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SONÁMBULOS EN 1914, APACIGUADORES ANTES DE 1939, INSENSATOS EN 2022

Alberto Hutschenreuter*

En 1914 y en 1939 las relaciones internacionales sufrieron una disrupción mayor. Si bien antes hubo guerras prolongadas y totales, pensemos en la Guerra de los Treinta Años o en la Guerra Civil norteamericana, las confrontaciones que se iniciaron aquellos años fueron no sólo extensas y totales, sino que también fueron a escala mundial y el descenso de la seguridad humana se midió en millones de muertes, heridos y desaparecidos. Sólo basta considerar que en 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, la URSS y China habían sufrido 38 millones de muertos.

Esta última conflagración implicó no sólo el despliegue de medios terrestres navales y aéreos de modo masivo, sino que el carácter de exterminio que asumió la guerra entre algunos actores, por caso, Japón y China o Alemania y la URSS, implicó que sólo la rendición incondicional pondría fin a la contienda. En el caso de Japón, Estados Unidos consideró y decidió necesario utilizar su poder atómico (capacidad letal sin precedente en materia de guerras) para lograr la rendición, si bien es cierto que también hubo otros fines.

Las dos grandes rupturas en el siglo XX, que tuvieron enormes consecuencias, posiblemente pudieron haberse evitado. Puede que no tenga sentido plantearlo, pero ello es pertinente al menos por dos situaciones: por un lado, porque nos muestran que, a veces, los estados preeminentes adoptan decisiones equivocadas o apresuradas que terminan resultando catastróficas; por otro, a la luz de los hechos, pareciera que cuesta considerar el valor de la experiencia, sobre todo atendiendo los hechos que suceden hoy.

En relación con 1914, Henry Kissinger sostiene que llama la atención que la confrontación no hubiera comenzado antes, pues la situación en los Balcanes era más tensa que cuando se produjo el atentado en Sarajevo, a fines de junio de 1914, el hecho que activó una bomba de la que nadie tuvo idea de lo que implicaría cuando finalmente detonara.

Por ello, el historiador Christopher Clark ha calificado a los hombres que tomaban decisiones antes del 28 de julio de 1914, cuando comenzó la guerra, como “sonámbulos”: “[…] no valoraban las consecuencias de las acciones. Lo que para ellos parecía razonable acabó produciendo resultados irracionales”.

Ese estado explica que las potencias preeminentes no salvaguardaran sus relaciones que, más allá de las alianzas y tensiones que había entre ellas, no estaban atravesadas por situaciones irreductibles que solo podían resolverse por medio de las armas. Por ello, con notable precisión, en su excelente obra “Diplomacia”, Kissinger sostiene que “Lo paradójico de julio de 1914 fue que los países que tenían razones políticas para ir a la guerra no estaban sujetos a rígidos programas de movilización, mientras que las naciones con rígidos de movilización, como Alemania y Rusia, no tenían ninguna razón para ir a la guerra”.

En cuanto a la guerra total que comenzó en 1939, hay enfoques, como el del historiador británico Alan J. P. Taylor, que consideran que las responsabilidades están repartidas, pues la diplomacia de apaciguamiento practicada por las potencias occidentales permitió que la concepción geopolítica revolucionaria de la Alemania nazi lograra, “lonja tras lonja”, como decía el general francés André Beaufre, obtener (mientras todavía no estaba en condiciones de desafiar militarmente a aquellas potencias) resultados cada vez más osados, hasta que fue muy tarde para detenerla.

El 24 de febrero de 2022 Rusia puso en marcha lo que denominó “operación militar especial”, una intervención militar en Ucrania en varias direcciones. Posiblemente, el propósito fue tomar rápidamente la capital y capturar al gobierno.

La pregunta aquí es: ¿se trató de una medida propia de un actor con instintos geopolíticos agresivos perpetuos, se debió a una rivalidad ruso-occidental casi protohistórica, o fue consecuencia de la insensatez geopolítica occidental?

Seguramente las respuestas estarán repartidas. Desde los hechos y desde la experiencia, que es lo único que verdaderamente importa, lo que sucedió en febrero de 2022 se debió a la ruptura de códigos geopolíticos que necesariamente deben ser observados por los “actores estratégicos de orden internacional”, es decir, aquellos que deben trabajar por el equilibrio y la estabilidad interestatal, las mayores ausencias en el mundo del siglo XXI.

En materia de hechos, es casi indiscutible que la extensión de la OTAN a los países de Europa central, esto es, Polonia, República Checa y Hungría, era un hecho esperable, más allá de que Estados Unidos había asegurado a Gorbachov que la Alianza no se extendería. Se trataba de una “renta” por la victoria en la Guerra Fría. También más allá, los Estados del Báltico. Pero no limitar la extensión hacia zonas rojas rusas implicaba rebasar los términos de la victoria, algo que Clausewitz habría desaconsejado de plano.

