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LA «GLAMUROSA» DECADENCIA DE OCCIDENTE

Roberto Mansilla Blanco*

Imagen: Xinhua/Li Xueren.

 

Son muchos los ensayos que en los últimos meses observamos en la producción editorial para analizar el declive de Occidente. Desde Emmanuel Todd hasta Amin Malouf, las estanterías de las librerías muestran una oferta prolífica de estudios que intentan descifrar porqué ese Occidente democrático, capitalista, liberal y plural que hasta ahora conocíamos como aparentemente insuperable está experimentando una cada vez más evidente e inocultable decadencia de poder. Un reflejo que también se ve en la industria del entretenimiento: una serie estadounidense, «Civil War» en la plataforma de pago Netflix adelanta un escenario distópico de ficción sobre la decadencia de EEUU.

Esta perspectiva de declive se aprecia en los esfuerzos que cada quien hace para «arreglar» los conflictos actuales. Mientras el presidente estadounidense Joseph Biden anunciaba una ayuda militar «histórica» para Ucrania previo a la Cumbre de la OTAN de Washington (11-12 de julio) que entronizará al holandés Mark Rutte como el nuevo secretario general de esta organización, el mandatario húngaro Viktor Orbán, en calidad de presidente rotativo de la UE, regresaba de una gira por Kiev, Moscú y Beijing con la finalidad de intentar acercar posturas para concretar un posible cese al fuego y una salida negociada de una guerra, la ucraniana, tan estancada como preocupante debido al riesgo de pulso nuclear. Una guerra que Occidente sabe que Ucrania no tiene posibilidad de ganar, a pesar de los millares de dólares y armamento invertidos para apuntalar en el poder a un Zelensky cada vez más contestado e impopular en su país.

Por otro lado está la imagen de los «grandes» líderes occidentales. Encontramos a un Biden senil, incapaz de articular con garantías un debate presidencial con su rival Donald Trump. Dentro del Partido Demócrata crecen las cábalas de un posible reemplazo electoral aún incierto mientras el entorno de Biden asegura que irá «hasta el final».

Una imagen más contrastada la dan los líderes euroasiáticos, rivales del Occidente «atlantista». Previo a la cumbre de la OTAN en Washington, el presidente chino Xi Jinping y su homólogo ruso Vladímir Putin volvieron a escenificar su sintonía estratégica en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) celebrado la semana pasada en Kazajistán.

Tras el fracaso de la Cumbre de la Paz para Ucrania celebrada en Suiza, Washington y sus aliados europeos apuestan por la continuidad de la guerra «hasta el último ucraniano» (Biden dixit). Por su parte, Beijing, con el beneplácito de su aliado ruso, impulsa iniciativas de negociación que, cuando menos, resultan más coherentes y efectivas, fortaleciendo al mismo tiempo las expectativas chinas de reconducir un sistema internacional cada vez más anárquico.

Visto en perspectiva, Occidente está perdiendo su capacidad de soft power para propiciar la resolución de conflictos mientras China tiene capacidad para alcanzar acuerdos, reforzando así su posición de poder emergente.

Más allá del poder político, el tratamiento de los mass media occidentales a la gira de Orbán raya en lo patético. Critican al controvertido líder húngaro, fortalecido tras las recientes elecciones parlamentarias europeas, como una especie de «títere» de Putin y Xi. Un tratamiento menos benévolo que la posición light que Biden tiene con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuya injustificada masacre en Gaza comienza a observar una situación similar a la ucraniana: un frente militar atascado y sin avances mientras la sociedad israelí comienza a registrar malestar y protestas contra la guerra, pero no exactamente a favor de una causa palestina que, cuando menos, también comienza a registrar solidaridad en Occidente.

