerlo y … ¡oh sorpresa!

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De: Patricia

Para: Omar

Asunto: Orfanato Damabiah 

Querido Omar,

¿Cómo estás? ¿Te quedaste en el Perú o has vuelto a viajar? Espero que estés bien.

Llevo mucho tiempo queriendo escribirte para contarte que finalmente hicimos el orfanato. Mi organización encontró dinero y nos pusimos en marcha. Lo inauguramos el 29 de octubre del 2014.

Yo al día siguiente me volví a España y ahora me han contratado en la MONUSCO como civil. Llegué hace una semana y estaré basada en Lubumbashi. Si, por alguna casualidad, vienes por el Congo no dejes de avisarme.

Te mando las fotos del orfanato. Gracias por tu apoyo y entusiasmo. Sin tu ánimo creo que lo hubiese dejado por imposible desde el principio. Tú has contribuido enormemente a que finalmente se hiciera realidad. Espero que te llene de alegría y orgullo.

Un abrazo,

Patricia

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Fue el mejor regalo de Navidad que jamás haya recibido, sentí que la vida volvía a tener un sentido, que todo había valido la pena y que todas las personas que se me habían cruzado en esta historia tenían algo que ver con esto; que yo solo era una pequeña parte de un engranaje que se unía con otro y quizás con muchos más para que esto haya pasado. Simplemente, ¡no podía creerlo!

El interior del orfanato luego de la reconstrucción

El 4 de octubre del 2016 el huracán Matthew golpeó Haití dejando a su paso alrededor de 1000 muertos y devastación por todo el país. Yo me encontraba en otra misión, esta vez en la selva del Perú, y al ver las noticias sobre como la naturaleza se ensañaba una vez más con el pequeño país caribeño solo miré el verde paisaje que tenía al frente, respiré profundamente y pensé en los niños que esta vez estarían a buen recaudo dentro de las nuevas instalaciones de aquel lugar donde reciben amor, educación, y la posibilidad de crecer alejados de los peligros de la ciudad, dándoles la oportunidad de estar sanos y fuertes para que algún día ellos mismos puedan cambiar el destino de su hermoso país. Aquel día, en medio de la situación tan crítica que vivía Haití y los peligros propios de la misión que yo enfrentaba en mi país, solo atiné a dar gracias a la vida por ponerme donde me pone.

 

*Oficial de la Marina de Guerra del Perú en situación de retiro. Graduado con mérito de la Maestría de Seguridad Internacional de la Universidad de Leicester en el Reino Unido. Ha trabajado en la Organización de las Naciones Unidas como Observador Militar en Sudán, Comandante del Contingente Militar Peruano en Haití y como Oficial de Asuntos de Operaciones de Paz en la sede principal de la ONU en Nueva York. Es escritor de artículos profesionales y conferencista en asuntos relacionados a la seguridad y defensa a nivel nacional e internacional.