En otros términos, Occidente, y aquí la Unión Europea corre con responsabilidades por no considerar sus intereses y mantenerse invariablemente en su “strategic comfort zone”, nunca reparó (incluso hoy) que la seguridad interestatal exige equilibrios geopolíticos, pues lograr ganancias de seguridad en detrimento de la seguridad de otro siempre tendrá consecuencias, sobre todo si ese otro es un actor de alta sensibilidad territorial.

Aquí es pertinente otro interrogante: ¿era necesario crearle a Ucrania la ilusión de que podría convertirse en miembro de la OTAN? Ello hizo que Kiev descartada cualquier otra alternativa en materia de política exterior y de seguridad. Lo que hemos denominado “doctrina Zelensky” implicó “en la OTAN o nada”. Y fue la invasión y la guerra.

En materia de experiencia, cada vez que los poderes preeminentes pusieron por encima del equilibrio geopolítico y la indivisibilidad de la seguridad los intereses de un actor menor ubicado en zonas geopolíticas de fragmentación, sobrevino la disrupción.

En otros términos, la posibilidad de un orden internacional nunca podrá basarse en intentos relativos con excluir a un actor preeminente o en llevar adelante políticas dirigidas a disminuir su seguridad cercándolo en sus mismas fronteras.

En la primera mitad del siglo XX ocurrieron dos cataclismos internacionales con consecuencias que se extendieron por décadas. En gran medida, las guerras mundiales ocurrieron porque no solo fracasó la diplomacia, sino porque hubo ausencia de firmeza militar cuando los hechos la requirieron, por caso, cuando en 1936 Alemania ocupó la zona desmilitarizada de Renania. En febrero de 2022 se produjo un hecho que derivó en una guerra que está por cumplir un año y que posiblemente ya causó más de 180.000 muertos. Además, no se ven perspectivas de acuerdo, pues las posiciones de las partes se volvieron casi irreductibles, y los “valedores” de Ucrania solo consideran incrementar la asistencia, es decir, mantener lateralizada la diplomacia.

A menos que una ofensiva contundente llevada adelante por alguna de las partes provoque el derrumbe de la otra, la guerra será larga y hasta tendría semejanzas, por la situación estática, con la guerra de trincheras de 1914 -1918. También podría suceder que un incidente o el suministro de armas que le permitan a Ucrania golpear en la profundidad de la retaguardia rusa (de hecho, ello podría suceder con el ya aprobado suministro a Kiev de misiles de máxima precisión GLSDB, con un alcance de 150 kilómetros) suscite una reacción rusa que deje la guerra ad portas de una guerra mundial.

Semejante escenario implicaría otra calamidad mayor para la humanidad, una catástrofe que se podría haberse evitado si no hubiera predominado la insensatez geopolítica sobre el necesario equilibrio geopolítico, y no se hubiera desdeñado la experiencia histórica, la herramienta más valiosa para intentar evitar futuros a los que nunca se hubiera querido llegar.

 

* Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Ha sido profesor en la UBA, en la Escuela Superior de Guerra Aérea y en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Miembro e investigador de la SAEEG. Su último libro, publicado por Almaluz en 2021, se titula “Ni guerra ni paz. Una ambigüedad inquietante”.

 

Artículo publicado originalmente el 09/02/2023 en Abordajes, https://abordajes.blogspot.com/2023/02/sonambulos-en-1914-apaciguadores-antes.html?m=1

LA GUERRA EN EUROPA RUSO-UCRANIANA

Marcos Kowalski*

Básicamente, desde el principio de la historia humana, la guerra, siempre se ha percibido como algo necesario. Heráclito la llama el “padre de las cosas”. Si no hay guerra, no hay división, pero tampoco hay paz. Así, en cierto sentido, la guerra se comprende como un acto cosmológico. Los teóricos griegos de la antigüedad como Tucídides y Sócrates romantizaron la guerra.

Desde el punto de vista etiológico de la guerra en Ucrania, compartimos la interpretación histórica del profesor John Mearsheimer[1]. Tal y como lo expresamos en nuestra nota “Líneas Rojas, Ucrania y la OTAN”[2]. Este conflicto es la consecuencia de la expansión de la OTAN hacia el este y del deseo de Estados Unidos de crear un bastión militar occidental en la frontera rusa mediante la integración de Ucrania en la OTAN.