Pero no es únicamente Biden el protagonista de esta «decadencia» occidental. El presidente francés Emmanuel Macron debió confeccionar a última hora una especie de Frente Popular circunstancial para salvar un envite electoral desastroso por el avance de la ultraderecha de Marine Le Pen en las recientes legislativas francesas. Macron apuesta por una cohabitación donde la izquierda de Jean-Luc Mélenchon puede ganar peso; pero al mismo tiempo abre un compás de incertidumbres sobre el futuro de la política francesa de cara a las presidenciales de 2027, tomando en cuenta que el ascenso de Le Pen no es perceptible únicamente en París sino también en Bruselas.

En la UE tampoco están para experimentos. La cohabitación vía cordón sanitario contra una ultraderecha políticamente dividida también se impone por obra y gracia de la todopoderosa recién reelecta presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen. El establishment europeísta conservador-socialdemócrata precisa frenar también dentro de las instituciones europeas al multiforme «frentismo» de la ultraderecha en la que Orbán, Le Pen y la primera ministra italiana Giorgia Meloni no terminan de coincidir.

Porque VOX ya decidió integrarse en la plataforma «ultra» de Orbán (Patriotas por Europa) en el nuevo Parlamento Europeo que legislará hasta 2029, junto con otros partidos austríacos y checos. La movida de fichas de VOX vía Orbán puede acercarlo indirectamente a Moscú, toda vez Meloni (pro-OTAN y pro-Ucrania) deberá reacomodarse en este nuevo escenario donde Orbán y Le Pen parecen acordar estrategias comunes. Y todos ellos mirando también para Washington pero no a Biden sino a la posibilidad de un retorno de Trump a la Casa Blanca.

En Londres, las elecciones generales de 4 de julio pusieron fin a 14 años de gobiernos conservadores con un contundente retorno de los laboristas al poder, ahora en manos de Keir Starmer. Esto no parece, a priori, influir en algún tipo de cambio sustancial de la política británica con respecto a la OTAN y la ayuda a Ucrania pero sí que puede anunciar un «reseteo» del Brexit, para complacencia de von der Leyen y de las élites de Bruselas.

No olvidamos tampoco Irán, que eligió nuevo presidente en la figura Masoud Pezechkian (69 años) considerado un reformista pero con escasa capacidad de maniobra en un régimen teocrático profundamente conservador. De origen kurdo-azerí, la elección de Pezechkian puede revelar un estratégico cambio político para evitar malestar entre el poder central en Teherán y estas comunidades étnicas. Tras ganar las elecciones, Pezechkian habló inmediatamente con Putin para reforzar una alianza geopolítica que tiene puntos de concreción, desde Ucrania hasta el propio programa nuclear iraní. El giro euroasiático iraní mira más hacia Beijing y Moscú que a Washington y Bruselas.

En definitiva, los bloques «atlantista-europeísta» y el euroasiático sino-ruso conforman hoy la nueva «guerra fría» del siglo XXI. Tras visitar Corea del Norte y Vietnam y poco después de la cumbre de la OCS y de recibir a Orbán en Moscú, Putin visitó también la India afianzando acuerdos militares que refuerzan al complejo militar-industrial ruso. El eje Moscú-Nueva Delhi consolida las bases de este eje euroasiático en ascenso, sin desestimar las rivalidades geopolíticas entre India y China, ambos miembros de los BRICS junto con Rusia y Brasil, y que EEUU intenta fomentar para crear desestabilización en ese eje geopolítico.

A diferencia de la sintonía euroasiática, igualmente determinada por las circunstancias de los complejos equilibrios de poder del actual sistema internacional, las inquietudes y la incertidumbre políticas inundan las plazas de poder occidentales. Todo ello sin percatarse que ese declive está en marcha, con una percepción de final de «belle époque» que retrata un «glamour» cada vez más insostenible. Un siglo después, la predicción de Oswald Spengler sobre la «decadencia de Occidente» comienza a verificarse con mayor nitidez.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EEUU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Artículo originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/a-glamurosa-decadencia-de-occidente-roberto-mansilla-blanco/.

