EL 9 DE MAYO Y EL RELATO DE LA «VICTORIA SOBRE EL FASCISMO»

Roberto Mansilla Blanco*

Este 9 de mayo de 2025 se conmemora el 80º aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa, con la rendición de la Alemania nazi. En Rusia esta celebración tiene un significado emotivo y prácticamente sagrado: es el «Día de la Gran Guerra Patriótica», la victoria del pueblo soviético sobre el fascismo. Un hecho histórico que evidencia porqué la URSS y el sacrificio del pueblo soviético en una guerra de liberación nacional contra el agresor extranjero fueron los verdaderos artífices que permitieron la victoria aliada y la derrota nazi-fascista.

Por otro lado, ese mismo día, la Unión Europea (UE) conmemora el «Día de Europa» por ser la fecha de la igualmente célebre «Declaración Schuman» realizada en 1950 por el entonces ministro francés de Exteriores Robert Schuman y que abogaba por la integración europea a través de la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), organismo germinal de la actual UE.

No obstante, las celebraciones previstas, tanto en Rusia como en Europa, para este 9 de mayo de 2025 se observan condicionadas por las tensas relaciones ruso-europeas derivadas por la guerra de Ucrania. Más allá de las operaciones militares en el frente ucraniano y de las negociaciones que impulsa el presidente estadounidense Donald Trump para alcanzar una tregua duradera en este conflicto, el trasfondo de las tensiones entre Bruselas y Moscú se enfoca en contextualizar el control del relato histórico sobre quién fue el verdadero ganador en la victoria contra el nazi-fascismo.

Como elemento disuasivo por parte de Trump para garantizar el incierto éxito de esta negociación de un alto al fuego, Washington y Kiev firmaron 1° de mayo un acuerdo de cooperación económica para la explotación de las denominadas «tierras raras». Simultáneamente, Moscú aseguró completar la recuperación absoluta del control en la localidad de Kursk tras la efímera y surrealista invasión militar ucraniana de agosto pasado.

Bajo un ambiente de conmemoración histórica, ambos acontecimientos, el acuerdo entre EEUU y Ucrania y la liberación de Kursk, reflejan elementos que implican observar con atención el pulso ruso-europeo por difundir sus respectivos relatos históricos en torno a la celebración de este 9 de mayo.

Celebrar cada quien por su lado

El protocolo de invitaciones para la celebración de este 9 de mayo tanto en Rusia como en Europa refleja el respectivo nivel de equilibrios y alianzas geopolíticas.

El Kremlin ha confirmado la asistencia de los líderes de China, India (cuyo presidente Narendra Modi se encuentra en medio de una crisis con Pakistán tras un atentado terrorista que amenaza con explotar el conflicto entre ambas potencias nucleares), Brasil, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Venezuela, otros países asiáticos, africanos, de América Latina y del espacio post-soviético como Kazajstán y Kirguizistán, que aportaron miles de combatientes hace ocho décadas. China, Vietnam y Corea del Norte han enviado delegaciones militares para desfilar ese día en la Plaza Roja.

Por su parte, el presidente ucraniano Volodymir Zelenski anunció una celebración en Kiev en la que ha invitado a los ministros de Exteriores de la UE. La comisaria europea de Asuntos Exteriores, la estonia Kaja Kallas, llamó a boicotear la celebración del 9 de mayo en Moscú instando a presidentes de países miembros de la UE (Hungría y Eslovaquia) y aspirantes de admisión (Serbia) a no aceptar la invitación rusa.

En tono amenazante, Zelensky fue incluso más allá: llegó a declarar que «Ucrania no puede garantizar la seguridad» de los líderes mundiales que estarán presentes en la Plaza Roja el próximo 9 de mayo.

Rusia: la simbiosis de la «Gran Guerra Patriótica» con la «Operación Militar Especial» en Ucrania

Moscú siempre ha criticado la escasa voluntad occidental, rayando incluso hasta en la negación histórica, a la hora de reconocer el enorme esfuerzo realizado por la URSS y su papel decisivo en la derrota del eje nazi-fascista.