Recordemos que Mearsheimer escribió el artículo no en defensa del Kremlin, sino de acuerdo con la tesis realista de las Relaciones Internacionales y que fue escrito en 2014 en un contexto distinto al actual. En aquellos años, la entrada de diversos Estados a la OTAN era sumamente visible y las maniobras rusas para anexar la península de Crimea como una región autónoma fueron pacíficas y sumamente eficaces.

La expansión de la OTAN es una estrategia que la Federación de Rusia ha declarado absolutamente inaceptable desde la Cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en 2008, en la que se anunció por parte de la alianza atlántica la intención de integrar a Georgia y Ucrania.

Sin embargo y a pesar de la oposición de Rusia, en los años comprendidos entre 2008 y 2022, Estados Unidos intentó integrar gradualmente a Ucrania en la OTAN, aunque de facto y no de iure. En 2014 impulsó la desestabilización del gobierno en funciones y la instauración de un gobierno ucraniano favorable a Occidente y en los años siguientes puso a las FFAA ucranianas al nivel de preparación y armamento de la OTAN.

El año 2021 fue testigo de una importante aceleración de la integración de facto de Ucrania en la OTAN: importantes entregas de armas, grandes maniobras militares conjuntas y, en noviembre de 2021, la renovación del convenio bilateral entre Estados Unidos y Ucrania, que reafirmó la intención común de integrar a Ucrania en la OTAN también de iure.

En diciembre de 2021 la Federación de Rusia, que en los meses anteriores había desplegado un contingente militar en la frontera ucraniana listo para entrar en acción, propuso a Estados Unidos una solución diplomática, en la inusual forma de un proyecto de tratado hecho público.

Las demandas rusas son: una Ucrania neutral y la aplicación efectiva de los acuerdos de Minsk para la protección de las poblaciones ruso parlantes del Donbass, donde desde 2014 se desarrolla una guerra civil apoyada extraoficialmente por los gobiernos ucraniano y ruso. Estados Unidos respondió en forma ambigua y poco satisfactoria para los rusos.

Como es de público y notorio, el 24 de febrero de 2022, la Federación Rusa intervino militarmente en Ucrania. Las guerras no son divertidas y, ciertamente, no son eventos deportivos. Las guerras no se ganan enumerando el equipo que la OTAN o EEUU va a entregar a Ucrania, ni quejándose de eso, en el caso de los rusos; tampoco con NO informar sobre situaciones críticas y derrotas.

Sobre el desarrollo de los combates propiamente dichos, los rusos intervienen con un contingente militar de unos 180-200.000 hombres, superando en número al ejército ucraniano en aproximadamente 3:1; los manuales tácticos prescriben una proporción inversa atacante/defensor (al menos 3:1 a favor del atacante, para compensar la ventaja de la defensa).

Desarrollan ataques en cinco direcciones, tanto en el sureste como en el noroeste de Ucrania. Los ataques en el noroeste son ataques secundarios, una amplia maniobra de distracción destinada a aferrar las tropas ucranianas en defensa de Kiev y de los demás centros afectados por la maniobra, para configurar el campo de batalla en el sureste, en el Donbass, hacia donde se dirigen los ataques principales.

En tres o cuatro semanas, la maniobra de distracción rusa tuvo éxito. A finales de marzo, las tropas rusas que habían desarrollado ataques secundarios en el noroeste se retiraron, mientras que el grueso de las fuerzas rusas se desplegó en casi todo el Donbass, infligiendo grandes pérdidas principalmente materiales al ejército ucraniano gracias a su clara superioridad en artillería y potencia de fuego de misiles.

Hasta finales de marzo de 2022, parece que la “diplomacia armada” rusa pudo tener éxito: entre el 24 de febrero y finales de marzo, se celebraron siete reuniones diplomáticas entre Rusia y Ucrania y a finales de marzo, el presidente Zelensky declaró oficialmente a los medios rusos independientes que está dispuesto a negociar la neutralidad de Ucrania y la solución del problema de las poblaciones ruso parlantes del Donbass.

Pero el 7 de abril de 2022 el Primer Ministro británico Boris Johnson visitó al presidente ucraniano Zelensky, y declaró oficialmente que «Ucrania ha superado los pronósticos “desafiado las probabilidades” y ha hecho retroceder a las fuerzas rusas hasta las puertas de Kiev, realizando la mayor hazaña armamentística del siglo XXI. A partir de entonces, cesaron todas las relaciones diplomáticas entre Ucrania y la Federación de Rusia.

La interpretación según la cual la pequeña Ucrania derrotó a la gran Rusia en el campo de batalla se basa en una lectura de las primeras semanas de la guerra radicalmente distinta de la que hemos visto más arriba. Según esta interpretación, el objetivo ruso habría sido la toma de Kiev y el “cambio de régimen”, el derrocamiento del gobierno ucraniano y su sustitución por un gobierno títere prorruso.