LOS PACTOS DE ÚRSULA VON DER LEYEN

Roberto Mansilla Blanco*

El líder del Partido Popular (PP) Alberto Núñez Feijóo reconoció públicamente que recibió «presiones de todo tipo» para acordar con el gobierno de Pedro Sánchez la renovación del Poder Judicial, desbloqueando así cinco años de atasco. El «compromiso» y la «lealtad institucional» en aras de preservar la estabilidad en estos tiempos de polarización política parecen ser el leitmotiv de este pacto que, visto en perspectiva, permite igualmente intuir sus conexiones con Bruselas y los nuevos equilibrios políticos europeos.

Y aparece aquí un nombre propio: Úrsula von der Leyen, entronizada este 27 de junio para uno nuevo período como presidente de la Comisión Europea (CE) hasta 2029. Mirando el panorama político europeo tras las recientes elecciones parlamentarias del pasado 9 de junio (9J) existen indicios que apuntan a la posibilidad de que el acuerdo entre el PSOE y el PP para reformar el Poder Judicial (y sus repercusiones más de carácter local como fue la reunión en Vigo este 25 de junio entre el presidente de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, y el Alcalde Abel Caballero, tras años de distanciamiento y tensión) tienen un hilo común, directa o indirectamente, que llevan claramente a von der Leyen.

La recién reelegida presidente de la CE precisa de nuevos equilibrios políticos entre las familias conservadoras y las socialdemócratas en esta etapa que se asume convulsa para la UE. El avance de la ultraderecha en el próximo Parlamento Europeo (25% de los escaños) refleja el ascenso de figuras como la italiana Giorgia Meloni que, junto con su aliado el presidente húngaro Viktor Orbán, reclaman más peso político en Bruselas. En la recámara está también Marine Le Pen y su partido RN, vencedor en Francia de las elecciones europeas y que puede subir aún más en las elecciones legislativas en ese país previstas para este 30 de junio. Todos ellos, Meloni, Orbán y Le Pen tienen en España un aliado común: VOX.

Úrsula von der Leyen maneja ahora los nuevos equilibrios de poder en Europa con dos figuras clave: la primera ministra estonia Kaja Kallas, en búsqueda y captura por parte de Rusia, que sustituye a Josep Borrell como Alta Representante de la Política Exterior de la UE, lo que augura mayor tensión con Moscú precisamente ante las expectativas europeas de ampliación de la guerra ucraniana hacia los países bálticos.

El otro nombre propio es el socialista António Costa, ex jefe de gobierno de Portugal y que se asoma como nuevo presidente del Consejo de Europa. Con esto, von der Leyen asegura un pacto en Bruselas entre «populares» y socialistas para repartirse los principales puestos políticos en las altas esferas de la UE, manteniendo un «cordón sanitario» contra la ultraderecha.

«Populares» y socialistas encarnan las banderas del europeísmo que von der Leyen y el presidente francés Emmanuel Macron quieren enarbolar en este período convulso con el avance de la ultraderecha, el mantenimiento del apoyo a Ucrania que, junto con Moldavia, ya inició negociaciones de admisión en la UE este 26 de junio, y la guerra encubierta  con Rusia vía OTAN.

La visita de von der Leyen a Galicia previo al 9J concretó estos flecos sueltos: es preciso un pacto de Estado en Madrid en el que Sánchez y Feijóo acuerden compromisos institucionales en «puntos calientes» como la composición y reparto de poder dentro del Poder Judicial y la Ley de Amnistía en Cataluña.

Pero no es sólo Europa sino también Iberoamérica el foco de atención de von der Leyen. La visita de Javier Milei a Madrid, con el «homenaje» de su presidente Isabel Díaz Ayuso, traduce las expectativas de la ultraderecha europea por afianzar vínculos transatlánticos por la vía del excéntrico mandatario argentino. Por otro lado, el fracaso del intento de golpe militar en Bolivia este 26 de junio tendrá igualmente incidencia para la política exterior europea: Borrell denunció este suceso toda vez el propio Pedro Sánchez aspira liderar una »cruzada anti-ultraderecha» que apunta a contener a Milei, Meloni, VOX y otros aliados.