De los 80 millones de muertos que se calcula dejó la II Guerra Mundial, 27 millones fueron de ciudadanos soviéticos provenientes de diversas nacionalidades en ese momento bajo la soberanía de la URSS. Son estos ciudadanos rusos, ucranianos, bielorrusos, moldavos, kazajos, georgianos, armenios, tártaros, bálticos, kirguizos, tayikos y uzbecos, entre otros. De allí la presencia en las celebraciones del 9 de mayo en Moscú de varios de los mandatarios de esos países independientes tras la disolución de la URSS en 1991, lo cual supone un reconocimiento oficial por parte de esas nacionalidades al esfuerzo bélico de sus ancestros en la victoria sobre el fascismo.

El contexto de la guerra en Ucrania le ha otorgado al 9 de mayo en Rusia una dinámica especial, tendiente a fortalecer el audaz viraje patriótico y nacionalista impulsado por Putin. Compatibilizar la guerra ucraniana desde 2022 con la «Gran Guerra Patriótica» de 1941-45, argumentando que Rusia lucha actualmente contra el «régimen nazi de Kiev» que, apoyado por Occidente, ha provocado decenas de miles de muertos en el conflicto en el Donbás desde 2014 contra compatriotas rusoparlantes que hoy han regresado al seno de la «Madre Rusia», le ha permitido al Kremlin recrear un relato histórico asertivo y eficaz con la finalidad de legitimar sus objetivos ante la opinión pública y la sociedad rusa.

Así mismo, y en términos de soft power, la excelente tradición filmográfica rusa (por cierto escasamente apreciada en Occidente), ha constituido igualmente un factor determinante a la hora de fortalecer esta perspectiva «patriótica y nacionalista», dentro y fuera de Rusia, en lo concerniente a la victoria sobre el fascismo. En Rusia, obviamente, tienen muy claro quién fue el ganador en la II Guerra Mundial.

Paralelamente, el Kremlin ha logrado reforzar la perspectiva del «Russky Mir», el «mundo ruso» como un espacio civilizatorio que lucha contra la «contaminación de los perniciosos valores» de un Occidente cada vez más agresivo, donde se ha instalado un sentimiento de «rusofobia» y ante un clima político europeo donde vuelve a asomar el rostro del fascismo a través del avance electoral de algunos de esos partidos políticos. De este modo, y ante la indiferencia occidental, Rusia reclama su papel protagonista ante la historia como el principal actor en la victoria contra el fascismo.

Este argumento, muy cuestionado e incluso rechazado por Occidente principalmente entre sus altas esferas de poder, le ha permitido al Kremlin cohesionar a la sociedad rusa en este esfuerzo bélico interpretando que la guerra que actualmente se lleva a cabo en Ucrania es prácticamente de facto contra la OTAN y una UE que ahora da un vuelco de 360 grados en su naturaleza pacifista encaminándose hacia un incierto rearme y militarización precisamente contra lo que considera como la presunta «amenaza rusa».

Sea por convicción o por mero instrumento propagandístico, la indolencia occidental a la hora de reconocer el enorme esfuerzo soviético en la victoria contra el fascismo le ha servido al Kremlin de argumento válido para atacar a sus rivales occidentales acusándoles de «hacerle el juego» a los fascistas, atizando así fantasmas del pasado.

No obstante, si debemos atender al espectro político de la ultraderecha europea, éste dista de ser homogéneo en sus posiciones con respecto a las relaciones con Rusia. Algunos partidos como Alternativa por Alemania (AfD) y el francés Reagrupamiento Nacional (RN), curiosamente muestran una posición más prorrusa y negativa a apoyar militarmente a Ucrania.

En el caso de AfD incluso rompen «líneas rojas» del «atlantismo» y el «europeísmo»: abogan por que Europa debe alejarse del eje «atlantista» con EEUU (incluso saliendo de la OTAN) mientras defiende la concreción de estrategias comunes hacia el eje «euroasiático» conformado por China y Rusia.