Los ataques en el noroeste serían ataques principales fallidos, no ataques secundarios como parte de una amplia maniobra de distracción. Ésta es una posible interpretación, que de ser cierta denuncia una grave inadecuación militar y política de la Federación de Rusia: es imposible alcanzar objetivos tan ambiciosos con un despliegue de fuerzas tan reducido y una intensidad de conflicto tan baja.

A partir de esta interpretación, en Occidente ha cristalizado la certeza oficial de que es posible infligir una derrota militar decisiva a Rusia y que, por lo tanto, es realista fijarse objetivos estratégicos maximalistas, como la sangría de Rusia y su desestabilización política mediante la presión militar y las sanciones económicas, así como con la activación de las fuerzas centrífugas.

El objetivo final es la expulsión de Rusia de las filas de las grandes potencias, la instalación de un gobierno prooccidental y, posiblemente, la fragmentación política de la Federación Rusa. Estos objetivos maximalistas fueron reivindicados oficialmente el 24 de abril por los Secretarios de Defensa y de Estado estadounidenses, los países europeos y de la OTAN, con la excepción de Turquía y Hungría. Pero en el campo de batalla la realidad es que la relación entre las pérdidas ucranianas y las rusas es claramente desfavorable para los ucranianos, tanto por la superioridad de la potencia de fuego rusa como porque las operaciones militares ucranianas están fuertemente influenciadas por la necesidad de justificar, ante los gobiernos y la opinión pública occidentales, el colosal y casi unánime apoyo político y financiero a Ucrania.

Por supuesto, la valerosa resistencia ucraniana no debe atribuirse únicamente a a la necesidad de justificar la ayuda que recibe, para una gran parte de la población, el conflicto con Rusia se ha convertido en una guerra de supervivencia nacional, que se integra con una guerra civil y una guerra por poderes entre Rusia y los Estados Unidos de América y la OTAN.

Pero ¿Puede Ucrania, con el apoyo y alianza de la OTAN y Estados Unidos, realmente ganar este conflicto? En términos simples pero claros: para ganar, la potencia más débil debe asegurarse de que para la potencia más fuerte, el juego de la victoria no vale la pena de la guerra total.

Ucrania es el faible, Rusia el fuerte. Incluso con la ayuda occidental, los recursos estratégicos de Ucrania (población, poder económico latente, poder militar manifiesto, tropas movilizadas y movilizables, profundidad estratégica) siguen siendo órdenes enteros de magnitud inferiores a los recursos estratégicos de Rusia.

Para repetirlo: una potencia claramente más débil sólo puede ganar a una potencia claramente más fuerte si hace que la relación coste/beneficio de la victoria sea desfavorable para la potencia enemiga. Es una victoria costosa (Guerra de Vietnam: 58.000 bajas estadounidenses, 849.000 bajas vietnamitas + 300-500.000 desaparecidos, estimaciones del gobierno), pero es una victoria posible.

Así es como Vietnam y Afganistán ganaron contra Estados Unidos y la URSS, ambos con recursos estratégicos muy superiores. Si las dos grandes potencias hubieran decidido comprometer plenamente sus recursos estratégicos, Vietnam y Afganistán no habrían podido evitar la derrota total. Estados Unidos y la URSS no lo hicieron porque lo consideraron políticamente insostenible: pérdidas demasiado elevadas, compromiso político, económico y militar a largo plazo inaceptable, creciente oposición interna a la guerra, etc.

Los objetivos declarados de Occidente suponen una amenaza existencial para el gobierno, el Estado, la sociedad y las naciones rusas. Por tanto, los dirigentes rusos están persuadidos de que en la guerra de Ucrania se juegan el todo por el todo, están dispuestos a hacer literalmente cualquier cosa para ganarla, y lo dicen repetidamente de forma oficial.

Por tanto, están dispuestos, de hecho, obligados, a desplegar al máximo todos los recursos estratégicos rusos para ganar la guerra a la OTAN y a Ucrania, sin embargo, ganar no significa ocupar Ucrania, situación que podría volverse políticamente inaceptable, ganar la guerra para Rusia es asegurar sus fronteras y las líneas rojas que proporcionen seguridad a las mismas. Queda demostrado con la escalada política rusa que es la anexión a la Federación de Rusia de las cuatro provincias de Donbass. El gobierno propone a la Duma que en octubre vote unánimemente a favor, la anexión de cuatro oblasts del Donbass: las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporizhzhya y Jersón, tras un plebiscito organizado por las autoridades rusas de ocupación.