Así es como se impone la urgencia de los pactos tanto en Bruselas como en La Moncloa. Pactando con Sánchez la reforma del Poder Judicial, Feijóo toma distancia tanto de VOX cómo de las fuerzas más «ultra» dentro del PP (Ayuso y Aznar) El bipartidismo PP-PSOE tiene así impacto en las instancias españolas y europeas. Y Úrsula von der Leyen se confirma así como la líder más poderosa de la «nueva Europa».

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego el 27 de junio en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/os-pactos-de-ursula-von-der-leyen-roberto-mansilla-blanco/.

UN G7 PARA UN OCCIDENTE CONVULSIONADO

Roberto Mansilla Blanco*

Los líderes mundiales en la reunión del G7. Foto: AFP

Entre el 13 y 15 de junio se celebró en la región de la Apulia italiana, la 50º Cumbre del Grupo de los Siete (G7) Un foro de impacto y trascendencia a la hora de discutir y tomar decisiones sobre problemáticas globales, con particular incidencia para los intereses occidentales. Están ahí presentes la Unión Europea, EEUU, Canadá, Japón, Francia, Alemania, Italia y Reino Unido pero también participan organismos como la OTAN y la Unión Africana y otras economías emergentes que no son miembros (Brasil, Argentina, India, Sudáfrica, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, entre otros) en gran medida alineados dentro de las esferas de intereses occidentales.

En el pasado, cuando las relaciones con Rusia no eran de la tensión permanente que observamos desde la invasión militar a Ucrania de 2022, este foro se llegó a denominar el G7+1, muy probablemente concebido de acuerdo con las expectativas occidentales de atraer a Moscú hacia sus esferas de influencia y, eventualmente, alejarla de cualquier asociación estratégica con China, el eterno «dolor de cabeza» occidental. Pero el momento 2024 indica otra realidad: la intransigencia occidental y «atlantista» vía sanciones y aislamiento hacia Moscú derivó precisamente en un reforzamiento ruso de sus alianzas euroasiáticas, especialmente con China. Así, la segunda economía mundial y una potencia llamada a liderar el siglo XXI, en este caso China, no está presente en el G7.

Esta edición de 2024 incluyó, entre otros temas, las crisis de Ucrania y Gaza, el desarrollo de África, el cambio climático, la migración, la seguridad económica en la región Indo-Pacífico, los retos de la inteligencia artificial y la energía. Con este panorama resultaba evidente que esta cumbre implicaría la adopción de una especie de «frente común» por parte del G7 occidentalizante para afrontar un convulsionado panorama internacional.

El cerco a Rusia y China

La presencia en Apulia del presidente ucraniano Volodymir Zelensky fue una confirmación de esta perspectiva y más cuando la misma se realizaba como antesala de la cumbre de la Paz para Ucrania en Suiza (15 y 16 de junio).

Una cumbre, la de la paz en Ucrania, en la que Rusia, parte integral del problema, no fue invitada, algo incomprensible si realmente se quiere llegar a una paz en ese conflicto. Y más aún cuando, con anterioridad, ese Occidente que se antojaba pacifista se volvió repentinamente belicista, despreciando otras iniciativas de paz como las de China, Brasil y Sudáfrica.

A pesar de los esfuerzos de la gira internacional de Zelensky y de sus apoyos occidentales, otros países con peso como China, India o Arabia Saudí, entre otros, declinaron asistir a ese encuentro en Suiza argumentando la falta de equidad de esta cumbre precisamente por la ausencia rusa. En total confirmaron su participación 92 países: 57 a través de jefes de Estado y de Gobierno y los otros 29 con embajadores y ministros.

