ANÁLISIS A 20 AÑOS DEL 11-S Y PERSPECTIVAS DE UNA NUEVA POLÍTICA IMPERIALISTA.

Marcelo Javier de los Reyes*

Imagen de David Mark en Pixabay 

Antes de analizar las consecuencias de los ataque del 11-S. en principio habría que hacer una gran digresión y remontarnos varios años antes de ese día fatídico para comprender la complejidad del tema. Porque ¿cuál fue el desenlace de esos hechos? La ocupación de Afganistán, en la que ya los Estados Unidos estaban involucrados antes del 11-S, ya antes incluso de la invasión de la Unión Soviética con el sostén financiero, en armas y de inteligencia, que se produjo en el marco de la “Operación Ciclón” de la CIA, con la intervención de Arabia Saudí, el Reino Unido, Pakistán y la República Popular China, en el marco de las relaciones originadas a partir de la denominada diplomacia del ping-pong, pergeñada por Henry Kissinger y Richard Nixon. Esto es mencionado por Tim Weiner en su libro Legado de Cenizas. La Historia de la CIA, y por el propio Kissinger en su libro China.

A ello se suman los intereses de las compañías petroleras, principalmente UNOCAL, que desplazó un proyecto de gasoducto que estaba llevando a cabo la empresa argentina Bridas —que ya contaba con derechos exclusivos otorgados por Afganistán y Pakistán—, cuyo presidente era Carlos Bulgheroni, de una extensión de más de 1.400 kms desde los yacimientos de Yaslar, en Turkmenistán —donde operaba Bridas— a Pakistán. UNOCAL debió desentenderse de ese proyecto —financiado por Arabia Saudí— después de los atentados a las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, el 7 de agosto de 1998. Las presiones sobre la petrolera estadounidense fueron tan fuertes que tres días después del 11-S, el ejecutivo de esa empresa difundió un comunicado en el que tomaba distancia del gobierno talibán y que había dejado sin efecto sus proyectos en Afganistán.

Del mismo modo, debe recordarse que, en agosto de 1998, el presidente Clinton ordenó bombardear “bases militares” en Sudán y Afganistán, el mismo día en que la ex becaria de la Casa Blanca, Mónica Lewinsky debía testificar ante el Gran Jurado Federal sobre sus relaciones con Clinton. También que esa operación militar se llevó a cabo en momentos en que el mundo musulmán se disponía a celebrar el Ramadán. En ese entonces, el embajador de Sudán ante las Naciones Unidas, Elfaith Erwa, anunció que presentaría una protesta ante el Consejo de Seguridad debido a que su gobierno había expulsado a Bin Laden de su país en 1996, precisamente a pedido del gobierno de Washington.

Los atentados de 2001 en Nueva York y Washington fueron la causa de una serie de fuertes cambios, tanto dentro de los Estados Unidos como a escala internacional.

En lo interno se aprobaron leyes restrictivas como la denominada Ley Patriótica, que permitió al gobierno una recolección masiva de datos sobre las comunicaciones entre ciudadanos de Estados Unidos y residentes. Se produjo una fuerte restricción sobre las libertades.

Progresivamente los controles se fueron incrementando conforme se iban incorporando avances tecnológicos aplicados a la recolección de información.

Se llevaron a cabo una serie de medidas secretas por partes de los servicios de Inteligencia que luego fueron reveladas por Edward Snowden, quien hizo público los programas de vigilancia masiva e indiscriminada (PRISMA, Tempora, XKeystore, etc.) llevados a cabo por los Estados Unidos, incluso contra líderes de países aliados.

Se trató de una legislación que permitió el control social institucionalizado. De ese modo, la NSA tuvo carta blanca para la recolección de metadatos telefónicos de millones de ciudadanos que podía almacenar por un período de cinco años.

En materia de Inteligencia se creó el Departamento de Seguridad Nacional y se fusionaron veintidós agencias gubernamentales, incluyendo:

  • el Servicio de Inmigración,
  • la Guardia Costera y
  • la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA).

A escala global, cambió la visión que se tenía acerca del terrorismo, fenómeno que existe desde tiempos remotos, pero que a partir del 11-S incorpora el concepto de “terrorismo islámico”, lo que también conlleva a una estigmatización del islam.

La introducción de este concepto, desde lo social, llevó a la estigmatización de los ciudadanos musulmanes e, incluso, derivó en una islamofobia que aún perdura y que se ha desarrollado a partir de las migraciones que, en buena medida, se incrementaron notablemente desde la intervención de los Estados Unidos, de la OTAN y de los países aliados, tanto en Afganistán como en Iraq, Libia y Siria y que afectan directamente a Europa.

En el marco de la Inteligencia, el terrorismo islámico pasó a ser el principal objetivo de los organismos de Inteligencia, por encima de otras amenazas transnacionales como el narcotráfico, el tráfico y trata de personas, el lavado de dinero, etc. En todo caso, se puso el foco en el financiamiento del terrorismo que, en el caso de la población islámica tampoco podía abordarse con precisión por el sistema denominado hawala, una modalidad de transferencia de dinero alternativa, en la que existe un menor nivel de registro o vigilancia. Su uso abarca tanto los envíos locales de dinero como los realizados a gran distancia entre distintos países.

Esto fue grave para los países como los nuestros, los de América, que debieron establecer prioridades de defensa y de seguridad, así como hipótesis de conflictos que nos fueron impuestas por las potencias dominantes, sin que nuestros países pudieran definir sus propias prioridades.