Ésta, que no fue mencionada en Occidente, es la escalada política más decisiva de toda la guerra, porque con ella Rusia quema sus naves a sus espaldas y anuncia implícitamente su firme decisión de comprometer todos sus recursos estratégicos hasta el amargo final para lograr la victoria sobre Ucrania y sus aliados occidentales.

Para que Rusia se retire de la anexión, devolviendo a Ucrania territorios que se han convertido formalmente en territorio nacional de la Federación de Rusia, Ucrania y sus aliados tendrían que infligir una derrota decisiva a toda la Federación Rusa y hacerla capitular.

En la filosofía de combate “guerra de maniobra”, en alemán Bewegungskrieg, “guerra de movimiento”, se busca destruir la cohesión enemiga mediante una serie de acciones rápidas, violentas e inesperadas que produzcan un deterioro rápido y turbulento de la situación a la que el adversario no pueda hacerle frente.

Mientras que la denominada guerra de fricción, pretende desgastar gradualmente las capacidades de combate del enemigo con la aplicación prolongada y constante de una fuerza superior; la guerra de maniobra pretende destruir rápidamente las capacidades de combate del enemigo encontrando o creando, y explotando hábilmente, el Schwerpunkt, el punto decisivo vital y débilmente defendido en el despliegue del enemigo.

Como señala Clausewitz, no existe una “ciencia de la victoria” y la lógica que rige la guerra no es lineal, sino paradójica, como ilustra el dicho romano “si vis pacem para bellum”. La guerra de maniobra se ve favorecida por ejércitos que sufren una clara desventaja en la guerra de desgaste: ejércitos más pequeños, con capacidades materiales o logísticas inferiores a las del enemigo.

En esta fase, el conflicto ucraniano, que en las dos fases anteriores fue una combinación de maniobras y fricciones, se estabiliza en forma de guerra de desgaste, el tipo de conflicto en el que más pesa la disparidad de recursos estratégicos entre los contendientes.

Desde un punto de vista militar, los ucranianos harían mejor en tomarse un descanso, reorganizar sus reservas, reforzarlas y entrenarlas, y ahorrar hombres y medios para futuras contraofensivas. En efecto, una potencia con muchos menos recursos estratégicos que el enemigo sólo puede esperar derrotarlo con una guerra de maniobra hábil, agresiva y, sobre todo, rápida: en una guerra de desgaste, el tiempo juega a favor de la potencia con mayores recursos estratégicos.

Debemos considerar posible que el Alto Mando occidental (la OTAN y EEUU) este cometiendo un tremendo error en este conflicto ucraniano. Han subestimado enormemente los recursos actuales de Rusia: de este error de la inteligencia militar se derivan las constantes proclamas de que Rusia estaba a punto de agotar sus reservas de misiles, proyectiles de artillería, etc. Proclamas que se han ido revelando cada vez más grotescas y alejadas de la realidad; han subestimado gravemente su capacidad de generar nuevas fuerzas humanas y materiales a corto y medio y largo plazo: de ahí la errónea valoración del impacto de las sanciones económicas sobre Rusia, erróneamente consideradas como rápidamente incapacitantes.

Se subestimaron gravemente la cohesión política y social de los dirigentes rusos, su voluntad de lucha y de agruparse en torno a la bandera: de ahí los anuncios cada vez más ridículos de un inminente derrocamiento del gobierno ruso como consecuencia de la disidencia de la población y de sectores decisivos de la clase dirigente.

No todos en Estados Unidos son favorables a una escalada maximalista en Ucrania, ni están convencidos de que se puede derrocar a Rusia. En noviembre y de nuevo en diciembre de 2022, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, hizo declaraciones públicas, en las que pedía la apertura de conversaciones diplomáticas con Rusia y afirmaba que “no se puede pedir más a los ucranianos”.

En enero de 2023 el gobierno ruso reconfiguró el mando militar de las operaciones en Ucrania y anunció una reforma estructural más general de sus Fuerzas Armadas. El militar ruso de más alto rango, el General Gerasimov[3], Jefe del Estado Mayor de las FFAA rusas, recibe el mando general de las operaciones en Ucrania, mientras que el General Surovikin retoma su anterior función de Comandante de las Fuerzas Aeroespaciales.

En esta nueva restructuración el Kremlin restablece los distritos militares de Moscú y Leningrado, ordena la formación de un nuevo grupo del ejército en Carelia, en la frontera finlandesa, y la creación de doce nuevas divisiones del ejército. También anunció que para 2026 aumentaría el tamaño de su aparato militar en servicio permanente efectivo hasta 1,5 millones de hombres.

