Comandante Espuela (Revista “Tiempo GNA”*
Lo que no menciona la historia oficial: la mayoría lo ignora, pero casi la mitad de las fuerzas de frontera fueron mujeres que dejaron todo para vivir, pelear y morir junto a sus hombres. Por la cultura religiosa de la época, la historia casi no menciona a las jóvenes que acompañaron a nuestras tropas en todas sus campañas. Sobre una fuerza efectiva de 6000 hombres, 4000 eran mujeres, las llamaban “las fortineras” y sobre ellas cayó el oprobioso e injusto manto del olvido. Pero el número es demasiado importante para que no se les haga un merecido recuerdo.
Las fortineras
De postas incendiadas por los salvajes o ranchos perdidos en el desierto, fueron quedando mujeres solas, tras la muerte de los hombres en las luchas con la indiada. Sin protección ni refugio; asimilarse a las tropas y fortines era a veces una forzada solución. Casi todas eran jóvenes analfabetas de bajo nivel social. En su mayoría campesinas gauchas, había negras, mestizas, indias, también mujeres de piel blancas y las bellas eran muy pocas. Algunas buscaban marido, otras ejercer el “oficio más viejo de mundo”, pero en esa aventura ninguna sabía qué destino les esperaba. Allá en la inmensa Pampa, caminaban kilómetros, las más aguerridas portaban sable y estaban integradas en algún escuadrón. ¡Fueron verdaderas heroínas y se les debe tener un gran respeto!
Jirones de Patria
Cada regimiento tenía un numeroso grupo de mujeres entre novias, esposas y prostitutas. Las jóvenes que se incorporaban a un fortín, perdían sus nombres originales por apodos extravagantes, como: la “Siete Ojos”, la “Cama caliente”, la “Botón Patria’, la “Pasto Verde”, “la Pastelera y la “Pocas Pilchas”; éstas dos últimas figuraron en un parte diario porque se habían trenzado en una pelea. La vida en los fortines fue muy dura, la comida escaseaba, el agua en el desierto era una dicha conseguirla, de día la temperatura en verano podía llegar hasta los 40ºC y en invierno a varios grados bajo cero. La paga rara vez llegaba en tiempo, a veces con retraso de un año y no siempre alcanzaba para todos los soldados. Las mujeres sufrían a la par de los hombres y eran de vital importancia en el apoyo de las operaciones de guerra, se encargaban de atender y cuidar a los heridos y enfermos que no podían valerse por sí mismo. Hacían turnos de centinela en la empalizada o en lo alto del mangrullo oteando la inmensidad de la llanura y cuidaban la caballada para que de noche no fuera robada por el indio.
Cazaban avestruces cuando escaseaba la comida, cocinaban y lavaron la suciedad infinita de sus ropas. También fueron amantes en momentos de mucha crisis, constituían el apoyo moral y físico de sus hombres. Tenían forzosamente que adaptarse a las mismas condiciones que la tropa o morir en la soledad del desierto. Desarrollaron en silencio una y mil tareas como dar a luz y criar a sus hijos en situaciones muy difíciles.
La vida en los fortines
Los fortines del desierto eran un reducto de tierra de una hectárea, rodeados con una empalizada de dos metros de alto, con ranchos de paja y barro en su interior donde no había intimidad. Niños que chillaban, perros que ladraban, harapos que se secaban al sol y un centinela apostado en lo alto de un mangrullo.
No había comodidades, pero cada una atendía a su hombre. Las fortineras, no eran muñecas de porcelana, cuando estaban solas a veces había escándalos pero los Jefes sabían que no podían expulsarlas. Eran la alegría del campamento y disfrutar del amor con ellas evitaba en gran parte las deserciones.
Se habían convertido en la ayuda más poderosa para el mantenimiento de la disciplina y sin ellas la existencia hubiera sido imposible. Los únicos momentos de alegría social eran los ocasionales bailes en el fortín, donde la orden era que todas debían concurrir. Iban felices, algunas pocas bien ataviadas y representaban todo el esplendor del regimiento.