En todo caso, este 9 de mayo en Moscú servirá como un escaparate en clave geopolítica por parte de Putin para mostrar la arquitectura de alianzas que Rusia, a pesar de la guerra y el aislamiento occidental, ha logrado confeccionar en este momento, capacitada para desafiar la unipolaridad hegemónica «atlantista» y demostrando su resiliencia ante las sanciones occidentales. Con el trasfondo de esta celebración histórica de victoria sobre el fascismo, el Kremlin ha demostrado la conjunción de intereses y la sintonía geopolítica de un eje euroasiático cada vez más fortalecido.

La óptica occidental: minimizar el esfuerzo soviético para atacar a la Rusia de Putin

Si bien no es una posición unánime a nivel oficial, sí se percibe en la opinión pública occidental una tendencia a minimizar e incluso degradar ese esfuerzo soviético en la lucha contra el fascismo, un aspecto que obviamente irrita a Rusia.

En los últimos años, y de forma más acentuada tras el comienzo de la guerra en Ucrania, cada 9 de mayo, varios medios europeos insisten en publicar reportajes históricos que enfatizan en los supuestos desmanes, violaciones y crímenes cometidos por el Ejército Rojo en su camino hacia Berlín en vez de respaldar la tesis histórica de la liberación de Europa del Este del yugo nazi-fascista. El frecuente argumento en los medios es procrear la idea de que, en vez de una liberación, lo que ocurrió fue la sustitución del totalitarismo nazi por el estalinista.

En Europa, y en especial tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, suele estigmatizarse al 9 de mayo en Moscú como una especie de desafío de Putin contra Occidente a través del fastuoso desfile militar en la Plaza Roja y de plasmación de una ideología nacionalista y patriótica que, desde algunas fuentes occidentales, llegan incluso a comparar con expresiones fascistas con la obvia intención de desprestigiar y fomentar la «rusofobia», estigmatizando a Putin como una especie de “nuevo Hitler”.

Por tanto, este 80º aniversario de la victoria contra el nazi-fascismo, que debería servir como un colofón diplomático importante para iniciar, al menos tácticamente, un acercamiento entre la UE y Rusia que fortaleciera esas posibilidades de negociación en Ucrania con el «plan Trump», más bien está exacerbando las tensiones y el distanciamiento de Bruselas con Moscú.

El nuevo gobierno de coalición en Berlín llegó incluso a amenazar al embajador ruso con detenerlo si asistía a las celebraciones del 9 de mayo en la capital alemana. Toda vez clama contra el avance de partidos y movimientos fascistas que, irónicamente, son socios de gobierno en algunos países europeos, la UE liderada por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el mandatario francés Emmanuel Macron, se ha enmarcado en una aguda campaña propagandística que ensalza el frenesí por el rearme como herramienta de «autonomía defensiva estratégica» ante la que considera sin ambigüedades como una supuesta «amenaza rusa», lanzando constantemente en los medios mensajes de tinte apocalíptico ante una presunta guerra inminente.

El control del relato ante la opinión pública resulta esencial para las elites «europeístas»: es cada vez más frecuente observar en medios de comunicación, principalmente redes sociales, la proliferación de cursos avanzados de formación en geopolítica y defensa toda vez se inicia una campaña orientada a legitimar el alistamiento militar entre los jóvenes, una herramienta útil de captación de recursos ante la precariedad laboral en diversos sectores, visiblemente definida por el cambio tecnológico que estamos asistiendo. Con este discurso, la UE dista mucho de conservar el legado de Schuman apostando cada vez más por el «poder duro» como estrategia de disuasión.

El célebre semiólogo italiano Umberto Eco acuñó el término del «fascismo eterno», que hoy vuelve a la actualidad ante este revival de los «neo» y «post-fascismos» que pululan dentro de una heterogénea ultraderecha en Europa que mira con ambigüedad a Trump y Putin pero con homogénea firmeza contra las «elites europeístas». Pero este 9 de mayo, en Moscú, Bruselas y Kiev, lo que debería ser una celebración conjunta sobre el sentido histórico que supuso la victoria sobre el nazi-fascismo parece más bien sumergirse en la acritud y las turbulentas aguas de las tensiones geopolíticas.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

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