Al mismo tiempo, los principales dirigentes rusos comienzan a declarar públicamente que la guerra en curso en Ucrania es, de hecho, una guerra entre Rusia y la OTAN. Estas declaraciones públicas tienen un valor propagandístico interno, pero interpretadas a la luz de las reformas militares en curso sugieren con un alto grado de verosimilitud que los responsables rusos se están preparando para el peor de los escenarios, es decir, para una intervención directa de las fuerzas occidentales en el conflicto ucraniano.

Es imposible, mientras dure la guerra, tener cifras fiables de bajas. Tanto Ucrania como Rusia juegan sus cartas e intentan imponer su línea narrativa Y más allá de las evidencias incontestables que expone la brutalidad de la guerra, hay cada vez más espacio para falsas afirmaciones sensacionalistas, que encuentran en las redes sociales un gran altavoz, especialmente entre los jóvenes.

El auge de plataformas como Twitter, Telegram o TikTok incentivan el consumo de contenido breve, fácil de digerir y con gran carga emocional, que a menudo incluyen llamadas a la acción, una táctica efectiva para activar a las personas y hacerlas partícipes de un movimiento o ideología.

A finales de enero de 2023, fuentes occidentales como Strategic Forecasting, vinculada a la CIA, habla de más de 300.000 muertos ucranianos, con unas pérdidas totales irrecuperables de unos 400.000 hombres. Las evaluaciones occidentales no oficiales más recientes de las pérdidas irrecuperables rusas hablan de 20.000 muertos y 30.000 desaparecidos y heridos graves.

Incluso con toda la cautela necesaria, es bastante probable que la proporción de pérdidas ucranianas frente a las rusas se sitúe entre 10:1 y 5:1. Recordemos que, en las principales batallas de la II Guerra Mundial, la proporción de pérdidas entre vencidos y vencedores fue de aproximadamente 1,3 a 1,5: 1.

El ejército ucraniano no parece capaz de preparar una contraofensiva a gran escala en un futuro próximo: debido al elevadísimo número de bajas, especialmente de oficiales y suboficiales veteranos; debido a la escasez de material bélico, a pesar de los renovados envíos de armamento occidental; debido a la creciente desorganización de las estructuras de mando militar; y debido a la creciente y progresiva degradación de las condiciones económicas y sociales en toda Ucrania.

En los análisis de las guerras mientras estas están ocurriendo, solo se pueden hacer diagnósticos y nunca pronósticos pero, en resumen, en esta fase de la guerra empieza a quedar claro que el aparato militar ruso ha conseguido, o está a punto de conseguir, las condiciones necesarias y suficientes para dar al conflicto la dirección deseada por su mando militar y político. Obviamente, sólo el kremlin y su Alto Mando sabe, o sabrá, cuál es esta dirección.

Para Rusia es hoy ventajoso evitar una aceleración del conflicto, tanto por los riesgos de fracaso y los costes humanos siempre asociados a las acciones ofensivas a gran escala, como para no servir una carta decisiva al “partido de la guerra total” estadounidense, que en la onda de la emoción podría iniciar una implicación directa y formal de las fuerzas occidentales en la guerra.

Como, por ejemplo, el lanzamiento de una “coalición de voluntarios” como propuso en noviembre de 2022 el General (retirado) David Petraeus, es decir, con tropas polacas, rumanas, bálticas, etc., interviniendo bajo su propia bandera, pero no como miembros de la OTAN, a raíz de una petición de ayuda militar del gobierno ucraniano: una estratagema legal para evitar un conflicto directo abierto OTAN-Rusia.

En pocas palabras, un año después del comienzo de la guerra está claro que una victoria militar ucraniana decisiva sobre Rusia es materialmente imposible, por mucho que la ayuda occidental continúe, o incluso aumente, en su forma actual. La situación sólo puede cambiar con una implicación directa de las tropas occidentales.

Sin embargo, empieza a surgir la duda, incluso en las direcciones político-militares occidentales, de que una implicación directa de las tropas occidentales en la guerra no sea suficiente para asegurar, o al menos hacer altamente probable, una victoria decisiva sobre Rusia. Dudas tienen sobre todo los militares: por eso la facción estadounidense partidaria de la desescalada se apoya en el Pentágono; en un conflicto directo entre las fuerzas occidentales y Rusia, las bajas occidentales se contarían por decenas de miles, un coste humano difícil de justificar políticamente.

Para este observador el conflicto presenta dos alternativas de resolución: la primera alternativa es la reducción de daños, una desescalada del conflicto ucraniano que se traduzca, en Occidente, en una clara derrota político-diplomática, una fuerte pérdida de prestigio disuasorio, la posible apertura de fallas de crisis en el sistema de alianzas y graves reacciones políticas internas, por ejemplo, una grave deslegitimación general de la clase dirigente.