Putin entró súbitamente en escena mientras finalizaba la cumbre del G7 y como antesala de la cumbre de paz de Ucrania. En Apulia se fortaleció el apoyo occidental a Ucrania con la dotación de 40.000 millones de euros vía activos rusos congelados por las sanciones y la renovación de las promesas por iniciar negociaciones de admisión ucraniana en la OTAN.

Consciente de que su ausencia condicionaba cualquier avance de la cumbre de Suiza, el presidente ruso quiso tomar la iniciativa reclamando protagonismo: respondió ofreciendo la posibilidad de un alto al fuego en el frente ucraniano a condición de que Kiev retirara sus fuerzas de las localidades de Zaporiyie, Jersón, Donetsk y Lugansk y anunciara su renuncia a ingresar en la OTAN. Washington se apresuró a rechazar estas peticiones rusas.

La presencia de Zelensky en la cumbre del G7 implicaba la necesidad de mostrar, cuando menos formalmente, el compromiso de ayuda occidental al aliado ucraniano, mismo volviendo a mencionarse la posibilidad de un ingreso express de Ucrania en la OTAN. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg (quien debía dejar este cargo el año pasado pero aún no existe consenso sobre su sustituto) propuso un paquete de ayuda de € 100.000 millones para Kiev hasta 2029; precisamente coincidiendo con el período de legislación del próximo Parlamento Europeo salido de las elecciones del pasado 9 de junio (9J) e, igualmente, con la mayor parte del actual período presidencial de Putin hasta 2030.

El mensaje es claro: Occidente no abandonará a Ucrania, cuando menos no durante los próximos cinco años. Pero hay matices: el compromiso con Zelensky quedó en € 40.000 millones para este 2024 pero aún debe avanzarse en ese consenso, que tampoco es total entre los miembros del G7, de la OTAN y de la UE.

Sigamos con el contexto global en el que se celebran estas cumbres del G7 y de la Paz en Ucrania y que pueden ofrecer pistas importantes sobre las decisiones que se tomen ahí.

Con estos encuentros en marcha la fragata rusa Gorshkov, con submarino nuclear incluido, se acercó al puerto de La Habana, lo que es decir a escasas millas de las costas estadounidenses. Toda vez la maquinaria mediática se puso en marcha, comprometida con el sensacionalismo y la espectacularidad de la noticia comparándola con hechos históricos como fue la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, desde Washington se apresuraron a restar importancia al asunto porque esta aproximación de la fragata rusa «no constituye una amenaza».

Desde Moscú, Putin argumentó «compromisos militares» con su aliado cubano. Mirando el trasfondo, con el foco en las repercusiones globales de la guerra ucraniana, el peligro de una escalada nuclear siempre está presente entre Washington (6.800 armas nucleares) y Moscú (7.000), algo que conocen muy bien desde hace décadas.

Seguimos con el peligro nuclear. Estos días aparecieron noticias sobre la renovación de las tensiones fronterizas entre tres potencias nucleares, China (270 armas nucleares), India (130) y Pakistán (140). Recordemos que en la cumbre del G7, el tema de la seguridad en la región del Indo-Pacífico es unos de los temas estratégicos. China, y con menor intensidad India, son aliados rusos, más firme en el caso de Beijing, en la guerra ucraniana; además estos tres países son miembros de un BRICS en ascenso.

Pakistán es un aliado importante chino precisamente para contrarrestar el peso geopolítico de una India que viene de reelegir como presidente al nacionalista radical Narendra Modi. India juega complejos equilibrios entre Occidente, China y Rusia además de manejar sus propios intereses, particularmente imperativos en las disputas fronterizas con Pakistán (región de Cachemira) y China (Tíbet). Y aquí se enmarcan algunos de los objetivos occidentales «atlantistas» relativos a intentar implosionar el eje sino-ruso, desde Ucrania hasta o Indo-Pacífico, sin desestimar Taiwán.