La forma de viajar, de desplazarse, también se vio afectada, principalmente en lo referente a los vuelos internacionales. Se tomaron medidas tanto respecto de la seguridad en los aeropuertos, como dentro de los propios aviones.

Los controles dentro del territorio de Estados Unidos llegaron a asumir extremos denigrantes para algunos viajeros. Personalmente recuerdo que fui invitado a dar unas conferencias en Corea del Sur, en 2002, y puse como condición que mi vuelo fuera a través de Europa y no de Estados Unidos.

También se introdujeron medidas de seguridad en el comercio internacional. El gobierno estadounidense implementó la Iniciativa de Seguridad de Contenedores, que establecía que más del 80% de la carga marítima en contenedores que se importaban se preseleccionaba antes de ingresar a los Estados Unidos. Los escáneres se pusieron a la orden del día.

Desde lo que se considera la lucha contra el terrorismo global, esto ha sido un verdadero fracaso porque lo que estaba focalizado se extendió mundialmente como una metástasis.

Recordemos que el DAESH tiene su origen en la prisión de Camp Bucca, en las afueras de Basora, de donde salieron varios de sus líderes, incluido Abu Bakr Al-Baghdadi. A esa prisión fueron trasladados varios detenidos en la cárcel de Abu Graib, tras el escándalo sobre las torturas a que eran sometidos los prisioneros, torturas que también tuvieron lugar en la prisión de Guantánamo, en la cual, en 2019, aún permanecían cuarenta prisioneros, todos musulmanes y la mayoría de ellos encerrados desde hace quince años. Los centros de detención de supuestos terroristas —conocidos y clandestinos— se multiplicaron.

Por otro lado, esto se incrementó con el respaldo a los movimientos de la denominada “Primavera Árabe”. El caso del apoyo a los rebeldes de Siria es ejemplificador.

A todo esto debe sumarse la cuestión que comprometió a varios servicios de Inteligencia y gobiernos europeos por el traslado de supuestos terroristas en vuelos de la CIA a través de Europa, para conducirlos a centros de detención clandestinos.

Las operaciones militares llevadas a cabo bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo internacional, que en verdad escondían otros fines —intereses petrolíferos y gasíferos, eliminación de regímenes que ponían en riesgo a empresas estadounidenses y a la propia economía de Estados Unidos, como la decisión de Saddam Hussein de eliminar el dólar de las transacciones petroleras y reemplazarlo por el euro; a lo que puede añadirse el trazado de los ductos— solo sirvió para convertir al mundo en un sitio más inseguro, con mayor incertidumbre.

Tampoco hubo una cuestión humanitaria, ya que durante la ocupación de Afganistán se incrementó la muerte de civiles como producto de sus bombardeos indiscriminados perpetrados desde drones, matando a ciudadanos que estaban llevando a cabo bodas o funerales. Las explicaciones oficiales, para estos hechos que se dieron frecuentemente entre los años 2004 y 2010, es que siempre se trataba de grupos terroristas.

Aún es reciente para evaluar las verdaderas argumentaciones del presidente Joe Biden sobre el retiro de las tropas de Afganistán, más aún de la forma en que fue llevado a cabo. Pero lo que parecía dejar en claro era el hartazgo de la guerra, manifestado principalmente por el pueblo estadounidense. No obstante, esto no parece ser desmentido cuando las noticias nos informan acerca de la entrada del portaaviones estadounidense USS Carl Vinson (10/09/2021) —uno de los diez portaaviones de tipo Nimitz de Estados Unidos— en aguas del Mar de China, a lo que debe sumarse la presencia del portaviones británico HMS Queen Elizabeth en una base naval cerca de Tokio (lunes 06/09/2021), en lo que consideraría el comienzo de una presencia militar permanente en una clara provocación a China, a la que parecen querer disputarle el poder en Asia.

USS Carl Vinson. Foto: U.S. Navy Photo
HMS Queen Elizabeth. Foto: Royal Navy.

Claramente, desde el Brexit, el establishment del Reino Unido se ha podido liberar de las ataduras de la Unión Europea, y comienza a mostrar su músculo junto a los Estados Unidos, cuyo presidente expresó contundentemente que Afganistán ya no tenía un interés estratégico para la Casa Blanca. El objetivo de los “anglos”, hoy en día, parece ser dominar Asia para frenar a China, las explotaciones petroleras frente al Esequibo, en Venezuela, y el Atlántico Sur —en el que ambas potencias muestran su interés— pero en el caso británico, su objetivo es continuar avanzando sobre el espacio oceánico —usurpado a la Argentina— para asegurarse la proyección hacia la Antártida.

Todo esto significa un serio peligro que algunos de la región no parecen comprender, ni los miembros de la Zona de Paz y Cooperación del Atlántico Sur (ZPCAS). Menos comprensible aún es la inacción que las autoridades de la Argentina, gobierno —Cancillería, Secretaría de Pesca y Agencia Federal de Inteligencia— y legisladores, manifiestan ante esta situación, quienes son responsables del estado de indefensión de la Nación.

 

* Licenciado en Historia (UBA). Doctor en Relaciones Internacionales (AIU, Estados Unidos). Director de la Sociedad Argentina de Estudios Estratégicos y Globales (SAEEG). Autor del libro “Inteligencia y Relaciones Internacionales. Un vínculo antiguo y su revalorización actual para la toma de decisiones”, Buenos Aires: Editorial Almaluz, 2019.

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