La segunda alternativa es la huida hacia adelante, una escalada total del conflicto, con la posible —de hecho probable— implicación directa de tropas occidentales; el riesgo de una guerra convencional de alta intensidad para la que Estados Unidos y la OTAN no están preparados; la posible implicación futura de territorio nacional estadounidense y, en perspectiva, la creciente posibilidad de una degeneración nuclear del enfrentamiento.

* Jurista USAL con especialización en derecho internacional público y derecho penal. Politólogo y asesor. Docente universitario. Aviador, piloto de aviones y helicópteros. Estudioso de la estrategia global y conflictos.

 

Referencias

[1] El artículo de John Mearsheimer, “Why the Ukraine Crisis Is the West’s Fault. The Liberal Delusions That Provoked Putin” (“Por qué la crisis en Ucrania es culpa de Occidente”), https://www.mearsheimer.com/wp-content/uploads/2019/06/Why-the-Ukraine-Crisis-Is.pdf, ha desatado discusiones entre los teóricos de las Relaciones Internacionales desde que fuera publicado en el año 2014.

[2] Marcos Kowalski.  “Líneas Rojas, Ucrania y la OTAN”. Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG, 06/01/2022, https://saeeg.org/index.php/2022/01/06/lineas-rojas-ucrania-y-la-otan/

[3] Sobre el Gral. Valeri Gerasimov, ver: “Conflictos híbridos y la doctrina Gerasimov. Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales, SAEEG, 10/07/2022, https://saeeg.org/index.php/2021/07/10/conflictos-hibridos-y-la-doctrina-gerasimov/

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TARDE Y MAL, COMO DE COSTUMBRE

F. Javier Blasco*

La Comunidad Internacional (CI) y todos los organismos que la integran, viven, moran o pululan en su entorno son un cumulo de “buenos y grandes propósitos” pero excesivamente lentas o improductivas en sus resoluciones. Resoluciones o decisiones que muchas veces llegan tarde, resultan ineficaces, demasiado descafeinadas o inservibles para paliar los efectos del problema que las suscitó.

De entre todos ellos y dejando a un lado a la ONU, que se lleva el primer premio en ineficacia, destaca la UE; esa costosísima y mastodóntica organización en la que están basadas tantas ilusiones y esperanzas aunque sigue sin cambiar sus ritmos o el guion para decidirse a intervenir con eficacia y rotundidad en lugares o momentos decisivos.

Tradicionalmente, aunque casi siempre a trancas y barrancas, sigue placida y tranquilamente los pasos marcados por el Tío Sam y suele llegar no solo tarde, sino también mal allí donde se esperaba una mayor rapidez o enérgica decisión en asuntos que son propios por afectar a sus intereses, de su incumbencia según sus estatutos, heredados del devenir de las cosas o salpicados por circunstancias vecinas o cercanas.

Se llegó tarde a impedir el vergonzoso Brexit y sus consecuencias tan terribles para tiros y troyanos; no se ha manejado bien ninguna de las sucesivas crisis económicas al introducir peligrosos cambios de criterio; es patente su indecisión con Suramérica o África o ante las crisis de refugiados y la pandemia del coronavirus mostró no solo grandes deficiencias en materia sanitaria, sino en coordinación, cooperación y economía de esfuerzos, así como en la protección de sus gentes y fronteras.

En materia político democrática, bandera que saca y ondea al viento en cualquier ocasión o motivo, dejamos mucho que desear; la ordenes europeas de detención no se aplican entre sus miembros; algunos países como Hungría y Polonia han venido haciendo de su capa un sallo en materia de control de los órganos de la administración de justicia y en su forma de cubrirlos sin que, durante mucho tiempo, se tomaran medidas coercitivas contra ellos. Hecho éste que ha sido vergonzosamente copiado por España, a la que, de momento y mucho me temo que, de forma definitiva, tan solo se le han dirigido unas pequeñas ‘reprimendas’ en formato de recomendaciones a pesar de haber llevado a cabo acciones de dudoso pelaje democrático y muy intrusivas en el sistema de funcionamiento y cobertura democrática de cargos de sus elementos fundamentales.

Asistimos con autentico pavor a los debates sobre seguridad y defensa con los que llevamos años analizando el sexo de los ángeles y cuál sería la posición más conveniente para ser tomados en serio internacionalmente o pudiéramos dotarnos de una posibilidad de intervención o defensa más que suficiente que nos diera consistencia y aumentara nuestra sensación de seguridad basada en capacidades propias y no ser tan dependientes de una dubitativa OTAN que siempre camina de la mano de EEUU sobre un delicado hilo de alambre que, cualquier día, se puede romper.