Eran mujeres de carácter fuerte acostumbradas a no pedir permiso para pelear y parte de la diversión era cuando en pleno baile se trenzaban en una feroz pelea con una rival. Siempre lucían sus cicatrices de guerra o de peleas con orgullo. Se decía que cambiaban de hombre pero nunca de regimiento. Cuenta una historia que en cierta fecha Patria cuando se ordenó tocar el Himno Nacional, el Comandante gritó: ¡VIVA LA PATRIA! Aquellos sufridos milicos respondieron con todo el entusiasmo de sus corazones. Hubo asado y las penas fueron sofocadas alrededor de un fogón con algo de alcohol, mientras en la oscuridad las fortineras bailaban con esos hombres que estaban haciendo Patria. Por ello el Ejército fomentaba la presencia de guerreras‑amantes en los fortines, pero por la cultura católica de la época nunca las mencionaron en sus escritos oficiales, igual entraron a formar parte de la Conquista del Desierto.
Vida, sacrificio y heroísmo
La poca agua que podía recogerse se usaba para beber y cocinar, quienes más sufrían esta escasez, eran las mujeres que al igual que la tropa no podían higienizarse. La negra Mamá Carmen Ledesma, llegó a Sargento, Isabel Medina alcanzó el grado de Capitán por su valentía en batalla. Algunas rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de amansar un potro y de bolear un avestruz. Eran hábiles en manejar las armas de fuego, cuchillos, lazos, boleadoras y lanzas. Aunque no perdían su condición femenina eran mujeres de pelea, podían batirse cuerpo a cuerpo porque de ello estaba sustentada la propia existencia. Vestían uniforme y combatían jugándose la vida a cada instante.
La Sargento Carmen Ledesma: “En cierta ocasión la patrulla donde iba la Sargento Carmen Ledesma con su hijo soldado, entró en combate con una partida de indios. El entrevero fue feroz. La Suboficial Ledesma repartió sablazos como el más aguerrido de los milicos y no se alejaba de su hijo. Pero los indios lo mataron de un lanzazo. La mujer emitió un grito aterrador que hasta a los mismos indios atemorizó. Saltó de su caballo, se arrojó sobre el indio, lo derribó y se trabó en lucha. Los cuerpos se trenzaron y rodaron en un abrazo mortal, el salvaje nunca había visto tan cerca la muerte en la cara de una mujer. Carmen apuñaló varias veces a su enemigo hasta matarlo, el resto de los indios se alejó y la tropa regresó al Fortín, atrás iba la Sargento Carmen sollozando llevando a su hijo muerto y atada de la cola de su caballo iba la cabeza del salvaje”.
La historia olvidada
En las ciudades se las llamaba despectivamente “chinas”, “milicas”, “cuarteleras” o “chusma” y eran despreciadas por las damas de la sociedad. Su presencia fue una constante y estaban incluidas en las directivas internas que daba el jefe del fortín.
Cuando terminó la Conquista del Desierto, el Ejército se olvidó de ellas. Muchas se quedaron para siempre en la vieja frontera, algunas hasta más de 40 años. Si tuvieron suerte, el gobierno les entregó alguna parcela que no siempre pudieron sostener. Con la desaparición del indio ya no hubo pagas ni racionamiento para ellas; las fundadoras de pueblos nacidos alrededor de los Fortines. Así fue la vida de la mujer fortinera, una auténtica heroína de apellido anónimo, casi olvidada en los registros de la historia escrita, que tuvo la proeza de sembrar hijos criollos que crecieron en la inmensidad de la Pampa, donde hoy existen ciudades. Esta epopeya se dio en el siglo XVIII no hay abundantes relatos y lo poco que se sabe fue por transmisiones orales de quienes se atrevieron a contar historias por lo que algunas anécdotas interesantes nunca se sabrán.
¿Por qué se las ignoró?
El General Julio A. Roca sabía la situación y de su importancia para la tropa, pero nunca mencionó oficialmente la existencia de las fortineras y menos aún en los partes de guerra donde participaban, pues la sociedad católica de la época no lo entendería. Para la Iglesia era “pecado de lujuria”, por eso que el Ejército decidió ocultar los servicios de estas heroínas a quienes la Patria tanto les debe.
Conclusión
Como se comprenderá sin las fortineras, difícilmente Roca podría haber concretados sus planes y país está en deuda con ellas. En el siglo XXI vinieron las feministas con ideas distintas, pero eso es otra historia, lamentable por cierto.
* Revista independiente para el personal de la GNA, Tiempo GNA, Nº 62 bis, octubre de 2021.