Miremos ahora al Cáucaso, donde el presidente armenio Nikol Pashinyan, de orientación prooccidental, anunció precisamente esta semana la salida de Armenia de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), organismo defensivo constantemente comparado con la OTAN pero impulsado por Rusia en el entorno euroasiático.

Armenia, fuertemente dependiente de la energía rusa y ruta de tránsito de oleoductos y gasoductos desde el mar Caspio, se ve igualmente convulsionada en protestas contra Pashinyan por sus cesiones territoriales a la vecina Azerbaiyán tras la «guerra relámpago» de finales de 2023 en torno al enclave (ahora ex armenio) de Nagorno Karabaj, hoy prácticamente en manos azeríes. El mandatario armenio acusa a Moscú y a la OTSC de inclinarse a favor de los intereses azeríes en detrimento de los armenios. Pero tras la caída de Nagorno Karabaj llegaron a Armenia millares de refugiados descontentos con Pashinyan.

Como en la vecina Georgia con la aprobación de la «Ley Rusa» contra agentes extranjeros, en Armenia se libra un pulso geopolítico entre Rusia y Occidente que puede explicar la eventual ampliación de un «frente de guerra» de Ucrania hasta o Cáucaso.

Volvemos a Ucrania. En Kiev los servicios de seguridad se felicitaron porque las armas de la OTAN prometidas para las fuerzas armadas ucranianas ya están teniendo efecto en ataques dentro del territorio de la Federación rusa. Lo que es lo mismo; ya comienza a evidenciarse en Ucrania una guerra directa a cámara lenta entre la OTAN y Rusia. No obstante, en Kiev y Bruselas son conscientes del desequilibrio militar con  respecto a Rusia, de los avances de la contraofensiva militar rusa (Járkov), de los problemas de Zelensky para reclutar efectivos y de la necesidad imperiosa de una ayuda occidental que no se traduzca únicamente en armamento y dinero sino también en tropas especializadas. Cuando menos si atendemos las declaraciones de algunos de sus líderes, Europa ya observa casi como inevitable este conflicto con Rusia.

Ante la pretendida «amenaza rusa», Alemania ensaya retornar al servicio militar obligatorio; Polonia lleva tiempo acelerando la instrucción militar entre la población civil. También comienzan a tener incidencia mediática y política nuevos escenarios conflictivos que se vislumbran en los países bálticos; Polonia; Moldavia-Transnistria.

Una UE cada vez menos «europeísta»

Finalmente, la UE vive la resaca del ascenso de los populismos, de la ultraderecha y de los partidos euroescépticos en las recientes elecciones parlamentarias del pasado 9 de junio. Se estima que estos partidos ocuparían casi el 25% del próximo Parlamento europeo hasta 2029.

El momento político en la UE no es sencillo para sus élites y menos para algunos de sus presidentes, como es el caso del francés Emmanuel Macron, quien debió convocar a elecciones legislativas anticipadas, muy golpeado por el ascenso de la ultraderecha de Marine Le Pen. De hecho, figuras de la derecha francesa comienzan a acercarse a Le Pen con algunas consecuencias políticas, como fue la expulsión de Éric Ciotti como líder del conservador Los Republicanos. Las divisiones en la derecha tradicional y la izquierda francesas abren las expectativas de una posible abrumadora victoria de Le Pen en las próximas legislativas.

Tampoco le va bien al canciller alemán Olaf Schölz, que ve el ascenso de la ultraderecha de Alternativa por Alemania (AfD), partido acusado desde diversos círculos políticos y mediáticos de presuntamente tener vínculos con el Kremlin. Macron y Schölz, presentes en el G7, ven condicionado y golpeado el histórico eje París-Berlín que siempre manejó el europeísmo da UE.