Llevamos casi un año con la guerra en Ucrania llamando a nuestras puertas y somos incapaces de tomar una acción conjunta lo suficientemente seria a pesar de que dicho conflicto afecta de lleno a nuestros vecinos, las propias fuentes de energía y las soluciones ante las amenazas rusas.

Los ucranios, con su presidente Zelenski a la cabeza, tras ciertas escaramuzas o reacciones de diversas consecuencias, han aprendido la lección de que solo con trajes de invierno, un gran coraje y mucho amor a su tierra, no se puede hacer frente a un mastodonte como es Rusia en manos de un lunático, a quien no le importa sacrificar a miles de sus hombres, la propia economía e invertir lo que sea necesario en armamento con tal de ver satisfecho su ego.

En este contexto y como la ayuda militar exterior había decrecido mucho salvo por parte de EEUU, ha aparecido sobre el tablero la necesidad de que la CI le dote de carros de combate más modernos, potentes y eficaces tipo: Leopard (alemán), Abrams A1 (norteamericano) o el Challenger 2 (británico) entre otros, para hacer frente sin paliativos a la dura contraofensiva que esperan para esta primavera.

Tras muchos dimes y diretes, el presidente Biden decidió recientemente mandar 31 carros de combate (número equivalente a un Batallón de carros ucranio) y presionar a su colega alemán a que haga un gesto similar y que, además, permita a países europeos (Polonia y la República Checa entre otros) —que cuentan en sus dotaciones con dicho carro del mismo o anteriores modelos— a mandar estos sin las restricciones contractuales de su empleo fuera del territorio europeo.

Anteayer, se tomó la decisión al respecto y Alemania dotará con una Compañía de dichos carros a Ucrania (unos 12) y los polacos y los checos se aprestan a donar un número indeterminado lo antes posible, así como el Reino Unido ha marcado una fecha muy próxima para que lleguen sus carros. Incluso Marruecos, que no tiene nada que ver en este entierro, ya ha mandado unos 20 carros T-72 recientemente modernizados y sin tanta alaraca.

España y nuestro presidente, especialista en márquetin y en vender humo, ante la precipitación de las decisiones de los demás y por no quedarse atrás —como venía haciendo tal y como se demostró al no acudir y menospreciar la cumbre de Ramstein el pasado día 20 donde se discutieron los apoyos internacionales a prestar— a pesar de la oposición de una parte del gobierno y de los partidos que le sustentan en el cargo, cambió sus reiteradas negativas y justificaciones de obsolencia e inoperatividad de la mayoría de nuestras existencias de ese tipo, a anunciar un apoyo, indefinido en todos los aspectos como el modelo (hay varios), cantidad, recuperación de su operatividad, plazos de entrega, piezas de repuesto, entrenamiento de tripulaciones y personal de mantenimiento.

Está claro que estos movimientos políticos solo suponen una venta de humo, agitar el adormecido público, mostrase dispuesto a cambiar de imagen y no quedarse en el pelotón de cola; cosa que mucho me temo, será así finalmente, porque tanta palabrería y gestos huecos mostrando giros bruscos de opinión, no gustan nada a nadie y menos a nuestros aliados.  

En cualquier caso, las sofisticadas máquinas de guerra actuales no son sencillos juguetes que se arrancan y se sale al campo con ellos sin realizar previamente muchas semanas de adiestramiento, su mantenimiento es difícil y sofisticado y las piezas de repuesto no suelen ser compatibles.

Mezclar tantos modelos en un mismo cesto en manos inexpertas puede suponer que se queden todos fuera de servicio en poco tiempo, salvo que se les adiestre adecuadamente y se mantenga in situ un apoyo en mantenimiento más que adecuado, como exigen los tiempos de guerra; elementos que justifican la exigencia de Zelenski para que los apoyos se centraran en los Leopard, el mejor carro actual.

Mucho me temo que toda esta parafernalia, exigirá demasiados esfuerzos extras y mucho tiempo; tiempo, que no dispone Ucrania, y no será más que otro brindis al sol de la CI para acallar sus insanas conciencias y que algunos políticos, muy cercanos a nosotros, han visto una gran oportunidad en mejorar su imagen personal al cambiar de opinión de forma súbita.

 

* Coronel de Ejército de Tierra (Retirado) de España. Diplomado de Estado Mayor, con experiencia de más de 40 años en las FAS. Ha participado en Operaciones de Paz en Bosnia Herzegovina y Kosovo y en Estados Mayores de la OTAN (AFSOUTH-J9). Agregado de Defensa en la República Checa y en Eslovaquia. Piloto de helicópteros, Vuelo Instrumental y piloto de pruebas. Miembro de la SAEEG.