El horizonte electoral es preocupante para ellos: Alemania (2026) y Francia (2027) tendrán elecciones generales en un contexto de guerra en Ucrania, quien sabe si guerra directa con Rusia y ascenso de la ultraderecha y de los populismos euroescépticos. Si bien no está en la UE desde el Brexit, el primer ministro británico Rishi Sunak, también presente en la cumbre de Savelletri, se juega su cargo en las elecciones generales convocadas para el próximo 4 de julio. Por su parte la presidente de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, busca consolidar un nuevo mandato hasta 2029 pactando si es necesario con la ultraderecha en ascenso.

Mientras se habla con normalidad de una escalada bélica como si fuera de una Champions League militar, la «amenaza rusa» es el «enemigo conveniente» para un Occidente «atlantista» que intenta reconstruirse pero que se observa trastornado por el hecho de que precisamente Rusia resiste y sigue en pie; y porque los recientes resultados electorales en Europa no son los esperados por Bruselas mientras Moscú juega también con fuerza en este escenario.

Antecediendo a la cumbre del G7 se celebró en San Petersburgo un Foro Económico Internacional (5-7 de junio) con exitosas alianzas para Rusia con países asiáticos, africanos y latinoamericanos. Moscú maneja con China un nuevo eje Sur-Sur que también tiene incidencia dentro de los BRICS: Turquía, miembro de la OTAN, anunció su interés en ingresar en ese organismo, que puede tener su antesala en la próxima cumbre de los BRICS a celebrarse en noviembre en la localidad rusa de Kazán. Manteniendo igualmente sus equilibrios geopolíticos, Turquía comienza cada vez más a apostar por un ascendente eje euroasiático sino-ruso «despidiéndose» discretamente de Occidente.

Todo esto gravitaba en torno al G7. Le tocaba a Italia realizar esta cumbre por su presidencia rotativa en el organismo. La anfitriona Giorgia Meloni, exultante por sus buenos resultados electorales del 9J, hizo del encuentro un espacio de relajación estilo Dolce Vita para preparar un segundo semestre de 2024 que se apremia convulso y difícil. Porque el ojo de Bruselas está en Washington, en esas presidenciales en EEUU entre Trump y Biden, cada quien apremiado, directa o indirectamente, por escándalos con la justicia. Un Biden que busca la reelección pero atenazado en dos guerras en las que manifiesta o su «doble rasero»: mientras arma a Ucrania pide el cese al fuego en Gaza.

En la Apulia estuvieron también presentes el presidente brasileño Lula da Silva, un crítico con la ayuda a Ucrania y muy próximo al eje sino-ruso vía BRICS, y el polémico y extravagante mandatario argentino Javier Milei, aliado de Meloni y nueva «superstar» de la ultraderecha populista y liberal transatlántica. Mientras desmantela el Estado, Argentina está viviendo protestas por el programa de shock de Milei y el aumento de los índices de pobreza, calculado en un 55% de acuerdo con algunas investigaciones. En esta cumbre del G7, Meloni busca también su escaparate internacional para potenciar una agenda «ultra» y «antiprogresista», cada vez más afianzada a nivel global.

Por cierto, este 14 de junio comenzó en Alemania la Euro 2024. Y la próxima semana  vendrá la Copa América. Un mes completo de fútbol de alto nivel, con Messi, Mbappé, CR7, Bellingham….en el centro de atención. Y ya sabe, fútbol, pan y circo para el pueblo mientras el mundo se desliza hacia el escenario más peligroso y convulso desde la II Guerra Mundial.

 

* Analista de geopolítica y relaciones internacionales. Licenciado en Estudios Internacionales (Universidad Central de Venezuela, UCV), Magister en Ciencia Política (Universidad Simón Bolívar, USB) Colaborador en think tanks y medios digitales en España, EE UU y América Latina. Analista Senior de la SAEEG.

 

Este artículo fue originalmente publicado en idioma gallego en Novas do Eixo Atlántico: https://www.novasdoeixoatlantico.com/un-g7-para-un-occidente-convulsionado-roberto-mansilla-blanco/.